16/05/2015 10:43 PM
Buenas compañero pues aquí os dejo con un nuevo capitulo, no se que les pasó a las musas, pero pienso que en estas dos semanas no han dejado de pasarse por mí casa. Deduzco que se deberá al año electoral, pero a saber. Espero que os guste.
HISTORIAS
A pesar de que sin lugar a dudas era una de las hospederías más elegantes que había pisado en la vida, y que al final logró asearse a conciencia y quitarse la enorme capa de mugre que había ido acaparando durante su largo trayecto hasta allí, en una tina que bien podía valer el sueldo de un año de cualquier artesano de buen renombre, no sintió que sus músculos se relajasen en absoluto. Aquella extraña sensación que había tenido al cruzar la mirada con uno de esos críos no lo dejaba de inquietar. Era absurdo sin duda, pero su instinto decía que tenía algo que ver con su misión.
Salió de la tina con más mala cara que con la que entró.
Quizás no debería de molestarse tanto con especulaciones gratuitas, concluyó.
Alguien llamó a la puerta, se cubrió con una toalla y accedió a que pasara.
―Con permiso mi señor, el dueño me ha dicho que le diga…. ―La chica llamada Sasha se quedó sin habla mientras observaba todas las cicatrices que cubrían sus brazos, piernas y pecho, al igual que cercioraba de que prácticamente estaba completamente desnudo. Tardó unos segundos en reaccionar. ―¡Discúlpeme si he venido en mal momento! ―se excusó sonrojándose hasta las orejas mientras se giraba. ―No esperaba que me recibiera como los dioses le trajeron al mundo.
Sonrió ante la lenguaraz respuesta de la chica.
―No te preocupes, ya había terminado. ―Le respondió. ―Ahora dime, ¿Qué es lo que dice el bueno de tu jefe?
―¿Pregunta si quiere que le suban algo de cenar a la habitación o le prepara una mesa en el salón? ―Todo aquello fue dicho aún de espaldas a él.
Después de la bolsa que recibió de su parte el tal Gulag, estaba claro que si se lo pedía, el tipo sería capad de desnudarse y dar cabriolas en una de las mesas mientras hacía malabarismos a su vez. Aquel era el poder que poseía el dinero; la gran mayoría del mundo cambiaba alrededor suyo.
―Dile que cuando me ponga algo encima me reuniré abajo con él. ―dijo con un tono de chascarrillo en su voz. ―Me irá bien algo de conversación mientras alimento mi maltratado y vacio estomago.
―Ahora mismo le llevo su respuesta. ―respondió esta mientras desaparecía apresuradamente y cerraba la puerta tras de sí.
«Una muchacha encantadora»
Fue hacia el petate y sacó de él una camisa de lino sencilla, pero a su manera elegante, unos pantalones de tiro ajustado y una guerrera negra, las botas serían las mismas que con las que llegó, pues no tenía otras. Contempló durante un largo rato uno de los bultos que también portaba en el fardo. Lo sacó y lo desenrolló, comprobando que todo estaba en su sitio; dos dagas cortas con unos aros de acero al final de cada empuñadura, una cerbatana corta (con sus respectivos dardos) algunos cuchillos arrojadizos, un carrete de hilo de acero de varios palmos de longitud y dos palos cortos de la misma medida. Aquel era el equipo básico para cualquier tipo de misión. Claro que también tenía su espada corta y sus habilidades, pero eso entraba en el campo de cómo se supiese manejar cada uno.
Volvió a guardar todo en su lugar y comenzó a vestirse. Mientras lo hacía observó por la ventana de su habitación la estrellada noche. No podía decirse que la primera impresión que le causase aquella bulliciosa y arrogante ciudad fuese la más idónea, pero tenía que admitir que en la quietud nocturna, se veía totalmente esplendorosa. Desde aquel lugar tenía una perspectiva envidiable de la zona de los alrededores de la hospedería, veía el tejado de las lujosas casas, el verde de los jardines, y no muy a lo lejos de allí, el alto amurallado interior que separaba a los adinerados de los más desposeídos del lugar.
Mientras se abrochaba el último botón de la camisa, no le paso desapercibido como varios hombres, altamente sospechosos, (concretamente los tipos con los que se había topado a la entrada de la hospedería) se escabullían detrás de la posada con cuidado y estudiado esmero. Lo dejó pasar, pues los comportamientos de esa gente de ciudad escapaban totalmente a su comprensión. No sabía si acechar de aquella forma era una especie de tradición o una afición poco natural. Puede que nunca lo llegara a saber.
Se ajustó el cinturón, un agujero más de cuando salió días antes del fuerte, se percató. Para él, estaba claro que había perdido algunas libras en aquel soporífero trayecto. Maldijo, pues ya era suficiente delgado por naturaleza propia, que ahora estaba casi seguro que se asemejaba a un espantapájaros muy mal alimentado.
«Pero eso pronto lo vamos a arreglar» se dijo para animarse un poco.
Al terminar de ponerse las botas, contempló por última vez el petate que yacía encima del camastro, decidió guardarlo debajo de él y rogar por qué a ninguno de los empleados de la hospedería le diese por curiosear allí debajo. Abrió la puerta y salió de la habitación sin más preámbulo. Un agradable olor a carne a la brasa lo recibió inundando sus sentidos, oyó como su estomago emitía una llamada de socorro poco rato después. Efectivamente confirmó sin ninguna duda, que tenía un hambre de mil demonios.
Bajó por las escaleras hasta que llegó al piso en donde momentos antes había visto a los chavales, se detuvo unos instantes, pero el reservado estaba completamente vacío y ya no se encontraban por ahí. Siguió descendiendo los siguientes escalones hasta la planta baja con aquella extraña sensación de malestar aún carcomiéndole el subconsciente. Para su sorpresa, vio como los chicos recién estaban abandonando el lugar; alegres y embriagados hasta las cejas. Durante un segundo pensó en seguirlos, un instinto que duro bien poco, ya que tras ese corto instante desecho la idea. Podía más el hambre que retorcía sus tripas que la simple y llana curiosidad.
«Lo primero es lo primero» Se dijo concentrándose en la labor que debía hacer. Se dirigió a la barra con paso seguro, donde ya lo esperaba Gulag con una sonrisa más falsa que una armadura hecha de papel.
―¡Bueno, bueno caballero, veo que ya ha podido relajarse un poco de las incomodidades del camino! ―Exclamó mientras asentía con aprobación.
Miró en derredor y comprobó que en el salón tan solo quedaban ellos dos y sus empleados que empezaban a recoger. Por suerte el timorato del arpa tampoco rondaba por las cercanías, así que se respiraba algo de tranquilidad. Volvió a posar su atención en el posadero.
―Sí, se puede decir que me he quitado un gran peso de encima. ―dijo devolviéndole la sonrisa con la misma sintonía. ―Estoy seguro que tras un buen ágape seré el hombre más feliz del mundo.
―¡Claro, claro! ―respondió frotándose las manos. ―Tengo en el fuego una pata de ciervo con la que se chupará los dedos, y ahora le traigo un poco de pan y salsa de la casa hecha con tomates, cebolla y tocino para ir abriendo boca.
No le sonaron nada mal aquellos aperitivos a sus oídos, su estomago gruñó mostrando su aprobación.
―Me parece estupendo.
―¿Quiere algo de beber mientras le acabo de preparar la cena?
―Un poco de vino estaría bien.
―¡Shasha! ―Chillo justó en frente de él como un estibador haría en el puerto. ―¡Tráele una botella de vino al caballero, quieres! ―tras una torpe reverencia que desentonaba absurdamente con su porte campechano y su comportamiento de usurero real, salió disparado a terminar los quehaceres que tenía en mente.
Observó cómo se escabullía detrás de un cortinaje con una sonrisa en la expresión. Ese Gulag era todo un personaje desde su enorme cabezota, hasta sus cortos pies. Se pregunto cómo alguien de su calaña se había logrado instalar en uno de los lugares más ricos de la ciudad y abierto una hospedería que a ojos vista despedía glamur por todos sus poros. Era todo un misterio para él. Sin lugar a dudas, había muchas cosas de las ciudades que desconocía todavía y lo confundían.
«Tendré que trabajármelo a bien» acabó por concluir.
Al poco rato apareció Sasha con una botella y una copa que primorosamente dejó en la mesa, antes de intentar salir en desbandada.
―Un momento muchacha. ―le dijo, haciendo que esta se detuviera en seco antes de voltearse con el rubor aún tiñendo sus mejillas. ―Siento haberte incomodado antes arriba, no era mi intención.
―No se preocupe señor, no me ha incomodado en absoluto ―respondió mintiendo descaradamente. ―Es mi trabajo al fin y al cabo. ―Añadió para luego seguir a Gulag detrás del cortinaje, asustada como un cervatillo.
Volvió a sonreír ante la respuesta. Suponía que uno no podía ir diciéndoles a los clientes lo que pensaba, pues seguro se quedaba más solo que un leproso en una casa de citas, por lo que no le sorprendió la revelación.
Cuando le sirvieron la comida en la mesa, ya se había metido por el coleto dos o tres copas de aquel dulce vino que empezaba a calentarlo llenándolo con su vigor. Comió con fruición, con ambas manos al mismo tiempo, mientras Gulag detrás de la barra observaba la proeza con perplejidad. La rapidez con la que desapareció todo lo que trajo, era insanamente inhumana, engulló hasta que no quedó ni una miga en el mantel. Tras un hondo suspiró se masajeó el estomago satisfecho.
―Ha estado todo muy rico la verdad. ―le dijo a Gulag tras un sonoro eructo. Este aún lo observaba anonadado. ―Hacia muchos días que no comía tan bien como hoy. Para mí ha sido todo un banquete.
―Me alegra mucho que lo haya encontrado todo de su gusto ―Le contestó este mientras se secaba con una mano su sudorosa calva, sin saber muy bien cómo reaccionar aún.
Sacó una pequeña pipa junto a un pequeño paquetito de uno de uno de los bolsillos de su guerrera, lo desenvolvió y le dijo a Gulag con un tono casual.
―Te importaría acompañarme un rato sino estás demasiado ocupado. ―le pidió al posadero señalando el taburete que tenía en frente. ―La soledad es muy mala compañera para un trayecto tan largo como el que acabo de recorrer. Imagino que puedes hacerte una idea ¿verdad?
―¡Por supuesto! Uno siempre tiene algo de tiempo para complacer a sus clientes. No se preocupe. ―respondió con otra de aquellas sonrisas mientras aceptaba la oferta y se sentaba en el señalado lugar. Era curioso cuanto había mejorado su carácter después del reembolso anterior. ―Y ya que lo menciona, no puedo evitar preguntarme ¿De dónde es que viene exactamente usted?
«Ahora es cuando empieza el juego de verdad» pensó recordando detenidamente la historia que le pensaba contar a Gulag. (Y a cualquiera que le apeteciese curiosear)
―Vengo de la región de Argand, al sur de esta parte del continente, de un pequeño pueblo rural del alto campo que se llama Dasdash. ―Contestó tras dar una imperiosa calada de su pipa y llenar todo su alrededor con el dulzón olor de la Séttla (una especie de tabaco con propiedades básicamente relajantes de uso muy cotidiano en muchas regiones del circulo del mundo) Gulag abrió los ojos anonadado, pues no le cuadraba mucho que alguien de piel tan blanca como la suya viniese de una región que se encontraba tan al sur de Mansour―Te apetecen unas caladas ―le dijo mientras le tendía la pipa. Este declino amablemente su oferta. ―Bueno, como quieras.
Volvió a calar mientras se repantingaba en la silla.
―Así que vienes de la región de Argand, ya veo ¿Y cómo es que un muchacho como tú ha emprendido un viaje tan largo como este? ―preguntó de pronto con un brillo inteligente en la mirada.
En realidad Gulag se preguntaba muchas más cosas, aunque no las manifestó en voz alta, pero su expresión suspicaz lo delataba. Seguramente se preguntaba cómo era posible que un chaval venido del alto campo y a la vez blanco como la leche, cargara con una bolsa tan abultada de dinero y portara una espada tan cara y elaborada como la suya. Al menos sería lo que se hubiera preguntado él. En cualquier caso, para tales contingencias, también tenía preparada una respuesta.
―La verdad es que es una larga y no muy agradable historia ―contestó como si quisiera evadir el tema en cuestión. ―Estoy seguro de que te acabaría aburriendo con mis miserias.
―¡Ho, no señor, nada más lejos de la verdad! Comprobara que este servidor es un hombre difícil de aburrir. ―Alegó con otra sonrisa falsa en la expresión. ―Recuerde que soy el posadero de una hospedería después de todo.
Gulag era un tipo bastante curioso, como cualquier buen chismoso al fin y al cabo. Aunque de eso se trataba el juego después de todo, pensó; dar y recibir a cambio. Así que se dispuso a dar lo mejor de sí mismo.
―Bien, como quieras, ―accedió mientras ponía la expresión de alguien que esta recapitulando en el tiempo. ―, pero luego no digas de que no te avise de que esta no era anécdota cotidiana al uso. Gulag izo un gesto para que siguiera. ―Como te comenté, vengo de un pequeño pueblo llamado Dashdash ceca de la región de Argand. En ella vivíamos mi hermana y yo en una pequeña casa de campo que heredamos cuando mi madre murió de fiebres hacía un año atrás. Tuvimos que hacernos cargo de que el campo fuese cultivado, asegurarnos de que la cosecha nos diese para sobrevivir otro año más. ―Allí hizo una pausa comprobando como se recibía aquel cuento el posadero. Gulag lo miraba absorto tras el humo de la Séttla, atento a cada palabra que salía por su boca. ―¿Alguna vez has trabajado el campo?
Aquella pregunta lo pilló desprevenido.
―No, nunca he tenido ese privilegio. ―respondió mientras negaba con la cabeza.
―Pues no te lo aconsejo en absoluto. ―replicó con una mueca. ―Fue un año duro y muy difícil, y la cosecha no nos salió precisamente como nos esperábamos. ―dijo con una amarga mueca en la expresión. ―La recogida fue exigua, casi ridícula para tan siquiera existir. Más tarde comenzaron a llegar los deudores, llegaron todos ellos a la vez, reclamando los pagos que había contraído nuestra madre años atrás cuando mi padre murió en la guerra que hubo aquí en el norte. A pesar de que nosotros no teníamos conocimiento alguno de aquellos préstamos, nos hicieron responsables para que nos hiciéramos cargo de ellos. Entonces las cosas se torcieron aún más para nosotros.
Gulag acomodó su gordo culo mejor en el taburete mientras se inclinaba absorto en la pantomima que le estaba contando. Sonrió para sus adentros, pues externalizarlos estropearía todo el clímax.
≥≥ Un día llegaron una banda de tipos al pueblo, venían de parte de uno de dichos deudores, resueltos a reclamar un dispendio que para nosotros que era del todo imposible de realizar. Sus exigencias fueron subiendo de tono. ―Dijo frunciendo el ceño, como si recordara la escena en aquel mismo instante vívidamente en sus carnes. ―Nos quemaron la casa delante de nuestras propias narices, y a mí, me dieron tal paliza que pensaron que me dejaron muerto. Cuando desperté muchas horas después, medio roto y adolorido, descubrí que se habían llevado a mi hermana con ellos. Nadie del pueblo se atrevió a hacerles frente y yo tan siquiera pude hacer nada para protegerla de aquellos mal nacidos. ―dijo apretando sus puños con resignación. ―Con el tiempo y la ayuda de la gente de los alrededores, logré reunir algo de dinero, cogí la espada de mi padre y me decidí a darles caza. ―Miró a los ojos de Gulag para añadir. ―Y supongo que eso es todo.
El posadero tardó un rato en reaccionar. La historia era como sacada de una epopeya de drama, virtud y valor. Esperaba que su actuación hubiese dado fruto para ganarse la confianza de su anfitrión.
―Vaya, sí que es cierto que era una historia larga y desagradable, pero en ningún caso me ha dejado indiferente. ―Dijo finalmente este. ― ¿No sabía que la gente del sur tratara tan mal a sus propios conciudadanos? La verdad es que me han parecido unos seres bastante despreciables los que has descrito.
―¡Y lo son! ―exclamó con vehemencia, como si la sola idea de que se los pudiese considerar como unas personas normales fuera una abominación. Aquel arranque izo que el posadero por poco no cayese del culo al suelo, lo que casi le saca otra sonrisa. Al final prosiguió algo más calmado ―El problema es que no se trataban de gente de aquellas tierras en absoluto, sino que más bien venían de aquí, del norte.
Aquella declaración dejo aún más boquiabierto al posadero.
―Discúlpeme si me excedí con mis suposiciones.
―No te preocupes, es solo que cuando pienso en ello me hierve la sangre en las venas.
―Le entiendo. ―Respondió, pero su cara por otro lado denotaba todo lo contrario. ―¿Y entonces dice que los tipos eran de por aquí?
―No exactamente, de por aquí no creo que fueran. ―Dijo sonriendo y así relajando un poco la tensión reinante. ―En absoluto me refería a que fuesen habitantes de Mansour, sí eso es a lo que te refieres. Discúlpame si no me he sabido expresar con exactitud. Allí en el campo somos un tanto incultos y todo lo que queda en esta dirección después de Dashdash, es considerado el norte. De allí la confusión.
―Ah, ya veo.
«Lo dudo»
―Llevo meses siguiéndoles la pista a dichos malhechores ―continuó ―, pero esta se desvanece cerca de las inmediaciones de la ciudad, por lo que pensé, que si encontraba a alguien que los hubiera visto por las cercanías, quizás, me pudiese proporcionar alguna información al respecto que me ayudara para seguir con mi búsqueda.
Y ahí acababa de lanzar su anzuelo, ahora a ser paciente y esperar que picara en él.
Gulag quedó meditabundo mientras asimilaba toda la información que acababa de recibir, por su parte hizo como si esperase que hubiese escuchado algo al respecto, lo que desde luego no iba a suceder. Sabía que era una de aquellas historias que hacían que el oyente sintiese empatía con su protagonista, el cual en este caso era él. Contempló su expresión tras la capa de humo de Séttla que los separaba. El posadero probablemente se estaba preguntando si podía sacarse algo a costa de su miseria, concluyó, olvidado ya todo su recelo inicial. «Parece que ha picado después de todo» Se dijo al rato. Era una de las muchas habilidades que desarrolló en sus largos años de instrucción. Como no se cansaba de repetirle a menudo su tutor Pakour, «Nunca lo olvides Sarosh, muchas veces tendrás que hacerte pasar por quien no eres en tu trabajo, y debes saber actuar debidamente en cualquier tipo de circunstancia o insalvable situación, pues grábalo a fuego en tu mente muchacho, te va la vida en ello» No le hizo mucho bien recordar aquella última reflexión, aunque por como lo observaba su anfitrión y su forma de sospesarlo diría, que no lo había hecho tan mal del todo.
―Pienso que le será difícil dar con esos sujetos en una ciudad tan grande y bulliciosa como es Mansour ― Expresó al rato mientras se frotaba la barbilla en gesto de concentración. ―Eso dado de que se encuentren aquí, claro está.
―Es una de las pocas esperanzas que me quedan.
―¿Ya habrá advertido a los guardias de las puertas de su situación, verdad? ―Le preguntó con interés. Él asintió, pero con una mueca de resignación en la mirada. ―¿Y supongo que la guardia de la ciudad no saben nada al respecto, no es cierto?
―¡Así es! ―dijo mostrando su sorpresa. ―Pero ¿Cómo has sabido eso?
―Ya se lo dije, esta es una ciudad muy grande. ―dijo, dando así crédito a su argumento anterior. ―Aunque no se preocupe, pues ha acudido a la persona indicada. Dígame ¿Cómo eran precisamente esas gentes de las que habla, quizás pueda hacer algunas averiguaciones al respecto? ―se ofreció del todo servil. ―Como verá, este es uno de los hostales más glamurosos y concurridos de la ciudad, y por él pasa mucha gente al día. El alcohol, la camaradería y esas cosas, suelen soltarles la lengua a la gente ¿sabe? Puede que incluso con un poquito de suerte los hombres de los que habla aparezcan en alguna conversación que por error haya acabado en mis ignorantes oídos.
«Hay truhán, truhán»
Como imaginó Gulag, no escatimaría en recursos por intentar darle otro buen pellizco a la bolsa de sus caudales. Pero eso era precisamente lo que pretendía de él, que mostrase un gran interés en tenerlo bien contento. Ahora además de tener una coartada firme para su estancia en la ciudad, un lugar franco donde realizar sus planes, tenía un par de oídos extra que le proporcionarían toda la información que necesitase.
―Sí eso fuera posible sería de gran ayuda para mí ―declaró agradecido.
Advirtió otro destello avaricioso en sus ojos.
―Por supuesto, por supuesto ―dijo mientras se frotaba las manos en el delantal. ―Será todo un place para mí serle de ayuda. ¿Ahora dígame, como era exactamente ese grupo de gente? ―preguntó nuevamente interesado. Él lo miró como si no acabase de comprender la pregunta (a fin de cuentas tenía que parecer del campo). ―Ya sabe ―prosiguió este ―¿Cuántos eran los atacantes, que aspecto tenían, o si advirtió algún tipo de distintivo que le llamase la atención y que pudiera resultar útil para identificarlos? Cualquiera de esas informaciones sería de gran ayuda para hacer algo por usted.
Bueno estaba claro que había conseguido llamar la atención de Gulag, no cabía duda. «Un punto a mí favor» Se congratuló. Ahora tenía que interpretar un final bien ensayado, y la actuación habría sido todo un éxito que en cualquier anfiteatro que se preciase, aplaudiría el gentío con regocijo.
Compuso un gesto distraído, como si en realidad se hubiese trasladado al lugar donde habían comenzado sus (presuntos) problemas, y tras un par de muecas después.
―Bueno no sabría por dónde empezar. ―dijo algo compungido.
―¿Qué tal si empieza describiéndome lo primero que recuerde?
Volvió a componer un gesto distraído.
―A ver, eran un grupo de cinco hombres y una mujer bien guapa que también los acompañaba. Uno de los hombres tenía una cicatriz que le cruzaba desde el ojo derecho hasta la comisura de su boca, el cual creo, era el que llevaba la voz cantante.
―¿Una mujer? ―Lo interrumpió de pronto el posadero.
―Sí, eso mismo he dicho, una mujer. Y a pesar de que era preciosa la jodida, no dudó en patearme junto a los demás mientras agonizaba en el suelo a punto de caer en la inconsciencia. A los otros no los recuerdo muy bien. ―Dijo con el entrecejo fruncido. ―Eran rubios y altos, de constitución fornida y vestían… de forma similar a los dos chavales que hace tan solo unos instantes acaban de abandonar vuestro local.
Una burlona sonrisa comenzó a pintársele en la expresión de Gulag.
―¿Se refiere al hijo del Gobernador Eriast? Porque precisamente uno de los chicos que acaban de abandonar la hospedería se trata de su primogénito. ¿Se asemejaban a esos dos miembros de la alta nobleza de Mansour a los monstruos que antes me mentaba? ―Volvió a inquirir incrédulo.
«Eso sí que no me lo esperaba» ¿Así que resultaba que uno de esos chavales era hijo de uno de los gobernantes de la ciudad, ni más ni menos? No podía tener que ver demasiado con lo que lo había traído allí, concluyó, a pesar de que aún no tenía muy cuáles eran esas razones concretamente. Lo que desde luego para él fue irrefutable, que algo en aquel chaval no marchaba bien. En realidad no sabría describir que le causaba esa sensación, llámalo intuición o un sexto sentido, pero algo no marchaba bien con aquel muchacho. Apartó de sí tales lucubraciones y se concentró en el ahora, pues comprobó que Gulag seguía esperado una respuesta.
―No exactamente. ―Respondió ―Simplemente trataba de hacer alusión a que vestían de una forma similar al menos extravagante de los dos muchachos. ― vació el contenido de la cazoleta de su pipa en uno de los laterales de la mesa mientras hablaba. ―Pero en realidad los tipos a los que me refiero son de proporciones mucho más grandes y sin lugar a dudas, de aspecto mucho más amenazador.
―Concuerdo con usted en que esos dos muchachos no serían capaces ni de matar el tiempo ―dijo para luego reírse de su propio chascarrillo.
Por su parte se unió a las risas para seguirle el juego, aunque interiormente se estaba cansando de tanta sonrisa pedante, temía que en cualquier instante alguno de los dos se le fracturara la mandíbula por tanta falsedad contenida. Cuando poco después Gulag recuperó el aliento prosiguió más serio.
―Volviendo al tema principal que nos atañe. Por la descripción que me ha proporcionado, podría ser cualquiera de esta misma ciudad o de cualquiera de las otras que se encuentran en el territorio. ―declaró ―pero está claro que proceden de la región y de un estatus alto como poco. El chaval menos extravagante de los dos, Armen, el hijo del Gobernante Eriast, siempre suele vestir a la manera tradicional de la región, muy al contrario que su inseparable compañero como habrá podido comprobar. Así que sí que es muy probable que no sean de muy lejos de aquí los hombres a los que busca. ―Concluyó. «Sería una buena deducción si lo que te hubiese contado no fuera una total y completa ficción» Pensó mientras contemplaba divertido como el posadero hacia sus cábalas. ―Deduzco sin miedo a equivocarme, que si pudiera alargar su estancia en Mansour un poco más de tiempo, lograría obtener alguna información de utilidad.
«Y la idea es que me quede en tu hospedería ¿verdad?» El gordito tenía recursos para intentar sacarle hasta el último penique si podía, concluyó. Le encantaba cuando la gente resultaba ser así de altruista. «La deferencia de las grandes ciudades no me deja de sorprender. ¿Qué sucedería si no tuviese ni donde caerme muerto?» Se preguntó a pesar de saber ya la respuesta de antemano.
―Parece una buena idea, pero ―Hizo como si estuviese sospesando los pros y los contras. ―, no sé si me alcanzara para mucho tiempo con lo que llevo encima.
En aquel punto el brillo del los ojos de Gulag denotaban que creía que se había llevado la partida. Era una pena que nadie le hubiese explicado las reglas del juego antes de que empezara a apostar.
―¡Oh, no se preocupe por eso! Seguro que ya se nos ocurrirá alguna solución antes de que eso llegue a suceder. ―declaró mientras se ponía en pie y se llevaba las manos a los riñones como si hubiese estado cargando piedras. Luego añadió del todo resuelto ―Ya verá como al final logra dar con su querida hermana.
«No lo dudo ni por un segundo»
Ahora que ya había logrado instalarse en la gran urbe y proporcionado un pretexto para encontrarse allí, tan solo quedaba esperar que su contacto diera con él y le proporcionase la información que necesitaba para iniciar Su Prueba de Templanza. Contempló a Gulag como se perdía nuevamente detrás del cortinaje de su cocina y pensó «Quizás debería ir a tomar el aire y conocer un poco mejor Mansour» antes de incorporarse y dirigirse hacia la puerta de salida un tanto empachado.
«Pero algo me dice que este no va a ser un viaje de placer.»
FIN....
Ya me diréis que os pareció el capitulo. Y siento ir saltando de personaje en personaje así, pero tengo varias tramas en marcha. Un saludo y nos leemos.
HISTORIAS
A pesar de que sin lugar a dudas era una de las hospederías más elegantes que había pisado en la vida, y que al final logró asearse a conciencia y quitarse la enorme capa de mugre que había ido acaparando durante su largo trayecto hasta allí, en una tina que bien podía valer el sueldo de un año de cualquier artesano de buen renombre, no sintió que sus músculos se relajasen en absoluto. Aquella extraña sensación que había tenido al cruzar la mirada con uno de esos críos no lo dejaba de inquietar. Era absurdo sin duda, pero su instinto decía que tenía algo que ver con su misión.
Salió de la tina con más mala cara que con la que entró.
Quizás no debería de molestarse tanto con especulaciones gratuitas, concluyó.
Alguien llamó a la puerta, se cubrió con una toalla y accedió a que pasara.
―Con permiso mi señor, el dueño me ha dicho que le diga…. ―La chica llamada Sasha se quedó sin habla mientras observaba todas las cicatrices que cubrían sus brazos, piernas y pecho, al igual que cercioraba de que prácticamente estaba completamente desnudo. Tardó unos segundos en reaccionar. ―¡Discúlpeme si he venido en mal momento! ―se excusó sonrojándose hasta las orejas mientras se giraba. ―No esperaba que me recibiera como los dioses le trajeron al mundo.
Sonrió ante la lenguaraz respuesta de la chica.
―No te preocupes, ya había terminado. ―Le respondió. ―Ahora dime, ¿Qué es lo que dice el bueno de tu jefe?
―¿Pregunta si quiere que le suban algo de cenar a la habitación o le prepara una mesa en el salón? ―Todo aquello fue dicho aún de espaldas a él.
Después de la bolsa que recibió de su parte el tal Gulag, estaba claro que si se lo pedía, el tipo sería capad de desnudarse y dar cabriolas en una de las mesas mientras hacía malabarismos a su vez. Aquel era el poder que poseía el dinero; la gran mayoría del mundo cambiaba alrededor suyo.
―Dile que cuando me ponga algo encima me reuniré abajo con él. ―dijo con un tono de chascarrillo en su voz. ―Me irá bien algo de conversación mientras alimento mi maltratado y vacio estomago.
―Ahora mismo le llevo su respuesta. ―respondió esta mientras desaparecía apresuradamente y cerraba la puerta tras de sí.
«Una muchacha encantadora»
Fue hacia el petate y sacó de él una camisa de lino sencilla, pero a su manera elegante, unos pantalones de tiro ajustado y una guerrera negra, las botas serían las mismas que con las que llegó, pues no tenía otras. Contempló durante un largo rato uno de los bultos que también portaba en el fardo. Lo sacó y lo desenrolló, comprobando que todo estaba en su sitio; dos dagas cortas con unos aros de acero al final de cada empuñadura, una cerbatana corta (con sus respectivos dardos) algunos cuchillos arrojadizos, un carrete de hilo de acero de varios palmos de longitud y dos palos cortos de la misma medida. Aquel era el equipo básico para cualquier tipo de misión. Claro que también tenía su espada corta y sus habilidades, pero eso entraba en el campo de cómo se supiese manejar cada uno.
Volvió a guardar todo en su lugar y comenzó a vestirse. Mientras lo hacía observó por la ventana de su habitación la estrellada noche. No podía decirse que la primera impresión que le causase aquella bulliciosa y arrogante ciudad fuese la más idónea, pero tenía que admitir que en la quietud nocturna, se veía totalmente esplendorosa. Desde aquel lugar tenía una perspectiva envidiable de la zona de los alrededores de la hospedería, veía el tejado de las lujosas casas, el verde de los jardines, y no muy a lo lejos de allí, el alto amurallado interior que separaba a los adinerados de los más desposeídos del lugar.
Mientras se abrochaba el último botón de la camisa, no le paso desapercibido como varios hombres, altamente sospechosos, (concretamente los tipos con los que se había topado a la entrada de la hospedería) se escabullían detrás de la posada con cuidado y estudiado esmero. Lo dejó pasar, pues los comportamientos de esa gente de ciudad escapaban totalmente a su comprensión. No sabía si acechar de aquella forma era una especie de tradición o una afición poco natural. Puede que nunca lo llegara a saber.
Se ajustó el cinturón, un agujero más de cuando salió días antes del fuerte, se percató. Para él, estaba claro que había perdido algunas libras en aquel soporífero trayecto. Maldijo, pues ya era suficiente delgado por naturaleza propia, que ahora estaba casi seguro que se asemejaba a un espantapájaros muy mal alimentado.
«Pero eso pronto lo vamos a arreglar» se dijo para animarse un poco.
Al terminar de ponerse las botas, contempló por última vez el petate que yacía encima del camastro, decidió guardarlo debajo de él y rogar por qué a ninguno de los empleados de la hospedería le diese por curiosear allí debajo. Abrió la puerta y salió de la habitación sin más preámbulo. Un agradable olor a carne a la brasa lo recibió inundando sus sentidos, oyó como su estomago emitía una llamada de socorro poco rato después. Efectivamente confirmó sin ninguna duda, que tenía un hambre de mil demonios.
Bajó por las escaleras hasta que llegó al piso en donde momentos antes había visto a los chavales, se detuvo unos instantes, pero el reservado estaba completamente vacío y ya no se encontraban por ahí. Siguió descendiendo los siguientes escalones hasta la planta baja con aquella extraña sensación de malestar aún carcomiéndole el subconsciente. Para su sorpresa, vio como los chicos recién estaban abandonando el lugar; alegres y embriagados hasta las cejas. Durante un segundo pensó en seguirlos, un instinto que duro bien poco, ya que tras ese corto instante desecho la idea. Podía más el hambre que retorcía sus tripas que la simple y llana curiosidad.
«Lo primero es lo primero» Se dijo concentrándose en la labor que debía hacer. Se dirigió a la barra con paso seguro, donde ya lo esperaba Gulag con una sonrisa más falsa que una armadura hecha de papel.
―¡Bueno, bueno caballero, veo que ya ha podido relajarse un poco de las incomodidades del camino! ―Exclamó mientras asentía con aprobación.
Miró en derredor y comprobó que en el salón tan solo quedaban ellos dos y sus empleados que empezaban a recoger. Por suerte el timorato del arpa tampoco rondaba por las cercanías, así que se respiraba algo de tranquilidad. Volvió a posar su atención en el posadero.
―Sí, se puede decir que me he quitado un gran peso de encima. ―dijo devolviéndole la sonrisa con la misma sintonía. ―Estoy seguro que tras un buen ágape seré el hombre más feliz del mundo.
―¡Claro, claro! ―respondió frotándose las manos. ―Tengo en el fuego una pata de ciervo con la que se chupará los dedos, y ahora le traigo un poco de pan y salsa de la casa hecha con tomates, cebolla y tocino para ir abriendo boca.
No le sonaron nada mal aquellos aperitivos a sus oídos, su estomago gruñó mostrando su aprobación.
―Me parece estupendo.
―¿Quiere algo de beber mientras le acabo de preparar la cena?
―Un poco de vino estaría bien.
―¡Shasha! ―Chillo justó en frente de él como un estibador haría en el puerto. ―¡Tráele una botella de vino al caballero, quieres! ―tras una torpe reverencia que desentonaba absurdamente con su porte campechano y su comportamiento de usurero real, salió disparado a terminar los quehaceres que tenía en mente.
Observó cómo se escabullía detrás de un cortinaje con una sonrisa en la expresión. Ese Gulag era todo un personaje desde su enorme cabezota, hasta sus cortos pies. Se pregunto cómo alguien de su calaña se había logrado instalar en uno de los lugares más ricos de la ciudad y abierto una hospedería que a ojos vista despedía glamur por todos sus poros. Era todo un misterio para él. Sin lugar a dudas, había muchas cosas de las ciudades que desconocía todavía y lo confundían.
«Tendré que trabajármelo a bien» acabó por concluir.
Al poco rato apareció Sasha con una botella y una copa que primorosamente dejó en la mesa, antes de intentar salir en desbandada.
―Un momento muchacha. ―le dijo, haciendo que esta se detuviera en seco antes de voltearse con el rubor aún tiñendo sus mejillas. ―Siento haberte incomodado antes arriba, no era mi intención.
―No se preocupe señor, no me ha incomodado en absoluto ―respondió mintiendo descaradamente. ―Es mi trabajo al fin y al cabo. ―Añadió para luego seguir a Gulag detrás del cortinaje, asustada como un cervatillo.
Volvió a sonreír ante la respuesta. Suponía que uno no podía ir diciéndoles a los clientes lo que pensaba, pues seguro se quedaba más solo que un leproso en una casa de citas, por lo que no le sorprendió la revelación.
Cuando le sirvieron la comida en la mesa, ya se había metido por el coleto dos o tres copas de aquel dulce vino que empezaba a calentarlo llenándolo con su vigor. Comió con fruición, con ambas manos al mismo tiempo, mientras Gulag detrás de la barra observaba la proeza con perplejidad. La rapidez con la que desapareció todo lo que trajo, era insanamente inhumana, engulló hasta que no quedó ni una miga en el mantel. Tras un hondo suspiró se masajeó el estomago satisfecho.
―Ha estado todo muy rico la verdad. ―le dijo a Gulag tras un sonoro eructo. Este aún lo observaba anonadado. ―Hacia muchos días que no comía tan bien como hoy. Para mí ha sido todo un banquete.
―Me alegra mucho que lo haya encontrado todo de su gusto ―Le contestó este mientras se secaba con una mano su sudorosa calva, sin saber muy bien cómo reaccionar aún.
Sacó una pequeña pipa junto a un pequeño paquetito de uno de uno de los bolsillos de su guerrera, lo desenvolvió y le dijo a Gulag con un tono casual.
―Te importaría acompañarme un rato sino estás demasiado ocupado. ―le pidió al posadero señalando el taburete que tenía en frente. ―La soledad es muy mala compañera para un trayecto tan largo como el que acabo de recorrer. Imagino que puedes hacerte una idea ¿verdad?
―¡Por supuesto! Uno siempre tiene algo de tiempo para complacer a sus clientes. No se preocupe. ―respondió con otra de aquellas sonrisas mientras aceptaba la oferta y se sentaba en el señalado lugar. Era curioso cuanto había mejorado su carácter después del reembolso anterior. ―Y ya que lo menciona, no puedo evitar preguntarme ¿De dónde es que viene exactamente usted?
«Ahora es cuando empieza el juego de verdad» pensó recordando detenidamente la historia que le pensaba contar a Gulag. (Y a cualquiera que le apeteciese curiosear)
―Vengo de la región de Argand, al sur de esta parte del continente, de un pequeño pueblo rural del alto campo que se llama Dasdash. ―Contestó tras dar una imperiosa calada de su pipa y llenar todo su alrededor con el dulzón olor de la Séttla (una especie de tabaco con propiedades básicamente relajantes de uso muy cotidiano en muchas regiones del circulo del mundo) Gulag abrió los ojos anonadado, pues no le cuadraba mucho que alguien de piel tan blanca como la suya viniese de una región que se encontraba tan al sur de Mansour―Te apetecen unas caladas ―le dijo mientras le tendía la pipa. Este declino amablemente su oferta. ―Bueno, como quieras.
Volvió a calar mientras se repantingaba en la silla.
―Así que vienes de la región de Argand, ya veo ¿Y cómo es que un muchacho como tú ha emprendido un viaje tan largo como este? ―preguntó de pronto con un brillo inteligente en la mirada.
En realidad Gulag se preguntaba muchas más cosas, aunque no las manifestó en voz alta, pero su expresión suspicaz lo delataba. Seguramente se preguntaba cómo era posible que un chaval venido del alto campo y a la vez blanco como la leche, cargara con una bolsa tan abultada de dinero y portara una espada tan cara y elaborada como la suya. Al menos sería lo que se hubiera preguntado él. En cualquier caso, para tales contingencias, también tenía preparada una respuesta.
―La verdad es que es una larga y no muy agradable historia ―contestó como si quisiera evadir el tema en cuestión. ―Estoy seguro de que te acabaría aburriendo con mis miserias.
―¡Ho, no señor, nada más lejos de la verdad! Comprobara que este servidor es un hombre difícil de aburrir. ―Alegó con otra sonrisa falsa en la expresión. ―Recuerde que soy el posadero de una hospedería después de todo.
Gulag era un tipo bastante curioso, como cualquier buen chismoso al fin y al cabo. Aunque de eso se trataba el juego después de todo, pensó; dar y recibir a cambio. Así que se dispuso a dar lo mejor de sí mismo.
―Bien, como quieras, ―accedió mientras ponía la expresión de alguien que esta recapitulando en el tiempo. ―, pero luego no digas de que no te avise de que esta no era anécdota cotidiana al uso. Gulag izo un gesto para que siguiera. ―Como te comenté, vengo de un pequeño pueblo llamado Dashdash ceca de la región de Argand. En ella vivíamos mi hermana y yo en una pequeña casa de campo que heredamos cuando mi madre murió de fiebres hacía un año atrás. Tuvimos que hacernos cargo de que el campo fuese cultivado, asegurarnos de que la cosecha nos diese para sobrevivir otro año más. ―Allí hizo una pausa comprobando como se recibía aquel cuento el posadero. Gulag lo miraba absorto tras el humo de la Séttla, atento a cada palabra que salía por su boca. ―¿Alguna vez has trabajado el campo?
Aquella pregunta lo pilló desprevenido.
―No, nunca he tenido ese privilegio. ―respondió mientras negaba con la cabeza.
―Pues no te lo aconsejo en absoluto. ―replicó con una mueca. ―Fue un año duro y muy difícil, y la cosecha no nos salió precisamente como nos esperábamos. ―dijo con una amarga mueca en la expresión. ―La recogida fue exigua, casi ridícula para tan siquiera existir. Más tarde comenzaron a llegar los deudores, llegaron todos ellos a la vez, reclamando los pagos que había contraído nuestra madre años atrás cuando mi padre murió en la guerra que hubo aquí en el norte. A pesar de que nosotros no teníamos conocimiento alguno de aquellos préstamos, nos hicieron responsables para que nos hiciéramos cargo de ellos. Entonces las cosas se torcieron aún más para nosotros.
Gulag acomodó su gordo culo mejor en el taburete mientras se inclinaba absorto en la pantomima que le estaba contando. Sonrió para sus adentros, pues externalizarlos estropearía todo el clímax.
≥≥ Un día llegaron una banda de tipos al pueblo, venían de parte de uno de dichos deudores, resueltos a reclamar un dispendio que para nosotros que era del todo imposible de realizar. Sus exigencias fueron subiendo de tono. ―Dijo frunciendo el ceño, como si recordara la escena en aquel mismo instante vívidamente en sus carnes. ―Nos quemaron la casa delante de nuestras propias narices, y a mí, me dieron tal paliza que pensaron que me dejaron muerto. Cuando desperté muchas horas después, medio roto y adolorido, descubrí que se habían llevado a mi hermana con ellos. Nadie del pueblo se atrevió a hacerles frente y yo tan siquiera pude hacer nada para protegerla de aquellos mal nacidos. ―dijo apretando sus puños con resignación. ―Con el tiempo y la ayuda de la gente de los alrededores, logré reunir algo de dinero, cogí la espada de mi padre y me decidí a darles caza. ―Miró a los ojos de Gulag para añadir. ―Y supongo que eso es todo.
El posadero tardó un rato en reaccionar. La historia era como sacada de una epopeya de drama, virtud y valor. Esperaba que su actuación hubiese dado fruto para ganarse la confianza de su anfitrión.
―Vaya, sí que es cierto que era una historia larga y desagradable, pero en ningún caso me ha dejado indiferente. ―Dijo finalmente este. ― ¿No sabía que la gente del sur tratara tan mal a sus propios conciudadanos? La verdad es que me han parecido unos seres bastante despreciables los que has descrito.
―¡Y lo son! ―exclamó con vehemencia, como si la sola idea de que se los pudiese considerar como unas personas normales fuera una abominación. Aquel arranque izo que el posadero por poco no cayese del culo al suelo, lo que casi le saca otra sonrisa. Al final prosiguió algo más calmado ―El problema es que no se trataban de gente de aquellas tierras en absoluto, sino que más bien venían de aquí, del norte.
Aquella declaración dejo aún más boquiabierto al posadero.
―Discúlpeme si me excedí con mis suposiciones.
―No te preocupes, es solo que cuando pienso en ello me hierve la sangre en las venas.
―Le entiendo. ―Respondió, pero su cara por otro lado denotaba todo lo contrario. ―¿Y entonces dice que los tipos eran de por aquí?
―No exactamente, de por aquí no creo que fueran. ―Dijo sonriendo y así relajando un poco la tensión reinante. ―En absoluto me refería a que fuesen habitantes de Mansour, sí eso es a lo que te refieres. Discúlpame si no me he sabido expresar con exactitud. Allí en el campo somos un tanto incultos y todo lo que queda en esta dirección después de Dashdash, es considerado el norte. De allí la confusión.
―Ah, ya veo.
«Lo dudo»
―Llevo meses siguiéndoles la pista a dichos malhechores ―continuó ―, pero esta se desvanece cerca de las inmediaciones de la ciudad, por lo que pensé, que si encontraba a alguien que los hubiera visto por las cercanías, quizás, me pudiese proporcionar alguna información al respecto que me ayudara para seguir con mi búsqueda.
Y ahí acababa de lanzar su anzuelo, ahora a ser paciente y esperar que picara en él.
Gulag quedó meditabundo mientras asimilaba toda la información que acababa de recibir, por su parte hizo como si esperase que hubiese escuchado algo al respecto, lo que desde luego no iba a suceder. Sabía que era una de aquellas historias que hacían que el oyente sintiese empatía con su protagonista, el cual en este caso era él. Contempló su expresión tras la capa de humo de Séttla que los separaba. El posadero probablemente se estaba preguntando si podía sacarse algo a costa de su miseria, concluyó, olvidado ya todo su recelo inicial. «Parece que ha picado después de todo» Se dijo al rato. Era una de las muchas habilidades que desarrolló en sus largos años de instrucción. Como no se cansaba de repetirle a menudo su tutor Pakour, «Nunca lo olvides Sarosh, muchas veces tendrás que hacerte pasar por quien no eres en tu trabajo, y debes saber actuar debidamente en cualquier tipo de circunstancia o insalvable situación, pues grábalo a fuego en tu mente muchacho, te va la vida en ello» No le hizo mucho bien recordar aquella última reflexión, aunque por como lo observaba su anfitrión y su forma de sospesarlo diría, que no lo había hecho tan mal del todo.
―Pienso que le será difícil dar con esos sujetos en una ciudad tan grande y bulliciosa como es Mansour ― Expresó al rato mientras se frotaba la barbilla en gesto de concentración. ―Eso dado de que se encuentren aquí, claro está.
―Es una de las pocas esperanzas que me quedan.
―¿Ya habrá advertido a los guardias de las puertas de su situación, verdad? ―Le preguntó con interés. Él asintió, pero con una mueca de resignación en la mirada. ―¿Y supongo que la guardia de la ciudad no saben nada al respecto, no es cierto?
―¡Así es! ―dijo mostrando su sorpresa. ―Pero ¿Cómo has sabido eso?
―Ya se lo dije, esta es una ciudad muy grande. ―dijo, dando así crédito a su argumento anterior. ―Aunque no se preocupe, pues ha acudido a la persona indicada. Dígame ¿Cómo eran precisamente esas gentes de las que habla, quizás pueda hacer algunas averiguaciones al respecto? ―se ofreció del todo servil. ―Como verá, este es uno de los hostales más glamurosos y concurridos de la ciudad, y por él pasa mucha gente al día. El alcohol, la camaradería y esas cosas, suelen soltarles la lengua a la gente ¿sabe? Puede que incluso con un poquito de suerte los hombres de los que habla aparezcan en alguna conversación que por error haya acabado en mis ignorantes oídos.
«Hay truhán, truhán»
Como imaginó Gulag, no escatimaría en recursos por intentar darle otro buen pellizco a la bolsa de sus caudales. Pero eso era precisamente lo que pretendía de él, que mostrase un gran interés en tenerlo bien contento. Ahora además de tener una coartada firme para su estancia en la ciudad, un lugar franco donde realizar sus planes, tenía un par de oídos extra que le proporcionarían toda la información que necesitase.
―Sí eso fuera posible sería de gran ayuda para mí ―declaró agradecido.
Advirtió otro destello avaricioso en sus ojos.
―Por supuesto, por supuesto ―dijo mientras se frotaba las manos en el delantal. ―Será todo un place para mí serle de ayuda. ¿Ahora dígame, como era exactamente ese grupo de gente? ―preguntó nuevamente interesado. Él lo miró como si no acabase de comprender la pregunta (a fin de cuentas tenía que parecer del campo). ―Ya sabe ―prosiguió este ―¿Cuántos eran los atacantes, que aspecto tenían, o si advirtió algún tipo de distintivo que le llamase la atención y que pudiera resultar útil para identificarlos? Cualquiera de esas informaciones sería de gran ayuda para hacer algo por usted.
Bueno estaba claro que había conseguido llamar la atención de Gulag, no cabía duda. «Un punto a mí favor» Se congratuló. Ahora tenía que interpretar un final bien ensayado, y la actuación habría sido todo un éxito que en cualquier anfiteatro que se preciase, aplaudiría el gentío con regocijo.
Compuso un gesto distraído, como si en realidad se hubiese trasladado al lugar donde habían comenzado sus (presuntos) problemas, y tras un par de muecas después.
―Bueno no sabría por dónde empezar. ―dijo algo compungido.
―¿Qué tal si empieza describiéndome lo primero que recuerde?
Volvió a componer un gesto distraído.
―A ver, eran un grupo de cinco hombres y una mujer bien guapa que también los acompañaba. Uno de los hombres tenía una cicatriz que le cruzaba desde el ojo derecho hasta la comisura de su boca, el cual creo, era el que llevaba la voz cantante.
―¿Una mujer? ―Lo interrumpió de pronto el posadero.
―Sí, eso mismo he dicho, una mujer. Y a pesar de que era preciosa la jodida, no dudó en patearme junto a los demás mientras agonizaba en el suelo a punto de caer en la inconsciencia. A los otros no los recuerdo muy bien. ―Dijo con el entrecejo fruncido. ―Eran rubios y altos, de constitución fornida y vestían… de forma similar a los dos chavales que hace tan solo unos instantes acaban de abandonar vuestro local.
Una burlona sonrisa comenzó a pintársele en la expresión de Gulag.
―¿Se refiere al hijo del Gobernador Eriast? Porque precisamente uno de los chicos que acaban de abandonar la hospedería se trata de su primogénito. ¿Se asemejaban a esos dos miembros de la alta nobleza de Mansour a los monstruos que antes me mentaba? ―Volvió a inquirir incrédulo.
«Eso sí que no me lo esperaba» ¿Así que resultaba que uno de esos chavales era hijo de uno de los gobernantes de la ciudad, ni más ni menos? No podía tener que ver demasiado con lo que lo había traído allí, concluyó, a pesar de que aún no tenía muy cuáles eran esas razones concretamente. Lo que desde luego para él fue irrefutable, que algo en aquel chaval no marchaba bien. En realidad no sabría describir que le causaba esa sensación, llámalo intuición o un sexto sentido, pero algo no marchaba bien con aquel muchacho. Apartó de sí tales lucubraciones y se concentró en el ahora, pues comprobó que Gulag seguía esperado una respuesta.
―No exactamente. ―Respondió ―Simplemente trataba de hacer alusión a que vestían de una forma similar al menos extravagante de los dos muchachos. ― vació el contenido de la cazoleta de su pipa en uno de los laterales de la mesa mientras hablaba. ―Pero en realidad los tipos a los que me refiero son de proporciones mucho más grandes y sin lugar a dudas, de aspecto mucho más amenazador.
―Concuerdo con usted en que esos dos muchachos no serían capaces ni de matar el tiempo ―dijo para luego reírse de su propio chascarrillo.
Por su parte se unió a las risas para seguirle el juego, aunque interiormente se estaba cansando de tanta sonrisa pedante, temía que en cualquier instante alguno de los dos se le fracturara la mandíbula por tanta falsedad contenida. Cuando poco después Gulag recuperó el aliento prosiguió más serio.
―Volviendo al tema principal que nos atañe. Por la descripción que me ha proporcionado, podría ser cualquiera de esta misma ciudad o de cualquiera de las otras que se encuentran en el territorio. ―declaró ―pero está claro que proceden de la región y de un estatus alto como poco. El chaval menos extravagante de los dos, Armen, el hijo del Gobernante Eriast, siempre suele vestir a la manera tradicional de la región, muy al contrario que su inseparable compañero como habrá podido comprobar. Así que sí que es muy probable que no sean de muy lejos de aquí los hombres a los que busca. ―Concluyó. «Sería una buena deducción si lo que te hubiese contado no fuera una total y completa ficción» Pensó mientras contemplaba divertido como el posadero hacia sus cábalas. ―Deduzco sin miedo a equivocarme, que si pudiera alargar su estancia en Mansour un poco más de tiempo, lograría obtener alguna información de utilidad.
«Y la idea es que me quede en tu hospedería ¿verdad?» El gordito tenía recursos para intentar sacarle hasta el último penique si podía, concluyó. Le encantaba cuando la gente resultaba ser así de altruista. «La deferencia de las grandes ciudades no me deja de sorprender. ¿Qué sucedería si no tuviese ni donde caerme muerto?» Se preguntó a pesar de saber ya la respuesta de antemano.
―Parece una buena idea, pero ―Hizo como si estuviese sospesando los pros y los contras. ―, no sé si me alcanzara para mucho tiempo con lo que llevo encima.
En aquel punto el brillo del los ojos de Gulag denotaban que creía que se había llevado la partida. Era una pena que nadie le hubiese explicado las reglas del juego antes de que empezara a apostar.
―¡Oh, no se preocupe por eso! Seguro que ya se nos ocurrirá alguna solución antes de que eso llegue a suceder. ―declaró mientras se ponía en pie y se llevaba las manos a los riñones como si hubiese estado cargando piedras. Luego añadió del todo resuelto ―Ya verá como al final logra dar con su querida hermana.
«No lo dudo ni por un segundo»
Ahora que ya había logrado instalarse en la gran urbe y proporcionado un pretexto para encontrarse allí, tan solo quedaba esperar que su contacto diera con él y le proporcionase la información que necesitaba para iniciar Su Prueba de Templanza. Contempló a Gulag como se perdía nuevamente detrás del cortinaje de su cocina y pensó «Quizás debería ir a tomar el aire y conocer un poco mejor Mansour» antes de incorporarse y dirigirse hacia la puerta de salida un tanto empachado.
«Pero algo me dice que este no va a ser un viaje de placer.»
FIN....
Ya me diréis que os pareció el capitulo. Y siento ir saltando de personaje en personaje así, pero tengo varias tramas en marcha. Un saludo y nos leemos.
Ven, ven, quienquiera que seas;
Seas infiel, idólatra o pagano, ven
ESTE no es un lugar de desesperación
Incluso si has roto tus votos cientos de veces, aún ven!
(Yalal Ad-Din Muhammad Rumi)