Bueno este extracto sirve para ver unas pocas pinceladas del otro punto de vista de nuevo, y para cerrar y abrir nuevos misterios por descubrir. El extracto es algo más corto de lo habitual, aunque de igual forma pienso que sirve con su función. La realidad es que me gustaría conocer que tal llevo el ritmo la historia. (empiezo a emparanoiarme un poco XD) En fin, espero que os guste.
EN BOCA DE LOBO (Parte 2)
―Esto podría considerarse una herejía ―Siseó el Argbath Malakhias tras escuchar lo sucedido de sus propios labios. El tono seco de voz habría logrado partir piedras. Después de dedicar unos instantes a contemplar la sangrienta escena con una expresión indescifrable, se giró y lo fulminó con una mirada que distaba de ser cordial. ―Capitán Ashrans, ¿Está completamente seguro de que lo afirma? ―Insistió sin dejar de taladrarlo con aquellos grandes ojos coronados por unas tupidas cejas blancas. ―¿Está completamente seguro de que esas fueron sus palabras exactas?
Seguían en la sala donde se encontraba el cuerpo (ya vacío) del Gobernador Eriast, apoyado en una de las paredes, con su barbilla descansando en su pecho inmóvil. Su piel había perdido todo rastro de pigmento, comenzando a tornarse cetrina. Un ingente grupo de guardias saturaban la pequeña sala contemplando aquel horror en mudo silencio. Banas eran las palabras. El cuerpo del gigante encapuchado reposaba sobre la sopa roja que había brotado de la enorme herida de su panza, más sus vísceras estaban amontonadas justo enfrente de él en un amasijo rojo carmesí. El Electo Serkussac parecía un cascarón vacío medio carcomido, tirado acartonado a un costado. En realidad estaba literalmente vacío, concluyó. El olor a sangre, heces y efluvios corporales empapaba el aire por completo.
―Estoy completamente seguro, señor. Eso fue lo último que me dijo ―Contestó tragando saliva mientras componía una expresión que pretendía ser, entre seria y compungida por no haber podido hacer nada por su gobernador.
Todo teatro, por supuesto.
Muchos de los presentes rezongaron al oír la ‹‹historia›› completa. Resoplaron y farfullaron por igual al intentar digerir la noticia con el aplomo que debería caracterizar a unos guardias como ellos. Se preguntó qué mil y una sandeces se les podría estar pasando en aquellos instantes por sus atribuladas conciencias. Se abstuvo de sonreír de gozo por consideración. ¿Era así de sencillo engañar a los ignorantes de los humanos? ¿Tan maleables eran que podía volverlos a unos contra otros con tanta simplicidad? Había resultado tan fácil como robarle un caramelo a un niño que le faltasen varios dedos de la mano. Unas cuantas muecas contritas por aquí, sazonadas con unas pocas palabras cargadas de falso honor por allá, a alguna maldición mal contenida y, aquella carnicería había redundado en su beneficio. Inaudito pero cierto.
¡Los muy cretinos se lo habían tragado sin más!
La expresión del Argbath por el contrario parecía esculpida en piedra. Había recibido la información, la había procesado, masticándola con tiento, y ni un solo musculo de su rostro se había movido ni un ápice. No parecía un tipo sencillo de engatusar. El Argbath Malakhia era un hombre entrado en años, con una constitución realmente considerable para alguien de su edad. Al igual que de considerablemente prominente era el vientre que sujetaba el cinto de cuero engalanado con remaches dorados que se cernía a su gruesa cintura. Sus fuertes brazos estaban surcados de cicatrices de antiguas escaramuzas que no mostraban la misma tibieza que se insinuaba en su abdomen. A pesar de su avanzada edad, seguía siendo un guerrero formidable. Uno de los contados humanos con los que era mejor no cruzarse en su camino, so pena de acabar descabezado.
Transcurrieron unos pocos segundos antes de que el viejo guerrero se pronunciara con voz grave.
―Teniente Mashba.
―¿Si mi comandante? ―Respondió solícito este.
No le habían pasado desapercibidas las miradas inquisitivas que el teniente le estuvo lanzando antes de la interrupción del comandante Mlakhias. Con toda probabilidad, seguía sin tenerlas todas consigo después de las vagas explicaciones que le había proporcionado ‹‹su capitán››. Debía resultarle todo demasiado extraño e inverosímil como para lograr decidir si debía contradecir las palabras de su superior, o por el contrario permanecer callado. Por su expresión dubitativa, no le cabía duda de que seguía manteniendo cierto punto de recelo con respecto a él. Tarde o temprano debería considerar deshacerse del servicial teniente Mashba, pero entre tanto.
―Tome un par de patrullas y vaya a verificar si realmente estamos siendo asaltados como afirma aquí el capitán Ashrans. ―Le ordenó el Argbath al teniente masticando cada una de las palabras como si le supieran a estiércol. Probablemente así se sentía al pronunciarlas. Por los recuerdos que retenía, el capitán no era santo de su devoción precisamente. ―Espero que esté equivocado capitán, ya que es una acusación muy grave la que está haciendo. ―Le dijo dirigiéndose una mirada acerada que habría derretido estatuas. ¿Qué diablos le habría hecho el infeliz del capitán para que el Argbath le tuviera tanta ojeriza? Por lo que sabía el tipo había sido ejemplar en todos los sentidos. Puro como agua de cántaro, ‹‹Honrado››. De allí que decidiera apoderarse de su cuerpo en particular. ¿Sería la insana envidia o algo más? Malakhias volvió a volcar su atención su en el teniente Mashba. ―De ser cierta tal información, disponga rápidamente de un correo para ponernos sobre aviso y que podamos mandarle refuerzos de inmediato.
El teniente tras un estúpido saludo marcial, dirigirle una mirada suspicaz y apretar los dientes, salió disparado a desempeñar las órdenes del Argbath Malakhias sin demora. Siempre tan diligente y presto. Así era el teniente Mashba, un tipo eficiente. O al menos así lo recordaba el cerebro prestado del capitán Ashrans. ¿Cuánta fidelidad podían profesar los ignorantes de los humanos hacia otro de sus semejantes? Se preguntó, mientras veía como el resto de los soldados que lo rodeaban partían detrás de él.
En fin. Acababa de confesarles que el hijo del gobernador (o sea, su señor), era el causante del estropicio que se apreciaba en las dos salas. Les contó como se había aliado con una secta de adoradores para poder deponer a su padre y al resto de miembros de la Shákta del poder. Le explicó que en esos mismos instantes estaban atacando la ciudad para lograr hacerse con ella. ¿Y cómo se comportaban ellos? Pues como cabría esperar de una panda de simios sin raciocinio. Balaban sin comprender nada.
Casi estaba tentado de contarles la verdad solo para ver sus expresiones de terror, pero de esa manera al final aguaría la fiesta.
Su misión era muy clara, el muchacho tenía que morir sin más dilación. De una manera o de otra debía desaparecer antes de que ciertos indeseables lograsen dar con él. Era necesario que nadie despertara lo que dormía en su interior. Como sin duda los idiotas que había enviado para tal función estaban muertos o incapacitados, bien podía usar ese ardid para que lo capturasen y acabar él mismo con el trabajo. Sí uno quería que las cosas se hicieran bien, tenía que hacerlas por sí mismo. Llevaban dos décadas sin tener otra oportunidad para poder volver al orden natural de las cosas. Nunca tendrían que haber sido exiliados a esa poza inmunda por esa especie frágil y decadente como era el ser humano. Eran de una casta superior. Así que esperaron pacientemente a que la avaricia y las tentaciones que solían mover a aquellas cucarachas lo llevasen a abrir las puertas de la Sima de nuevo.
Advirtió que El Argbath Malakhias seguía mirándolo como si quisiera desintegrarlo con la mirada. Ahora prácticamente se habían quedado solos en la sala de torturas (Si no contabas los cuerpos mutilados y desjarretados de los miembros de Consejo que aún se desangraban en ella, claro). Parecía que el hombre tuviera intención de decir algo cuando de pronto, sin previo aviso, las campanas comenzaron a sonar a rebato.
El comandante tras farfullar algo salió hecho un basilisco del lugar, mientras el capitán Ashrans complacido, lo seguía unos pasos por detrás de él. Una media sonrisa rielaba sin amago en su expresión.
La fiesta acababa de comenzar.
CONTINUARA...
EN BOCA DE LOBO (Parte 2)
―Esto podría considerarse una herejía ―Siseó el Argbath Malakhias tras escuchar lo sucedido de sus propios labios. El tono seco de voz habría logrado partir piedras. Después de dedicar unos instantes a contemplar la sangrienta escena con una expresión indescifrable, se giró y lo fulminó con una mirada que distaba de ser cordial. ―Capitán Ashrans, ¿Está completamente seguro de que lo afirma? ―Insistió sin dejar de taladrarlo con aquellos grandes ojos coronados por unas tupidas cejas blancas. ―¿Está completamente seguro de que esas fueron sus palabras exactas?
Seguían en la sala donde se encontraba el cuerpo (ya vacío) del Gobernador Eriast, apoyado en una de las paredes, con su barbilla descansando en su pecho inmóvil. Su piel había perdido todo rastro de pigmento, comenzando a tornarse cetrina. Un ingente grupo de guardias saturaban la pequeña sala contemplando aquel horror en mudo silencio. Banas eran las palabras. El cuerpo del gigante encapuchado reposaba sobre la sopa roja que había brotado de la enorme herida de su panza, más sus vísceras estaban amontonadas justo enfrente de él en un amasijo rojo carmesí. El Electo Serkussac parecía un cascarón vacío medio carcomido, tirado acartonado a un costado. En realidad estaba literalmente vacío, concluyó. El olor a sangre, heces y efluvios corporales empapaba el aire por completo.
―Estoy completamente seguro, señor. Eso fue lo último que me dijo ―Contestó tragando saliva mientras componía una expresión que pretendía ser, entre seria y compungida por no haber podido hacer nada por su gobernador.
Todo teatro, por supuesto.
Muchos de los presentes rezongaron al oír la ‹‹historia›› completa. Resoplaron y farfullaron por igual al intentar digerir la noticia con el aplomo que debería caracterizar a unos guardias como ellos. Se preguntó qué mil y una sandeces se les podría estar pasando en aquellos instantes por sus atribuladas conciencias. Se abstuvo de sonreír de gozo por consideración. ¿Era así de sencillo engañar a los ignorantes de los humanos? ¿Tan maleables eran que podía volverlos a unos contra otros con tanta simplicidad? Había resultado tan fácil como robarle un caramelo a un niño que le faltasen varios dedos de la mano. Unas cuantas muecas contritas por aquí, sazonadas con unas pocas palabras cargadas de falso honor por allá, a alguna maldición mal contenida y, aquella carnicería había redundado en su beneficio. Inaudito pero cierto.
¡Los muy cretinos se lo habían tragado sin más!
La expresión del Argbath por el contrario parecía esculpida en piedra. Había recibido la información, la había procesado, masticándola con tiento, y ni un solo musculo de su rostro se había movido ni un ápice. No parecía un tipo sencillo de engatusar. El Argbath Malakhia era un hombre entrado en años, con una constitución realmente considerable para alguien de su edad. Al igual que de considerablemente prominente era el vientre que sujetaba el cinto de cuero engalanado con remaches dorados que se cernía a su gruesa cintura. Sus fuertes brazos estaban surcados de cicatrices de antiguas escaramuzas que no mostraban la misma tibieza que se insinuaba en su abdomen. A pesar de su avanzada edad, seguía siendo un guerrero formidable. Uno de los contados humanos con los que era mejor no cruzarse en su camino, so pena de acabar descabezado.
Transcurrieron unos pocos segundos antes de que el viejo guerrero se pronunciara con voz grave.
―Teniente Mashba.
―¿Si mi comandante? ―Respondió solícito este.
No le habían pasado desapercibidas las miradas inquisitivas que el teniente le estuvo lanzando antes de la interrupción del comandante Mlakhias. Con toda probabilidad, seguía sin tenerlas todas consigo después de las vagas explicaciones que le había proporcionado ‹‹su capitán››. Debía resultarle todo demasiado extraño e inverosímil como para lograr decidir si debía contradecir las palabras de su superior, o por el contrario permanecer callado. Por su expresión dubitativa, no le cabía duda de que seguía manteniendo cierto punto de recelo con respecto a él. Tarde o temprano debería considerar deshacerse del servicial teniente Mashba, pero entre tanto.
―Tome un par de patrullas y vaya a verificar si realmente estamos siendo asaltados como afirma aquí el capitán Ashrans. ―Le ordenó el Argbath al teniente masticando cada una de las palabras como si le supieran a estiércol. Probablemente así se sentía al pronunciarlas. Por los recuerdos que retenía, el capitán no era santo de su devoción precisamente. ―Espero que esté equivocado capitán, ya que es una acusación muy grave la que está haciendo. ―Le dijo dirigiéndose una mirada acerada que habría derretido estatuas. ¿Qué diablos le habría hecho el infeliz del capitán para que el Argbath le tuviera tanta ojeriza? Por lo que sabía el tipo había sido ejemplar en todos los sentidos. Puro como agua de cántaro, ‹‹Honrado››. De allí que decidiera apoderarse de su cuerpo en particular. ¿Sería la insana envidia o algo más? Malakhias volvió a volcar su atención su en el teniente Mashba. ―De ser cierta tal información, disponga rápidamente de un correo para ponernos sobre aviso y que podamos mandarle refuerzos de inmediato.
El teniente tras un estúpido saludo marcial, dirigirle una mirada suspicaz y apretar los dientes, salió disparado a desempeñar las órdenes del Argbath Malakhias sin demora. Siempre tan diligente y presto. Así era el teniente Mashba, un tipo eficiente. O al menos así lo recordaba el cerebro prestado del capitán Ashrans. ¿Cuánta fidelidad podían profesar los ignorantes de los humanos hacia otro de sus semejantes? Se preguntó, mientras veía como el resto de los soldados que lo rodeaban partían detrás de él.
En fin. Acababa de confesarles que el hijo del gobernador (o sea, su señor), era el causante del estropicio que se apreciaba en las dos salas. Les contó como se había aliado con una secta de adoradores para poder deponer a su padre y al resto de miembros de la Shákta del poder. Le explicó que en esos mismos instantes estaban atacando la ciudad para lograr hacerse con ella. ¿Y cómo se comportaban ellos? Pues como cabría esperar de una panda de simios sin raciocinio. Balaban sin comprender nada.
Casi estaba tentado de contarles la verdad solo para ver sus expresiones de terror, pero de esa manera al final aguaría la fiesta.
Su misión era muy clara, el muchacho tenía que morir sin más dilación. De una manera o de otra debía desaparecer antes de que ciertos indeseables lograsen dar con él. Era necesario que nadie despertara lo que dormía en su interior. Como sin duda los idiotas que había enviado para tal función estaban muertos o incapacitados, bien podía usar ese ardid para que lo capturasen y acabar él mismo con el trabajo. Sí uno quería que las cosas se hicieran bien, tenía que hacerlas por sí mismo. Llevaban dos décadas sin tener otra oportunidad para poder volver al orden natural de las cosas. Nunca tendrían que haber sido exiliados a esa poza inmunda por esa especie frágil y decadente como era el ser humano. Eran de una casta superior. Así que esperaron pacientemente a que la avaricia y las tentaciones que solían mover a aquellas cucarachas lo llevasen a abrir las puertas de la Sima de nuevo.
Advirtió que El Argbath Malakhias seguía mirándolo como si quisiera desintegrarlo con la mirada. Ahora prácticamente se habían quedado solos en la sala de torturas (Si no contabas los cuerpos mutilados y desjarretados de los miembros de Consejo que aún se desangraban en ella, claro). Parecía que el hombre tuviera intención de decir algo cuando de pronto, sin previo aviso, las campanas comenzaron a sonar a rebato.
El comandante tras farfullar algo salió hecho un basilisco del lugar, mientras el capitán Ashrans complacido, lo seguía unos pasos por detrás de él. Una media sonrisa rielaba sin amago en su expresión.
La fiesta acababa de comenzar.
CONTINUARA...
Ven, ven, quienquiera que seas;
Seas infiel, idólatra o pagano, ven
ESTE no es un lugar de desesperación
Incluso si has roto tus votos cientos de veces, aún ven!
(Yalal Ad-Din Muhammad Rumi)