11/02/2015 10:48 AM
Junta Extraordinaria (Parte uno)
Estaban en una sala circular de tamaño más bien pequeño, sentados frente a una amplia mesa de madera de nogal, con un tallado tan elaborado que parecía cobrar vida propia. En esta se representaba a un halcón parado encima de un obelisco de un enorme bastión, bajo su ala izquierda lucia un radiante sol y bajo la de la derecha posaba una luna en cuarto creciente; dualidades que servían a un mismo propósito desde el principio de las eras. El cernícalo parecía estar examinándolos a todos a su vez.
Y no le extrañaba en absoluto.
Contempló bajo la rutilante luz de las velas a los reunidos en torno a la mesa, percibió que no destacaba ni la paciencia ni él sosiego en ninguno de ellos, pero sí un lúgubre mutismo que espesaba el aire y le hacía erizar la piel. La inquietud era más que patente, la turbación se intensificaba con cada exhalación, mientras la solemnidad era relegada a un segundo plano. Concluyó que de poco le iban servir unas cuantas palabras tranquilizadoras para rebajar la tensión reinante, conseguirlo iba a ser todo un reto para él. La aflicción, la duda y la conmoción general, era francamente manifiestas.
La Suma Sacerdotisa Nora removía con inquietud las manos sobre la superficie de la mesa, a la par que murmuraba oraciones que solo eran inteligibles para sí. Los gemelos Pashur no parecían especialmente agitados, bisbiseaban mientras miraban hacia ambos lados con circunspección. Maisade estaba completamente absorta manipulando una larga pipa con manos temblonas, pronto un espeso humo blanco ascendió de ella impregnando el aire con el característico aroma de los opiáceos. Su sobrino Cazaire estaba rígido como un palo, pálido como la leche, y no había ni asomo de su habitual aire altanero del que tanto hacia gala en público. Una mueca desapacible le ensombrecía la expresión mientras sudaba a mares; muy a pesar de que no era una noche precisamente calurosa aquella. El Tesorero Mashema se repantingaba en su sitial con las manos apoyadas en su prominente barriga, sus bulbosas papadas se sacudían con cada giro de su adiposa testa, mientras lanzaba miradas vacuas con ojos de pez muerto hacia ambos lados de la mesa. El Consejero Madrag (fiel amigo de su niñez) apretaba los dientes hasta hacerlos rechinar, su parpado izquierdo sufría los espasmos de un tic nervioso al ver aquel panorama. A su vez, el Magister Depraba, igual de cadavérico que de costumbre, posaba meditabundo y sumido en un sorprendente letargo.
Un aire muy esperanzador, pensó con acritud.
―Camaradas ―dijo reclamando la atención de sus cofrades con un tono aparentemente casual, aunque no exento de autoridad mientras se ponía cansadamente en pie. ―, me gustaría que me presten atención por unos instantes. ―Estos sacados del ensimismamiento asintieron, no obstante cada cual lo hizo a su particular manera. ―No podemos esperar más. A pesar de que me gustaría que nos hallásemos todos presentes antes de dar comienzo con la sesión, los acontecimientos reclaman una urgente presteza por nuestra parte. Sugiero que comencemos sin más dilación. Ya ponderemos en antecedentes a nuestro querido hermano El…
De pronto un fuerte chasquido se escuchó en un lateral de la cámara, interrumpiendo su oratoria en seco. Lo siguió una leve sacudida en el suelo que hizo vibrar el entarimado bajo sus pies. Eriast contempló como la sala comenzaba a girar alrededor suyo, junto a los cuadros, mosaicos y tapices que adornaban las paredes del lugar. Una puerta oculta apareció detrás de un baldaquín de color morado. La puerta se abrió con un agudo quejido y por ella entró el Electo Cahsk; con el sempiterno aspecto desaseado y su inconfundible discordancia al andar. El sahumerio a coñac lo precedía. Lo cual no debería sorprenderle ya.
―¡Que la Luz de Sansemar nos ilumine en estos días! ―Soltó tal cual. Como si estuviera en una de esas veraniegas jornadas de alocución en la sacristía y no en un consejo cerrado reunido de urgencia porqué su Ciudad-Estado había sufrido un golpe sin precedentes. Los miró con una de esas caras que querían decir ≤≤ Soy un mentiroso patológico sin igual ≥≥ para luego proseguir sin más. ―Les pido que me excusen por la demora, pero apremiantes razones me han retenido más de lo debido.
Aquel trasunto representativo de demagogia barata, le granjeó variadas reacciones por parte de los restantes miembros de consejo, que conocían a la perfección que ≤razones≥ le habían retenido en realidad. Expresiones duras como guijarros se posaron sobre él, siguieron gruñidos, maldiciones y algún que otro suspiro ocasional. Vamos, lo que era de esperar.
Eriast dio dos fuertes palmadas con las manos para recuperar la atención de la sala antes de continuar.
―Bien ―declaró, a la par que contemplaba al zigzagueante Electo intentando precariamente incorporarse en su sitial ―, a la vista que ya estamos todos, doy por iniciado este cenáculo de urgencia. ―Su voz grave resonó reverberando en la abovedada cámara. Lo que para él debería haber sido un sentencioso acto ceremonial que se llevaba practicando durante varias eras, fue reemplazado por el complejo estado anímico de su compañía; lo que dejaba mucho que desear. Así que sin más distinción les inquirió. ―Y ahora díganme Caballeros, ¿Quién de ustedes puede decirme qué ha ocurrido realmente en estas últimas semanas? Y espero que no me salten con que ya ha quedado todo aclarado con la moción de esta mañana. ―puntualizó.
―Pues yo pensé que si que había sido así ―retrucó su sobrino Cazaire, al parecer habiendo recuperado un poco de sangre en el rostro, como también su habitual estupidez. ―Si no, ¿Por qué montar un acto público como el de hoy?
Eriast lo contempló durante unos breves segundos. En realidad siempre se había preguntado si su sobrino pretendía tomarle el pelo actuando así, o por el contrario era simplemente tan imbécil como aparentaba. Hacía tiempo que se decantó por la segundo.
―Es evidente que aún hay muchas lagunas en tu aprendizaje, Cazaire. ―Le dijo con un tono casi fraternal. ―Como bien sabrás, es necesario para la ciudad demostrar que el Estado está trabajando para volver a poner las cosas en el sitio que les corresponde, de allí, la moción de esta mañana y sus parcos resultados. Se necesitaba a alguien a quien culpar ≤Un cabeza de turco≥ ¿Entiendes?
―Por supuesto que sí que lo entiendo ―se apresuró a contestar, como si en realidad tuviese la remota idea de por dónde iba la cosa ―, pero yo pensé…
≥≥Este consejo se creó con el fin de buscar más allá de lo que para el resto resulta evidente ―prosiguió como si este no hubiera abierto la boca en ningún momento ―, más allá de lo que para la gente común sería suficiente, más que nada para conocer la simple y llana verdad. ―Termino con un tono cáustico y terminante. Entonces dirigiéndose al resto nuevamente, volvió a inquirir ―Y bien, ¿Nadie puede decir nada que no sepamos hasta ahora?
Transcurrieron algunos segundos sin que nadie se pronunciara.
―Puede que yo disponga de cierta información de especial trascendencia. ―Dijo el Magíster levantándose lentamente de su sitial; su expresión resultaba ser mucho más agorera de lo habitual, lo que no implicaban muy buenos augurios.
Depraba era el noveno miembro del Consejo, a pesar de que nunca se lo había nombrado públicamente en el cargo como tal; detrás de bambalinas era uno más de sus componentes. Recordaba la primera impresión que le causó, no fue precisamente buena. La verdad, decir que su singular catadura no invitaba demasiado a la confidencialidad, seria quedarse corto. Sus rasgos secos, la expresión mortuoria, sus saltones ojos de lechuza que lo observan todo con fruición, aquel insufrible tono de voz que esgrima como un estilete, hacían que uno se sintiese poco empatía hacia él. A pesar de todas sus extravagancias, con el transcurso de tiempo, se vio forzado a cambiar de parecer. ¡Aquel hombre llegaba a aportarle más información que todos los súbditos de su ciudad juntos! Inverosímilmente atesoraba conocimientos de todo tipo, fecha y lugar. Conocía desde los más íntimos secretos de algunos de los más altos miembros de La Ciudadela, hasta los más baladíes chismorreos de mercadillo que rondaban por Los Distritos con regularidad, sin olvidar que también aportaba informes semanales de otras muchas partes del círculo del mundo. En muchos aspectos podría considerársele sus oídos en los Países o Estados vecinos (tanto en los aliados, como en los que pudieran tener intenciones veleidosas para con su ciudad), como sus ojos en los tratados o asuntos comerciales que se llevaban a cabo a miles de leguas de ahí. La intrincada red de contactos, los eficientes torturadores, la ingente cantidad de agentes y asesinos que trabajaban para el Magisterio (y por consiguiente para su ciudad), eran un instrumento útil, versátil y, sin lugar a dudas, eficaz.
―Si logra arrojar algo más de luz sobre el maldito asunto Magíster, no se corte, pues sería toda una proeza en este concreto por su parte.―Le dijo con un deje un tanto irónico en la voz.
No es que fuese su intención zaherir a Depraba, al menos no del todo, pero estaba de un pésimo humor aquel día. Hasta el momento, toda la información de la que disponían (incluida la aportada por Depraba) había resultado ser imprecisa, vaga y sin lugar a dudas poco fehaciente. ¡Necesitaban respuestas y las necesitaban ya! Deseaba fervientemente que el hombre tuviese algún conocimiento nuevo que compartir con ellos.
―A ver, díganos, ¿de qué se trata? Espero ―puntualizó ―, que no sea otra de esas detalladas confesiones conseguidas por las atenciones de alguno de sus prácticos del Magisterio, pues ya sabe que sería una rotunda pérdida de tiempo.
Su protuberante nuez descargó el contenido laringe abajo antes de responder.
―No exactamente mi señor, pero aun y así, no sé ni por donde comenzar.
Aquella franca respuesta hizo que Eriast arqueara las cejas, estaba realmente sorprendido. En toda una década que conocía a aquel hombre, ni una sola vez lo había visto reacio a delectarse en su propia retórica si se le daba la ocasión de hacerlo; era un hecho insólito de ver que no encontrase ≤las palabras≥. Intentó que su regodeo no se le reflejara en su expresión.
―¿Qué tal si empieza por él principio? ―sugirió condescendiente.
―No sé si ese es el problema mi señor. Como ya le he comentado, la información que os traigo es de especial interés, pero no sé como exponerla. Es más que seguro de que transgrede y con mucho a vuestra imaginación y la del resto de la sala. ―Ante la inquisitiva contemplación de todos, el Magister acabó encogiéndose de hombros para luego murmurar.―Espero que después, no me tachéis de majadero.
Madrag resopló con befa.
―Un poquito tarde para eso pienso yo ―retrucó con un tono patente de desdén.
En la sala primó la tensión y el aire se espesó, la crispación iba en aumento mientras ambos probaban con denuedo desintegrarse mutuamente con las miradas, si eso fuera posible claro está.
El silencio se prorrogó durante un espacio de tiempo considerable, haciéndose tan incómodo como unas calzas hechas de lija. No le dejaba de sorprender por muy habitual que fuera, la ojeriza que existía entre aquellos dos.
Por todos era conocido que el Consejero Madrag tenía cierta intolerancia hacia el Magister Depraba, como a alguien que no le sienta bien la leche, le revolvía el estomago. Desde el día que coincidieron muchos años atrás en un mismo salón, que se despreciaban. Por alguna razón que desconocían, Madrag abrigaba aprensión hacia los informadores, recelaba de los de los espías y del Magister Deprava en especial; les guardaba tanto afecto como uno puede tenerle a un forúnculo en el culo. Según sus propias palabras en un momento de privacidad muchos años atrás. ≤≤¿Que pensáis hacer con un chismoso como ese en un circulo con tantas compromisos como el nuestro señor, contarle nuestros más íntimos secretos? ¿De verdad creéis que es muy sensato por vuestra parte? ¡Pero sí salta a la vista que se los venderá al mejor postor a la menor oportunidad que tenga! ≥≥
―Haiga paz hermanos ―intervino de pronto Lhaksim, (el primerizo de los gemelos Pashur) con un tono acariciante como el terciopelo. Era Evidente que había captado el derrotero donde los dirigía aquella conversación y, sabía tan bien como él, que no les beneficiaba en absoluto escuchar las soflamas de aquel par si no querían que esa noche fuese inacabable. ―Mejor enfoquémonos en buscar soluciones para el problema que nos atañe ¿les parece?
―Pienso igual compañeros. ―lo secundó inmediatamente su hermano Ramï, con el mismo sereno tono de voz y una cándida expresión en el rostro. ―Tenemos mucho trabajo, no lo olvidemos. En todo caso ¿Por qué no escuchamos lo que tiene que contarnos el Magister? ―dijo lanzándole una mirada incisiva a este ―Puede que no sea tan rocambolesco como usted piensa.
El tic de Madrag se intensificó, aun que se contuvo de responder.
Eriast contempló la escena sin intervenir. La habilidad dialéctica de su par de diminutos colaboradores no tenía parangón, aunque tampoco es que lo sorprendiera en demasía; ambos tenían una dilatada experiencia en el campo diplomático sobre sus espaldas. En cualquier caso, no era sencillo aplacar la compleja repulsa que se guardaban aquellos dos viejos desabridos.
―Supongo que alguna razón tendréis después de todo. ―Coincidió finalmente con un asentimiento. Madrag estuvo a punto de protestar, aunque una sola mirada suya bastó para hacerlo desistir. No tenían mucho más tiempo que perder. La ciudad no se lo podía permitir. ― Le escuchamos Magister, cuéntenos las nuevas que nos trae.
Depraba le lanzó una última mirada cargada de desprecio al Consejero Madrag, el cual se la devolvió con la misma sintonía. Luego el Magister desvió la vista mientras se atusaba las ropas, a la par que se humedecía los labios. Probablemente estaba poniendo en orden sus ideas antes de comenzar.
―Bueno, como bien sabéis, la ciudad ha sufrido lo indecible durante estas últimas semanas. Los inesperados acontecimientos que han sacudido tanto a la población como al resto de nosotros, tienen un solo punto de origen ―miró dubitativo a cada uno de ellos, como si fuera reticente a continuar, aunque después de apretar fuerte su cenceña quijada y apretar los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos, arrancó con determinación.―Se me eriza la piel al deciros que es posible que haya reaparecido un mal antiguo, oscuro y olvidado hace muchas eras atrás. Un horror que nuestros antepasados dejaron morir en sus memorias por temor a recordar. Este arcaico y perverso mal, cuyo dogma es la sangre y el sufrimiento, ha regresado para sumir el mundo que conocemos en el más completo y absoluto caos.
Todos se lo quedaron mirando, cada cual más sorprendido que el anterior.
¿De qué diablos estaba hablando el Magister? Se suponía que de lo que trataba aquella sesión era de determinar cuáles habían sido las causas de que todos aquellos Electos (portadores de la palabra de Sansemar), hubiesen decidido agitar a la plebe para montar en cólera e incitarlos a destruir su propia ciudad. Todos eran conscientes de que el aludir ese comportamiento a la ambición de proclamarse Amir de Adassaya y poseer el Báculo, era tan solo una breva para calmar los ánimos de sus conciudadanos. La realidad es que no sabían que había causado esa reacción en los Electos, ni porque habían tenido tanta influencia con la plebe para organizar aquella pequeña revolución, mucho menos sabían como lo habían logrado sin que ellos se hubiesen percatado hasta que ya fue demasiado tarde.
Miró seriamente a los ojos del Magister, este le aguantó resueltamente la mirada. No parecía estar bromeando en absoluto. La verdad es que no sabía cómo contestar a aquello. Simplemente dijo.
―Creo que no le sigo Magister.
―Yo tampoco creo haberle entendido muy bien. ―Coincidió el orondo Mashema con su habitual átono tono de voz ―Discúlpeme si soy algo escéptico señor Solasous, y espero que no se ofenda, pero lo que nos acaba de exponer, bien podría haberlo predicho alguno de los muchos lunáticos que se suben a los atriles de La Plaza del Monumento visionando apocalípticos acontecimientos que están por suceder. ¿Quizás si matizase un poco más?
Depraba entornó los ojos fulminando al tesorero Mashema, evidentemente ofendido. Este en todo caso no se amedrentó, y siguió contemplándolo con sus ojos de pez muerto.
―Por supuesto que puedo ser más explicito. Estoy tratando de decir que adalides del Sin Rostro caminan de nuevo entre nosotros.―replicó el Magister torciendo el gesto en una mueca mordaz. ―¿Le parece lo suficientemente explicito señor Masehema?
La sala quedó en el más completo, tenso y ominoso de los silencios. La camarilla se quedó helada, mirando unos a otros boquiabiertos sin poder emitir sonido alguno. Paradójicamente fue la tácita Nora quien rompió aquel estado de confusión.
―¿Te refieres a los apóstoles del Condenado? ―Preguntó algo alterada y con la voz trémula. A pesar del Hijab que cubría sus facciones, claramente se insinuaba en su expresión una mueca del más visceral terror; sus ojos estaban abiertos como platos.
―Efectivamente.―Asintió con el gesto serio Depraba. ― El Sin Rostro, El Innombrable, El Condenado o El Traidor, se lo conoce por muchos nombres en distintos lugares o culturas del círculo del mundo. Aunque lo más importante es lo que representa el advenimiento de sus doce apóstoles.
―La muerte ―murmuró tajante la sacerdotisa Nora, aunque sin salir de su estado de estupor. El eco de aquella única palabra quedó suspendida en el nuevo silencio que siguió.
―¿De dónde ha sacado tal fábula Magister? ―intervino divertido su sobrino Cazaire, el cual, probablemente, intentaba quitarle hierro al asunto. ―Todo el mundo sabe que El Innombrable, El Sin Rostro o como os guste de llamarlo, no es más que un invento que los mayores usan para asustar a los mocosos que se portan mal.
Eriast había escuchado relatos cuando aún era un jovenzuelo de tiempos oscuros acontecidos muchos siglos atrás. Sabía que su sobrino se equivocaba de cabo a rabo, aunque no creyó que sacarlo de su error a aquellas alturas sirviese de mucho. Cuando tuvo edad y el cargo así lo permitió, tuvo acceso a los tomos que se guardaban en secreto en El Archivo Cerrado de Palacio. Estos describían años de horror y de matanzas que ocurrían a plena luz del día, de infinidad de atrocidades cometidas por impíos demonios surgidos de las más ponzoñosas capas del averno. Muchas fueron las aldeas arrasadas, y muchos los Estados derrocados que precedieron a aquel horror. Siguieron largos períodos de hambruna, miedo, enfermedad y dolor. La sangre de los inocentes fue derramada en nombre del Innombrable durante aquella era, el Traidor caminó entre los vivos.
¡Que Sansemar nos coja protegidos!
―¿De dónde ha conseguido tal información Magister? ―Preguntó de pronto Maisadé con interés, al parecer, el efecto de los opiáceos le habían devuelto su resuelta serenidad.―No es un tema de coloquio muy habitual, coincidirá conmigo.
―Sin duda que no lo es. ―afirmo vehemente. ―De allí mi poca inclinación a tratar el tema abiertamente. Supongo que entienden mis reticencias En cuanto donde he conseguido la información, digamos que a uno de nuestros reos se le ha soltado la lengua en las últimas horas.
―¿Y este es? ―insistió impaciente Eriast.
―El Electo Sercussak, mi señor.
En la sala nuevamente destacó el silencio. ¿El Electo Sercussak? Todos los allí presentes quedaron sorprendidos ante aquella declaración. Hasta hacia bien poco, el Electo Sercussak había sido una de las figuras más beatificas de la nación. Si ya era chocante de por sí saber, que uno de los mayores instigadores de las revueltas había sido aquel hombre, más sorprendente era aún conocer que también se refocilaba adorando dioses oscuros contrarios al culto del que él formaba parte importante.
―Yo alucino. ¿De verdad os creéis un testimonio con tan poco fundamento? ―Insistió de nuevo Cazaire, interpelando tanto al Magister como al resto de la cámara incrédulo. Miró en torno suyo y contempló las expresiones meditabundas de los demás.―¡Por el amor de los dioses! Pero si ese hombre hasta diría que el mismísimo Sansemar se le apareció en persona para pedirle que incitara a la plebe a incendiar nuestra ciudad.
―Mira muchacho, quiero creer que eres demasiado joven e… inconsciente para saber de lo que estoy hablando y las implicaciones que tiene lo que os acabo de contar, pero estoy seguro que muchos de los de aquí presentes saben de a qué me refiero. ―Retrucó mientras se apoyaba firmemente en la mesa de nogal encarándose a su sobrino con un gesto agrio como la hiel. ―Ahora que una cosa sí que te puedo garantizar, cuando me propongo obtener información de alguien en concreto, no me conformo con lo primero que me cuentan, te lo puedo asegurar. Por tanto afirmo que el Electo Serkussak no miente.
Madrag resopló ante aquel último comentario.
Puede que en muchos aspectos Depraba lo irritaba como un sarpullido en la piel que no dejaba de picar en una zona de muy difícil acceso, pero sabía a ciencia cierta que cuando aquel hombre de rasgos secos y rostro apiñado afirmaba algo con tanta vehemencia, es que debía de ser cierto. Lo que le dio bastante en lo que pensar.
Si las pesquisas del Magister no estaban erradas, realmente tenían un grave problema que no iba a ser sencillo de solucionar. Los doce Apóstoles… solo de pensarlo se le erizaba el vello de las axilas.
―Cuéntanos lo que ha descubierto Magister.―Inquirió Eriast cada vez más inclinado en su asiento, cada vez más inquieto. No era precisamente el asunto que pensaba que se iba a discutir aquel día, pero dadas las terribles nuevas, debía conocer más detalles sin demora.
―Un pequeño ejército de herejes amantes de dicha deidad se ha estado reuniendo cerca de los campos Meliséos del Karkuc. Por lo que le he podido sacarle a Sercussak, uno de los Apóstoles ha aparecido para guiar a sus fieles esbirros a la conquista de estas tierras para el retorno de su dios.―a medida que se iba desgranando el informe de Madrag, los ojos de la compañía se fueron dilatando hasta casi estallar.―Aún no son una gran compañía, pero por lo que se me ha dado a entender, a cada día que pasa sus filas van engrosando más y más.
―¡Por el Sol y La Luna! ¿Y cómo es que no nos ha contado nada de esto hasta ahora? ―Prorrumpió con tono acusador Madrag.
―Simplemente porque hasta misma mañana desconocía todo lo que os acabo de contar.―Contestó inmutable Depraba. ―Siempre hemos sabido de la existencia de tales adoradores del Innombrable, pero siempre han estado escondidos y esparcidos en pequeños grupos por todo el territorio Estatal, pasando desapercibidos para cualquier mirada ajena… Hasta ahora.
Eriast recibió la noticia como si le hubieran dado una puñalada en plenas tripas. Era mucho más terrible de lo que imaginaba. A pesar de que todo lo que tuviese que ver con ese Ser o con sus adoradores ya fuese de por sí suficiente inquietante, el añadido de un pequeño ejército…
―Sigue quedando una cuestión que no me ha quedado clara.―dijo al rato Mashema sacándolo de sus magras reflexiones.―Acaba de decir que uno de sus adalides ha aparecido para guiar a esos descerebrados barbaros a la conquista de nuestras tierras ¿Tenemos alguna información sobre quién de ellos puede ser? Y más importante aún, ¿Cómo diablos ha conseguido que esa chusma salga de sus escondrijos y se organice precisamente ahora?
Lo mismo se estaba preguntando él.
―He de admitir que no he podido sacarle mucho más. ―repuso mientras se encogía de hombros.
―¿Y cómo puede estar tan seguro de que la información sea cierta? ―preguntó Maisade.―A fin de cuentas suena todo muy surrealista. Casi empiezo a coincidir aquí con nuestro joven Cazaire. ―dijo señalando a su sobrino.―El Electo Sercussak podría inventarse cualquier historia con tal de salvar su pescuezo.
―Esa teoría me parece más realista Magister. ―Indicó Lahkssim con un gesto de disculpa en la expresión.―Un hombre acorralado es capaz de todo.
―Y más un hombre con la posición que ostentaba él. ―Puntualizó Rumï.
Depraba los fue mirando consecutivamente mientras todo su cuerpo, era agitado por una incontrolable rabia. Su lacio pelo se encrespó, sus nudillos lucían blancos al apretar sus puños a sus costados.
―¡Os digo que Sercussak no miente! ―chilló con tal estridencia, que si la cámara hubiese contado con vidrieras, a esas alturas estarían hechas añicos.―Será mejor que me acompañéis al Magisterio y lo veáis con vuestros propios ojos. Estoy seguro que entonces no habrá dudas.
Se levantó y salió de la cámara echando humo por los ollares mientras el resto lo contemplaban patidifusos.
Estaban en una sala circular de tamaño más bien pequeño, sentados frente a una amplia mesa de madera de nogal, con un tallado tan elaborado que parecía cobrar vida propia. En esta se representaba a un halcón parado encima de un obelisco de un enorme bastión, bajo su ala izquierda lucia un radiante sol y bajo la de la derecha posaba una luna en cuarto creciente; dualidades que servían a un mismo propósito desde el principio de las eras. El cernícalo parecía estar examinándolos a todos a su vez.
Y no le extrañaba en absoluto.
Contempló bajo la rutilante luz de las velas a los reunidos en torno a la mesa, percibió que no destacaba ni la paciencia ni él sosiego en ninguno de ellos, pero sí un lúgubre mutismo que espesaba el aire y le hacía erizar la piel. La inquietud era más que patente, la turbación se intensificaba con cada exhalación, mientras la solemnidad era relegada a un segundo plano. Concluyó que de poco le iban servir unas cuantas palabras tranquilizadoras para rebajar la tensión reinante, conseguirlo iba a ser todo un reto para él. La aflicción, la duda y la conmoción general, era francamente manifiestas.
La Suma Sacerdotisa Nora removía con inquietud las manos sobre la superficie de la mesa, a la par que murmuraba oraciones que solo eran inteligibles para sí. Los gemelos Pashur no parecían especialmente agitados, bisbiseaban mientras miraban hacia ambos lados con circunspección. Maisade estaba completamente absorta manipulando una larga pipa con manos temblonas, pronto un espeso humo blanco ascendió de ella impregnando el aire con el característico aroma de los opiáceos. Su sobrino Cazaire estaba rígido como un palo, pálido como la leche, y no había ni asomo de su habitual aire altanero del que tanto hacia gala en público. Una mueca desapacible le ensombrecía la expresión mientras sudaba a mares; muy a pesar de que no era una noche precisamente calurosa aquella. El Tesorero Mashema se repantingaba en su sitial con las manos apoyadas en su prominente barriga, sus bulbosas papadas se sacudían con cada giro de su adiposa testa, mientras lanzaba miradas vacuas con ojos de pez muerto hacia ambos lados de la mesa. El Consejero Madrag (fiel amigo de su niñez) apretaba los dientes hasta hacerlos rechinar, su parpado izquierdo sufría los espasmos de un tic nervioso al ver aquel panorama. A su vez, el Magister Depraba, igual de cadavérico que de costumbre, posaba meditabundo y sumido en un sorprendente letargo.
Un aire muy esperanzador, pensó con acritud.
―Camaradas ―dijo reclamando la atención de sus cofrades con un tono aparentemente casual, aunque no exento de autoridad mientras se ponía cansadamente en pie. ―, me gustaría que me presten atención por unos instantes. ―Estos sacados del ensimismamiento asintieron, no obstante cada cual lo hizo a su particular manera. ―No podemos esperar más. A pesar de que me gustaría que nos hallásemos todos presentes antes de dar comienzo con la sesión, los acontecimientos reclaman una urgente presteza por nuestra parte. Sugiero que comencemos sin más dilación. Ya ponderemos en antecedentes a nuestro querido hermano El…
De pronto un fuerte chasquido se escuchó en un lateral de la cámara, interrumpiendo su oratoria en seco. Lo siguió una leve sacudida en el suelo que hizo vibrar el entarimado bajo sus pies. Eriast contempló como la sala comenzaba a girar alrededor suyo, junto a los cuadros, mosaicos y tapices que adornaban las paredes del lugar. Una puerta oculta apareció detrás de un baldaquín de color morado. La puerta se abrió con un agudo quejido y por ella entró el Electo Cahsk; con el sempiterno aspecto desaseado y su inconfundible discordancia al andar. El sahumerio a coñac lo precedía. Lo cual no debería sorprenderle ya.
―¡Que la Luz de Sansemar nos ilumine en estos días! ―Soltó tal cual. Como si estuviera en una de esas veraniegas jornadas de alocución en la sacristía y no en un consejo cerrado reunido de urgencia porqué su Ciudad-Estado había sufrido un golpe sin precedentes. Los miró con una de esas caras que querían decir ≤≤ Soy un mentiroso patológico sin igual ≥≥ para luego proseguir sin más. ―Les pido que me excusen por la demora, pero apremiantes razones me han retenido más de lo debido.
Aquel trasunto representativo de demagogia barata, le granjeó variadas reacciones por parte de los restantes miembros de consejo, que conocían a la perfección que ≤razones≥ le habían retenido en realidad. Expresiones duras como guijarros se posaron sobre él, siguieron gruñidos, maldiciones y algún que otro suspiro ocasional. Vamos, lo que era de esperar.
Eriast dio dos fuertes palmadas con las manos para recuperar la atención de la sala antes de continuar.
―Bien ―declaró, a la par que contemplaba al zigzagueante Electo intentando precariamente incorporarse en su sitial ―, a la vista que ya estamos todos, doy por iniciado este cenáculo de urgencia. ―Su voz grave resonó reverberando en la abovedada cámara. Lo que para él debería haber sido un sentencioso acto ceremonial que se llevaba practicando durante varias eras, fue reemplazado por el complejo estado anímico de su compañía; lo que dejaba mucho que desear. Así que sin más distinción les inquirió. ―Y ahora díganme Caballeros, ¿Quién de ustedes puede decirme qué ha ocurrido realmente en estas últimas semanas? Y espero que no me salten con que ya ha quedado todo aclarado con la moción de esta mañana. ―puntualizó.
―Pues yo pensé que si que había sido así ―retrucó su sobrino Cazaire, al parecer habiendo recuperado un poco de sangre en el rostro, como también su habitual estupidez. ―Si no, ¿Por qué montar un acto público como el de hoy?
Eriast lo contempló durante unos breves segundos. En realidad siempre se había preguntado si su sobrino pretendía tomarle el pelo actuando así, o por el contrario era simplemente tan imbécil como aparentaba. Hacía tiempo que se decantó por la segundo.
―Es evidente que aún hay muchas lagunas en tu aprendizaje, Cazaire. ―Le dijo con un tono casi fraternal. ―Como bien sabrás, es necesario para la ciudad demostrar que el Estado está trabajando para volver a poner las cosas en el sitio que les corresponde, de allí, la moción de esta mañana y sus parcos resultados. Se necesitaba a alguien a quien culpar ≤Un cabeza de turco≥ ¿Entiendes?
―Por supuesto que sí que lo entiendo ―se apresuró a contestar, como si en realidad tuviese la remota idea de por dónde iba la cosa ―, pero yo pensé…
≥≥Este consejo se creó con el fin de buscar más allá de lo que para el resto resulta evidente ―prosiguió como si este no hubiera abierto la boca en ningún momento ―, más allá de lo que para la gente común sería suficiente, más que nada para conocer la simple y llana verdad. ―Termino con un tono cáustico y terminante. Entonces dirigiéndose al resto nuevamente, volvió a inquirir ―Y bien, ¿Nadie puede decir nada que no sepamos hasta ahora?
Transcurrieron algunos segundos sin que nadie se pronunciara.
―Puede que yo disponga de cierta información de especial trascendencia. ―Dijo el Magíster levantándose lentamente de su sitial; su expresión resultaba ser mucho más agorera de lo habitual, lo que no implicaban muy buenos augurios.
Depraba era el noveno miembro del Consejo, a pesar de que nunca se lo había nombrado públicamente en el cargo como tal; detrás de bambalinas era uno más de sus componentes. Recordaba la primera impresión que le causó, no fue precisamente buena. La verdad, decir que su singular catadura no invitaba demasiado a la confidencialidad, seria quedarse corto. Sus rasgos secos, la expresión mortuoria, sus saltones ojos de lechuza que lo observan todo con fruición, aquel insufrible tono de voz que esgrima como un estilete, hacían que uno se sintiese poco empatía hacia él. A pesar de todas sus extravagancias, con el transcurso de tiempo, se vio forzado a cambiar de parecer. ¡Aquel hombre llegaba a aportarle más información que todos los súbditos de su ciudad juntos! Inverosímilmente atesoraba conocimientos de todo tipo, fecha y lugar. Conocía desde los más íntimos secretos de algunos de los más altos miembros de La Ciudadela, hasta los más baladíes chismorreos de mercadillo que rondaban por Los Distritos con regularidad, sin olvidar que también aportaba informes semanales de otras muchas partes del círculo del mundo. En muchos aspectos podría considerársele sus oídos en los Países o Estados vecinos (tanto en los aliados, como en los que pudieran tener intenciones veleidosas para con su ciudad), como sus ojos en los tratados o asuntos comerciales que se llevaban a cabo a miles de leguas de ahí. La intrincada red de contactos, los eficientes torturadores, la ingente cantidad de agentes y asesinos que trabajaban para el Magisterio (y por consiguiente para su ciudad), eran un instrumento útil, versátil y, sin lugar a dudas, eficaz.
―Si logra arrojar algo más de luz sobre el maldito asunto Magíster, no se corte, pues sería toda una proeza en este concreto por su parte.―Le dijo con un deje un tanto irónico en la voz.
No es que fuese su intención zaherir a Depraba, al menos no del todo, pero estaba de un pésimo humor aquel día. Hasta el momento, toda la información de la que disponían (incluida la aportada por Depraba) había resultado ser imprecisa, vaga y sin lugar a dudas poco fehaciente. ¡Necesitaban respuestas y las necesitaban ya! Deseaba fervientemente que el hombre tuviese algún conocimiento nuevo que compartir con ellos.
―A ver, díganos, ¿de qué se trata? Espero ―puntualizó ―, que no sea otra de esas detalladas confesiones conseguidas por las atenciones de alguno de sus prácticos del Magisterio, pues ya sabe que sería una rotunda pérdida de tiempo.
Su protuberante nuez descargó el contenido laringe abajo antes de responder.
―No exactamente mi señor, pero aun y así, no sé ni por donde comenzar.
Aquella franca respuesta hizo que Eriast arqueara las cejas, estaba realmente sorprendido. En toda una década que conocía a aquel hombre, ni una sola vez lo había visto reacio a delectarse en su propia retórica si se le daba la ocasión de hacerlo; era un hecho insólito de ver que no encontrase ≤las palabras≥. Intentó que su regodeo no se le reflejara en su expresión.
―¿Qué tal si empieza por él principio? ―sugirió condescendiente.
―No sé si ese es el problema mi señor. Como ya le he comentado, la información que os traigo es de especial interés, pero no sé como exponerla. Es más que seguro de que transgrede y con mucho a vuestra imaginación y la del resto de la sala. ―Ante la inquisitiva contemplación de todos, el Magister acabó encogiéndose de hombros para luego murmurar.―Espero que después, no me tachéis de majadero.
Madrag resopló con befa.
―Un poquito tarde para eso pienso yo ―retrucó con un tono patente de desdén.
En la sala primó la tensión y el aire se espesó, la crispación iba en aumento mientras ambos probaban con denuedo desintegrarse mutuamente con las miradas, si eso fuera posible claro está.
El silencio se prorrogó durante un espacio de tiempo considerable, haciéndose tan incómodo como unas calzas hechas de lija. No le dejaba de sorprender por muy habitual que fuera, la ojeriza que existía entre aquellos dos.
Por todos era conocido que el Consejero Madrag tenía cierta intolerancia hacia el Magister Depraba, como a alguien que no le sienta bien la leche, le revolvía el estomago. Desde el día que coincidieron muchos años atrás en un mismo salón, que se despreciaban. Por alguna razón que desconocían, Madrag abrigaba aprensión hacia los informadores, recelaba de los de los espías y del Magister Deprava en especial; les guardaba tanto afecto como uno puede tenerle a un forúnculo en el culo. Según sus propias palabras en un momento de privacidad muchos años atrás. ≤≤¿Que pensáis hacer con un chismoso como ese en un circulo con tantas compromisos como el nuestro señor, contarle nuestros más íntimos secretos? ¿De verdad creéis que es muy sensato por vuestra parte? ¡Pero sí salta a la vista que se los venderá al mejor postor a la menor oportunidad que tenga! ≥≥
―Haiga paz hermanos ―intervino de pronto Lhaksim, (el primerizo de los gemelos Pashur) con un tono acariciante como el terciopelo. Era Evidente que había captado el derrotero donde los dirigía aquella conversación y, sabía tan bien como él, que no les beneficiaba en absoluto escuchar las soflamas de aquel par si no querían que esa noche fuese inacabable. ―Mejor enfoquémonos en buscar soluciones para el problema que nos atañe ¿les parece?
―Pienso igual compañeros. ―lo secundó inmediatamente su hermano Ramï, con el mismo sereno tono de voz y una cándida expresión en el rostro. ―Tenemos mucho trabajo, no lo olvidemos. En todo caso ¿Por qué no escuchamos lo que tiene que contarnos el Magister? ―dijo lanzándole una mirada incisiva a este ―Puede que no sea tan rocambolesco como usted piensa.
El tic de Madrag se intensificó, aun que se contuvo de responder.
Eriast contempló la escena sin intervenir. La habilidad dialéctica de su par de diminutos colaboradores no tenía parangón, aunque tampoco es que lo sorprendiera en demasía; ambos tenían una dilatada experiencia en el campo diplomático sobre sus espaldas. En cualquier caso, no era sencillo aplacar la compleja repulsa que se guardaban aquellos dos viejos desabridos.
―Supongo que alguna razón tendréis después de todo. ―Coincidió finalmente con un asentimiento. Madrag estuvo a punto de protestar, aunque una sola mirada suya bastó para hacerlo desistir. No tenían mucho más tiempo que perder. La ciudad no se lo podía permitir. ― Le escuchamos Magister, cuéntenos las nuevas que nos trae.
Depraba le lanzó una última mirada cargada de desprecio al Consejero Madrag, el cual se la devolvió con la misma sintonía. Luego el Magister desvió la vista mientras se atusaba las ropas, a la par que se humedecía los labios. Probablemente estaba poniendo en orden sus ideas antes de comenzar.
―Bueno, como bien sabéis, la ciudad ha sufrido lo indecible durante estas últimas semanas. Los inesperados acontecimientos que han sacudido tanto a la población como al resto de nosotros, tienen un solo punto de origen ―miró dubitativo a cada uno de ellos, como si fuera reticente a continuar, aunque después de apretar fuerte su cenceña quijada y apretar los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos, arrancó con determinación.―Se me eriza la piel al deciros que es posible que haya reaparecido un mal antiguo, oscuro y olvidado hace muchas eras atrás. Un horror que nuestros antepasados dejaron morir en sus memorias por temor a recordar. Este arcaico y perverso mal, cuyo dogma es la sangre y el sufrimiento, ha regresado para sumir el mundo que conocemos en el más completo y absoluto caos.
Todos se lo quedaron mirando, cada cual más sorprendido que el anterior.
¿De qué diablos estaba hablando el Magister? Se suponía que de lo que trataba aquella sesión era de determinar cuáles habían sido las causas de que todos aquellos Electos (portadores de la palabra de Sansemar), hubiesen decidido agitar a la plebe para montar en cólera e incitarlos a destruir su propia ciudad. Todos eran conscientes de que el aludir ese comportamiento a la ambición de proclamarse Amir de Adassaya y poseer el Báculo, era tan solo una breva para calmar los ánimos de sus conciudadanos. La realidad es que no sabían que había causado esa reacción en los Electos, ni porque habían tenido tanta influencia con la plebe para organizar aquella pequeña revolución, mucho menos sabían como lo habían logrado sin que ellos se hubiesen percatado hasta que ya fue demasiado tarde.
Miró seriamente a los ojos del Magister, este le aguantó resueltamente la mirada. No parecía estar bromeando en absoluto. La verdad es que no sabía cómo contestar a aquello. Simplemente dijo.
―Creo que no le sigo Magister.
―Yo tampoco creo haberle entendido muy bien. ―Coincidió el orondo Mashema con su habitual átono tono de voz ―Discúlpeme si soy algo escéptico señor Solasous, y espero que no se ofenda, pero lo que nos acaba de exponer, bien podría haberlo predicho alguno de los muchos lunáticos que se suben a los atriles de La Plaza del Monumento visionando apocalípticos acontecimientos que están por suceder. ¿Quizás si matizase un poco más?
Depraba entornó los ojos fulminando al tesorero Mashema, evidentemente ofendido. Este en todo caso no se amedrentó, y siguió contemplándolo con sus ojos de pez muerto.
―Por supuesto que puedo ser más explicito. Estoy tratando de decir que adalides del Sin Rostro caminan de nuevo entre nosotros.―replicó el Magister torciendo el gesto en una mueca mordaz. ―¿Le parece lo suficientemente explicito señor Masehema?
La sala quedó en el más completo, tenso y ominoso de los silencios. La camarilla se quedó helada, mirando unos a otros boquiabiertos sin poder emitir sonido alguno. Paradójicamente fue la tácita Nora quien rompió aquel estado de confusión.
―¿Te refieres a los apóstoles del Condenado? ―Preguntó algo alterada y con la voz trémula. A pesar del Hijab que cubría sus facciones, claramente se insinuaba en su expresión una mueca del más visceral terror; sus ojos estaban abiertos como platos.
―Efectivamente.―Asintió con el gesto serio Depraba. ― El Sin Rostro, El Innombrable, El Condenado o El Traidor, se lo conoce por muchos nombres en distintos lugares o culturas del círculo del mundo. Aunque lo más importante es lo que representa el advenimiento de sus doce apóstoles.
―La muerte ―murmuró tajante la sacerdotisa Nora, aunque sin salir de su estado de estupor. El eco de aquella única palabra quedó suspendida en el nuevo silencio que siguió.
―¿De dónde ha sacado tal fábula Magister? ―intervino divertido su sobrino Cazaire, el cual, probablemente, intentaba quitarle hierro al asunto. ―Todo el mundo sabe que El Innombrable, El Sin Rostro o como os guste de llamarlo, no es más que un invento que los mayores usan para asustar a los mocosos que se portan mal.
Eriast había escuchado relatos cuando aún era un jovenzuelo de tiempos oscuros acontecidos muchos siglos atrás. Sabía que su sobrino se equivocaba de cabo a rabo, aunque no creyó que sacarlo de su error a aquellas alturas sirviese de mucho. Cuando tuvo edad y el cargo así lo permitió, tuvo acceso a los tomos que se guardaban en secreto en El Archivo Cerrado de Palacio. Estos describían años de horror y de matanzas que ocurrían a plena luz del día, de infinidad de atrocidades cometidas por impíos demonios surgidos de las más ponzoñosas capas del averno. Muchas fueron las aldeas arrasadas, y muchos los Estados derrocados que precedieron a aquel horror. Siguieron largos períodos de hambruna, miedo, enfermedad y dolor. La sangre de los inocentes fue derramada en nombre del Innombrable durante aquella era, el Traidor caminó entre los vivos.
¡Que Sansemar nos coja protegidos!
―¿De dónde ha conseguido tal información Magister? ―Preguntó de pronto Maisadé con interés, al parecer, el efecto de los opiáceos le habían devuelto su resuelta serenidad.―No es un tema de coloquio muy habitual, coincidirá conmigo.
―Sin duda que no lo es. ―afirmo vehemente. ―De allí mi poca inclinación a tratar el tema abiertamente. Supongo que entienden mis reticencias En cuanto donde he conseguido la información, digamos que a uno de nuestros reos se le ha soltado la lengua en las últimas horas.
―¿Y este es? ―insistió impaciente Eriast.
―El Electo Sercussak, mi señor.
En la sala nuevamente destacó el silencio. ¿El Electo Sercussak? Todos los allí presentes quedaron sorprendidos ante aquella declaración. Hasta hacia bien poco, el Electo Sercussak había sido una de las figuras más beatificas de la nación. Si ya era chocante de por sí saber, que uno de los mayores instigadores de las revueltas había sido aquel hombre, más sorprendente era aún conocer que también se refocilaba adorando dioses oscuros contrarios al culto del que él formaba parte importante.
―Yo alucino. ¿De verdad os creéis un testimonio con tan poco fundamento? ―Insistió de nuevo Cazaire, interpelando tanto al Magister como al resto de la cámara incrédulo. Miró en torno suyo y contempló las expresiones meditabundas de los demás.―¡Por el amor de los dioses! Pero si ese hombre hasta diría que el mismísimo Sansemar se le apareció en persona para pedirle que incitara a la plebe a incendiar nuestra ciudad.
―Mira muchacho, quiero creer que eres demasiado joven e… inconsciente para saber de lo que estoy hablando y las implicaciones que tiene lo que os acabo de contar, pero estoy seguro que muchos de los de aquí presentes saben de a qué me refiero. ―Retrucó mientras se apoyaba firmemente en la mesa de nogal encarándose a su sobrino con un gesto agrio como la hiel. ―Ahora que una cosa sí que te puedo garantizar, cuando me propongo obtener información de alguien en concreto, no me conformo con lo primero que me cuentan, te lo puedo asegurar. Por tanto afirmo que el Electo Serkussak no miente.
Madrag resopló ante aquel último comentario.
Puede que en muchos aspectos Depraba lo irritaba como un sarpullido en la piel que no dejaba de picar en una zona de muy difícil acceso, pero sabía a ciencia cierta que cuando aquel hombre de rasgos secos y rostro apiñado afirmaba algo con tanta vehemencia, es que debía de ser cierto. Lo que le dio bastante en lo que pensar.
Si las pesquisas del Magister no estaban erradas, realmente tenían un grave problema que no iba a ser sencillo de solucionar. Los doce Apóstoles… solo de pensarlo se le erizaba el vello de las axilas.
―Cuéntanos lo que ha descubierto Magister.―Inquirió Eriast cada vez más inclinado en su asiento, cada vez más inquieto. No era precisamente el asunto que pensaba que se iba a discutir aquel día, pero dadas las terribles nuevas, debía conocer más detalles sin demora.
―Un pequeño ejército de herejes amantes de dicha deidad se ha estado reuniendo cerca de los campos Meliséos del Karkuc. Por lo que le he podido sacarle a Sercussak, uno de los Apóstoles ha aparecido para guiar a sus fieles esbirros a la conquista de estas tierras para el retorno de su dios.―a medida que se iba desgranando el informe de Madrag, los ojos de la compañía se fueron dilatando hasta casi estallar.―Aún no son una gran compañía, pero por lo que se me ha dado a entender, a cada día que pasa sus filas van engrosando más y más.
―¡Por el Sol y La Luna! ¿Y cómo es que no nos ha contado nada de esto hasta ahora? ―Prorrumpió con tono acusador Madrag.
―Simplemente porque hasta misma mañana desconocía todo lo que os acabo de contar.―Contestó inmutable Depraba. ―Siempre hemos sabido de la existencia de tales adoradores del Innombrable, pero siempre han estado escondidos y esparcidos en pequeños grupos por todo el territorio Estatal, pasando desapercibidos para cualquier mirada ajena… Hasta ahora.
Eriast recibió la noticia como si le hubieran dado una puñalada en plenas tripas. Era mucho más terrible de lo que imaginaba. A pesar de que todo lo que tuviese que ver con ese Ser o con sus adoradores ya fuese de por sí suficiente inquietante, el añadido de un pequeño ejército…
―Sigue quedando una cuestión que no me ha quedado clara.―dijo al rato Mashema sacándolo de sus magras reflexiones.―Acaba de decir que uno de sus adalides ha aparecido para guiar a esos descerebrados barbaros a la conquista de nuestras tierras ¿Tenemos alguna información sobre quién de ellos puede ser? Y más importante aún, ¿Cómo diablos ha conseguido que esa chusma salga de sus escondrijos y se organice precisamente ahora?
Lo mismo se estaba preguntando él.
―He de admitir que no he podido sacarle mucho más. ―repuso mientras se encogía de hombros.
―¿Y cómo puede estar tan seguro de que la información sea cierta? ―preguntó Maisade.―A fin de cuentas suena todo muy surrealista. Casi empiezo a coincidir aquí con nuestro joven Cazaire. ―dijo señalando a su sobrino.―El Electo Sercussak podría inventarse cualquier historia con tal de salvar su pescuezo.
―Esa teoría me parece más realista Magister. ―Indicó Lahkssim con un gesto de disculpa en la expresión.―Un hombre acorralado es capaz de todo.
―Y más un hombre con la posición que ostentaba él. ―Puntualizó Rumï.
Depraba los fue mirando consecutivamente mientras todo su cuerpo, era agitado por una incontrolable rabia. Su lacio pelo se encrespó, sus nudillos lucían blancos al apretar sus puños a sus costados.
―¡Os digo que Sercussak no miente! ―chilló con tal estridencia, que si la cámara hubiese contado con vidrieras, a esas alturas estarían hechas añicos.―Será mejor que me acompañéis al Magisterio y lo veáis con vuestros propios ojos. Estoy seguro que entonces no habrá dudas.
Se levantó y salió de la cámara echando humo por los ollares mientras el resto lo contemplaban patidifusos.
Ven, ven, quienquiera que seas;
Seas infiel, idólatra o pagano, ven
ESTE no es un lugar de desesperación
Incluso si has roto tus votos cientos de veces, aún ven!
(Yalal Ad-Din Muhammad Rumi)