Buenas compañeros, como prometí, aquí estoy con un tocho que con toda probabilidad acabe desintegrando lo que quede de vuestras retinas. Lamentablemente este trozo como dije es indivisible. Espero no crear demasiadas migrañas ni nada parecido, aunque en cualquier caso quedáis advertidos. Es un santo tocho. En todo caso creo que es entretenido y se puede leer muy bien. (¡Fardis2 donde dejaste la humildad!) Bueno vale, que se puede leer sin más. En fin os dejo que hay un buen trozo allí abajo y solo falta que yo añada mis chaladuras para variar.
EXTRAÑAS COMPAÑÍAS
Mientras bajaba por las escaleras, estrechas y con el techo tan bajo que por poco no se abre la cabeza contra el dintel, cayó en la cuenta de la cantidad de piedras que tenía sobre su cabeza. Deseó con todo fervor que ese fuera el último tramo de aquella excursión de pesadilla El tramo era tan oscuro que asemejaba la boca de un lobo, aunque mucho menos seductora. Rozó con los dedos las descascarilladas paredes castigadas por el tiempo mientras a su paso, contemplaba la rudimentaria ingeniería que se había usado en aquella sección de Institución. Aquel lugar emanaba un aire primitivo, un aire ancestral que logró ponerle la piel de gallina. Un horror que de seguro no deseaba conocer de primera mano. Habría deseado poder darse la vuelta en aquel instante y regresar por donde había venido para no pisar ese lugar de nuevo jamás. Inmediatamente supo que aquella no era una opción real. Probablemente aquel lugar era muy anterior a que se asentara la primera piedra de la ciudad, conjeturó tras pasarse un rato observando las magras paredes con reticencia. Al colocar el primer pie en el rellano del nivel, un viciado soplo de aire caliente lo abofeteó de frente. Una fetidez nauseabunda, aunque mucho más espesada que la de los pisos superiores, lo impregnó de la cabeza a los pies; instalándose en cada poro de su piel. Junto a la humedad inherente de estar caminando a tantos metros por debajo del suelo, hacían del paseo un completo infierno sin paliativos. Al menos ahora sabía que se encontraba en el nivel más bajo de la penitenciaria ¿No? Que era supuestamente ahí donde debería lograr dar con la puñetera palanca que le abriría la puerta del corredor que lo llevaría a casa.
Se quedó contemplando el inmenso pasillo que desaparecía tras la parábola descendente que este dibujaba hasta perderse en la siguiente curvatura. Alzó la vista para examinar el ajado cartel que a duras penas se sostenía por encima del portón. Mucho más deteriorado que el anterior y en el cual no se apreciaba anuncio alguno. Aunque concluyo que después de las entrañables experiencias vividas durante aquel día, casi que prefirió desconocer lo que pondría allí.
Se asomó al corredor, como un gato resabiado que se asoma en el canto una bañera, Pero sin llegar a pasara el perímetro del rellano del todo. Adelantó la temblorosa en la que sujetaba el consiguiente trémulo hachón. No vio a nada ni a nadie en particular. Tampoco es que tuviese que haber un ejercito de lunáticos correteando por la instalaciones ¿Verdad? En cualquier caso tanta quietud resultaba un tanto extraña. La cuestión es que no podía quedarse ahí plantado como un pasmarote, retozando en su propio reconcomio. No le quedaban más alternativas que seguir avanzando, a pesar de que sus piernas no quisieran acatar aquella orden por el momento. Mientras intentaba armarse de valor, sin poner excesivo empeño en su empresa, probó de sondear a su alrededor adelantando aún más, el brazo que sostenía la cada vez más insignificante tea. Por poco no se prenden sus ropas con el estúpido experimento. Si hubiese estado algo menos acojonado y aterido, menos preocupado de que un desequilibrado saliera de alguna sombra y le rebanara el pescuezo, quizás y solo quizás, se hubiese percatado de que aquella acción era una estupidez en más de un sentido.
Se le escapó una maldición que reverberó por unos instantes en el combado techo del túnel. Parpadeó varias veces deslumbrado hasta que logró recuperar la visión del todo ‹‹¡A quien diablos se le ocurre!›› se reprendió irritado. La oscuridad del corredor parecía impermeable a la luz de su triste antorcha. Las recortadas sombras que se dibujaban no hicieron por calmar sus ánimos. La primera impresión no fue nada buena.
Recorrió la zigzagueante travesía, un túnel practicado horadando la dura piedra del lugar, que tenía mucho más de parecido a un serpenteante camino hacia las mismas puertas del infierno, que una salida a su comprometida situación actual. Aunque bien mirado se dijo, todo en aquel lugar tenía un aspecto similar.
Al final del tramo por poco no se defeca encima de la impresión. Se le escapó un lastimero quejido cuando reparó en los dos celadores parados a ambos lados del portón. Comenzó a balbucear alguna incoherencia sin sentido cuando advirtió, que no iban a ser necesarias ninguno de sus lamentables excusas. Resultaba que los tipos estaban más tiesos que su difunto abuelo.
Observó con la mandíbula desencajada sus cuerpos inhiestos y clavados con brutalidad en los laterales de la puerta, custodiando aunque sin ver nada (Les habían arrancado los ojos de cuajo a ambos), el corredor por el que él acababa de llegar. De pronto sufrió varios aguijonazos en su estomago, logrando doblarlo en dos, retuvo las arcadas igual que la bilis en su maltrecho esófago de nuevo. O al menos las retuvo por algún momento más. Los habían mutilado pero que a conciencia a los dos.
No solo les faltaban sus ojos como comprobó al rato, pues también les habían roto ambos brazos y ambos pies, sin contar la multitud de contusiones y laceraciones que se advertían en ellos. A uno le bajaba un reguero de sangre por su cuadrado mentón, tiñendo más su sucio jubón con ella. Le habían cortado la lengua y al parecer, también se habían cebado con varios de sus dientes. ¿Quién podría realizar un echo tan execrable y salir tan pancho de aquella fortaleza? No sabía que demonios era lo que estaba sucediendo entorno suyo, pero las carnicerías acaparaban el primer lugar del podio, por lo que no podía tratarse de nada bueno para él. Era tan desconcertante que no se atrevía ni a especular. Aunque comprobó que había algo distinto en el ensañamiento de aquellos cuerpos del que le había advertido en los pisos superiores del lugar; a pesar de que el efecto al fin y al cabo acabase por ser el mismo.
Para empezar, en el primer escenario del crimen, parecían tratarse de esos que hacían llamarse los Incondicionales, y por su aspecto, debían de haberse cruzado con alguien aún mucho más psicópata que ellos. Aunque seguía sin saber que hacían allí o que demonios era lo qué buscaban. Por otro lado, frente a él se desangraban dos funcionarios de esa misma penitenciaria; torturados y vejados hasta morir. ¿Que podría significar todo aquello? ‹‹¡Nada bueno Armen, nada bueno maldita sea!››
Hizo de tripas corazón, si que su vientre se encontraba para tales símiles, mientras pasaba entre ambos cuerpos sin estorbarlos. Sabía que era un poco imbécil al pensar en molestar a dos hombres que se mantienen apuntalados varios palmos por encima del suelo, pero por algún extraño impulso, sentía la necesidad de no perturbar su reposo. Aunque el improvisado panteón se encontrase en un sucio corredor a muchos metros por debajo del suelo, y los difuntos en concreto estuviesen cagados de la cintura hasta la pernera de sus pantalones. Se dijo que cuando lograse poner su pellejo a salvo, se encargaría de que recibiesen un sepelio digno.
Esquivó el charquito de efluvios corporales que se formaba debajo de las suelas de los centinelas, mientras lentamente abría la puerta que custodiaban y se asomaba al otro lado. Una galería lo observó a su vez desde la más completa oscuridad. ‹‹¡Fantástico!›› Era un corredor más pequeño, mucho más tétrico, y sin lugar a dudas con una disposición de lo más singular. Era un recinto tosco en el sentido más literal de la palabra. Un lugar de húmedas paredes, donde reinaba la más absoluta oscuridad y el más inquietante de los silencios. Salvo él y la fría roca, y la siempre presente soledad de los lugares tan poco solicitados como lo era Institucional, allí no había nadie. Casi sintió pena por los pobres desdichados que estuviesen encerrados allí, aunque no tanta como para no pensar en esos momentos en su propia integridad. Tampoco es que fuese un santo al fin y al cabo; Cuestión de prioridades.
En la galería se repartían varias celdas entre paredes con el grosor de varios hombre juntos, tres por cada lado del primer nivel, más las subsiguientes seis en el piso superior. Seis corredores y la misma monótona distribución. Repartidos de manera estudiada para que sus ocupantes no actuaran entre ellos de modo alguno. Una celda a su derecha, varios pasos más y una aparecía a su izquierda, otros pasos más y otra a su derecha, y así hasta llegar al bloque siguiente donde se repetía la misma operación. Lo más curioso de la construcción era, que aquella distribución tan poco convencional recordaba a un panal de abejas.
Un lamento descarnado y carente de toda humanidad, brotó de las entrañas de ese mismo pabellón para romper la quietud reinante y helarle la sangre en las venas ‹‹¿Qué diablos ha sido eso›› se preguntó estremecido.
Entonces lo recordó.
En alguna ocasión había escuchado que en el penal tenían un pabellón denominado precisamente como ‹‹La Colmena›› ¿Se trataba de ese lugar? Por los retazos de conversación que lograba recordar, no era el lugar más idílico donde uno decidiera voluntariamente pasarse la jornada. En aquel nivel era encerrada la peor calaña de toda la prisión. Los más agresivos y crueles psicópatas de todo el jodido continente, se encontraban encerrados en torno suyo. Probablemente si lo hubiese ensayado con deliberación, no le habría salido mejor. Lo que sí que aún no tenía muy claro, era donde había escuchado aquella conversación tan poco sugerente que ahora rememoraba para mayor desasosiego suyo. Concluyó que era muy probable a pesar de su nula retentiva, que esta se diese en una de las muchas tabernas de la ciudad que frecuentaba asiduamente. Al fin y al cabo es donde solía tirarse la mayoría de su tiempo durante el día, la tarde, y muchas de las noches como aquella. Se exhortó a dejarlas de visitar tan a menudo en un futuro próximo. En el caso que aún viviese para poder decidir sobre ese tipo de disyuntivas y se diese la ocasión, claro estaba. ‹‹Mira en los problemas que te acabas metiendo sin comerlo ni beberlo Armen›› La puerta chirrió un poco al cerrarse detrás de él, aunque opinó sin miedo a equivocarse, que los cadáveres no iban a poner ninguna objeción después de todo. Además, el pabellón seguía pareciéndole inquietantemente desierto. Descontando al tipo que no dejaba de berrear con terquedad, no se oía a nadie más en la zona.
‹‹¿Dónde diantres están todos?››
Era demasiado incongruente que no hubiese topado aún con ningún funcionario, práctico o celador del lugar, o en realidad quién diablos fuera que pudiese auxiliarlo en aquel momento de necesidad. Cada vez se sentía más cohibido. Por ende la maldita sala de guardia seguía sin aparecerse por ningún lado. Estaba seguro que nadie en su sano juicio, deambularía por aquella casa de desequilibrados desconociendo donde le iban a llevar sus pasos. No le apetecía en demasía volver a tener que mantener un coloquio con ningún otro tarado que le pegue un susto de muerte sin venir a cuento de nada; como el grupito como había tomado antes por poner alguno. Tampoco quería ser testigo de nuevas carnicerías que lo iban a acompañar para el resto de sus días. En definitiva, no quería encontrarse ahí. Otro lamento perforó la calma de ese nivel hasta resquebrajarlo. Tras varios segundos en los que no se movió ni un pelo mientras controlaba que su vejiga no diera suelta a su naturaleza, el clamor comenzó a atenuarse como ara poder retomar la marcha de nuevo. Concluyó que tampoco le apetecía toparse con e autor de aquellos mortuorios quejidos.
La realidad seguía siendo peliaguda para él, no había duda, pero situado en el limbo de su comprensión. Solo podía seguir avanzando y nada más, buscando en aquel nivel como quien busca pepitas de oro en el río, con escasa probabilidades de encontrar nada. Solo se quedaba apretar el culo y rezar para no meterse en más problemas. ‹‹¿Se me habrá pasado la garita de guardia de largo quizás?›› se preguntó en un momento dado ya harto de la gincana. Con el pánico y las prisas por huir, sumados a su anterior encuentro con los cretinos del piso superior, podría ser posible tal despiste concluyó. El vértigo comenzó a recorrer sus miembros entumeciéndolos, por lo que se detuvo hasta que se le paso un poco. Si ese era e caso ¿Qué puñetas iba hacer a partir de ahí? Retroceder parecía una opción potencialmente peligrosa, muy poco sensata, y según como se mirase suicida. Seguro que aún andaban detrás de él. A pesar de que era consciente de que no había topado con nadie en el lugar (al menos nadie libre ni cuerdo, como tampoco alguien que aún le corriese una pizca de sangre por sus venas), sabía que la diosa fortuna no le iba a sonreír para siempre. ¡Por los genitales de Sansemar! Que él pudiese recordar, si es que no le engañaba su confusa memoria, hacía mucho tiempo que esta no le favorecía fijándose en su persona. ‹‹Espero de corazón que su intención final no sea dejarme ciego››
Respiró una bocanada mientras se decidía a avanzar.... ‹‹Pero qué coño, malditos los muy cochinos...›› Casi se atraganta cuando la fetidez se le introdujo hasta los huesos. Sin quererlo en absoluto, logró olfatear todos los hedores que a uno se le pudiese ocurrir pensar, junto a otro tipo de ‹‹Fragancias›› que tan siquiera hubiese imaginado que existiesen si en sus peores sueños. Era como si algo, o más concretamente alguien, se estuviera pudriéndose ahí abajo, y válgame la redundancia, pues seguro que alguno de ellos había. Dadas las condiciones de lugar, y a pesar de su escasa experiencia en aquellas lides, podría asegurar que aquel sitio era algo mas insalubre que el mismísimo infierno, y probablemente bastante menos acogedor. Tosió un par de veces mientras carraspeaba otras cuantas, escupió hasta que no le quedó nada más que escupir que su propio desagrado. No logró sacarse aquel sabor desagradable y acre en ningún caso. Se preguntó cómo podía alguien sobrevivir en unas condiciones tan mefíticas. ‹‹¿Quizás es por qué no le queda más remedio que aguantarse?›› se contestó a aquella estúpida pregunta.
Normalmente en las situaciones más embarazosas solía echar mano de su cinismo, que como comprobó no había perdido el filo a pesar de andar por el borde de la hoja de la navaja. Normalmente era su armadura que lo protegía de aquel mundo hostil que zahería a diestro y siniestro sin ninguna conmiseración. Cuando las cosas se le solían torcer echaba mano de él y se relajaba un tanto. Pero vistas las evidencias de aquel día, relajarse iba a ser la más pequeña de sus preocupaciones. Si seguía con vida ya tendría tiempo para ello.
Continuó avanzando alumbrando nichos a su paso, no quería más sorpresas, pero no vio nada que llamase su atención en particular, aunque de tanto en cuanto los gemidos seguían oyéndose haciendo que sus patas se doblasen como dos pajitas. Una parte bastante importante de su cerebro le decía que demonios hacia dando un paseo en aquella caverna de desquiciados, pero otra le susurraba con asiduidad de que no le quedaba de otra. Por el corredor seguía sin haber actividad o presencia alguna que él pudiese ver, tan solo algún que otro movimiento furtivo en las sombras al pasar por delante de alguna celda, aunque nadie le increpó. ‹‹Nada que no puedas soportar Armen, nada ahora que has llegado hasta aquí››
Otro gemido, en esta ocasión mucho más cercano y acojonante que el anterior, dejaba poco margen para la imaginación.
En todo caso se estaba cada vez aproximando más a donde brotaban los puñeteros quejidos aquellos, los cuales no habían dejado de inquietarlo desde hacía un buen rato, y él seguía dando tumbos por el nivel como un jodido lagarto dentro de un maldito pote de cristal; sin lograr dar en absoluto con la desconocida sala que buscaba. Quizás en la palabra ‹‹Desconocida›› era donde se encontraba su problema. Los berridos eran temibles, molestos y sin ningún asomo de dudas inhumanos. Aquella macabra sinfonía lo acompañaba todo el rato en su mísero periplo. No estaba siendo una búsqueda placentera en absoluto. En ese clamor se juntaban un odio desmedido, un pesar inagotable, y hielo en las venas. Reprimió otro estremecimiento mientras seguía avanzando con cautela. No quería toparse con el autor de aquella trágica cantinela, no obstante, ya había recorrido cuatro de los seis pabellones del lugar sin encontrar nada a cambio. No encontraba por ningún sitio, la anhelada y preciada sala de guardia. Francamente, ya le quedaban muy poquitos sitios en donde buscar.
Cuando ya iba por el quinto corredor, escrutando las sombras con vagas expectativas de encontrar nada más que un pestilente olor, la impenetrable oscuridad, y un hartazgo que consumía sus energías, mas ninguna sala de la ‹‹Salvación›› pensó, que el jodido Kumar era un maldito imbécil además que un embustero, y que él iba a ser despellejado igual que un conejo al lado de una puñetera hoguera, más pronto que tarde. De pronto le pareció comenzar a escuchar los retazos de una conversación, la cual nacía en el sexto pasillo de aquel mismo nivel, que quedaba justo al paralelo del suyo. Lo curioso era que en lo que pensó su desquiciada mente fue ‹‹¿Quién diablos se dedica a platicar en un lugar así?›› Era de locos. La tensión le estaba pasando factura sin lugar a dudas, pero en cualquier caso el hecho en sí, parecía anómalo. Como no sabía con quien podría encontrarse al doblar la esquina, y como por supuesto estaba harto de tanta macabra sorpresa, decidió ir con tiento hasta averiguar de quién demonios se trataba.
Ya más próximo comenzó a escuchar con mayor nitidez la mentada conversación.
―¡¿Cómo es qué no sabéis lo que ha sucedido aquí?! ―Bramó con toda claridad, una voz ronca y autoritaria, la cual visiblemente se intuía cabreada. ―Dudo que estos tres se hayan desjarretado por sí solos ¿Verdad? Tampoco creo que hayan decidido así por las buenas desmembrarse mutuamente por amor al arte. ¡¿No creéis?! !¿He?! Así que decidme ―volvió a inquirir desgañitándose ―¡¿Cómo qué no sabéis que cojones es lo qué les ha pasado?!
No sabía cuántos eran los que acompañaban al individuo que hablaba en aquellos instantes, pero en cualquier caso, nadie pareció que le fuese a contestar, por lo que el tipo siguió con su propia perorata.
≥≥¿A qué persona sensata le cabe en la sesera que un tipo atado con grilletes y probablemente flacucho como un junco, haya podido deshacerse de dichos grilletes, logrado desmembrar a vuestros compañeros, y salir andando tan campante del penal?―dijo de nuevo calmado hasta que de pronto volvió a arremeter sin tregua. ―¡¿Alguien me puede responder a eso, alguien me puede decir que cojones estabais haciendo vosotros mientras todo esto ocurría aquí?! ―la pausa en realidad no duró ni una fracción de segundo antes de que el tipo siguiera imprecando sin parar. ―No, sabéis qué, mejor no me lo contéis, ni siquiera lo quiero averiguar. ¡La verdad es que me importa un bledo ahora mismo! ¡Esto me pasa por traerme a unos idiotas sin un gramo de juicio como vosotros para hacer el trabajo de gente que tendría haber sido capaz, maldita sea! ―perjuró. ―¿Quién diablos me mando pensar que seriáis aptos para reducir a un tipo encadenado de pies y manos, y para más inri,anémico hasta los huesos sin que surgiera algún percance como el actual? Si al fin y al cabo la culpa es mía por ser tan generoso midiendo vuestra nula capacidad de acción, por confiar en que unos desgraciados como vosotros serían suficientes para reducir a un tipo quebrado hasta el alma. Pero no os preocupéis ahora, a lo echo pecho ¿Verdad? No, no, no me pongáis esas caritas afligidas.Cuando estemos en presencia de nuestro señor Shapur, en el castillo, y seáis vosotros quienes tengáis que dar explicaciones de como se ha dado este fiasco delante de vuestras protuberantes, sucias y torcidas napias, ya tendréis tiempo de poner esas muecas de dolientes. Sí, entonces sí que podréis. Por qué estoy seguro de comprendéis lo que os espera. ¿Pero sabéis en realidad que es lo que más le gusta hacerles a los que no cumplen con sus...
En aquel momento Armen dejó de escuchar el rapapolvo que acontecía en el pasillo de ahí al lado, pues su corazón en esos instantes le estaba haciendo promesas de que pronto se le iba a parar en seco. No ganaba para sobresaltos aquel día concluyó. Otro lamento brotó a un costado suyo, tan cerca de él que casi podía oler el asfixiante aliento de su propietario lamiéndole el cogote; una mezcla a podredumbre, hacinamiento y mierda complementada con toda probabilidad, con la comida caduca que le habrían servido aquel día. La nauseas no le impidieron distinguir a la mole de más de dos varas que lo observaba desde el otro lado del enrejado con sus llameantes ojos. No se había percatado de que estaba parado justo delante de su celda, hasta que el enorme tiparraco prácticamente le gimió en la cara. Hasta el pelo se le alborotó con tal clamor. Era un tipo titánico, cubierto de cicatrices de la cabeza a los pies, el cual también vestía con un simple taparrabos deshilachado, pero a diferencia de los otros reos que había apreciado con anterioridad, este era tan grande como un pedazo de cachalote atiborrado de peces. Contempló horrorizado al monstruo mientras transpiraba abundantemente, hasta que no pudo evitar soltar un chillido bastante pueril al cabo. Aunque lo suficiente alto y agudo como para que los que moraban en el pasillo ulterior, pudiesen oírlo con toda la claridad del mundo.
De pronto la conversación (o rapapolvos en cualquier caso) cesó en el acto.
―¿Y eso se puede saber qué diantres es? ―Inquirió el de la voz ronca, que claramente concluyo que era quien mandaba en aquel sitio.
―Pues a mí me ha parecido que ha sonado como a un gritito ¿no? ―Se aventuró a reconocer alguien de los reunidos.
Lo siguió un tenso silencio.
―Vaya, así que un ‹‹gritito›› Muy perspicaz Sadán ―replicó el primero cáustico. ―Para tu inmaculada idiotez, ha sido todo un logro discernir qué tipo de sonido era. Pero lo que yo me estaba preguntando, es por qué parece que ese ‹‹gritito›› como tú lo has llamado, ha sonado precisamente tan cerca de nosotros.
El tipo no replicó. Armen contuvo la respiración mientras era atravesado por la mirada del gigantón; que en este caso parecía estar observándolo con la curiosidad de un mocoso que le comienzan a salir sus primeros dientes y le apetece pegar bocados a todo cuanto encuentra. Esperaba de todo corazón que no le diese por querer mordisquearlo a él. Con aquellas fuertes mandíbulas cuadradas no dudaba, que sería capaz de partir losas con los dientes.
―Hace un rato que no dejan de oírse los lamentos de un bicharraco que está encerrado en el pasillo colindante a este, mi señor ―apuntó alguien, que pretendía guardar un tono más diligente al parecer. ―Lo vi cuando inspeccionaba dicho pasillo; el número cinco como se me ordenó. Puede que se trate del mismo tipo.
Con toda probabilidad supuso Armen, ese debía de tratarse del típico adulador que se dedicaba a lamer el culo de quien fuera pertinente en aquel momento y se encontraba en cualquier grupo medianamente numeroso. Tipos como ese brotaban como hongos en una mañana especialmente húmeda en cualquier cañada o en un denso vergel. Arribistas, pelotas o artistas de lamerle las botas al prójimo los había por doquier en una ciudad tan civilizada como la suya; maestros en conseguir ascensos a base de bajarse los pantalones a la altura de las rodillas, los tenían a puñados. El muy cabrón le iba a acabar por joder fastidiar la noche y todo.
―Ah, claro. ¿Así que hay un tipo de proporciones enormes que se dedica a lanzar ‹‹grititos›› como una remilgada putilla de salón, eso es lo que pretendes decir Valián? ―preguntó de nuevo el ‹‹Jefe›› con el mismo tono suspicaz del cual al parecer, echaba mano con bastante asiduidad. ―Ahora lo entiendo todo con mucha más claridad. Comprendo por qué maldita razón no os habéis enterado de nada de lo que había sucedido aquí hasta el momento. Si realmente todo encaja. ¡¿Sois rematadamente idiotas, verdad?! ¡Id a comprobar de qué se trata de una puñetera vez, malditos tarugos!
Ahora sí que estaba puntito de hacérselo encima de verdad. No veía donde podía esconderse para que los ‹‹Debatientes›› no lo pescaran allí plantado como un efebo mal pintado. No había muchos lugares donde poder ocultarse que él pudiese ver. Buscó con el corazón acelerado alguna salida de aquel atolladero, mirando hacia ambos costados con desesperación, pero tal salida no existía por ningún sitio comprendió al poco. A fin de cuentas estaba en la galería de una penal de máxima seguridad ¿No? La suerte era resbaladiza como el limo y engañosa como ‹‹Un buen trato››. Se abstuvo de maldecir hasta desgañitarse, pues de poco que le iba a servir ahora en ningún modo. A pesar de que quería tirarse al suelo, hacerse un ovillo y ponerse a berrear sin más.
Todo aquello ocurría ante la curiosa mirada del gorila de la celda, que no volvió a gemir, quieto como un enorme jabalí grabado en un sucio tapiz en un entorno de pesadilla, a la espera. No obstante no lo dejaba de contemplar como a un bizcocho que le apeteciera zamparse con una tacita de té en una tarde primaveral. ‹‹Maldita sea mi puñetera suerte ¿Y ahora qué diablos hago?›› Al final, pues sí que acabó blasfemando después de todo.
Pronto comenzó a escuchar los pasos de los tipos que se avecinaban a su pasillo, un poco antes de ver el tenue halo de luz de la antorcha que portaban, que a cada pálpito que pasaba iba alumbrando un trechito más del empedrado mientras se aproximaban a él. Con más bien mucho empeño y poca maña, aspaventando como un desgraciado que ha perdido el juicio por completo, logró apagar su tea a base de sacudirla a pisotones contra el suelo. No llegó a tomar en consideración el alboroto que pudiese organizar con aquella estupidez.
Rezó para que la maniobra no lo hubiera delatado.
―Sigo pensando que el ruido ese lo ha hecho el tiparraco del que le he hablado al comandante hace un rato ―le dijo el pelotilla al tipo que lo acompañaba. Al parecer no habían visto u oído nada que llamase su interés, ni a él. Para su alivio seguían enfrascados en un acalorado coloquio de quién tendría razón sobre aquel tema en particular. ―Estoy seguro de que no me equivoco en este asunto, tú mismo lo vas a comprobar. En todo caso el paseo no va a ser en balde. ¡Ya verás que tipo más grotesco que tienen allí chapao! ―Añadió con socarronería. ―Más feo que pegarle a un padre, si ya te lo digo yo.
Su compañero no parecía muy perceptible para reír sus chanzas.
―Yo digo que ha sido como un gritito con todas las de la ley ―Arguyó obcecado el tipo al que habían apodado Sadán, que al parecer era quien acompañaba al dicho pelota. Estaba claro que confiaba profundamente en sus virtudes auditivas, pues aún seguía dándole vueltas a ese maldito misterio sin resolver. Armen se preguntó si no habrían mandado a aquellos dos precisamente, como castigo por abrir la boca en balde.
―Sí, que sí, que no lo dudo Sadán.
Armen tan solo encontró un pequeño recoveco que le proporcionaba la horadada roca del lugar; apenas un relieve en la pared que no proporcionaba cobijo alguno ante sus miradas. Sabía que era un parco intento por ocultarse de ellos al momento de acomodarse como un lagarto moteado a la pared. O puede que confiase que las sombras podrían proporcionarle cierto abrigo. No es que digamos fuera, un artista de mimetizarse con el entorno tampoco. Mucho menos cuando no había gran cosa donde poder sortear lo inevitable. ‹‹Me van a ver tan solo cuando aparezcan por el pasillo, me van a ver sin lugar a dudas›› Prácticamente cerró los ojos mientras murmuraba una plegaria no sabía muy bien dedicada a qué o quién, mientras aguantaba la respiración hasta casi ponerse de un color violáceo. Al poco rato estos se aparecieron por una esquina.
―Estoy hablando en serio Valián, así que déjate de puñetas. Te digo que ha sido un gritito ―Repuso nuevamente con la misma cantinela el tal Sadán. Al parecer por el tono probo de su voz, sus compañeros solían tratarlo como a un tarado.
Ahora los distinguía con total claridad, logró no corcovear y salir por patas de inmediato. Había un tipo bajito, con la cara plana como un tocón, bastante retaco como llegó a comprobar, y vestido con los ya desagradables uniformes de los llamados Incondicionales. Su compañero, un tipo más bien abigarrado y de complexión fibrosa, con la cara cubierta de sarpullidos, no parecía hacer gran caso de los remilgos de su amigo. Por consiguiente vestía de forma parecida a él. Los dos por suerte de los hados, o por qué eran sencillamente estúpidos, pasaron justo por delante de suyo sin llegar a percatarse de su presencia. Reprimió un suspiro de alivio contenido.
No pensaba cagarla ahora.
Los Incondicionales se acercaron a la celda donde estaba encerrado el mastodonte. Armen advirtió que el larguirucho de los sarpullidos llevaba colgado del cinturón, un manojo de llaves que tintineaban a cada paso que este daba. Estaban ensangrentadas como descubrió horrorizado. Pararon justo enfrente de la celda donde momentos antes había estado él, y seguido alumbraron en su interior.
―¡Me caguen la puta madre que lo parió! ―Exclamó Sadán apartándose un par de pasos del lugar con cara de espanto. La antorcha bailó por encima de su cabeza a punto de prender los poco pelos que le quedaban en ella ―¿Pero qué coño es eso?
―Jajajaj ―El larguirucho, que bien mirado ahora que lo observaba más de cerca advirtió, guardaba un pasmoso parecido a un suricatta de las estepas, se desgañitó a pecho partido mientras se palmeaba fuertemente en la pantorrilla doblado en dos. ―No te lo dije amigo, un bicho de cuidado, eh.
―Sí ―concedió este tras un rato de contemplación. ―No parece humano ni por asomo ―concluyó el retaco sin hacer amago de volver a acercarse a la celda en ningún momento. Por muy cerrada que estuviera la puerta, se mantuvo a una distancia prudencial. Al fin y al cabo no era idiota después de todo, se dijo Armen ―¿Estás seguro de qué este Sansón estereotipado es el que ha emitido el gañido atiplado de hace un rato?―Sadán no parecía estar muy convencido después de todo, y así lo reflejaba el tono receloso de su voz. ―Parece poco probable.
Armen maldijo para sus adentros al hombrecillo.
―Tengo que disentir. No había nadie más en este nivel aparte que el hombre que ha montado la escabechina en la sala de al lado, y este gorila que no ha dejado de gemir desde que hemos llegado al lugar. El primero como ya sabes Sadán, al acabar de trinchar a los compañeros de la otra sala, ha desaparecido sin dejar huella como una voluta de humo. Y este como tú mismo puedes ver, no se ha movido de donde está. Acabo de comprobado tan solo hace un rato. Por lo que sí, creo que puede haber sido muy posible que haya sido el tipo este.
Mientras aquellos tipos intentaban discernir si la calidad del sonido que acababan de escuchar se ajustaba a las proporciones del animal de enfrente, o sea, mientras intentaban localizarlo a él, procuró buscar una salida que lo sacase de aquella ratonera por sus propios pies. Quizás pudiese procurar seguir acoplado a la pared como un percebe mientras avanzaba a hurtadillas por donde habían llegado ellos, y rezar a todos los dioses por no toparse con el tipo que los acababa de planchar. Pero solo la idea de respirarlo aterraba. ¿Y sí lo oían? Estaba completamente seguro de que cuando se le ocurriese mover uno solo de los músculos de su cuerpo, una sola de sus pestañas, los tipos lo iban a pillar en bragas.
‹‹¿Y qué mierdas hago ahora yo?›› Era una pregunta que no dejaba de hacerse al parecer, se dijo con el corazón en un puño. Los muy cretinos tras un rato de discrepar entre ellos, aburridos al parecer por no ponerse de acuerdo, comenzaron a increpar al mastodonte como si fuera un acto divertido pinchar a aquella bestia. El retaco desde una prudencial distancia, claro estaba, y el abigarrado sacando pecho a tan solo unos pocas pulgadas del enrejado. Confiado por la seguridad que proporcionaban sus sólidos barrotes y la actitud suspicaz de su compañero.
Supuso que era en aquel momento o nunca.
Cuando se disponía a salir de su escondite escopeteado, como una alimaña que intenta pasar imperceptible al mundo, de pronto el tipo abigarrado se giró para soltar algún comentario soez de lo que pensaba sobre el bruto allí encerrado. Entonces Armen quedó totalmente enfocado por la delatadora luz de su antorcha.
―¿Pero quién coño...
‹‹Ahora sí que se acabó›› pensó.
Cuan equivocado que estaba.
Unos brazos anchos como jamones, asomaron entre las rejas para atrapar al larguirucho del pescuezo, este soltó un triste gañido al ser cogido por sorpresa. Una, dos y tres fuertes sacudidas produjeron un chasquido de huesos rotos. Le partió el cráneo contra los barrotes como si fuera una triste nuez. Los impactos fueron tan contundentes, de tal virulencia, que prácticamente la cabeza se encontraba ya dentro del nicho cuando todo finalizó. Había ocurrido de un forma tan drástica, impulsiva y fugaz, que no tuvo tiempo ni de reaccionar. Cuando quiso darse cuenta de lo que sucedía, el tipo ya se hallaba suspendido a dos palmos por encima del suelo y con la cabeza espachurrada como una uva pocha; pataleando en sus últimos estertores hasta que se quedó completamente quieto. El retaco llamado Sadán, que se había quedado estupefacto y con la boca abierta al igual que él, contempló dicho espectáculo sin moverse ni un pelo mientras visiblemente se orinaba encima. Quedarse paralizado ante una muestra de brutalidad tan suprema y que la vejiga se te soltase por la impresión, tampoco era algo que se le pudiese tener en cuenta. El grandullón de una patada desatoró al pobre infeliz de los barrotes, el cual cayó con un desagradable ruido de desgarro al suelo, mientras un manchurrón rojizo se iba extendiendo en torno a su cuerpo desmadejado. El grandullón alzó la vista y los contempló enseñando unos dientes amarillentos pero muy afilados. ¡Se los Enseñó precisamente a él! Seguido en vez de gemir como había hecho hasta aquel entonces, para su sorpresa, el hombretón emitió un bramido gutural que se oyó retumbar por todo el corredor. Sintió como él también de pronto iba a ensuciarse los calzones.
Sadán no necesitó de más muestras del poder destructivo del morador de aquella celda, se le habían pasado por completo las ganas de provocar a nadie más; suficiente bravuconería por un día. Cuando se disponía a salir por patas, habiendo avanzado ya varios metros del pasillo, se giró ciento ochenta grados a una velocidad sorprendentemente endiablada para un repolludo como él, para acabar también reparando en su presencia.
Las cosas no le podían salir peor.
Sus miradas se encontraron por unos segundos, las dos abiertas como platos, pero cada cual de ellas movidas por motivos completamente distintos. El tal Sadán se detuvo y sacó un sable de la vaina que colgaba de su cinturón. Armen en un acto reflejo agarró lo que quedaba de su triste y maltratada tea y la empuñó. Que jilipollas que lo hizo sentirse.
―¿Pero quién leches eres tú? ―inquirió el hombre con un tono que no admitía replica, sin prestar la más mínima atención a la antorcha que empuñaba con tan poca gracia en las manos. Que mirándolo mejor, se parecía más bien a la pata de una mesa como mucho.
No respondió.
En realidad pensó que él también podría haberle hecho la misma pregunta después de todo, salvo porque el cretino en concreto empuñaba un sable y él por el contrario una triste estaca. Decidió que lo mejor sería abstenerse de hacer pregunta alguna. Tampoco es que si hubiese tenido un alfanje, una mazo o cualquier pica se fuera sentido más protegido, cuanto menos le hubiese infundido más valor. El ‹‹palo››, tan útil como una morcilla revenida, temblaba en su mano mientras componía una expresión contrita. Sadán se acercó lentamente sin dejar de apuntarlo con la punta de su afilado sable. Su mirada no prometía nada bueno para él.
―¡¿Qué qué estás haciendo aquí?! ―Volvió a inquirir, en esta ocasión masticó cada una de las palabras mientras seguía avanzando hacia él, rezumando un tono urgente en su voz y un brillo febril en la mirada. ―!¿Quién diablos eres?!
Las distancias cada vez se reducían más entre él y aquel tapón con expresión de mala uva, además de que la galería no era tampoco muy espaciosa para que pudiese maniobrar en ningún sentido. De todas formas hizo el amagó de salir corriendo por su derecha, a pesar de que sabía que sus piernas no le iban a obedecer. Y no lo hicieron. Nuevamente Sadán los sorprendió con una inaudita agilidad que volvió a dejarlo boquiabierto. Para ser un pedazo de carne en sazón, una albóndiga con brazos y pies, tenía que admitir que se movía a una velocidad pasmosa. Cuando quiso darse cuenta ya le había obstaculizado el paso del corredor. El tipo tenía el gesto casi mortuorio, como si Armen fuera el responsable de que le hubieran robado la última empanadilla de su plato, y los dos enormes hurones que exhibía por cejas, solo hacían por acentuar aquella expresión avinagrada. El tipo seguía mordisqueándose el labio inferior con una fruición inquietante, probablemente nervioso por todo un poco conjeturó. Un poquito al igual que él, si lo mirabas con objetividad.
Ahora, a la fantasmagórica la luz de la antorcha alumbraba con claridad su tez, comprobó que tal labio era tan grueso como un embutido hecho con las tripas de un borrego. Quizás de allí deviniera que sus compinches lo tomasen tan poco en serio. A un personaje con un aspecto así de acerbo, rápidamente se le acababa perdiendo el respeto. No tenía las pintas que se dijera, del arquetipo de espadachín consumado que asociaba a cualquier caballero, sino más bien todo lo contrario en su opinión. Más bien parecía un noquero o un trabajador del campo en todo caso. Luego bajó la mirada hacía la afilada punta de la espada que apuntaba hacia él y solo pudo concluir. Que en cualquier caso y dicho sea de paso, el cretino seguía teniendo una espada apuntando a su pescuezo decidido a degollarlo al mínimo movimiento suyo. Así que por lo qué le atañía, prefería guardar las distancias por si el tipo optaba al final por lanzarle una estocada.
Retaco avanzó otro paso hacia el frente, Armen a su vez dio dos pasitos hacia atrás. Advirtió que se había posicionado justo de espaldas a la celda donde aguardaba el hombretón, y que cuanto más retrocedía, más cerca se encontraba de aquel horror. Volvió a maldecir. No sabía cuántas veces había blasfemado durante aquel día, pues muy a pesar de que siempre había sido algo maldiciente, probablemente aquella noche se iba a superar con creces. Sadán dio otro paso más hacia él, y luego otro seguido, Armen no tuvo más remedio que proseguir retrocediendo mientras buscaba el valor necesario para cargar hacia el frente en un último desesperado intento. Como sí le hubiese leído las intenciones el tío declaró.
―Inténtalo y te parto en dos mitades. ―Por sus ojos negros y salidos como una sierpe,por aquel brillo que reflejaba un sadismo reprimido, a Armen no le cupo ninguna duda de que Sadán hablaba enserio. ―No te lo pienso volver a repetir, mocoso ¿De qué agujero acabas de salir y quién diablos eres?
Estuvo a punto de mentir como un cosaco, arguyendo que era uno de los reclusos del penal que había logrado fugarse por sus propios medios ahora que había tal ajetreo montado entre sus paredes. Podía decirle que era un ladronzuelo sin más ambición que recuperar su libertad e ir a visitar a su abuela en su lecho de muerte, la cual era aquejada de alguna extraña enfermedad terminal que no tenía cura. Podía decir mil y una historias y la mayoría podrían ser posibles si lo pensabas. Pero tras echar otro vistazo al tipejo le bastó para concluir, que iba a necesitar de una milonga mucho más sutil si es que quería salir de aquella de una sola pieza. El problema en el fondo radicaba en que se había quedado completamente en blanco. Ningún sonido quiso salir de su constreñida garganta para responder. ‹‹Mire, soy el hijo del gobernador de esta misma ciudad, el chaval que por algún motivo que desconozco buscan para degollar con tanto ahínco. La verdad es que ando algo perdido y un tanto afligido. ¿No habrá visto por casualidad una garita de guardia en donde existe un pasadizo secreto que me pueda llevar de vuelta a casa para ponerme a salvo, verdad?›› La realidad sin lugar a dudas resultaba paradójicamente menos creíble que la más extravagante y ridícula de las mentiras. ¿Qué narices podía decirle entonces? No se le ocurría nada.
Inconscientemente dio otro pasito hacia atrás.
―Sabes qué ―decidió de pronto Sadán cuando estaba a una escasa vara de él, su gesto cambió en cierto aspecto a peor. Su expresión se había retorció en una grotesca y perversa mueca antes de añadir ―, la verdad es que no me importa una mierda después de todo quien seas. Dudo que te vayan a echar de menos en este cuchitril. ―Concluyó antes de lanzarle un tajo en perpendicular con su sable, con el cual aspiraba partirlo de la clavícula hasta el ombligo.
El hombre se tomaba sus amenazas al dedillo al parecer, confirmó Armen. Por lo que era una suerte que estuviese a acostumbrado a esquivar los asiduos lanzamientos de objetos que se dedicaba a arrojarle su padre cuando lo sacaba de sus casillas. Sino, como había prometido el muy cretino, se habría convertido en dos mitades sujetas por unos pocos tendones y algún pedazo de piel. No le apetecía acabar despedazado en aquel lugar.
Armen evadió la tajadura por el grueso de un alfiler, notó como el arma silbaba pasando muy cerca de su oído, cortando el aire a escasos centímetros de él. Retaco volvió a acometer con más fuerza en esta ocasión si aún cabía, con un tajo en horizontal con el que pretendía sesgarle la carótida aprovechando la inercia de su reverso. Nuevamente se agachó en el último suspiro, por lo que en esta ocasión el arma pasó peinando su flequillo. Retrocedió aún más hasta que estúpidamente tropezó con el cuerpo del pelotilla que yacía allí tendido desangrándose, mientras su posaderas daban a parar contra el empedrado con un nauseabundo ruido de succión. Sadán al ver ahí su oportunidad, sonrió, alzó el sable triunfante decidido a lanzarle la estocada que le iba a partir la sesera en dos. Entonces el tiempo se ralentizó tan de pronto que se sorprendió. Como si todo estuviese aconteciendo dentro de un pote de melaza. Vio como la hoja descendía buscando sus carnes a una velocidad ridícula, mientras él con la impotencia de un pez que se encuentra atrapado en una red, daba desesperados manotazos resbalando en el abundante charco de sangre a sus pies. Ya estaba cerrando los ojos cuando inesperadamente y de refilón, vio como un puño enorme colisionaba en el jeto de su agresor, hundiéndoselo con un chasquido desagradable y seco. El tipo cayó como una marioneta a la que le han cortado los hilos sin un ápice de vida en él. Abrió los ojos del todo sin poder creérselo.
La conmoción volvió a embargarlo, de nuevo. Un silencio sordo y absoluto quedó flotando en el ambiente. Se volteó con el tacto del quien manipula una delicada pieza de orfebrería y no la quiere malograr. Como ya se había imaginado, su mirada se encontró con la funesta del hombretón, que lo observaba con una intensidad espeluznante. Estaba al alcance de su mano como comprendió al acto. Para su sorpresa, este no aprovechó la oportunidad de agarrarlo por la pechera y estamparlo contra los barrotes como al anterior. Incluso le pareció percibir que un amago de sonrisa se dibujaba en su fea cara, aunque rápidamente aquel reflejo se desvaneció. Se estremeció mientras reculaba a cuatro patas como un cangrejo. Cuando se encontró a una distancia presumiblemente prudencial, se detuvo, sin dejar de mirar ni un segundo al animal a los ojos. Se incorporó con dificultad mientras respiraba entrecortadamente apoyándose en una de las paredes del pasillo, para luego contemplar el cuadro al completo. Finalmente acabó doblándose en dos y echando toda la compota sobre el empedrado.
Frente a los barrotes, muy cerca suyo, yacían los cuerpos completamente inmóviles y ensangrentados; encorsetados en cuero los dos, con las cabezas espachurradas. El primero había quedado boca abajo, con su cuello retorcido de una forma casi de fantasía, por lo que no se podía apreciar el destrozo de su rostro para su alivio. Aunque se intuía que la forma apepinada de aquella cabeza no podía ser normal. El charco de sangre que lo envolvía también podía suscitar alguna que otra conjetura. El retaco había quedado boca arriba para su estupor. Sí en un principio el cretino tenía la cara plana como la suela de una zapatilla, tras el porrazo que aquel enorme puño le endiñó, se le había ahuecado igual que un cazo.
Una intensa calentura comenzó a sofocarlo una vez asimilado todo, sus miembros comenzaron a temblar de nuevo, estuvo a un pelo de soltar otro patético gritito. Puede que la sangre que empapaba sus ropas, los muertos allí tendidos, la pestilencia, las heces, los dientes rotos, aquellos intensos ojos que lo observaban desnudándolo hasta el alma misma, la presente mortalidad, cada una de ellas representaban lo efímera que podía llegar a ser la vida. Una amalgama de sentimientos rompió el dique de su raciocinio.
―¡¿Se puede saber por qué motivo están tardando tanto ese par?! ―Exclamó de pronto desde el otro pasillo el superior. ―Vosotros ―indicó dirigiéndose a alguien más ―, id a ver si no se encuentran sus propios pies o que cojones les pasa.
‹‹¡Fantástico! Que el infierno se me lleve pero ya›› Lo que necesitaba precisamente ahora, tener más compañía.
Sabía que cuando llegaran los compinches de aquellos tipos y repararan en el destrozo que se había hecho con ellos, no iban a tener demasiadas inclinaciones de charlar con él. Sospesó las opciones que tenía de recoger la espada de Sadán e intentar algún tipo de epopeya sin sentido, pero rápidamente descartó aquella solución por suicida. Lo iban a despellejar. Los tipos no tardarían en aparecer por aquella esquina. Pensó que en aquella coyuntura, de poco le iba a servir pegarse a la pared como una pintura rupestre. Sería de majaderos pensar que la treta le iba a funcionar dos veces. Advirtió cómo se aproximaban por el pasillo adyacente. A lo sumo le quedaba unos pocos segundos para que estuvieran allí con él.
De pronto.
―Ábreme la puerta, yo arreglar desaguisado. Rápido chiquillo.
‹‹¿Pero se puede saber quién diablos...››
Aquellas palabras resonaron como alguien que frota una tiza contra la pared, sacándolo por un momento de sus introspecciones, produciéndole una grima difícil de describir. ¿Era el grandullón quien se había dirigido a él? Armen se giró sobresaltado mirándolo con incredulidad absoluta. Sí le hubiese pedido un vestido con encaje y unas medias rosas para sus robustas piernas, no lo habría dejado con una mueca más escéptica. ¿Realmente estaba hablando en serio aquel tipo? ¿Pensaba que lo iba a dejar salir sin más después de lo que acababa de presenciar? ¡Debía de estar de broma o era un majadero en toda regla! Quizás fuera ambas cosas decidió. Los años de reclusión debían de haberle aflojado un tornillo.
―Abre la puerta. ―insistió de nuevo el mastodonte con aquella voz cascada y gutural. Su mirada era tan penetrante e intensa, qué pensó que la piel se le iba a caer a pedacitos como el tocino frito. ―Yo poder ayudarte a escapar. Prometer. ―Prosiguió con una calma insólita para alguien que acababa de reventar a dos personas como si nada. ―No tener ninguna intención de hacer daño a ti. Yo poder hacer frente a los que vienen.
Los Incondicionales seguían aproximándose cada vez más a su posición, muy pronto llegarían al mismo corredor donde él se apretaba en la pared con fuerza, donde al parecer, estaba ahí tan tranquilo conversando con un psicópata de más de dos varas que acababa de espachurrar la cabeza de dos hombres adultos como si nada y que le pedía salir a pasear. Se dijo que tendría que estar buscando una salida a aquel maldito lío y no en medio de toda aquella carnicería rodeado de cadáveres y preguntándose cómo había acabado así. Y mucho menos debería estar tratando con uno de los carniceros propiamente dichos. Suspiró con resignación. Ya de paso si lo mirabas con detenimiento, tampoco debería verse abocado a una situación donde se estaba poniendo en riesgo su propia vida, en un sucio antro, y rodeado de mierda y desequilibrados que podían destrozar a los incautos que pasaran por allí con la misma facilidad con la que uno se limpia el culo. Curiosamente en los ojos del mastodonte a parte de un odio desmedido e irreversible, un punto de locura, contrapuesto con la expresión calmada que sorprendentemente lograba componer, también le pareció ver un reflejo de sinceridad.
No es que fuera un experto en juzgar ese tipo de cosas, ni mucho menos era el más idóneo para opinar sobre la estabilidad emocional de nadie, pero algo en su interior le decía que podía confiar en aquella bestia su vida.
Contempló los cuerpos de los caídos, luego volvió a posarlos en los ojos del hombre de la celda, escuchó como los tipos estaban por doblar la esquina en cualquier instante, el desespero, la conmoción o la urgencia, o puede que quizás la impotencia que hace que a uno le importe todo un comino, hizo que actuara de aquella manera. Reaccionó con rapidez lanzándose hacia el cuerpo desmadejado de Sarpullidos, volteándolo sin ninguna ceremonia al ponerlo boca arriba. Por poco no echa la pota de nuevo encima del difunto, por poco. Con la torpeza de un imberbe amante que busca su primer pezón, rebuscó entre las ropas el manojo llaves que había visto antes. No tardó en dar por fin con ellas. Se levantó con presura y entonces se detuvo a medio camino de su destino. ¿Realmente era muy inteligente lo que tenía intención de hacer? Nadie le aseguraba de que cuando ese bárbaro estuviese suelto no empezaría a emprenderla a mamporros con él hasta dejarlo abollado como un saco de nabos. Era una decisión muy difícil de tomar y no le quedaba tiempo para excesivas vacilaciones. En cualquier caso fuese como fuese decidió finalmente, de una manera u otra su vida pendía de un hilo mirase por donde lo mirase. Así qué pensó con un último estallido de rabia ‹‹Que narices Armen, pues de perdidos al río››
Se acerco a la celda y comenzó a trastear en la cerradura, probando con cada una de las llaves del enorme manojo que tenía en ellas. Había unas cuantas, y no tenía tiempo de probarlas todas antes de que aparecieran sus invitados. El tiparraco lo miraba sin decir palabra alguna pelear con la cerradura, impasible como una piedra que resollaba. Se giró para ver como la luz de una tea comenzaba a sacar reflejos desde la esquina, anunciando la pronta llegada de más incondicionales. Trasteó con más presteza si aún cabía hasta que... Clak, cklak, clak. Con un último chasquido el cerrojo de la puerta se descorrió justo cuando tres tipos vestidos con cuero, de cuestionable catadura y una cara de malas pulgas que echaba para atrás, aparecieron en el corredor. Armen se hizo rápidamente a un lado y se apegó a la pared, el tiparraco abrió la puerta y salió a la galería, agachándose un poco para pasar por debajo del marco de la puerta de su celda. Ahora que lo veía con más claridad, era mucho más grande de lo que aparentaba en aquel diminuto zulo. Por la expresión que se les quedó a los recién llegados, blancas como la leche, probablemente también pensaron algo similar que él.
El titán en taparrabos lo miro durante unos segundos de incertidumbre que lo espeluznaron, en los que parecía que el tiempo se hubiese detenido por completo. Ahora sí que le sonrió de una forma obscena y perversa, para seguido lanzarse a la carga con un estridente y gutural grito de batalla sobre el sorprendido trío.
El primero intentó sacar el estoque que portaba en su vaina; no lo consiguió. El hombretón lo embistió con su hombro con la fuerza de un ariete, sin reducir la marcha un ápice, sacándole el aire de los pulmones mientras lo mandaba volando contra la pared, donde se estrelló con un estruendo espantoso. Al segundo y al tercero respectivamente, no les dio tiempo de reaccionar tampoco, los agarró de sus cabezas y los levantó del suelo como si solo fueran muñecos de trapo, luego hizo que sus seseras chocaran entre sí y los lanzó bien lejos suyo. El sonido del crujido de sus huesos llegó hasta donde se encontraba él. A pesar del escándalo que se estaba generando con tanto aullido, gemidos, llantos, dolor y huesos fuera de lugar, Armen no dejaba de contemplar anonadado aquella muestra de fuerza bruta de la naturaleza. Luego para asegurarse de su buen trabajo supuso Armen, el gigantón se dirigió hacia el primer caído con una pasividad funesta, el cual se trataba precisamente del que mando a volar en primer lugar. Con el pie descalzo y sin miramientos, le plantó una patada en los morros reventando su jeto contra la pared. Otro desagradable crujido y se quedó en silencio y muy quieto. El dibujo que quedó en el muro, recordaba al que dejada un mosquito espachurrado contra un tabique blanco. Luego se dirigió hacia los otros dos que había usado como sonajeros, los cuales aún se retorcían de dolor. Al primero le pisó el cuello mientras este aún se sacudía, le aplastó la tráquea sin ceremonia alguna. El otro, que tenía los ojos salidos por la conmoción e inyectados en sangre, intentó incorporarse inútilmente, pero el hombretón llegó junto a él. Lo cogió nuevamente de la cabeza con su enorme zarpa, y con un fuerte giro de su muñeca, le puso la testuz del revés. Lo dejo caer al suelo para mirarlo luego a él y argüir.
―Ya decir yo que poder arreglar problema tuyos amigo, si tu dejar salir. Ahora ver con ojos tuyos, Zerbes siempre cumplir con palabra suya. Zerbes ser leal. ―le soltó mientras componía una mueca que le recordó a un chiquillo que quisiera preguntarle a su hermano mayor los pormenores de cómo hacer para masturbarse. ―La gente de ciudad solo encerrar en celda a Zerbes por no entender costumbres suyas. ¿Zerbes no ser malo en verdad, saber? No hacer daño si otros no tirarle piedras o meterse con él por no gustarles aspecto suyo. Zerbes ser algo diferente a la gente de por aquí, pero Zerbes ser tranquilo.
Armen no sabía ni cómo reaccionar a aquella compleja declaración. A pesar de ser un monstruo, un psicópata con horchata en las venas, y aunque Institución no era el lugar idóneo donde trabar amistades en ningún caso, no le cupo ninguna de que el Zerbes no era un mal tipo del todo. Quizás fuese un incomprendido como él. O al menos eso quería pensar mientras era atravesado por esa mirada de mastín travieso que le ponía la piel de gallina. Alguien qué explicaba sus razones, aunque con una forma un tanto peculiar de hablar, no podía ser tan irracional después de todo. Al menos es lo que supuso.
Al parecer la desaparición de cinco hombres en el intervalo de diez minutos, había suscitado muchas preguntas en la sala de al lado. No tardarían en aparecer por allí. Como si el gigantón le hubiese leído el pensamiento.
―Zerbes pensar que ser mejor salir de aquí ―prosiguió ante su aturdida mirada. ―Haber muchos hombres malos en nivel andando por aquí bajo, pronto venir a ver qué pasa con amigos suyos. Mejor buscar salida pr.
El grandullón había dicho varias verdades enormes como puños, o al menos tan grandes como su propio interlocutor. Lo compinches de los hombres que acababa literalmente de aplastar como a cucarachas, pronto iban a aparecerse por aquel pasillo para averiguar qué es lo que había sucedido ahí. No creía que fuese a gustarles lo que se iban a encontrar cuando llegasen. La segunda verdad que había dicho el hombre, era que en una penitenciaría de aquellas características, lo más habitual es que estuviese a rebosar de asesinos, saqueadores y violadores, además del resto de calaña que se dedicaba a vivir del sufrimiento de los demás, vamos, en resumidas cuentas, que aquel subterráneo abundaban los hombres malos. En cualquier caso no podía seguir avanzando al siguiente corredor, estaba claro que nada bueno le esperaba si seguía en aquella dirección. Contando que cualquiera de todas las atrocidades que había tenido que presenciar hasta aquel momento, se les pudiese sacar algo de positivo. La sala no aparecía por ningún lado, los Incondicionales rondaban por el lugar, y además estaban montando una gran revuelta en las calles. Estaba acompañado por un bárbaro de proporciones épicas que se las daba de santurrón. Habían matado a su mejor amigo y ahora venían a por él. Tampoco no sabía si su intención final era llegar hasta el castillo de la ciudad para poder incendiarlo desde su interior.
No sabía qué demonios debía hacer a partir de ahí, pero tenía que pensar en algo y pronto, eso si no pensaba sobrevivir para descubrir que todo allí a fuera era aún mucho peor.
―Me llamo Armen. ―le dijo con un hilo de voz al rato. ―La verdad es que te diría que estoy encantado en conocerte, que un placer y todo eso, pero visto en las condiciones en que se han dado nuestro encuentro, dudo de que creyeses que eso fuera cierto. Aunque en algo sí que tienes toda la razón. Lo mejor será salir de aquí pitando.
La bestia lo miró inclinado la cabeza a un lado.
―Yo llamarme Zerbes ―le contestó dándose un golpe con un puño en el pecho, como si no lo hubiese repetido ya hasta la saciedad. ―Encantado.
Y así los dos emprendieron la carrera por el mismo corredor que acababa de llegar tan solo hacía un rato. Entonces recordó las palabras de Kumar. ‹‹ Localizará una palanca en la sala de guardia que se encuentra en la planta baja del edificio. Verá que está muy cerca de las escaleras que le habrán llevado hasta allí.›› Vaya suerte la suya, pues al final sí que iba a ser que se había pasado la puñetera sala de largo. Siguieron corriendo mientras se empezaron a escuchar blasfemias y gritos por detrás de suyo. Ya sabía que no les iba a gustar en absoluto.
Trago saliva y siguió corriendo. Zerbes marchaba al lado suyo.
[b]FIN
EXTRAÑAS COMPAÑÍAS
Mientras bajaba por las escaleras, estrechas y con el techo tan bajo que por poco no se abre la cabeza contra el dintel, cayó en la cuenta de la cantidad de piedras que tenía sobre su cabeza. Deseó con todo fervor que ese fuera el último tramo de aquella excursión de pesadilla El tramo era tan oscuro que asemejaba la boca de un lobo, aunque mucho menos seductora. Rozó con los dedos las descascarilladas paredes castigadas por el tiempo mientras a su paso, contemplaba la rudimentaria ingeniería que se había usado en aquella sección de Institución. Aquel lugar emanaba un aire primitivo, un aire ancestral que logró ponerle la piel de gallina. Un horror que de seguro no deseaba conocer de primera mano. Habría deseado poder darse la vuelta en aquel instante y regresar por donde había venido para no pisar ese lugar de nuevo jamás. Inmediatamente supo que aquella no era una opción real. Probablemente aquel lugar era muy anterior a que se asentara la primera piedra de la ciudad, conjeturó tras pasarse un rato observando las magras paredes con reticencia. Al colocar el primer pie en el rellano del nivel, un viciado soplo de aire caliente lo abofeteó de frente. Una fetidez nauseabunda, aunque mucho más espesada que la de los pisos superiores, lo impregnó de la cabeza a los pies; instalándose en cada poro de su piel. Junto a la humedad inherente de estar caminando a tantos metros por debajo del suelo, hacían del paseo un completo infierno sin paliativos. Al menos ahora sabía que se encontraba en el nivel más bajo de la penitenciaria ¿No? Que era supuestamente ahí donde debería lograr dar con la puñetera palanca que le abriría la puerta del corredor que lo llevaría a casa.
Se quedó contemplando el inmenso pasillo que desaparecía tras la parábola descendente que este dibujaba hasta perderse en la siguiente curvatura. Alzó la vista para examinar el ajado cartel que a duras penas se sostenía por encima del portón. Mucho más deteriorado que el anterior y en el cual no se apreciaba anuncio alguno. Aunque concluyo que después de las entrañables experiencias vividas durante aquel día, casi que prefirió desconocer lo que pondría allí.
Se asomó al corredor, como un gato resabiado que se asoma en el canto una bañera, Pero sin llegar a pasara el perímetro del rellano del todo. Adelantó la temblorosa en la que sujetaba el consiguiente trémulo hachón. No vio a nada ni a nadie en particular. Tampoco es que tuviese que haber un ejercito de lunáticos correteando por la instalaciones ¿Verdad? En cualquier caso tanta quietud resultaba un tanto extraña. La cuestión es que no podía quedarse ahí plantado como un pasmarote, retozando en su propio reconcomio. No le quedaban más alternativas que seguir avanzando, a pesar de que sus piernas no quisieran acatar aquella orden por el momento. Mientras intentaba armarse de valor, sin poner excesivo empeño en su empresa, probó de sondear a su alrededor adelantando aún más, el brazo que sostenía la cada vez más insignificante tea. Por poco no se prenden sus ropas con el estúpido experimento. Si hubiese estado algo menos acojonado y aterido, menos preocupado de que un desequilibrado saliera de alguna sombra y le rebanara el pescuezo, quizás y solo quizás, se hubiese percatado de que aquella acción era una estupidez en más de un sentido.
Se le escapó una maldición que reverberó por unos instantes en el combado techo del túnel. Parpadeó varias veces deslumbrado hasta que logró recuperar la visión del todo ‹‹¡A quien diablos se le ocurre!›› se reprendió irritado. La oscuridad del corredor parecía impermeable a la luz de su triste antorcha. Las recortadas sombras que se dibujaban no hicieron por calmar sus ánimos. La primera impresión no fue nada buena.
Recorrió la zigzagueante travesía, un túnel practicado horadando la dura piedra del lugar, que tenía mucho más de parecido a un serpenteante camino hacia las mismas puertas del infierno, que una salida a su comprometida situación actual. Aunque bien mirado se dijo, todo en aquel lugar tenía un aspecto similar.
Al final del tramo por poco no se defeca encima de la impresión. Se le escapó un lastimero quejido cuando reparó en los dos celadores parados a ambos lados del portón. Comenzó a balbucear alguna incoherencia sin sentido cuando advirtió, que no iban a ser necesarias ninguno de sus lamentables excusas. Resultaba que los tipos estaban más tiesos que su difunto abuelo.
Observó con la mandíbula desencajada sus cuerpos inhiestos y clavados con brutalidad en los laterales de la puerta, custodiando aunque sin ver nada (Les habían arrancado los ojos de cuajo a ambos), el corredor por el que él acababa de llegar. De pronto sufrió varios aguijonazos en su estomago, logrando doblarlo en dos, retuvo las arcadas igual que la bilis en su maltrecho esófago de nuevo. O al menos las retuvo por algún momento más. Los habían mutilado pero que a conciencia a los dos.
No solo les faltaban sus ojos como comprobó al rato, pues también les habían roto ambos brazos y ambos pies, sin contar la multitud de contusiones y laceraciones que se advertían en ellos. A uno le bajaba un reguero de sangre por su cuadrado mentón, tiñendo más su sucio jubón con ella. Le habían cortado la lengua y al parecer, también se habían cebado con varios de sus dientes. ¿Quién podría realizar un echo tan execrable y salir tan pancho de aquella fortaleza? No sabía que demonios era lo que estaba sucediendo entorno suyo, pero las carnicerías acaparaban el primer lugar del podio, por lo que no podía tratarse de nada bueno para él. Era tan desconcertante que no se atrevía ni a especular. Aunque comprobó que había algo distinto en el ensañamiento de aquellos cuerpos del que le había advertido en los pisos superiores del lugar; a pesar de que el efecto al fin y al cabo acabase por ser el mismo.
Para empezar, en el primer escenario del crimen, parecían tratarse de esos que hacían llamarse los Incondicionales, y por su aspecto, debían de haberse cruzado con alguien aún mucho más psicópata que ellos. Aunque seguía sin saber que hacían allí o que demonios era lo qué buscaban. Por otro lado, frente a él se desangraban dos funcionarios de esa misma penitenciaria; torturados y vejados hasta morir. ¿Que podría significar todo aquello? ‹‹¡Nada bueno Armen, nada bueno maldita sea!››
Hizo de tripas corazón, si que su vientre se encontraba para tales símiles, mientras pasaba entre ambos cuerpos sin estorbarlos. Sabía que era un poco imbécil al pensar en molestar a dos hombres que se mantienen apuntalados varios palmos por encima del suelo, pero por algún extraño impulso, sentía la necesidad de no perturbar su reposo. Aunque el improvisado panteón se encontrase en un sucio corredor a muchos metros por debajo del suelo, y los difuntos en concreto estuviesen cagados de la cintura hasta la pernera de sus pantalones. Se dijo que cuando lograse poner su pellejo a salvo, se encargaría de que recibiesen un sepelio digno.
Esquivó el charquito de efluvios corporales que se formaba debajo de las suelas de los centinelas, mientras lentamente abría la puerta que custodiaban y se asomaba al otro lado. Una galería lo observó a su vez desde la más completa oscuridad. ‹‹¡Fantástico!›› Era un corredor más pequeño, mucho más tétrico, y sin lugar a dudas con una disposición de lo más singular. Era un recinto tosco en el sentido más literal de la palabra. Un lugar de húmedas paredes, donde reinaba la más absoluta oscuridad y el más inquietante de los silencios. Salvo él y la fría roca, y la siempre presente soledad de los lugares tan poco solicitados como lo era Institucional, allí no había nadie. Casi sintió pena por los pobres desdichados que estuviesen encerrados allí, aunque no tanta como para no pensar en esos momentos en su propia integridad. Tampoco es que fuese un santo al fin y al cabo; Cuestión de prioridades.
En la galería se repartían varias celdas entre paredes con el grosor de varios hombre juntos, tres por cada lado del primer nivel, más las subsiguientes seis en el piso superior. Seis corredores y la misma monótona distribución. Repartidos de manera estudiada para que sus ocupantes no actuaran entre ellos de modo alguno. Una celda a su derecha, varios pasos más y una aparecía a su izquierda, otros pasos más y otra a su derecha, y así hasta llegar al bloque siguiente donde se repetía la misma operación. Lo más curioso de la construcción era, que aquella distribución tan poco convencional recordaba a un panal de abejas.
Un lamento descarnado y carente de toda humanidad, brotó de las entrañas de ese mismo pabellón para romper la quietud reinante y helarle la sangre en las venas ‹‹¿Qué diablos ha sido eso›› se preguntó estremecido.
Entonces lo recordó.
En alguna ocasión había escuchado que en el penal tenían un pabellón denominado precisamente como ‹‹La Colmena›› ¿Se trataba de ese lugar? Por los retazos de conversación que lograba recordar, no era el lugar más idílico donde uno decidiera voluntariamente pasarse la jornada. En aquel nivel era encerrada la peor calaña de toda la prisión. Los más agresivos y crueles psicópatas de todo el jodido continente, se encontraban encerrados en torno suyo. Probablemente si lo hubiese ensayado con deliberación, no le habría salido mejor. Lo que sí que aún no tenía muy claro, era donde había escuchado aquella conversación tan poco sugerente que ahora rememoraba para mayor desasosiego suyo. Concluyó que era muy probable a pesar de su nula retentiva, que esta se diese en una de las muchas tabernas de la ciudad que frecuentaba asiduamente. Al fin y al cabo es donde solía tirarse la mayoría de su tiempo durante el día, la tarde, y muchas de las noches como aquella. Se exhortó a dejarlas de visitar tan a menudo en un futuro próximo. En el caso que aún viviese para poder decidir sobre ese tipo de disyuntivas y se diese la ocasión, claro estaba. ‹‹Mira en los problemas que te acabas metiendo sin comerlo ni beberlo Armen›› La puerta chirrió un poco al cerrarse detrás de él, aunque opinó sin miedo a equivocarse, que los cadáveres no iban a poner ninguna objeción después de todo. Además, el pabellón seguía pareciéndole inquietantemente desierto. Descontando al tipo que no dejaba de berrear con terquedad, no se oía a nadie más en la zona.
‹‹¿Dónde diantres están todos?››
Era demasiado incongruente que no hubiese topado aún con ningún funcionario, práctico o celador del lugar, o en realidad quién diablos fuera que pudiese auxiliarlo en aquel momento de necesidad. Cada vez se sentía más cohibido. Por ende la maldita sala de guardia seguía sin aparecerse por ningún lado. Estaba seguro que nadie en su sano juicio, deambularía por aquella casa de desequilibrados desconociendo donde le iban a llevar sus pasos. No le apetecía en demasía volver a tener que mantener un coloquio con ningún otro tarado que le pegue un susto de muerte sin venir a cuento de nada; como el grupito como había tomado antes por poner alguno. Tampoco quería ser testigo de nuevas carnicerías que lo iban a acompañar para el resto de sus días. En definitiva, no quería encontrarse ahí. Otro lamento perforó la calma de ese nivel hasta resquebrajarlo. Tras varios segundos en los que no se movió ni un pelo mientras controlaba que su vejiga no diera suelta a su naturaleza, el clamor comenzó a atenuarse como ara poder retomar la marcha de nuevo. Concluyó que tampoco le apetecía toparse con e autor de aquellos mortuorios quejidos.
La realidad seguía siendo peliaguda para él, no había duda, pero situado en el limbo de su comprensión. Solo podía seguir avanzando y nada más, buscando en aquel nivel como quien busca pepitas de oro en el río, con escasa probabilidades de encontrar nada. Solo se quedaba apretar el culo y rezar para no meterse en más problemas. ‹‹¿Se me habrá pasado la garita de guardia de largo quizás?›› se preguntó en un momento dado ya harto de la gincana. Con el pánico y las prisas por huir, sumados a su anterior encuentro con los cretinos del piso superior, podría ser posible tal despiste concluyó. El vértigo comenzó a recorrer sus miembros entumeciéndolos, por lo que se detuvo hasta que se le paso un poco. Si ese era e caso ¿Qué puñetas iba hacer a partir de ahí? Retroceder parecía una opción potencialmente peligrosa, muy poco sensata, y según como se mirase suicida. Seguro que aún andaban detrás de él. A pesar de que era consciente de que no había topado con nadie en el lugar (al menos nadie libre ni cuerdo, como tampoco alguien que aún le corriese una pizca de sangre por sus venas), sabía que la diosa fortuna no le iba a sonreír para siempre. ¡Por los genitales de Sansemar! Que él pudiese recordar, si es que no le engañaba su confusa memoria, hacía mucho tiempo que esta no le favorecía fijándose en su persona. ‹‹Espero de corazón que su intención final no sea dejarme ciego››
Respiró una bocanada mientras se decidía a avanzar.... ‹‹Pero qué coño, malditos los muy cochinos...›› Casi se atraganta cuando la fetidez se le introdujo hasta los huesos. Sin quererlo en absoluto, logró olfatear todos los hedores que a uno se le pudiese ocurrir pensar, junto a otro tipo de ‹‹Fragancias›› que tan siquiera hubiese imaginado que existiesen si en sus peores sueños. Era como si algo, o más concretamente alguien, se estuviera pudriéndose ahí abajo, y válgame la redundancia, pues seguro que alguno de ellos había. Dadas las condiciones de lugar, y a pesar de su escasa experiencia en aquellas lides, podría asegurar que aquel sitio era algo mas insalubre que el mismísimo infierno, y probablemente bastante menos acogedor. Tosió un par de veces mientras carraspeaba otras cuantas, escupió hasta que no le quedó nada más que escupir que su propio desagrado. No logró sacarse aquel sabor desagradable y acre en ningún caso. Se preguntó cómo podía alguien sobrevivir en unas condiciones tan mefíticas. ‹‹¿Quizás es por qué no le queda más remedio que aguantarse?›› se contestó a aquella estúpida pregunta.
Normalmente en las situaciones más embarazosas solía echar mano de su cinismo, que como comprobó no había perdido el filo a pesar de andar por el borde de la hoja de la navaja. Normalmente era su armadura que lo protegía de aquel mundo hostil que zahería a diestro y siniestro sin ninguna conmiseración. Cuando las cosas se le solían torcer echaba mano de él y se relajaba un tanto. Pero vistas las evidencias de aquel día, relajarse iba a ser la más pequeña de sus preocupaciones. Si seguía con vida ya tendría tiempo para ello.
Continuó avanzando alumbrando nichos a su paso, no quería más sorpresas, pero no vio nada que llamase su atención en particular, aunque de tanto en cuanto los gemidos seguían oyéndose haciendo que sus patas se doblasen como dos pajitas. Una parte bastante importante de su cerebro le decía que demonios hacia dando un paseo en aquella caverna de desquiciados, pero otra le susurraba con asiduidad de que no le quedaba de otra. Por el corredor seguía sin haber actividad o presencia alguna que él pudiese ver, tan solo algún que otro movimiento furtivo en las sombras al pasar por delante de alguna celda, aunque nadie le increpó. ‹‹Nada que no puedas soportar Armen, nada ahora que has llegado hasta aquí››
Otro gemido, en esta ocasión mucho más cercano y acojonante que el anterior, dejaba poco margen para la imaginación.
En todo caso se estaba cada vez aproximando más a donde brotaban los puñeteros quejidos aquellos, los cuales no habían dejado de inquietarlo desde hacía un buen rato, y él seguía dando tumbos por el nivel como un jodido lagarto dentro de un maldito pote de cristal; sin lograr dar en absoluto con la desconocida sala que buscaba. Quizás en la palabra ‹‹Desconocida›› era donde se encontraba su problema. Los berridos eran temibles, molestos y sin ningún asomo de dudas inhumanos. Aquella macabra sinfonía lo acompañaba todo el rato en su mísero periplo. No estaba siendo una búsqueda placentera en absoluto. En ese clamor se juntaban un odio desmedido, un pesar inagotable, y hielo en las venas. Reprimió otro estremecimiento mientras seguía avanzando con cautela. No quería toparse con el autor de aquella trágica cantinela, no obstante, ya había recorrido cuatro de los seis pabellones del lugar sin encontrar nada a cambio. No encontraba por ningún sitio, la anhelada y preciada sala de guardia. Francamente, ya le quedaban muy poquitos sitios en donde buscar.
Cuando ya iba por el quinto corredor, escrutando las sombras con vagas expectativas de encontrar nada más que un pestilente olor, la impenetrable oscuridad, y un hartazgo que consumía sus energías, mas ninguna sala de la ‹‹Salvación›› pensó, que el jodido Kumar era un maldito imbécil además que un embustero, y que él iba a ser despellejado igual que un conejo al lado de una puñetera hoguera, más pronto que tarde. De pronto le pareció comenzar a escuchar los retazos de una conversación, la cual nacía en el sexto pasillo de aquel mismo nivel, que quedaba justo al paralelo del suyo. Lo curioso era que en lo que pensó su desquiciada mente fue ‹‹¿Quién diablos se dedica a platicar en un lugar así?›› Era de locos. La tensión le estaba pasando factura sin lugar a dudas, pero en cualquier caso el hecho en sí, parecía anómalo. Como no sabía con quien podría encontrarse al doblar la esquina, y como por supuesto estaba harto de tanta macabra sorpresa, decidió ir con tiento hasta averiguar de quién demonios se trataba.
Ya más próximo comenzó a escuchar con mayor nitidez la mentada conversación.
―¡¿Cómo es qué no sabéis lo que ha sucedido aquí?! ―Bramó con toda claridad, una voz ronca y autoritaria, la cual visiblemente se intuía cabreada. ―Dudo que estos tres se hayan desjarretado por sí solos ¿Verdad? Tampoco creo que hayan decidido así por las buenas desmembrarse mutuamente por amor al arte. ¡¿No creéis?! !¿He?! Así que decidme ―volvió a inquirir desgañitándose ―¡¿Cómo qué no sabéis que cojones es lo qué les ha pasado?!
No sabía cuántos eran los que acompañaban al individuo que hablaba en aquellos instantes, pero en cualquier caso, nadie pareció que le fuese a contestar, por lo que el tipo siguió con su propia perorata.
≥≥¿A qué persona sensata le cabe en la sesera que un tipo atado con grilletes y probablemente flacucho como un junco, haya podido deshacerse de dichos grilletes, logrado desmembrar a vuestros compañeros, y salir andando tan campante del penal?―dijo de nuevo calmado hasta que de pronto volvió a arremeter sin tregua. ―¡¿Alguien me puede responder a eso, alguien me puede decir que cojones estabais haciendo vosotros mientras todo esto ocurría aquí?! ―la pausa en realidad no duró ni una fracción de segundo antes de que el tipo siguiera imprecando sin parar. ―No, sabéis qué, mejor no me lo contéis, ni siquiera lo quiero averiguar. ¡La verdad es que me importa un bledo ahora mismo! ¡Esto me pasa por traerme a unos idiotas sin un gramo de juicio como vosotros para hacer el trabajo de gente que tendría haber sido capaz, maldita sea! ―perjuró. ―¿Quién diablos me mando pensar que seriáis aptos para reducir a un tipo encadenado de pies y manos, y para más inri,anémico hasta los huesos sin que surgiera algún percance como el actual? Si al fin y al cabo la culpa es mía por ser tan generoso midiendo vuestra nula capacidad de acción, por confiar en que unos desgraciados como vosotros serían suficientes para reducir a un tipo quebrado hasta el alma. Pero no os preocupéis ahora, a lo echo pecho ¿Verdad? No, no, no me pongáis esas caritas afligidas.Cuando estemos en presencia de nuestro señor Shapur, en el castillo, y seáis vosotros quienes tengáis que dar explicaciones de como se ha dado este fiasco delante de vuestras protuberantes, sucias y torcidas napias, ya tendréis tiempo de poner esas muecas de dolientes. Sí, entonces sí que podréis. Por qué estoy seguro de comprendéis lo que os espera. ¿Pero sabéis en realidad que es lo que más le gusta hacerles a los que no cumplen con sus...
En aquel momento Armen dejó de escuchar el rapapolvo que acontecía en el pasillo de ahí al lado, pues su corazón en esos instantes le estaba haciendo promesas de que pronto se le iba a parar en seco. No ganaba para sobresaltos aquel día concluyó. Otro lamento brotó a un costado suyo, tan cerca de él que casi podía oler el asfixiante aliento de su propietario lamiéndole el cogote; una mezcla a podredumbre, hacinamiento y mierda complementada con toda probabilidad, con la comida caduca que le habrían servido aquel día. La nauseas no le impidieron distinguir a la mole de más de dos varas que lo observaba desde el otro lado del enrejado con sus llameantes ojos. No se había percatado de que estaba parado justo delante de su celda, hasta que el enorme tiparraco prácticamente le gimió en la cara. Hasta el pelo se le alborotó con tal clamor. Era un tipo titánico, cubierto de cicatrices de la cabeza a los pies, el cual también vestía con un simple taparrabos deshilachado, pero a diferencia de los otros reos que había apreciado con anterioridad, este era tan grande como un pedazo de cachalote atiborrado de peces. Contempló horrorizado al monstruo mientras transpiraba abundantemente, hasta que no pudo evitar soltar un chillido bastante pueril al cabo. Aunque lo suficiente alto y agudo como para que los que moraban en el pasillo ulterior, pudiesen oírlo con toda la claridad del mundo.
De pronto la conversación (o rapapolvos en cualquier caso) cesó en el acto.
―¿Y eso se puede saber qué diantres es? ―Inquirió el de la voz ronca, que claramente concluyo que era quien mandaba en aquel sitio.
―Pues a mí me ha parecido que ha sonado como a un gritito ¿no? ―Se aventuró a reconocer alguien de los reunidos.
Lo siguió un tenso silencio.
―Vaya, así que un ‹‹gritito›› Muy perspicaz Sadán ―replicó el primero cáustico. ―Para tu inmaculada idiotez, ha sido todo un logro discernir qué tipo de sonido era. Pero lo que yo me estaba preguntando, es por qué parece que ese ‹‹gritito›› como tú lo has llamado, ha sonado precisamente tan cerca de nosotros.
El tipo no replicó. Armen contuvo la respiración mientras era atravesado por la mirada del gigantón; que en este caso parecía estar observándolo con la curiosidad de un mocoso que le comienzan a salir sus primeros dientes y le apetece pegar bocados a todo cuanto encuentra. Esperaba de todo corazón que no le diese por querer mordisquearlo a él. Con aquellas fuertes mandíbulas cuadradas no dudaba, que sería capaz de partir losas con los dientes.
―Hace un rato que no dejan de oírse los lamentos de un bicharraco que está encerrado en el pasillo colindante a este, mi señor ―apuntó alguien, que pretendía guardar un tono más diligente al parecer. ―Lo vi cuando inspeccionaba dicho pasillo; el número cinco como se me ordenó. Puede que se trate del mismo tipo.
Con toda probabilidad supuso Armen, ese debía de tratarse del típico adulador que se dedicaba a lamer el culo de quien fuera pertinente en aquel momento y se encontraba en cualquier grupo medianamente numeroso. Tipos como ese brotaban como hongos en una mañana especialmente húmeda en cualquier cañada o en un denso vergel. Arribistas, pelotas o artistas de lamerle las botas al prójimo los había por doquier en una ciudad tan civilizada como la suya; maestros en conseguir ascensos a base de bajarse los pantalones a la altura de las rodillas, los tenían a puñados. El muy cabrón le iba a acabar por joder fastidiar la noche y todo.
―Ah, claro. ¿Así que hay un tipo de proporciones enormes que se dedica a lanzar ‹‹grititos›› como una remilgada putilla de salón, eso es lo que pretendes decir Valián? ―preguntó de nuevo el ‹‹Jefe›› con el mismo tono suspicaz del cual al parecer, echaba mano con bastante asiduidad. ―Ahora lo entiendo todo con mucha más claridad. Comprendo por qué maldita razón no os habéis enterado de nada de lo que había sucedido aquí hasta el momento. Si realmente todo encaja. ¡¿Sois rematadamente idiotas, verdad?! ¡Id a comprobar de qué se trata de una puñetera vez, malditos tarugos!
Ahora sí que estaba puntito de hacérselo encima de verdad. No veía donde podía esconderse para que los ‹‹Debatientes›› no lo pescaran allí plantado como un efebo mal pintado. No había muchos lugares donde poder ocultarse que él pudiese ver. Buscó con el corazón acelerado alguna salida de aquel atolladero, mirando hacia ambos costados con desesperación, pero tal salida no existía por ningún sitio comprendió al poco. A fin de cuentas estaba en la galería de una penal de máxima seguridad ¿No? La suerte era resbaladiza como el limo y engañosa como ‹‹Un buen trato››. Se abstuvo de maldecir hasta desgañitarse, pues de poco que le iba a servir ahora en ningún modo. A pesar de que quería tirarse al suelo, hacerse un ovillo y ponerse a berrear sin más.
Todo aquello ocurría ante la curiosa mirada del gorila de la celda, que no volvió a gemir, quieto como un enorme jabalí grabado en un sucio tapiz en un entorno de pesadilla, a la espera. No obstante no lo dejaba de contemplar como a un bizcocho que le apeteciera zamparse con una tacita de té en una tarde primaveral. ‹‹Maldita sea mi puñetera suerte ¿Y ahora qué diablos hago?›› Al final, pues sí que acabó blasfemando después de todo.
Pronto comenzó a escuchar los pasos de los tipos que se avecinaban a su pasillo, un poco antes de ver el tenue halo de luz de la antorcha que portaban, que a cada pálpito que pasaba iba alumbrando un trechito más del empedrado mientras se aproximaban a él. Con más bien mucho empeño y poca maña, aspaventando como un desgraciado que ha perdido el juicio por completo, logró apagar su tea a base de sacudirla a pisotones contra el suelo. No llegó a tomar en consideración el alboroto que pudiese organizar con aquella estupidez.
Rezó para que la maniobra no lo hubiera delatado.
―Sigo pensando que el ruido ese lo ha hecho el tiparraco del que le he hablado al comandante hace un rato ―le dijo el pelotilla al tipo que lo acompañaba. Al parecer no habían visto u oído nada que llamase su interés, ni a él. Para su alivio seguían enfrascados en un acalorado coloquio de quién tendría razón sobre aquel tema en particular. ―Estoy seguro de que no me equivoco en este asunto, tú mismo lo vas a comprobar. En todo caso el paseo no va a ser en balde. ¡Ya verás que tipo más grotesco que tienen allí chapao! ―Añadió con socarronería. ―Más feo que pegarle a un padre, si ya te lo digo yo.
Su compañero no parecía muy perceptible para reír sus chanzas.
―Yo digo que ha sido como un gritito con todas las de la ley ―Arguyó obcecado el tipo al que habían apodado Sadán, que al parecer era quien acompañaba al dicho pelota. Estaba claro que confiaba profundamente en sus virtudes auditivas, pues aún seguía dándole vueltas a ese maldito misterio sin resolver. Armen se preguntó si no habrían mandado a aquellos dos precisamente, como castigo por abrir la boca en balde.
―Sí, que sí, que no lo dudo Sadán.
Armen tan solo encontró un pequeño recoveco que le proporcionaba la horadada roca del lugar; apenas un relieve en la pared que no proporcionaba cobijo alguno ante sus miradas. Sabía que era un parco intento por ocultarse de ellos al momento de acomodarse como un lagarto moteado a la pared. O puede que confiase que las sombras podrían proporcionarle cierto abrigo. No es que digamos fuera, un artista de mimetizarse con el entorno tampoco. Mucho menos cuando no había gran cosa donde poder sortear lo inevitable. ‹‹Me van a ver tan solo cuando aparezcan por el pasillo, me van a ver sin lugar a dudas›› Prácticamente cerró los ojos mientras murmuraba una plegaria no sabía muy bien dedicada a qué o quién, mientras aguantaba la respiración hasta casi ponerse de un color violáceo. Al poco rato estos se aparecieron por una esquina.
―Estoy hablando en serio Valián, así que déjate de puñetas. Te digo que ha sido un gritito ―Repuso nuevamente con la misma cantinela el tal Sadán. Al parecer por el tono probo de su voz, sus compañeros solían tratarlo como a un tarado.
Ahora los distinguía con total claridad, logró no corcovear y salir por patas de inmediato. Había un tipo bajito, con la cara plana como un tocón, bastante retaco como llegó a comprobar, y vestido con los ya desagradables uniformes de los llamados Incondicionales. Su compañero, un tipo más bien abigarrado y de complexión fibrosa, con la cara cubierta de sarpullidos, no parecía hacer gran caso de los remilgos de su amigo. Por consiguiente vestía de forma parecida a él. Los dos por suerte de los hados, o por qué eran sencillamente estúpidos, pasaron justo por delante de suyo sin llegar a percatarse de su presencia. Reprimió un suspiro de alivio contenido.
No pensaba cagarla ahora.
Los Incondicionales se acercaron a la celda donde estaba encerrado el mastodonte. Armen advirtió que el larguirucho de los sarpullidos llevaba colgado del cinturón, un manojo de llaves que tintineaban a cada paso que este daba. Estaban ensangrentadas como descubrió horrorizado. Pararon justo enfrente de la celda donde momentos antes había estado él, y seguido alumbraron en su interior.
―¡Me caguen la puta madre que lo parió! ―Exclamó Sadán apartándose un par de pasos del lugar con cara de espanto. La antorcha bailó por encima de su cabeza a punto de prender los poco pelos que le quedaban en ella ―¿Pero qué coño es eso?
―Jajajaj ―El larguirucho, que bien mirado ahora que lo observaba más de cerca advirtió, guardaba un pasmoso parecido a un suricatta de las estepas, se desgañitó a pecho partido mientras se palmeaba fuertemente en la pantorrilla doblado en dos. ―No te lo dije amigo, un bicho de cuidado, eh.
―Sí ―concedió este tras un rato de contemplación. ―No parece humano ni por asomo ―concluyó el retaco sin hacer amago de volver a acercarse a la celda en ningún momento. Por muy cerrada que estuviera la puerta, se mantuvo a una distancia prudencial. Al fin y al cabo no era idiota después de todo, se dijo Armen ―¿Estás seguro de qué este Sansón estereotipado es el que ha emitido el gañido atiplado de hace un rato?―Sadán no parecía estar muy convencido después de todo, y así lo reflejaba el tono receloso de su voz. ―Parece poco probable.
Armen maldijo para sus adentros al hombrecillo.
―Tengo que disentir. No había nadie más en este nivel aparte que el hombre que ha montado la escabechina en la sala de al lado, y este gorila que no ha dejado de gemir desde que hemos llegado al lugar. El primero como ya sabes Sadán, al acabar de trinchar a los compañeros de la otra sala, ha desaparecido sin dejar huella como una voluta de humo. Y este como tú mismo puedes ver, no se ha movido de donde está. Acabo de comprobado tan solo hace un rato. Por lo que sí, creo que puede haber sido muy posible que haya sido el tipo este.
Mientras aquellos tipos intentaban discernir si la calidad del sonido que acababan de escuchar se ajustaba a las proporciones del animal de enfrente, o sea, mientras intentaban localizarlo a él, procuró buscar una salida que lo sacase de aquella ratonera por sus propios pies. Quizás pudiese procurar seguir acoplado a la pared como un percebe mientras avanzaba a hurtadillas por donde habían llegado ellos, y rezar a todos los dioses por no toparse con el tipo que los acababa de planchar. Pero solo la idea de respirarlo aterraba. ¿Y sí lo oían? Estaba completamente seguro de que cuando se le ocurriese mover uno solo de los músculos de su cuerpo, una sola de sus pestañas, los tipos lo iban a pillar en bragas.
‹‹¿Y qué mierdas hago ahora yo?›› Era una pregunta que no dejaba de hacerse al parecer, se dijo con el corazón en un puño. Los muy cretinos tras un rato de discrepar entre ellos, aburridos al parecer por no ponerse de acuerdo, comenzaron a increpar al mastodonte como si fuera un acto divertido pinchar a aquella bestia. El retaco desde una prudencial distancia, claro estaba, y el abigarrado sacando pecho a tan solo unos pocas pulgadas del enrejado. Confiado por la seguridad que proporcionaban sus sólidos barrotes y la actitud suspicaz de su compañero.
Supuso que era en aquel momento o nunca.
Cuando se disponía a salir de su escondite escopeteado, como una alimaña que intenta pasar imperceptible al mundo, de pronto el tipo abigarrado se giró para soltar algún comentario soez de lo que pensaba sobre el bruto allí encerrado. Entonces Armen quedó totalmente enfocado por la delatadora luz de su antorcha.
―¿Pero quién coño...
‹‹Ahora sí que se acabó›› pensó.
Cuan equivocado que estaba.
Unos brazos anchos como jamones, asomaron entre las rejas para atrapar al larguirucho del pescuezo, este soltó un triste gañido al ser cogido por sorpresa. Una, dos y tres fuertes sacudidas produjeron un chasquido de huesos rotos. Le partió el cráneo contra los barrotes como si fuera una triste nuez. Los impactos fueron tan contundentes, de tal virulencia, que prácticamente la cabeza se encontraba ya dentro del nicho cuando todo finalizó. Había ocurrido de un forma tan drástica, impulsiva y fugaz, que no tuvo tiempo ni de reaccionar. Cuando quiso darse cuenta de lo que sucedía, el tipo ya se hallaba suspendido a dos palmos por encima del suelo y con la cabeza espachurrada como una uva pocha; pataleando en sus últimos estertores hasta que se quedó completamente quieto. El retaco llamado Sadán, que se había quedado estupefacto y con la boca abierta al igual que él, contempló dicho espectáculo sin moverse ni un pelo mientras visiblemente se orinaba encima. Quedarse paralizado ante una muestra de brutalidad tan suprema y que la vejiga se te soltase por la impresión, tampoco era algo que se le pudiese tener en cuenta. El grandullón de una patada desatoró al pobre infeliz de los barrotes, el cual cayó con un desagradable ruido de desgarro al suelo, mientras un manchurrón rojizo se iba extendiendo en torno a su cuerpo desmadejado. El grandullón alzó la vista y los contempló enseñando unos dientes amarillentos pero muy afilados. ¡Se los Enseñó precisamente a él! Seguido en vez de gemir como había hecho hasta aquel entonces, para su sorpresa, el hombretón emitió un bramido gutural que se oyó retumbar por todo el corredor. Sintió como él también de pronto iba a ensuciarse los calzones.
Sadán no necesitó de más muestras del poder destructivo del morador de aquella celda, se le habían pasado por completo las ganas de provocar a nadie más; suficiente bravuconería por un día. Cuando se disponía a salir por patas, habiendo avanzado ya varios metros del pasillo, se giró ciento ochenta grados a una velocidad sorprendentemente endiablada para un repolludo como él, para acabar también reparando en su presencia.
Las cosas no le podían salir peor.
Sus miradas se encontraron por unos segundos, las dos abiertas como platos, pero cada cual de ellas movidas por motivos completamente distintos. El tal Sadán se detuvo y sacó un sable de la vaina que colgaba de su cinturón. Armen en un acto reflejo agarró lo que quedaba de su triste y maltratada tea y la empuñó. Que jilipollas que lo hizo sentirse.
―¿Pero quién leches eres tú? ―inquirió el hombre con un tono que no admitía replica, sin prestar la más mínima atención a la antorcha que empuñaba con tan poca gracia en las manos. Que mirándolo mejor, se parecía más bien a la pata de una mesa como mucho.
No respondió.
En realidad pensó que él también podría haberle hecho la misma pregunta después de todo, salvo porque el cretino en concreto empuñaba un sable y él por el contrario una triste estaca. Decidió que lo mejor sería abstenerse de hacer pregunta alguna. Tampoco es que si hubiese tenido un alfanje, una mazo o cualquier pica se fuera sentido más protegido, cuanto menos le hubiese infundido más valor. El ‹‹palo››, tan útil como una morcilla revenida, temblaba en su mano mientras componía una expresión contrita. Sadán se acercó lentamente sin dejar de apuntarlo con la punta de su afilado sable. Su mirada no prometía nada bueno para él.
―¡¿Qué qué estás haciendo aquí?! ―Volvió a inquirir, en esta ocasión masticó cada una de las palabras mientras seguía avanzando hacia él, rezumando un tono urgente en su voz y un brillo febril en la mirada. ―!¿Quién diablos eres?!
Las distancias cada vez se reducían más entre él y aquel tapón con expresión de mala uva, además de que la galería no era tampoco muy espaciosa para que pudiese maniobrar en ningún sentido. De todas formas hizo el amagó de salir corriendo por su derecha, a pesar de que sabía que sus piernas no le iban a obedecer. Y no lo hicieron. Nuevamente Sadán los sorprendió con una inaudita agilidad que volvió a dejarlo boquiabierto. Para ser un pedazo de carne en sazón, una albóndiga con brazos y pies, tenía que admitir que se movía a una velocidad pasmosa. Cuando quiso darse cuenta ya le había obstaculizado el paso del corredor. El tipo tenía el gesto casi mortuorio, como si Armen fuera el responsable de que le hubieran robado la última empanadilla de su plato, y los dos enormes hurones que exhibía por cejas, solo hacían por acentuar aquella expresión avinagrada. El tipo seguía mordisqueándose el labio inferior con una fruición inquietante, probablemente nervioso por todo un poco conjeturó. Un poquito al igual que él, si lo mirabas con objetividad.
Ahora, a la fantasmagórica la luz de la antorcha alumbraba con claridad su tez, comprobó que tal labio era tan grueso como un embutido hecho con las tripas de un borrego. Quizás de allí deviniera que sus compinches lo tomasen tan poco en serio. A un personaje con un aspecto así de acerbo, rápidamente se le acababa perdiendo el respeto. No tenía las pintas que se dijera, del arquetipo de espadachín consumado que asociaba a cualquier caballero, sino más bien todo lo contrario en su opinión. Más bien parecía un noquero o un trabajador del campo en todo caso. Luego bajó la mirada hacía la afilada punta de la espada que apuntaba hacia él y solo pudo concluir. Que en cualquier caso y dicho sea de paso, el cretino seguía teniendo una espada apuntando a su pescuezo decidido a degollarlo al mínimo movimiento suyo. Así que por lo qué le atañía, prefería guardar las distancias por si el tipo optaba al final por lanzarle una estocada.
Retaco avanzó otro paso hacia el frente, Armen a su vez dio dos pasitos hacia atrás. Advirtió que se había posicionado justo de espaldas a la celda donde aguardaba el hombretón, y que cuanto más retrocedía, más cerca se encontraba de aquel horror. Volvió a maldecir. No sabía cuántas veces había blasfemado durante aquel día, pues muy a pesar de que siempre había sido algo maldiciente, probablemente aquella noche se iba a superar con creces. Sadán dio otro paso más hacia él, y luego otro seguido, Armen no tuvo más remedio que proseguir retrocediendo mientras buscaba el valor necesario para cargar hacia el frente en un último desesperado intento. Como sí le hubiese leído las intenciones el tío declaró.
―Inténtalo y te parto en dos mitades. ―Por sus ojos negros y salidos como una sierpe,por aquel brillo que reflejaba un sadismo reprimido, a Armen no le cupo ninguna duda de que Sadán hablaba enserio. ―No te lo pienso volver a repetir, mocoso ¿De qué agujero acabas de salir y quién diablos eres?
Estuvo a punto de mentir como un cosaco, arguyendo que era uno de los reclusos del penal que había logrado fugarse por sus propios medios ahora que había tal ajetreo montado entre sus paredes. Podía decirle que era un ladronzuelo sin más ambición que recuperar su libertad e ir a visitar a su abuela en su lecho de muerte, la cual era aquejada de alguna extraña enfermedad terminal que no tenía cura. Podía decir mil y una historias y la mayoría podrían ser posibles si lo pensabas. Pero tras echar otro vistazo al tipejo le bastó para concluir, que iba a necesitar de una milonga mucho más sutil si es que quería salir de aquella de una sola pieza. El problema en el fondo radicaba en que se había quedado completamente en blanco. Ningún sonido quiso salir de su constreñida garganta para responder. ‹‹Mire, soy el hijo del gobernador de esta misma ciudad, el chaval que por algún motivo que desconozco buscan para degollar con tanto ahínco. La verdad es que ando algo perdido y un tanto afligido. ¿No habrá visto por casualidad una garita de guardia en donde existe un pasadizo secreto que me pueda llevar de vuelta a casa para ponerme a salvo, verdad?›› La realidad sin lugar a dudas resultaba paradójicamente menos creíble que la más extravagante y ridícula de las mentiras. ¿Qué narices podía decirle entonces? No se le ocurría nada.
Inconscientemente dio otro pasito hacia atrás.
―Sabes qué ―decidió de pronto Sadán cuando estaba a una escasa vara de él, su gesto cambió en cierto aspecto a peor. Su expresión se había retorció en una grotesca y perversa mueca antes de añadir ―, la verdad es que no me importa una mierda después de todo quien seas. Dudo que te vayan a echar de menos en este cuchitril. ―Concluyó antes de lanzarle un tajo en perpendicular con su sable, con el cual aspiraba partirlo de la clavícula hasta el ombligo.
El hombre se tomaba sus amenazas al dedillo al parecer, confirmó Armen. Por lo que era una suerte que estuviese a acostumbrado a esquivar los asiduos lanzamientos de objetos que se dedicaba a arrojarle su padre cuando lo sacaba de sus casillas. Sino, como había prometido el muy cretino, se habría convertido en dos mitades sujetas por unos pocos tendones y algún pedazo de piel. No le apetecía acabar despedazado en aquel lugar.
Armen evadió la tajadura por el grueso de un alfiler, notó como el arma silbaba pasando muy cerca de su oído, cortando el aire a escasos centímetros de él. Retaco volvió a acometer con más fuerza en esta ocasión si aún cabía, con un tajo en horizontal con el que pretendía sesgarle la carótida aprovechando la inercia de su reverso. Nuevamente se agachó en el último suspiro, por lo que en esta ocasión el arma pasó peinando su flequillo. Retrocedió aún más hasta que estúpidamente tropezó con el cuerpo del pelotilla que yacía allí tendido desangrándose, mientras su posaderas daban a parar contra el empedrado con un nauseabundo ruido de succión. Sadán al ver ahí su oportunidad, sonrió, alzó el sable triunfante decidido a lanzarle la estocada que le iba a partir la sesera en dos. Entonces el tiempo se ralentizó tan de pronto que se sorprendió. Como si todo estuviese aconteciendo dentro de un pote de melaza. Vio como la hoja descendía buscando sus carnes a una velocidad ridícula, mientras él con la impotencia de un pez que se encuentra atrapado en una red, daba desesperados manotazos resbalando en el abundante charco de sangre a sus pies. Ya estaba cerrando los ojos cuando inesperadamente y de refilón, vio como un puño enorme colisionaba en el jeto de su agresor, hundiéndoselo con un chasquido desagradable y seco. El tipo cayó como una marioneta a la que le han cortado los hilos sin un ápice de vida en él. Abrió los ojos del todo sin poder creérselo.
La conmoción volvió a embargarlo, de nuevo. Un silencio sordo y absoluto quedó flotando en el ambiente. Se volteó con el tacto del quien manipula una delicada pieza de orfebrería y no la quiere malograr. Como ya se había imaginado, su mirada se encontró con la funesta del hombretón, que lo observaba con una intensidad espeluznante. Estaba al alcance de su mano como comprendió al acto. Para su sorpresa, este no aprovechó la oportunidad de agarrarlo por la pechera y estamparlo contra los barrotes como al anterior. Incluso le pareció percibir que un amago de sonrisa se dibujaba en su fea cara, aunque rápidamente aquel reflejo se desvaneció. Se estremeció mientras reculaba a cuatro patas como un cangrejo. Cuando se encontró a una distancia presumiblemente prudencial, se detuvo, sin dejar de mirar ni un segundo al animal a los ojos. Se incorporó con dificultad mientras respiraba entrecortadamente apoyándose en una de las paredes del pasillo, para luego contemplar el cuadro al completo. Finalmente acabó doblándose en dos y echando toda la compota sobre el empedrado.
Frente a los barrotes, muy cerca suyo, yacían los cuerpos completamente inmóviles y ensangrentados; encorsetados en cuero los dos, con las cabezas espachurradas. El primero había quedado boca abajo, con su cuello retorcido de una forma casi de fantasía, por lo que no se podía apreciar el destrozo de su rostro para su alivio. Aunque se intuía que la forma apepinada de aquella cabeza no podía ser normal. El charco de sangre que lo envolvía también podía suscitar alguna que otra conjetura. El retaco había quedado boca arriba para su estupor. Sí en un principio el cretino tenía la cara plana como la suela de una zapatilla, tras el porrazo que aquel enorme puño le endiñó, se le había ahuecado igual que un cazo.
Una intensa calentura comenzó a sofocarlo una vez asimilado todo, sus miembros comenzaron a temblar de nuevo, estuvo a un pelo de soltar otro patético gritito. Puede que la sangre que empapaba sus ropas, los muertos allí tendidos, la pestilencia, las heces, los dientes rotos, aquellos intensos ojos que lo observaban desnudándolo hasta el alma misma, la presente mortalidad, cada una de ellas representaban lo efímera que podía llegar a ser la vida. Una amalgama de sentimientos rompió el dique de su raciocinio.
―¡¿Se puede saber por qué motivo están tardando tanto ese par?! ―Exclamó de pronto desde el otro pasillo el superior. ―Vosotros ―indicó dirigiéndose a alguien más ―, id a ver si no se encuentran sus propios pies o que cojones les pasa.
‹‹¡Fantástico! Que el infierno se me lleve pero ya›› Lo que necesitaba precisamente ahora, tener más compañía.
Sabía que cuando llegaran los compinches de aquellos tipos y repararan en el destrozo que se había hecho con ellos, no iban a tener demasiadas inclinaciones de charlar con él. Sospesó las opciones que tenía de recoger la espada de Sadán e intentar algún tipo de epopeya sin sentido, pero rápidamente descartó aquella solución por suicida. Lo iban a despellejar. Los tipos no tardarían en aparecer por aquella esquina. Pensó que en aquella coyuntura, de poco le iba a servir pegarse a la pared como una pintura rupestre. Sería de majaderos pensar que la treta le iba a funcionar dos veces. Advirtió cómo se aproximaban por el pasillo adyacente. A lo sumo le quedaba unos pocos segundos para que estuvieran allí con él.
De pronto.
―Ábreme la puerta, yo arreglar desaguisado. Rápido chiquillo.
‹‹¿Pero se puede saber quién diablos...››
Aquellas palabras resonaron como alguien que frota una tiza contra la pared, sacándolo por un momento de sus introspecciones, produciéndole una grima difícil de describir. ¿Era el grandullón quien se había dirigido a él? Armen se giró sobresaltado mirándolo con incredulidad absoluta. Sí le hubiese pedido un vestido con encaje y unas medias rosas para sus robustas piernas, no lo habría dejado con una mueca más escéptica. ¿Realmente estaba hablando en serio aquel tipo? ¿Pensaba que lo iba a dejar salir sin más después de lo que acababa de presenciar? ¡Debía de estar de broma o era un majadero en toda regla! Quizás fuera ambas cosas decidió. Los años de reclusión debían de haberle aflojado un tornillo.
―Abre la puerta. ―insistió de nuevo el mastodonte con aquella voz cascada y gutural. Su mirada era tan penetrante e intensa, qué pensó que la piel se le iba a caer a pedacitos como el tocino frito. ―Yo poder ayudarte a escapar. Prometer. ―Prosiguió con una calma insólita para alguien que acababa de reventar a dos personas como si nada. ―No tener ninguna intención de hacer daño a ti. Yo poder hacer frente a los que vienen.
Los Incondicionales seguían aproximándose cada vez más a su posición, muy pronto llegarían al mismo corredor donde él se apretaba en la pared con fuerza, donde al parecer, estaba ahí tan tranquilo conversando con un psicópata de más de dos varas que acababa de espachurrar la cabeza de dos hombres adultos como si nada y que le pedía salir a pasear. Se dijo que tendría que estar buscando una salida a aquel maldito lío y no en medio de toda aquella carnicería rodeado de cadáveres y preguntándose cómo había acabado así. Y mucho menos debería estar tratando con uno de los carniceros propiamente dichos. Suspiró con resignación. Ya de paso si lo mirabas con detenimiento, tampoco debería verse abocado a una situación donde se estaba poniendo en riesgo su propia vida, en un sucio antro, y rodeado de mierda y desequilibrados que podían destrozar a los incautos que pasaran por allí con la misma facilidad con la que uno se limpia el culo. Curiosamente en los ojos del mastodonte a parte de un odio desmedido e irreversible, un punto de locura, contrapuesto con la expresión calmada que sorprendentemente lograba componer, también le pareció ver un reflejo de sinceridad.
No es que fuera un experto en juzgar ese tipo de cosas, ni mucho menos era el más idóneo para opinar sobre la estabilidad emocional de nadie, pero algo en su interior le decía que podía confiar en aquella bestia su vida.
Contempló los cuerpos de los caídos, luego volvió a posarlos en los ojos del hombre de la celda, escuchó como los tipos estaban por doblar la esquina en cualquier instante, el desespero, la conmoción o la urgencia, o puede que quizás la impotencia que hace que a uno le importe todo un comino, hizo que actuara de aquella manera. Reaccionó con rapidez lanzándose hacia el cuerpo desmadejado de Sarpullidos, volteándolo sin ninguna ceremonia al ponerlo boca arriba. Por poco no echa la pota de nuevo encima del difunto, por poco. Con la torpeza de un imberbe amante que busca su primer pezón, rebuscó entre las ropas el manojo llaves que había visto antes. No tardó en dar por fin con ellas. Se levantó con presura y entonces se detuvo a medio camino de su destino. ¿Realmente era muy inteligente lo que tenía intención de hacer? Nadie le aseguraba de que cuando ese bárbaro estuviese suelto no empezaría a emprenderla a mamporros con él hasta dejarlo abollado como un saco de nabos. Era una decisión muy difícil de tomar y no le quedaba tiempo para excesivas vacilaciones. En cualquier caso fuese como fuese decidió finalmente, de una manera u otra su vida pendía de un hilo mirase por donde lo mirase. Así qué pensó con un último estallido de rabia ‹‹Que narices Armen, pues de perdidos al río››
Se acerco a la celda y comenzó a trastear en la cerradura, probando con cada una de las llaves del enorme manojo que tenía en ellas. Había unas cuantas, y no tenía tiempo de probarlas todas antes de que aparecieran sus invitados. El tiparraco lo miraba sin decir palabra alguna pelear con la cerradura, impasible como una piedra que resollaba. Se giró para ver como la luz de una tea comenzaba a sacar reflejos desde la esquina, anunciando la pronta llegada de más incondicionales. Trasteó con más presteza si aún cabía hasta que... Clak, cklak, clak. Con un último chasquido el cerrojo de la puerta se descorrió justo cuando tres tipos vestidos con cuero, de cuestionable catadura y una cara de malas pulgas que echaba para atrás, aparecieron en el corredor. Armen se hizo rápidamente a un lado y se apegó a la pared, el tiparraco abrió la puerta y salió a la galería, agachándose un poco para pasar por debajo del marco de la puerta de su celda. Ahora que lo veía con más claridad, era mucho más grande de lo que aparentaba en aquel diminuto zulo. Por la expresión que se les quedó a los recién llegados, blancas como la leche, probablemente también pensaron algo similar que él.
El titán en taparrabos lo miro durante unos segundos de incertidumbre que lo espeluznaron, en los que parecía que el tiempo se hubiese detenido por completo. Ahora sí que le sonrió de una forma obscena y perversa, para seguido lanzarse a la carga con un estridente y gutural grito de batalla sobre el sorprendido trío.
El primero intentó sacar el estoque que portaba en su vaina; no lo consiguió. El hombretón lo embistió con su hombro con la fuerza de un ariete, sin reducir la marcha un ápice, sacándole el aire de los pulmones mientras lo mandaba volando contra la pared, donde se estrelló con un estruendo espantoso. Al segundo y al tercero respectivamente, no les dio tiempo de reaccionar tampoco, los agarró de sus cabezas y los levantó del suelo como si solo fueran muñecos de trapo, luego hizo que sus seseras chocaran entre sí y los lanzó bien lejos suyo. El sonido del crujido de sus huesos llegó hasta donde se encontraba él. A pesar del escándalo que se estaba generando con tanto aullido, gemidos, llantos, dolor y huesos fuera de lugar, Armen no dejaba de contemplar anonadado aquella muestra de fuerza bruta de la naturaleza. Luego para asegurarse de su buen trabajo supuso Armen, el gigantón se dirigió hacia el primer caído con una pasividad funesta, el cual se trataba precisamente del que mando a volar en primer lugar. Con el pie descalzo y sin miramientos, le plantó una patada en los morros reventando su jeto contra la pared. Otro desagradable crujido y se quedó en silencio y muy quieto. El dibujo que quedó en el muro, recordaba al que dejada un mosquito espachurrado contra un tabique blanco. Luego se dirigió hacia los otros dos que había usado como sonajeros, los cuales aún se retorcían de dolor. Al primero le pisó el cuello mientras este aún se sacudía, le aplastó la tráquea sin ceremonia alguna. El otro, que tenía los ojos salidos por la conmoción e inyectados en sangre, intentó incorporarse inútilmente, pero el hombretón llegó junto a él. Lo cogió nuevamente de la cabeza con su enorme zarpa, y con un fuerte giro de su muñeca, le puso la testuz del revés. Lo dejo caer al suelo para mirarlo luego a él y argüir.
―Ya decir yo que poder arreglar problema tuyos amigo, si tu dejar salir. Ahora ver con ojos tuyos, Zerbes siempre cumplir con palabra suya. Zerbes ser leal. ―le soltó mientras componía una mueca que le recordó a un chiquillo que quisiera preguntarle a su hermano mayor los pormenores de cómo hacer para masturbarse. ―La gente de ciudad solo encerrar en celda a Zerbes por no entender costumbres suyas. ¿Zerbes no ser malo en verdad, saber? No hacer daño si otros no tirarle piedras o meterse con él por no gustarles aspecto suyo. Zerbes ser algo diferente a la gente de por aquí, pero Zerbes ser tranquilo.
Armen no sabía ni cómo reaccionar a aquella compleja declaración. A pesar de ser un monstruo, un psicópata con horchata en las venas, y aunque Institución no era el lugar idóneo donde trabar amistades en ningún caso, no le cupo ninguna de que el Zerbes no era un mal tipo del todo. Quizás fuese un incomprendido como él. O al menos eso quería pensar mientras era atravesado por esa mirada de mastín travieso que le ponía la piel de gallina. Alguien qué explicaba sus razones, aunque con una forma un tanto peculiar de hablar, no podía ser tan irracional después de todo. Al menos es lo que supuso.
Al parecer la desaparición de cinco hombres en el intervalo de diez minutos, había suscitado muchas preguntas en la sala de al lado. No tardarían en aparecer por allí. Como si el gigantón le hubiese leído el pensamiento.
―Zerbes pensar que ser mejor salir de aquí ―prosiguió ante su aturdida mirada. ―Haber muchos hombres malos en nivel andando por aquí bajo, pronto venir a ver qué pasa con amigos suyos. Mejor buscar salida pr.
El grandullón había dicho varias verdades enormes como puños, o al menos tan grandes como su propio interlocutor. Lo compinches de los hombres que acababa literalmente de aplastar como a cucarachas, pronto iban a aparecerse por aquel pasillo para averiguar qué es lo que había sucedido ahí. No creía que fuese a gustarles lo que se iban a encontrar cuando llegasen. La segunda verdad que había dicho el hombre, era que en una penitenciaría de aquellas características, lo más habitual es que estuviese a rebosar de asesinos, saqueadores y violadores, además del resto de calaña que se dedicaba a vivir del sufrimiento de los demás, vamos, en resumidas cuentas, que aquel subterráneo abundaban los hombres malos. En cualquier caso no podía seguir avanzando al siguiente corredor, estaba claro que nada bueno le esperaba si seguía en aquella dirección. Contando que cualquiera de todas las atrocidades que había tenido que presenciar hasta aquel momento, se les pudiese sacar algo de positivo. La sala no aparecía por ningún lado, los Incondicionales rondaban por el lugar, y además estaban montando una gran revuelta en las calles. Estaba acompañado por un bárbaro de proporciones épicas que se las daba de santurrón. Habían matado a su mejor amigo y ahora venían a por él. Tampoco no sabía si su intención final era llegar hasta el castillo de la ciudad para poder incendiarlo desde su interior.
No sabía qué demonios debía hacer a partir de ahí, pero tenía que pensar en algo y pronto, eso si no pensaba sobrevivir para descubrir que todo allí a fuera era aún mucho peor.
―Me llamo Armen. ―le dijo con un hilo de voz al rato. ―La verdad es que te diría que estoy encantado en conocerte, que un placer y todo eso, pero visto en las condiciones en que se han dado nuestro encuentro, dudo de que creyeses que eso fuera cierto. Aunque en algo sí que tienes toda la razón. Lo mejor será salir de aquí pitando.
La bestia lo miró inclinado la cabeza a un lado.
―Yo llamarme Zerbes ―le contestó dándose un golpe con un puño en el pecho, como si no lo hubiese repetido ya hasta la saciedad. ―Encantado.
Y así los dos emprendieron la carrera por el mismo corredor que acababa de llegar tan solo hacía un rato. Entonces recordó las palabras de Kumar. ‹‹ Localizará una palanca en la sala de guardia que se encuentra en la planta baja del edificio. Verá que está muy cerca de las escaleras que le habrán llevado hasta allí.›› Vaya suerte la suya, pues al final sí que iba a ser que se había pasado la puñetera sala de largo. Siguieron corriendo mientras se empezaron a escuchar blasfemias y gritos por detrás de suyo. Ya sabía que no les iba a gustar en absoluto.
Trago saliva y siguió corriendo. Zerbes marchaba al lado suyo.
[b]FIN
Ven, ven, quienquiera que seas;
Seas infiel, idólatra o pagano, ven
ESTE no es un lugar de desesperación
Incluso si has roto tus votos cientos de veces, aún ven!
(Yalal Ad-Din Muhammad Rumi)