08/09/2015 10:02 PM
Buenas compañeros, pues ya estoy de nuevo por aquí. Quizás se deba a la luna, o qué con tanto tiempo ocioso la musa de la creatividad haya decidido darme algo de trabajo para sacarme un poco de las listas del I.N.E.M Quien sabe. La cuestión es que sin darme cuenta tenía preparado uno de los trozos del siguiente capítulo, unas (3300 palabras) nada tan extenso como el capitulo anterior, que seguro que para algunos les resultó para tirarse de las patillas. XD En fin, siempre queda en en términos de revisión, por lo que espero algún comentario para ver cómo va la cosa. El ritmo es lo que más me preocupa de todo.
CIUDAD EN LLAMAS
Medar contemplaba con interés desde el tejado de una de las pocas zonas de los Distritos donde no habían calado aún los disturbios, como el alboroto que se estaba montado allí abajo era destructor. Sin lugar a dudas tenía que admitir que se estaban empleando a fondo para causar el mayor caos posible en la ciudad. El daño iba a ser cuantioso. Vio a tipos revestidos en cuero prendiendo casuchas con antorchas para luego lanzarlas hacía dentro por los ventanales, mientras esperaban que el fuego se fuera extendiendo hacia todas las direcciones de los suburbios, con una celeridad pasmosa. Este consumió los maderos, la pizarra y los pobres materiales que se habían utilizado en las construcciones de los más infortunados; lamiendo sus deslucidas fachadas como si estuviesen hechas con vitela. Advirtió cómo los moradores de dichas viviendas salían de ellas en desbandada, con la sorpresa pintada en la expresión, asustados y con las caras negras por el hollín, sus ojos lacrimosos por la densa humareda que generaba aquel intenso fuego; confundidos y viendo sus pocas pertenencias arder mientras intentaban recuperar el poco aliento que les quedaba. No tardaron en ser abatidos por los Incondicionales que esperaban impertérritos fuera, los cuales sin el menor rastro de compasión y sin ninguna ceremonia, se dedicaron a apuñalarlos, a ensartarlos con sus lanzas o apalearlos con saña hasta matarlos. Los pocos residentes que logreasen escapar, que no serían muchos, fomentarían aquel horror por el resto de la Ciudad, no le cabía duda. Las campanas no dejaban de sonar ‹‹A rebato›› en consonancia con los gritos que proferían la gran cantidad de heridos. Los niños lloraban a moco tendido, las madres lo hacían también, aunque con bastante más contención, intentando consolar a los críos que berreaban a sus pies sin grandes resultados, los pocos hombres que no fueron sesgados por los cóleras de aquella ingente marea, impotentes maldecían sin poder hacer nada.
Los Distritos ardían como una enorme tea.
‹‹¡Vaya con los tipos estos Medar!›› Arguyó Ashur interrumpiendo su escrutinio ‹‹No veas como la gastan entre tus iguales. Me parece que los humanos fuisteis creados para masacraros entre vosotros y para poco más ¿No te parece una paradoja después de todo?›› preguntó con cierto retintín en la voz.
Medar prefirió no contestar a su alfilerazo mientras contemplaba el espectáculo con gesto serio. Sabía por dónde lo iban a llevar los derroteros de Ashur y no pensaba seguirle el juego. Era uno de los debates filosóficos e existenciales que más le gustaba resaltar tan pronto se le daba la más mínima ocasión. Sobre todo cuando era testigo de acciones más propias de sus congéneres que de gente que se hacía llamar ‹‹Civilizados››. En realidad tampoco podía reprochárselo después de lo que estaba fraguando a tan solo unos metros de él. Como siempre no dejaba de repetirle hasta el más soporífico de los tedios, según ‹‹Su Historia Real de la Humanidad››, que bien conocían los de su especie, los mortales solo eran simples contenedores que habían sido creados para esperar ser llenados por alguno de sus semejantes en algún momento u otro de su existencia. Que en esencia eran pervertidos hasta la médula desde que nacían, y que ni siquiera el tiempo podría cambiar eso en absoluto; que sus marchitas carnes eran corruptibles por naturaleza. Por resumir, que eran unos seres bastante semejantes a ellos en muchas de sus particularidades. No sabía si eso contenía algún poso de verdad o simplemente eran divagaciones de una mente enfermiza. Tampoco es que fuera un amante de la historia en cualquier caso. Observó el estropicio que se estaba causando en los Distritos sin moverse de la azotea donde se encontraba. El aire transportaba el olor del humo y de la madera quemada, el aroma de la carne al churrascarse, el tufo del desespero, junto a un sutil olor a sangre que se solapaba en aquel anárquico ambiente.
El esparcimiento de la autodestrucción.
Advirtió como un pequeño de no más de diez años, se aferraba al cuerpo de un adulto que yacía en el suelo con las ropas completamente ensangrentadas, todo a su alrededor ardía como una inmensa bola de fuego, pero el chiquillo se concentraba en tirar de la manga del sayo del caído intentando hacer que reaccionara cuan pronto fuera, el humo prácticamente los envolvía del todo. En un momento dado, presa del desaliento, comenzó golpear su pecho mientras lloraba y clamaba al cielo con rabia y dolor a partes iguales. Seguidamente posó su atención en un hombre de aspecto desfallecido que acunaba el cuerpo de una mujer más escuálida que él, la cual reposaba inerte en sus delgados brazos mientras este contemplaba con la mirada empañada hacía ningún lugar; la mujer lucia un color cetrino como el de una lubina pescada hacía dos semanas atrás. También llegó a distinguir a una mujer vestida con camisón raso con extravagantes estampados florales, que corría de un lado a otro de la avenida como una chiflada, con los ojos desorbitados y tirándose de los pelos mientras vociferaba como si la estuviesen tratando de violar. Concluyó que probablemente si aquellos bárbaros volvían a reparar en ella, ese sería el futuro más probable que la aguardaba. Vio a más aldeanos siendo asesinados por la simple razón de encontrase a la hora y en el lugar equivocados. Distinguió a más niños que pérdidas sus familias, deambulaban por entre la humareda y las llamas, los cascotes y destrucción, con escasas esperanzas de dar con alguno de sus allegados. Mujeres que lloraban la muerte de sus maridos, la de sus hijos, la de hermanos o de padres con amargo dolor. Todo se reducía a Muerte, sangre y destrucción. Así se resumía la carnicería que contemplaba. Los asesinatos, torturas y vejaciones los sucedían. Quizás en el fondo se atrevió a pensar Medar, Ashur no andaba del todo desencaminado al creer que solo servían para ocasionarse dolor entre ellos mismos. Que era algo parecido a la propia idiosincrasia que practicaban los de su especie tan a menudo. Puede que fuese cierto que esa era la esencia de su naturaleza; ser unos cascarones vacíos a la espera de ser rellenados por alguna alimaña de otros planos. ¿Por qué no? Por allí abajo aquel oscuro pelotón, siguió ensartando a algunos aldeanos más del lugar con practicada crueldad, sin tregua, causando el máximo terror allí por donde pasaban.
Al final reflexionó que por lo que a él respectaba, se la traía fresca sin lugar a dudas hacía donde se encaminaba la condición humana, sus ancestros y la muerte en todos sus aspectos le importaban aún menos, y ya puestos, también se la traía fresca lo que le deparaba la providencia a esa misma sociedad a la que masacraban en esos instantes debajo suyo. Aunque no por ello dejaba de resultar desconcertante el dato si lo pensabas.
―Sigamos ―dijo al rato sin más preámbulos, antes de saltar a la siguiente azotea.
‹‹Que soso que eres cuando quieres Medar, más que una sopa condimentada con unas piedras recogidas del camino. ¿Te lo había comentado en alguna ocasión?››
Nuevamente se abstuvo de responder, pues no estaba el horno para bollos. Siguió saltando de azotea en azotea como una centella en la oscura noche, como un borrón que cruzaba el cielo, dejando de prestar ya atención a la contienda que tenía lugar en las calles (O la matanza si se debía de llamar a las cosas por su nombre), salvando los varios metros que separaban algunas estructuras de las otras. Mientras saltaba hacia otro ajarafe de la casucha que tenía en enfrente, no se fijó que esta se formaba por una mezcla de paja rancia y vigas de madera carcomida, por lo que poco no pierde pie y cae a plomo sobre el pavimento. Su rápida reacción lo salvo a tiempo. ‹‹Por los huevos de Sansemar›› maldijo dando un pequeño traspié rodando por el tejado e incorporándose después. Demasiados años enquistado en aquella jodida letrina, habían acabado por deteriorar un poco sus facultades.
‹‹¿Solo un poco Medar?›› preguntó de nuevo con socarronería Ashur. Al parecer se había levantado especialmente graciosillo aquel día ‹‹Estas empezando a convertirte en un carcamal que pronto empezará a renquear y a sufrir de incontinencia, por si aún no te habías percatado. Por mis cuentas si no me equivoco, creo que tu edad ahora debe de rondar los ciento cincuenta años más o menos. Si no fuese por mi influencia sobre tus carnes, ahora serías ágape para los gusanos››
―No sabes lo feliz que me hace saberlo. ―Replicó mordaz Medar.
‹‹En cualquier caso›› prosiguió Ashur ignorando su sarcasmo ‹‹, el mayor punto flaco de vuestra especie es vuestra vulnerabilidad. Envejecéis igual de rápido que un eyaculador precoz se tarda en hacerse sus deberes ¿No sé si me entiendes? De allí que seáis considerados como una especie menor››
Estuvo tentado de preguntarle con total franqueza, quién narices los habían nombrado a los de su ralea como la ‹‹Especie Superior›› de la cual tanto se enorgullecía. Para los parámetros de las reglas del mundo en el que vivían, que él supiese, no eran más que simples entidades que habían logrado salir de un agujero aún peor del que acababa de abandonar tan solo hacía un rato, para ser exterminadas de un momento a otro. No sabía de dónde sacaba aquellas historias suyas, pero lo exacerbaban. Escupió hacia un lado y se reprimió, aunque no porque le faltaran ganas, así que simplemente respondió.
―Resultan muy elocuentes tus clases de teología, pero te recuerdo que no estamos corriendo por los tejados de una puta ciudad incendiada por esa mierda que me cuentas, sino para rajarle el cuello a ese maldito Merekai antes de que confirme a quién bien tu sabes, de que en realidad no caímos en los puentes Mayram. Por lo que no estaría de más que te guardases tu verborrea por un rato.
‹‹Como una sopa hecha con piedras, si te lo digo yo››
Llegaron a la última azotea que delimitaba con la avenida que llevaba a las murallas de Ciudad Alta, a partir de allí, tenía que seguir su camino por las calles. No le molestaba en demasía tampoco. En el fondo él era el cazador ahí. Saltó al suelo flexionando las rodillas para reducir el impacto al igual que atenuar el ruido de la caída; una pequeña voluta de polvo lo envolvió cuando toco suelo. ¿Qué se estaba volviendo un vejete carcomido por la edad? Ya le iba a enseñar al muy cabrón que en realidad aún le quedaban muchos atributos a este carcamal de unas especie inferior.
‹‹!Oye, pero a qué cuento viene ahora lo de llamarme cabrón! ¿Sabes que oigo perfectamente lo que piensas verdad?››
Medar compuso una sonrisa seca antes de contestar.
―Confió en ello.
Se asomó desde el parapeto que le proporcionaba la oscuridad de aquella calleja abandonada, y luego contempló; una de las cuatro grandes puertas que llevaban a Ciudad Alta, empotrada en un amurallado interior tan alto que daba vértigo, se apareció en su campo de visión. Un numeroso grupo de guardias bastante inquietos como gacelas las custodiaban. Se veían completamente perplejos por el caos que suscitaban las calles interiores de los Distritos. Observaban el fuego y la humareda que se distinguía claramente desde ahí, pero sin estar autorizados a abandonar sus puestos so pena de ser colgados, por lo que solo podían blasfemar y poco más. La incertidumbre estaba cuajando en todos los sectores de aquella porción de la ciudad, advirtió Medar, por lo que pronto el pánico y la anarquía se encrudecería. Se preguntó qué es lo qué estarían tramando aquellos trastornados con tanto alboroto a parte de crear ese desaguisado. Qué es lo que pretendían que ocurriera en realidad. Ahora que conocía el número de las fuerzas atacantes y los efectivos con los que contaba la guarnición de la ciudad, aquello no tenía ningún sentido para él. Tan solo habían logrado causar tanto daño por aquel inesperado ataque nocturno, y por que este había sido dirigido a la gente más humilde de la ciudad, aunque aquello iba a durar bien poco como bien tenían que saber ellos también. Cuando se organizaran los defensores de la ciudad, saldrían en tropel por aquellas puertas barriéndolos como una ráfaga de invierno a la hojarasca seca. Debía que salvar aquel punto y pronto, concluyó. Llegar a Palacio para averiguar qué era lo que estaba sucediendo en realidad y a qué se debía aquel ataque sin sentido; saber dónde estaba el muchacho y encontrar al padre a su vez sin que lo vieran. ‹‹Un trabajillo de nada después de un par de décadas de reclusión, ya ves››
‹‹Vaya, pues sí al final va a resultar que no has perdido el sentido del humor y aún te queda un corazoncito debajo de toda esa mugre›› Arguyó Ashur cáustico.
―Me sobrevaloras en exceso ―repuso sin desviar su atención de los hombres parados delante del portón, los cuales mantenían un acalorado debate entre ellos. ―, pero se agradece de igual manera.
La realidad es que era un tanto reticente a golpear a aquellos pobres infelices por realizar lo que a fin de cuentas se trataba de su trabajo. No había considerado ese tipo de contingencias cuando se lanzó a la carrera por los tejados en busca del Merekai para darle caza, por lo que ahora no pudo evitar reprobarse por su estupidez. Tendría que idear un plan algo más sutil si tenía pensado colarse sin romperle ningún hueso a nadie más por el camino. De todas formas, desfilar por aquella ciudadela con su aspecto y en taparrabos, no era la forma más idónea de lograr pasar inadvertido en cualquier caso. Le urgía buscarse unas ropas más acordes para seguir deambulando por el lugar sin pensara quién lo viera, que era alguna especia de Ghoul u otro tipo de criatura de pesadilla. Bien mirado concluyó, que con que los dioses proveyeran un par de simples mudas le bastaría. Andar por las calles más ampulosas de la ciudad como su madre le trajo al mundo y rebozado en sus propias heces, era una perspectiva potencialmente idiota. Resultaba curioso si te lo parabas a pensar con detenimiento. Tenía la fuerza de un toro bravo, la agilidad de un gato montés y una velocidad a todas luces sobrehumana gracias a la supuesta influencia que imprimía sobre él Ashur, pero ninguna de todas aquellas habilidades le servían de ninguna utilidad cuando lo que pretendía era conseguirse unas tristes ropas con las que poder cubrir su desnudez. A no ser claro estaba, que se decidiera noquear a los guardias de las puertas y entrar por ellas como Pedro entra por su casa. Cuando empezaba a sospesar la alternativa, de pronto el ruido de los cascos de los caballos lo sacaron de su digresión, al rato, en la puerta junto al grupo de centinelas que lucían aún más perplejos, se les había reunido un nutrido batallón casi al completo. Estuvo a punto de maldecir pero se lo pensó mejor y aguardó. Bien mirado aquello pudiese redundar en su beneficio.
No es que lo pillara por sorpresa aquel advenimiento marcial, ya que solo era cuestión de tiempo que se organizaran los defensores para que saliesen a pararle los pies a los muy ingenuos de los asaltantes. Los caballeros marchaban con la armadura completa puesta al igual que de acorazados se exhibían sus castizos caballos, erguidos como palos mientras miraban por encima del hombro con autoridad. Dirigiéndose hacia lo más cruento del conflicto sin pestañear, advirtió. Detrás llegaron trotando un amplio destacamento de soldados uniformados con los blasones de la ciudad dibujados en sus tabardos, el tintineo de las armas, las corazas y los escudos que portaban los precedían, impetuosos pisaban el pavimento mientras miraban hacia el frente con el ceño fruncido y henchidos de valor; preparados para entablar batalla. ‹‹La Flor Innata de la Ciudad›› pudo constatar.
Se le ocurrió una treta para entrar en la ciudad sin levantar sospechas, y aunque no era una de las ideas más celebres que se le habían pasado por la cabeza, tampoco es que fuera popular por tener un agudo intelecto sin par, aunque quizás en el fondo pudiese funcionar si tenía un poquito de fortuna. Normalmente las ideas más absurdas e inverosímiles, los rudimentos que solían desecharse por contener una pizca de demencia, al final resultaban ser mucho más eficaces que los planes que se preparaban con premeditación. O al menos aquello es lo que quería creer en su fuero interno. La verdad es que no importaba demasiado, pues tenía que hacer algo y no pudo pensar en nada mejor que eso. Pasaría lo que tuviese que pasar, concluyó. Había que ser pragmático.
‹‹Sin lugar a dudas que el pragmatismo es lo que más te ha caracterizado Medar, nadie puede ponerlo en duda. Quizás esa sea la razón de que nos hayamos llevado tan bien durante todos estos años››
―¿Qué tal si me ayudas y te dejas de jilipolleces?
‹‹Ves, por eso es por lo que te quiero tanto. Sí es que eres un sol››
A pesar de la mordacidad de tono de su voz, ‹‹Se Abrió para Él›› dejando que absorbiera un poquito de su ser. Por qué en realidad eso es lo que los de su especie llamaban ‹‹Influencia›› en defecto era un contrato sellado con sangre muchas generaciones atrás. En cualquier caso no era momento para ponerse autodidacta tampoco ahora, así que agarró un guijarro y esperó a que el último grupo del pelotón pasara por delante de la calleja donde se parapetaba, mientras los contemplaba pasar a paso ligero sin prestar demasiada atención a los aledaños, más concentrados en lo que tenían enfrente suyo. Como ya se supuso, siempre había uno o dos que acababan por rezagarse del pelotón, ya sea por incompetencia o por la simple vagancia que caracterizaba a algunos hombres, pero la cuestión es que aquello era lo que buscaba. Se concentró, dejando que un poquito de la esencia de Ashur penetrara para imprimir más fuerzas en sus miembros. Esperó. Un latido, dos latidos, tres latidos y disparó. El guijarro salió lanzado con una fuerza y velocidad vertiginosa de sus manos, como si fuera un proyectil disparado por un mosquete que acertó en el costado del casco cónico de uno de ellos. Concretamente el que pensó que guardaba unas dimensiones más o menos similares a las suyas. Un pequeño ‹‹Gong›› como si alguien hubiese tocado un cencerro sonó cubierto por el ruido de su carga, que por fortuna, no fue percibido por ninguno del grupo que marchaba por delante de ellos. Suspiró aliviado. El hombre cayó al suelo hecho un revoltijo de miembros mientras su compañero se detenía sin saber muy bien que era lo que había sucedido. Medar salió de su escondite como una exhalación sin darle tiempo de reaccionar, le pego con el codo en la quijada, y este cayó igual de anestesiado que su compañero.
Pues al final no había resultado tan difícil después de todo. La congregación siguió por la travesía, ignorantes de que acababa de desmayar a dos de los suyos. Contempló cómo se perdían en la densa humareda que brotaba de los arrabales durante unos instantes. Perfecto. Agarró los cuepos y los arrastró hasta el callejón, dejando en cueros a los dos. Quizás cuando se despertasen en aquellas condiciones y en paños menores, se les pasaban horribles ideas por la cabeza. Evitó no sonreír mientras se ponía las mudas prestadas, la coraza y toda la parafernalia. Ahora solo le quedaba rezar por qué por pasarse tantos años en el agujero no hubiese perdido todos sus dotes de interpretación y listos. ¿Qué más le podía pasar? Se dirigió hacia las puertas con paso decidió y componiendo una expresión de urgencia. Concluyó que a las malas, siempre le quedaba la opción de noquearlos a todos como había sospesado en primer lugar.
Continuará
Espero haberos logrado entretener
Un saludo y nos leemos.
CIUDAD EN LLAMAS
Medar contemplaba con interés desde el tejado de una de las pocas zonas de los Distritos donde no habían calado aún los disturbios, como el alboroto que se estaba montado allí abajo era destructor. Sin lugar a dudas tenía que admitir que se estaban empleando a fondo para causar el mayor caos posible en la ciudad. El daño iba a ser cuantioso. Vio a tipos revestidos en cuero prendiendo casuchas con antorchas para luego lanzarlas hacía dentro por los ventanales, mientras esperaban que el fuego se fuera extendiendo hacia todas las direcciones de los suburbios, con una celeridad pasmosa. Este consumió los maderos, la pizarra y los pobres materiales que se habían utilizado en las construcciones de los más infortunados; lamiendo sus deslucidas fachadas como si estuviesen hechas con vitela. Advirtió cómo los moradores de dichas viviendas salían de ellas en desbandada, con la sorpresa pintada en la expresión, asustados y con las caras negras por el hollín, sus ojos lacrimosos por la densa humareda que generaba aquel intenso fuego; confundidos y viendo sus pocas pertenencias arder mientras intentaban recuperar el poco aliento que les quedaba. No tardaron en ser abatidos por los Incondicionales que esperaban impertérritos fuera, los cuales sin el menor rastro de compasión y sin ninguna ceremonia, se dedicaron a apuñalarlos, a ensartarlos con sus lanzas o apalearlos con saña hasta matarlos. Los pocos residentes que logreasen escapar, que no serían muchos, fomentarían aquel horror por el resto de la Ciudad, no le cabía duda. Las campanas no dejaban de sonar ‹‹A rebato›› en consonancia con los gritos que proferían la gran cantidad de heridos. Los niños lloraban a moco tendido, las madres lo hacían también, aunque con bastante más contención, intentando consolar a los críos que berreaban a sus pies sin grandes resultados, los pocos hombres que no fueron sesgados por los cóleras de aquella ingente marea, impotentes maldecían sin poder hacer nada.
Los Distritos ardían como una enorme tea.
‹‹¡Vaya con los tipos estos Medar!›› Arguyó Ashur interrumpiendo su escrutinio ‹‹No veas como la gastan entre tus iguales. Me parece que los humanos fuisteis creados para masacraros entre vosotros y para poco más ¿No te parece una paradoja después de todo?›› preguntó con cierto retintín en la voz.
Medar prefirió no contestar a su alfilerazo mientras contemplaba el espectáculo con gesto serio. Sabía por dónde lo iban a llevar los derroteros de Ashur y no pensaba seguirle el juego. Era uno de los debates filosóficos e existenciales que más le gustaba resaltar tan pronto se le daba la más mínima ocasión. Sobre todo cuando era testigo de acciones más propias de sus congéneres que de gente que se hacía llamar ‹‹Civilizados››. En realidad tampoco podía reprochárselo después de lo que estaba fraguando a tan solo unos metros de él. Como siempre no dejaba de repetirle hasta el más soporífico de los tedios, según ‹‹Su Historia Real de la Humanidad››, que bien conocían los de su especie, los mortales solo eran simples contenedores que habían sido creados para esperar ser llenados por alguno de sus semejantes en algún momento u otro de su existencia. Que en esencia eran pervertidos hasta la médula desde que nacían, y que ni siquiera el tiempo podría cambiar eso en absoluto; que sus marchitas carnes eran corruptibles por naturaleza. Por resumir, que eran unos seres bastante semejantes a ellos en muchas de sus particularidades. No sabía si eso contenía algún poso de verdad o simplemente eran divagaciones de una mente enfermiza. Tampoco es que fuera un amante de la historia en cualquier caso. Observó el estropicio que se estaba causando en los Distritos sin moverse de la azotea donde se encontraba. El aire transportaba el olor del humo y de la madera quemada, el aroma de la carne al churrascarse, el tufo del desespero, junto a un sutil olor a sangre que se solapaba en aquel anárquico ambiente.
El esparcimiento de la autodestrucción.
Advirtió como un pequeño de no más de diez años, se aferraba al cuerpo de un adulto que yacía en el suelo con las ropas completamente ensangrentadas, todo a su alrededor ardía como una inmensa bola de fuego, pero el chiquillo se concentraba en tirar de la manga del sayo del caído intentando hacer que reaccionara cuan pronto fuera, el humo prácticamente los envolvía del todo. En un momento dado, presa del desaliento, comenzó golpear su pecho mientras lloraba y clamaba al cielo con rabia y dolor a partes iguales. Seguidamente posó su atención en un hombre de aspecto desfallecido que acunaba el cuerpo de una mujer más escuálida que él, la cual reposaba inerte en sus delgados brazos mientras este contemplaba con la mirada empañada hacía ningún lugar; la mujer lucia un color cetrino como el de una lubina pescada hacía dos semanas atrás. También llegó a distinguir a una mujer vestida con camisón raso con extravagantes estampados florales, que corría de un lado a otro de la avenida como una chiflada, con los ojos desorbitados y tirándose de los pelos mientras vociferaba como si la estuviesen tratando de violar. Concluyó que probablemente si aquellos bárbaros volvían a reparar en ella, ese sería el futuro más probable que la aguardaba. Vio a más aldeanos siendo asesinados por la simple razón de encontrase a la hora y en el lugar equivocados. Distinguió a más niños que pérdidas sus familias, deambulaban por entre la humareda y las llamas, los cascotes y destrucción, con escasas esperanzas de dar con alguno de sus allegados. Mujeres que lloraban la muerte de sus maridos, la de sus hijos, la de hermanos o de padres con amargo dolor. Todo se reducía a Muerte, sangre y destrucción. Así se resumía la carnicería que contemplaba. Los asesinatos, torturas y vejaciones los sucedían. Quizás en el fondo se atrevió a pensar Medar, Ashur no andaba del todo desencaminado al creer que solo servían para ocasionarse dolor entre ellos mismos. Que era algo parecido a la propia idiosincrasia que practicaban los de su especie tan a menudo. Puede que fuese cierto que esa era la esencia de su naturaleza; ser unos cascarones vacíos a la espera de ser rellenados por alguna alimaña de otros planos. ¿Por qué no? Por allí abajo aquel oscuro pelotón, siguió ensartando a algunos aldeanos más del lugar con practicada crueldad, sin tregua, causando el máximo terror allí por donde pasaban.
Al final reflexionó que por lo que a él respectaba, se la traía fresca sin lugar a dudas hacía donde se encaminaba la condición humana, sus ancestros y la muerte en todos sus aspectos le importaban aún menos, y ya puestos, también se la traía fresca lo que le deparaba la providencia a esa misma sociedad a la que masacraban en esos instantes debajo suyo. Aunque no por ello dejaba de resultar desconcertante el dato si lo pensabas.
―Sigamos ―dijo al rato sin más preámbulos, antes de saltar a la siguiente azotea.
‹‹Que soso que eres cuando quieres Medar, más que una sopa condimentada con unas piedras recogidas del camino. ¿Te lo había comentado en alguna ocasión?››
Nuevamente se abstuvo de responder, pues no estaba el horno para bollos. Siguió saltando de azotea en azotea como una centella en la oscura noche, como un borrón que cruzaba el cielo, dejando de prestar ya atención a la contienda que tenía lugar en las calles (O la matanza si se debía de llamar a las cosas por su nombre), salvando los varios metros que separaban algunas estructuras de las otras. Mientras saltaba hacia otro ajarafe de la casucha que tenía en enfrente, no se fijó que esta se formaba por una mezcla de paja rancia y vigas de madera carcomida, por lo que poco no pierde pie y cae a plomo sobre el pavimento. Su rápida reacción lo salvo a tiempo. ‹‹Por los huevos de Sansemar›› maldijo dando un pequeño traspié rodando por el tejado e incorporándose después. Demasiados años enquistado en aquella jodida letrina, habían acabado por deteriorar un poco sus facultades.
‹‹¿Solo un poco Medar?›› preguntó de nuevo con socarronería Ashur. Al parecer se había levantado especialmente graciosillo aquel día ‹‹Estas empezando a convertirte en un carcamal que pronto empezará a renquear y a sufrir de incontinencia, por si aún no te habías percatado. Por mis cuentas si no me equivoco, creo que tu edad ahora debe de rondar los ciento cincuenta años más o menos. Si no fuese por mi influencia sobre tus carnes, ahora serías ágape para los gusanos››
―No sabes lo feliz que me hace saberlo. ―Replicó mordaz Medar.
‹‹En cualquier caso›› prosiguió Ashur ignorando su sarcasmo ‹‹, el mayor punto flaco de vuestra especie es vuestra vulnerabilidad. Envejecéis igual de rápido que un eyaculador precoz se tarda en hacerse sus deberes ¿No sé si me entiendes? De allí que seáis considerados como una especie menor››
Estuvo tentado de preguntarle con total franqueza, quién narices los habían nombrado a los de su ralea como la ‹‹Especie Superior›› de la cual tanto se enorgullecía. Para los parámetros de las reglas del mundo en el que vivían, que él supiese, no eran más que simples entidades que habían logrado salir de un agujero aún peor del que acababa de abandonar tan solo hacía un rato, para ser exterminadas de un momento a otro. No sabía de dónde sacaba aquellas historias suyas, pero lo exacerbaban. Escupió hacia un lado y se reprimió, aunque no porque le faltaran ganas, así que simplemente respondió.
―Resultan muy elocuentes tus clases de teología, pero te recuerdo que no estamos corriendo por los tejados de una puta ciudad incendiada por esa mierda que me cuentas, sino para rajarle el cuello a ese maldito Merekai antes de que confirme a quién bien tu sabes, de que en realidad no caímos en los puentes Mayram. Por lo que no estaría de más que te guardases tu verborrea por un rato.
‹‹Como una sopa hecha con piedras, si te lo digo yo››
Llegaron a la última azotea que delimitaba con la avenida que llevaba a las murallas de Ciudad Alta, a partir de allí, tenía que seguir su camino por las calles. No le molestaba en demasía tampoco. En el fondo él era el cazador ahí. Saltó al suelo flexionando las rodillas para reducir el impacto al igual que atenuar el ruido de la caída; una pequeña voluta de polvo lo envolvió cuando toco suelo. ¿Qué se estaba volviendo un vejete carcomido por la edad? Ya le iba a enseñar al muy cabrón que en realidad aún le quedaban muchos atributos a este carcamal de unas especie inferior.
‹‹!Oye, pero a qué cuento viene ahora lo de llamarme cabrón! ¿Sabes que oigo perfectamente lo que piensas verdad?››
Medar compuso una sonrisa seca antes de contestar.
―Confió en ello.
Se asomó desde el parapeto que le proporcionaba la oscuridad de aquella calleja abandonada, y luego contempló; una de las cuatro grandes puertas que llevaban a Ciudad Alta, empotrada en un amurallado interior tan alto que daba vértigo, se apareció en su campo de visión. Un numeroso grupo de guardias bastante inquietos como gacelas las custodiaban. Se veían completamente perplejos por el caos que suscitaban las calles interiores de los Distritos. Observaban el fuego y la humareda que se distinguía claramente desde ahí, pero sin estar autorizados a abandonar sus puestos so pena de ser colgados, por lo que solo podían blasfemar y poco más. La incertidumbre estaba cuajando en todos los sectores de aquella porción de la ciudad, advirtió Medar, por lo que pronto el pánico y la anarquía se encrudecería. Se preguntó qué es lo qué estarían tramando aquellos trastornados con tanto alboroto a parte de crear ese desaguisado. Qué es lo que pretendían que ocurriera en realidad. Ahora que conocía el número de las fuerzas atacantes y los efectivos con los que contaba la guarnición de la ciudad, aquello no tenía ningún sentido para él. Tan solo habían logrado causar tanto daño por aquel inesperado ataque nocturno, y por que este había sido dirigido a la gente más humilde de la ciudad, aunque aquello iba a durar bien poco como bien tenían que saber ellos también. Cuando se organizaran los defensores de la ciudad, saldrían en tropel por aquellas puertas barriéndolos como una ráfaga de invierno a la hojarasca seca. Debía que salvar aquel punto y pronto, concluyó. Llegar a Palacio para averiguar qué era lo que estaba sucediendo en realidad y a qué se debía aquel ataque sin sentido; saber dónde estaba el muchacho y encontrar al padre a su vez sin que lo vieran. ‹‹Un trabajillo de nada después de un par de décadas de reclusión, ya ves››
‹‹Vaya, pues sí al final va a resultar que no has perdido el sentido del humor y aún te queda un corazoncito debajo de toda esa mugre›› Arguyó Ashur cáustico.
―Me sobrevaloras en exceso ―repuso sin desviar su atención de los hombres parados delante del portón, los cuales mantenían un acalorado debate entre ellos. ―, pero se agradece de igual manera.
La realidad es que era un tanto reticente a golpear a aquellos pobres infelices por realizar lo que a fin de cuentas se trataba de su trabajo. No había considerado ese tipo de contingencias cuando se lanzó a la carrera por los tejados en busca del Merekai para darle caza, por lo que ahora no pudo evitar reprobarse por su estupidez. Tendría que idear un plan algo más sutil si tenía pensado colarse sin romperle ningún hueso a nadie más por el camino. De todas formas, desfilar por aquella ciudadela con su aspecto y en taparrabos, no era la forma más idónea de lograr pasar inadvertido en cualquier caso. Le urgía buscarse unas ropas más acordes para seguir deambulando por el lugar sin pensara quién lo viera, que era alguna especia de Ghoul u otro tipo de criatura de pesadilla. Bien mirado concluyó, que con que los dioses proveyeran un par de simples mudas le bastaría. Andar por las calles más ampulosas de la ciudad como su madre le trajo al mundo y rebozado en sus propias heces, era una perspectiva potencialmente idiota. Resultaba curioso si te lo parabas a pensar con detenimiento. Tenía la fuerza de un toro bravo, la agilidad de un gato montés y una velocidad a todas luces sobrehumana gracias a la supuesta influencia que imprimía sobre él Ashur, pero ninguna de todas aquellas habilidades le servían de ninguna utilidad cuando lo que pretendía era conseguirse unas tristes ropas con las que poder cubrir su desnudez. A no ser claro estaba, que se decidiera noquear a los guardias de las puertas y entrar por ellas como Pedro entra por su casa. Cuando empezaba a sospesar la alternativa, de pronto el ruido de los cascos de los caballos lo sacaron de su digresión, al rato, en la puerta junto al grupo de centinelas que lucían aún más perplejos, se les había reunido un nutrido batallón casi al completo. Estuvo a punto de maldecir pero se lo pensó mejor y aguardó. Bien mirado aquello pudiese redundar en su beneficio.
No es que lo pillara por sorpresa aquel advenimiento marcial, ya que solo era cuestión de tiempo que se organizaran los defensores para que saliesen a pararle los pies a los muy ingenuos de los asaltantes. Los caballeros marchaban con la armadura completa puesta al igual que de acorazados se exhibían sus castizos caballos, erguidos como palos mientras miraban por encima del hombro con autoridad. Dirigiéndose hacia lo más cruento del conflicto sin pestañear, advirtió. Detrás llegaron trotando un amplio destacamento de soldados uniformados con los blasones de la ciudad dibujados en sus tabardos, el tintineo de las armas, las corazas y los escudos que portaban los precedían, impetuosos pisaban el pavimento mientras miraban hacia el frente con el ceño fruncido y henchidos de valor; preparados para entablar batalla. ‹‹La Flor Innata de la Ciudad›› pudo constatar.
Se le ocurrió una treta para entrar en la ciudad sin levantar sospechas, y aunque no era una de las ideas más celebres que se le habían pasado por la cabeza, tampoco es que fuera popular por tener un agudo intelecto sin par, aunque quizás en el fondo pudiese funcionar si tenía un poquito de fortuna. Normalmente las ideas más absurdas e inverosímiles, los rudimentos que solían desecharse por contener una pizca de demencia, al final resultaban ser mucho más eficaces que los planes que se preparaban con premeditación. O al menos aquello es lo que quería creer en su fuero interno. La verdad es que no importaba demasiado, pues tenía que hacer algo y no pudo pensar en nada mejor que eso. Pasaría lo que tuviese que pasar, concluyó. Había que ser pragmático.
‹‹Sin lugar a dudas que el pragmatismo es lo que más te ha caracterizado Medar, nadie puede ponerlo en duda. Quizás esa sea la razón de que nos hayamos llevado tan bien durante todos estos años››
―¿Qué tal si me ayudas y te dejas de jilipolleces?
‹‹Ves, por eso es por lo que te quiero tanto. Sí es que eres un sol››
A pesar de la mordacidad de tono de su voz, ‹‹Se Abrió para Él›› dejando que absorbiera un poquito de su ser. Por qué en realidad eso es lo que los de su especie llamaban ‹‹Influencia›› en defecto era un contrato sellado con sangre muchas generaciones atrás. En cualquier caso no era momento para ponerse autodidacta tampoco ahora, así que agarró un guijarro y esperó a que el último grupo del pelotón pasara por delante de la calleja donde se parapetaba, mientras los contemplaba pasar a paso ligero sin prestar demasiada atención a los aledaños, más concentrados en lo que tenían enfrente suyo. Como ya se supuso, siempre había uno o dos que acababan por rezagarse del pelotón, ya sea por incompetencia o por la simple vagancia que caracterizaba a algunos hombres, pero la cuestión es que aquello era lo que buscaba. Se concentró, dejando que un poquito de la esencia de Ashur penetrara para imprimir más fuerzas en sus miembros. Esperó. Un latido, dos latidos, tres latidos y disparó. El guijarro salió lanzado con una fuerza y velocidad vertiginosa de sus manos, como si fuera un proyectil disparado por un mosquete que acertó en el costado del casco cónico de uno de ellos. Concretamente el que pensó que guardaba unas dimensiones más o menos similares a las suyas. Un pequeño ‹‹Gong›› como si alguien hubiese tocado un cencerro sonó cubierto por el ruido de su carga, que por fortuna, no fue percibido por ninguno del grupo que marchaba por delante de ellos. Suspiró aliviado. El hombre cayó al suelo hecho un revoltijo de miembros mientras su compañero se detenía sin saber muy bien que era lo que había sucedido. Medar salió de su escondite como una exhalación sin darle tiempo de reaccionar, le pego con el codo en la quijada, y este cayó igual de anestesiado que su compañero.
Pues al final no había resultado tan difícil después de todo. La congregación siguió por la travesía, ignorantes de que acababa de desmayar a dos de los suyos. Contempló cómo se perdían en la densa humareda que brotaba de los arrabales durante unos instantes. Perfecto. Agarró los cuepos y los arrastró hasta el callejón, dejando en cueros a los dos. Quizás cuando se despertasen en aquellas condiciones y en paños menores, se les pasaban horribles ideas por la cabeza. Evitó no sonreír mientras se ponía las mudas prestadas, la coraza y toda la parafernalia. Ahora solo le quedaba rezar por qué por pasarse tantos años en el agujero no hubiese perdido todos sus dotes de interpretación y listos. ¿Qué más le podía pasar? Se dirigió hacia las puertas con paso decidió y componiendo una expresión de urgencia. Concluyó que a las malas, siempre le quedaba la opción de noquearlos a todos como había sospesado en primer lugar.
Continuará
Espero haberos logrado entretener
Un saludo y nos leemos.
Ven, ven, quienquiera que seas;
Seas infiel, idólatra o pagano, ven
ESTE no es un lugar de desesperación
Incluso si has roto tus votos cientos de veces, aún ven!
(Yalal Ad-Din Muhammad Rumi)