CAPÍTULO I parte 1ª (REVISADO)
—¡Eh, tú! ¿Qué crees que estás haciendo?El grito despertó al hombre, que desenvainó su espada al tiempo que se incorporaba de un salto. Escrutó las sombras del bosque con ojos inquietos, intentando distinguir el origen de la voz, y al reconocer a los dos hombres que se encontraban de pie frente a él, a unos pasos de distancia, volvió a enfundar el acero con gesto irritado y escupió en el suelo.
—Joder —gruñó, dirigiéndose al que le había hablado—. Me has asustado, imbécil.
—¿Cómo has dicho? —el aludido dio un paso hacia adelante, pero su compañero estuvo rápido y le sujetó del brazo.
—Déjalo, Galed, no merece la pena —le susurró, intentando calmarle—. Y a ti, ¿qué te pasa? —le recriminó al otro con el ceño fruncido.
El hombre los observó a ambos con una expresión mezcla de burla e indiferencia. Eran bastante más jóvenes que él, apenas sobrepasarían la veintena, y no podían tener una apariencia más diferente. El que le había gritado, Galed, le miraba con unos ojos claros que echaban chispas. Tenía una melena rubia recogida en una coleta, y dos pequeños aros colgaban de su oreja derecha. Su acompañante era algo más bajo pero más fornido, y lucía una barba corta y muy poblada, negra como el carbón, al igual que su pelo y sus ojos. Los dos portaban espada y armadura.
El hombre esbozó una sonrisa socarrona por toda respuesta, dejando a la vista una hilera de dientes amarillentos donde se veían algunos huecos, y escupió de nuevo.
—¿Qué cojones queréis?
Galed iba a replicar, pero el otro se le adelantó.
—Erd Olfgan quiere verte, Svar. Está en el campamento —dijo rápidamente, para evitar que la conversación tomara un rumbo peligroso—. No te preocupes por la guardia, nosotros te esperamos aquí.
—El viejo quiere verme, ¿eh? —se rascó el mentón y sonrió de nuevo, como si aquello le pareciera divertido—. Pues no le hagamos esperar, ¿no os parece?
Ninguno de los dos le contestó. Svar se ajustó los pantalones y echó a andar bajo la atenta mirada de ambos.
—Dile a tu amigo que se ande con cuidado, Donnarn —dijo al pasar junto a ellos, con los ojos fijos en Galed—. No me gusta.
El aludido se llevó la mano a la empuñadura de su espada y rápidamente Svar hizo otro tanto, pero Donnarn se interpuso entre los dos.
—Basta ya, los dos—dijo con irritación. Se giró hacia el hombre—. Ve de una vez, Svar, por todos los dioses. Erd Olfgan te está esperando.
El hombre les enseñó su fea dentadura una última vez y se alejó por fin entre los árboles. Al poco, el sonido de los grillos inundó de nuevo el bosque y ambos se relajaron de golpe. Galed se llevó las manos a la cabeza y lanzó un profundo suspiro, intentando calmarse.
—Estoy harto de ese tipo, Donnarn. La próxima vez le rajaré como a un cerdo, me da igual lo que diga Olfgan —exclamó Galed—. Y del otro también, ¿cómo se llama?
—Edric.
—Ése es aún peor. ¿Es que no encontraste a nadie más para cubrir el hueco de Rodrec y Drungan?
Donnarn sacudió la cabeza.
—¿Crees que es fácil encontrar a gente dispuesta a cruzar los Gigantes de Piedra? —se sentó en una roca, enfrente de Galed—. Estos me aseguraron que conocían las montañas, y también son norteños. Además, ¿por qué te caen tan mal? Apenas los conoces.
Galed se encogió de hombros.
—No sé, no me fío de ellos. Pero tú los buscaste; si dices que eran los mejores, te creo —levantó las manos con las palmas extendidas, dando por zanjado el tema—. Aunque si quieres saber mi opinión, prefiero que no sigan con nosotros cuando terminemos este trabajo.
Los dos guardaron silencio. Una tímida luna creciente intentaba asomar sin éxito entre las nubes, y en algún lugar oyeron ulular a una lechuza. Todo estaba en calma.
—Mañana dejaremos atrás los valles del río Fares y nos adentraremos de lleno en las montañas —dijo Galed al cabo de un rato—. Ahí empieza el peligro de verdad, y necesitamos estar bien atentos. No como el imbécil ese, que se duerme en las guardias —se dirigió a su compañero—. Bueno, ¿de qué querías hablarme? ¿Para qué me has hecho venir hasta aquí?
Donnarn se pasó la mano por la cabeza con gesto nervioso. Carraspeó.
—Verás, en realidad… —calló, no sabía bien cómo comenzar—. En realidad quería hablarte de los nuevos. De Svar y Edric.
Galed arrugó la frente.
—¿Qué pasa con ellos?
Donnarn volvió a acariciarse el pelo. Miró hacia el cielo, intentando encontrar las palabras adecuadas.
—¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos, Galed?
El aludido pensó un instante antes de responder.
—Desde que teníamos once años. Éramos unos críos, pero nos las apañábamos bastante bien —una leve sonrisa asomó a sus labios—. Luego nos juntamos con el Gato y su gente, y ya no era lo mismo.
—Y en todo ese tiempo, ¿te he fallado alguna vez? Hemos confiado siempre el uno en el otro, ¿no es así?
—Sí, por supuesto que sí. ¿Vas a decirme de una vez qué es lo que ocurre?
Donnarn se pasó la mano por la cabeza otra vez y se levantó.
—Lo que intento decirte es que confíes en mí —se acercó y le cogió por los hombros—. Estamos perdiendo el tiempo con Olfgan, esto no va con nosotros. Quiero presentarte a alguien con el que podemos…
—¿De qué estas hablando? —le cortó Galed, separándose de su amigo—. ¿Escoltar a unos mercaderes de vuelta a Sandaar te parece perder el tiempo?
—¡Por todos los dioses, Gal! ¡Nos vamos a jugar la vida en esas montañas y ni siquiera nos llegará para pasar el invierno! ¡Lo que tendríamos que hacer es quedarnos con todo su oro y dejar que se las apañen como puedan!
Galed le miró de hito en hito.
—¿Estás hablando en serio?
—¡Claro que hablo en serio! —no cesaba de agitar las manos mientras hablaba— Despierta Galed, ¿por qué crees que nos han dejado Rodrec y Drungan? Olfgan está viejo para esto ya. Nadie le quiere contratar —hizo una mueca—. Se ríen de él. ¿Es que no lo ves? Es hora de buscarnos la vida por nuestra cuenta otra vez, volver a lo nuestro.
—¿A lo nuestro? —Galed estaba alzando la voz sin darse cuenta—. ¿Qué es lo nuestro? ¿Asaltar a pobres campesinos o ratear en las ferias, como hacíamos con el Gato? ¿Robar gallinas por las noches para comer? —abrió los brazos, como queriendo abarcar el bosque donde se encontraban—. ¿Vivir escondiéndonos de los cazarrecompensas en sitios como éste? ¡Vaya vida de gloria y honor!
Donnarn resopló de frustración.
—¡No seas ingenuo, Gal! ¿Gloria y honor? Dime, ¿puedes comerte la gloria? ¿Puedes comprarte una espada con el honor? Estoy harto de Olfgan y de toda su palabrería. Antes no eras así. El viejo te ha llenado la cabeza con historias de princesas y erdin de los Días Antiguos, pero el mundo real no es así.
Galed negó con la cabeza.
—No entiendo a qué viene todo esto, Donn, pero me parece que éste no es el momento. Hablaremos cuando lleguemos a Sandaar —le señaló con el dedo—, y espero que te lo hayas pensado mejor, porque no quiero verme obligado a elegir entre Olfgan y tú.
Comenzó a alejarse, pero Donnarn le sujetó del brazo.
—No puedo esperar a Sandaar. Tienes que darme una respuesta ahora, Gal —dijo con firmeza—. Deja que te explique. He conocido a alguien que…
En ese momento un grito rompió el silencio de la noche e interrumpió la discusión. Oyeron ruido de lucha, y luego otro grito. Los dos se quedaron quietos un instante, pero Galed fue el primero en reaccionar.
—¡Viene del campamento! ¡Vamos!—exclamó, y se adentró a toda prisa en la espesura.
Donnarn se quedó de pie, solo, mirando el lugar por el que había desaparecido su amigo. Se pasó la mano por la cabeza y levantó la vista hacia el cielo, hacia las estrellas que brillaban frías en la distancia, y cerró los ojos.
—Todavía no, joder, todavía no—musitó, y salió corriendo, por fin, tras los pasos de su amigo.
continuará...
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