10/02/2017 08:50 AM
CAPÍTULO VII - parte 2
Ybaïn hizo otra reverencia y se alejó hacia las arcadas que rodeaban el jardín para esperar allí el final de la audiencia, mientras Akhsan se adelantaba varios pasos para recibir al recién llegado. El Sumo Custodio llegó por fin junto a él y se arrodilló para besar la mano que le tendía éste.
—Es un honor ser recibido por el Emperador —dijo mientras se volvía a levantar rápidamente.
El soberano estudió el rostro del hombre que tenía frente a él. Malekh era casi con toda seguridad el dirigente más joven en la larga historia de la Orden de los Hermanos Custodios de la Fe. Era bajo, y parecía más bien grueso bajo la túnica; tenía una cara redonda, de piel oscura, en la que destacaba una nariz prominente y unos ojos grandes y negros. El cabello, también negro, le caía en pequeños rizos sobre los hombros, siguiendo una costumbre típica de las tribus del sur del Imperio.
—Me complace veros de nuevo, Malekh —dijo el Emperador, con voz cuidadosamente neutra—. Hace tanto tiempo de nuestro último encuentro que no recuerdo cuándo fue.
—El Emperador se refiere a la Ceremonia de mi Proclamación—el Sumo Custodio volvió a ocultar las manos dentro de las mangas de la túnica—. Desde entonces he estado muy ocupado. Nuestra Orden es antigua, y los tiempos cambian; mis antecesores en el cargo no supieron verlo, pero son necesarias muchas reformas. En muchas regiones del Imperio se descuidan la Fe y las enseñanzas del Profeta, y eso es algo que no se puede consentir.
Akhsan le dedicó una mirada glacial.
—El Imperio tiene infinidad de problemas, Sumo Custodio. Aun así, el Emperador hace todo lo posible en defensa de la Fe.
—Que el Emperador no malinterprete mis palabras —el Hermano hizo una nueva reverencia, aunque mínima—. Por supuesto, no pretendía culpar al Emperador. Sólo digo que hay ciertas… —dudó, buscando la palabra correcta— costumbres que deberían modificarse para salvaguarda de la Fe. Por ejemplo, la existencia de esas escuelas extranjeras y templos dedicados a dioses paganos es una influencia muy perniciosa. Fomentan ideas peligrosas entre nuestros jóvenes y les apartan del camino de Naal Zahar. Y luego está el asunto de los escasísimos fondos destinados al sostenimiento de la Orden…
—¿Habéis venido para decirle al Emperador cómo debe gobernar? —le cortó en seco Akhsan, en un tono que hizo que los escoltas de la Shadad se tensaran al instante. Malekh miró a ambos lados con nerviosismo, y realizó una nueva reverencia, esta vez mucho más pronunciada que la anterior.
—Pido de nuevo disculpas al Emperador. Ciertamente, no es ése el motivo de mi visita. Deseo partir hacia Teringya en una misión de Fe —se explicó el Sumo Custodio—, y solicito vuestro salvoconducto para cruzar la frontera.
Akhsan entrecerró los ojos.
—¿A Teringya? ¿Por qué?
—Como bien sabe el Emperador, es el único reino del Norte donde aún se mantiene firme la verdadera Fe, aunque está en franco retroceso ante la… pasividad, por no emplear otras palabras, de su Rey. Nuestros hermanos de más allá de las montañas están pasando por momentos difíciles y necesitan la luz del Único más que nunca. La Orden no puede desatender sus ruegos por más tiempo.
El Emperador frunció el entrecejo mientras meditaba sus palabras.
—La situación en Teringya se ha vuelto un tanto… difícil, como bien decís —dijo al cabo—. El Rey está enfermo, de gravedad según he oído, y es la Reina consorte, que además está embarazada, quien se ocupa de la mayoría de los asuntos. Lo que no es del agrado de muchos allí —negó ligeramente con la cabeza—. Os aconsejo no viajar a Sandaar en estos momentos, Malekh.
—La preocupación del Emperador por mi persona es totalmente inmerecida —el Sumo Custodio se inclinó de nuevo—, aunque tendré muy en cuenta sus advertencias. Mi anfitrión es un devoto servidor de Naal Zahar. Él personalmente se encargará de mi seguridad y la de mi escolta. Además, con la ayuda del Único, todo se puede.
—Muy cierto, desde luego. Y decidme, ¿qué es exactamente lo que vais a hacer allí, Malekh?
—Como ya le he manifestado al Emperador —explicó el Sumo Custodio con paciencia—, la situación de nuestros Hermanos en Teringya se vuelve cada día más delicada. Necesitan consuelo, amparo, guía. Necesitan saber que Naal Zahar no se ha olvidado de ellos.
Akhsan asintió ligeramente con la cabeza.
—Ya veo. Una tarea encomiable, sin duda. ¿Y cuándo tenéis previsto regresar?
—No lo sé con certeza —carraspeó—. Parece ser que esta visita ha levantado una gran expectación; he recibido muchísimas invitaciones de nobles y señores diversos para ofrecerme sus respetos. Ciertamente, causaría una gran conmoción en Teringya si finalmente este viaje no pudiera llevarse a cabo.
El Príncipe de los Fieles miró fijamente a su interlocutor, que aguantó el escrutinio con serenidad, sin desviar la mirada, de la misma forma que el resto de la conversación.
—Consuelo, amparo y guía —Akhsan repitió las palabras del Hermano—. No veo inconveniente en satisfacer vuestra petición, Sumo Custodio, si el motivo de vuestro viaje es el que decís —dijo al fin con lentitud.
—Estaba convencido de que el Emperador apoyaría la defensa de la Fe como siempre ha hecho —se congratuló Malekh con la enésima reverencia, pasando por alto la pregunta implícita de Akhsan.
—Sea, entonces. El Gran Khezel realizará las gestiones oportunas. En la próxima reunión del Consejo firmaremos vuestros documentos; se os avisará cuando estén preparados para que podáis recogerlos —el Príncipe de los Fieles le tendió nuevamente la mano. La entrevista había concluido.
—Que la luz de Naal Zahar ilumine el corazón del Emperador.
—Que vuestro corazón se ilumine con su luz.
Malekh se alejó hacia la salida con el mismo paso firme, seguido por los imperturbables guardias de la Shadad. El Príncipe de los Fieles le siguió con la mirada hasta que se perdió de vista.
—Es un hombre ambicioso —comentó el Gran Khezel, que había regresado junto al Emperador.
—E insolente —añadió Akhsan con el ceño fruncido—. Nunca debimos permitir que llegara a convertirse en Sumo Custodio. Pero como dijo el Profeta: laméntate sólo por aquello que puedas cambiar —suspiró—. Lo único cierto en todo lo que me ha contado es que el destino de su viaje es Teringya, Ybaïn. Últimamente parece que todos los asuntos conducen al mismo sitio —el Emperador se pellizcó el labio inferior—. Averiguad qué pretende hacer allí en realidad.
—Os informaré puntualmente, mi Príncipe.
—Una cosa más —el Emperador retuvo con la mirada al consejero, que ya se disponía a partir—. ¿Tenéis a alguien encargado de su vigilancia?
—Así es, mi Príncipe. Con discreción, por supuesto.
—Por supuesto —repitió Akhsan, pensativo, mientras observaba el arco por donde había desaparecido el Sumo Custodio—. No le perdáis de vista, Ybaïn. Ese hombre esconde algo, y quiero saber qué es.
—Es un honor ser recibido por el Emperador —dijo mientras se volvía a levantar rápidamente.
El soberano estudió el rostro del hombre que tenía frente a él. Malekh era casi con toda seguridad el dirigente más joven en la larga historia de la Orden de los Hermanos Custodios de la Fe. Era bajo, y parecía más bien grueso bajo la túnica; tenía una cara redonda, de piel oscura, en la que destacaba una nariz prominente y unos ojos grandes y negros. El cabello, también negro, le caía en pequeños rizos sobre los hombros, siguiendo una costumbre típica de las tribus del sur del Imperio.
—Me complace veros de nuevo, Malekh —dijo el Emperador, con voz cuidadosamente neutra—. Hace tanto tiempo de nuestro último encuentro que no recuerdo cuándo fue.
—El Emperador se refiere a la Ceremonia de mi Proclamación—el Sumo Custodio volvió a ocultar las manos dentro de las mangas de la túnica—. Desde entonces he estado muy ocupado. Nuestra Orden es antigua, y los tiempos cambian; mis antecesores en el cargo no supieron verlo, pero son necesarias muchas reformas. En muchas regiones del Imperio se descuidan la Fe y las enseñanzas del Profeta, y eso es algo que no se puede consentir.
Akhsan le dedicó una mirada glacial.
—El Imperio tiene infinidad de problemas, Sumo Custodio. Aun así, el Emperador hace todo lo posible en defensa de la Fe.
—Que el Emperador no malinterprete mis palabras —el Hermano hizo una nueva reverencia, aunque mínima—. Por supuesto, no pretendía culpar al Emperador. Sólo digo que hay ciertas… —dudó, buscando la palabra correcta— costumbres que deberían modificarse para salvaguarda de la Fe. Por ejemplo, la existencia de esas escuelas extranjeras y templos dedicados a dioses paganos es una influencia muy perniciosa. Fomentan ideas peligrosas entre nuestros jóvenes y les apartan del camino de Naal Zahar. Y luego está el asunto de los escasísimos fondos destinados al sostenimiento de la Orden…
—¿Habéis venido para decirle al Emperador cómo debe gobernar? —le cortó en seco Akhsan, en un tono que hizo que los escoltas de la Shadad se tensaran al instante. Malekh miró a ambos lados con nerviosismo, y realizó una nueva reverencia, esta vez mucho más pronunciada que la anterior.
—Pido de nuevo disculpas al Emperador. Ciertamente, no es ése el motivo de mi visita. Deseo partir hacia Teringya en una misión de Fe —se explicó el Sumo Custodio—, y solicito vuestro salvoconducto para cruzar la frontera.
Akhsan entrecerró los ojos.
—¿A Teringya? ¿Por qué?
—Como bien sabe el Emperador, es el único reino del Norte donde aún se mantiene firme la verdadera Fe, aunque está en franco retroceso ante la… pasividad, por no emplear otras palabras, de su Rey. Nuestros hermanos de más allá de las montañas están pasando por momentos difíciles y necesitan la luz del Único más que nunca. La Orden no puede desatender sus ruegos por más tiempo.
El Emperador frunció el entrecejo mientras meditaba sus palabras.
—La situación en Teringya se ha vuelto un tanto… difícil, como bien decís —dijo al cabo—. El Rey está enfermo, de gravedad según he oído, y es la Reina consorte, que además está embarazada, quien se ocupa de la mayoría de los asuntos. Lo que no es del agrado de muchos allí —negó ligeramente con la cabeza—. Os aconsejo no viajar a Sandaar en estos momentos, Malekh.
—La preocupación del Emperador por mi persona es totalmente inmerecida —el Sumo Custodio se inclinó de nuevo—, aunque tendré muy en cuenta sus advertencias. Mi anfitrión es un devoto servidor de Naal Zahar. Él personalmente se encargará de mi seguridad y la de mi escolta. Además, con la ayuda del Único, todo se puede.
—Muy cierto, desde luego. Y decidme, ¿qué es exactamente lo que vais a hacer allí, Malekh?
—Como ya le he manifestado al Emperador —explicó el Sumo Custodio con paciencia—, la situación de nuestros Hermanos en Teringya se vuelve cada día más delicada. Necesitan consuelo, amparo, guía. Necesitan saber que Naal Zahar no se ha olvidado de ellos.
Akhsan asintió ligeramente con la cabeza.
—Ya veo. Una tarea encomiable, sin duda. ¿Y cuándo tenéis previsto regresar?
—No lo sé con certeza —carraspeó—. Parece ser que esta visita ha levantado una gran expectación; he recibido muchísimas invitaciones de nobles y señores diversos para ofrecerme sus respetos. Ciertamente, causaría una gran conmoción en Teringya si finalmente este viaje no pudiera llevarse a cabo.
El Príncipe de los Fieles miró fijamente a su interlocutor, que aguantó el escrutinio con serenidad, sin desviar la mirada, de la misma forma que el resto de la conversación.
—Consuelo, amparo y guía —Akhsan repitió las palabras del Hermano—. No veo inconveniente en satisfacer vuestra petición, Sumo Custodio, si el motivo de vuestro viaje es el que decís —dijo al fin con lentitud.
—Estaba convencido de que el Emperador apoyaría la defensa de la Fe como siempre ha hecho —se congratuló Malekh con la enésima reverencia, pasando por alto la pregunta implícita de Akhsan.
—Sea, entonces. El Gran Khezel realizará las gestiones oportunas. En la próxima reunión del Consejo firmaremos vuestros documentos; se os avisará cuando estén preparados para que podáis recogerlos —el Príncipe de los Fieles le tendió nuevamente la mano. La entrevista había concluido.
—Que la luz de Naal Zahar ilumine el corazón del Emperador.
—Que vuestro corazón se ilumine con su luz.
Malekh se alejó hacia la salida con el mismo paso firme, seguido por los imperturbables guardias de la Shadad. El Príncipe de los Fieles le siguió con la mirada hasta que se perdió de vista.
—Es un hombre ambicioso —comentó el Gran Khezel, que había regresado junto al Emperador.
—E insolente —añadió Akhsan con el ceño fruncido—. Nunca debimos permitir que llegara a convertirse en Sumo Custodio. Pero como dijo el Profeta: laméntate sólo por aquello que puedas cambiar —suspiró—. Lo único cierto en todo lo que me ha contado es que el destino de su viaje es Teringya, Ybaïn. Últimamente parece que todos los asuntos conducen al mismo sitio —el Emperador se pellizcó el labio inferior—. Averiguad qué pretende hacer allí en realidad.
—Os informaré puntualmente, mi Príncipe.
—Una cosa más —el Emperador retuvo con la mirada al consejero, que ya se disponía a partir—. ¿Tenéis a alguien encargado de su vigilancia?
—Así es, mi Príncipe. Con discreción, por supuesto.
—Por supuesto —repitió Akhsan, pensativo, mientras observaba el arco por donde había desaparecido el Sumo Custodio—. No le perdáis de vista, Ybaïn. Ese hombre esconde algo, y quiero saber qué es.
fin del capítulo.
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