
A la caza del erotismo
Una absoluta calma, que ya iba tocando a su fin, impregnaba aquel lugar. Se resistía a abandonarlo, aplastándolo bajo su pesada losa de tranquilidad, saboreando sus últimos instantes de triunfo. Y se intuía ya cierta claridad en el cielo, un deje añil rosado fundiéndose en el horizonte. Pero no, todavía no: los rebaños dormitaban en el interior de sus establos; el horno de la panadería respiraba en silencio, tibio; las hachas dormitaban en el bosque con su filo hendiendo algún tocón.
Sí, Luxus aguardaba en respetuoso silencio la emplumada canción del despertar, pero cinco aguerridos aventureros luchaban contra el peso inerte de este estatismo, y avanzaban en fila india hacia el destino último de su viaje.
Unas cuantas lunas atrás, algunos miembros del afamado clan Fantasitura asentían entusiasmados ante la controvertida ideación de esta exploración. Su promotor, @Nidaros, desaparecería misteriosamente algo después de iniciar el periplo, mientras atravesaban la Cascada de las Sirenas.
Uno de los expedicionistas, @Cabromagno, avezado en la coordinación de travesías similares, se apremiaría a sustituirle en sus labores organizativas e intentaría por todos los medios que la moral del equipo no decayera. No podría, sin embargo, resistir las caricias que le serían regaladas en el Bosque de las Dríades, cuyas habitantes se regocijarían con su aspecto caprino.
Y así, semanas más tarde, se sucedieron dos bajas más.
En la Arbolada del Viento, los faunos sedujeron con su música a la prudente @Yaya Ceravieja, quien arremangándose el bajo de su túnica, saltó con sorprendente agilidad por encima de unos arbustos, entre risas desenfrenadas, para unirse al jolgorio que había al otro lado con su instrumento.
En la escalofriante Mansión del Placer, @Gothic Bear se rindió ante el oscuro erotismo de una vampiresa milenaria que contoneaba sus caderas de veinteañera ante todo aquel que mostrase la más mínima muestra de interés.
Era una verdadera lástima. Tales vidas, todas y cada una tan valerosas… todas terminaron en un suspiro entrecortado, inmersas en el más álgido punto del éxtasis.
Y, después de todo, ¿cuál era la causa, el fin último, por el cual habían arriesgado tanto? ¿Cuál era la verdadera motivación de aquella aventura? ¿Trataban de falsear una nueva hipótesis psicodinámica sobre la líbido, de poner a prueba su mejor muestra de contundente estoicismo? ¿O sería acaso que, como las malas lenguas sugerían, todos los miembros de Fantasitura estaban más salidos que el palo de una escoba? Apenas sabían ya qué sentido tenía aquello, pero movidos por las pérdidas durante el viaje, por tantos sacrificios e imprudencias, se habían anclado férreamente en la más honda perseverancia y cada mañana se repetían los unos a los otros las palabras con las que el propio Nidaros clausuraba el discurso tras el cual partieron:
—¡A la caza del erotismo!
Claro que hubo otros que, habiendo mostrado interés en unirse a aquella estrambótica aventura, no pudieron enrolarse dadas sus circunstancias. Así, @Rhyrs, decidió prudentemente retirarse a tiempo con elegancia para cumplir otros objetivos más apremiantes, mientras que una extraña criatura a quien casi todos llamaban @El hombre que ríe, seguía de lejos a la expedición, fuera de peligro y los contemplaba con curiosidad de cuando en cuando.
El punto de encuentro era la Cueva de Luxus, la hora, cinco minutos antes del albor. Cuando el crepúsculo hubo estado bien entrado, cinco siluetas se erguían frente a la imponente abertura de aquella caverna.
—Bueno qué, ¿listos? —con una sonrisa despistada, el quinto por fin se les unió.
Sin contestarle, con mucha precaución, los otros cuatro hicieron un corrillo mientras un murmullo se extendía entre ellos.
—¿Y este quién es? —les preguntó @Haradrim a los demás.
—Ni idea —constató @Wherter.
—Nosotros es que somos nuevos en esto del viaje y tal —contestó tímidamente @Mithrandir.
—A mí me ha intentado vender un libro —@Alhazred puso los ojos en blanco—. Pero bueno, ¿y Geralt? No me digáis que…
El desconocido asomó la cabeza entre el círculo y confirmó sus sospechas:
—Ah...@Geralt de Rivia, ¿verdad? Sí, una muchacha del prostíbulo de Luxus le tenía robado el corazón. 16 veces juró amarla desbocadamente antes de fallecer de desasosiego.
—¿De “desasosiego”? —Alhazred arqueó las cejas con incredulidad.
—Uhum. ¿Encomiable, eh?
—Se veía venir —comentó Wherter.
Todos asintieron escuetamente, con incomodidad. Haradrim empezó a atar cabos.
—Así que tú eres su sustituto.
El muchacho sacudió la cabeza.
—No. Yo soy Mano.
—Hola, Manu.
—¿Manu? Encantado.
—Un placer, tío.
—¡Bua, mi hermano también se llama Manu!
—¡Que no, leñe! —se aclaró la garganta—. Ajem. Soy la Mano Inocente, aquel que recibe a quienes se disponen a atravesar la Cueva de Luxus, cuyo nombre original es la Caverna del Erotismo.
Ahogaron una exclamación. Habían llegado hasta allí, se hallaban ante la respuesta que buscaban en su viaje. El viaje que delimitaría el erotismo, que pondría fin a las discusiones que se habían dado en el gremio iluminándoles con una definición determinada que unificaría aquel curioso concepto.
—Entremos —pidió Mithrandir con los ojos entornados.
Cuando por fin entraron aquel lugar, los cuatro caminaban con los ojos vendados, en fila india, agarrándose los unos a otros de sus ropas, con el chico a la cabeza. Habían dejado sus armas en la entrada, la Mano les había persuadido de ello:
—Aquí no os harán falta.
Antes de entrar, sin embargo, les previno ante el peligro al que se enfrentarían esta vez: criaturas conocidas como súcubos, que adoptarían la tentadora forma de sus fantasías más recónditas y placenteras en cuanto las vieran. Por ello, les había advertido, debían avanzar con los ojos cerrados, entonando una canción pegadiza para avanzar al mismo ritmo. Quien consiguiera pasar aquella prueba sería bendecido por los sucúbos con la capacidad de discernir perfectamente qué era el erotismo, abarcando el concepto en todas y cada una de sus dimensiones. Claro que nadie aún…
—… ha salido vivo para contarlo. Sí, ya nos lo sabemos, tira, anda —le instó Alhazred.
—¿Eh? Pero se supone que yo no debo entrar. Yo estoy aquí para esperar al justo vencedor de esta prueba, al héroe que finalmente consiga…
—¿Cómo, que te has quedado afuera cruzado de brazos dejando que la gente la palmara aquí dentro? —Haradrim estaba mosqueado.
—Bueno, sí, pero…
—¡Coño! Así normal que se mueran, si no les ayudas, tío… —convino Wherter— Espera, ¿y si llueve? ¿También te toca esperar afuera? ¿Qué marrón, no?
Mithrandir suscribía lo que sus compañeros decían asintiendo una y otra vez. Entre los cuatro, le arrastraron al interior de la cueva.
—¿Y tú por qué no llevas venda? —le preguntó Alhazred para romper el hielo.
La Mano suspiró con fastidio y tras unos segundos de espera, respondió con la voz cargada de odio.
—Como ya os he dicho, soy la Mano INOCENTE. Las criaturas de este lugar no pueden perturbar mis sentidos, yo sólo las veo tal y como son.
Wherter se maravilló y enseguida, formuló el primer pensamiento que se le vino a su cabeza:
—¿En serio? ¿Y qué forma tienen?
—Hmm… es difícil describirlas —su voz había dejado el desdén de lado—. Diría que están a medio camino entre una zanahoria y una calabaza, supongo. Aunque son más o menos del tamaño de un calabacín. Sí, diría que definitivamente, tienen el tamaño de un calabacín.
—¡¿Estás diciendo que los súcubos son, en realidad, hortalizas?! —Haradrim no podía creérselo.
—No lo sé, pero… chicos, os estáis liando, tenéis que seguir…
—No te apresures —le interrumpió Mithrandir con urgencia—, yo no estaría tan seguro de que las calabazas son hortalizas.
—Creo que no os puedo dar una respuesta concluyente —Alhazred no podía dar una respuesta concluyente.
—Dios santo, ¡qué dilema! —pensaba Wherter en voz alta.
Habían dejado de cantar hacía rato, y con el asunto en mente, perdieron el ritmo de las pisadas que antes percutían en el suelo en un Andante, Ma non Troppo.
Haradrim, que iba en último lugar, terminó tropezándose y cayó al suelo con un golpe seco. Jamás nadie supo qué fue de él, pero los otros no notaron su ausencia hasta pasados 7 minutos.
—… muy arbitraria, así que, en definitiva, no es una clasificación muy confiable, Haradrim —terminó de concluir inconclusamente Alhazred.
Se hizo un silencio incómodo.
—¿Haradrim? ¿No irás a enfadarte por haberte llevado la contraria, verdad? —preguntó Wherter.
—Haradrim no está, chicos —anunció la Mano—. Se cayó y quedó atrás hace ya unos minutos. A estas alturas, los súcubos deben haber terminado con él.
—¡¿Qué?! ¿Cómo no nos has avisado? ¡Sabía que…!—Mithrandir, iracundo, lo intentó coger por el cuello, pero vendado como estaba, tan sólo consiguió meterle un dedo en el ojo a Wherter.
—¡Ay! ¡Ten cuidado, tú!
—Lo he intentado innumerables veces, pero enfrascados como estabais en mitad de vuestra discusión, no me prestabais la más mínima atención —les acusó con severidad—. Y ahora, si no queréis correr la misma suerte que vuestro amigo, os aconsejo que sigáis con la canción. Y recordad prestar atención al cambio de dinámica en los compases ocho y dieciséis. Lo mínimo que podéis hacer es darle un aire de réquiem en memoria de vuestro compañero. Venga, vamos, desde el principio, y uno y dos y...
Avergonzados como estaban, ninguno de los tres restantes se atrevió a decir nada más, y mansamente, todos unieron sus voces al unísono, esforzándose en imprimir a su canción el carácter fúnebre que requería la ocasión. Y así, por todas las paredes de la cueva retumbaba la triste melodía que entonaban: «Dale a tu cuerpo alegría Macarena…».
En determinado momento, Wherter, en secreto más bien conmovido por los melancólicos versos de la canción que por la muerte de Haradrim, comenzó a llorar desconsoladamente. Resultó que las vendas que cubrían sus ojos eran en realidad una fina capa de papel higiénico, y al humedecerse, se transparentó y pudo ver lo que había a su alrededor.
—Vaya mierda de vendas, tú —se quejó—. Así esto no mola.
La Mano se giró, alarmado, pero pareció ser demasiado tarde.
—¡Ostras! ¿Quién es esa de ahí? Eh, ¿cómo te llamas, encanto?
Mithrandir y Alhazred, temporalmente invidentes como estaban, empezaron a exigirle explicaciones a Wherter, preocupados.
—Tío, tío, dinos qué estás viendo.
—¡Eso, descríbenoslo con pelos y señales, va!
Pero de nada sirvió, pues la mente de Wherter descansaba ya en otro lugar muy distinto a aquel en el que se desplomó su cuerpo. Y al venirse abajo, babeando, esparció diez litros de saliva a su alrededor.
—¡¿Qué le ha ocurrido, Mano?! ¿Qué ha sido esta vez? —exigió saber Mithrandir.
—¡Ahhh! —Alhazred dio un resbalón, pero consiguió no perder el equilibrio.
—Tened cuidado. Los súcubos han hecho del pobre Wherter su presa. Así es como se alimentan, normalmente usan la humedad de la cueva, pero cuando alguien cae bajo su influjo, lo hacen salivar hasta dejarlo seco para sorber sus babazas.
Asimilando aquella información con un breve “Ohmmm”, Alhazred y Mithrandir estuvieron de acuerdo en que aquel era un método de supervivencia muy práctico.
—Basta de habladurías, chicos, ¡la canción!
Continuaron avanzando por la caverna hasta llegar a la parte final.
—Tened cuidado, esta zona está plagada de súcubos —anunció la Mano.
—Espera, ¿quieres decir que son muchos? —preguntó Mithrandir.
—Eso he entendido yo también —intervino Alhazred.
—Entonces… ¿no hay uno más grande? Ya sabes, como el jefe final que aparece al final del escenario.
Los otros guardaron silencio, sin entenderle, esperando que se explicara mejor.
—Uno más poderoso que los demás —insistió Mithrandir juntando las yemas de sus índices—. Como... guardando un tesoro, que tenga más poder… que sea capaz de crear imágenes más vívidas en sus presas —concluyó, sonrojándose.
—¡Ahh! —repuso la Mano entendiéndole.
Y cayó en la cuenta de lo que en realidad pensaba Mithrandir.
—Ahhh… —se sonrojó a su vez— Bueno… no… en realidad no ha habido muchos que hayan llegado a esta parte de la cueva. Los súcubos aquí son todos más pequeños, porque no han podido crecer absorbiendo la saliva de otros seres.
—Quieres decir que son… —Mithrandir empezó a palparse el nudo de la venda con nerviosismo— ¿como un harem de hortalizas… no muy maduras?
—Bueno… más o menos, aunque pensaba que habíais dicho que eso de las hortalizas…pero… ¡oye!
Mithrandir se desprendió de su venda, y entre gemidos, se deshizo en la nada despreciable cantidad de 12 litros de saliva y lágrimas de felicidad.
—Bueno, Alhazred, con esto, ya sólo quedas tú. ¿Estás seguro de querer continuar? Puedo llevarte hasta la entrada si así lo deseas.
—No —negó contundente—. Tengo que seguir… por ellos. Por todos y cada uno de mis compañeros de Fantasitura que, por un motivo u otro, se han quedado en el camino.
—Admirable —asintió el guía—. En ese caso, sígueme, enseguida podrás quitarte la venda.
Llegaron hasta una abertura de la cueva por la que se filtraba luz, que debía dar al exterior. La Mano le desató el nudo que le había hecho con aquel pañuelo en la nuca.
—Tu viaje por fin ha concluido. Encontrarás la respuesta que buscas asomándote a esta grieta, valiente aventurero —le anunció la Mano—. Dicen que está impregnada de la misma magia que utilizan los súcubos, pero que es completamente inofensiva. Sea lo que sea aquello que aquí veas y oigas, con el conocimiento que adquieras puedes hacer lo que quieras —hizo una pausa y prosiguió mirándole fijamente—, ya sea guardarlo todo para ti, en secreto, o intentar transmitirlo a los demás.
Alhazred, tarareando en su interior todavía el estribillo de la Macarena, caminó solemnemente los 15 pasos que lo separaban de aquel extraño portal. Cuando finalmente le fue revelado aquello que buscaba, una palabra se le escapó de entre sus labios:
—Ester.
Ob-la-di Ob-la-da