27/05/2020 03:19 PM
La nave, un pequeño y viejo carguero con la cabina en la parte trasera, y la zona de carga en la delantera, se mantenia inmovil en la órbita del planeta RUB14; un enorme astro de arena roja, desértico y deshabitado, en el que ubicaron la señal de auxilio. Sin embargo, y a consecuencia del impacto recibido en el casco de la nave, sus intenciones se habían visto alteradas, y la urgencia colmaba su interior.
La puerta de la sala de mandos se abrió con un sonido sibilante. La comandante Eli entró con paso firme y metálico, haciendo ondear su larga capa de lino gris tras de si. El ataque les había pillado por sorpresa.
– ¡Dil! ¡Informe de daños! – le apremió ella.
Dil se encontraba inmerso en la lectura de datos, y estaba desviando recursos de la nave, de un lado a otro.
– El casco de la nave tiene una fisura que estoy intentando contener, el impulsor principal está al setenta por ciento, y...
El ruido pesado del cuerpo de Keesho desplomandose al lado suya le distrajo profundamente. Eli lo había apartado de la silla en la que yacía, empujándolo sin apenas miramiento.
– No te preocupes por Keesho, está inconsciente, no muerto. – comentó con contundencia la comandante, ante la justificada pausa de Dil.
Keesho y Dil eran dos pequeños trasgos de no más de un metro de alto, dotados ambos de exoesqueleto tipo tres, con el que conseguían igualar la estatura de un humano. Ambas armaduras estaban equipadas con tres brazos; si bien, la de Dil poseía un brazo derecho modificado con un arma, y dos izquierdos que utilizaba para pilotar la nave, la de Keesho tenía tres brazos, dos derechos y uno izquierdo, equipados con manos de cinco dedos dobles e infinidad de gadgets con los que manejar los innumerables aparatos que rodeaban su puesto. Ambos se unieron a la vez a la tripulación de la comandante Eli, y, aunque se sabe que los trasgos no tienen hermanos, Keesho y Dil actúaban como tal.
– Perdone mi comandante…– se excusó Dil. – ...y el timón no responde. – sentenció, devolviendo la mirada a sus monitores.
– Informa a Thisa del problema con el timón.– le ordenó esta, mientras pulsaba tan rápido como podía teclas, botones y pantallas holo-táctiles desde el puesto de Keesho, en un intento ávido por averiguar de donde procedió el ataque.
El trasgo se comunicó con Thisa, una elfa, menuda para su raza, pero de una belleza increíble. Su larga cabellera color platino iba siempre atada en una coleta alta, y su piel, tersa y palida, estaba constantemente aderezada con manchas de grasa. Vestía un mono naranja de combate, con la parte de arriba atada a la cintura, y una camiseta de tirantes de color verde oscuro ceñida a su esbelto torso. Era capaz de reparar, modificar o crear cualquier tipo de elemento tecnológico, y la nave, y todos sus sistemas, se mantenían en funcionamiento gracias a ella.
– ¡Thisa! ¡Necesito que revises el timón! – gritaba Dil, con su voz aguda, por el intercomunicador. – ¡Parece que está …!
– ¡Bloqueado! ¡Lo sé! –. Le interrumpió la elfa. – ¡El impacto que hemos recibido ha reventado uno de los pistones que mueve el eje principal! ¡Voy a proceder a cambiarlo, así que necesito que desconectes el mando del timón! ¡No lo forceis más! – advirtió con contundencia.
Mientras, en el puente de mando, Eli se dirigía a Dil con preocupación. – He localizado el origen del ataque. – le dijo ella. – Creo que son contrabandistas, como nosotros. Habrán recibido la señal de socorro, y al vernos en la zona... no querrán competencia. – concluyó seriamente.
Sabía casi con certeza, y por lo que indicaban los datos que obsevaba, que sus atacantes intentarían abordarlos, ya que sólo habían sufrido un único y preciso disparo, buscando anular su capacidad de movimiento.
La nave atacante, situada a estribor, se presumía con capacidad de carga suficiente como para engullir al pequeño carguero que tripulaban. Se acercaba sigilosamente y sin entablar comunicación, lo que ratificaba sus sospechas.
Seguramente, y debido a que no habían realizado ningún movimiento desde que recibieran el impacto, sus atacantes estarían confiados en el daño causado, lo cual le dejaba con margen para reaccionar.
Eli se levantó apresurada del asiento, y mientras se dirigía hacia la puerta, le apremió a Dil a despertar a Keesho. Necesitarían estar los cuatro al cien por cien para repeler el asalto.
Thisa acababa de retirar el piston dañado cuando la comandante descendió al diminuto sótano de máquinas.
– Me vienes genial. – Comentó la elfa. – Al retirar el pistón dañado, el eje a perdido su posición y necesito que lo emplaces para poder acoplar el de repuesto.
– Dime en que direccion necesitas que lo mueva. – Respondió Eli, mientras se quitaba la oscura capa que portaba.
Thisa se quedó mirandola apenas un instante, y bajó la mirada. A pesar de las décadas que llevaban juntas, no podía acostumbrarse a ver el cuerpo sin vida de su comandante.
Eli era una no muerta de raza humana. Su rostro, antaño hermoso, conservaba el recuerdo de unas facciones suaves, aunque la carencia de la mejilla izquierda, a través de la que se veían sus muelas, desvelaba ya su condición infrahumana. Su cuerpo, vacío de carne casi al completo, estaba reconstruído con tecnología. Sus cuatro extremidades eran una mezcla de hueso, cilindros hidráulicos, cables y circuitos. Portaba siempre un chaleco táctico, que le otorgaba un aspecto más femenino al dotar de volumen a su esquelético pecho; no podía decir lo mismo de la casi inexistente cintura, que se acentuaba bajo él.
Sin embargo, esas modificaciones le otorgaban una fuerza colosal. Agarró el eje del timón con ambas manos y al ejercer presión sobre él, varias válvulas de su cuerpo expulsaron aire. Utilizando la fuerza de brazos y piernas, mantuvo el largo y pesado cilindro estable en la posición que precisaban para colocar y fijar el pistón de reemplazo.
Entonces, la voz aguda de Dil volvió a sonar, apresurada, a través del intercomunicador de la elfa. – ¡Señoritas, por favor, dense prisa! ¡Casi estamos dentro de su nave!
Thisa miró asintiendo a la comandante. Está soltó el eje, cogió su capa, y de un salto, salió del sótano.
Cuando regresó al puesto de mando, observó que Keesho había recobrado el conocimiento y ya estaba trabajando en su puesto. Dil, también estaba preparado y con el sistema de timón operativo. Eli ocupó su asiento.
–¡Alferez Keesho, me alegra verle de nuevo despierto!– gritó con tono firme. – Necesito de sus treinta dedos exclusivamente sobre las armas de proa!
Con una afirmación enérgica y nerviosa, el trasgo pulso un botón amarillo tipo seta, bastante grande. Al momento, su asiento ascendió metro y medio y Keesho tiró de una palanca. Un casco periscopio digital apareció frente a él desde el techo. Se lo puso y agarró joysticks repletos de gatillos, y botones.
– ¡Liiiisto comandanteeeee! – Gritó entre dientes.
– ¡Capitán Dil!– continuó Eli. – ¡gire noventa grados a estribor y prepare los propulsores de retroceso con toda la potencia de la que disponga!
Afirmó a la orden levantando los dos pulgares de sus brazos izquierdos. Acto seguido comenzó a activar decenas de interruptores de palanca y de giro. Un ruido creciente de turbinas inundó la sala.
Ambos trasgos se miraron, y una sonrisa maliciosa asomó en sus rostros al mismo tiempo. Ambos se acomodaron al unísono en sus respectivos asientos. La nave comenzó ha virar a la vez que la compuerta frontal de esta se abría. En su interior se alojaban tres cañones de gran tamaño y un par de torretas de arma combinada.
– Dil, en cuanto los tengamos de frente, haznos retroceder con un único impulso, mientras tú, Keesho, les haces el mayor agujero que hayan visto en su vida. – La excitante rabia con la que Eli sentenció la frase, coincidió con el final del giro de la nave. En ese preciso instante, y en perfecta sincronía, la nave comenzó a retroceder y a disparar a sus asaltantes.
Mientras más se alejaba, más explosiones se desencadenaban en su oponente.
Cuando percibieron que las explosiones remitían, detuvieron la ofensiva. Donde antes había una nave, ahora sólo quedaba chatarra chamuscada diseminandose por el espacio infinito.
Eli se comunicó con Thisa desde el comunicador de su asiento, preguntando por la evolución de las reparaciones. Está le confirmó la estabilización de los daños a la vez que entraba en la sala y ocupaba el asiento a su lado.
– Necesitamos visitar algún mercado espacial para poder reparar por completo la nave, pero aguantará la entrada y salida al planeta, si es lo que quieres saber. – añadió la elfa mientras se soltaba la coleta y se la volvía ha hacer.
– Muy bien pues. – comentó Eli con una pícara sonrisa en sus labios. – Preparense para ...
La puerta de la habitación se abrió de repente. Una señora joven entró por ella.
–¿Todavía estás despierta Elisabeth? – Le espetó con voz dulce, pero firme, su madre mientras avanzaba hacia ella, recogiendo la ropa que había por el suelo. – Mañana tendrás tiempo de jugar, pero ahora es hora de dormir.
– Nooo, mamá, por favor, estamos a punto de adentrarnos en el planeta RUB14 y descubrir quién emitió la señal de socorro. – le replicó la niña de once años, con tono impaciente y resignado mientras se levantaba del suelo y se metía en la cama.
Elisabeth era una niña flaca de cabello corto y cobrizo. La palidez de su piel acentuaba su débil constitución, pero ocultaba una enorme imaginación.
– Bueno, quizás tus pequeños héroes necesitan descansar también. ¿No te parece? – Le susurró su madre mientras la arropaba y le daba un beso en la frente.
La niña afirmó a la pregunta con un nasal sonido mientras se acomodaba bajo el grueso edredón de plumas.
– ¿Me puedes poner a la comandante Eli sobre la mesita? – le susurró a su madre.
Está cogió la figurita y la posó sobre la mesita de noche. Acarició el pelo de su hija mientras posaba sus labios sobre su cálida frente, y con una dulce sonrisa le deseó felices sueños. Al salir de la habitación, apagó la luz y dejó la puerta entreabierta, permitiendo que un hilo fino de la luz del pasillo se colase por ella, incidiendo sobre la figura de la comandante.
Elisabeth se giró y, mirando fijamente a Eli, le deseaba las buenas noches mientras, hundiéndose de forma leve en su almohada, se abandonaba a los brazos de Morfeo y al amparo de una nueva aventura espacial, o a la continuación de la última...
La puerta de la sala de mandos se abrió con un sonido sibilante. La comandante Eli entró con paso firme y metálico, haciendo ondear su larga capa de lino gris tras de si. El ataque les había pillado por sorpresa.
– ¡Dil! ¡Informe de daños! – le apremió ella.
Dil se encontraba inmerso en la lectura de datos, y estaba desviando recursos de la nave, de un lado a otro.
– El casco de la nave tiene una fisura que estoy intentando contener, el impulsor principal está al setenta por ciento, y...
El ruido pesado del cuerpo de Keesho desplomandose al lado suya le distrajo profundamente. Eli lo había apartado de la silla en la que yacía, empujándolo sin apenas miramiento.
– No te preocupes por Keesho, está inconsciente, no muerto. – comentó con contundencia la comandante, ante la justificada pausa de Dil.
Keesho y Dil eran dos pequeños trasgos de no más de un metro de alto, dotados ambos de exoesqueleto tipo tres, con el que conseguían igualar la estatura de un humano. Ambas armaduras estaban equipadas con tres brazos; si bien, la de Dil poseía un brazo derecho modificado con un arma, y dos izquierdos que utilizaba para pilotar la nave, la de Keesho tenía tres brazos, dos derechos y uno izquierdo, equipados con manos de cinco dedos dobles e infinidad de gadgets con los que manejar los innumerables aparatos que rodeaban su puesto. Ambos se unieron a la vez a la tripulación de la comandante Eli, y, aunque se sabe que los trasgos no tienen hermanos, Keesho y Dil actúaban como tal.
– Perdone mi comandante…– se excusó Dil. – ...y el timón no responde. – sentenció, devolviendo la mirada a sus monitores.
– Informa a Thisa del problema con el timón.– le ordenó esta, mientras pulsaba tan rápido como podía teclas, botones y pantallas holo-táctiles desde el puesto de Keesho, en un intento ávido por averiguar de donde procedió el ataque.
El trasgo se comunicó con Thisa, una elfa, menuda para su raza, pero de una belleza increíble. Su larga cabellera color platino iba siempre atada en una coleta alta, y su piel, tersa y palida, estaba constantemente aderezada con manchas de grasa. Vestía un mono naranja de combate, con la parte de arriba atada a la cintura, y una camiseta de tirantes de color verde oscuro ceñida a su esbelto torso. Era capaz de reparar, modificar o crear cualquier tipo de elemento tecnológico, y la nave, y todos sus sistemas, se mantenían en funcionamiento gracias a ella.
– ¡Thisa! ¡Necesito que revises el timón! – gritaba Dil, con su voz aguda, por el intercomunicador. – ¡Parece que está …!
– ¡Bloqueado! ¡Lo sé! –. Le interrumpió la elfa. – ¡El impacto que hemos recibido ha reventado uno de los pistones que mueve el eje principal! ¡Voy a proceder a cambiarlo, así que necesito que desconectes el mando del timón! ¡No lo forceis más! – advirtió con contundencia.
Mientras, en el puente de mando, Eli se dirigía a Dil con preocupación. – He localizado el origen del ataque. – le dijo ella. – Creo que son contrabandistas, como nosotros. Habrán recibido la señal de socorro, y al vernos en la zona... no querrán competencia. – concluyó seriamente.
Sabía casi con certeza, y por lo que indicaban los datos que obsevaba, que sus atacantes intentarían abordarlos, ya que sólo habían sufrido un único y preciso disparo, buscando anular su capacidad de movimiento.
La nave atacante, situada a estribor, se presumía con capacidad de carga suficiente como para engullir al pequeño carguero que tripulaban. Se acercaba sigilosamente y sin entablar comunicación, lo que ratificaba sus sospechas.
Seguramente, y debido a que no habían realizado ningún movimiento desde que recibieran el impacto, sus atacantes estarían confiados en el daño causado, lo cual le dejaba con margen para reaccionar.
Eli se levantó apresurada del asiento, y mientras se dirigía hacia la puerta, le apremió a Dil a despertar a Keesho. Necesitarían estar los cuatro al cien por cien para repeler el asalto.
Thisa acababa de retirar el piston dañado cuando la comandante descendió al diminuto sótano de máquinas.
– Me vienes genial. – Comentó la elfa. – Al retirar el pistón dañado, el eje a perdido su posición y necesito que lo emplaces para poder acoplar el de repuesto.
– Dime en que direccion necesitas que lo mueva. – Respondió Eli, mientras se quitaba la oscura capa que portaba.
Thisa se quedó mirandola apenas un instante, y bajó la mirada. A pesar de las décadas que llevaban juntas, no podía acostumbrarse a ver el cuerpo sin vida de su comandante.
Eli era una no muerta de raza humana. Su rostro, antaño hermoso, conservaba el recuerdo de unas facciones suaves, aunque la carencia de la mejilla izquierda, a través de la que se veían sus muelas, desvelaba ya su condición infrahumana. Su cuerpo, vacío de carne casi al completo, estaba reconstruído con tecnología. Sus cuatro extremidades eran una mezcla de hueso, cilindros hidráulicos, cables y circuitos. Portaba siempre un chaleco táctico, que le otorgaba un aspecto más femenino al dotar de volumen a su esquelético pecho; no podía decir lo mismo de la casi inexistente cintura, que se acentuaba bajo él.
Sin embargo, esas modificaciones le otorgaban una fuerza colosal. Agarró el eje del timón con ambas manos y al ejercer presión sobre él, varias válvulas de su cuerpo expulsaron aire. Utilizando la fuerza de brazos y piernas, mantuvo el largo y pesado cilindro estable en la posición que precisaban para colocar y fijar el pistón de reemplazo.
Entonces, la voz aguda de Dil volvió a sonar, apresurada, a través del intercomunicador de la elfa. – ¡Señoritas, por favor, dense prisa! ¡Casi estamos dentro de su nave!
Thisa miró asintiendo a la comandante. Está soltó el eje, cogió su capa, y de un salto, salió del sótano.
Cuando regresó al puesto de mando, observó que Keesho había recobrado el conocimiento y ya estaba trabajando en su puesto. Dil, también estaba preparado y con el sistema de timón operativo. Eli ocupó su asiento.
–¡Alferez Keesho, me alegra verle de nuevo despierto!– gritó con tono firme. – Necesito de sus treinta dedos exclusivamente sobre las armas de proa!
Con una afirmación enérgica y nerviosa, el trasgo pulso un botón amarillo tipo seta, bastante grande. Al momento, su asiento ascendió metro y medio y Keesho tiró de una palanca. Un casco periscopio digital apareció frente a él desde el techo. Se lo puso y agarró joysticks repletos de gatillos, y botones.
– ¡Liiiisto comandanteeeee! – Gritó entre dientes.
– ¡Capitán Dil!– continuó Eli. – ¡gire noventa grados a estribor y prepare los propulsores de retroceso con toda la potencia de la que disponga!
Afirmó a la orden levantando los dos pulgares de sus brazos izquierdos. Acto seguido comenzó a activar decenas de interruptores de palanca y de giro. Un ruido creciente de turbinas inundó la sala.
Ambos trasgos se miraron, y una sonrisa maliciosa asomó en sus rostros al mismo tiempo. Ambos se acomodaron al unísono en sus respectivos asientos. La nave comenzó ha virar a la vez que la compuerta frontal de esta se abría. En su interior se alojaban tres cañones de gran tamaño y un par de torretas de arma combinada.
– Dil, en cuanto los tengamos de frente, haznos retroceder con un único impulso, mientras tú, Keesho, les haces el mayor agujero que hayan visto en su vida. – La excitante rabia con la que Eli sentenció la frase, coincidió con el final del giro de la nave. En ese preciso instante, y en perfecta sincronía, la nave comenzó a retroceder y a disparar a sus asaltantes.
Mientras más se alejaba, más explosiones se desencadenaban en su oponente.
Cuando percibieron que las explosiones remitían, detuvieron la ofensiva. Donde antes había una nave, ahora sólo quedaba chatarra chamuscada diseminandose por el espacio infinito.
Eli se comunicó con Thisa desde el comunicador de su asiento, preguntando por la evolución de las reparaciones. Está le confirmó la estabilización de los daños a la vez que entraba en la sala y ocupaba el asiento a su lado.
– Necesitamos visitar algún mercado espacial para poder reparar por completo la nave, pero aguantará la entrada y salida al planeta, si es lo que quieres saber. – añadió la elfa mientras se soltaba la coleta y se la volvía ha hacer.
– Muy bien pues. – comentó Eli con una pícara sonrisa en sus labios. – Preparense para ...
La puerta de la habitación se abrió de repente. Una señora joven entró por ella.
–¿Todavía estás despierta Elisabeth? – Le espetó con voz dulce, pero firme, su madre mientras avanzaba hacia ella, recogiendo la ropa que había por el suelo. – Mañana tendrás tiempo de jugar, pero ahora es hora de dormir.
– Nooo, mamá, por favor, estamos a punto de adentrarnos en el planeta RUB14 y descubrir quién emitió la señal de socorro. – le replicó la niña de once años, con tono impaciente y resignado mientras se levantaba del suelo y se metía en la cama.
Elisabeth era una niña flaca de cabello corto y cobrizo. La palidez de su piel acentuaba su débil constitución, pero ocultaba una enorme imaginación.
– Bueno, quizás tus pequeños héroes necesitan descansar también. ¿No te parece? – Le susurró su madre mientras la arropaba y le daba un beso en la frente.
La niña afirmó a la pregunta con un nasal sonido mientras se acomodaba bajo el grueso edredón de plumas.
– ¿Me puedes poner a la comandante Eli sobre la mesita? – le susurró a su madre.
Está cogió la figurita y la posó sobre la mesita de noche. Acarició el pelo de su hija mientras posaba sus labios sobre su cálida frente, y con una dulce sonrisa le deseó felices sueños. Al salir de la habitación, apagó la luz y dejó la puerta entreabierta, permitiendo que un hilo fino de la luz del pasillo se colase por ella, incidiendo sobre la figura de la comandante.
Elisabeth se giró y, mirando fijamente a Eli, le deseaba las buenas noches mientras, hundiéndose de forma leve en su almohada, se abandonaba a los brazos de Morfeo y al amparo de una nueva aventura espacial, o a la continuación de la última...
«Mueres siendo un héroe... o vives lo suficiente para convertirte en villano»