05/01/2021 03:31 PM
Las noticias del último suceso más reciente en Nueva York no tardaron en esparcirse, Un fenómeno sin precedente alguno aconteció. Una nevada, en pleno verano, se desató. Los científicos y demás “expertos en la materia” jamás se esperaron a que llegase una masa de aire polar, en el transcurso de Julio. Esto les era poco importante a los infantes de Brooklyn, quienes salieron a las calles a recibir la nevada, con las manos abiertas.
El joven Thomas, un chico de los barrios bajos, corría hacia donde el parque a reunirse con sus compañeros de la escuela. Con las clases canceladas debido a la nevada, Tom saldría a disfrutar de su día libre. Con suerte, cumpliría su sueño de toda la vida; hacer un castillo de nieve. Aunque no fuese tamaño real, aunque fuese a durar no más de una semana, al muchacho no le importaba.
Durante su camino, el niño fue recibido por el aroma de chocolate que los ventores ofrecían por las calles. Era como si la navidad hubiera llegado, seis meses antes de lo previsto. No pasó mucho tiempo antes de que Thomas llegase al parque y se encontrara con sus amigos. Un niño rechoncho y una pelirroja pecosa, quienes jugaban a las peleas de nieve.
— ¿¡Cómo se te ocurre comerte la nieve del suelo, Mark!? —Exclamó la niña a su compañero.
—Todos los demás lo hacen—Respondió Mark y le miró con soslayo. —Así de simple.
— ¡Hola, muchachos! —Vociferó Thomas y se acercó a sus amigos.
— ¿Qué onda, Tom? —Respondió la chica. —Te tardaste muchísimo.
—Perdón, Sarah—comentó Tom. —Ma’ me dijo que acomodara mi cuarto, antes de salir.
Sarah solo rodó los ojos y bufó un poco.
— ¿Ya qué? ¿Y qué vamos a hacer?
Tom se quedó callado ante la pregunta de su amiga. No supo cómo decirle lo que deseaba hacer de la pena que sentía.
—Yo… Bueno…
Mark entonces interrumpió a Thomas y dijo:
—No lo presiones, Sarah. Tenemos todo el día.
Sarah volteó a observar a Mark y se cruzó de brazos.
—Es que… No sé si a ustedes les interese esta idea…
Sarah entonces fue a recargar su mano sobre el hombro del niño para animarlo.
— ¡No hables así, Tom! ¡Tú dinos que es lo que deseas hacer!
Las palabras de aliento de su amiga llenaron de valor al muchacho. Ahí fue cuando Thomas tomó aire, levantó la mirada y dijo:
—Quiero hacer un castillo de nieve.
Ambos niños le observaron por un instante, antes de que Mark rompiera el silencio con:
¬— ¿Con que eso es lo que quieres, eh? ¿Y por qué no quisiste decírnoslo?
Thomas ladeó la mirada y dijo:
—Pensé que ustedes lo encontrarían absurdo…
Sarah soltó una risa ante este comentario y replicó con:
— ¡Para nada, Tommy! Si eso es lo que quieres hacer, que así sea.
Viendo que sus amigos apoyaban su deseo, Thomas levantó la mirada y devolvió una sonrisa.
—Gracias, muchachos. Hagámoslo, de ser así.
Terminada la conversación, los niños asintieron y se prepararon para construir el castillo de hielo.
Un rato después, los muchachos ya tenían listo el “cimiento” del edificio listo. Solo faltaban los muros y el techo, con suerte, tendrían tiempo para hacer las ventanas y la puerta de acceso. Ahí fue cuando a Sarah se le vino una idea a la cabeza. “Me pregunto quién va a ser el ‘rey’ del castillo”, fue lo que la niña pensó y volteó a mirar a Thomas. “Espero que a Tommy no le moleste la idea de volverme la reina de su castillo”.
—Oye, Tommy…
Thomas levantó la cabeza, observó a su compañera y preguntó:
— ¿Qué pasa, Sarah?
— ¿Ya pensaste en quién va a ser el “rey” del castillo? —Preguntó Sarah, a lo qué Tom solo respondió con:
— ¿Mande?
¬—Ya sabes—dijo la niña. —Todo castillo, todo reino, debe tener un rey. ¿O no?
Thomas solo permaneció en silencio. No supo cómo responderle a su compañera. Antes de ese momento, jamás se planteó ese predicamento. Solo le interesó construir su castillo de nieve.
—Yo… jamás había pensado en eso…
—Es tu castillo—comentó Mark. —Tú deberías ser el rey.
A Sarah se le heló la cara al escuchar el comentario de su compañero.
—Yo… Pero yo…
La chica no supo cómo encontrar las palabras necesarias para expresar sus intenciones verdaderas, cuando, de pronto, Thomas le respondió a Mark con:
— ¿Estás seguro de ello? Yo ni siquiera tenía eso en mente, hasta que Sarah lo mencionó.
Sarah sonrió radiantemente ante el comentario de Thomas. Estas palabras fue todo lo que la chica necesitó para acceder a su deseada posición de poder.
— ¿¡Puedo ser la reina, de ser así!?
Los dos niños observaron a su amiga, con un semblante de confusión, después de escuchar esto.
— ¿Y por qué tú? —Preguntó Mark.
—Porque un gobernador debe de ser aquel que tenga la más grande cantidad de carisma para mandar a la gente. Así de simple.
Los dos niños se miraron entre sí, aún más confusos ante el comentario de su amiga.
—Yo insisto que Tom sea el rey—dijo Mark. —Él fue el de la idea de hacer el castillo.
—Es que yo ni siquiera tenía la idea de volverme el rey del castillo—replicó Thomas. —Yo solo quería hacer un castillo de hielo.
—Si es que Tommy no quiere ser el rey, yo lo seré—dijo Sarah y se colocó entre ambos niños. Mark solo se cruzó de brazos y la miró con soslayo.
—Insisto que Tom sea el rey del castillo, pero ya qué. Continuemos con esto.
Al terminar con la conversación, los tres niños continuaron con la construcción.
Más tarde, los muros del edificio ya estaban listos. Solo faltaba el techo. Sin que se dieran cuenta, el ocaso se apresuraba a paso redoblado. Si no se apuraban, los chicos no lograrían terminar el castillo, antes de que fuera hora de volver a sus casas.
— ¡Apúrense! —Exclamó Sarah. —Se nos hace tarde.
Mark solo rodó los ojos y dijo:
—Tenemos tiempo de sobra. No hay que apresurarnos.
— ¡Qué tiempo de sobras ni que nada! —Respondió Sarah y se levantó del suelo. —Capaz de que mañana se derrita la nieve.
— ¿Y qué si se derrite? —Comentó Mark. —Tendremos todo el invierno para armar otro. ¿Verdad que sí, Tom?
Thomas no respondió, más se podía apreciar una melancolía profunda en el rostro del muchacho. Desde que Sarah fue nominada como la “reina” del castillo, la chica no había hecho nada más que mandar a los dos caballeritos.
—Yo no voy a esperarme tanto tiempo para ello—dijo Sarah y se cruzó de brazos. —Mejor terminamos el castillo ahora y cumplimos el sueño de Tommy. ¿Verdad?
—Tú actúas como si fuera tu sueño, más que el de Tom—replicó Mark y entrecerró la mirada. —No te pongas tan pesada.
— ¿Pesada yo? ¡Si yo soy tu reina! ¡Me debes obedecer!
Ahí fue cuando Mark se levantó del suelo y se pegó a la chica, como queriendo golpearla.
— ¡Serás la reina de un castillo de hielo ficticio y nada más!
Al presenciar cómo era que sus amigos discutían por algo que era su mayor anhelo, la cara de Thomas se llenó de lágrimas. “Yo solo quería hacer un castillo de hielo”, fue lo que el niño pensó, en ese momento. “No quería que esto pasara… Sabía que no debía haberles recomendado eso…”
Sin más deseo en continuar con su proyecto, Thomas se levantó del suelo y se fue a sollozar a unos arbustos. Tanto Sarah como Mark notaron cómo fue que su amigo salió corriendo de ahí.
— ¡Tommy!
Sin más chistar, los dos niños fueron a donde Thomas para hablar con él.
Al llegar a donde Tom, Sarah y Mark vieron cómo es que Thomas lloraba entre los arbustos. Algo dentro del pecho de la niña la lastimó, al ver esta imagen.
—Tommy… ¿Te sientes bien? —Preguntó Sarah y se acercó a su amigo.
El muchacho no respondió por un rato.
—Yo solo quería hacer un castillo de hielo… Yo no quería que esto pasase…
Mark solo volteó a ver a la niña, con un tono de regaño, y le dijo:
—Te dije que no fueses tan pesada.
Sarah permaneció muda por unos segundos. Fue ahí mismo cuando se dio cuenta de lo que había hecho.
—Tommy… no… No fue mi intención. Yo… No quería que esto pasara…
Sin nada más que decir, la niña se lanzó sobre su amigo y lo abrazó con cuanta fuerza le fuese posible ejercer.
—Perdóname, Tommy. Prometo que no lo volveré a hacer.
El muchacho se sonrojó fuertemente al sentir el calor del cuerpo de Sarah. Conmovido por esa muestra de afecto, Thomas devolvió el abrazo y secó sus lágrimas.
—Vayamos a terminar nuestro castillo, muchachos.
Después de esta aparatosa situación, los tres niños volvieron a donde el castillo, listos para concluir con lo que empezaron.
El crepúsculo cayo, con sus sabanas negras, a través del cielo. Los demás niños del parque, quienes notaron cómo era que el edificio de nieve estaba a punto de terminarse, se aproximaron a donde Thomas, Sarah y Mark, para apreciar lo que habían hecho. Ni cerca estaba de parecerse a los castillos de Europa, más no le importaba a Thomas. Aunque fuese humilde, inclusive algo feo, era exactamente lo que quería hacer.
—Muchas gracias, muchachos.
Al terminar de armar el castillo, Thomas abrazó a sus amigos, tan fuerte como le fuera posible. Los otros niños reunidos ovacionaron y aplaudieron, inclusive chiflaron, a la conmovedora escena que acontecía ahí.
— ¿Y eso es lo que pasó, papá? —Preguntó una niña, sentada sobre la nieve, en ese mismo parque donde Thomas y sus amigos hicieron ese castillo de nieve.
Thomas, ahora un adulto, un arquitecto profesional, finiquitó de relatar su anécdota a su hija.
—Unos brabucones me lo tumbaron, al día siguiente—comentó Tom. —Pero ya me dio igual.
— ¿Eso crees, cariño? —Cuestionó Sarah, ahora esposa Thomas. —Yo recuerdo otra cosa. Yo recuerdo que viniste a mi casa y gritaste a todos los vientos “¡Me tumbaron el castillo!”, con lágrimas en los ojos.
Thomas se rascó la nuca y se rio un poco.
—No en frente de Emilia, pastelillo.
La hija soltó una carcajada y se tiró al suelo.
— ¿Ya qué? Vámonos a casa, chicas.
Después de decir esto, la familia se fue del parque y se marchó a casa, listos para celebrar el aniversario de bodas de Thomas y Sarah.
El joven Thomas, un chico de los barrios bajos, corría hacia donde el parque a reunirse con sus compañeros de la escuela. Con las clases canceladas debido a la nevada, Tom saldría a disfrutar de su día libre. Con suerte, cumpliría su sueño de toda la vida; hacer un castillo de nieve. Aunque no fuese tamaño real, aunque fuese a durar no más de una semana, al muchacho no le importaba.
Durante su camino, el niño fue recibido por el aroma de chocolate que los ventores ofrecían por las calles. Era como si la navidad hubiera llegado, seis meses antes de lo previsto. No pasó mucho tiempo antes de que Thomas llegase al parque y se encontrara con sus amigos. Un niño rechoncho y una pelirroja pecosa, quienes jugaban a las peleas de nieve.
— ¿¡Cómo se te ocurre comerte la nieve del suelo, Mark!? —Exclamó la niña a su compañero.
—Todos los demás lo hacen—Respondió Mark y le miró con soslayo. —Así de simple.
— ¡Hola, muchachos! —Vociferó Thomas y se acercó a sus amigos.
— ¿Qué onda, Tom? —Respondió la chica. —Te tardaste muchísimo.
—Perdón, Sarah—comentó Tom. —Ma’ me dijo que acomodara mi cuarto, antes de salir.
Sarah solo rodó los ojos y bufó un poco.
— ¿Ya qué? ¿Y qué vamos a hacer?
Tom se quedó callado ante la pregunta de su amiga. No supo cómo decirle lo que deseaba hacer de la pena que sentía.
—Yo… Bueno…
Mark entonces interrumpió a Thomas y dijo:
—No lo presiones, Sarah. Tenemos todo el día.
Sarah volteó a observar a Mark y se cruzó de brazos.
—Es que… No sé si a ustedes les interese esta idea…
Sarah entonces fue a recargar su mano sobre el hombro del niño para animarlo.
— ¡No hables así, Tom! ¡Tú dinos que es lo que deseas hacer!
Las palabras de aliento de su amiga llenaron de valor al muchacho. Ahí fue cuando Thomas tomó aire, levantó la mirada y dijo:
—Quiero hacer un castillo de nieve.
Ambos niños le observaron por un instante, antes de que Mark rompiera el silencio con:
¬— ¿Con que eso es lo que quieres, eh? ¿Y por qué no quisiste decírnoslo?
Thomas ladeó la mirada y dijo:
—Pensé que ustedes lo encontrarían absurdo…
Sarah soltó una risa ante este comentario y replicó con:
— ¡Para nada, Tommy! Si eso es lo que quieres hacer, que así sea.
Viendo que sus amigos apoyaban su deseo, Thomas levantó la mirada y devolvió una sonrisa.
—Gracias, muchachos. Hagámoslo, de ser así.
Terminada la conversación, los niños asintieron y se prepararon para construir el castillo de hielo.
Un rato después, los muchachos ya tenían listo el “cimiento” del edificio listo. Solo faltaban los muros y el techo, con suerte, tendrían tiempo para hacer las ventanas y la puerta de acceso. Ahí fue cuando a Sarah se le vino una idea a la cabeza. “Me pregunto quién va a ser el ‘rey’ del castillo”, fue lo que la niña pensó y volteó a mirar a Thomas. “Espero que a Tommy no le moleste la idea de volverme la reina de su castillo”.
—Oye, Tommy…
Thomas levantó la cabeza, observó a su compañera y preguntó:
— ¿Qué pasa, Sarah?
— ¿Ya pensaste en quién va a ser el “rey” del castillo? —Preguntó Sarah, a lo qué Tom solo respondió con:
— ¿Mande?
¬—Ya sabes—dijo la niña. —Todo castillo, todo reino, debe tener un rey. ¿O no?
Thomas solo permaneció en silencio. No supo cómo responderle a su compañera. Antes de ese momento, jamás se planteó ese predicamento. Solo le interesó construir su castillo de nieve.
—Yo… jamás había pensado en eso…
—Es tu castillo—comentó Mark. —Tú deberías ser el rey.
A Sarah se le heló la cara al escuchar el comentario de su compañero.
—Yo… Pero yo…
La chica no supo cómo encontrar las palabras necesarias para expresar sus intenciones verdaderas, cuando, de pronto, Thomas le respondió a Mark con:
— ¿Estás seguro de ello? Yo ni siquiera tenía eso en mente, hasta que Sarah lo mencionó.
Sarah sonrió radiantemente ante el comentario de Thomas. Estas palabras fue todo lo que la chica necesitó para acceder a su deseada posición de poder.
— ¿¡Puedo ser la reina, de ser así!?
Los dos niños observaron a su amiga, con un semblante de confusión, después de escuchar esto.
— ¿Y por qué tú? —Preguntó Mark.
—Porque un gobernador debe de ser aquel que tenga la más grande cantidad de carisma para mandar a la gente. Así de simple.
Los dos niños se miraron entre sí, aún más confusos ante el comentario de su amiga.
—Yo insisto que Tom sea el rey—dijo Mark. —Él fue el de la idea de hacer el castillo.
—Es que yo ni siquiera tenía la idea de volverme el rey del castillo—replicó Thomas. —Yo solo quería hacer un castillo de hielo.
—Si es que Tommy no quiere ser el rey, yo lo seré—dijo Sarah y se colocó entre ambos niños. Mark solo se cruzó de brazos y la miró con soslayo.
—Insisto que Tom sea el rey del castillo, pero ya qué. Continuemos con esto.
Al terminar con la conversación, los tres niños continuaron con la construcción.
Más tarde, los muros del edificio ya estaban listos. Solo faltaba el techo. Sin que se dieran cuenta, el ocaso se apresuraba a paso redoblado. Si no se apuraban, los chicos no lograrían terminar el castillo, antes de que fuera hora de volver a sus casas.
— ¡Apúrense! —Exclamó Sarah. —Se nos hace tarde.
Mark solo rodó los ojos y dijo:
—Tenemos tiempo de sobra. No hay que apresurarnos.
— ¡Qué tiempo de sobras ni que nada! —Respondió Sarah y se levantó del suelo. —Capaz de que mañana se derrita la nieve.
— ¿Y qué si se derrite? —Comentó Mark. —Tendremos todo el invierno para armar otro. ¿Verdad que sí, Tom?
Thomas no respondió, más se podía apreciar una melancolía profunda en el rostro del muchacho. Desde que Sarah fue nominada como la “reina” del castillo, la chica no había hecho nada más que mandar a los dos caballeritos.
—Yo no voy a esperarme tanto tiempo para ello—dijo Sarah y se cruzó de brazos. —Mejor terminamos el castillo ahora y cumplimos el sueño de Tommy. ¿Verdad?
—Tú actúas como si fuera tu sueño, más que el de Tom—replicó Mark y entrecerró la mirada. —No te pongas tan pesada.
— ¿Pesada yo? ¡Si yo soy tu reina! ¡Me debes obedecer!
Ahí fue cuando Mark se levantó del suelo y se pegó a la chica, como queriendo golpearla.
— ¡Serás la reina de un castillo de hielo ficticio y nada más!
Al presenciar cómo era que sus amigos discutían por algo que era su mayor anhelo, la cara de Thomas se llenó de lágrimas. “Yo solo quería hacer un castillo de hielo”, fue lo que el niño pensó, en ese momento. “No quería que esto pasara… Sabía que no debía haberles recomendado eso…”
Sin más deseo en continuar con su proyecto, Thomas se levantó del suelo y se fue a sollozar a unos arbustos. Tanto Sarah como Mark notaron cómo fue que su amigo salió corriendo de ahí.
— ¡Tommy!
Sin más chistar, los dos niños fueron a donde Thomas para hablar con él.
Al llegar a donde Tom, Sarah y Mark vieron cómo es que Thomas lloraba entre los arbustos. Algo dentro del pecho de la niña la lastimó, al ver esta imagen.
—Tommy… ¿Te sientes bien? —Preguntó Sarah y se acercó a su amigo.
El muchacho no respondió por un rato.
—Yo solo quería hacer un castillo de hielo… Yo no quería que esto pasase…
Mark solo volteó a ver a la niña, con un tono de regaño, y le dijo:
—Te dije que no fueses tan pesada.
Sarah permaneció muda por unos segundos. Fue ahí mismo cuando se dio cuenta de lo que había hecho.
—Tommy… no… No fue mi intención. Yo… No quería que esto pasara…
Sin nada más que decir, la niña se lanzó sobre su amigo y lo abrazó con cuanta fuerza le fuese posible ejercer.
—Perdóname, Tommy. Prometo que no lo volveré a hacer.
El muchacho se sonrojó fuertemente al sentir el calor del cuerpo de Sarah. Conmovido por esa muestra de afecto, Thomas devolvió el abrazo y secó sus lágrimas.
—Vayamos a terminar nuestro castillo, muchachos.
Después de esta aparatosa situación, los tres niños volvieron a donde el castillo, listos para concluir con lo que empezaron.
El crepúsculo cayo, con sus sabanas negras, a través del cielo. Los demás niños del parque, quienes notaron cómo era que el edificio de nieve estaba a punto de terminarse, se aproximaron a donde Thomas, Sarah y Mark, para apreciar lo que habían hecho. Ni cerca estaba de parecerse a los castillos de Europa, más no le importaba a Thomas. Aunque fuese humilde, inclusive algo feo, era exactamente lo que quería hacer.
—Muchas gracias, muchachos.
Al terminar de armar el castillo, Thomas abrazó a sus amigos, tan fuerte como le fuera posible. Los otros niños reunidos ovacionaron y aplaudieron, inclusive chiflaron, a la conmovedora escena que acontecía ahí.
— ¿Y eso es lo que pasó, papá? —Preguntó una niña, sentada sobre la nieve, en ese mismo parque donde Thomas y sus amigos hicieron ese castillo de nieve.
Thomas, ahora un adulto, un arquitecto profesional, finiquitó de relatar su anécdota a su hija.
—Unos brabucones me lo tumbaron, al día siguiente—comentó Tom. —Pero ya me dio igual.
— ¿Eso crees, cariño? —Cuestionó Sarah, ahora esposa Thomas. —Yo recuerdo otra cosa. Yo recuerdo que viniste a mi casa y gritaste a todos los vientos “¡Me tumbaron el castillo!”, con lágrimas en los ojos.
Thomas se rascó la nuca y se rio un poco.
—No en frente de Emilia, pastelillo.
La hija soltó una carcajada y se tiró al suelo.
— ¿Ya qué? Vámonos a casa, chicas.
Después de decir esto, la familia se fue del parque y se marchó a casa, listos para celebrar el aniversario de bodas de Thomas y Sarah.
«Mueres siendo un héroe... o vives lo suficiente para convertirte en villano»