01/04/2021 10:49 AM
Laggan; señor de las victorias, las celebraciones y los excesos
La cerveza caliente bajó por la garganta de Narat. ¿Cuántas llevaba ya? ¿Siete? ¿Ocho? Hace rato que había perdido la cuenta, y no era para menos, era importante festejar por la victoria, y también honrar a los compañeros caídos en la batalla, así que más bebida iba a correr por la garganta del pelirrojo.
Era distendido el ambiente en la taberna, mientras los Potrillos de Fuego celebraban el haber derrotado a Nott de Lungaria, el despiadado duque que buscaba convocar un ejército de muertos para tomar las tierras colindantes.
Dura fue la lucha; compañeros se sacrificaron para lograr una oportunidad de ganar, empero el trabajo conjunto de cada uno de los miembros del grupo fue vital para derrotarle, mas no tan vital como la propia maldad del duque, que lo consumió y provocó que cayera en desgracia. Narat empuñó la espada cargada de la esperanza de todos sus compañeros y con ello logró asestar el golpe que derrumbó al duque entre su ejército, criaturas que ávidas de sangre le devoraron. Al fin, tras mucho tiempo, fue liberado el reino de Ludask de la maldad de Nott y sus seguidores.
—¡Somos fuego, puro fuego! —gritó Zilger. Habitualmente el arquero era silencioso, empero cuando su cuerpo se llenaba de alcohol su lengua se soltaba—. ¡Venga otra ronda por los Potrillos!
Cuando la moza empezó a traer las bebidas, rápidamente el viejo Philtropodis metió su mano entre su pelo y tras sacarlo había hecho aparecer una reluciente moneda de plata.
—¡Increíble! —exclamó la muchacha que no estaba acostumbrada a la visita de aventureros, y mucho menos unos tan grandes como estos—. ¡Es usted un mago fantástico!
Narat, observó a la moza contemplar asombrada la moneda. Por supuesto, creía que Philtropodis había hecho magia, aunque eso era imposible, Phil no era un mago, era un artificioso y este había sido únicamente uno más de sus juegos de manos.
Aun así era el mago del grupo, esto era gracias a su compañero. Su visión periférica alcanzó a ver al pequeño Kinni revoloteando alrededor de las bebidas. Todavía hoy, tras tantos años juntos, a Narat todavía le costaba centrar la vista para ver al hada, así que no esperaba que los desconocidos fueran siquiera capaz de verlo por el rabillo del ojo.
Tampoco es que en la taberna pudieran quejarse, ellos mismos fingían tener el cráneo de un dragón en la pared, y Narat conocía al artesano que lo fabricó; los Potrillos de Fuego rescataron a ese anciano hace un par de años cuando estaba siendo usado para diseñar unos emblemas para crear un portal hacia un mundo distante lleno de poderosa magia. Por supuesto, los Potrillos derrotaron a esos villanos y salvaron al anciano.
Distraído por sus pensamientos, el pelirrojo perdió de vista al hada, cuando volvió a hallarla, esta se había posado en el cuenco de vino especiado de Nirae; la música estaba distraída tocando su laúd. Más pronto que tarde empezó a cantar:
Su cántico era acompañado por las voces de la mayoría de los Potrillos. Quien cantaba con más ánimos era Thur, que se sentaba en otra mesa; el norteño agitaba su jarra salpicando su bebida por doquier.
Paz a los pueblos… Era cierto que habían llevado la paz allí hacia donde fueron; derrotando reyes malévolos, magos oscuros e incluso hijos de dioses, aunque cada persona nueva que conoció Narat también le trajo paz a él tras la dura infancia que vivió; Philtropodis que le recogió siendo niño y le hizo de mentor, Zilger que se unió al grupo con el sueño de ser el mayor arquero de la historia y fue como un hermano mayor, Nirae que buscaba cantar ante los mismos dioses…
Todos y cada uno de ellos le habían aportado algo y por ello pudo cumplir la profecía que fue anunciada en su nacimiento: el niño de cabellos de fuego que destruiría los Tres Pilares. Él era el niño de la profecía, empero la cumplió gracias a ellos.
Mientras en la mesa de Narat, Phil hacía aparecer unas cartas para jugar una rápida partida, en la de Thur este brindaba una vez más con los que lo acompañaban en ella: Andrá, el sacerdote que salió de su monasterio para ver mundo, y Lonna, la hermosa Lonna, la incr…
—¿Ya distrayéndote pensando en otras cosas? —preguntó Zilger con una sonrisita burlona—. ¿O no son precisamente cosas en las que piensas?
—¡Cállate Zilg! —gruñó el pelirrojo, empero no pudo evitar reír junto al arquero.
—¿Y tú, mi buen Toemm? ¿No te unirás a tus compañeros, o también estás distraído con otras cosas? —preguntó con el mismo tono jocoso al taciturno hombre que se encontraba tras ellos mirando los diferentes carteles de pregones.
Aunque Zilger era habitualmente callado, en los ambientes distendidos era divertido y parlanchín; Toemm jamás lo era. Observando el aspecto distante de su compañero, al niño de la profecía le vino a la mente el momento en el que le conoció; entonces Toemm era uno de las Sombras que guardaba uno de los Pilares. Incluso dentro de ese grupo resultaba ser frío y distante, y seguramente por eso era el más asustador, aunque algo en su mirada hizo a Narat comprender que era alguien de fiar.
El pelirrojo estaba observando al retraído guerrero y no se dio cuenta de que la música había parado de golpe. No fue hasta que una serie de gritos empezó a llenar el aire, acompaños del ruido que hizo el laúd al chocar contra el suelo, que Narat se giró a mirar la escena, y fue ese un error.
Zilger y Thur estaban sujetando a un hombre, mientras Phil intentaba socorrer a Nirae, la cual tenía un cuchillo clavado en su garganta. Desesperada se arrancó el arma y esto solo hizo brotar una fuente de sangre que salpicó por todas partes.
Aeryn; señora de la envidia, la discordia y la venganza
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Un zumbido empezó a llenar los oídos de Narat en cuanto vio la sangre correr por el cuerpo de Nirae empapando sus ropajes. Ella intentaba detener el flujo apretando su cuello; era un trabajo inútil. El atacante ya había sido detenido por Zilger, a la vez que Thur se enfrentaba a los compañeros de este, mientras el viejo Phil seguía intentando socorrer a la música; era un trabajo inútil.
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«¡Por qué?», preguntaba a gritos el norteño golpeando a los hombres, que si bien los superaban en número, estaba claro que no eran guerreros; «¡esa zorra no dejaba de cantar sobre vosotros como si fuerais héroes! ¡Sois monstruos! ¡Arrasáis por donde pasáis solo por llevaros la gloria!», respondía también a gritos el hombre que había sido atrapado por Zilger, mientras sus compañeros eran derrotados uno a uno por Thur.
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El diálogo le llegaba al pelirrojo como un murmullo lejano, como si ahora se encontrara en otro plano de la realidad. Intentó levantarse, intentó hablar, intentó ser; no logró nada. Era una estatua de carne que estaba viendo morir a una amiga.
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«¡Haz algo, viejo!» ordenó Toemm a Phil viendo a este incapaz de detener la hemorragia de la chica; «¡No soy sanador!» gritó a su vez desesperado el artificioso, las lágrimas caian por su rostro y Narat, que observaba la escena desde otro mundo, sabía que era por el sentimiento de inutilidad que sentía.
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«¡Pues que lo haga esa criatura de mierda que te acompaña!» bufó la antigua Sombra del Pilar mientras intentaba atrapar a Kinni. Sorprendentemente, estuvo a punto de lograrlo, empero el hada era más rápida; por este motivo, el hombre descargó su frustración con el anciano, golpeándolo.
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«¡Qué crees que haces?» preguntó Zilger que había dejado al asesino que sujetaba y que se había lanzado contra Toemm, «¡No te atrevas a volver a tocarle!» le dijo, «¿O sino qué?» recibió como respuesta.
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Fue ahí cuando ambos se levantaron y empezaron una riña. Todos se distrajeron por ello y el asesino aprovechó para armarse con una nueva hoja y lanzarse contra el viejo Phil. Narat pudo verlo empero fue incapaz de advertir a nadie, tan lejos que se hallaba.
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Para la suerte del anciano, no así su pequeño compañero quien convocó las luces de Anh directamente dirigidas sobre el rostro del atacante; eso le robaría la vista por siempre.
Empero también serviría para que la pelea parara por un momento, o eso creía Narat, pues lo cierto es que ahora se encontraba cegado por esa luz y las chiribitas que llenaban su campo visual le impedían ver con claridad.
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«¡Ahora sí puedes hacer cosas, eh!» gritó la voz de Toemm, «¡déjalo en paz!» respondió a su vez la voz de Phil, «¡esto es culpa tuya por no saber controlar esa criaturilla!» replicó Toemm, y tras ello ruidos, gritos de terror y la voz de Zilger que envió a Narat todavía más lejos: «¡No!».
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Estaba cegado en estos momentos empero supo lo que había ocurrido, y la pérdida de su mentor, más aún por alguien a quien consideraba un amigo, fue demasiado. Quería moverse y cuando más lo intentaba más le costaba. ¿Siempre había sido un cobarde? «¿Siempre he sido un cobarde?».
«¡Narat!», le gritó la voz lejana de Andrá. «¡Benditos los dioses, Narat, debes hacer algo!», esta vez la voz del sacerdote se encontraba extrañamente cercana, casi como si estuviera a su lado… A su lado, ahí es donde lo vio Narat, lo que significaba que la luz de Anh ya no le afectaba y que podía moverse.
Las lágrimas volvieron a quitarle la visión un instante antes de secarlas y levantarse.
Empuñó su espada y se dirigió a enfrentarse a su, nuevamente, enemigo; este estaba enfrentándose contra Zilger y Thur a la vez, lo que aunque pudiera parecer lo contrario, no era ningún mérito; Zilg era pésimo en el combate cuerpo y Thur, aunque fuerte, era muy lento, más para enfrentarse con una Sombra.
El arquero intentó un golpe curvo que la Sombra esquivó con su paso característico hacia atrás y con un movimiento antinatural encajó un golpe en la mandíbula que mandó a Zilger al suelo; esto fue aprovechado por Thur para sujetar entre sus fuertes brazos a Toemm, empero este conocía como luchar sucio, guardaba muchas hojas en su vestimenta y sacó una de esta que clavó profundo en el muslo del hombretón, quien no pudo evitar llorar como un niño.
Arrancada la hoja de la carne, un golpe en la nariz derribó al norteño, y el propio movimiento fue aprovechado por Toemm para lanzar el cuchillo que acababa de recuperar contra el rostro de Zilger mientras este intentaba levantarse.
Narat llegó ahí en el momento en que la hoja atravesaba el ojo del arquero y su cuerpo caía hacia atrás, esta vez para no volver a levantarse.
La Sombra ya esperaba al niño de la profecía, la espada corta que empuñaba ahora chocó contra la espada del pelirrojo; un segundo golpe tuvo lugar cuando ambos intentaron tomar la guardia del otro, así como un tercero… Ambos conocían bien sus habilidades y sabían por dónde iba a atacar el contrincante, empero Narat olvidó por un momento que Toemm fue una Sombra del Pilar, y una vez como Sombra, una Sombra siempre serás.
El traidor aprovechó el descuido y le arrojó el contenido de una jarra que pudo agarrar; le atacó cuando la bebida alcanzó el rostro del pelirrojo. Narat dio un paso a un lado, como si una fuerza superior le guiara y evitó un golpe mortal, aunque la hoja de su enemigo se clavó profundo en su hombro.
Sin embargo eso fue más problema para Toemm que para él, puesto que tuvo que soltar la hoja cuando Narat dio un paso hacia atrás y para cuando quiso alcanzar otra arma oculta, su estomago ya había sido atravesado por la espada del pelirrojo.
Con una herida abierta se apoyó en una mesa encarando a su antiguo compañero. Ambos respiraban con dificultad; ambos lloraban, por dolor, por tristeza, por rabia; ambos sabían que al menos uno moriría aquí.
Es por ello que cuando Andrá se interpuso entre los dos implorando(«¡Narat, no era esto a lo que me refería, no debes matar si puedes evitarlo!» rogaba el sacerdote), sus súplicas no tuvieron efecto.
Visto en la obligación de actuar, intentó detener con su cuerpo a Narat, empero lo único que logró fue ser apartado de un manotazo que le hizo caer y chocar su cabeza contra una mesa.
La muerte de Toemm fue rápida, con el corazón atravesado con un único golpe, cerrando así el Ciclo del Pilar. Fue ahí que Narat se dio cuenta de que Andrá había muerto por su mano, y fue ahí cuando toda la culpa cayó sobre él como una montaña, porque él había llevado a esto: él escogió celebrar en este lugar, aunque sabía que no todos en estas tierras apreciaban a los Potrillos; él quiso que Toemm se uniera a su grupo, aunque sabía que este seguiría unido a los Pilares hasta su muerte; él permitió que cada uno de sus amigos que yacían muertos dejaran de perseguir sus sueños para ayudarlo en su travesía; él lo permitió; él…
Ella… Lonna lo observaba en silencio, había estado al lado de Nirae y Phil, y Narat ni se había dado cuenta. Quiso decirle que lo sentía, quiso acercarse a ella, empero al intentarlo esta levantó su arma. No quería luchar, ninguno de los dos quería, aunque Narat entendió las palabras que transmitían su gesto y su mirada: «No te acerques, no te mataré si estás lejos, aunque ya estás muerto para mí».
Así que respirando con dificultad, el pelirrojo se dio la vuelta y empezó a alejarse tambaleando. La vista se le nublaba… La vista…
Si tuviera fuerzas hubiera reído por lo divertido del asunto; un cadáver le iba a asesinar.
Una vez como Sombra, una Sombra siempre serás. Armas envenenadas, un último truco que Narat no vio venir.
Tampoco creía que importara, porque no iba a ver nada más, la vista se le oscurecía más y más, estaba cansado y quería dormir, así que cerró los ojos.
Wraakgodin; juez de los muertos
Al abrir los ojos, ante Narat se alzaba el trono de electro del juez de los muertos; a cada lado, cinco puertas, entre él y su ocupante una puerta en el suelo; sobre el asiento, su madre le devolvía la mirada. Una mirada agonizante, la última que le devolvió tras el ataque que tuvo lugar hace una veintena de años.
No había pues expresión en ese rostro más allá del terror de la pérdida; la pérdida de la vida, la pérdida de su hijo. Narat estuvo escondido hasta que los bandidos huyeron del lugar, permitiendo al niño salir de su escondrijo y acercarse a su madre.
—Ven, mi niño —dijo su madre entonces.
—Ven, mi niño —dijo su madre ahora.
—¿Quién eres? ¿Quién osa tomar la forma de mi difunta madre? —inquirió Narat desapasionado.
—Sabes quien soy. Conoces el camino que has recorrido.
—El juez…
—El juez —repitió su madre antes de cambiar su forma a la de la bella Nirae con la herida en la garganta que le provocó la muerte.
—¿Dónde está ella? ¿Dónde están los demás?
—Ella fue juzgada ya; su alma ha hallado el consuelo del descanso en los Campos de Olos. Philtropodis fue juzgado ya; su alma ha partido junto al espíritu de Kinni al Señorío de Anh. —La voz monótona con la que la imagen de Nirae recitaba el destino de los Potrillos de Fuego contrastaba con la musicalidad habitual de su tono. No parecía que la herida hubiera afectado a su capacidad del habla—. Zilger jamás será juzgado; su alma cayó al río Meen. Thur no ha sido juzgado; todavía se halla atravesando el gran zarzal de Upuara. Andrá no ha sido juzgado; todavía se halla atravesando la estepa de Recodos. Toemm fue juzgado ya; su alma va a purgar sus pecados en las Siete Montañas de Niobe.
—¿Y Lonna? ¿Qué ha sido de Lonna?
—En el tiempo que ha durado tu travesía, su alma no ha pasado el umbral todavía.
—Sí, ¿mas qué fue de su vida tras lo ocurrido en la taberna? —preguntó Narat, aunque quiso decir matanza fue incapaz.
—Un alma que no ha sido juzgada no tiene ningún derecho a demandar por el sino de los que aun respiran —respondió esta vez la propia Lonna con el mismo aspecto de la última vez que la miró, con la mirada de total repudio que fue peor que cualquier herida o veneno—. Si quieres descubrir qué fue de ella, deberás ser juzgado, y si tienes suerte podrás saberlo, sin embargo si tu alma ha pecado jamás lo descubrirás.
—¿Tengo elección?
—Puedes dar la vuelta, esta es la Sala de las Doce Puertas por un motivo; todos tienen elección. Darás media vuelta y te marcharás para vagar por las Tierras Altas, junto al resto de almas demasiado temerosas de su pasado como para ser juzgados.
—No —dijo tajante el chico—. No voy a dar la vuelta si no es para salir de aquí y encontrarla.
—Eso es genial. Lo cierto es que eres un muchacho interesante —contestó Lonna sonriendo, y eso le dio una punzada de dolor puesto que fue la misma sonrisa y las mismas palabras que le dijo ella cuando se conocieron—. Acércate.
Entre ellos surgió de la nada una balanza de hierro y bronce, suspendida en el aire; desafiante, imponente.
Narat dio un paso, y en la eternidad que duró pensó en los nueve días que tuvo que subir sin parar las escaleras para alcanzar el Gran Tribunal; otro paso más, donde pensó en su carne siendo rasgada por los espinos de las zarzas; otro paso más y su memoria le llevó a los páramos neblinosos donde espíritus demoníacos acechaban esperando devorar las almas que intentaban llegar a ser juzgadas; otro paso más y cada vez su mente iba más lejos, esta vez a las heladas estepas donde caía una copiosa nevada que le impedía ver y dificultaba su movimiento; otro más y estaba en las salvajes tierras de fuego donde debía caminar sobre brasas y llamas; otro… Se había distraído tanto recordando el camino que le llevó ante el trono del Juez que no se dio cuenta de que se hallaba ya ante la balanza.
La deidad que tomara forma de Lonna usó su poder para abrirle la boca a la fuerza, tras lo cual, arrancó un humo negró que depositó en la báscula de hierro.
—Esos son tus pecados. Sube pues a la báscula de bronce y comprueba si pensan más que el resto de tu existencia.
Narat tragó saliva y miró a sus pecados. Un eco lejano le traía murmullos de cosas que no podía recordar, empero también de cosas que conocía bien; tantas cosas… Tanto mal… ¿El resto de su vida habría tenido más valor?
—Es tu última oportunidad para dar la vuelta y escapar.
—No es eso… Es que… —Narat sabía que no era Lonna quien estaba ante él, empero quizá no volvería a tener una oportunidad semejante si acababa en el más oscuro rincón de la tierra de los muertos—. ¡Te amo y siento con toda mi alma todo el daño que te he hecho a ti y a los demás, no podía desaparecer sin decírtelo!
Se sentía un poco tonto por declararse ante un reflejo de su amada que había tomado un dios, empero era una carga que ya no le oprimía, así se sintió con fuerzas para subirse a la balanza y dejar que el destino fluyera, aunque le hubiera gustado saber qué pensaba ella.
—Lo sabe. Siempre lo supo —respondió la Lonna sentada en el trono, mientras la balanza empezaba a inclinarse mucho más para uno de los lados.
La cerveza caliente bajó por la garganta de Narat. ¿Cuántas llevaba ya? ¿Siete? ¿Ocho? Hace rato que había perdido la cuenta, y no era para menos, era importante festejar por la victoria, y también honrar a los compañeros caídos en la batalla, así que más bebida iba a correr por la garganta del pelirrojo.
Era distendido el ambiente en la taberna, mientras los Potrillos de Fuego celebraban el haber derrotado a Nott de Lungaria, el despiadado duque que buscaba convocar un ejército de muertos para tomar las tierras colindantes.
Dura fue la lucha; compañeros se sacrificaron para lograr una oportunidad de ganar, empero el trabajo conjunto de cada uno de los miembros del grupo fue vital para derrotarle, mas no tan vital como la propia maldad del duque, que lo consumió y provocó que cayera en desgracia. Narat empuñó la espada cargada de la esperanza de todos sus compañeros y con ello logró asestar el golpe que derrumbó al duque entre su ejército, criaturas que ávidas de sangre le devoraron. Al fin, tras mucho tiempo, fue liberado el reino de Ludask de la maldad de Nott y sus seguidores.
—¡Somos fuego, puro fuego! —gritó Zilger. Habitualmente el arquero era silencioso, empero cuando su cuerpo se llenaba de alcohol su lengua se soltaba—. ¡Venga otra ronda por los Potrillos!
Cuando la moza empezó a traer las bebidas, rápidamente el viejo Philtropodis metió su mano entre su pelo y tras sacarlo había hecho aparecer una reluciente moneda de plata.
—¡Increíble! —exclamó la muchacha que no estaba acostumbrada a la visita de aventureros, y mucho menos unos tan grandes como estos—. ¡Es usted un mago fantástico!
Narat, observó a la moza contemplar asombrada la moneda. Por supuesto, creía que Philtropodis había hecho magia, aunque eso era imposible, Phil no era un mago, era un artificioso y este había sido únicamente uno más de sus juegos de manos.
Aun así era el mago del grupo, esto era gracias a su compañero. Su visión periférica alcanzó a ver al pequeño Kinni revoloteando alrededor de las bebidas. Todavía hoy, tras tantos años juntos, a Narat todavía le costaba centrar la vista para ver al hada, así que no esperaba que los desconocidos fueran siquiera capaz de verlo por el rabillo del ojo.
Tampoco es que en la taberna pudieran quejarse, ellos mismos fingían tener el cráneo de un dragón en la pared, y Narat conocía al artesano que lo fabricó; los Potrillos de Fuego rescataron a ese anciano hace un par de años cuando estaba siendo usado para diseñar unos emblemas para crear un portal hacia un mundo distante lleno de poderosa magia. Por supuesto, los Potrillos derrotaron a esos villanos y salvaron al anciano.
Distraído por sus pensamientos, el pelirrojo perdió de vista al hada, cuando volvió a hallarla, esta se había posado en el cuenco de vino especiado de Nirae; la música estaba distraída tocando su laúd. Más pronto que tarde empezó a cantar:
Bajo el mirar de los dioses
los Potrillos caen en Ludask
Somos fuego, (puro fuego)
Y así lo aprendieron en Ludask.
los Potrillos caen en Ludask
Somos fuego, (puro fuego)
Y así lo aprendieron en Ludask.
Su cántico era acompañado por las voces de la mayoría de los Potrillos. Quien cantaba con más ánimos era Thur, que se sentaba en otra mesa; el norteño agitaba su jarra salpicando su bebida por doquier.
¿Qué dioses a nós protegen? (Todos)
¿Qué dioses no nos observan? (Ninguno)
Siempre relatos preceden
a los Potrillos de Fuego,
traen paz a inquietos pueblos
y los ánimos sosiegan
¿Qué dioses no nos observan? (Ninguno)
Siempre relatos preceden
a los Potrillos de Fuego,
traen paz a inquietos pueblos
y los ánimos sosiegan
Paz a los pueblos… Era cierto que habían llevado la paz allí hacia donde fueron; derrotando reyes malévolos, magos oscuros e incluso hijos de dioses, aunque cada persona nueva que conoció Narat también le trajo paz a él tras la dura infancia que vivió; Philtropodis que le recogió siendo niño y le hizo de mentor, Zilger que se unió al grupo con el sueño de ser el mayor arquero de la historia y fue como un hermano mayor, Nirae que buscaba cantar ante los mismos dioses…
Todos y cada uno de ellos le habían aportado algo y por ello pudo cumplir la profecía que fue anunciada en su nacimiento: el niño de cabellos de fuego que destruiría los Tres Pilares. Él era el niño de la profecía, empero la cumplió gracias a ellos.
Cae la noche en el fortín,
la luna brillán cual diamán.
Llega el fin del hombre ruin
con las huestes muer vivientes.
Los protegen dios durmientes,
son como un ciego guardián
la luna brillán cual diamán.
Llega el fin del hombre ruin
con las huestes muer vivientes.
Los protegen dios durmientes,
son como un ciego guardián
Mientras en la mesa de Narat, Phil hacía aparecer unas cartas para jugar una rápida partida, en la de Thur este brindaba una vez más con los que lo acompañaban en ella: Andrá, el sacerdote que salió de su monasterio para ver mundo, y Lonna, la hermosa Lonna, la incr…
—¿Ya distrayéndote pensando en otras cosas? —preguntó Zilger con una sonrisita burlona—. ¿O no son precisamente cosas en las que piensas?
—¡Cállate Zilg! —gruñó el pelirrojo, empero no pudo evitar reír junto al arquero.
—¿Y tú, mi buen Toemm? ¿No te unirás a tus compañeros, o también estás distraído con otras cosas? —preguntó con el mismo tono jocoso al taciturno hombre que se encontraba tras ellos mirando los diferentes carteles de pregones.
Aunque Zilger era habitualmente callado, en los ambientes distendidos era divertido y parlanchín; Toemm jamás lo era. Observando el aspecto distante de su compañero, al niño de la profecía le vino a la mente el momento en el que le conoció; entonces Toemm era uno de las Sombras que guardaba uno de los Pilares. Incluso dentro de ese grupo resultaba ser frío y distante, y seguramente por eso era el más asustador, aunque algo en su mirada hizo a Narat comprender que era alguien de fiar.
Bajo el mirar de los dioses
los Potrillos c
los Potrillos c
El pelirrojo estaba observando al retraído guerrero y no se dio cuenta de que la música había parado de golpe. No fue hasta que una serie de gritos empezó a llenar el aire, acompaños del ruido que hizo el laúd al chocar contra el suelo, que Narat se giró a mirar la escena, y fue ese un error.
Zilger y Thur estaban sujetando a un hombre, mientras Phil intentaba socorrer a Nirae, la cual tenía un cuchillo clavado en su garganta. Desesperada se arrancó el arma y esto solo hizo brotar una fuente de sangre que salpicó por todas partes.
Aeryn; señora de la envidia, la discordia y la venganza
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Un zumbido empezó a llenar los oídos de Narat en cuanto vio la sangre correr por el cuerpo de Nirae empapando sus ropajes. Ella intentaba detener el flujo apretando su cuello; era un trabajo inútil. El atacante ya había sido detenido por Zilger, a la vez que Thur se enfrentaba a los compañeros de este, mientras el viejo Phil seguía intentando socorrer a la música; era un trabajo inútil.
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«¡Por qué?», preguntaba a gritos el norteño golpeando a los hombres, que si bien los superaban en número, estaba claro que no eran guerreros; «¡esa zorra no dejaba de cantar sobre vosotros como si fuerais héroes! ¡Sois monstruos! ¡Arrasáis por donde pasáis solo por llevaros la gloria!», respondía también a gritos el hombre que había sido atrapado por Zilger, mientras sus compañeros eran derrotados uno a uno por Thur.
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El diálogo le llegaba al pelirrojo como un murmullo lejano, como si ahora se encontrara en otro plano de la realidad. Intentó levantarse, intentó hablar, intentó ser; no logró nada. Era una estatua de carne que estaba viendo morir a una amiga.
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«¡Haz algo, viejo!» ordenó Toemm a Phil viendo a este incapaz de detener la hemorragia de la chica; «¡No soy sanador!» gritó a su vez desesperado el artificioso, las lágrimas caian por su rostro y Narat, que observaba la escena desde otro mundo, sabía que era por el sentimiento de inutilidad que sentía.
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«¡Pues que lo haga esa criatura de mierda que te acompaña!» bufó la antigua Sombra del Pilar mientras intentaba atrapar a Kinni. Sorprendentemente, estuvo a punto de lograrlo, empero el hada era más rápida; por este motivo, el hombre descargó su frustración con el anciano, golpeándolo.
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«¡Qué crees que haces?» preguntó Zilger que había dejado al asesino que sujetaba y que se había lanzado contra Toemm, «¡No te atrevas a volver a tocarle!» le dijo, «¿O sino qué?» recibió como respuesta.
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Fue ahí cuando ambos se levantaron y empezaron una riña. Todos se distrajeron por ello y el asesino aprovechó para armarse con una nueva hoja y lanzarse contra el viejo Phil. Narat pudo verlo empero fue incapaz de advertir a nadie, tan lejos que se hallaba.
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Para la suerte del anciano, no así su pequeño compañero quien convocó las luces de Anh directamente dirigidas sobre el rostro del atacante; eso le robaría la vista por siempre.
Empero también serviría para que la pelea parara por un momento, o eso creía Narat, pues lo cierto es que ahora se encontraba cegado por esa luz y las chiribitas que llenaban su campo visual le impedían ver con claridad.
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«¡Ahora sí puedes hacer cosas, eh!» gritó la voz de Toemm, «¡déjalo en paz!» respondió a su vez la voz de Phil, «¡esto es culpa tuya por no saber controlar esa criaturilla!» replicó Toemm, y tras ello ruidos, gritos de terror y la voz de Zilger que envió a Narat todavía más lejos: «¡No!».
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Estaba cegado en estos momentos empero supo lo que había ocurrido, y la pérdida de su mentor, más aún por alguien a quien consideraba un amigo, fue demasiado. Quería moverse y cuando más lo intentaba más le costaba. ¿Siempre había sido un cobarde? «¿Siempre he sido un cobarde?».
«¡Narat!», le gritó la voz lejana de Andrá. «¡Benditos los dioses, Narat, debes hacer algo!», esta vez la voz del sacerdote se encontraba extrañamente cercana, casi como si estuviera a su lado… A su lado, ahí es donde lo vio Narat, lo que significaba que la luz de Anh ya no le afectaba y que podía moverse.
Las lágrimas volvieron a quitarle la visión un instante antes de secarlas y levantarse.
Empuñó su espada y se dirigió a enfrentarse a su, nuevamente, enemigo; este estaba enfrentándose contra Zilger y Thur a la vez, lo que aunque pudiera parecer lo contrario, no era ningún mérito; Zilg era pésimo en el combate cuerpo y Thur, aunque fuerte, era muy lento, más para enfrentarse con una Sombra.
El arquero intentó un golpe curvo que la Sombra esquivó con su paso característico hacia atrás y con un movimiento antinatural encajó un golpe en la mandíbula que mandó a Zilger al suelo; esto fue aprovechado por Thur para sujetar entre sus fuertes brazos a Toemm, empero este conocía como luchar sucio, guardaba muchas hojas en su vestimenta y sacó una de esta que clavó profundo en el muslo del hombretón, quien no pudo evitar llorar como un niño.
Arrancada la hoja de la carne, un golpe en la nariz derribó al norteño, y el propio movimiento fue aprovechado por Toemm para lanzar el cuchillo que acababa de recuperar contra el rostro de Zilger mientras este intentaba levantarse.
Narat llegó ahí en el momento en que la hoja atravesaba el ojo del arquero y su cuerpo caía hacia atrás, esta vez para no volver a levantarse.
La Sombra ya esperaba al niño de la profecía, la espada corta que empuñaba ahora chocó contra la espada del pelirrojo; un segundo golpe tuvo lugar cuando ambos intentaron tomar la guardia del otro, así como un tercero… Ambos conocían bien sus habilidades y sabían por dónde iba a atacar el contrincante, empero Narat olvidó por un momento que Toemm fue una Sombra del Pilar, y una vez como Sombra, una Sombra siempre serás.
El traidor aprovechó el descuido y le arrojó el contenido de una jarra que pudo agarrar; le atacó cuando la bebida alcanzó el rostro del pelirrojo. Narat dio un paso a un lado, como si una fuerza superior le guiara y evitó un golpe mortal, aunque la hoja de su enemigo se clavó profundo en su hombro.
Sin embargo eso fue más problema para Toemm que para él, puesto que tuvo que soltar la hoja cuando Narat dio un paso hacia atrás y para cuando quiso alcanzar otra arma oculta, su estomago ya había sido atravesado por la espada del pelirrojo.
Con una herida abierta se apoyó en una mesa encarando a su antiguo compañero. Ambos respiraban con dificultad; ambos lloraban, por dolor, por tristeza, por rabia; ambos sabían que al menos uno moriría aquí.
Es por ello que cuando Andrá se interpuso entre los dos implorando(«¡Narat, no era esto a lo que me refería, no debes matar si puedes evitarlo!» rogaba el sacerdote), sus súplicas no tuvieron efecto.
Visto en la obligación de actuar, intentó detener con su cuerpo a Narat, empero lo único que logró fue ser apartado de un manotazo que le hizo caer y chocar su cabeza contra una mesa.
La muerte de Toemm fue rápida, con el corazón atravesado con un único golpe, cerrando así el Ciclo del Pilar. Fue ahí que Narat se dio cuenta de que Andrá había muerto por su mano, y fue ahí cuando toda la culpa cayó sobre él como una montaña, porque él había llevado a esto: él escogió celebrar en este lugar, aunque sabía que no todos en estas tierras apreciaban a los Potrillos; él quiso que Toemm se uniera a su grupo, aunque sabía que este seguiría unido a los Pilares hasta su muerte; él permitió que cada uno de sus amigos que yacían muertos dejaran de perseguir sus sueños para ayudarlo en su travesía; él lo permitió; él…
Ella… Lonna lo observaba en silencio, había estado al lado de Nirae y Phil, y Narat ni se había dado cuenta. Quiso decirle que lo sentía, quiso acercarse a ella, empero al intentarlo esta levantó su arma. No quería luchar, ninguno de los dos quería, aunque Narat entendió las palabras que transmitían su gesto y su mirada: «No te acerques, no te mataré si estás lejos, aunque ya estás muerto para mí».
Así que respirando con dificultad, el pelirrojo se dio la vuelta y empezó a alejarse tambaleando. La vista se le nublaba… La vista…
Si tuviera fuerzas hubiera reído por lo divertido del asunto; un cadáver le iba a asesinar.
Una vez como Sombra, una Sombra siempre serás. Armas envenenadas, un último truco que Narat no vio venir.
Tampoco creía que importara, porque no iba a ver nada más, la vista se le oscurecía más y más, estaba cansado y quería dormir, así que cerró los ojos.
Wraakgodin; juez de los muertos
Al abrir los ojos, ante Narat se alzaba el trono de electro del juez de los muertos; a cada lado, cinco puertas, entre él y su ocupante una puerta en el suelo; sobre el asiento, su madre le devolvía la mirada. Una mirada agonizante, la última que le devolvió tras el ataque que tuvo lugar hace una veintena de años.
No había pues expresión en ese rostro más allá del terror de la pérdida; la pérdida de la vida, la pérdida de su hijo. Narat estuvo escondido hasta que los bandidos huyeron del lugar, permitiendo al niño salir de su escondrijo y acercarse a su madre.
—Ven, mi niño —dijo su madre entonces.
—Ven, mi niño —dijo su madre ahora.
—¿Quién eres? ¿Quién osa tomar la forma de mi difunta madre? —inquirió Narat desapasionado.
—Sabes quien soy. Conoces el camino que has recorrido.
—El juez…
—El juez —repitió su madre antes de cambiar su forma a la de la bella Nirae con la herida en la garganta que le provocó la muerte.
—¿Dónde está ella? ¿Dónde están los demás?
—Ella fue juzgada ya; su alma ha hallado el consuelo del descanso en los Campos de Olos. Philtropodis fue juzgado ya; su alma ha partido junto al espíritu de Kinni al Señorío de Anh. —La voz monótona con la que la imagen de Nirae recitaba el destino de los Potrillos de Fuego contrastaba con la musicalidad habitual de su tono. No parecía que la herida hubiera afectado a su capacidad del habla—. Zilger jamás será juzgado; su alma cayó al río Meen. Thur no ha sido juzgado; todavía se halla atravesando el gran zarzal de Upuara. Andrá no ha sido juzgado; todavía se halla atravesando la estepa de Recodos. Toemm fue juzgado ya; su alma va a purgar sus pecados en las Siete Montañas de Niobe.
—¿Y Lonna? ¿Qué ha sido de Lonna?
—En el tiempo que ha durado tu travesía, su alma no ha pasado el umbral todavía.
—Sí, ¿mas qué fue de su vida tras lo ocurrido en la taberna? —preguntó Narat, aunque quiso decir matanza fue incapaz.
—Un alma que no ha sido juzgada no tiene ningún derecho a demandar por el sino de los que aun respiran —respondió esta vez la propia Lonna con el mismo aspecto de la última vez que la miró, con la mirada de total repudio que fue peor que cualquier herida o veneno—. Si quieres descubrir qué fue de ella, deberás ser juzgado, y si tienes suerte podrás saberlo, sin embargo si tu alma ha pecado jamás lo descubrirás.
—¿Tengo elección?
—Puedes dar la vuelta, esta es la Sala de las Doce Puertas por un motivo; todos tienen elección. Darás media vuelta y te marcharás para vagar por las Tierras Altas, junto al resto de almas demasiado temerosas de su pasado como para ser juzgados.
—No —dijo tajante el chico—. No voy a dar la vuelta si no es para salir de aquí y encontrarla.
—Eso es genial. Lo cierto es que eres un muchacho interesante —contestó Lonna sonriendo, y eso le dio una punzada de dolor puesto que fue la misma sonrisa y las mismas palabras que le dijo ella cuando se conocieron—. Acércate.
Entre ellos surgió de la nada una balanza de hierro y bronce, suspendida en el aire; desafiante, imponente.
Narat dio un paso, y en la eternidad que duró pensó en los nueve días que tuvo que subir sin parar las escaleras para alcanzar el Gran Tribunal; otro paso más, donde pensó en su carne siendo rasgada por los espinos de las zarzas; otro paso más y su memoria le llevó a los páramos neblinosos donde espíritus demoníacos acechaban esperando devorar las almas que intentaban llegar a ser juzgadas; otro paso más y cada vez su mente iba más lejos, esta vez a las heladas estepas donde caía una copiosa nevada que le impedía ver y dificultaba su movimiento; otro más y estaba en las salvajes tierras de fuego donde debía caminar sobre brasas y llamas; otro… Se había distraído tanto recordando el camino que le llevó ante el trono del Juez que no se dio cuenta de que se hallaba ya ante la balanza.
La deidad que tomara forma de Lonna usó su poder para abrirle la boca a la fuerza, tras lo cual, arrancó un humo negró que depositó en la báscula de hierro.
—Esos son tus pecados. Sube pues a la báscula de bronce y comprueba si pensan más que el resto de tu existencia.
Narat tragó saliva y miró a sus pecados. Un eco lejano le traía murmullos de cosas que no podía recordar, empero también de cosas que conocía bien; tantas cosas… Tanto mal… ¿El resto de su vida habría tenido más valor?
—Es tu última oportunidad para dar la vuelta y escapar.
—No es eso… Es que… —Narat sabía que no era Lonna quien estaba ante él, empero quizá no volvería a tener una oportunidad semejante si acababa en el más oscuro rincón de la tierra de los muertos—. ¡Te amo y siento con toda mi alma todo el daño que te he hecho a ti y a los demás, no podía desaparecer sin decírtelo!
Se sentía un poco tonto por declararse ante un reflejo de su amada que había tomado un dios, empero era una carga que ya no le oprimía, así se sintió con fuerzas para subirse a la balanza y dejar que el destino fluyera, aunque le hubiera gustado saber qué pensaba ella.
—Lo sabe. Siempre lo supo —respondió la Lonna sentada en el trono, mientras la balanza empezaba a inclinarse mucho más para uno de los lados.
«Mueres siendo un héroe... o vives lo suficiente para convertirte en villano»