03/08/2020 03:58 PM
(Última modificación: 18/10/2020 09:28 PM por JPQueirozPerez.)
Este relato está basado en Rashōmon, de ahí su estructura y final.
Tuvo lugar, no a mucho tiempo atrás, un juicio para el que se necesitó a un sabio de las montañas.
Se decía que, allá en la cima, el sabio logró conectar con el Cielo y la Tierra, y se hizo confidente de los aullidos del viento, de los sollozos de las tormentas y del murmullo de los arroyos. Así pues, el pueblo de Rikkiudai acudió en su búsqueda para resolver un crimen que tuvo lugar en sus tierras.
El caso ora parecía simple, ora parecía complejo: Una joven sacerdotisa, cantaba al amanecer alabanzas al Sol, cuando de pronto un bushi a las órdenes del señor de estas tierras la atacó. Un pescador, que fue testigo del ataque mientras volvía de faenar a primera hora, acudió en su auxilio y, el bushi acabó muerto. Y aquí es donde las cosas se complican; el pescador asegura que quien mató al bushi fue la sacerdotisa, la sacerdotisa asegura que quién mató al bushi fue el pescador.
El guardián de las llaves del pueblo estaba en un aprieto, no podía castigar a ambos, así como no podía castigar al inocente. Si la sacerdotisa era castigada injustamente, una maldición caería en su pueblo; si el pescador era castigado injustamente, el resto de pescadores se marcharían de aquí pues considerarían que este sitio es injusto; mas, ¿y si no castigara a ninguno pues en ambas versiones simplemente estaban defendiéndose del bushi? Entonces el pueblo consideraría que pueden delinquir sin tener que pagar por sus actos.
Con esta disyuntiva de quién era el culpable, mandó a buscar al viejo sabio. Este acudió sin demora al pueblo pues le intrigó que ambas historias fueran contradictorias, y así pidió que ambos contaran lo que habían vivido.
La primera en postrarse ante el viejo sabio fue la sacerdotisa quien empezó a recitar:
—Honorable sabio, escuche con atención mi historia pues veréis que en ella se halla la verdad. Me encontraba yo al nacer del Sol rezando para que su luz nos guíe en este nuevo día, como he hecho día tras día durante los últimos diez años. Fue entonces cuando ese bushi apareció de la nada y me habló con una voz que me trajo el olor a un fuerte alcohol y dijo «Tú, sacerdotisa, soy Shinji del clan Oda, y voy a tomarte por esposa». Temiendo que el alcohol, además de abotargarle los sentidos, le convirtiera en un oni, convení en seguirle la corriente, puesto que sabía que pronto alguien llegaría y podría pedir auxilio. El bushi sacó una botella de sake y me instó a beber, distrayéndole haciendo que cantara, iba escupiendo la bebida.
»Al final no fue suficiente para él, y quiso poseer mi cuerpo, entonces empecé a gritar por ayuda y apareció el pescador quien se lanzó contra el bushi para separarlo de mí, pero este era demasiado fuerte y de un manotazo lo arrojó al suelo. Ya me veía siendo forzada pero entonces el bushi se desplomó sobre mí; el pescador le había dado con una roca en el cráneo y lo había matado de manera fulminante. Estaba en shock pero él me dijo que iría a buscar ayuda y mientras yo podría rezar unas oraciones por el alma del guerrero.
»Y eso, honorable sabio, fue lo que ocurrió, sin el menor ápice de falsedad en mis palabras, que me condenen los dioses si no es así. Por ello, si alguien es castigado, debe ser el pescador. ¡Mas no le condenéis a muerte! ¡Que sea desterrado por cometer un asesinato, pero que conserve la vida por haber protegido la mía!
Tras la sacerdotisa, fue el momento del pescador para postrarse ante el viejo sabio y hablar:
—Honorable sabio, no soy mu’ espabilao, pero no me gusta mentir. Esto fue lo que pasó esta mañana: Volvía de la playa tras coger tres piezas por las que podría sacar fácil doscientos yis y entonces escuché unos cánticos. Estaban el bushi y la sacerdotisa bebiendo y cantando, así que imaginé que estaban de celebración; como no me gusta llamar la atención decidí seguir mi camino en silencio, aunque no pude evitar fijarme en el bushi. Era Oda Shinji, lo recuerdo porque dos semanas antes me había dejao a deber diez lubinas y, justo cuando estaba por seguir mi camino, la sacerdotisa empezó a gritar pidiendo auxilio, así que arrojé las piezas que llevaba al suelo y me lancé contra el guerrero. Pero soy un pobre pescador sin más fuerza que para luchar contra los peces y las otras criaturas del mar, el bushi me paró con una mano y me hizo caer al suelo.
»Entonces se levantó y se volteó a verme, “¿quién crees que eres para interrumpir mi fornicación? ¡Espera! ¡Te recuerdo pescador! ¿Vienes a que pague la deuda?”, rio a carcajadas mientras me miraba, “¿Crees que llevo dinero encima? Puedo pagarte dejándote usar a la sacerdotisa”, yo me negué, por supuesto que me negué, no solo creo que eso está mal, es que soy un pobre pescador que es fiel a su familia. Eso no le gustó al bushi quien desenvainó su shōtō mientras decía “¡Pues si no quieres que te pague yo, pagarás tú con la vida por interrumpirme!”, cuando ya me veía presentándome ante mis ancestros, el bushi cayó sobre mí; la sacerdotisa le había aplastado el cráneo con un pedrusco. Me asombró que con su tamaño pudiera acabar con un fornido guerrero que la doblaba en altura, pero ella me dijo que fuera a buscar ayuda, mientras se encargaba de limpiar el cuerpo para preparar los ritos funerarios.
»Y eso, honorable sabio, fue lo que ocurrió, y que se me trague el mar si he mentido. Por ello, si alguien debe ser castigado, debe ser la sacerdotisa. ¡Mas no la condenéis a muerte! ¡Que por su crimen pierda sus privilegios sacerdotales, pero que no pierda la vida pues yo no la he perdido gracias a ella!
Tras escuchar ambas versiones, el sabio llamó al guardián de las llaves y este esperaba obtener ya un juzgamiento, pero no fue ello lo que obtuvo.
—Me falta un testigo por escuchar —dijo con voz ominosa el viejo sabio.
—Honorable sabio, no hay más testigos del crimen, los otros que vieron el cuerpo fue tras el momento en que el pescador vino a buscar a algunos vecinos.
—¿Cómo no hay otros testigos? ¿No hay acaso un bushi sobre cuya muerte gira todo este conflicto?
—Honorable sabio, ¿cómo vamos a preguntar al muerto?
—¡Id a Seppu, sé que allí habita una viuda que es capaz de hacer que los muertos hablen a través de su boca! ¡Traedla para que sea Oda Shinji quien resuelva este enigma!
Y así lo hicieron, dos días tardaron en ir a Seppu y otros dos en volver con la viuda. La mujer se sintió halagada porque el viejo sabio de la montaña conociera su don y demandara su ayuda, postrándose ante el sabio empezó a hablar:
—Honorable sabio, mis palabras serán las palabras de Oda Shinji, las mentiras que salgan de mi boca estarán saliendo de su alma. —Un espasmo recorrió el cuerpo de la viuda, que se dejó caer al suelo antes de volver a sentarse con un porte completamente distinto.
»¡Honorable sabio! ¡Has bajado de tu montaña para discernir quién está tras mi muerte y yo te lo diré! ¡Yo soy el culpable de mi muerte! Escucha pues el relato de mi desventura: Venía yo de celebrar la victoria en la batalla de Ogi, que me encuentro a la joven sacerdotisa dando las gracias al Sol por un nuevo amanecer. Decidí que ella era merecedora de disfrutar del placer que se siente al ser el campeón en una batalla, así que me acerqué para compartir mi euforia y mi sake.
»Ella empezó a compartir mi euforia y cantaba a pleno pulmón mientras bebía. Me empezaba a costar seguirle el ritmo pues yo llevaba toda la noche bebiendo. En eso ella me besó y decidí que tenía ganas de hacerla mía, entonces ella me rechazó y mientras le decía que no tenía derecho a provocar a un miembro del clan Oda para rechazarle luego, apareció él, ese maldito pescador… Al principio no le reconocí, intenté apartarle y acabé cayendo al suelo, y entonces al caer hice que me acabara siguiendo. Me levanté tambaleando por el alcohol y entonces le reconocí “¡Tōrō!”, exclamé, pues se me pasó la borrachera de golpe, ese bastardo es un tramposo que me intentó estafar jugando a los dados. “¡Oda Shinji, paga mis mil yis o hablaré con tu señor para contarle que te dedicas a apostar!”, me dijo desde el suelo y eso me puso de los nervios, así que desenvainé mi filo y le grité: “¡¿Esperas que mi señor tome por cierta la palabra de un tramposo?!”.
»Fue entonces cuando la sacerdotisa me agarró de la pierna y me imploró para que me detuviera, y eso fue demasiado, una persona cercana a los dioses, poniéndose de parte de escoria en lugar de alguien de la nobleza como yo. De una patada la aparté y me dirigí al maldito pescador, con tan mala suerte que tropecé con algún guijarro y caí sobre una roca que me mató al instante.
»¡Y eso fue lo ocurrido, honorable sabio! Que se abran los infiernos para absorver mi espíritu si miento. Por ello no se les debe castigar por mi muerte, porque mi muerte ha sido un accidente. ¡Empero ahorcadles por el deshonor que han causado al clan Oda! ¡Que paguen con su vida la mancha que llevara mi sangre por toda la eternidad!
El espíritu abandonó a la viuda y el sabio hizo que todos se retiraran, necesitaba meditar en silencio para llegar a la verdad. Así, tras dos días solo con sus pensamientos, hizo llamar al guardián de las llaves para decirle su conclusión.
—Escucha bien lo que te diré, guardián de las llaves de Rikkiudai, la verdad de lo ocurrido aquí es...
Tuvo lugar, no a mucho tiempo atrás, un juicio para el que se necesitó a un sabio de las montañas.
Se decía que, allá en la cima, el sabio logró conectar con el Cielo y la Tierra, y se hizo confidente de los aullidos del viento, de los sollozos de las tormentas y del murmullo de los arroyos. Así pues, el pueblo de Rikkiudai acudió en su búsqueda para resolver un crimen que tuvo lugar en sus tierras.
El caso ora parecía simple, ora parecía complejo: Una joven sacerdotisa, cantaba al amanecer alabanzas al Sol, cuando de pronto un bushi a las órdenes del señor de estas tierras la atacó. Un pescador, que fue testigo del ataque mientras volvía de faenar a primera hora, acudió en su auxilio y, el bushi acabó muerto. Y aquí es donde las cosas se complican; el pescador asegura que quien mató al bushi fue la sacerdotisa, la sacerdotisa asegura que quién mató al bushi fue el pescador.
El guardián de las llaves del pueblo estaba en un aprieto, no podía castigar a ambos, así como no podía castigar al inocente. Si la sacerdotisa era castigada injustamente, una maldición caería en su pueblo; si el pescador era castigado injustamente, el resto de pescadores se marcharían de aquí pues considerarían que este sitio es injusto; mas, ¿y si no castigara a ninguno pues en ambas versiones simplemente estaban defendiéndose del bushi? Entonces el pueblo consideraría que pueden delinquir sin tener que pagar por sus actos.
Con esta disyuntiva de quién era el culpable, mandó a buscar al viejo sabio. Este acudió sin demora al pueblo pues le intrigó que ambas historias fueran contradictorias, y así pidió que ambos contaran lo que habían vivido.
La primera en postrarse ante el viejo sabio fue la sacerdotisa quien empezó a recitar:
—Honorable sabio, escuche con atención mi historia pues veréis que en ella se halla la verdad. Me encontraba yo al nacer del Sol rezando para que su luz nos guíe en este nuevo día, como he hecho día tras día durante los últimos diez años. Fue entonces cuando ese bushi apareció de la nada y me habló con una voz que me trajo el olor a un fuerte alcohol y dijo «Tú, sacerdotisa, soy Shinji del clan Oda, y voy a tomarte por esposa». Temiendo que el alcohol, además de abotargarle los sentidos, le convirtiera en un oni, convení en seguirle la corriente, puesto que sabía que pronto alguien llegaría y podría pedir auxilio. El bushi sacó una botella de sake y me instó a beber, distrayéndole haciendo que cantara, iba escupiendo la bebida.
»Al final no fue suficiente para él, y quiso poseer mi cuerpo, entonces empecé a gritar por ayuda y apareció el pescador quien se lanzó contra el bushi para separarlo de mí, pero este era demasiado fuerte y de un manotazo lo arrojó al suelo. Ya me veía siendo forzada pero entonces el bushi se desplomó sobre mí; el pescador le había dado con una roca en el cráneo y lo había matado de manera fulminante. Estaba en shock pero él me dijo que iría a buscar ayuda y mientras yo podría rezar unas oraciones por el alma del guerrero.
»Y eso, honorable sabio, fue lo que ocurrió, sin el menor ápice de falsedad en mis palabras, que me condenen los dioses si no es así. Por ello, si alguien es castigado, debe ser el pescador. ¡Mas no le condenéis a muerte! ¡Que sea desterrado por cometer un asesinato, pero que conserve la vida por haber protegido la mía!
Tras la sacerdotisa, fue el momento del pescador para postrarse ante el viejo sabio y hablar:
—Honorable sabio, no soy mu’ espabilao, pero no me gusta mentir. Esto fue lo que pasó esta mañana: Volvía de la playa tras coger tres piezas por las que podría sacar fácil doscientos yis y entonces escuché unos cánticos. Estaban el bushi y la sacerdotisa bebiendo y cantando, así que imaginé que estaban de celebración; como no me gusta llamar la atención decidí seguir mi camino en silencio, aunque no pude evitar fijarme en el bushi. Era Oda Shinji, lo recuerdo porque dos semanas antes me había dejao a deber diez lubinas y, justo cuando estaba por seguir mi camino, la sacerdotisa empezó a gritar pidiendo auxilio, así que arrojé las piezas que llevaba al suelo y me lancé contra el guerrero. Pero soy un pobre pescador sin más fuerza que para luchar contra los peces y las otras criaturas del mar, el bushi me paró con una mano y me hizo caer al suelo.
»Entonces se levantó y se volteó a verme, “¿quién crees que eres para interrumpir mi fornicación? ¡Espera! ¡Te recuerdo pescador! ¿Vienes a que pague la deuda?”, rio a carcajadas mientras me miraba, “¿Crees que llevo dinero encima? Puedo pagarte dejándote usar a la sacerdotisa”, yo me negué, por supuesto que me negué, no solo creo que eso está mal, es que soy un pobre pescador que es fiel a su familia. Eso no le gustó al bushi quien desenvainó su shōtō mientras decía “¡Pues si no quieres que te pague yo, pagarás tú con la vida por interrumpirme!”, cuando ya me veía presentándome ante mis ancestros, el bushi cayó sobre mí; la sacerdotisa le había aplastado el cráneo con un pedrusco. Me asombró que con su tamaño pudiera acabar con un fornido guerrero que la doblaba en altura, pero ella me dijo que fuera a buscar ayuda, mientras se encargaba de limpiar el cuerpo para preparar los ritos funerarios.
»Y eso, honorable sabio, fue lo que ocurrió, y que se me trague el mar si he mentido. Por ello, si alguien debe ser castigado, debe ser la sacerdotisa. ¡Mas no la condenéis a muerte! ¡Que por su crimen pierda sus privilegios sacerdotales, pero que no pierda la vida pues yo no la he perdido gracias a ella!
Tras escuchar ambas versiones, el sabio llamó al guardián de las llaves y este esperaba obtener ya un juzgamiento, pero no fue ello lo que obtuvo.
—Me falta un testigo por escuchar —dijo con voz ominosa el viejo sabio.
—Honorable sabio, no hay más testigos del crimen, los otros que vieron el cuerpo fue tras el momento en que el pescador vino a buscar a algunos vecinos.
—¿Cómo no hay otros testigos? ¿No hay acaso un bushi sobre cuya muerte gira todo este conflicto?
—Honorable sabio, ¿cómo vamos a preguntar al muerto?
—¡Id a Seppu, sé que allí habita una viuda que es capaz de hacer que los muertos hablen a través de su boca! ¡Traedla para que sea Oda Shinji quien resuelva este enigma!
Y así lo hicieron, dos días tardaron en ir a Seppu y otros dos en volver con la viuda. La mujer se sintió halagada porque el viejo sabio de la montaña conociera su don y demandara su ayuda, postrándose ante el sabio empezó a hablar:
—Honorable sabio, mis palabras serán las palabras de Oda Shinji, las mentiras que salgan de mi boca estarán saliendo de su alma. —Un espasmo recorrió el cuerpo de la viuda, que se dejó caer al suelo antes de volver a sentarse con un porte completamente distinto.
»¡Honorable sabio! ¡Has bajado de tu montaña para discernir quién está tras mi muerte y yo te lo diré! ¡Yo soy el culpable de mi muerte! Escucha pues el relato de mi desventura: Venía yo de celebrar la victoria en la batalla de Ogi, que me encuentro a la joven sacerdotisa dando las gracias al Sol por un nuevo amanecer. Decidí que ella era merecedora de disfrutar del placer que se siente al ser el campeón en una batalla, así que me acerqué para compartir mi euforia y mi sake.
»Ella empezó a compartir mi euforia y cantaba a pleno pulmón mientras bebía. Me empezaba a costar seguirle el ritmo pues yo llevaba toda la noche bebiendo. En eso ella me besó y decidí que tenía ganas de hacerla mía, entonces ella me rechazó y mientras le decía que no tenía derecho a provocar a un miembro del clan Oda para rechazarle luego, apareció él, ese maldito pescador… Al principio no le reconocí, intenté apartarle y acabé cayendo al suelo, y entonces al caer hice que me acabara siguiendo. Me levanté tambaleando por el alcohol y entonces le reconocí “¡Tōrō!”, exclamé, pues se me pasó la borrachera de golpe, ese bastardo es un tramposo que me intentó estafar jugando a los dados. “¡Oda Shinji, paga mis mil yis o hablaré con tu señor para contarle que te dedicas a apostar!”, me dijo desde el suelo y eso me puso de los nervios, así que desenvainé mi filo y le grité: “¡¿Esperas que mi señor tome por cierta la palabra de un tramposo?!”.
»Fue entonces cuando la sacerdotisa me agarró de la pierna y me imploró para que me detuviera, y eso fue demasiado, una persona cercana a los dioses, poniéndose de parte de escoria en lugar de alguien de la nobleza como yo. De una patada la aparté y me dirigí al maldito pescador, con tan mala suerte que tropecé con algún guijarro y caí sobre una roca que me mató al instante.
»¡Y eso fue lo ocurrido, honorable sabio! Que se abran los infiernos para absorver mi espíritu si miento. Por ello no se les debe castigar por mi muerte, porque mi muerte ha sido un accidente. ¡Empero ahorcadles por el deshonor que han causado al clan Oda! ¡Que paguen con su vida la mancha que llevara mi sangre por toda la eternidad!
El espíritu abandonó a la viuda y el sabio hizo que todos se retiraran, necesitaba meditar en silencio para llegar a la verdad. Así, tras dos días solo con sus pensamientos, hizo llamar al guardián de las llaves para decirle su conclusión.
—Escucha bien lo que te diré, guardián de las llaves de Rikkiudai, la verdad de lo ocurrido aquí es...