03/05/2019 12:35 PM
Siguiendo el consejo que me habéis dado, voy a poner dos relatos cortos de los que tengo publicados en mi Blog.
Muchas gracias por leer y por las opiniones si dejáis alguna. Ahí va el primero:
El pequeño cofre chocó contra el suelo y vomitó todo lo que tenía en su interior. Las monedas todavía rebotaban cada una con su propio ritmo cuando el emperador se levantó del trono.
Áramer levantó la cabeza desafiante mientras la voz de Yaran III creaba ecos furiosos a medida que salían las palabras.
—¿Cómo te atreves a insultarme en mi propia casa, delante de mi esposa y mis personas de confianza? —tradujo la muchacha en Ithaleno. Su voz temblaba, asustada.
—¿Por qué debería de contenerme cuando intentas ofender mi propósito en esta corte con minucias? —dijo Áramer en Ithaleno, esperó que tradujera antes de continuar—. Estoy aquí para negociar una alianza entre Itha y el imperio de Gobul, no lo olvides, emperador. No soy un granjero que te está ofreciendo sus tierras.
Las venas del cuello de Yaran asomaban por encima de la ropa de ricas sedas. Su esposa le puso una mano encima que él rechazó con desprecio motivado por la rabia.
—No me provoques, maldito piel pintada. Con un simple gesto te darán muerte y repartirán tus restos por todos los rincones de Gobul.
Los guardias avanzaron dos pasos hacia él, las armas medio sacadas de sus vainas.
Áramer sonrió interiormente ante el insulto. Miró sus tatuajes con gesto disgustado y volvió a levantar la vista.
—Hacedlo y nunca tendréis la flota Ithalena protegiendo el estrecho de Orkaz y… —Hizo una pausa dramática alzando las manos y levantando los dedos—. Quizás te ganes un nuevo enemigo. ¿Cuántos van ya? ¿Cuatro?
Érilis tardó en reaccionar, dudando de si traducir esas palabras y ese silencio se transformó en más tensión. Áramer terminó por detener su dramático gesto y bajó las manos.
—Traduce —pidió de forma más calmada.
La muchacha Ithalena lo hizo y el emperador saltó los grandes escalones que lo separaban hasta detener su largo bigote rubio a escasos centímetros de él. Los ojos pequeños, medio entrecerrados, lo miraban con todos los músculos de la cara contraídos.
La guardia de la corte, veinte hombres armados, lo rodeó poco después. Áramer los miró a todos y alzó una ceja contra el rey.
—¿Y bien, su excelencia?
El emperador respiró contra su cara y luego explotó en carcajadas retirándose al trono. Los guardias se alejaron también ocupando sus respectivos puestos a los flancos. Áramer no envidiaba su trabajo, el título del hombre más poderoso del mundo, rivalizaba con el del hombre más volátil.
—Eres un hombre osado —tradujo Érilis—. Me gusta, si no hicieras honor a esa dichosa lealtad de la que los Ithalenos estáis tan orgullosos, te daría un puesto en mi imperio.
El emperador alzó una ceja esperando algún tipo de reacción en Áramer. Él se mantuvo tranquilo e inmóvil, ajeno a sus ardides.
—Está bien —continuó Yaran—, hablemos seriamente. ¿Qué pide Íklisa?
—Un documento que permita el paso a una persona o grupo de personas por el imperio. Sin condiciones. Mi reina necesita que me mueva más allá de vuestras fronteras para recuperar a unos traidores prófugos.
—Concedido —dijo alzando la voz.
Áramer continuó ignorando la interrupción.
—Una llave de Gobul para que podamos comerciar con los reinos que cruzan nuestras montañas al norte, sin tener que recorrer los mares para ello. Mi reina calcula que será más rápido y lucrativo pasar por vuestras tierras que navegar rodeando el continente.
El emperador comenzó a reír, encantado con las propuestas.
—¡Concedido! —gritó golpeando el trono.
Áramer cogió aire, la necesitaría.
—La mitad del botín saqueado y la anexión de las ciudades costeras de vuestros enemigos del sur. Mi reina considera que serían una pieza clave para que Itha pudiera prosperar en el futuro.
Yaran paró de reír.
—¿Me pides que os entregue tierras conquistadas, piel pintada? —Su semblante apagado de repente era una mueca hostil, pero sin explotar. Quizás evaluando si lo que pretendía era una burla o una petición seria—. ¿Por qué debería de hacer algo que no va a costaros nada?
Áramer midió bien sus palabras siguientes.
—Lo haréis porque os ayudaremos a conseguirlo.
El emperador se rascó el bigote y entrecerró más los ojos si cabía, interesado.
—¿Cómo?
—Utilizando nuestro acuerdo de comercio. Mi reina está ultimando los detalles del envío de una gran carga de pieles y comida. Serán ocho galeras que podrían ir cargadas de soldados del imperio. Si jugáis bien vuestras cartas, emperador, parte del sur será vuestra antes de que puedan hacer algo.
Dos figuras, escondidas detrás del trono en todo momento, avanzaron y susurraron algo a Yaran. Luego, los consejeros reales se retiraron a sus sombras.
—Acepto, piel pintada. Y en muestra de mi generosidad, podéis recoger también el cofre. Considerarlo un obsequio por vuestra temeridad.
Hizo un gesto y varios sirvientes acudieron a recoger las monedas, también trajeron el documento que firmó bromeando con su esposa y la llave de Gobul. Un trozo de metal con los sellos del emperador.
—Itha y Gobul tienen un acuerdo, emperador. No fallaremos en cumplir nuestra parte del trato.
—Eso espero —Cambió el tono de la voz a una más amenazante—, o seréis el quinto enemigo.
Érilis terminó de traducir, bajó los grandes escalones y cogió con sus poderosos brazos, llenos de tatuajes, el pequeño cofre. Salieron al exterior y caminaron hasta el carruaje donde los esperaba Pirthas.
A medio camino de la capital, se desviaron hacia el norte. Era la dirección contraria a Itha. Solo entonces Pirthas se quitó las ropas que lo ocultaban y las tiró a la parte de atrás. Se rascó el pelo rubio y el bigote frondoso.
—Un rato más con eso puesto y hubiera caído muerto. ¿Cómo conseguís aguantar tanto calor en Itha?
Érilis cogió la prenda y le hizo varios agujeros en zonas que no se veían.
—Así —dijo riéndose.
—Esta me la pagas, Eri. —Echó un vistazo al cofre y al resto de cosas—. ¿Todo bien?
—Como engañar a un niño pequeño —comentó Áramer borrando la pintura de su cuerpo con un paño mojado—. No se han molestado ni en seguirnos por si decíamos la verdad.
—Bueno, yo tengo que decir algo al respecto. Aquí el iluminado casi consigue que le corten la cabeza, y de paso a mi. ¿Amenaza de guerra? ¿De verdad?
—Fue lo primero que se me ocurrió. Somos estafadores, no consejeros. Lo importante es que funcionó.
—Os dais cuenta de que es probable que hayamos desatado una guerra entre Itha y el imperio, ¿no?
Los tres guardaron silencio mirándose antes de que Pirthas cogiera las riendas y fustigara a los caballos cada vez más rápido.
Muchas gracias por leer y por las opiniones si dejáis alguna. Ahí va el primero:
El pequeño cofre chocó contra el suelo y vomitó todo lo que tenía en su interior. Las monedas todavía rebotaban cada una con su propio ritmo cuando el emperador se levantó del trono.
Áramer levantó la cabeza desafiante mientras la voz de Yaran III creaba ecos furiosos a medida que salían las palabras.
—¿Cómo te atreves a insultarme en mi propia casa, delante de mi esposa y mis personas de confianza? —tradujo la muchacha en Ithaleno. Su voz temblaba, asustada.
—¿Por qué debería de contenerme cuando intentas ofender mi propósito en esta corte con minucias? —dijo Áramer en Ithaleno, esperó que tradujera antes de continuar—. Estoy aquí para negociar una alianza entre Itha y el imperio de Gobul, no lo olvides, emperador. No soy un granjero que te está ofreciendo sus tierras.
Las venas del cuello de Yaran asomaban por encima de la ropa de ricas sedas. Su esposa le puso una mano encima que él rechazó con desprecio motivado por la rabia.
—No me provoques, maldito piel pintada. Con un simple gesto te darán muerte y repartirán tus restos por todos los rincones de Gobul.
Los guardias avanzaron dos pasos hacia él, las armas medio sacadas de sus vainas.
Áramer sonrió interiormente ante el insulto. Miró sus tatuajes con gesto disgustado y volvió a levantar la vista.
—Hacedlo y nunca tendréis la flota Ithalena protegiendo el estrecho de Orkaz y… —Hizo una pausa dramática alzando las manos y levantando los dedos—. Quizás te ganes un nuevo enemigo. ¿Cuántos van ya? ¿Cuatro?
Érilis tardó en reaccionar, dudando de si traducir esas palabras y ese silencio se transformó en más tensión. Áramer terminó por detener su dramático gesto y bajó las manos.
—Traduce —pidió de forma más calmada.
La muchacha Ithalena lo hizo y el emperador saltó los grandes escalones que lo separaban hasta detener su largo bigote rubio a escasos centímetros de él. Los ojos pequeños, medio entrecerrados, lo miraban con todos los músculos de la cara contraídos.
La guardia de la corte, veinte hombres armados, lo rodeó poco después. Áramer los miró a todos y alzó una ceja contra el rey.
—¿Y bien, su excelencia?
El emperador respiró contra su cara y luego explotó en carcajadas retirándose al trono. Los guardias se alejaron también ocupando sus respectivos puestos a los flancos. Áramer no envidiaba su trabajo, el título del hombre más poderoso del mundo, rivalizaba con el del hombre más volátil.
—Eres un hombre osado —tradujo Érilis—. Me gusta, si no hicieras honor a esa dichosa lealtad de la que los Ithalenos estáis tan orgullosos, te daría un puesto en mi imperio.
El emperador alzó una ceja esperando algún tipo de reacción en Áramer. Él se mantuvo tranquilo e inmóvil, ajeno a sus ardides.
—Está bien —continuó Yaran—, hablemos seriamente. ¿Qué pide Íklisa?
—Un documento que permita el paso a una persona o grupo de personas por el imperio. Sin condiciones. Mi reina necesita que me mueva más allá de vuestras fronteras para recuperar a unos traidores prófugos.
—Concedido —dijo alzando la voz.
Áramer continuó ignorando la interrupción.
—Una llave de Gobul para que podamos comerciar con los reinos que cruzan nuestras montañas al norte, sin tener que recorrer los mares para ello. Mi reina calcula que será más rápido y lucrativo pasar por vuestras tierras que navegar rodeando el continente.
El emperador comenzó a reír, encantado con las propuestas.
—¡Concedido! —gritó golpeando el trono.
Áramer cogió aire, la necesitaría.
—La mitad del botín saqueado y la anexión de las ciudades costeras de vuestros enemigos del sur. Mi reina considera que serían una pieza clave para que Itha pudiera prosperar en el futuro.
Yaran paró de reír.
—¿Me pides que os entregue tierras conquistadas, piel pintada? —Su semblante apagado de repente era una mueca hostil, pero sin explotar. Quizás evaluando si lo que pretendía era una burla o una petición seria—. ¿Por qué debería de hacer algo que no va a costaros nada?
Áramer midió bien sus palabras siguientes.
—Lo haréis porque os ayudaremos a conseguirlo.
El emperador se rascó el bigote y entrecerró más los ojos si cabía, interesado.
—¿Cómo?
—Utilizando nuestro acuerdo de comercio. Mi reina está ultimando los detalles del envío de una gran carga de pieles y comida. Serán ocho galeras que podrían ir cargadas de soldados del imperio. Si jugáis bien vuestras cartas, emperador, parte del sur será vuestra antes de que puedan hacer algo.
Dos figuras, escondidas detrás del trono en todo momento, avanzaron y susurraron algo a Yaran. Luego, los consejeros reales se retiraron a sus sombras.
—Acepto, piel pintada. Y en muestra de mi generosidad, podéis recoger también el cofre. Considerarlo un obsequio por vuestra temeridad.
Hizo un gesto y varios sirvientes acudieron a recoger las monedas, también trajeron el documento que firmó bromeando con su esposa y la llave de Gobul. Un trozo de metal con los sellos del emperador.
—Itha y Gobul tienen un acuerdo, emperador. No fallaremos en cumplir nuestra parte del trato.
—Eso espero —Cambió el tono de la voz a una más amenazante—, o seréis el quinto enemigo.
Érilis terminó de traducir, bajó los grandes escalones y cogió con sus poderosos brazos, llenos de tatuajes, el pequeño cofre. Salieron al exterior y caminaron hasta el carruaje donde los esperaba Pirthas.
A medio camino de la capital, se desviaron hacia el norte. Era la dirección contraria a Itha. Solo entonces Pirthas se quitó las ropas que lo ocultaban y las tiró a la parte de atrás. Se rascó el pelo rubio y el bigote frondoso.
—Un rato más con eso puesto y hubiera caído muerto. ¿Cómo conseguís aguantar tanto calor en Itha?
Érilis cogió la prenda y le hizo varios agujeros en zonas que no se veían.
—Así —dijo riéndose.
—Esta me la pagas, Eri. —Echó un vistazo al cofre y al resto de cosas—. ¿Todo bien?
—Como engañar a un niño pequeño —comentó Áramer borrando la pintura de su cuerpo con un paño mojado—. No se han molestado ni en seguirnos por si decíamos la verdad.
—Bueno, yo tengo que decir algo al respecto. Aquí el iluminado casi consigue que le corten la cabeza, y de paso a mi. ¿Amenaza de guerra? ¿De verdad?
—Fue lo primero que se me ocurrió. Somos estafadores, no consejeros. Lo importante es que funcionó.
—Os dais cuenta de que es probable que hayamos desatado una guerra entre Itha y el imperio, ¿no?
Los tres guardaron silencio mirándose antes de que Pirthas cogiera las riendas y fustigara a los caballos cada vez más rápido.