Archivo de Fantasitura - Tu comunidad de literatura fantástica y afines
Los Pergaminos del Cielo - Printable Version

+- Archivo de Fantasitura - Tu comunidad de literatura fantástica y afines (http://clasico.fantasitura.com)
+-- Forum: Escritura (http://clasico.fantasitura.com/forumdisplay.php?fid=5)
+--- Forum: Tus historias (http://clasico.fantasitura.com/forumdisplay.php?fid=11)
+---- Forum: Mundo Ihbn 2.0 (http://clasico.fantasitura.com/forumdisplay.php?fid=49)
+---- Thread: Los Pergaminos del Cielo (/showthread.php?tid=886)

Pages: 1 2


Los Pergaminos del Cielo - Verde - 25/06/2016

Bueno, pues arranquemos con una historia larga sobre el mundo de Ibhn, espero que os guste! Creo que el título de la historia, los Pergaminos del Cielo, es bastante adecuado, aunque de momento es provisional. Empezaré poniendo la introducción e iré colgando los capítulos a medida que los vaya completando y también es muy posible que vaya editando detalles de capítulos pasados. Podéis comentar cualquier cosa sobre la historia en este mismo hilo. Puede que algunos ya hayáis leído alguno de estos capítulos pues los puse en el otro hilo. Vamos allá!


Introducción

Miguel volaba sin batir sus alas compuestas por plumas blancas inmaculadas a través de la violenta ventisca que se había desatado esa misma mañana sobre la región montañosa de Artús. Ni los vientos huracanados ni el intenso frío eran capaces de detener o alterar la trayectoria ascendente de su grácil vuelo. Se dirigía directo e indiferente hacia las grises nubes tormentosas que estaban desatando aquel temporal. Hacía siglos que no sobrevolaba aquella parte del norte de Ibhn, situada bajo la constelación de Gigas, y Miguel no quería desaprovechar la oportunidad de contemplar el orgullo y la magnificencia que eximían aquellos picos nevados. Miguel había conocido en persona, en un pasado muy lejano, al artesano que había cincelado con esmero aquellas cumbres y había rebajado una y otra vez la basta roca de aquellas montañas para pulir los ondulados valles surcados por delicados ríos. Sin duda, la sierra de Artús era la obra maestra de un gran artista, pero aun así, pensó Miguel despectivo, su indudable elegancia distaba mucho de ser equiparable a la perfección de los Ángeles.

Miguel alcanzó las densas nubes y perdió de vista la sierra de Artús. Otro ser se hubiera desorientando avanzando a través de la bruma húmeda que componía los nimbos de aquella ventisca, pero los cielos eran el hábitat de los Ángeles, por lo que Miguel se sentía como en casa mientras continuaba su búsqueda. No tardó en vislumbrar una silueta a su izquierda y detuvo de inmediato su vuelo. Al fin y al cabo, él era el invitado y debía esperar educadamente a que su anfitrión desease recibirlo.

Macabel tardó dos horas en aparecer frente a él. Aquella breve espera indicaba que su hermano estaba esperando su visita.

—Saludos, Miguel. Cuánto tiempo. Llevaba tan solo 10 años esperándote. Has venido rápido, lo cual quiere decir que tú también te has dado cuenta de que algo extraño ocurre en nuestro mundo.

Miguel no se inmutó lo más mínimo ante la aparición de su hermano, pero cualquier otro ser vivo le hubiera mirado anonadado pensando que aquél ser no podía se real. Macabel vestía ropas de seda blanca impoluta que recorrían su fastuosa figura de adonis rematada por dos grandes alas que surgían de su espalda. El iris de sus ojos era dorado, igual que la tonalidad de sus cabellos; y aunque semejase un hombre adulto, había ciertos rasgos de su anatomía que recordaban a los de un infante: como su fina piel sin broncear, la falta de bello corporal o sus rosadas mejillas. Como todos los Ángeles, no solo era hermoso, sino que además era aterrador.

—Tres siglos pasan en un abrir y cerrar de ojos —contestó Miguel.
—Cierto. Pero dejemos de lado la nostalgia innecesaria y tratemos el urgente asunto que te ha traído hasta aquí. Noto más magia recorriendo mi alma, como si existiera una perturbación en los daones. Algo nuevo está ocurriendo. Los Titanes deben de ser la causa...
—Pero están dormidos…
—Cierto, pero su influencia sigue afectando a la superficie del planeta. Quizá haya llegado el momento de descender momentáneamente de los cielos y pisar tierra firme.

Una mueca de asco apareció en el rostro de Macabel al pronunciar aquellas palabras. Del mismo modo, a Miguel no le hacía ninguna gracia la idea de pisar la sucia y mundana tierra firme.

—¿Y si los estuvieran manipulando? —continuó Miguel—. ¿Y si alguien se está aprovechando de su gran poder? Cómo ocurrió en el pasado… Al fin y al cabo no son más que esclavos incapaces de pensar por sí mismos.
—Esclavos… Podría ser, sí… —Macabel hizo una pausa y cambió de tema—. ¿Has contemplado alguna vez a los humanos que moran allí abajo, Miguel? A veces observo sus movimientos desde las alturas. Esa sí que es una civilización de esclavos. Son incapaces de cuidar de sí mismos y siempre buscan a alguien más fuerte para que solucione sus problemas y les proteja. A veces me pregunto si no sería mejor que tuvieran un líder más… divino…

Miguel calló, sorprendido ante la peligrosa declaración que le acababa de hacer su hermano. Era insólito que un Ángel se preocupase por unos seres tan insignificantes como los humanos. Le miró atentamente y se preguntó que se traía entre manos. ¿Podía ser que Azazel hubiera logrado finalmente corromper el alma del más puro de sus hermanos utilizando a los humanos como cebo? De todos modos decidió no seguir hablando de aquel tema, ya averiguaría más en otro momento. Ahora necesitaba de forma apremiante otro tipo de respuestas.

—Creo que todo esto es un plan de Abbadón. —Insistió Miguel—. Creo que deberíamos avisar a Gabriel.
—Todavía no hay necesidad de avisarle. Aun no sabemos a qué nos enfrentamos.

El tono de Macabel era calmado y tan musical como el del resto de la conversación, pero Miguel detectó con facilidad una nota de amargura en sus palabras. Sabía que Macabel y Gabriel siempre habían rivalizado para ver quién era mejor de los dos, y que no les gustaba nada trabajar juntos.

—Pero Macabel, ¡juramos protegerlos! ¿No lo habrás olvidado, verdad?
—Sí, es cierto, juramos proteger al mundo de la destrucción; pero no juramos protegerles de sí mismos…


RE: Los Pergaminos del Cielo - Haradrim - 25/06/2016

Ok, un interesante primer capitulo, ya conocemos algo d ela personalidad de los angeles, su vision del mundo, que es por cierto muy elitista, menosprecian a los Titanes, menosprecian a los humanos, consideran a la tierra como sucia, etc, tambien tienen una perspectiva del tiempo totalmente distinta, para ellos pasa mucho mas rapido, algo logico totmando en cuanta que son tecnicamente inmortales.

Respecto a lo arcabucez, podrias poner que usan polvo cargado con daones, que es mas poderoso pero tambien mas inestable y peligroso, y realmente me gustaria ver una batalla con arcabucez.

Aqui mas info de utilidad sobre angeles: http://universocompartidodefantasia.blogspot.cl/2016/02/sobre-la-raza-de-los-angeles-parte-ii.html http://universocompartidodefantasia.blogspot.cl/2016/01/sobre-la-raza-de-los-angeles.html


RE: Los Pergaminos del Cielo - Verde - 26/06/2016

Capítulo 1

—¡PAM!

La explosión resonó por toda la cueva mientras la bala salía disparada hacia su objetivo. El muchacho bajó el arcabuz y movió la mano izquierda de un lado al otro en el aire para que la cortina de humo formada por partículas de polvo daónico que le cegaba se disipara más rápido. Forzó la vista con los ojos enrojecidos con la esperanza de haber acertado al objetivo que se encontraba a 200 pasos de su posición; pero el maniquí seguía intacto. Había vuelto a fallar.

—¡Rayos y centellas! ¡Ricot, no te he dicho mil y una veces que aguantes la respiración antes de apretar el gatillo! —le gritó enojado el anciano que vigilaba todos sus movimientos desde detrás de él—. No aciertas ni una… Será mejor que tomemos un descanso.

Ricot respiró aliviado al escuchar que podía tomarse una pausa y siguió al sargento Thobías hasta las gradas de hierro que se encontraban en un lateral del campo de prácticas de tiro en el que estaban entrenando. La mayoría de soldados o aprendices habían abandonado ya el lugar. Ricot no se dio cuenta de lo cansado que estaba hasta que se sentaron. Tras tres horas de insufribles prácticas tenía los brazos y los hombros fatigados y doloridos, su uniforme de aprendiz marrón cubierto de hollín y los oídos le zumbaban a causa de haber escuchado tantas pequeñas explosiones reverberando en las paredes rocosas de la cueva. Tenía ganas de cerrar los ojos y descansar tranquilamente, pero entonces Thobías empezó a relatar otra de sus inaguantables peroratas:

—Recuerda, chaval, nuestro pueblo nació de la combinación del fuego y el metal, y ésta arma letal que estás aprendiendo a usar creada por los alquimistas a partir de puro hierro fundido forjado en forma de tubo, que se dispara con una llave de chispa, es la prueba definitiva de ello. Puede atravesar hasta la más gruesa de las corazas y alcanzar a un enemigo a más de cien varas de distancia. Hay muchos monstruos allá fuera, pero mientras tengas tu arcabuz junto a ti podrás acabar con cualquiera de ellos de un solo disparo certero que queme y perfore su carne.
Por otro lado, la ballesta se considera hoy en día por parte de nuestro ejército un arma arcaica y poco digna puesto que se fabrica con madera y cuerda en lugar de metal, pero nadie duda de su eficacia. Disparada de forma certera contra una parte vital del enemigo puede ser igual de efectiva que el arcabuz…

El sargento Thobías continuó incansable su discurso sobre el uso de las armas de proyectiles modernas, pero Ricot hacía ya rato que no le prestaba la más mínima atención. Llevaba ya dos meses a cargo del viejo, tiempo más que suficiente para haber aprendido que cuando Thobías (antiguo veterano de guerra del ejército de su Majestad reconvertido ahora en instructor de combate), empezaba a contar una de sus historias sobre estrategia militar o a quejarse de lo blandengues que se habían vuelto los jóvenes hoy en día, era mejor dejarle hacer. Ricot empezó a sentir que le dolía la cabeza y se preguntó una vez más cómo había acabado allí. Su destino nunca había sido el de convertirse en un belicista…

Era el segundo hijo de una familia bien estante apellidada Fergud. Tanto sus abuelos, como sus padres y como su hermano mayor, se dedicaban a la alquimia: el arte tradicional de la forja del hierro y de la creación de objetos arcanos; por lo que se habían ganado merecidamente el prestigio de muchos de sus conciudadanos que admiraban sus fabricaciones. Todos ellos habían aprendido el arte de forjar en la institución conocida como "la Fábrica". Cuando Ricot alcanzó la edad de los 17 años, tal y como era la costumbre familiar, se presentó ante los herreros arcanos de la Fábrica para pasar unas pruebas con la intención de ser admitido y poder aprender el oficio de alquimista. Sin embargo, para sorpresa de todos (incluso de sí mismo), Ricot demostró no poseer ningún tipo de aptitud mágica para poder ejercer la forja. Los herreros arcanos le explicaron que no poseía afinidad suficiente con el metal y el fuego, y que estos elementos eludían sus órdenes y se descontrolaban en sus manos. No podía ser admitido en la Fábrica.

Sus padres no dijeron nada al conocer la noticia, pero Ricot podía ver la decepción camuflada tras sus rostros pétreos. ¿Qué iban a hacer con él?

Su padre tenía varios contactos con sus clientes e intentó enchufar a su hijo en algún lugar donde pudiese labrarse un futuro digno. Sin embargo, tanto los pertenecientes al gremio de alquimistas como al de constructores no querían hacerse cargo de un muchacho a punto de llegar a la edad adulta que no poseía cualidades mágicas. Al final, un antiguo conocido de su padre llamado Thobías, vio potencial en el físico del chico y accedió a entrenar a Ricot en el uso de las armas asegurándole que en el ejército tendría una buena vida. A falta de una mejor solución, sus padres accedieron y mandaron a Ricot con su nuevo maestro a un cuartel militar, destinando el dinero que habían guardado para su aprendizaje en la Fábrica a que aprendiese a usar la pica, la rodela, la ballesta y el arcabuz.

—…y ya sabes que además una coraza o una cota de malla no serán rival… ¡¿Me estás escuchando, cadete?!

Thobías se había detenido súbitamente al darse cuenta de que su alumno estaba mirando embobado las antorchas que iluminaban desde lo alto la cueva en lugar de prestarle atención. Ricot dio un brinco que elevó su trasero varios centímetros por encima del banco de la grada y se apresuró a responder lo primero que le vino a la cabeza:

—¡Sí, señor! ¡Me preguntaba por qué, señor, no existe en el ejército una unidad de arcabuceros a caballo!
—¿Cómo? ¡Cabalgar con un arcabuz! Menuda idiotez. Sabes muy bien que nosotros no cabalgamos. En mi opinión los caballos son bestias mimadas y poco fiables. ¿De dónde has sacado eso, novato?
—Pensaba en los caballeros de la antigüedad, señor. Ellos peleaban a caballo en épicos combates cuerpo a cuerpo.
—Épicos dice… Dime, chico, ¿qué tiene de épico una pelea a mamporros montado sobre un jamelgo?
—Eran muy valientes señor, se lanzaban a la carga en pos del honor y la gloria.
—¿Y dónde están esos caballeros ahora? ¿Por qué crees que desaparecieron? Yo no veo qué hay de honorable en formar parte del bando perdedor.
—Pero ellos…
—Basta, chico. ¿Es que no te he enseñado nada? Las tropas del Imperio combaten en formaciones cerradas de infantería, no hay lugar para el individualismo. Luchamos unidos en bloque como un solo hombre y es esa disciplina, determinación férrea y espíritu de compañerismo lo que nos hace triunfar sobre nuestros enemigos. Lees demasiados libros viejos. Te hace falta ver más mundo… Créeme, será un arcabuz el que te protegerá de los peligros del mundo cuando las palabras no basten; no la épica, la caballerosidad o la valentía.

Ricot calló ante aquella sentencia que a él le parecía injusta, pero sabía que no ganaría nada más que un entrenamiento mucho más duro al día siguiente si seguía discutiendo. Puede que los caballeros de antaño que portaban armaduras completas, bardas decorativas sobre sus caballos de guerra y pendones ondulando al viento en lo alto de sus lanzas hubieran desaparecido, pero él no dejaba de admirar las gestas que narraban los escritores y cantaban los bardos sólo porque las órdenes de caballería hubiesen desaparecido.

—Esta tarde escribiré a tus padres para contarles tus progresos. Nos queda mucho por hacer, pero creo que para la próxima Cacería tu entrenamiento ya estará terminado. Venga, es hora de continuar practicando.

Mientras se levantaban, Ricot no supo si su instructor le acababa de decir aquellas palabras con la intención de zanjar de tema, de darle ánimos o al verle muy distraído. Fuera como fuese, no contestó, volvió a coger el arcabuz, se colocó en posición, cargó el arma y se preparó para disparar. Ojalá esa vez acertase al maldito maniquí…



Carta a la familia Fergud:
"Su pimpollo está aprendiendo rápido, estoy contento con sus progresos y habilidades. Ya sabe usar la pica y el arcabuz, las armas principales de todo entrenamiento militar que se precie, y pronto le daré clases para el uso de la ballesta y la rodela. Estoy seguro de que llegará a formar parte de las mejores unidades de élite del ejército de su Majestad, ¿y quién sabe? quizá incluso llegue a capitán del cuerpo de arcabuceros o de piqueros.

En cuanto a su actitud, es verdad que es un tanto alocado y fantasioso, pero así son los jóvenes de hoy. Confío en que tan solo le haga falta un poco más de mano dura y experiencia vital para convertirse en un hombre hecho y derecho. Puede que en ocasiones sea duro con él, pero ustedes saben tan bien como yo lo que le aguarda ahí fuera, más allá de las fronteras de nuestro glorioso Imperio. Más vale ser duro con él en estos momentos de su vida, pues seguro que este entrenamiento que ustedes le están pagando le ayudará a sobrevivir a los peligros con los que se encontrará más adelante."

Siempre es un honor,
Sargento Thobías


RE: Los Pergaminos del Cielo - Verde - 27/06/2016

Capítulo 2

“La silueta de un gran hechicero rodeado de 7 daones blancos que emiten fogonazos de energía mágica a intervalos regulares.
Los picos nevados de la cordillera Artús en llamas iluminando la figura oscura de un ave con una sola ala que flota en el cielo estrellado.
La falda de las montañas coloreada con pinceladas de rojo, naranja y amarillo, correspondientes a sombras de hierro fundido de grotesco perfil humanoide, que parodian el andar erguidas sobre dos piernas temblorosas que se agitan como el viento, descendiendo a cientos por la ladera, carbonizándolo todo a su paso; como si de un río de lava se tratase.
Miles de fanáticos desnudos arrodillados frente a un trono de metal ocupado por un ser todo poderoso al que veneran con pasión; y una voz sepulcral que murmura de fondo…
TODO ARDERÁ”


Tanem Fergud despertó de golpe en su alcoba. Las primeras luces del alba empezaban a filtrarse por la ventana poniendo fin a los misterios de la noche. Tanem respiró profundamente mientras el eco de aquellas perturbadoras imágenes huía de su mente. No era la primera vez desde que se había convertido en alquimista que aquellos sueños (¿o quizá debería llamarlas visiones?) acechaban su mente por la noche. Comenzaba a acostumbrarse a ello.

Parpadeó varias veces y luego alcanzó con una mano el pequeño reloj de cobre mágico que descansaba sobre un estante encima de su cabeza. Frotó su pulsera de daones ígneos sobre la superficie y los engranajes del mecanismo se pusieron de inmediato en marcha para dar inicio a un nuevo día. Faltaba tan solo una semana para la gran ceremonia. Había trabajo que hacer.

Tanem se bajó de su incómodo catre de hierro forjado con calefactor y se quitó el pijama y se vistió con la burda túnica de color naranja hecha con lana correspondiente a su gremio. Se acercó hasta el tocador, forjado también con hierro, y accionó una palanca para que saliera agua caliente y vapor por la rejilla situada bajo el espejo. Se lavó la cara y volvió a mover la palanca para cerrar la rejilla. A continuación extrajo unas tijeras de plata de uno de los cajones acolchados con terciopelo verde y se encaró frente al espejo empañado para poner en orden su escasa cabellera. Como cualquier trabajador de la Fábrica, y a consecuencia de las normativas de seguridad gremial, su cabello, barba y cejas, así como cualquier otro pelo de su cuerpo, debían estar rapados al zero para evitar sufrir quemaduras mientras trabajaba en los hornos y las forjas de la Fábrica. Éste hecho le daba a su rostro redondeado un semblante más duro, recalcando con mayor intensidad su piel de tonalidad bronce y sus ojos rojos.

En cuanto estuvo listo, Tanem abandonó su alcoba y se dirigió a toda prisa escaleras abajo hacia los pisos inferiores de la Fábrica, donde se encontraban los puestos de trabajo. Llegó al taller tan solo unos segundos antes que su capataz, el herrero Montag, un hombre enorme cuyos músculos eran equiparables a los de un minotauro. En la Fábrica se castigaba con dureza la impuntualidad y la pereza, pues en su sociedad se consideraba que todo individuo que tuviera el don de la herrería o la alquimia debía trabajar duro y esforzarse en sus acciones y creaciones para hacer avanzar así el motor tecnológico del Imperio.

—Muy bien muchacho, manos a la obra —dijo Montag mientras abría el baúl donde guardaban las herramientas y extraía un martillo, unas pinzas y un soplete—. Ponte tu armadura y enciende un fuego.
—He pensado que quizá hoy podría trabajar sin la armadura —replicó Tanem—. Al fin y al cabo, llevas viéndome trabajar 3 meses y ya sabes que nunca he sufrido ningún accidente…
—Cuando llegues a maestro, joven alquimista, podrás trabajar como te dé la gana; pero mientras trabajes en este taller bajo mis órdenes, te pondrás la armadura. No pienso correr ningún riesgo. Es por tú bien. Además, a lo mejor así ganas un poco de músculo, que estás hecho un tirillas.

Tanem fue de mala gana hasta el armario y extrajo su armadura de trabajo. Aquellas placas estaban encantadas para repeler el calor y evitar las quemaduras, pero pesaba una barbaridad y a Tanem se sentía como un muñeco de trapo enlatado mientras trabajaba con ella porque tenía muy poca movilidad en los brazos. Puede que a Tanem le faltase el físico imponente de su padre, pero como primogénito de la familia Fergud sí había heredado una gran habilidad mágica y un gran potencial creativo. Mientras se la colocaba, Montag le resumió la jornada de trabajo.

—Cómo ya sabes, dentro de una semana será la celebración del vigésimo quinto aniversario del nacimiento del Imperio, y he recibido el encargo de su Majestad de crear un magnífico espectáculo pirotécnico. El Arconte no ha reparado en gastos, todo tiene que ser perfecto. Hoy empezaremos con la fabricación de las candelas y los silbadores. En cuanto hayas encendido de una vez el fuego, ven a mi mesa de trabajo y te entregaré los planos.

Tanem terminó al fin de abrocharse la armadura y fue hasta la chimenea. Cogió polvos de daones ígneos pulverizados de la repisa de encima de la chimenea y los esparció por el receptáculo. A continuación, se concentró, y tras chasquear la lengua los hizo arder creando una buena fogata. Tal y como le había dicho Montag, fue después hasta la mesa de trabajo y leyó las instrucciones sobre cómo hacer un silbador.

—“…colocar el disparador bajo la base del dispositivo formado por 3 piezas hexagonales de óxido de silicio recubiertas con 2 onzas de ascuas secas y atornillar los tres puntos de anclaje con tuercas del tamaño de un dedo…”. Maestro, creo que el cuarzo podría recubrirse con hasta 5 onzas de ascuas secas si a cambio colocamos cuatro puntos de anclaje en lugar de tres y así podemos conseguir una explosión mucho más espectacular.
—No. Nada de experimentar. Lo haremos de la forma tradicional.
—Pero, maestro, y si…
—He dicho.

Montag se volvió con su enorme cuerpo hacia él y le miró severamente con sus ojos negros. Tanem se vio obligado a bajar la cabeza y obedecer sus órdenes. Sin embargo, en cuanto el maestro dejó de mirar, Tanem cogió un poco más de ascuas secas del armario de materiales de las que eran estrictamente necesarias para seguir las instrucciones al pie de la letra. Si su maestro no le dejaba avanzar, tendría que buscarse la vida. Al fin y al cabo, él no necesitaba un maestro, ya había demostrado en multitud de ocasiones que tenía mucho más talento que Montag. Iba a demostrarle a todo el mundo de qué era capaz, y lo iba a hacer a lo grande.


RE: Los Pergaminos del Cielo - Haradrim - 29/06/2016

Ok, primero, lo de apuntar a un blanco a 200 pasos me suena exagerado, no se con exactitud que distancia tienes en mente, pero parece mucha -en otra parte hablas de "mas de cien varas" y esa distancia es equivalente a 200 metros- en la vida real la precision de un alcabuz no era mayor a 50 metros, no tanto por el alcance sino por la precision, aunque esto es algo que me molesta personalmente pero no mucho.

En el segundo capitulo la parte de la pesadilla deberia ir en cursiva, para dejar mas en claro que es un sueño, y a esta parte:
La falda de las montañas coloreada con pinceladas de rojo, naranja y amarillo correspondientes a sombras de hierro fundido de grotesco perfil humanoide que parodian el andar erguidas sobre dos piernas temblorosas que se agitan como el viento, descendiendo a cientos por la ladera, carbonizándolo todo a su paso; como si de un río de lava se tratase.
definitivamente la hacen falta dos o tres comas, para permitir respirar en la lectura.

en que aquellos sueños
Sobra el "en"

¿Este nuevo personaje es el hermano de Ricot, no? la historia es interesante, continuala, plis.


RE: Los Pergaminos del Cielo - Verde - 30/06/2016

Gracias Haradrim, voy a editar y hacer correcciones. Lo de las medidas lo hice a saco, creo que tienes razón, debería revisarlo y contrastarlo un poco con datos históricos verdaderos (sé que tal y como tú apuntas, llegar llegaban muy lejos, pero su precisión era pésima). Lo de la cursiva lo voy a cambiar ahora mismo, no lo había pensado, y lo de las comas, si te soy sincero lo hice a propósito para que pareciera que era confuso y que todo pasaba por su mente muy rápido, pero igual me pasé de la raya, voy a mirarlo también.

Ya tengo el siguiente capítulo acabado, supongo que en breves lo subiré.


RE: Los Pergaminos del Cielo - Verde - 30/06/2016

Capítulo 3

En cuanto llegaron los días previos a la gran ceremonia Imperial, Thobías le soltó a Ricot la noticia bomba. El sargento daba su entrenamiento en el uso de las armas por finalizado, y a partir de ese momento debería seguir aprendiendo en el ejército bajo las órdenes de los oficiales de su Majestad. Sin embargo, entrar en el ejército y convertirse en soldado imperial no era algo tan trivial como formalizar una solicitud o pasar unas pruebas de aptitud. Para poderse ganar el honor de combatir bajo el estandarte imperial uno debía antes convertirse en cazador y, literalmente, haber ‘sobrevivido’ a una Cacería. La Cacería era un evento anual que daba comienzo tras la celebración del aniversario Imperial, durante el cual los cazadores, que se presentaban de forma voluntaria al cargo, debían viajar en grupos armados hasta los dientes, y dirigidos por un oficial del ejército, hasta las fronteras del Imperio para limpiarlas de los monstruos que atemorizaban a la población y perturbaban el orden y la paz de la nación.

Por tanto, Thobías había inscrito a Ricot en la Cacería de ese año que estaba a punto de dar comienzo sin ni tan si quiera consultarle. A causa de ello, el día de la ceremonia Ricot debía presentarse frente al palacio Imperial, donde el Arconte pronunciaría un discurso frente a los cazadores, y después de eso los oficiales distribuirían a los cazadores en grupos y una vez estuvieran listos todos los preparativos, marcharían esa misma noche hacia las montañas.

De modo que un nervioso Ricot y un orgulloso Thobías abandonaron el cuartel situado a las afueras de la capital (denominada ciudad Férrica por sus habitantes) la noche antes de la ceremonia y se hospedaron en un céntrico albergue situado cerca del palacio. Mientras cenaban estofado de jabalí con zanahorias y cebollas acompañado de vino sureño importado desde la Ciudad del Mar, un auténtico lujo, Thobías seguía dándole la lata a su todavía aprendiz con sus discursos mientras hacían tiempo hasta que llegase Tanem, que iba a despedirse de su hermano antes de que se marchase a la peligrosa aventura.

—Vamos mozalbete, alegra esa cara y disfruta estos manjares que han llegado hasta la ciudad con motivo de la fiesta. Oye, es normal que estés nervioso, yo también lo estuve antes de mi primera Cacería, ¡se me puso la piel de gallina! Fue muy emocionante, te lo aseguro. El Imperio aun se estaba terminando de formar y estábamos en guerra con los Tolfek, ya que uno de sus clanes había descendido desde la Tundra de Nirr hasta las montañas Artús, donde pretendían asentarse. Aquellas enormes cabras asaltacunas se creían muy fuertes, pero terminamos expulsándolas de lo que ahora son nuestras tierras. Desgraciadamente, compañeros míos de armas murieron… Supongo que es el precio a pagar por la libertad, siempre hemos tenido que luchar para sobrevivir. Más adelante se firmó la paz con los Tolfek, y hoy en día nuestros pueblos son considerados casi como aliados, aunque yo sigo sin fiarme de ellos ni un pelo.
De todos modos, eran otros tiempos, ahora las cosas están más calmadas. Todo va bien, Ricot, y eso me preocupa. Es justamente en momentos de calma como estos cuando debemos estar más alertas…

La puerta del albergue se abrió y Ricot levantó la cabeza esperanzado al ver aparecer una túnica anaranjada. Por fin había llegado Tanem. Tenía muchas ganas de hablar con él, y encima así se quitaría al vejestorio y sus batallitas de encima.

Tanem se sacudió la nieve de las botas en el umbral y entró. Localizó a su hermanito y al sargento sentados en una mesa de latón con forma octogonal. Saludó primero formalmente a Thobías con una inclinación de cabeza, pues era el señor más mayor del grupo y le debía respeto. El antiguo soldado estaba igual a como le recordaba: abundante barba gris que le llegaba hasta el pecho, cabello corto recogido en forma de moño, piel cetrina surcada de arrugas y una prominente cicatriz que empezaba en el dorso de su mano izquierda y llegaba hasta el hombro. En segundo lugar volteó la mesa y abrazó a Ricot, y al separarse le dio unas palmadas en la espalda.

—Vaya, vaya. ¡Sí que has crecido desde la última vez que nos vimos, Ricot! Estoy sorprendido, ya casi me sacas una cabeza. Y mira que brazos, ¡parecen jamones! ¿Has estado haciendo muchos abdominales?
—Sí, Thobías me ha mantenido en buena forma física. Adelante, toma asiento. ¡Cuánto tiempo! Me alegro mucho de verte. ¿Te apetece tomar algo?
—No, pero gracias, tiene buena pinta. Bueno, cuéntame, ¿cuánto tiempo estarás fuera?
—La Cacería suele durar unos tres meses —contestó Thobías en su lugar.
—Prefiero no hablar mucho de ello. Espero volver a verte pronto, Tanem —añadió Ricot—. Seguro que cuando vuelva ya te habrás convertido en un alquimista famoso. ¿Tienes mucho trabajo?
—Pues sí, estoy agotado en realidad. Me he encargado de fabricar la mayoría de los fuegos artificiales que se lanzarán esta noche.
—Vaya, pues es una pena porque creo que no podré verlos, estaré recibiendo instrucciones en los barracones y luego saldremos de la ciudad.
—Será espectacular. Al menos podrás oírlo aunque estés lejos o bajo tierra. Espero que me asciendan después de esto. Oye, antes de que se me olvide, te he traído una cosa.

Ricot miró sorprendido como Tanem sacaba de uno de sus bolsillos un medallón de cobre con forma de cubo del tamaño de una manzana que iba atado a una cadena de hierro para poder colgarlo del cuello.

—Es un artefacto de mi propia creación. Cuando cierras el puño con fuerza alrededor del medallón se acciona su funcionamiento mediante la conducción de calor de tu piel al metal, y entonces absorbe los daones ígneos cercanos que hay en el ambiente en el que te encuentras, y los moldea para crear un envoltorio flamígero esférico de metro y medio de radio. Tal y como dictan las leyes de la termodinámica, su eficacia y duración dependen por completo de lo que tarden los daones cercanos en agotarse.
—No sé si te sigo… Yo no he estudiado en la Fábrica, hermano. ¿A qué te refieres?
—Te protegerá cuando estés en apuros. Llévalo siempre contigo, y no cierres el puño alrededor del cubo a menos que estés en peligro.
—Gracias. Lo haré.

Tanem le pasó el amuleto a Ricot y éste lo contempló embelesado mientras se lo colocaba alrededor del cuello. En ese momento Tanem extrajo su reloj mágico de otro bolsillo y consultó la hora.

—Ya va siendo hora de despedirnos, mañana a los dos nos espera un día ajetreado. Buenas noches, y que tengas buena suerte en tu viaje. ¡No te metas en líos!
—Buena suerte a ti también. Y tú no sigas fabricando artefactos como éste o acabaran considerándote un genio.
—Eso espero.


RE: Los Pergaminos del Cielo - Haradrim - 04/07/2016

No hay mucho que comentar aqui, Ricot se va de paseo, y sin que le avisaran (¿no se suponia que era voluntario?). Y uno sospecha que puede pasar con Tanem y sus fuegos artificiales...


"Ricot miró sorprendido como Tanem sacaba de uno de sus bolsillos un medallón de cobre con forma de cubo del tamaño de una manzana que iba atado a una cadena de hierro para poder colgarlo del cuello." Aqui definitivamente faltan un par de comas, para que el lector respire.

Siguela, esta entretenida.


RE: Los Pergaminos del Cielo - Verde - 26/07/2016

Capítulo 4:

Al día siguiente Ricot se levantó pronto. No había logrado pegar ojo. Tras vestirse, y una vez hubo comprobado que llevaba consigo el medallón de su hermano colgado del cuello, respiró profundamente un par de veces para intentar quitarse de encima los nervios y se encaminó hacia la plaza mayor de ciudad Férrica, situada frente a la escalinata que conducía hasta el palacio. Una vez allí se unió a los demás cazadores venidos de todas partes del Imperio: cazarecompensas en busca de pieles, guerreros y soldados deseosos de combatir por su Imperio, mercenarios que tan solo luchaban por conseguir una paga, guerreros Tolfek en busca de un adversario digno de su categoría, magos ansiosos por ver mundo y poder encontrar nuevos daones para sus experimentos, etc. Todos ellos callaron y se pusieron firmes en cuanto el Arconte Baláceas apareció en la balconada del palacio para dar su discurso:

—“Bienvenidos, participantes de la Cacería. Hoy todos nosotros nos reunimos aquí unidos por una causa común debido a que, tal y como todos sabéis, la libertad y la seguridad tienen un precio. Un precio, que por desgracia, se paga con sangre —Ricot no pudo evitar dar un respingo al oír aquello. A continuación las palabras pausadas de Baláceas se fueron acelerando paulatinamente, llenándose de energía tras cada nueva sentencia—. Me siento orgulloso de vuestro sacrificio. Vuestra fuerza y voluntad hace grande al Imperio. Gracias a vuestro esfuerzo nuestras familias permanecen seguras año tras año de los horrores que habitan en el mundo exterior. Minotauros, Ghàam, magos tenebrosos u Hombres Bestia, todos y cada uno de ellos constituyen por igual una amenaza para la civilización que hemos creado. No olvidéis que allá donde hay luz también crecen las sombras. Valor, guerreros, pues esas aberrantes criaturas malignas de la naturaleza deben ser destruidas por el bien de todos —Baláceas realizó entonces una pausa dramática durante su vehemente discurso antes de llegar al gran final—. Contamos con vosotros. ¡Que la llama os acompañe! ¡Marchad, y no descanséis hasta que el último de ellos haya muerto!”

La enfervorizada multitud, entre la que Ricot, cada vez más confuso, se encontraba, estalló en aplausos y vítores tras las últimas palabras de su líder. Acto seguido, y mientras el Arconte abandonaba la balaustrada, los oficiales del ejército pusieron orden y comenzaron a organizar a los participantes en pequeños grupos de cinco o seis personas. Una vez organizados los grupos, le asignaron un nombre a cada grupo para poder identificarlos y procedieron a hacer firmar los contratos referentes a la Cacería a cada uno de los participantes para que se convirtieran oficialmente en cazadores. Una vez finalizado todo el procedimiento legal y administrativo, tedioso proceso que duró un par de horas, cada grupo fue enviado de forma ordenada hacia los barracones situados junto al palacio para ser equipados adecuadamente para el largo viaje y recibir instrucciones.

La unidad de cazadores a la que Ricot había sido asignado se denominaba “Igneus317” y constaba de otros cinco participantes además de sí mismo. No había tenido tiempo aun de hablar con sus compañeros de unidad o de conocer sus nombres ya que los oficiales les instaban en todo momento a guardar silencio para que todas y cada una de las órdenes dictadas por ellos se cumplieran con celeridad. Sin embargo, solo le hizo falta echarles un vistazo por encima a cada uno para juzgarlos a primera vista. El primero en que se había fijado, y no justamente por casualidad, era en un hombre gigantesco del tamaño de un oso y con aspecto de troll al que le faltaban varios dientes y le sobraban varios músculos. Su calvicie y su mandíbula ancha rematada por una gruesa nariz torcida denotaban que había sobrevivido a varias peleas callejeras durante su vida.
El segundo miembro del grupo en que se había fijado también destacaba por su constitución fornida, pero no se le había quedado mirando por eso, si no por los dos pares de enormes cuernos afilados que surgían de su frente. El tolfek destacaba además por su mandíbula repleta de amenazadores colmillos, por el tono azulado, casi níveo, de su piel y unos prominentes pies descalzos acompañados de garras. Ricot no había visto en su vida a una criatura más dotada para la caza que aquél ser. Suerte que estaba de su parte y, tal y como había dicho Thobías, hoy en día los tolfek ya no eran considerados por el Imperio como criaturas incivilizadas y peligrosas.
El tercer miembro del equipo era sin embargo un hombre de edad avanzada y melena canosa que andaba un tanto encorvado y llevaba colgado del hombro un bolso lleno de bártulos metálicos que tintineaban a su paso. Como colmo de la extravagancia llevaba unas gruesas lentes de visión frente a los ojos. Sin duda alguna se trataba de un alquimista (aparentemente jubilado).
A la cuarta miembro del grupo Ricot también se la quedó mirando con ojos desorbitados, pero esta vez a causa de que se le caía la baba. Aquella mujer joven, alta y con abundante melena oscura trenzada, de musculatura fibrosa y atlética fruto de muchas horas de gimnasia era a la vez bella y fiera. Ricot no había visto a una mujer así en su vida. No todas las sociedades contaban con mujeres guerreras. Supuso que se trataba de una Nanwyn. Lo sabía por una historia que había leído hacía tiempo, la cual narraba las aventuras de un héroe denominado Verthen, hijo de Garead y último Tor de los Nanwyn; que era escogido como líder de la tribu Nanwyn tras superar unas duras pruebas, y durante su mandato traía la prosperidad y la victoria a su pueblo a través de la batalla contra los salvajes minotauros. La tribu Nanwyn era considerada como bárbara en el Imperio, ya que su sociedad seminómada vivía a la intemperie en la tundra que se hallaba más allá de las montañas Atlas y no se preocupaban por cosas como el dinero, la política o las clases sociales. Solamente vivían para pelear.
Por último, un oficial del Imperio cerraba el grupo. Ricot dio gracias al cielo porque fuera mucho más joven que Thobías, no estaba preparado para volver a escuchar todas aquellas anécdotas seniles otra vez. El oficial rondaba la treintena, pero aun así parecía curtido en muchas batallas. A pesar de ser el líder del equipo, era el más bajo de todos (descartando al alquimista encorvado, claro) y tenía una constitución física más esbelta que fornida. Era de tez clara y Ricot confirmó sus sospechas sobre que era extranjero al escuchar su acento en cuanto empezó a hablar:

—Escuadra de cazadores Igneus317, me presento. Soy el alférez Horace y soy el líder de esta unidad. Al contrario que vosotros, esta será mi quinta Cacería, así que acataréis rigurosamente todas mis órdenes si queréis volver a casa de una pieza. Espero de todos ustedes un comportamiento ejemplar, pues yo me encargaré de determinar vuestra evaluación para al final de la Cacería concederos o no el rango de soldados Imperiales. Ahora voy a pasar lista, al oír vuestro nombre presentaos: ¿Amateus Prodigus?
—¡Presente señor! —dijo el anciano con voz quejumbrosa a la vez que esbozaba una sonrisa.
—¿Mattice Gregane?
—Podéis llamarme Matt —respondió el matón de nariz torcida.
—¿Yazeg Khimaris?

El tolfek apenas asintió levemente mientras Horace lo miraba de arriba abajo sin disimulo.

—Vaya, nunca había contado con un tolfek en mi unidad. Bienvenido, nos serás de gran ayuda. Y tú debes de ser…
—Allena —se adelantó la mujer— ¿Cuánto más voy a tener que esperar para que me dé una espada?
—Allena, no sé cómo tratáis a las autoridades en tu tierra, pero aquí cuando te dirijas hacia mi debes utilizar el término señor, alférez o semejante como señal de respeto hacia tu superior —la expresión facial de Allena no cambió ni un milímetro ante aquellas palabras, como si todo aquello no fuera con ella—. Te aseguro que pronto tendrás tu espada si es lo que deseas. Por último, el pipiolo, Ricot Fergud.
—Hola —saludó tímidamente Ricot alzando la mano. Se dio cuenta de que Amateus le miraba sorprendido por el rabillo del ojo.
—Bien, cadetes —continuó Horace—. Ahora pasaremos a unas dependencias donde se os entregará una mochila con todo lo necesario para el viaje: víveres, uniformes, herramientas, botas… —Horace miró los pies descalzos de Yazeg mientras hacía alusión a las botas—. Después iremos a la armería para terminar de pertrecharos como es debido y por último os explicaré la ruta de viaje que nos ha sido encomendada y partiremos hacia nuestro destino. Debo comentaros que deberéis abonar íntegramente el precio de cualquier pieza de vuestro equipamiento que perdáis o devolváis en mal estado una vez regresemos de la Cacería, así que id con cuidado. Muy bien, seguidme.

Ricot siguió obedientemente a Horace mientras escuchaba proveniente del exterior el estruendo de los primeros fuegos artificiales y no paraba de preguntarse a sí mismo: “¿Cómo diantres he acabado aquí?”


RE: Los Pergaminos del Cielo - Haradrim - 29/07/2016

Muy bueno, yo ya empeaba a asustarme por todo el tiempo que paso sin que subieras un nuevo capitulo, este esta muy bien, no pasa nada pero conocemos a los nuevos compañeros de Ricot (¿Duraran o no duraran? ¡Cha channnnn!), solo un par de cosas, el nombre del equipo al que se une Ricot parece seudonimo de un foro de videojuegos, y esta frase: Su calvicie y su mandíbula ancha rematada por una gruesa nariz torcida denotaban que había sobrevivido a varias peleas callejeras durante su vida.

Es decir ¿que fueron las peleas callejeras que tubo lo que lo volvieron calvo y con la mandibula ancha? hubiera sido mejor que dijeras que tenia varias cicatrices, eso daria ams la impresion de tener experiencia en peleas.

Saludos.