25/06/2016 06:40 AM
Bueno, pues arranquemos con una historia larga sobre el mundo de Ibhn, espero que os guste! Creo que el título de la historia, los Pergaminos del Cielo, es bastante adecuado, aunque de momento es provisional. Empezaré poniendo la introducción e iré colgando los capítulos a medida que los vaya completando y también es muy posible que vaya editando detalles de capítulos pasados. Podéis comentar cualquier cosa sobre la historia en este mismo hilo. Puede que algunos ya hayáis leído alguno de estos capítulos pues los puse en el otro hilo. Vamos allá!
Introducción
Miguel volaba sin batir sus alas compuestas por plumas blancas inmaculadas a través de la violenta ventisca que se había desatado esa misma mañana sobre la región montañosa de Artús. Ni los vientos huracanados ni el intenso frío eran capaces de detener o alterar la trayectoria ascendente de su grácil vuelo. Se dirigía directo e indiferente hacia las grises nubes tormentosas que estaban desatando aquel temporal. Hacía siglos que no sobrevolaba aquella parte del norte de Ibhn, situada bajo la constelación de Gigas, y Miguel no quería desaprovechar la oportunidad de contemplar el orgullo y la magnificencia que eximían aquellos picos nevados. Miguel había conocido en persona, en un pasado muy lejano, al artesano que había cincelado con esmero aquellas cumbres y había rebajado una y otra vez la basta roca de aquellas montañas para pulir los ondulados valles surcados por delicados ríos. Sin duda, la sierra de Artús era la obra maestra de un gran artista, pero aun así, pensó Miguel despectivo, su indudable elegancia distaba mucho de ser equiparable a la perfección de los Ángeles.
Miguel alcanzó las densas nubes y perdió de vista la sierra de Artús. Otro ser se hubiera desorientando avanzando a través de la bruma húmeda que componía los nimbos de aquella ventisca, pero los cielos eran el hábitat de los Ángeles, por lo que Miguel se sentía como en casa mientras continuaba su búsqueda. No tardó en vislumbrar una silueta a su izquierda y detuvo de inmediato su vuelo. Al fin y al cabo, él era el invitado y debía esperar educadamente a que su anfitrión desease recibirlo.
Macabel tardó dos horas en aparecer frente a él. Aquella breve espera indicaba que su hermano estaba esperando su visita.
—Saludos, Miguel. Cuánto tiempo. Llevaba tan solo 10 años esperándote. Has venido rápido, lo cual quiere decir que tú también te has dado cuenta de que algo extraño ocurre en nuestro mundo.
Miguel no se inmutó lo más mínimo ante la aparición de su hermano, pero cualquier otro ser vivo le hubiera mirado anonadado pensando que aquél ser no podía se real. Macabel vestía ropas de seda blanca impoluta que recorrían su fastuosa figura de adonis rematada por dos grandes alas que surgían de su espalda. El iris de sus ojos era dorado, igual que la tonalidad de sus cabellos; y aunque semejase un hombre adulto, había ciertos rasgos de su anatomía que recordaban a los de un infante: como su fina piel sin broncear, la falta de bello corporal o sus rosadas mejillas. Como todos los Ángeles, no solo era hermoso, sino que además era aterrador.
—Tres siglos pasan en un abrir y cerrar de ojos —contestó Miguel.
—Cierto. Pero dejemos de lado la nostalgia innecesaria y tratemos el urgente asunto que te ha traído hasta aquí. Noto más magia recorriendo mi alma, como si existiera una perturbación en los daones. Algo nuevo está ocurriendo. Los Titanes deben de ser la causa...
—Pero están dormidos…
—Cierto, pero su influencia sigue afectando a la superficie del planeta. Quizá haya llegado el momento de descender momentáneamente de los cielos y pisar tierra firme.
Una mueca de asco apareció en el rostro de Macabel al pronunciar aquellas palabras. Del mismo modo, a Miguel no le hacía ninguna gracia la idea de pisar la sucia y mundana tierra firme.
—¿Y si los estuvieran manipulando? —continuó Miguel—. ¿Y si alguien se está aprovechando de su gran poder? Cómo ocurrió en el pasado… Al fin y al cabo no son más que esclavos incapaces de pensar por sí mismos.
—Esclavos… Podría ser, sí… —Macabel hizo una pausa y cambió de tema—. ¿Has contemplado alguna vez a los humanos que moran allí abajo, Miguel? A veces observo sus movimientos desde las alturas. Esa sí que es una civilización de esclavos. Son incapaces de cuidar de sí mismos y siempre buscan a alguien más fuerte para que solucione sus problemas y les proteja. A veces me pregunto si no sería mejor que tuvieran un líder más… divino…
Miguel calló, sorprendido ante la peligrosa declaración que le acababa de hacer su hermano. Era insólito que un Ángel se preocupase por unos seres tan insignificantes como los humanos. Le miró atentamente y se preguntó que se traía entre manos. ¿Podía ser que Azazel hubiera logrado finalmente corromper el alma del más puro de sus hermanos utilizando a los humanos como cebo? De todos modos decidió no seguir hablando de aquel tema, ya averiguaría más en otro momento. Ahora necesitaba de forma apremiante otro tipo de respuestas.
—Creo que todo esto es un plan de Abbadón. —Insistió Miguel—. Creo que deberíamos avisar a Gabriel.
—Todavía no hay necesidad de avisarle. Aun no sabemos a qué nos enfrentamos.
El tono de Macabel era calmado y tan musical como el del resto de la conversación, pero Miguel detectó con facilidad una nota de amargura en sus palabras. Sabía que Macabel y Gabriel siempre habían rivalizado para ver quién era mejor de los dos, y que no les gustaba nada trabajar juntos.
—Pero Macabel, ¡juramos protegerlos! ¿No lo habrás olvidado, verdad?
—Sí, es cierto, juramos proteger al mundo de la destrucción; pero no juramos protegerles de sí mismos…
Introducción
Miguel volaba sin batir sus alas compuestas por plumas blancas inmaculadas a través de la violenta ventisca que se había desatado esa misma mañana sobre la región montañosa de Artús. Ni los vientos huracanados ni el intenso frío eran capaces de detener o alterar la trayectoria ascendente de su grácil vuelo. Se dirigía directo e indiferente hacia las grises nubes tormentosas que estaban desatando aquel temporal. Hacía siglos que no sobrevolaba aquella parte del norte de Ibhn, situada bajo la constelación de Gigas, y Miguel no quería desaprovechar la oportunidad de contemplar el orgullo y la magnificencia que eximían aquellos picos nevados. Miguel había conocido en persona, en un pasado muy lejano, al artesano que había cincelado con esmero aquellas cumbres y había rebajado una y otra vez la basta roca de aquellas montañas para pulir los ondulados valles surcados por delicados ríos. Sin duda, la sierra de Artús era la obra maestra de un gran artista, pero aun así, pensó Miguel despectivo, su indudable elegancia distaba mucho de ser equiparable a la perfección de los Ángeles.
Miguel alcanzó las densas nubes y perdió de vista la sierra de Artús. Otro ser se hubiera desorientando avanzando a través de la bruma húmeda que componía los nimbos de aquella ventisca, pero los cielos eran el hábitat de los Ángeles, por lo que Miguel se sentía como en casa mientras continuaba su búsqueda. No tardó en vislumbrar una silueta a su izquierda y detuvo de inmediato su vuelo. Al fin y al cabo, él era el invitado y debía esperar educadamente a que su anfitrión desease recibirlo.
Macabel tardó dos horas en aparecer frente a él. Aquella breve espera indicaba que su hermano estaba esperando su visita.
—Saludos, Miguel. Cuánto tiempo. Llevaba tan solo 10 años esperándote. Has venido rápido, lo cual quiere decir que tú también te has dado cuenta de que algo extraño ocurre en nuestro mundo.
Miguel no se inmutó lo más mínimo ante la aparición de su hermano, pero cualquier otro ser vivo le hubiera mirado anonadado pensando que aquél ser no podía se real. Macabel vestía ropas de seda blanca impoluta que recorrían su fastuosa figura de adonis rematada por dos grandes alas que surgían de su espalda. El iris de sus ojos era dorado, igual que la tonalidad de sus cabellos; y aunque semejase un hombre adulto, había ciertos rasgos de su anatomía que recordaban a los de un infante: como su fina piel sin broncear, la falta de bello corporal o sus rosadas mejillas. Como todos los Ángeles, no solo era hermoso, sino que además era aterrador.
—Tres siglos pasan en un abrir y cerrar de ojos —contestó Miguel.
—Cierto. Pero dejemos de lado la nostalgia innecesaria y tratemos el urgente asunto que te ha traído hasta aquí. Noto más magia recorriendo mi alma, como si existiera una perturbación en los daones. Algo nuevo está ocurriendo. Los Titanes deben de ser la causa...
—Pero están dormidos…
—Cierto, pero su influencia sigue afectando a la superficie del planeta. Quizá haya llegado el momento de descender momentáneamente de los cielos y pisar tierra firme.
Una mueca de asco apareció en el rostro de Macabel al pronunciar aquellas palabras. Del mismo modo, a Miguel no le hacía ninguna gracia la idea de pisar la sucia y mundana tierra firme.
—¿Y si los estuvieran manipulando? —continuó Miguel—. ¿Y si alguien se está aprovechando de su gran poder? Cómo ocurrió en el pasado… Al fin y al cabo no son más que esclavos incapaces de pensar por sí mismos.
—Esclavos… Podría ser, sí… —Macabel hizo una pausa y cambió de tema—. ¿Has contemplado alguna vez a los humanos que moran allí abajo, Miguel? A veces observo sus movimientos desde las alturas. Esa sí que es una civilización de esclavos. Son incapaces de cuidar de sí mismos y siempre buscan a alguien más fuerte para que solucione sus problemas y les proteja. A veces me pregunto si no sería mejor que tuvieran un líder más… divino…
Miguel calló, sorprendido ante la peligrosa declaración que le acababa de hacer su hermano. Era insólito que un Ángel se preocupase por unos seres tan insignificantes como los humanos. Le miró atentamente y se preguntó que se traía entre manos. ¿Podía ser que Azazel hubiera logrado finalmente corromper el alma del más puro de sus hermanos utilizando a los humanos como cebo? De todos modos decidió no seguir hablando de aquel tema, ya averiguaría más en otro momento. Ahora necesitaba de forma apremiante otro tipo de respuestas.
—Creo que todo esto es un plan de Abbadón. —Insistió Miguel—. Creo que deberíamos avisar a Gabriel.
—Todavía no hay necesidad de avisarle. Aun no sabemos a qué nos enfrentamos.
El tono de Macabel era calmado y tan musical como el del resto de la conversación, pero Miguel detectó con facilidad una nota de amargura en sus palabras. Sabía que Macabel y Gabriel siempre habían rivalizado para ver quién era mejor de los dos, y que no les gustaba nada trabajar juntos.
—Pero Macabel, ¡juramos protegerlos! ¿No lo habrás olvidado, verdad?
—Sí, es cierto, juramos proteger al mundo de la destrucción; pero no juramos protegerles de sí mismos…
"El pasado nunca deja de perseguirnos."