Bueno, hemos llegado al final de un camino, y debo darles las gracias a todos los que pudieron hacerse un hueco a participar en este reto despedida. Todavía no he podido leerlos a todos, pero vistos los comentarios me alegra ver tamaña variedad entre todos. Incluso nos dimos el lujo de tener un comentarista que no llegó a participar con relato —enorme, Wherter—, y, lamentamos también, la caída de dos de los anotados —Reb Copdo y Andy_Megumi—.
Vamos a ello, que resuenen los tambores...
Empatados en tercer puesto, con una puntuación de 36 puntos, tenemos a:
3) Krivus, con "El Cuentista", y a JPQueirozPerez con "Lo que habita en aquel tronco muerto" (el empate fue técnicamente por cantidad de puntos, pero, si fuera por cantidad de votos, ganaría El Cuentista).
En un segundo puesto, con unos buenos 14 puntos extra para alcanzar la suma de 50 puntos, encontramos a:
2) Miles, con su relato "SSM El Destino de Fantasitura"
Finalmente, en un PRIMER LUGAR, y separado por amplio margen (en donde supera por más del doble de puntos al segundo puesto, con sus buenos 104 puntos), el favorito casi por unanimidad de todos los participantes, el que se lleva la gloria en esta despedida del foro es...
1) PAFMAN, con su relato "Lo siento chicos, pero el tiempo se me ha echado encima"
Un aplauso para los ganadores, y uno muy especial a Pafman que parece haberse robado el corazón de todos.
Las otras votaciones:
- Mejor Personaje: El narrador de "Lo siento chicos, pero el tiempo se me ha echado encima" - Mejor Ambientación: Bosque Maldito del relato “Lo que habita en aquel tronco muerto”.
- Mejor escena: N/A (no hubo mayoría de votos)
Eso es todo, gente. El orden de los relatos quedó asi:
Lo siento chicos, pero el tiempo se me ha echado encima (Pafman, 104 puntos, 9 votos)
SSM El Destino de Fantasitura (Miles, 50 puntos, 8 votos)
El cuentista (Krivus, 36 puntos, 8 votos)
Lo que habita en aquel tronco muerto (JPQueirozPerez, 36 puntos, 7 votos)
Un último vistazo (Guardián Ciego, 31 puntos, 6 votos)
La Ruta (Zarono, 25 puntos, 8 votos)
Ocaso y olvido (Celembor, 14 puntos, 7 votos)
La novena dimensión (Selmeras, 10 puntos, 5 votos)
1527 (Duncan, 4 puntos, 2 votos)
Para cerrar, les agradezco de nuevo por su participación y darle un lindo último respiro al foro. Nos veremos en otros canales.
Las campanas de las iglesias resonaban en toda Roma. El capitán Hans estaba ansioso, su destino lo había alcanzado al igual que el de los 189 mercenarios que junto con él cuidaban de la sagrada investidura. Estaban reunidos en el interior de la basílica de san Pedro, a la espera del papa y de su bendición para poder combatir. Quería por lo menos hacerlo en el atrio aunque sabía que de todas formas morirían allí adentro, pero por lo menos se salvarían algunos y Clemente o eso esperaba. Echó un vistazo a sus hombres, todos vestidos, al igual que el, con la armadura papal de la guardia, que constaba solo de peto y hombreras hechas de un acero blanco casi níveo, con una cruz dorada a la altura del corazón Se fijó en Werner y Bruno, o Tristán e Isolda como les llamaban algunos. Si de verdad tenían tratos contra natura, no podía importarle menos en ese momento. Werner en los entrenamientos podía pelear contra dos o tres, pero Bruno, ese Bruno era una bestia, podía derrotar a seis combatientes, pero no combatientes cualesquiera, ¡sino a seis!, ¡seis combatientes de la guardia suiza!. Por el bien de su arte de pelea, esperaba que él también sobreviviera.
—¡Ha llegado el papa! —escuchó que alguien decía, sacándolo de sus cavilaciones.
Una parte de los guardias empezaba a arrodillarse cuando Clemente los detuvo con una seña de sus manos.
—Ahora lo que importa es la bendición—dijo
Los guardias procedieron entonces a entonar su juramento.
En el servicio del cielo protegemos el linaje sagrado, daremos nuestras vidas por la gracia y el poder del señor, por la fe y por el camino de la espada, en el nombre de su gloria, hágase su voluntad.
Amén.
Las armaduras de todos y cada uno de los guardias se iluminaron y se desplegaron para cubrir totalmente su cuerpo. Y el papales hizo el símbolo de la cruz.
—Está hecho—dijo el capitán, mientras con un ligero movimiento de manos indicó a un grupo de 42 guardias que había escogido anteriormente que escoltaran a Clemente y a su séquito a la seguridad de Sant'angelo.
—Algunos se salvaràn— pensó para sí, pero lo dudó al ver la caja que el papa cargaba entre su manos— pero no descansarán hasta conseguir las dagas de Longino.
El capitán atravesó la puerta de Filarete hacia el encuentro de su destino, con la mano derecha sobre la cruz dorada de su armadura al igual que los 146 guardias que siguieron después de él.
—¡Por la santa sede! — decía mientras desacoplar la cruz que se convertía en una alabarda en su mano, mientras tomaba posición en contra de los miles de alemanes y españoles que habían llegado a saquear, pero él sabía que solo eran unas marionetas de un plan mucho mayor.
Franz iba delante de los 20 escoltas de vanguardia, que cuidaban al papa en su huida hacia Sant'angelo, el camino no era secreto pues estaba a vista de todo mundo, pero no así el pasadizo,, aunque cualquiera con algo de perspicacia podía ocurrírsele pensar ¿y si van ocultos por dentro?.
Se detuvo de inmediato, no sabia que o porque, pero le parecía que algo no cuadraba, intento correr y avisar a los demás que venían detrás de él, pero los muros y el techo saltaron hechos añicos. Quedó aturdido y sintió que era levantado, pudo observar, que algunos de sus compañeros corrían con el papa en volandas junto con algunos de su séquito, antes de que algo se cerrará sobre su yelmo y lo aplastara haciendo estallar su cabeza.
A Hanz le dolió en el alma cerrar las puertas y dejar afuera a los que se habían ofrecido de voluntarios para contener al enemigo, mientras ellos se organizaban adentro. Las puertas sagradas resistirán el tiempo suficiente para que ellos recuperaran sus fuerzas.
—¿Oyeron eso? —dijo Werner.
—¿De que hablas?, no se escucha nada—dijo alguien
—Exacto—replicó
Nadie más se había dado cuenta que habían dejado de aporrear las puertas de la basílica tratando de romperlas. Repentinamente uno de los muros saltó en pedazos dejando aturdidos a los que estaban cerca de él,Werner entre ellos, una cosa enorme había entrado y no tardaron otras de esas cosas a entrar haciendo añicos los muros una de ellas agarró a Werner y se lo llevó a la boca, la cosa lo mordió en el abdomen mientras que con las manos sujeto y empezó a jalar cada extremo de su cuerpo hasta que lo partió haciendo saltar sus intestinos muriendo casi al instante.
—¡Nooo! —gritó Bruno mientras corría hacia aquello que había acabado con la vida de su querido Werner.
—¡Cuidado!, son golems, golems de batalla— dijo alguien
A Bruno no le importo, esquivo un intento del golem por sujetarlo y cortó con su alabarda uno de su brazos y la clavó en medio de su pecho y la levantó cortándolo y haciendo volar la cabeza del golem por los aires.
18 guardias, el papa y 5 personas de su séquito fueron los únicos sobrevivientes de la emboscada de golems. La caja con las dagas de Longino había desaparecido pero Clemente no hizo mención de retroceder para buscarlas. Se sintieron seguros cuando salieron del camino secreto y tuvieron a la fortaleza armada de sant' angelo a unos cuantos pasos. Abrieron las puertas cuando fueron avistados por los vigías y cuando estaban por entrar oyeron un rugido, vieron moverse a una gran estatua que estaba adosada al muro. Sant'angelo tenía cuatro, una en cada muro, eran sus guardianes, autómatas de combate mecánicos y los habían despertado.
—Siempre pensé que el regalo que dio el gran Kan del sol naciente hace 80 años era simplemente unas enormes estatuas horribles —dijo el papa.
Giacomo se dirigía a la tienda del maestro cuando vio una María Magdalena que salía limpiándose la boca con el dorso de la mano.
—Tal vez él ahora esté de buen humor—pensó
Se asomó al interior y antes que pudiera decir algo, una voz le ordenó que entrara.
—¿Qué noticias me traes? —le pregunto mientras tomaba una jarra de agua y la vaciaba en un vaso.
—Hubo más de mil bajas en la basílica
—Previsible , después de todo es la
guardia suiza—dijo para después tomar el vaso.
—Y se perdieron 85 goles de..
—¡Qué! —digo el hombre, azotando el vaso en la mesa y derramando el vino de su interior
—Recuperamos 160 alabardas—esto pareció calmar un poco a aquel hombre.
—¿Y el papa?
—En Sant'angelo, y…—Giacomo titubeo—Han despertado a los guardianes.
—Los guardianes no me impresionan—dijo mientras tocaba la jarra de agua y se convertía en vino, desparramándose en la mesa.
—Esto si—dijo mientras metía la mano en el charco de vino y sacaba una hogaza de pan y un pescado.
—Pero aún no es mi tiempo, levantaremos el campamento y lo que sigue se lo dejaremos a los de siempre.
Se puso de pie y se acercó a Giacomo.
—Lo has hecho bien, tendrás un lugar arriba junto con los demás y conmigo
Giacomo sonrió y salió de la tienda a dar las instrucciones pertinentes, pero en cuanto pasó por la tienda de las Marías Magdalenas, tuvo sentimientos encontrados, sabia que vivian mejor ahí que en su lugares de origen, pero tenía una hermana y definitivamente no quería que ella fuera escogida por el maestro, pero si lo fuera, él no sabría qué hacer.
El papa Clemente VII estaba en los aposentos que le habían cedido en la fortaleza, estaba poniendo sobre la cama las dagas que se había atado al cuerpo, afortunadamente fue previsor pero también fue afortunado, de haber sido capturado, habría sido el fin, necesitaba buscar y escoger a hombres y mujeres valientes para repartirlas.
—Estás dagas, hechas con un extraño meteorito hace más de 1500 años, son lo único que puede matarlo, así como lo hicieron en ese tiempo—se dijo
La humanidad está en peligro, solo unos pocos entraran al paraíso, el paraíso de él, para los humanos que entren será la esclavitud eterna, para el resto será el fin total de la humanidad.
Queda poco para que el espíritu solar caliente al mundo con su presencia. Cuando se haga de día, yo seré colgado por ese crimen tan horrendo que cometí, pero antes de ello necesito que me escuches…
¡Escúchame! ¡Escucha mi historia! No soy un monstruo, soy una víctima, y sé que cuando sea juzgado en el otro mundo, seré juzgado como tal, pero no quiero que mi recuerdo quede manchado por este momento.
Todo empezó con un robo, robé una reliquia de un templo que creí abandonado. No lo hice por avaricia, lo hice por necesidad, el hambre me llevó a pecar contra los dioses y robar un viejo relicario.
Sabía que sería juzgado por los dioses, pero no contaba con ninguna baratija con la que hacer un trueque y llevaba días como mendicante, alimentándome de pan duro cuando la diosa de la fortuna se apiadaba de mí. Cuando encontré aquel pequeño santuario ni siquiera contaba ya con símbolos que designaran las deidades a las que estaba dedicado; así que cuando entré para poder pasar una noche bajo techo y vi aquel hermoso relicario, no dudé en llevármelo.
Cuando me quise dar cuenta, estaba escapando de un pueblo furibundo que creía que yo era un blasfemo que odiaba a los dioses. Como no dejaron explicarme, huí, confirmando sus creencias.
Y seguí huyendo hasta llegar a aquel maldito bosque, donde logré darles esquinazo adentrándome más y más en la frondosidad de los árboles. Si hubiera sabido qué me esperaba allí, me hubiera dejado atrapar, porque ningún castigo que aquellos lugareños pudieran aplicarme, se compararía con todo lo que vino luego.
Anduve durante días, siempre mirando por encima de mi hombro, temiendo que en cualquier momento esa furibunda muchedumbre estuviera a punto de atraparme; no sabía dónde ir, no quería volver en mis pasos, pero a decir verdad, no sabía si sería capaz aunque pusiera todo mi empeño en dicha tarea. Fue como si al avanzar un poco en el interior de esa maraña de árboles, estuviera en otro mundo; un mundo de gris, verde y marrón; un mundo muerto.
Los grandes árboles que hacían por momentos de paredes y techos de ese laberinto viviente era lo único que respiraba, no, no te confundas, no habían bestias muertas (al menos no en esos momentos), sino que no había nada más que en algún momento hubiera tenido vida; no habían aves, no habían bestias, no habían insectos… por no haber, no había ni siquiera otro tipo de vegetación. El suelo era un manto de tierra del que aquí y allá asomaban ramas como si los guardianes del lugar estuvieran pretendiendo escapar de esa prisión que se les había impuesto.
Pasé días sin probar una gota de agua; de haber sabido que ese sería mi destino, hubiera bebido de mi propia orina, pero la dejé correr por un tronco como si de una ofrenda al dios de los bosques se tratara; fue al poco de dar esquinazo a mis persecutores.
Cuatro días de vagar sin rumbo y al fin encontré agua; para entonces mi lengua estaba seca y áspera, de haber tenido que comunicarme con alguien habría sido incapaz. Al principio, al escuchar el murmullo de aquel arroyo, aunque supe que no se trataba de ningún animalejo ni, por supuesto, de otros hombres, temí que se tratara de una trampa de mi mente, desesperada por dar un trago por más inmunda que fuera el agua.
Ese arroyo, que era poco más que un hilillo líquido de alguna lluvia reciente, fue como un presente de los dioses. Sentí que perdonaban la afrenta que me había llevado a este punto y que todo fue un trabajo para purgar mi pecado. Me arrojé a un punto en el que se formaba un charco y bebí como si fuera una bestia de carga; tragué ese agua helada que me quemó el pecho y hundí mi rostro todo lo que pude. Cuando saqué mi cara del agua y tras respirar hondo con los ojos cerrados hallé el que era el segundo regalo que me daban los dioses: ante mí en la otra orilla vi tres pequeños hongos de un color algo pálido, casi como si estuvieran cubiertos de piel. No sé si siempre estuvieron ahí o aparecieron cuando cerré los ojos, porque era fácil pasarlos por alto por su tamaño.
Me lancé a agarrarlos y me metí los tres en la boca, tragando casi sin masticar. Su sabor era extraño; no desagradable, simplemente no me era familiar, aunque me recordaba a la carne. Tal vez, si en ese momento no me sintiera tan agradecido hacia los dioses me habría preguntado qué clase de hongos eran esos, pero no lo hice; lo que sí hice fue hacer una pequeña oración hacia los dioses que me estaban cuidando, la hice arrodillado en ese arroyuelo y cuando empezó a oscurecer pasé un condenado frío porque mis calzones seguía mojados.
Pero al menos ya no pasaría hambre, porque tras descubrir esos primeros hongos, y a medida que avanzaba empecé a encontrar más y más, en troncos y en raíces, en raíces y en troncos; era todo un banquete el que me di mientras avanzaba, sabiendo que me estaban dirigiendo a la salida de ese bosque… Entonces me desvié.
Ahora sé que no debí haberlo hecho, pero debes entenderme, llevaba días solo y tras encontrar estos presentes divinos, cuando los vi a lo lejos creí que eran también guías celestiales. Se trataba de un grupo de infantes que caminaban de manera parsimoniosa en la lejanía; a decir verdad, por poco no supe que estaban allí, porque al último de ellos lo vi por el rabillo del ojo y por un instante pensé que mi mente estaba demasiado abotargada; pero no, allí estaban.
Les llamé a gritos pero no se giraron; tratándose de este bosque muerto (porque aunque ahora habían hongos, por lo demás era el mismo laberinto de madera y tierra), supe que no era que no me escucharon, así que o fingieron no hacerlo, o no eran capaces.
¿Podría ser una comitiva de niños muertos? No parecían espectros, pero tampoco había encontrado ninguno antes para asegurar. Seguro que has escuchado sobre esos cuentos de niños que habitan los bosques sirviendo al invierno (mi madre me los contaba antes de fallecer para asustarme y que me portara bien), sin embargo de lo poco que sabía, el bosque que habitaban estaba mucho más al norte.
Aun así decidí acercarme a ellos, con las fuerzas que recuperé gracias al alimento y la bebida, de unas cuantas zancadas los alcancé y agarrando a uno por el hombro lo moví, pero no hizo caso, así que lo intenté con el siguiente, y con el siguiente. Al final decidí ponerme delante de la que precedía a estos tres en la cola y por un momento se quedó quieta, me observó y curiosa, y jamás olvidaré ese rostro, —te aseguro que esto será importante, lo entenderás luego, ya verás—. Esa niña tenía el rostro sucio como si hubiera estado jugando con barro, y su cabello era bastante corto, excepto por una larga trenza que le colgaba del hombro derecho; me sonrío antes de apartarse a un lado para volver a ponerse en la fila, siendo seguida por los tres que iban a la zaga.
Seguí probando de llamar la atención de todos, fuera zarandeándolos, o interponiéndome en su camino, pero ninguno parecía inmutarse de mi presencia, era como si solo esa niña estuviera conectada a este mundo para darse cuenta de que yo existía, y más adelante entendí el motivo.
Al fin llegué al segundo de la fila y fue entonces cuando sentí como si estuviera cayendo en un abismo interminable; el rostro que me observaba (porque esté también se dio cuenta de mi presencia) era el mío. No lo entiendas mal, no era yo, no era quien soy, sino quien fui; ese niño que me devolvía la mirada asustado (fuera por reconocerme, o por la expresión horrorizada de mi propio rostro) era yo cuando no era más que un infante.
Mis dedos se convirtieron en garras que clavé en sus hombros antes de zarandear violentamente.
«¡¿Quién eres?!», grité. «¡¿Quién roba mi rostro?!». No obtuve respuesta excepto por ese yo del pasado boqueando como si fuera un pez que hubieran acabado de sacar del agua. Lo arrojé al suelo y empecé a golpearlo violentamente contra este, y fue entonces cuando el resto de niños se dio cuenta de mi presencia y salieron en desbandada por el bosque, la imagen de este grupo de infantes que no era de este mundo escapando, como si el monstruo fuera yo, me distrajo lo suficiente como para que dejara de agarrar con fuerza a mi otro yo y no le mirara el tiempo necesario para que se escabullera junto a los demás.
Ahora sé que estos niños están relacionados con aquel tronco y lo que en él habita, y siento un pavor indescriptible preguntándome quién lideraba la fila. Yo estaba el segundo, ¿quién podría ir el primero? ¿Qué clase de demonio portaría el espíritu de niños para tentarme y con qué clase de fin avieso?
Sé lo que piensas, lo veo en tu rostro, crees que desvarío o, peor, que intento inventar un cuento para asustar a niños para justificar mi crimen, pero no; falta poco para llegar al punto más importante de la historia.
Tras ese encuentro mis pies no podían soportar mi peso, así que decidí pasar la noche allí mismo, apoyado en uno de los árboles; con el frío calándome los huesos, calándome el alma.
Cuando el bosque estuvo ligeramente iluminado por la poca luz que esos inmóviles guardianes permitían que alcanzara el suelo, me levanté y como guiado por una fuerza superior mis pasos me llevaron en una dirección concreta. Por supuesto que estaba siendo guiado; por aquello que habita en aquel tronco muerto.
La visión del lugar es complicada de explicar para alguien que no la haya vivido. Verás, era un claro en ese bosque; una redonda en cuyo centro se hallaba un tronco viejo y retorcido, completamente muerto, no puedo asegurar qué lo mató en su momento, pero viendo cómo había sido partido por el medio, me jugaría los pocos momentos de vida que me quedan por que la diosa de las tormentas decidió acabar con lo que en algún pasado lejano fue un árbol, y con lo que sea que vive en su interior. Eran unos mil pies desde la linde del bosque hasta ese tronco, y el claro formaba un círculo que no podría haber sido más perfecto si hubiera sido hecho por la mano de hombre.
Y era este círculo lo que mostraba claramente que aquello que vive allí es maligno, porque lo que vi fue a todas las bestias del bosque; por supuesto no pude hallarlas en mi travesía, porque todas se habían congregado aquí.
Las pocas que todavía vivían estaban a punto de desfallecer y unirse a sus compañeras; el millar de pies que me separaba de ese tronco, así como todo el resto del círculo, estaba repleto de cadáveres de bestias de diferentes tamaños; grandes corzos, pequeños lagartos, diminutos pájaros. Si no vi insectos fue porque seguramente cuerpos mayores cubrían los suyos.
Y desde donde estaba hasta el centro la podredumbre iba en aumento; los cuerpos que estaban a mis pies podrían perfectamente haber muerto unos momentos antes de que yo llegara allí, aunque, viendo el poder de ese ente, podrían llevar años muertos y ser esos esqueletos que adornaban los pies del tronco los que habían muerto recientemente.
La visión provocaba tal locura que necesitaba verla bien, así que empecé a recorrer el círculo despacio; intentaba no mirar directamente al tronco, pero la mirada se me iba a ese punto y era como si algo estuviera observándome todo el tiempo, incluso cuando no había ningún resquicio en el tronco por el cual pudiera hacerlo.
Recorrí el círculo despacio; intentaba no mirar directamente al tronco, pero la mirada se me iba a ese punto y aquel ente que reinaba sobre el bosque me devolvía la mirada.
Recorrí el círculo despacio; intentaba no mirar directamente al tronco, pero la mirada se me iba a ese punto y ese portador de destrucción me llamaba.
Recorrí el círculo despacio… Cuando quise darme cuenta llevaba más de una decena de vueltas y, aunque quise detenerme, mis pies siguieron avanzando, siguiendo la curva formada por los cuerpos.
Fue ahí cuando entendí la disposición de los mismos: habían caminado en círculos hasta morir de extenuación. No todos recorrieron el círculo en la misma dirección; alguna bestia parecía encarar a tronco como queriendo acercarse curiosa o enfrentarse a esa entidad con su último aliento; alguna bestia tenía el cuerpo en dirección al bosque, parecía intentar escapar de ahí sin ser capaz, como atrapada por el maléfico poder que guardaba el lugar; también algún que otro cuerpo no parecía apuntar a ningún lado concreto, siendo posible que algún otro animal intentara alimentarse durante su procesión mortuoria. ¿Crees que las aves volaban en círculos alrededor del tronco o recorrían su camino a pie? Tal vez mi espíritu no descanse en paz por este enigma; o tal vez mi espíritu no descanse en paz porque está marcado por aquello que me observaba, como algo de su propiedad.
Intenté detener mis pies pero cada vez me costaba más y también estaba acelerando, al poco tiempo estaba corriendo y entonces escuché una voz. Escuchar no es una palabra adecuada, pero es el único acto que serías capaz de comprender; supe, sin palabras, que aquello que moraba en el tronco quería que me acercara. ¿Para qué? ¿Podía ser que fuera por castigarme por lo que hice a su prole? ¿O acaso yo mismo siempre fui parte de su prole y ahora me quería de regreso?
Para acallar aquella voz recé, recé a gritos, recé durante horas hasta perder la voz, recé a cada dios y a cada diosa cuyo nombre recordaba, recé a dioses sin nombre, recé a mis antepasados, recé a mi madre. Recé.
Y en algún momento mis plegarias fueron escuchadas porque me tropecé con un largo hueso con el que no recordaba haberme cruzado antes. Fue un instante de duda por mi parte, pero más por la de aquel ente, que pareció sorprendido como si jamás le hubiera ocurrido algo semejante. Fue un instante de duda, pero fue lo suficiente para escapar.
Corrí como jamás había corrido nunca; no corrí así huyendo del ejército que asaltó mi hogar, no corrí así huyendo del pueblo furibundo tras robar la reliquia, no corrí así mientras mis pies estaban siendo guiados por ese ser para morir girando en su honor. Corrí, tropecé, caí, me levanté, corrí, tropecé, caí, me levanté; un ciclo que siguió hasta que en una de las caídas me rompí una pierna.
El dolor fue insoportable (todavía me cuesta soportarlo), pero me sentí aliviado porque estaba ante la salida del bosque.
Casi a rastras, avancé por un camino que se encontraba al costado de ese horripilante lugar, y desfallecí ante la primera casa que hallé. Sus moradores fueron amables, así que para agradecérselo les mentí. No les conté lo que había ocurrido en el bosque, ese mismo bosque que avanzaba a la par que el camino y que se hallaba por tras de su hogar, ¿cómo podía hacerlo?
Me dejaron recuperarme allí, pero cada noche despertaba sintiendo que lo que habita en aquel tronco muerto iba a salir del bosque a perseguirme, así que al final decidí seguir avanzando. Les entregué la reliquia, que ellos no reconocieron como la prueba del pecado contra los dioses, y me marché sin mirar atrás, porque temí que de hacerlo, algo me devolvería la mirada.
Y entonces, cojeando, avancé por el camino y llegué a este lugar; parecía un sitio de ensueño, el espíritu solar brillaba en sus calles, llenas de roca sólida, lejos del bosque, con gente, con animales, con plantas, sin árboles, lejos del bosque… ¿Lo entiendes? Ahí no debería haberme ocurrido nada; estaba lejos del bosque, debía estar a salvo.
Pero vi un grupo de niños jugando al lado de una fuente y me vino a la mente el recuerdo de todos aquellos niños del bosque y me asusté. Me acerqué a ellos, porque necesitaba asegurarme de que no eran aquellos, ¿qué haría si fuera así? Lo cierto es que la respuesta llegó pronto.
Ya veo el espíritu solar asomarse, me queda muy poco tiempo y debo acabar mi relato antes de que vengan a buscarme.
Al principio estaba aliviado, porque no reconocí ningún rostro, pero entonces, la vi.
Sí, creo que ya te lo imaginas. Esa niña tenía el rostro sucio como si hubiera estado jugando con barro, y su cabello era bastante corto, excepto por una larga trenza que le colgaba del hombro derecho; me sonrío antes de apartarse a un lado para volver a juntarse a sus amigos y seguir con cualquiera que fuera el juego que estaban jugando. Pero no llegó a hacerlo, porque en cuanto dio un par de pasos agarré su cuello por detrás y apreté.
Noté como se partía bajo mis manos como si se tratara de un montón de ramitas secas, pero seguí apretando; los niños empezaron a berrear, gritaron pidiendo ayuda, lloraron desesperados, pero seguí apretando; varios hombres vinieron a separarme de ese cuerpo ya sin vida, golpeándome con sus manos desnudas o con lo que pudieron agarrar, pero seguí apretando. Tuvieron que cortarme varios dedos de una mano para que al fin consiguieran apartarme de ese cuellito roto, pero seguí apretando.
Mi mano se ha quedado agarrotada en esa posición, y si no hubiera perdido los dedos de la otra, estaría en la misma posición.
Y ahora entiendes, ¿no? ¿Entiendes porque, aunque hice un crimen deleznable, no soy un monstruo? No sé si he acabado con un monstruo que se hace pasar por una niña, o salvé a una niña de un destino cruel, pero soy una víctima de una maldición de un ente oscuro.
Pero no importa, porque ahora ya está muerta y no tengo cómo deshacer mi acto; por eso te he contado mi historia, para que todos sepan la verdad. ¡No quise matar una niña, quise matar a un monstruo! ¡Cuenta a todos mi historia, porque a ti van a creerte!
Porque me crees, ¿no? Necesito morir sabiendo que alguien cree en mi historia, necesito saber que mi muerte no ha sido en vano, necesito saber que la existencia de aquel viejo tronco se conoce.
¿Lo oyes? Ya vienen a por mí, se me ha acabado el tiempo entre los vivos, pero sé que los dioses me juzgaran de manera cabal, verán que mis pecados contra ellos fueron por el hambre y que mis pecados contra los hombres fueron por la maldición.
No sabes cuánto agradezco que hayas confiado en mí para ser el guardián de mi historia. Espero que los dioses guarden tu camino, y tú guárdate de aquel bosque, mas sobre todo guárdate de lo que habita en aquel tronco muerto.
LO SIENTO CHICOS, PERO SE ME HA ECHADO EL TIEMPO ENCIMA
7 de Noviembre del 2022
Cierra el foro.
Que sí, que hace ya mucho que le diste la espalda. Por cuestiones de tiempo, otros intereses, una hija, series de televisión y las pocas ganas que uno tiene de ponerse a mirar un ordenador después de pasarse ocho horas al día frente a uno. Pero que mala excusa. Como si la televisión no fuese otra pantalla más a la que mirar embobado, o el dichoso móvil que siempre anda al alcance de la mano. Pero ahora cierra de verdad y es como aquél viejo bar en el que uno pasó tantas noches en su juventud y que un día te enteras de que ahora es un negocio de ropa y se te pone la piel de gallina al pensar lo rápido que pasa el tiempo y tú aún con esa cara de no haber entendido el chiste que te está contando la vida. Aunque, siendo honestos, por lo menos cierra a lo grande: con un reto de despedida. Esta vez no vas a dejar que te pille el tren, vas a preparar algo bueno y le vas a dedicar tiempo a repasar. A ver si esta vez tienes suerte y nadie te echa en cara tu pésima capacidad para entender dónde colocar las dichosas comas. Tú es que si a una frase no le metes una coma se te hace demasiado sencilla, por lo visto.
¿Y de qué hacemos la historia? Seguro que sacas al grandullón de paseo. Ese personaje que tanto has usado en tus relatos pero que nunca has conseguido entender del todo. Supongo que es en parte un alter ego tuyo, aunque no se te parezca en nada. Incluso diría que es tu perfecto opuesto: grande, corpulento, silencioso, triste y juicioso. Pelo largo y rostro simiesco, aguerrido.
Ya lo ves en lo alto de una loma batiendo con una vara las ramas de unos olivos, recogiendo los frutos de su por aquél entonces vida sedentaria de agricultor. Hay una mujer a su lado, de tez oscura y unas marcas, en brazos y rostro, demasiado rectas como para no haber sido causadas por algún cuchillo en otra vida pasada en la borda de un trirreme, acechando navíos desprevenidos. Aun así, sigue siendo hermosa y cada vez que su mirada se cruza con la de nuestro héroe —como en ese momento, mientras recoge las olivas que caen sobre las redes a los pies del árbol— lo hace con reverencia y furia, con unos ojos negros e intensos que fortalecen el lazo que les ha unido desde que sus caminos se encontraron. Hay también un niño, el hijo de ambos, algo desdibujado en el relato. Aunque es él el que divisa al pelotón de soldados que se adentra en su hacienda y advierte a sus padres de lo que acontece. Nuestro héroe otea el horizonte y asiente resignado. Siempre supo que ese día iba a llegar. Que tarde o temprano lo habrían encontrado. Deja en el suelo la vara con la que segundos antes sacudía los olivos. Es un día soleado de un cielo azul celeste impoluto y su esbelta figura —aún atlética después de tantos años— contrasta límpidamente en el horizonte. Se funde en un caluroso abrazo con su familia. Una despedida. Al cabo, emprende sus pasos hacia la entrada de su hacienda, donde ya ha llegado el pequeño pelotón. —Veo que aún guardas el mechón —le dice señalando una greña de cabello que sobresale del petate del hombre que lidera la tropa. Barba corta, llena de canas y una cicatriz alojada donde antaño hubo un ojo. —Lo llevo siempre conmigo —le responde sin apearse del caballo, esbozando una sonrisa. Se acerca a la puerta y enjuaga sus manos en una vasija de agua colocada sobre una repisa. Una repentina ráfaga de viento levanta su melena y sus ojos verdes posan la vista sobre lo que en los últimos quince años había sido su tierra, su casa, su escondite. —Este año el aceite va a ser estupendo. —Podrás disfrutar de él cuando hayamos terminado. Nuestro héroe sonríe y entra en la hacienda. Al rato vuelve con una yegua de pelaje ruano con un par de alforjas en los costados de la silla de montar, de una de ellas sobresale una espada de acero de empuñadura sencilla. —No creo que te haga falta esa —le dice el capitán del pelotón, señalando a la espada. El grandullón le mira con ojos tristes y pesarosos. —¿Nadie ha podido domarla? —La hoja te sigue esperando.
14 de Noviembre del 2022.
Joder, quedan apenas diez días para la fecha límite y, como no podría ser de otra manera, aquí estamos con la hoja en blanco. A ver si nos aplicamos.
¿Quizás esta noche? No, seguro que estás cansado, o la niña te pide que juegues con ella. Necesitas al menos tres o cuatro días para dejar el relato en la nevera, que repose un poco y luego releerlo y corregirlo como es debido. Como si alguna vez lo hubiese hecho, holgazán. Además, está la cláusula de meter algo del foro, alguna historia o suceso que evoque lo que ha sido, es y será para nosotros. Nikto lo pinta como algo fácil de encajar, pero seguro que sale forzado. Para ti el foro siempre serán tardes enteras con la vista puesta en el chat, discusiones, teatro improvisado a golpe de teclado, poesías, batallas de rimas y creatividad desbocada. ¿Qué fue de aquel muchacho? ¿En qué momento se convirtió en esa persona llena de canas, camisa abotonada hasta arriba y solo cifras de negocio y titulares de prensa en la cabeza? Ya no te acuerdas siquiera de hilvanar una frase decente. Cuando antaño eras capaz, bastante a menudo, de impregnar de melancolía cualquier relato corto, ya fuera romántico, épico, de ciencia ficción o apocalíptico. ¿Y ahora qué hacemos? ¿seguimos con el grandullón? Una historia mañida, que bebe de Añoranzas y Pesares y otras trilogías que antaño leías en apenas un par de semanas y que ahora descansan en tu biblioteca, escondidas en la parte de abajo, pues muy en el fondo la persona que eres, en la que te has convertido, reniega de aquel muchacho imberbe, apasionado de la fantasía que tan satisfecho estaba de haber creado, esbozado, una historia decente. O por lo menos de haberlo intentado. No te queda tiempo, ¿y cómo continuas la historia del grandullón? ¿Dónde nos habíamos quedado? Ah sí, ahí está, cabalgando a paso ligero con el pelotón que, dos párrafos antes, había ido en su búsqueda.
Ahora lleva una armadura pesada plateada, sencilla y añeja, pero de muy buena factura. Y en la cabeza un yelmo de acero bruñido, con dos cuernos del mismo material cuya punta había sido afilada a conciencia. Y la espada, su mayor condena. Quince años había pasado sin verla y no hubo una noche en que no hubiese soñado con ella y en lo que había sido capaz de hacer al empuñarla. Tiene un nombre, tienes que pensar en él y debe ser el nombre de una espada poderosa, que anida un ser maligno entre las vetas de hierro y carbono que aleadas conforman una hoja que en su momento atravesó las pieles de infieles, soldados, simples granjeros que empuñaron una guadaña para hacer frente al ejército del imperio para el que muy a su pesar él combatía y lo hacía con tal majestuosidad que incluso se había ganado un sobrenombre y muchas eran las leyendas que hablaban de aquél soldado del norte, con cuernos afilados en la cabeza, que en el fragor de la batalla perdía la cabeza y sesgaba la vida de sus oponentes con ojos rojos de rabia, idos, carcajadas y trance, furia y lágrimas y una espada que en sus manos daba rienda suelta a su sed de sangre humana. Un berserker, pues eso es lo que nuestro héroe era.
21 de Noviembre del 2022.
Quedan tres días y aún no has sido capaz de enfrentarte a la hoja en blanco.
Siempre puedes rescatar algún relato del pasado, recurso de última hora al que muchas veces has acudido. Pero no, este reto se merece un respeto, un homenaje a lo que este foro (y su antecesor) significaron en tu vida. Lo malo es que ya no te sientes tan cómodo con ese género que tanto te gustaba en la adolescencia. Ya ni siquiera le dedicas tiempo en tus momentos de lectura, que han ido variando a lo largo del tiempo, dándole más espacio a la novela negra, contemporánea o a los grandes clásicos que de vez en cuando te obligas a abordar. Pero lo tienes claro, lo echas de menos. A ese desvergonzado chaval que entraba en el foro con ansías de encontrar gente de todo el mundo con afinidades como las tuyas. Echas de menos esas ganas de crear, de aporrear un teclado mientras una historia se hilvana en tu mente y va tomando forma de manera casi espontánea, como si la historia hubiese estado esperando solo a que encontrases el tiempo de transcribirla. Que envidia aquellos tiempos en que la musa te visitaba tan a menudo. Aunque nunca le diese por concederte grandes obras, solo pequeños efluvios de creatividad. Pero eso fue el foro para ti: un espacio donde crear, donde reinventarse, trascender. Así que mañana pasarás de las meras divagaciones en la cama a los hechos. Ya está bien de esbozar una historia en tu cabeza, plántate de cara al ordenador, afróntalo. ¿Seguirás con el gigantón? La historia no da para mucho, pero te gusta la idea de repescar a uno de tus personajes favoritos y hacer uso de él para echar el broche final a esta época de tu vida. Lo recuperas en edad avanzada, retirado, afrontando su última batalla, cuando ya hace mucho tiempo que dejó de ser quién fue. Como, a su vez, ya hace mucho tiempo que dejaste de ser quien eras en este foro. Volvamos a él.
La batalla ha iniciado y nuestro héroe la observa con la mirada ausente, desde lo alto de un promontorio, esperando su momento. Los ejércitos de todas las naciones oprimidas por el imperio para el que él lucha afrontan con ardor su destino, a sabiendas que no habrá redención posible en caso de derrota. Les habían robado todo: su cultura, sus idiomas, tradiciones y ambiciones. Se habían convertido en una provincia más de un imperio intransigente que demandaba más y más tributos con el pretexto de ofrecerles una protección… de ellos mismos. Bien lo sabe él, pues entre los ejércitos aliados también está el que antaño fue su pueblo, una orgullosa tribu nórdica que había sido de las primeras en ser esclavizada y paulatinamente absorbida por el reino que todo lo abarca, el dominio de un Emperador inclemente, hombre de gran envergadura y tan musculoso como de un hombre de acción y carácter violento se podría esperar y que en esos momentos sonríe ladinamente a su lado. En todas las batallas que su ejército ha combatido, y siempre triunfado, su hoja se ha manchado de sangre. Y en todas ellas —o por lo menos desde el momento en que nuestro héroe había pasado de ser un mero esclavo a un soldado y elemento clave del ejército— han luchado codo con codo, disfrutando de cada miembro cercenado por sendas espadas malditas, forjadas bajo el uso de la brujería, que habían encontrado en aquél futuro emperador y en aquel nórdico esclavo los mejores vehículos donde dar rienda suelta a sus festines sangrientos. —Dime la verdad, echabas de menos esto —le espeta el emperador, después de quince años sin haberle dirigido la palabra. —Yo no soy como tú —responde el grandullón, con ojos tristes, mientras su mano derecha se entretiene acariciando el pomo de la espada. El emperador suelta una sonora carcajada. —En esos estamos de acuerdo. Tú no eres como yo, te he visto combatir en cientos de batallas y si algo me ha quedado claro es justo eso: tú eres mucho peor que yo. Ahora bien, ¿serás capaz de saber usarla después de tanto tiempo? —dice, aludiendo a la hoja que empuña y a tantos años escondido en su hacienda, iludiéndose de ser un granjero y un hombre libre. —Dará la talla. Siempre la ha dado —responde el hombre sin ojo, que está a su lado y que en otra vida había sido su comandante y mejor amigo. —Bueno, supongo que eso lo descubriremos en breve… nos toca a nosotros —responde el emperador, a la vez que desenfunda la espada y azuza las riendas de su caballo para adentrarse en el ardor de la batalla.
27 de Noviembre del 2022.
Han alargado el plazo.
Esto sería una buena noticia si ya tuvieses el relato a mitad, o por lo menos iniciado. Pero aquí estamos, de nuevo tumbados en la cama, con un brazo de la niña encima de la cara, intentando dormir de lado para evitar hacerle daño y con insomnio, tu gran compañero nocturno, con el que tantas veladas has pasado y que tan a menudo te acompaña en tus rememoraciones de tiempos mejores, pasados, oportunidades que nunca aprovechaste, viajes que nunca hiciste, ponerse en forma, escribir, ampliar tu cultura, ser más educado, meditar, hacer saber a tu pareja que le quieres y toda esa larga lista de cosas y buenas intenciones que cada noche decides emprender y cada mañana no son más que un recuerdo emborronado de una noche en vela viviendo una vida que nunca has tenido el coraje de hacer tuya. No seas tan severo. Eres buen padre y buena pareja, te mantienes en forma y aun sigues leyendo. Tienes muchos amigos y eres bueno en un trabajo que te da holgadamente para vivir. Y aún así, sientes que el tiempo, los años, han pasado tan deprisa que parecen meses y los meses parecen días. Te levantas y te miras al espejo. Siempre te miras al espejo. Eres tan hermoso cuando no eres tu mismo… Desayunas, llevas a la niña a la escuela y te pasas el día delante de un ordenador ingeniando fórmulas que descifren y simplifiquen esa maraña de números que se llaman empresa. Socializas, incluso pareces extrovertido. Y hablas de cosas banales, de nada en concreto, con acidez, superficial y siempre muy profesional, porque si algo has aprendido es que se te da bien ser un tipo formal, que muy a tu pesar encajas muy bien en este mundo y que, te guste o no, eres parte de él y los demás cuando te miran ven a alguien que no desentona, a un pantalón a juego con la camisa, un corte de pelo reciente y una máscara en la cara que a veces quisiera llorar o reír a corazón abierto pero que en cambio asiente taciturno a cada conversación que en realidad no estás escuchando, pues siempre andas perdido entre las ramas. Echas la mirada más allá de la ventana. Hay una mujer anciana sentada en un banco y da de comer a unas palomas. Lleva un abrigo viejo, ajado y un sombrero del mismo color y de vez en cuando saca un reloj de bolsillo y mira a su alrededor, como esperando a alguien. Tiene la mirada perdida, en otro momento, en otra vida. Suena el teléfono y hablas con uno de tus varios jefes. Le sirve algo, para ya. Claro que sí, está hecho. Vas a salir tarde otra vez de la oficina. Vuelves a mirar a través de la ventana y ves a la anciana caminando a pasos cortos, hacia su casa, saca el reloj y mira a la acera de enfrente. No hay nadie. Luego emprende sus pasos y vuelve a su casa y ese alguien que espera nunca ha llegado. Y entonces te giras y ves el ordenador encendido y tanto que hacer. Pasas tu vida delante de un teclado y no tienes ningún reloj de bolsillo. Llegas a casa tarde y cansado. La sonrisa de tu hija al llegar hace que todo valga la pena, te sientas en el sofá a escucharla, embobado. Está entusiasmada, eres su ídolo, su vara de medir, tiene tantas cosas que contarte. Pasas lo que queda de tarde a su lado, jugando a piratas. Y hete aquí de nuevo en la cama, con insomnio y sin haber escrito una maldita palabra y no tener ni idea de cómo empezar a hacerlo. No te gusta la historia que andas cavilando, demasiado mañida, pero visto los tiempos no te queda otra que usarla… ¿dónde habíamos dejado a nuestro héroe?
En el fragor de la batalla. Con la armadura llena de salpicaduras de sangre y uno de los cuernos del yelmo quebrado después de un encontronazo con un escudo de hierro. Ha perdido la cuenta de las vidas que sesgado. Tiene la mandíbula desencajada y los ojos abiertos en desmesura, vacíos, y sonríe. Un enclenque soldado se le acerca tímidamente con una espada corta, demasiado corta, estimulado por quién sabe que afán de gloria que en esos momentos puede leer en sus ojos se ha desvanecido. Está totalmente aterrado y el grandullón intuye que aquello que tiene delante no es más que un joven granjero, quizás con familia y seguramente con una madre anciana que todos los días reza por que la guerra le devuelva a su hijo vivo y sano. Le hiende la espada en un costado y lo deja en el suelo moribundo. Suelta una carcajada, totalmente ido, quiere llorar, enmendar todo el mal que está obrando, pero la hoja, esa espada maldita cuyo nombre aún no has decidido, anda sedienta y a pocos pasos encuentra una nueva presa, un rechoncho soldado, bravo y decidido que recibe un espadazo en el cogote. No hay nadie más al alcance, el suelo es un tapiz de cuerpos desmembrados. Ve a su amigo tuerto desencajar la espada del tórax de un soldado enemigo. Este le mira extraño, no con miedo, serio, triste y expectante. Sólo después dirige la mirada a su espalda, decidido, para volver al cabo a fijarla sobre el grandullón. Espera algo de él. Nuestro héroe se gira rápido, esperando encontrar un soldado en pos de atacarlo. A apenas cuatro metros de distancia ve al Emperador, con una sonrisa traviesa, diríase divertida, limpiando la sangre de su espada en la cota de mallas de uno de los cadáveres diseminados en el suelo. —Hemos nacido para esto —le dice. El grandullón vuelve momentáneamente en sí, reprimiendo el impulso que la hoja le imprime de buscar nuevas vidas que arrebatar. Odia a ese hombre, odia lo que ha hecho de él, lo que ha hecho a su pueblo y en lo que se muy a su pesar se ha convertido. Odio. Que bellas palabras para su espada. ¿Por qué no? ¿Por qué motivo no atacar a la fuente de todas las desgracias? Porque la espada nunca le dejó hacerlo. Hay un hechizo de por medio. Pero esta vez es diferente. Esta vez tiene una familia. Tiene a un hijo y a una mujer con los que volver. Quizás podría hacerlo si sigue obedeciendo lo que la espada le impone, quizás el emperador le dejase volver a su hacienda a pasar sus últimos días. Pero sabe que no será así, ahora que habían dado con él no dejarían que volviese a abandonarles. Era suyo. Pero esta vez tiene una familia. No puede volver sin haberlo intentado, sin haber luchado contra esa hoja y ese opresor fanático de la sangre. Así que aprieta los dientes y dice: —Siempre he querido matarte —y mientras las palabras salen de su boca siente un poder creciente recorrer su cuerpo. El Emperador sonríe primero, desde la seguridad que un hechizo forjado en las espadas que ambos empuñan le confiere. Pero luego entiende, algo ha cambiado. La espada ha sido domada y ahora es nuestro héroe el que decide como usarla. Se abalanza sobre el gigantón con una finta veloz y lanza una estocada hacia su cabeza. El fuerte sonido de las dos hojas al entrechocar resuena en el aire. Otras dos estocadas, que el grandullón repele con calma, sereno. El Emperador ha dejado de sonreír. —Mataré a toda tu familia, primero violaré a tu mujer y luego terminaré con la vida de tu hijo. Otro ataque fallido más, aire, demasiado lento. Nuestro héroe levanta la espada, armando el golpe definitivo. Piensa en decir algo adecuado, en esas últimas palabras que aquel tirano escuchará antes de morir. Decide optar por el silencio. El silbido de la espada cercenándole el cuello es el último sonido que el Emperador escucha antes de perder la vida. El grandullón cae exhausto al suelo, recostado entre cadáveres. Ve al hombre tuerto acercársele, serio y resoluto, y ve el pomo de su espada abalanzarse sobre su cabeza antes de perder el conocimiento.
2 de Diciembre del 2022.
Pues nada, a pasar vergüenza. Otra vez.
Has perdido la cuenta de las veces en que te has retirado de un reto con algún pretexto. “Lo siento chicos, pero se me ha echado el tiempo encima”. Tu última frase en el foro: una excusa barata. Hubieses querido cerrar tu historia con un precioso broche final, una historia como las de antaño, épica, repleta de fantasía e ideas frescas. Pero ya no eres aquel muchacho, se ha desvanecido en el tiempo, sustituido por este viejo cuarentón con barba blanca que ya no es capaz siquiera de tener una digestión tranquila. Pero nadie, ni siquiera tu pereza, te va a robar el tiempo pasado en los recovecos digitales que el foro albergaba. Te vienen miles de nombres, Tigana, Robereth, Sashka, Werther (te has pasado la vida escribiendo mal su Nick, no vayas a enmendarlo a última hora), Geralt, La Cabra, Celembor, Telcar, Theraxian y una lista sin fin de otros foreros (muchos de ellos inscritos en este reto) a los que nunca viste en persona pero con los que en algunos momentos fuiste capaz de mostrarte como realmente eras. Y ahora esta etapa se cierra, aunque para ti ya hace mucho que quedó atrás. Pero siempre pensaste que ese espacio creativo iba a estar al alcance para un hipotético mañana en que de nuevo la musa y las ganas de crear volvieran a hacerte visita. Cierra el foro. Y cuando sucederá volverás a ser ese padre de familia, ávido lector, que una vez fue un muchacho lleno de ideas, con ganas de romper esquemas y todo un futuro por delante que labrarse. No lo pierdas. A aquel muchacho, no lo pierdas. Llévalo siempre contigo. Escondido entre fórmulas de Excel, tasas de cambio, evolución del precio de los transportes, la reunión con las maestras de escuela de tu hija, la revisión del coche, la cena de empresa y la ropa planchada a juego con los zapatos. Encuéntrale un sitio entre todo aquello. Pues ese muchacho has sido tú, durante mucho tiempo y eso no te lo podrá arrebatar nadie. Saluda también a tu héroe, que en tantos relatos te ha acompañado y que bien se merece un final feliz. Ya lo ves tumbado en una camilla improvisada, con la frente vendada.
Despierta con la vista emborronada y lo primero que ve son unas gaviotas bailotear en el cielo. Advierte que la camilla se mueve al son del traqueteo del caballo por el cual viene transportada. Ve el rostro macilento y cansado de los soldados que lo preceden, un pequeño pelotón. Luego escucha una voz y otra que al cabo le responde. Un caballo se detiene y espera a llegar a su altura para luego continuar al paso. El hombre sin ojo lo cabalga. —Ya creía que no te despertarías —le dice, sonriendo. Solo entonces se da cuenta de que no está ligado, que viaja tumbado sobre una camilla con manos y pies libres de cualquier atadura. —El Emperador… —pregunta, confuso. —Ni siquiera él es capaz de sobrevivir a semejante estocada —lo dice sonriendo, con el rostro tranquilo, para sorpresa del grandullón. —¿Hacia dónde nos dirigimos? —pregunta de nuevo, confundido. Esa tierra, esos campos, esos olivos… —No creerás que me voy a ir sin probar ese aceite tan bueno de tu cosecha —El gigantón todavía no entiende, pero no ve peligro ni acritud en los ojos del hombre tuerto, el cual continúa diciendo —. ¿Sabes? Siempre supe donde andabas escondido. Un hombre de tu envergadura, con el tono de tu piel, no pasa desapercibido. Nuestro héroe asiente, pues en el fondo siempre pensó que aquellos quince años de vida libre, escondido en su hacienda, eran un regalo demasiado bueno para ser verdad. —¿Y por qué ahora? Después de tantos años… —Porque estaba enloqueciendo. Se había convertido en un tirano y esa espada le protegía de cualquier ataque. Solo tú podías poner fin a esta pesadilla. Reconoce el zigzag del sendero que andan atravesando y, no sin esfuerzo, levanta el torso y echa la mirada hacia donde sabe se encuentra su casa. Ve a una mujer a lo lejos, de tez oscura, con un niño abrazado a su cintura. —¿Y ahora? —le pregunta al hombre sin ojo, temeroso. —Ahora es tiempo de reposar y de volver con tu familia. A pesar de todo ganamos la batalla, pero es el momento de reconstruir este imperio. Pero esa es otra aventura que mucho me temo no necesitará de tu ayuda. Te has ganado un merecido descanso. El pelotón se adentra en la última curva antes de llegar a su hacienda. Había visto demasiada gente morir y muchos de ellos a través de su espada. Había sido un guerrero, un viajero, esclavo y soldado. Y ahora le esperaba una vida tranquila con su familia, en una hacienda en lo alto de un promontorio.
Y ya no habrá escritor que lo saque de nuevo de aquella vida, pues no habrá un foro donde alojar sus aventuras.
Una sombra se extendía lánguida por las tierras del valle desértico, en lo que otros tiempos habían sido tierras fértiles. Un vergel perdido. Primero la tierra se abrió, sus grietas como cicatrices en la carne. Luego la arena fluyó con el viento y cubrió las zonas bajas hasta donde alcanzaba la vista. El tiempo tenía tendencia a esculpir el paisaje y el abandono era su mejor aliado… pero esa sombra. Esa sombra todavía débil se extendía audaz por todo aquello que había abandonado el hombre.
Anomander Rake, el hijo de Madre Oscuridad, agitó su melena plateada a ese viento que traía la sospecha de un nuevo cambio, uno que acompañaba al abandono como la última firma de la conquista de ese maldito desierto. Eran susurros que solo el oído atento podía interpretar. Un olor extraño en las sendas. Rake abrió parcialmente Kurald Galain a modo de precaución y miró a los lados ante el más tenue cambio en el ambiente. De pronto el mismo viento amainó y un gritó agónico salió de la misma tierra. Giró su rostro de piel negra como el carbón y con él sus ojos verde esmeralda hacia un encapuchado que había aparecido de la nada. Su rostro, bajo el sudario, lo cubría una máscara espejo y sus brazos desaparecían bajo las holgadas mangas.
—Y bien, ¿qué eres?
—Soy Olvido y tú te encuentras en un mundo que, por su larga agonía, he decido reclamar para mí… Anomandaris.
Anomander Rake miró a la enclenque figura una vez más. De algún modo podía percibir un poder como no había visto antes.
—¿Cómo conoces mi nombre?
—Yo siempre recuerdo aquello que los demás olvidan.
—No importa, no voy a permitir que reclames algo que no te pertenece. Este mundo, Fantasitura, ha sufrido antes a tiranos que creían poder reclamar como suyo una porción de su riqueza. Criatura, seas lo que seas, solo te pertenece el suelo donde tus pies apoyan y ellos no pueden abarcar este vasto mundo.
—Ahí te confundes, Anomandaris —el encapuchado caminó hacia él y este se fijó que las huellas que dejaba atrás, sobre la arena, desparecían tras un breve instante—. Mis pies pisan desacralizando todo a su paso, aplastando la esencia del mismo recuerdo dentro de un pozo insondable. Porque, yo, Olvido, soy inexorable.
Anomander desenfundó Dragnipur y señaló en horizontal hacia el amenazante encapuchado.
—Pronto comprobarás que la naturaleza de mi espada también lo es.
La arena se agitó con temblores efervescentes allá donde miraba. Bultos que supuraban desde la tierra alrededor de Olvido. De ellos salieron criaturas horrendas, deformes, sin rostro, algunos prácticamente esqueletos andantes, otros con la espalda cubierta de púas como un erizo y con garras del tamaño de falanges humanas. Otras criaturas de naturalezas similar, pero aladas, opacaron el sol en violenta bandada y descendieron sobre Rake.
Antes siquiera de que se hubiese percatado de lo peligrosa de su situación, estaba rodeado por cielo y tierra.
—Estos son mis hijos, los Depredadores de Recuerdos, vástagos de Olvido, y devoraran para mí hasta la última porción de Fantasitura. Y tú, hijo de Oscuridad, no habrá nada que puedas hacer para evitarlo.
Las criaturas terrestres se alzaron con velocidad sobre Rake. Un barrido horizontal de Dragnipur segó la vida de al menos cuatro criaturas, atando sus almas para siempre. Pero eran demasiados. Notó la piel abriéndose allá donde la garras lo alcanzaban y con una mueca de rabia, abrió Kurald Galain y una explosión de zarcillos negros reventó contra la marabunta destrozando a decenas de criaturas.
Anomander Rake llevó su vista al cielo. La amenaza estaba lejos de acabar. La bandada voladora de Depredadores bajó inclemente contra él. Rake frunció el ceño, contrariado. Como soletaken decidió que era el momento de asumir su forma dracónica. Las criaturas se lanzaron en picado y una nube de arena se alzó oscureciendo la atmósfera a su alrededor cuando impactaron contra el suelo.
Entre la espesa calima formada se asomaron unas alas negras gigantescas. Un dragón, oscuro y de crines plateadas, alzó el vuelo destruyendo, con sus garras y dientes, a las criaturas como si fueran simples insectos… pero seguía había demasiados, el ejército de esas alimañas era cada vez más amplio. Impactaron suicidas contra sus alas y perforaron sus escamas. Se arrojaron a miles sujetándose a él como garrapatas y Rake, comprometido, alzó el vuelo en un torbellino expulsándolos de su cuerpo.
Por fin solo, por encima de las nubes de Fantasitura. Miró abajo y comprobó como el enjambre se reagrupaba.
Decidió que era más importante hacer saber a un viejo grupo de compañeros lo que se avecinaba, que arriesgarse por arrogancia a dejar el destino de Fantasitura en manos de Olvido.
Las criaturas llegaron zumbando, con las garras en alto y el dragón les rugió con el orgullo herido por tener que anteponer su responsabilidad al desafío que tanto anhelaba.
Una senda se abrió, una brecha oscura sobre el cielo. El enorme dragón desapareció en su interior.
Rincewind miraba con el ojo derecho palpitante a su desgraciado e indolente compañero. Kvothe tocaba el laúd, en la posada Roca de Guia, con un talento innato que bien podía competir con el más laureado de los músicos, cada nota era mecida en una sucesión armónica meditada, ninguno de sus dedos se movía al azar y su maldita voz… y las mujeres que lo miraban embelesadas… y las sonrisas ladinas que les devolvía sin que ello supusiese el más mínimo arpegio a destiempo… Definitivamente aquel hombre era insufrible. Una mezcla indescriptible de talentos y arrogancia a iguales partes. Porque además de la música, el pelirrojo, dominaba la espada y una extraña clase de magia —a la que él denominaba nominación— como pocos. Rincewind sentía envidia, después de todo él solo conocía un hechizo y este tenía tendencia a ignorar su voluntad. Era una situación parecida a cuando levantas la mano al mesero por enésima vez y este respondía rebasándote con indiferente indolencia.
Kvothe por fin terminó y se acercó a unas damas que suspiraban encantadas con su atención. Rincewind bufó y miró al otro lado de su mesa donde una sombra bajo un sudario acababa de sentarse. Las manos esqueléticas, una oscuridad impenetrable en su rostro. La última moda en instrumental de labranza apoyada contra su huesudo hombro.
«Oh no, oh no».
Rincewind estuvo a punto de levantarse, pero la muerte le hizo un gesto amenazante con una falange al mismo tiempo que, con la guadaña extendida, le cortaba la salida del banco.
—VAS A ESCUCHARME, NO ESTOY AQUÍ PARA LLEVARTE, HACE TIEMPO QUE HE DESISTIDO. ¿PIENSAS QUE LO HAGO POR GUSTO? ENTRE TODOS MIS CLIENTES TÚ ERES EL QUE MÁS ABORREZCO.
Rincewind, lejos de tranquilizarse con la noticia, se sintió molesto con el comentario. De algún modo, aunque se tratase de la mismísima muerte, que lo ignoraran deliberadamente no dejaba de ser un desprecio. Aun así, en un ejercicio de sabiduría, decidió que no era el momento de discutir. La muerte parecía estresada, más que el contable de los Lannister cuando llegaba la declaración trimestral.
—ESTOY AQUÍ PARA ADVERTIR A LA SSM QUE NO SE INMISCUYA, MI PRIMO HA DECIDIDO PONER FIN A UN MUNDO ENTERO, NO HAY NADA QUE PODAÍS HACER PARA EVITARLO Y SI LO INTENTAIS… PERJUDICAREIS EL EQUILIBRIO DE LOS MUNDOS. ¿ME HAS OÍDO MALDITO INGRATO? —Rincewind asintió con los labios fruncidos—. BIEN, PUES HE ACABADO. SI ME DISCULPAS, ME VOY, QUE ESTO ES UN NO PARAR. Y NO, NO ME PAGAN LAS HORAS EXTRAS. EL SINDICATO DE PARCAS ESTÁ LLENO DE BURÓCRATAS ACOMODADOS QUE…
El resto de la queja se perdió en un murmullo mientras se alejaba. De pronto, un poco más allá de por donde la Muerte se había ido, se escucharon gritos de terror y Kvothe apareció arrastrando al Equipaje con esfuerzo, y este, mientras agitaba sus cientos de patitas en el aire, parecía mirarlo suplicante con los dos nudos que dibujaba la madera en su cubierta frontal.
—¡Se acaba de comer al ebanista del pueblo, Rincewind! ¡Esto no puede seguir así!
—¡Oh! Puede que esta vez fuera algo personal —respondió encogiéndose de hombros.
—Tienes que controlar tu equipaje, no puede ir por ahí comiendo a la gente.
—Te he dicho que no es mío. Es de Dosflores y me pidió que lo cuidara mientras hacía turismo por Mordor… de eso hace tres años.
Kvothe cogió aire para protestar pero de pronto algo atravesó la puerta, batiéndola, voló en un remolino y se posó delante de sus miradas. ¿Era una carta? Sí, indudablemente lo era, solo que una vociferadora. Esta se abrió de pronto formando unos labios y comenzó a despotricar:
«Hola, Rincewind, esperó que tengas a Equipaje a buen recaudo y a el Hechizo bajo control, de no ser así esta vez informaré al Departamento del Uso Indebido de la Magia —dijo en tono de reproche y luego se giró hacia el pelirrojo poniendo la típica voz dulce de chiquilla encandilada—. Hola, Kvothe, espero que todo te vaya bien. Sucede algo de suma importancia y nos reuniremos donde siempre, esta misma noche —la carta se giró por última vez hacia el magucho recuperando su tono recriminante—. Tú también deberías venir.
Hermione Granger».
Kvothe lo miró intrigado, desconocía por completo lo que les esperaba en esa reunión. Rincewind, sin embargo, no podía evitar recordar su reciente conversación con la Muerte.
El Hogar del Libro era una de esas grandes cadenas que había convertido el tradicional negocio personalizado de la venta de libros en uno más acorde al concepto de capitalismo tardío de Ernest Mandel. Gandalf estaba de pie, frente a la mesa de reuniones, meditando sobre en que cabecera debía sentarse. Era una mesa redonda, lo que no facilitaba la decisión; y no, no es que fuera idiota, simplemente era consciente de que con su altura portentosa y su sombrero picudo tenía una presencia imponente así que el lugar que en que se sentara se convertiría inmediatamente en la referencia. Lo que hacía que no fuera una decisión baladí. Lo mejor sería de frente a la ventana, así los demás no se distraerían con facilidad… pero corría el riesgo de ser él quien se distrajera con peatones.
Difícil decisión.
Mientras algunas personas curioseaban entre las secciones de libros. Los que más captaban su atención iban sobre vampiros brillantes y hombres lobos fuertemente sexualizados, sobre los libros de un japonés con gran afición por escribir sobre cosas tristes y sobre un conejo brasileño experto en resoluciones filosóficas que resultarían evidentes hasta para Rincewind.
Un ruido de diferentes voces en el servicio le anunció que los miembros de la SSM comenzaban a llegar a la reunión, por lo que tomó la primera silla que le dictó el instinto.
«En caso de duda, sigue a tu olfato», se recordó.
La primera en llegar fue Hermione, nada extraño en eso. Detrás iba Arya Stark, caminando rígida como un palo de escoba. Tampoco extraño. Luego apareció Shallan Davar, portando una coraza de altivez y hablando sola en apariencia, aunque Gandalf se había fijado más veces en como hablaba con aquel ente invisible al que denominaba Patrón. A continuación llegaron Kvothe y Rincewind en una acalorada discusión sobre quien pendía la responsabilidad sobre cierto cofre con patas. Finalmente fue Geralt de Rivia el que entró en la biblioteca con cara de pocos amigos y bajo el tintinear de sus espuelas. Se sentó con los ojos entrecerrados frente a Gandalf.
Todos y cada uno estaban sentados sobre la mesa y aun así había un hueco libre. Gandalf sabía que no tardaría en cubrirse. Y así fue, Anomander Rake, el hijo de la madre Oscuridad salió sin disimulo de una apertura oscura en el aire. La gente de la biblioteca se alertó en sobremanera y si no fuera por el rápido hechizo desmemorizante de Hermione Granger tal vez el planeta tierra habría descubierto por fin la existencia de la magia y esos pobres incautos dejarían de pensar que se trataba de una reunión de frikis con atrezo del bueno.
—Deberías ser más cuidadoso cuando reveles tu presencia en este mundo —aleccionó Granger. Si algo le gustaba a esa muchacha es que le diesen la opción de aleccionar… eso y levantar la mano a la más mínima oportunidad para hacer patente su superioridad intelectual.
—Estoy más preocupado por la seguridad de otro mundo —dijo Rake, todavía de pie con su radiante armadura sobre la mesa—. Fantasitura necesita ayuda, una entidad llamada Olvido va a consumirla.
Un carraspeó tímido.
—Ejem… No podemos… Ejem.
—Rincewind, nuestro honorable miembro en representación de la Universidad Invisible… si hay algo que desees decir, ¡habla claro! —exclamó Gandalf.
—La muerte… me ha visitado. Dice que no debemos intervenir, algo del equilibrio de los mundos y bla bla.
—¿Otra vez la conjunción de las esferas? —preguntó Geralt atónito.
Rincewind se encogió de hombros.
—No sé, la muerte dijo algo de que las consecuencias de nuestra intervención serían imprevisibles. Supongo que se referirá a algo como que las tostadas comenzarían a caer del lado sin untar o que los viernes pasarían a sentirse como los lunes, ¿os imagináis? En fin, cosas terribles… terribles.
Gandalf agitó su bastón contra la baldosa para poner orden.
—Estamos ante un evento de gran alcance —dijo Gandalf mirando a los presentes con ojos nostálgicos— Nuestra participación, o no, tendrá consecuencias. Aunque decidiésemos ayudar es probable que ya este todo perdido y no podríamos salvar Fantasitura de la plaga que supone Olvido. Pienso que la única manera de ayudar sería protegiendo su legendario archivo, allí se guardan todas las historias que ha vivido esa fantástica tierra. Salvando su recuerdo haríamos pervivir a sus mismos y legendarios héroes. Héroes como el mítico Cabromagno, un ser con la fuerza de doscientos hombres y la inteligencia de un par de cabras; el Guardián Ciego, un astrólogo con el potencial para ver el futuro en las estrellas, y que el destino, traicionero, quiso que fuera invidente de nacimiento; Celembor, el elfo pirata, capaz de navegar airoso por los siete mares, pero incapaz de encontrar la salida de un solo burdel y Nikto, el Dios invisible, fiel admirador de la política no intervencionista. Como estos hubo muchos otros héroes para los que no tengo tiempo en esta diatriba, pero que igualmente me arriesgaré a mencionar: Muad el Charrúa, Duncan el Deslenguado, Alhazred Rey del Rol, Zarono el Implacable, Avaran Bovinae Celestis, Pafman Pluma Suprema y para finalizar una criatura hermosa y terrible a la vez, cuya lengua podía elevar tu espíritu o atarte en las tinieblas donde se extienden las sombras en la tierra de… —toses, de esas que tratan de indicar que te has desviado del tema o que estás a punto de incidir en un delito contra los derechos de autor, comenzaron a sonar por doquier y Gandalf alzó sus bondadosos ojos alejando la oscuridad que había empezado a rodearle y finalizó su discurso con una sonrisa amable— JPQ el Crítico Literario.
—En fin —dijo Rincewind poniéndose en pie y arriesgando toda su capacidad intelectual en el arranque de su discurso—, la Sociedad por la Salvaguarda de los Mundos ha estado aquí desde mucho antes que nosotros y siempre ha respondido contra una amenaza… pero en este caso es una natural. El olvido es parte presente en toda la creación, la última parte de un ciclo. Si a Fantasitura le ha llegado su momento, dudo que sea sabio remar contra la marea.
Se volvió a sentar satisfecho.
—¿Y no es lo que hace siempre la vida —intervino para sorpresa de todos Shallan, que siempre solía hacer ejercicios maestros de timidez en las reuniones— luchar contra el olvido hasta que no queda otra?
Geralt de Rivia suspiró y se puso en pie con semblante serio. Las palabras de la muchacha tenían pinta de haber tocado algo en su interior, pero por supuesto no se trasmitió a su férrea fachada, ni siquiera se notó el más leve matiz de emoción en su voz. Y aun así miró a la muchacha con un leve brillo de reconocimiento.
—Por desgracia para mí, ella está en lo cierto. ¿Desde cuándo nos rendimos ante aquello que parece no tener solución, sin ni siquiera antes intentarlo? Si hay una manera, por remota que sea, contad con mi espada de plata.
—Y con mi laúd —dijo Kvothe apoyándolo también sobre la mesa, y aunque todos pensaban que bromeaba, hablaba en serio.
—Y con Patrón —Shallan Davar había invocado una increíblemente bella espada esquirlada.
—Y con aguja —dijo Arya Stark.
Hermione añadió su varita a la colección e incluso Anomander Rake puso a la pesada Dragnipur sobre la mesa. Gandalf finalmente con una sonrisa entrañable apoyó también su bastón. Rincewind nervioso ante la locura colectiva rebuscó entre sus bolsillos y encontró unas monedas, un chicle y unas pelusillas.
—Y cuenta con… esta… guarrada. —murmuró finalmente.
Desde luego, iban a hacer justo lo que la misma Muerte le había advertido que no hicieran. Al menos estaba tranquilo, tenía una preocupación menos, había conseguido distraer al Equipaje en un almacén de Ikea, así que dudaba que volviera a verlo, eses lugares estaban hechos solo para que entraras.
El portal se cerró tras él y Geralt vomitó en unos matorrales, se limpió con la manga y miró en la distancia. El cielo y las nubes dibujaban tonos anaranjados antinaturales como si a un pintor ebrio se le hubiese acabado el azul y hubiese pensando que una atmósfera infernal hacía buen juego con la tierra yerma. Su fiel corcel le bufó en la oreja demandando su atención.
—Lo sé, Sardinilla, aquí no hay mucho donde pastar. Quiero pensar que no nos quedaremos demasiado.
Al fondo del paisaje había una estructura de cuento de hadas, torres que crecían ornamentadas sobre cientos de metros de altura rodeando un gigantesco cimborrio. Las cariátides sobresalían como guardianes de las columnas que rodeaban toda la fachada del conjunto. Una catedral que todavía se sostenía ilesa entre las gigantescas grietas que asolaban Fantasitura. Era sin duda alguna un milagro, o no… Después de todo, aquel era el corazón de ese mundo. El Archivo. Probablemente el plato más sabroso para el apetito voraz de Olvido.
Geralt guió a Sardinilla hasta la imponente entrada Oeste del Archivo que desembocaba en una pequeña plazoleta donde la baldosa ya se encontraba agrietada. Él se encargaría de defender esa entrada junto con Arya Stark, así lo habían acordado. Kvothe, por su parte, defendería la puerta trasera del monumental templo con Rincewind; Shallan Davar y Hermione Granger defenderían la puerta este y, mientras, Gandalf y Anomander Rake, se encargarían de la puerta principal.
Geralt maldijo, como era posible que la muchacha ya estuviese allí sentada.
—Arya…
—Geralt.
—Para ser tan joven tus ojos lucen…
—¿Veteranos?
—Arrogantes.
Arya sonrió.
—Una actitud orgullosa puede salvarte cuando provienes de un mundo cruel y despiadado como el mío.
—Yo, en cambio, comprendí que el orgullo y la arrogancia, aunque son una defensa para ser diferente, son una lamentable defensa.
—¿Me juzgas? Si comprendieras por lo que he pasado…
Geralt se encogió de hombros.
—Asqueroso es el mundo alrededor. Pero esa no es razón para que nosotros todos nos volvamos asquerosos.
Arya lo examinó con fijeza.
—Tu voz es la de la resignación y eso me hace dudar de que hace alguien como tú en este grupo. ¿No crees realmente que podamos salvar este lugar, verdad?
Entonces Geralt desmontó de sardinilla, desenfundo su espada de plata, miró a las criaturas que se acercaban por el horizonte y dijo:
—Ayer por la noche pensaba en salvar toda Fantasitura. Esta mañana en salvar su Archivo. Pero, en fin, hay que tomar tareas a la medida de nuestras fuerzas. Y salvar lo que se puede.
Sentados sobre dos guijarros, sobre el suelo sin pavimentar de la puerta trasera del complejo del Archivo, se encontraban Rincewind y Kvothe. El pelirrojo hizo sonar una última vez su laúd en una preciosa melodía en la que mentaba a una tal Denna, con amor sin duda, pero también con resentimiento. Luego dejó el instrumento con cariño entre las piedras y miró a lo lejos.
—¿Estas bien? —Le preguntó Rincewind.
—Algo… vacío. No me hagas caso.
—No, me gustaría tratar de entenderlo, ¿es por algo en especial? —Kvothe se quedó en silencio—. Vamos anda, igual morimos esta tarde, dedícame unas palabras.
—Las palabras pueden hacer prender el fuego en la mente de los hombres. Las palabras pueden arrancarles lágrimas a los corazones más duros.
—Y aun así… deseo oírlas.
Suspiró.
—He viajado a lo largo y ancho de mi mundo, he conocido a mujeres increíbles, he sido héroe y villano, he estudiado simpatía y nominación en la Universidad y he aprendido esgrima con los Adem… he tocado canciones que hacen llorar a los bardos… He hecho tantas cosas que otros hombres considerarían maravillosas, recuerdos imborrables que, sin embargo, no evitan que me sienta vacío hoy día.
Rincewind asintió comprensivo.
—Una vez conocí a alguien, alguien que me regaló su equipaje…
—Sabía que era tuyo…
—Ejem… Ese alguien viajó mucho y vivió muchas aventuras. Ese alguien me dijo una cosa una vez que no comprendí. Me dijo: «lo importante de tener muchas cosas que recordar es ir a algún sitio a recordarlas. No habrás estado en ninguna parte hasta que no vuelves a casa». Ahora creo que entiendo lo que quería decirme. Tal vez deberías regresar a tú hogar. Cuando lo hagas puede que mires esos recuerdos de otro modo.
Kvothe sonrió con ternura al valorar las palabras más sabias que había oído en mucho tiempo… Pero el hogar está donde están aquellos que amas. Rincewind no podía saberlo. El de Kvothe era un hogar inalcanzable.
Shallan y Hermione no tuvieron una conversación tan profunda como la de nuestros otros amigos. Unos dicen que porque el narrador no estaba tan versado en la exploración del insondable y pasional carácter femenino.
Paparruchas.
El narrador entiende de mujeres.
La realidad tiene más que ver con el límite de palabras y de hecho algo parecido le sucedió a Anomander Rake y nuestro amado Gandalf. En su caso estuvo motivado en la posible falta de interés de los lectores hacia la conversación de estos, que fue de lo más aburrida. ¿Qué esperáis que suceda cuando el Caballero de la Gran Casa de Oscuridad, el Señor de Engendro de Luna, habla con un Istari, un Maiar nacido del pensamiento de Íluvatar?¡Pues claro! Fue de carácter filosófico y teológico. ¡Una auténtica disertación sobre donde empieza o termina la frente de un calvo!
El caso fue que estaban a punto de hallar una respuesta cuando se vieron interrumpidos por el mismo Olvido, que caminó arrastrando su sudario, ni corto ni perezoso, hasta las mismas escaleras de entrada al Archivo de Fantasitura.
—Mithrandir, Anomandaris —dijo—, si abandonáis este mundo a su suerte, os dejaré salvaguardar vuestras vidas y las de vuestros colegas.
Rake desenfundó a Dragnipur. Gandalf hizo lo propio con su espada Glamdring y eso pareció dar por zanjado cualquier espacio para la diplomacia. Miles de criaturas comenzaron a salir entre las grietas. Se lanzaron contra los dos héroes y Anomander abrió Kurald Galain y extrajo su poder en forma de una llamarada negra que derritió la carne de una cincuentena de criaturas. Gandalf se lo quedó mirando perplejo.
—¿Lo desapruebas? —preguntó Rake.
Gandalf negó.
—Oscuridad para asuntos oscuros. Haz lo que tengas que hacer, nuestras posibilidades son…
—No hay lucha demasiado inmensa, MIthrandir, no hay probabilidades demasiado abrumadoras, pues incluso si fracasásemos, si cayésemos, sabríamos que hemos vivido.
El mago sonrió.
—Cierto, después de todo, lo único que podemos decidir es qué hacer con el tiempo que se nos ha dado —Gandalf se volvió hacia las criaturas, alzó su bastón y gritó—: ¡Llama de Udûn!
En la puerta este Shallan destrozaba a las alimañas con la espada esquirlada mientras creaba ilusiones absorbiendo la luz tormentosa de las esferas que llevaba en su bolsa. Un monstruo saltó sobre ella e inutilizó su mitad inferior agitando a Patrón. Eso le impidió ver a otra criatura que se le acercaba con las zarpas abiertas por la espalda.
Hermione gritó Depulso agitando su varita y la criatura salió volando por los aires impidiéndole alcanzar a Shallan.
Las dos mujeres tuvieron que retroceder escaleras arriba e ir cediendo terreno a las criaturas que no desistían pese a las continuas bajas.
En la puerta Oeste, Geralt hacía bailar su espada de plata. Primero el brazo de una criatura salió volando, luego una pierna y la criatura se desplomó. Una floritura y clavó la espada en su nuca. Se acercó otro monstruo. Con la mano izquierda hizo el gesto de la señal Igni y lo llenó de llamas. Arrancó la espada y chorreó sangre negra. No le daban tregua. Cambió de señal y con Aard empujó a las criaturas lo suficiente como para darse un respiro.
Arya Stark danzaba, era la mejor manera de definirlo. Perforaba a las criaturas con esa pequeña espada una y otra vez y luchaba sobre una montaña de cuerpos. Trataban de alcanzarla pero era más rápida, más ágil, más pequeña y flexible. Las criaturas no tenían opción… pero era una cuestión de números…
—¡Al interior, retirada! —gritó Geralt.
Kvothe esgrimía su espada, Delirio, un arma fría como la ceniza sobre la nieve —si es que eso significa algo—, con una sola mano. Las criaturas caían a sus pies como simples insectos. Luchaba con elegancia: estocadas certeras, cortes limpios y guardias perfectas. Su despliegue de esgrima equivaldría a una pieza maestra en lo que a música se refiere. Pero por supuesto no era suficiente; estaba defendiendo él solo la puerta… Ricewind… en fin, era Ricewind y estaba más ocupado salvando su propio pellejo.
Las criaturas comenzaron a rodear a Kvothe que de pronto comenzó a sentirse agobiado. Saltaron formando una montaña sobre él y Rincewind se asustó y lo dio por perdido.
Entonces sucedió.
Las criaturas comenzaron a levitar poco a poco alrededor de Kvothe, que de rodillas alzó su mentón agitando su melena roja al viento. Su mirada era la viva imagen de la determinación… y sexy, sobre todo sexy. Rincewind hubiera deseado ser la mitad de la mitad de guay que Kvothe, es más, le habría bastado ser la mitad de una partícula subatómica de guay que Kvothe, ya que el pelirrojo, de alguna manera que solo la magia podría explicar, había llamado al viento y todas las criaturas a su alrededor habían comenzado a salir despedidas en un torbellino.Y el viento ni siquiera lo había despeinado.
Aun así lo que fuera que había hecho Kvothe lo había debilitado, pero había sido tan efectivo que les había dado unos valiosisimos minutos para retirarse a una posición más segura. Rincewind arrastró a Kvothe hasta la puerta y la abrió. Antes de cruzar miró al cielo.
Un enorme dragón de melena plateada se enfrentaba, apoyado sobre una de las torres del Archivo, a centenares de criaturas voladoras.
Horas después todos los héroes de la Sociedad por la Salvaguarda de los Mundos se encontraron asediados en los salones del Archivo, una sala hipóstila que rodeaba el cimborrio central. Allí flotaba un orbe. El corazón de Fantasitura.
—¿Qué es eso? —preguntó Geralt.
—Eso es lo que estamos protegiendo —dijo Rake.
—Ahí dentro —comenzó Gandalf— perduran todas las historias terroríficas, las aventuras, los romances, los dramas, las más sonrojantes comedias y todos los héroes, pilluelos, prostitutas, verduleras, vagabundos, magos, vampiros, políticos… que se han dado en las tierras de Fantasitura. Si Olvido lo alcanza… simplemente será como si nunca hubiesen existido.
—Lo de los políticos puedo aceptarlo, pero el resto… no podemos permitirlo —dijo Rincewind mirando a sus desdichados compañeros que a diferencia de él estaban agotados hasta la extenuación.
Lo miraron con receló, pero no mucho tiempo porque las puertas del interior del archivo reventaron y las alimañas esqueléticas entraron comandadas por Olvido y como una riada implacable rodearon a los héroes. Arya cayó herida tras abatir a varios monstruos. La siguió Kvothe que ya había agotado sus fuerzas. Shallan no pudo tampoco seguir cuando agotó su luz tormentosa. Gandalf cayó de rodillas agotado tras enviar con una honda de luz a una cincuentena de criaturas al abismo.
Llegados a este punto tan solo Rake, Geralt y Hermione continuaban en pie, pero en circunstancias lamentables.
—¿Qué hace Rincewind? —preguntó Kvothe a Gandalf sobre el marmóreo suelo.
—Creo que está hablando con el Hechizo que está alojado en su cerebro. Verás Rincewind no es lo que aparenta… y a menudo los que menos aparentan, son los que más poder albergan.
—El poder está bien, Gandalf, y la estupidez es, por lo general, inofensiva. Pero el poder y estupidez juntos son peligrosos.
—Pues yo he aprendido que son los detalles cotidianos, los gestos de la gente corriente los que mantienen el mal a raya.
Y añado yo, Rincewind, era el más corriente de nuestros héroes y por eso cuando la magia del Octavo Hechizo presente en su mente se liberó, todos, incluyendo a Rake y Geralt —sin duda los menos dados a exagerar sus emociones—, abrieron las bocas como platos.
El tiempo pareció ralentizarse.
Miles de criaturas se desintegraron poco a poco hasta convertirse en polvo.
Rincewind medio se desmayó alelado.
Olvido, voló enfurecido agitando su manto entre la ceniza que dejaba la descomposición de las criaturas. Alzó una tétrica mano abierta en dirección al orbe que contenía el corazón de Fantasitura.
Todos gritaron un rotundo: «¡NOOO!», al unísono.
Una perturbación en el espacio. Cientos de patitas haciendo tiki tiki tiki tiki sobre el empedrado marmóreo. Un salto ligero y elegante —elegante para tratarse de un baúl con patas—. Una tapa abriéndose y cerrándose.
El corazón de fantasitura desapareció en el interior del Equipaje y todos se quedaron atónitos… hasta el mismo Olvido profirió un desgarrador grito de rabia. Entonces comenzaron los temblores por doquier. La vieja Fantasitura se descascaraba. Pronto absolutamente todo se vendría abajo.
—¡Tocad el broche de la capa de Rincewind! —gritó Hermione.
Desde luego, era una suerte que la SSM tuviese a alguien como Hermione a la que se le daba tan bien la planificación. El broche de la capa e Rincewind era un Traslador que resultó muy útil para sacarlos de aquel embrollo y llevarlos a la taberna Las Tres Escobas en Hogsmeade. Hermione les aconsejó la cerveza de mantequilla, la especialidad de la casa y ninguno se demoró en alzar su jarra… aunque nadie parecía estar muy seguro de si brindaba por un trabajo bien hecho o en recuerdo de un mundo perdido.
En aquel lugar Gandalf no tuvo tanto problema para escoger la cabecera, la mesa era rectangular. La mesera le dedicó una sonrisa cómplice, seguro que todavía lo recordaba de cuando había sustituido al director de Hogwarts.
Geralt se frotaba la frente todavía sin entenderlo y tiró del mago y de Rake antes de que se sentarán.
—¿Podéis explicarme qué ha ocurrido? No sé si lo hemos logrado o… ese cofre…
—El interior de ese cofre oculta una senda ancestral —informó Rake.
Gandalf se acarició la barba.
—Fantasitura se ha perdido dentro de ese baúl de peral sabio… pero nada se le escapa a Olvido por siempre. Si me preguntas a mí, quiero pensar que con esta aventura hemos conseguido darle más tiempo a unos recuerdos invaluables.
Informe C-24, adjunto al Expediente HOM/12/2019 iniciado por el Negociado Número 7 del Servicio de Criminalística de la Sección de la Policía Nacional de la Provincia de Asturias:
Declaración jurada de Ramón González Reyes, D.N.I: 36936936-A, tomada en referencia al incidente en la ruta Llanes-Oviedo del día 19 de agosto de 2019, a las 12:35 horas del 27 de septiembre de 2019:
“Siempre me ha gustado viajar en transporte público, ya sea en ferrocarril o en autobuses. Es una manía mía, es algo que me encanta desde que tengo uso de razón. Ir en autobús es como entrar en un microcosmos de la sociedad. Un entorno fascinante y vívido para estudiar y teorizar sobre la fauna humana con la que compartimos nuestra vida. Y es mucho más interesante cuando el vehículo está lleno de gente tan diversa y diferente como la que pueblan las rutas a los pueblos de veraneo de la costa asturiana.
Siempre me entretenían esos viajes en la línea Llanes-Oviedo, sobre todo por la extraordinaria diversidad de los viajeros. Desde ancianos habitantes de pueblo que visitaban a sus hijos en la capital, haciéndose acompañar de regalos y recuerdos del pueblo, a veces hasta comida; hasta adolescentes a medio vestir, regresando con sus compañeros y amigas de su primer viaje a la playa fuera del poder de la autoridad paterna, mostrando con orgullo sus cuerpos tersos y morenos, con tops que apenas lograban contener sus pujantes pechos, y pantalones cortos tan exiguos que mostraban gran parte de sus nalgas firmes y bronceadas; también viajaban turistas extranjeros, gentes del norte de Europa tan blanquecinas como vampiros transilvanos, y vestidas con menos ropas que un cazador de cabezas de Borneo, que contemplaban el paisaje como si nunca hubieran visto montes, árboles o vacas; a veces subía algún emigrante, africano o magrebí, rumbo a la ciudad para vender sus humildes mercancías sobre una manta que había contemplado días más prósperos, e incluso familias que regresaban de alguna larga excursión y que no podían permitirse un coche propio. Sí, soy un poco voyeur, un mirón, un cotilla en definitiva, que se le va a hacer.
Todas esas personas y las conversaciones que mantenían eran una de las mejores fuentes de información que uno podía agenciarse, permitían hacerse una idea del pensamiento popular y tomar el pulso a la sociedad, a un coste totalmente irrisorio. Aparte de permitirle a uno ver gratos espectáculos como a alguna rubia nórdica sudorosa en su ropa de gasa semitransparente, o contemplar las largas y bronceadas piernas de una muchacha que descansaba tras un largo día de playa, eso tampoco voy a negarlo, al fin y al cabo, soy humano, una persona normal, como todas los demás, todos lo somos…o lo era, al menos, hasta aquel día.
Lo que voy a narrar es real, sucedió así, por mucho que ustedes lo nieguen, aunque lo pongan en duda o digan que es fruto de nuestras mentes perturbadas, todos los que fuimos en ese autobús vimos y sufrimos lo mismo, por supuesto ustedes pueden suponer que se trata de un caso de alucinación colectiva o de histeria en grupo. No les voy a criticar por ello, si me la hubieran narrado a mí, sin saber lo que ahora sé, tampoco la hubiera creído; es más, hubiera considerado a su autor un depravado cuyo cerebro hubiera sido licuado por alguna droga psicodélica, solo así se explicaría el delirante suceso que nos aconteció a todos. Pero, a pesar de todo, a pesar de su escepticismo, les sugiero que me escuchen, y juzguen por ustedes mismos. Les dejo la libertad de juzgar si esta historia es real o no, si es producto de unos seres enloquecidos, de unos criminales dementes o…de algo peor.
Los acontecimientos narrados tuvieron lugar en agosto de este mismo año, por aquel entonces, había logrado conseguir un trabajo estable, tras pasar diez años de un puesto a otro, de una empresa a otra, en una oficina comarcal sita en Llanes.
Como consecuencia de mi trabajo, todos los viernes debía desplazarme a la capital de la provincia, a la ciudad de Oviedo, para las reuniones en la sede provincial de la empresa, en las que poníamos en común resultados y planificábamos las futuras decisiones de la próxima semana. Como carecía de automóvil, y de licencia de conducir, todos los viernes cogía el autobús que hacía la ruta hasta Oviedo, y fue un viernes de este verano del 2019 cuando nos sucedió aquello, algo que nos perseguirá hasta el día de nuestras muertes.
Era un verano tórrido, el calor y la humedad hacían insoportables los mediodías, que era la hora en la que me dirigía a la estación de autobuses para coger el bus que hacía la ruta de Oviedo, era una línea casi directa, con breves paradas entre Llanes, Ribadesella y Villaviciosa para recoger, o dejar, viajeros. Era una ruta que, en verano, se llenaba de gente, sobre todo turistas y veraneantes ocasionales que aprovechaban para ir a las diferentes playas de la costa asturiana.
Como todos los viernes, llegué a las dos de la tarde a la estación de autobuses, y, como siempre, ya estaban los andenes llenos de viajeros y turistas, esperando a que los diferentes coches se alienaran para cargarlos y llevarlos a sus destinos. Y allí estaba yo, en medio de toda aquella marea humana, esperando en la cola del bus al que me iba a montar.
Afortunadamente, había reservado el billete con antelación, entre las inútiles máquinas expendedoras y la desidia de la taquillera, era casi imposible hacerse con el billete en la propia estación.
El vehículo llegó a su hora y montamos en él; como siempre, era agradable meterse en aquel interior con aire acondicionado en medio de un verano húmedo y tórrido. Creo recordar que entré de los primeros, solo cediendo el paso a una venerable anciana de ropas floridas, que me sonrió ante mi educación. Siempre sido una persona bien educada, y un caballero...bueno, aunque eso no les interese a ustedes, claro.
El autobús inició su marcha en ruta hacia el pueblo de Ribadesella, en una especie de recorrido que le llevaría desde el oriente asturiano hasta el centro de la región. Todo presagiaba otro viaje similar al de todos los viernes.
Mis acompañantes eran los típicos en aquella estación del año, jóvenes veraneantes, trabajadores que regresaban a sus pueblos, jubilados de visita, nada nos hacía suponer lo que se avecinaba.
El bus tenía una parada entre Llanes y Ribadesella, era una parada en un pequeño pueblo de la ruta, en la que apenas subían pasajeros, algún anciano de visita o algún vendedor ambulante, poco más. Pero aquella tarde de viernes todo cambió. En aquella parada solo había una persona, un hombre estrafalario y ridículo a nuestra visión. Era un tipo en la treintena, barbudo, de cabellos negros; pero lo que llamaba la atención era su indumentaria, llevaba una especie de paño gris enrollado en su cuerpo, como si fuera una toalla de playa o una túnica, estaba totalmente descalzo, e iba coronado con una tiara hecha con hojas. Pensábamos que sería algún hippie de última hornada o algún nómada alternativo vegano, de ésos que les da por irse a vivir en plena naturaleza, viviendo en chozas de paja, bebiendo agua de lluvia y comiendo helechos. Lo cierto es que, sin apenas dirigir una mirada al conductor, ni a nosotros, entró en el vehículo y se sentó en el último asiento del autobús, en la parte trasera, lejos de todos; y ninguno volvimos a prestarle atención alguna, mientras el vehículo proseguía su marcha.
Habíamos penetrado en la zona más boscosa de la ruta, la carretera atravesaba un denso bosque cuya sombra hacía más agradable el camino. El calor y el fresco de la sombra provocaba una agradable sensación de amodorramiento. Y entonces, lo recuerdo como si hubiera sucedido hoy mismo, sonó una extraña melodía. Nos giramos y vimos que el viajero estrafalario estaba tocando una especie de pequeña flauta de madera, o un instrumento muy parecido. Sentíamos que tocaba con pasión, era una melodía agitada y exótica, era como el rumor de una música antigua y bárbara, algo que me es difícil de explicarles y que, a la vez, sigue inserta en mi cabeza cual si alguien la hubiera grabado a fuego en mi cerebro.
Y entonces, ¡Dios mío, todavía no puedo creérmelo!, se desató la locura en todo el autobús. Se apoderó de nosotros una especie de frenesí, de delirio, de paranoia…no sé cómo describírselo para que me entiendan. Empezamos a gritar como animales en celo y a despojarnos de nuestras ropas, y nos abalanzamos unos contra otros, acometiéndonos sexualmente. En apenas unos instantes estaba siendo montado por una gorda alemana, cuyos estertores meneaban, de forma mórbida, sus mantecosos, blancos y abultados pechos ante mi rostro sudoroso; enterrándome en carne palpitante, mientras un enjuto y velludo cincuentón me penetraba analmente con un ansia desbordada. Por todo el autobús se había desatado una especie de lujuria animal y salvaje a la que nadie podría dar crédito; un calvo estaba siendo violado por una terna de adolescentes mientras la venerable anciana, que había subido la primera al vehículo, se entretenía haciéndole una felación al conductor, que seguía conduciendo el bus como un poseso. Más allá una negra monumental se abalanzaba, entre estentóreos alaridos, sobre un atlético joven, arrancándole las ropas y tirándose encima de él como una leona cazando. Un grupo de turistas francesas estaban manteniendo una orgía con un gordo inmenso en las sillas más cercanas a la puerta trasera, rodeando su grasiento cuerpo como sanguijuelas pletóricas de lujuria. Y lo peor de todo es que era consciente de la locura que estaba pasando, todos lo éramos creo yo, era como si viésemos desde fuera, desde otro lugar remoto y próximo a la vez, en lo que nos habíamos convertido. En pocos minutos, todos estábamos arrastrándonos desnudos por el suelo, entre sudores, follando y gimiendo como bestias en celo a la luz de la luna.
Mientras aquél misterioso personaje seguía tocando aquella melodía psicótica y delirante, el vehículo proseguía su extraña marcha hacia la locura. Una parte de mi cerebro pensaba que aquello era un sueño, producido por una mala digestión, y que acabaría despertándome, adormilado, en el sofá de mi casa, o en el asiento del autobús. Pero nada de eso sucedió, aquella locura siguió durante un par de minutos más; hasta qué... ¡Dios mío, es demasiado horrible!”
Pausa: El sujeto empieza a manifestar convulsiones histéricas y a emitir sollozos entrecortados que parecen perturbarle. Se le ofrece un vaso de agua con un ansiolítico para calmarle. Tras unos minutos recupera la calma y prosigue con su declaración:
“En un momento dado, el extraño sujeto cambió la melodía. No sé cómo describirlo, pero la música dejó de ser armónica para convertirse en una cacofonía extraña de tonos estridentes y espasmódicos, y… ¡Dios mío, Dios mío!, entonces…entonces…no sé muy bien qué pasó, o qué nos estaba sucediendo, pero la locura que se había apoderado de nosotros nos llevó a un estado alterado totalmente inhumano. En plena orgía frenética se apoderó de nosotros un hambre y un ansia incontenible. Yo seguía montado sobre aquella rubia gorda, y de repente me abalancé sobre uno de sus pechos, mordiendo con un ansia famélica la carne, arrancando trozos sanguinolentos y palpitantes de su cuerpo y tragándolos con voracidad, royendo y mordiendo las partes más tiernas de su cuerpo. Y no era el único, el calvo situado a mi espalda era devorado por aquel trío de adolescentes, una había arrancado sus genitales, y estaba devorándolos con deleite, mientras otra se había abierto paso a dentelladas a través del vientre y tenía sumergida su cabeza en las vísceras del sujeto, deleitándose con las tripas palpitantes de aquel pobre desgraciado, la tercera se ocupaba en arrancarle la lengua con sus dientes, y en engullirla de una sentada. El joven del quinto asiento había arrancado la arteria carótida de la mujer negra, y bebía su sangre con deleite, como si fuera un vino añejo, y, en la parte delantera, la anciana venerable arrancaba jirones de carne de las nalgas del conductor, que mantenía, impasible, la conducción. Más allá, el grupo de turistas se entretenía en repartirse las carnes palpitantes del gordo, del cual solo quedaba una montaña inerte de carne reluciente de carne y sudor. Mientras yo, y un barbudo con pinta de hípster, seguíamos abalanzándonos sobre las carnes de aquella alemana que agonizaba en el suelo. Y lo más aterrador, lo más espeluznante es que todo esto sucedía en silencio, no había gritos de horror, ni alaridos de dolor, todo sucedía en un silencio inquietante interrumpido, únicamente, por aquella música infernal que se había metido en nuestro interior, en nuestras mentes y en nuestras almas, y que se había apoderado de nosotros como si fuera un parásito maligno. Cuando acabé de devorar los pulmones de la turista alemana, tras abrirme paso, con uñas y dientes, a través de la caja torácica, me abalancé sobre uno de los pequeños y delicados pies de las adolescentes vecinas, y comencé a devorar con avidez sus dedos tiernos, sin apenas detenerme para respirar, tan enloquecido me hallaba. ¡¡Qué Dios me perdone!!”
Pausa: El sujeto vuelve a sollozar histéricamente, hasta que logramos calmarle. Prosigue su declaración:
“No sabíamos cuánto tiempo había pasado, ni siquiera podíamos pensar con claridad, como seres humanos, nos habíamos convertido en animales. Nos arrastrábamos desnudos a través del suelo del autobús, un suelo lleno de sangre y vísceras humanas, con hambre y lujuria. El ambiente era irrespirable, olía a sudor y sangre, a carne y heces humanas, todo era repugnante. De pronto, el vehículo se paró, creo que fue a la salida de la autopista, con dirección a Ribadesella, aunque eso también está borroso en mi mente. Y aquel sujeto cesó de tocar su infernal instrumento y, pasando sobre nuestros cuerpos exhaustos, se bajó del vehículo. Ignoro porqué razón el conductor, totalmente desnudo y herido, siguió conduciendo como un zombi alucinado; solo sé que empezamos a recuperar la consciencia de ser nosotros mismos al llegar a la estación de autobuses de Ribadesella; cuando los primeros viajeros que intentaron subirse al vehículo empezaron a chillar y a salir huyendo al ver la espantosa escena que se ofrecía ante sus ojos.
El resto ya lo saben ustedes; vinieron los guardias civiles del cuartel cercano, que nos pusieron bajo arresto y se dedicaron a recoger, como buenamente pudieron, los restos de los viajeros más infortunados. ¡No sé que les habrán dicho a sus pobres familias!.
Sé que se ha dicho por televisión que ha sido una especie de crimen ritual, cometido por una secta, o por un juego de rol; ¡pero les juro que lo que les he narrado es real, no pertenezco a ninguna secta, ni a ningún grupo de rol o frikada similar!; ¡les juro, les prometo, que esto ha sido real, ha sucedido de verdad, deben buscar a ese flautista infernal, no debe haber desaparecido así cómo así! ¡Alguien ha tenido que verlo, les juro que no ha sido un sueño, esto ha sucedido!”
Pausa: El sujeto cae una especie de balbuceo sollozante incoherente, y posteriormente en carcajadas histéricas. Intentamos calmarle, pero intenta escapar. Tienen que venir cuatro agentes para reducirle y llevarle a su celda. El psicólogo que atiende a los acusados confirma que no está en condiciones de proseguir con el interrogatorio.
Adenda al Expediente: Tras revisar las declaraciones de todos los acusados, y tras comprobar que todas repiten la misma versión, se procede a emitir una orden de busca y captura del “flautista desconocido”.
Tras tres semanas de investigación, sin hallarse prueba alguna de su presencia en el vehículo o de su subida a él, ni siquiera de su presencia en la parada, no hay rastro de grabaciones, ni testigos que recuerden haberle visto subirse o bajarse del vehículo en cuestión), ha de concluirse que el resultado de los sucesos referidos al incidente del Directo Llanes-Oviedo, han debido se ser motivados por alguna contaminación alimentaria, o por un extraño caso de histeria colectiva. Se requerirán ulteriores análisis médicos y asistencia psicológica para los sujetos implicados con vistas a aclarar con mayor precisión los sucesos investigados.
Se evitará a toda costa comentar las investigaciones con medios de comunicación o personas ajenas a la investigación, para evitar un mayor pánico social. Cualquiera que viole esta directriz se enfrentará al inicio de un expediente sancionador por revelación de secreto de sumario.
Matías miró el reloj. Entre una cosa y otra, las horas habían ido pasado. En unos minutos llegaría la tía y toda esta loca aventura terminaría.
—Bueno, Tim. Ahora que nuestro tiempo juntos se acerca a su fin, debo decir que fue un placer conocerte. Espero no hayas pasado tan mal.
Tim estaba en el suelo, pintando unos dibujos. Tomó uno de ellos y se lo llevó a Matías.
—¿Me lo regalas? ¿En serio? Gracias. La próxima prometo tener un regalo por tu cumpleaños.
En el dibujo se veían dos figuras, rodeadas de un montón de muebles con ojos y tentáculos por doquier.
—¡Somos nosotros! Está muy bueno.
Tim volvió al suelo y siguió con el otro dibujo. En él se veían tres figuras frente a una edificación de grandes columnas.
—¿Esa es la Academia? Te quedó re bien.
Una de las figuras era más pequeña, así que supuso que era Tim, y las otras dos eran una mujer anciana, obviamente la Tía, y otra más joven.
—¿Quién es? —señaló— ¿Tu madre?
—No —dijo simplemente —, es Clara, la asistente de la abuela.
—Ah, la que llamó hace un rato. Tenía voz bonita. ¿Es bonita? Apuesto a que es bonita.
Tim se encogió de hombros.
De pronto sonó el timbre. Pero no era el de la puerta sino el del teléfono.
—Hola… No pasa nada, Tía. ¿Qué pasó?
En ese momento, le cambió la cara a Matías.
—Aja. Entiendo. Sí, claro que sí. Yo sé que no.
Se giró hacia Tim y le extendió el tubo.
—Tim. Tu abuela necesita decirte algo.
—Suerte que tenía un cepillo de dientes sin usar —dijo Matías mientras terminaba de tender la cama con sábanas nuevas —. Mañana, cuando llegue la abuela, haremos que nos prepare algo rico para comer. ¿Has probado su budín con pasas? Es lo mejor. Bueno, listo. Todo suyo, señor.
—No tengo sueño.
Matías ya había pensado que eso iba a pasar y tenía un plan. Solo esperaba que funcionara.
—Dame un segundo. Dejo esto y ya vengo.
Regresó al cabo de un minuto, con una lámpara que puso sobre la mesita de noche.
—Este es Titu. Fue una de mis primeras creaciones. Titu. Despierta Titu.
Despacito, la lámpara comenzó a moverse. Se encendió una cálida luz amarillenta, pero en seguida se apagó.
—Titu, no te duermas. Despierta muchacho.
Matías comenzó a darle toquecitos, hasta que éste se agitó en protesta y parecía querer defenderse.
—Titu, presta atención—continuó Matías —. Él es Tim. Te vas a quedar con él y lo vas a cuidar. ¿Entendido?
Titu giró hacia Tim un momento, luego hacia Matías otra vez y asintió.
—Muy bien. Tim, dile hola a Titu.
—Hola… Titu.
Matías se echó en el sofá. Su rostro reflejaba al fin todo el cansancio que realmente sentía. Cuidar niños era agotador.
“Te lo dije”, le reprochó una voz interior. “No tendríamos que haber aceptado”.
“Si no fuera por la Tía, no habríamos logrado nada esto”, recordó otra voz. “Además, ya está, se terminó”.
“Sí, seguro. Mañana va a llamar para que el niño se quede otro día más”.
“No, la tía no haría eso”.
“¿Qué no? Pero si siempre le dices a todo que sí. El bueno de Matías. Siempre se puede confiar en él. ¿Verdad Matías?
—Cállate.
Pero esa voz en su interior no se detuvo. Al contrario, pareció ganar fuerza.
“Eres un cobarde. En el fondo estás feliz que esto haya pasado. Ahora tienes una excusa. Siempre algo se interpone, ¿verdad? Siempre es la culpa de los demás”.
Matías se puso de pie, fue hasta la puerta del laboratorio y la abrió. Esto le causó mucha gracia a esa voz interior.
“¿Lo vas a hacer ahora? Jaja. ¿A quién quieres engañar?”
Matías bajó las escaleras y tomó los lentes de protección, pero no se puso la túnica ni las botas o los guantes. No los necesitaba. O funcionaba, o moría en el intento.
La luz amarillenta de Titu, flaqueaba otra vez. Para ser una veladora, se dormía fácilmente.
—Titu. ¡Titu!
Tim no quería quedarse a oscuras.
—Titu.
Pero no hubo caso. La luz de Titu se apagó por completo. Y en medio de la oscuridad, antes que Tim pudiera hacer nada, le pareció escuchar a Matías hablar. Fue solo una palabra, pero sonaba enojado.
Por un momento se olvidó de la oscuridad y se quedó quieto, escuchando.
Pasos. De aquí para allá. Luego una puerta que se abría. Después, una serie de sonidos indefinibles. Tim se esforzaba por entender. Entonces Titu despertó de golpe, encendiendo su luz intensamente. Tim se tapó los ojos con la mano.
—Ah. Titu —protestó —. Me asustaste.
De pronto le llegó un nuevo ruido: un fuerte golpe. Luego otro, y algo que se rompe.
Rápidamente, Tim salió de la cama.
—¿Matías? —llamó en voz alta.
¡¡PRAAA!!
Un estruendo de vidrios rotos y un grito ahogado.
—¡Matías! —gritó Tim, pero no hubo respuesta.
La puerta del laboratorio estaba entornada.
—¿Matías? ¿Qué fue eso? ¿Estás bien?
Tim bajó dos escalones y se agachó para asomar la cabeza. Vio la estantería caída y el piso lleno de vidrios rotos.
—¿Matías?
Algo se movía detrás de la mesa.
Bajó otro escalón.
—Por favor. Respondé.
Entonces vio a Matías en el suelo, o lo que quedaba de él, siendo engullido por una masa monstruosa de ojos y tentáculos.
Corrió al cuarto y cerró la puerta.
¡Plaf!
Acercó la oreja a la puerta para tratar de escuchar. Deseaba con todas sus fuerzas, que la puerta del laboratorio hubiera quedado bien cerrada. La había aventado con fuerza al pasar, pero eso no significaba que hubiera quedado cerrada. Ahora no se animaba a volver a salir para confirmarlo.
Se agarró el cuello. Le dolía la garganta. Trató de tragar saliva, pero no pudo.
¿Qué iba a hacer si el monstruo salía del laboratorio?
Acomodó mejor la oreja. No sintió nada. Mientras tanto, algo ocurría dentro de la habitación, de lo cual Tim no era consciente. La cama, la misma cama en la que había estado acostado minutos antes, comenzaba a abrir sus ojos y desplegar sus tentáculos hacia él.
Tim sintió un leve toquecito en la pierna y pensó que era Titu. Sacudió la mano para ahuyentarlo. Este no era momento para distraerse. Luego sintió lo mismo en el hombro y la cadera.
Se le erizó toda la piel. Giró la cabeza muy lentamente, como con dificultad. Lo poco que vio le alcanzó para decidir que no podía quedarse allí. Salió al pasillo.
En el resto de la casa, las cosas no estaban nada mejor. Por el pasillo venía una alta repisa, sacudiendo sus tentáculos hacia él. Tim corrió hacia la sala. Se le ocurrió que en el sofá estaría a salvo, al menos por un momento. Saltó y cayó sobre el sofá.
Grrrrr…
Con un sonido como de dragón con bronquitis, el sofá comenzó a moverse. Los almohadones se abrieron como una boca para comérselo. Tim se tiró al suelo. Quiso apartarse, pero un tentáculo se le enredó en la pierna.
Pataleó con todas sus fuerzas. Se arrastró, pero en seguida otros tentáculos lo agarraron.
Era su fin.
De pronto los tentáculos lo soltaron. ¿Qué estaba pasando?
Miró a su alrededor. Estaba rodeado. Los muebles se cernían sobre él, aunque no se movían. Entonces se apartaron para dejar pasar a otra cosa. No era un mueble, sino una criatura monstruosa, que caminaba con cierto parecido humanoide.
“El monstruo que se comió a Matías”.
Era el final, el monstruo se lo comería a él también.
Cerró los ojos y se tapó la cara. Iba a morir. Solo esperaba desmayarse pronto. ¿Empezaría por las piernas, como con Matías? ¿Le dolería mucho? No quería. No quería que le doliera. Ni quería morir.
De pronto, algo sucedió. Una serie de destellos y ruiditos aparecieron frente a él. Tim abrió los ojos. Era Titu, que saltaba y destellaba su luz al monstruo, lo más fuerte que podía. Increíblemente, lo estaba haciendo retroceder.
Luego de unos momentos de reticencia, el monstruo decidió dar la retirada y desapareció por la puerta del laboratorio.
Los muebles guardaron sus ojos, sus tentáculos y volvieron a sus lugares.
La casa quedó en silencio.
Tim se levantó y corrió a la puerta. Tenía que salir de esa casa.
Trató de abrirla, pero estaba con llave. Miró alrededor.
—La llave… la llave.
Buscó en la mesita de la entrada y: ¡Eureka! Un juego de llaves. Tomó la primera que le pareció y la metió en la cerradura.
No giraba.
Probó con la otra.
No entraba.
La tercera. La última llave. Su última oportunidad. Tenía que ser esa.
Entró.
Giró.
¿Qué? Sí. ¡Giró!
Pero entonces, se abrieron unos enormes ojos negros en la puerta, que lo miraron como diciendo: ¿Qué crees que estás haciendo?
El Tim de hacía unas horas, hubiera pegado un salto del susto, pero el Tim de ahora aguantó la impresión y le dio vuelta a la llave.
La cerradura se descorrió.
¿Eh? ¿Qué pasa?
La puerta no se abría.
¿Qué pasaba? ¿Una tranca? ¿Un pasador?
No. Nada de eso.
—¡Ábrete! ¡Maldita puerta!
Los ojos lo miraron con mayor intensidad y esto a Tim hizo que le diera más bronca. Dio un paso atrás y PUM, le encajó una patada.
Le dolió un poco el pie, pero no era momento de pensar en eso.
—¡Puerta! ¡De! ¡Porquería! ¡Ábrete! ¡De! ¡Una! ¡Vez!
La última patada le dolió mucho y mientras cerraba los ojos del dolor, un montón de tentáculos salieron de la puerta y se enroscaron en torno a él.
—¡Ahh!
De un sacudón, Tim quedó patas para arriba, colgando frente a los enormes ojos.
—¡Lo siento! ¡Perdón! ¡No me lastimes!
PRAF.
La puerta lo arrojó al suelo y guardó lentamente sus tentáculos.
Solo restaba una alternativa. Tenía que llamar a la abuela.
—Era 25… 34… 27…
No, algo estaba mal. ¿No sería el 37 y después el 24? Tenía que buscar su mochila, allí tenía el número, pero su mochila había quedado en el cuarto. No había más remedio, debía entrar. Tal vez los muebles allí se hubieran calmado como en el resto de la casa.
Abrió la puerta lentamente y se asomó con cautela.
¿Dónde estaba la mochila? Se debió haber caído. Ah, sí, allí. Detrás de la cama.
Calculó los pasos. Se preparó y…
Shum, Shum, Plaf. Dos saltos y estuvo de regreso, fuera de la habitación.
Rápidamente buscó la libreta. Se recordó que la abuela le había anotado el número de su despacho en La Academia.
¿Dónde estaba? Cartuchera, ropa interior, medias... Dio vuelta la mochila y tiró todo el contenido en el suelo del pasillo. Allí estaba.
Llegó a la sala, en busca del teléfono, solo que no estaba.
Era allí, ¿no? Sí, tenía que ser. Entonces recordó que a Leopoldo, el teléfono, le gustaba salirse de su lugar.
—¿Leopoldo? Leopoldo. ¿Dónde estás pequeño?
Miró debajo de la mesa y detrás del aparador. Nada.
—Leopoldoooo…
Debajo del sofá y detrás de la butaca. Tampoco.
—Leopol…
¿Qué fue eso? Le pareció oír un ruido proveniente del laboratorio.
Tenía que darse prisa, algo le decía que no tenía mucho tiempo.
—Leopoldo. Leopoldo.
BRUMmm…
¡Oh, no! Ahora, definitivamente había oído ruido en el laboratorio.
—Vamos Leopoldito. No es tiempo de jugar a las escondidas. El lobo se está poniendo los pantalones.
¡¡GrraaAAhh!!
Un grito monstruoso se esparció por toda la casa, provocando que todos los muebles abrieran sus ojos y se retorcieran.
¡Rápido, un lugar para esconderse!
Eh… Eh… ¡Titu!
Titu le hacía señales de luces. Le pareció que lo estaba llamando.
Ya lo había salvado una vez, tal vez lo hiciera de nuevo.
Tim llegó junto a Titu. Estaba frente a una puerta, al lado del baño. Al menos la puerta no tenía ojos.
La abrió. Era un closet común y corriente.
—Al fin algo normal en esta casa.
Aunque eso mismo había creído del sofá y de la cama.
—¿Estás seguro, Titu?
¡¡Grrooahhhggg!!
No había tiempo para dudas, el monstruo subía las escaleras.
Tim se metió en el closet y cerró la puerta. Titu entró con él y disminuyó su luz hasta dejar tan solo un tenue resplandor.
—¿Qué está haciendo?
El monstruo estaba en la sala, tirando cosas al suelo. Libros. Estaba tirando libros al suelo.
Se detuvo. ¿Habría encontrado el libro que buscaba? Tal vez.
¿Para qué querría un libro el monstruo?
Al cabo de unos momentos, lo arrojó y siguió buscando.
Así estuvo, una y otra vez. Buscaba, buscaba, se detenía. Buscaba, buscaba, se detenía.
Parecía frustrado. De pronto lanzó un nuevo grito y fue como que todos los muebles de la casa salieron corriendo. Entonces hubo silencio un buen rato. Luego el monstruo retomó la búsqueda, solo que esta vez, mucho más lento.
¿Qué era eso? ¿El timbre? Sí. Era el timbre. Estaba soñando que sonaba el timbre. Qué gracioso.
Un momento, ¿cómo que soñando? ¿Se había quedado dormido? Ah sí. Mira. No había esperado dormirse en esas circunstancias.
—Lo siento —dijo en el sueño—. Estoy encerrado, no puedo abrir. La puerta no me deja.
El timbre volvió a sonar. Entonces apareció su abuela y le dijo:
—Vamos, Tim, apúrate. ¿No escuchaste el timbre? El taxi ya llegó.
—Sí, abuela, pero la puerta no abre.
—¿Cómo que no abre?
Su abuela fue hasta la puerta y la abrió.
—¿Ves, Tim?
Pobre abuela, pensó Tim, cómo le explicaba que esto era solo un sueño y por eso había podido abrir la puerta. No quería darle semejante decepción. Al mismo tiempo, supo que algo no andaba bien.
—¿Hola? ¿Tim? ¿Señor Lasarte?
Era una voz femenina, joven y melodiosa. ¡Era Clara!
Tim despertó y comprendió que el sueño no había sido solo un sueño.
¡Rápido! ¡Tenía que advertirle!
Salió lo más rápido que pudo, arrastrándose por encima de las cosas sobre las que se había quedado dormido.
—¡¡Ahhhh!!
Demasiado tarde.
La puerta no solo se había cerrado, sino que con sus tentáculos sostenía que Clara de cabeza, como lo había hecho con Tim antes.
Algo se apoderó de Tim en ese momento. Algo diferente que simple rabia.
Caminó hacia la puerta y le dijo:
—¡Suéltala! Esta no es forma de comportarse. ¿Qué diría Matías si te viera?
La puerta giró sus severos ojos hacia Tim, pero este se mantuvo firme.
—Suéltala y déjanos salir.
Lentamente, la puerta guardó sus tentáculos y cerró los ojos, pero permaneció cerrada. Al menos había logrado rescatar a Clara. La pobre muchacha se arrastraba lejos de la puerta.
—¿Qué fue eso?
—Tranquila, es solo la puerta.
El rostro de Clara expresó una firme protesta ante tan insuficiente explicación.
Tim hizo lo mejor que pudo para explicárselo.
—Así que… —dijo Clara, cuando ya se hubo calmado—. Los muebles están vivos.
—Sí.
—Y a tu tío se lo comió un monstruo.
—Sí.
—Y el monstruo sigue allá abajo.
—Sí.
—Y no podemos salir.
—Aja.
Tim se giró hacia Titu.
—Titu, me salvaste del monstruo. ¿No podrías ayudarnos con la puerta?
Titu agachó la cabeza.
—Supongo que no.
De pronto Tim vio algo arrastrándose debajo de la mesa de la sala.
—¡Leopoldo!
Clara no entendía nada.
—Es el teléfono. Ahí.
Tim fue hacia él y extendió los brazos para agarrarlo, pero cuando Leopoldo lo vio, se escabulló para el otro lado.
—¡Leopoldo, ven acá! No escapes.
Clara se sumó a la persecución.
—Va para ahí —dijo Tim.
Clara estuvo segura de atraparlo, pero Leopoldo saltó inesperadamente a último momento.
—¡Ahg!
—¡Allá!
—¡Auch!
Clara se había golpeado la rodilla contra una silla.
Leopoldo se escondió detrás de la butaca, contra la pared.
—¿Dónde está!
Tim señaló con el dedo.
Se acercaron despacio. Uno por cada lado.
Leopoldo se vio en aprietos, porque comenzaba a cansarse de tanto correr, así que se metió debajo de la butaca. Tuvo que estirarse para entrar y no podría salir fácilmente, pero tenía un plan.
Cuando Tim y Clara se asomaron detrás, no vieron nada. Entonces, la butaca dio un respingo y salió corriendo, con Leopoldo agarrado debajo. Fue ahí que comenzó el caos, porque a la butaca, no le gustaba que le hicieran cosquillas por debajo y era justamente lo que hacía Leopoldo. Así que más que correr, saltaba y se sacudía, chocando con los demás muebles.
De un momento a otro, todos los muebles estaban como locos.
A Clara se le pusieron los pelos de punta y no pudo más que quedarse horrorizada, pero Tim no se dio por vencido. Esquivó una silla, saltó encima de la mesa ratona y se tiró sobre la butaca, justo cuando esta entraba a la cocina.
No sabemos qué hubiera pasado si Berta no hubiera estado allí, pero lo estaba. Al momento en que Tim caía sobre la butaca, Berta, la aspiradora, se interponía en su camino, provocando que niño, butaca y teléfono dieran una vuelta por el aire.
Tim terminó en el suelo, con un chichón en la cabeza. La butaca también, solo que sin chichón. ¿Y Leopoldo? Salió volando por los aires y fue derechito al lavarropas, que justo estaba con su puertita abierta esperando alguna prenda más de ropa para hacer un lavado. No pareció importarle que Leopoldo no fuera ropa.
—¡No! No, no, no… Pará, pará, pará —pero no hubo caso.
Tim y Clara se quedaron uno junto al otro, viendo cómo el pobre Leopoldo daba vueltas y vueltas en el agua espumosa.
CHOP… CHOP… CHOP…
—¿Crees que vaya a estar bien? —preguntó Tim.
—Eso espero. ¿Cuál es la puerta del laboratorio?
Clara ya salía de la cocina y miraba alrededor. El resto de los muebles ya se habían apaciguado.
—Esa.
—Ah, bien. ¿Sabes si hay algún mueble que no esté vivo?
—No lo sé.
—Bueno, no importa. Vamos a bloquear el paso. Ayúdame a mover la mesa. No, espera… ¡Mesa! Muévete frente a esa puerta… —No ocurrió nada—. Había que intentarlo.
Entre los dos, llevaron la mesa hasta el pasillo y la colocaron contra la puerta. Luego llevaron una repisa y la mesa ratona, y tres sillas.
—No está mal —dijo Clara, admirando su obra. Entonces las sillas abrieron los ojos y comenzaron a bajar de donde las habían colocado.
—No, no. ¡Quietas! ¡Vuelvan ahí!
La repisa y la mesa ratona también. Comenzaron a moverse para regresar a su lugar.
Clara se interpuso en el camino de la repisa y logró detener su avance. Tim corrió a ayudarla y empujaron juntos. La repisa retrocedió un poco, pero entonces la mesa grande se sumó y ya no pudieron detenerlos.
Quedaron jadeantes en el suelo. Clara tenía lágrimas de rabia en los ojos. Se las secó rápidamente para no asustar a Tim.
—Vaya —dijo, poniéndose de pie y acomodando su ropa—. Hace tiempo que no hacía tanto ejercicio.
Tim sabía que Clara trataba de mostrarse optimista y sinceramente lo agradeció.
Entonces ocurrió algo esperanzador.
Riiiinnnn… Riiiinnnn…
Tim y Clara se miraron. ¿Ese era el teléfono?
RRiiiinnnnn…
Sí, lo era.
—¡Está vivo! ¡Está vivo!
Aún dentro del agua, Leopoldo seguía funcionando.
—Ya, termina de una vez.
El timbre de Leopoldo volvió a sonar y la lavadora comenzó el centrifugado. Aquello giraba que era impresionante.
Ri… i… i… i…
Un par de minutos después, cuando la lavadora terminó y pudieron sacar a Leopoldo, el pobre estaba hecho un trapo. Lo pusieron sobre la mesada.
—¿Está bien?
Clara agarró el tubo.
—No tiene tono.
—Leopoldo, resiste. ¿Qué hacemos?
—No lo sé.
Titu se acercó y tocó la pierna de Tim.
—Titu.
Tim lo subió a la mesada. Titu apuntó su luz sobre Leopoldo e hizo que brillara fuertemente.
—¿Qué hace?
—Le está dando calor.
—¡Hay que secarlo!
—Gracias Titu, eres el mejor.
Clara trajo el secador de pelo.
—Aguanta amiguito. Te necesitamos.
En eso estaban, cuando se abrió la puerta de entrada.
—¿Se puede saber por qué no atienden el teléfono?
—¡Abuela!
Tim corrió hacia ella, la tomó de la mano y la sacó fuera de la casa, hacia el porche. Clara salió detrás, pisándole los talones.
—Calma, por favor. ¿Qué les pasa? ¿Dónde está Matías?
A Tim se le hizo un nudo en la garganta. Fue Clara quien contó lo sucedido, mientras Tim contenía las lágrimas.
Ante la fatídica noticia, la abuela se tambaleó.
—¡Abuela!
—¡Señora!
Hubiera caído al suelo, de no ser por los tentáculos de la puerta que en un instante aparecieron para sostenerla. Luego apareció una silla y la abuela se sentó.
—Gracias Felisberto. Gracias Serafín.
Tim y Clara no daban crédito.
—Oh, Georgina, que amable — la mesa ratona llegaba con un vaso de agua encima.
La abuela tomó un buen trago. Entonces volvió su mirada hacia Tim y le puso la mano en la mejilla.
—Mi niño. Qué valiente has sido.
Nuevamente las lágrimas quisieron brotar en los ojos de Tim, y esta vez, cobijadas por el abrazo de su abuela, lo consiguieron.
—Abuela, lo siento.
—No Tim. Nada de esto es tu culpa. Yo lo siento. Fui yo quien ayudó a Matías con sus experimentos. Veras. Tu abuelo también fue un investigador excéntrico que nunca pudo demostrar sus teorías debido a las prohibiciones de la Academia. Así que cuando Matías me pidió ayuda, yo, supongo que vi una oportunidad de retribución. No quise que le pasara lo mismo… Pero no estuve lo suficientemente cerca. Dejé que mi puesto en la Academia tomara más y más importancia en mi vida. Me alejé de todos, también de ti, Tim. Y lo lamento mucho.
Se puso en pie y su vista se perdió al interior de la casa.
—¿No es irónico, Matías? Entregamos nuestra vida a una causa, creyendo que podemos detenernos cuando haga falta. Que nunca iremos demasiado lejos. Que siempre estaremos a tiempo de reparar el daño.
Una lágrima corrió por su mejilla.
—Bueno, vámonos. Ya no hay nada que hacer aquí. Clara, por favor, busca un taxi.
—Sí, señora.
¿Cómo? ¿Eso era todo? ¿Se iban a marchar?
Tim se había pasado las últimas horas deseando poder escapar de aquella pesadilla, pero ahora sentía que algo estaba mal.
—Felisberto, Georgina, entren ya —dijo la abuela—. Serafín, espera a que yo regrese. No dejes salir ni entrar a nadie.
La silla y la mesa entraron y la puerta se cerró.
—Abuela, espera —dijo Tim, pero su abuela no lo escuchó.
—Vamos Tim. Volvamos a casa. Yo volveré más tarde con la policía, ellos se encargarán del monstruo.
¿Encargarse del monstruo? ¡Oh, cielos! Tim se dio cuenta que había cometido un terrible error.
—No abuela. Me equivoqué.
—Tú no debes estar aquí.
Su abuela no escuchaba. Tenía que hacer algo.
Tim se giró hacia la puerta y le dijo:
—Serafín, ábreme.
—Tim, ¿qué haces?
—Serafín, abre, me equivoqué.
—Tim, ven acá, ¿qué estás haciendo?
—Ábreme, Serafín, Matías nos necesita.
—¿Qué estás haciendo, Tim? Serafín, no abras.
Era tal cual le había dicho Matías. “El miedo hace que no veas la realidad, sino tus propios temores”. ¡Qué estúpido había sido!
—Serafín, abre, tengo que mostrárselo. Abuela, abuela, me equivoqué. Matías no está muerto.
—¿Qué dices?
—A Matías no se lo comió un monstruo, abuela. Matías es el monstruo.
—¿Qué?
—Serafín, si tengo razón, por favor, abre.
—Serafín, no.
La puerta se abrió.
Tim aprovechó la sorpresa para zafarse de su abuela y correr al interior. Abrió la puerta del laboratorio y bajó las escaleras lo más rápido que pudo.
¿Cómo no lo vio antes? Había estado tan asustado, tan deseoso de que su abuela llegara a rescatarlo, que no había pensado en otra cosa.
El laboratorio era un desastre. Parecía que un terremoto había pasado por allí. Y allá, en el rincón más oscuro, una enorme sombra.
—Matías, soy yo, Tim.
El monstruo pareció notar su presencia, pero no se movió de su refugio.
La abuela apareció en las escaleras.
—Tim —exclamó en susurros —. Vuelve acá.
Tim señaló hacia el rincón.
—Abuela, es él, es Matías.
—Solo ven, Tim, podemos hablar de esto afuera.
—Matías dijo que quería conectar la novena dimensión directamente con el cuerpo humano. Creo que se salió de control.
—Pero…
—¿No lo ves, abue? No vi a Matías ser comido por un monstruo. Lo que vi fue a Matías convertirse en el monstruo.
Por primera vez, la abuela dudó. Dio un paso hacia la criatura.
—¿Matías? ¿Matías, eres tú?
Lentamente, el monstruo se asomó, tan triste y abatido, que fuera quien fuera era digno de compasión.
—Es él, abuela.
Pero la abuela sostuvo a Tim, sin dejar que se acercara.
—Aunque eso sea cierto, Tim, no sabemos hasta qué punto siga siendo él mismo.
El monstruo pareció querer decir algo, pero de su boca solo salió un sonido angustioso.
Arrepentido, el monstruo volvió a su rincón.
—¿Ves, abuela? Está asustado. Nos necesita.
La abuela no se veía convencida, pero dejó que Tim diera un paso hacia el monstruo y ella dio el paso con él.
—Matías —dijo Tim —, sé que tienes miedo, pero es como dijiste, el miedo no te deja ver con claridad. El miedo solo te deja ver el problema y no la solución.
El monstruo se volteó un poco hacia Tim. Lo estaba escuchando.
—Sé que puedes solucionar esto. Solamente has estado demasiado asustado como para verlo.
El monstruo salió del rincón nuevamente, abatido, cansado. Miró a la abuela e hizo ese gesto que solía hacer de niño cuando pedía perdón por haber roto algo.
—¡Matías!
La abuela ya no tuvo dudas de que fuera él y fue a abrazarlo como pudo.
—¿Cómo se te ocurre, jovencito? Asustarme de esta forma. Bien que te dije: “Nada de experimentos” … Tim, busca a Clara, puede que necesitemos su ayuda.
—Sí, abuela.
—Y ahora, Matías, vas a poner las neuronas a trabajar y resolver esto.
Tim regresó acompañado de Clara. Matías estaba en el centro del laboratorio, frente a la caja dimensional, con todos los ojos cerrados. La abuela les hizo seña para que guardaran silencio.
Clara no podía creer lo que estaba pasando. Era imposible pensar que debajo de toda esa monstruosidad hubiera una persona.
De pronto Matías abrió los ojos. Miró a la abuela, luego a Tim, por último a Clara, entonces todos sus tentáculos comenzaron a agitarse y Clara estuvo a punto de salir corriendo, pero Tim gritó de alegría.
—¡Lo logró!
El monstruo Matías comenzó a moverse por el laboratorio, levantando y reconectando artefactos aquí y allá.
—¿Matías? —dijo la abuela—, ¿encontraste la solución?
Matías asintió y luego llevó a la abuela hasta la mesa, donde hizo un rápido y tosco dibujo, pero que la abuela entendió enseguida.
—¿Así de sencillo?
Matías asintió otra vez.
—Pero necesitarás que alguien regule el flujo durante el proceso.
Matías asintió una vez más y le acercó a la abuela una túnica, gafas y guantes.
—Sí, me imaginé.
Luego Matías fue hacia Clara, a quien también entregó una túnica y demás, y la llevó frente a uno de los artefactos.
Por último, Matías se acercó a Tim. Por un momento, el niño pensó que lo iban a dejar afuera, pero no, Matías lo ayudó a colocarse las cosas y lo llevó junto a un gran panel en la pared.
—A ti te toca la parte más importante —dijo la abuela—. A mi señal tendrás que bajar esa palanca. Eso detendrá la transferencia y evitará que tu tío sea absorbido por la novena dimensión.
A Tim le recorrió un escalofrío. No esperaba tener un papel tan importante.
—Debe ser justo cuando yo te digo. Ni antes, ni después. ¿Entendido?
Tim asintió y con esfuerzo, trago saliva.
—Creo que al final sí voy a ver la caja en acción.
Tras terminar con los preparativos y los ensayos (los cuales incluyeron que Tim bajara la palanca unas cuantas veces), todos asumieron sus posiciones.
—Bien —dijo la abuela —. Tenemos una sola oportunidad, así que no se distraigan.
El plan era que al invertir la polaridad de la caja, la energía viajaría de nuestra dimensión, de regreso a la novena. Si Matías estaba en lo correcto, eso lo retornaría a la normalidad.
—¿Todos listos?
—Perdón, dijo Clara—. Señora.
La abuela se acercó y Clara señaló unos botones del artefacto que le había tocado operar. La abuela le susurró unas cosas al oído.
—Correcto. Sí, disculpe.
—¿Ahora sí?
—Sí. Sí.
—¿Algo más?
—No, no.
—¿Segura?
—Sí, segura.
—De acuerdo. Tim. ¿Todo bien?
—Sí, abuela. Estoy listo.
—Comencemos entonces.
La verdad es que Tim no sabía si estaba listo. Sin importar cuántas veces bajara la palanca, siempre le quedaba la duda: ¿y si se atascaba a último momento?
La abuela presionó unos botones y la caja comenzó a zumbar. Matías la tocó con sus tentáculos.
La abuela hizo una señal a Clara para que ella hiciera su parte y entonces la caja pasó de un zumbido sordo a un intenso silbido, y a desprender destellos de luz y vapores de color púrpura.
—Aghhhhh…
Matías grito. Tim pensó que algo andaba mal.
—Tranquilos —les dijo —. Está funcionando.
¿Estaba funcionando? Así parecía, porque en vez de apartarse, Matías, aún entre sus alaridos, acercaba más de sus tentáculos a la caja, los cuales iban desapareciendo dentro de ella, como si se evaporaran.
¡Funcionaba! ¡Estaba funcionando!
De pronto, sobre la caja, entre todos los tentáculos que se esfumaban, vio la mano de Matías, que se resistía a ser absorbida dentro de la caja.
—¡Tim! —gritó la abuela—. ¡Prepárate!
Era el momento.
—Atento…
Tim agarró la palanca.
—A la cuenta de uno…
La mitad del cuerpo de Matías ahora era visible, mientras el resto de la masa monstruosa seguía siendo absorbida por la caja.
—Dos…
Tim dejó de mirar a Matías y se concentró exclusivamente en la palanca. La agarró con las dos manos mientras recitaba por dentro: “Por favor, no te tranques. Por favor, no te tranques”.
—¡Tres!
Tim tiró de la palanca con todas sus fuerzas. Hubo un fuerte chasquido y todo quedó a oscuras. Titu encendió su luz.
—¿Matías?
La abuela corrió hasta él.
—¿Matías, estás bien?
Tim contuvo el aliento. No quería ni respirar para no perderse la respuesta. ¿Habría bajado la palanca a tiempo?
—Matías, responde por favor.
—Si digo que sí, ¿me vas a retar?
La abuela rió.
—Por supuesto, jovencito. Pero también te voy a preparar el budín con pasas que tanto te gusta.
Matías sonrió y abrió los ojos lo suficiente como para hacer contacto con Tim.
—No podemos decir que no a eso, ¿verdad Tim?
—¡Claro que no!
En la Isla del Vigilante había dos personas peculiares.
Una era la condesa Hofhenson que vivía aislada en una gran mansión apartada de la aldea. Un muchacho curioso se había arriesgado a espiar el interior de la casa una vez. Subiendo a uno de los árboles de la entrada, observó sentado en la gruesa rama. La ventana del segundo piso permitía ver una habitación con las paredes llenas de pequeños espejos. La historia de semejante colección intrigaba a todos, pero el aislamiento de la condesa evitaba que se supiera algo. Y un día después de aquella primera inspección, el árbol fue derribado.
La segunda persona era Tomo Hogan.
Ningún hombres sabía contar la historia de la isla como Tom Hogan. Sentado junto a la chimenea, con su barba blanca de la que brotaba una pipa siempre encendida durante sus cuentos. A muchas familias no les hubiera gustado que sus hijos estuvieran cerca del anciano, pero la de Lakiv no era de la isla y las supersticiones no significaban mucho para ellos. Además, se estaban quedando frente a su casa y no era inusual que el niño le llevara viandas al hombre.
—Siempre está ahí, al otro lado del río. El bosque ha estado en esta isla desde mucho antes que la habitáramos. Y seguirá aquí cuando ya no estemos. Lo llamamos Blackwood porque así se llamó su primer heraldo, el hombre que registró los primeros incidentes por escrito. El libro que guardaba sus palabras fue destruido por el consejo hace mucho. Pero hay una copia aquí —dijo tocándose la sien con un dedo calloso.
Dio una pitada a su pipa y miró las llamas que danzaban en la chimenea, proyectando monstruosas figuras alrededor del cuarto. Casi parecía a gusto entre aquellos seres irreales.
—Todo el oeste de la isla está ocupado por el bosque. Un observador constante de lo que sucede al otro lado del río. Cualquiera que haya tratado de cruzar sus fronteras no volvió a ser visto. Por eso ya nadie se atreve siquiera a cruzar el río, pese a que lo primero que haya del otro lado sea un campo de flores.
—¿Y por qué no van muchas personas juntas al bosque?
Tom dejó escapar una risotada que casi derriba de espaldas a Lakiv. La madera del suelo chillaba con cada movimiento de su cuerpo.
—Se ha intentado. Partidas de rescate enteras sufrieron la misma suerte que las personas a las que debían rescatar. Cada una más numerosa que la anterior… Hasta que un día se terminaron.
—Yo solo era un niño en aquel entonces. Pero lo recuerdo bien. También recuerdo como se veían personas extrañas merodeando los límites del bosque. No eran de la aldea, no. Nunca los vi tratando de escapar. Más bien estaban… Vigilando.
—¿Vigilando?
—Bueno, alguien tiene que evitar que los desaparecidos regresen. Sí, estoy seguro que si no fuera por estos encapuchados, los desaparecidos podrían haber regresado. Pero…
Tom se inclinó hacia adelante. Una cortina de humo le cubrió el rostro por unos instantes.
—¿Habríamos querido que regresaran?
—¿Qué quieres decir?
—No dejan que quienes han penetrado en los secretos del bosque lo abandonen.
Algo en sus ojos se volvió escurridizo y Lakiv no pudo descifrar de qué se trataba. El anciano pareció sumirse en sus propias reflexiones, pero sin detener la historia.
—¿Qué podría venir con ellos? Adherido a sus cuerpos e imperceptible a los ojos.
Tom miró las llamas de la chimenea de nuevo.
—Aquí hasta hablar del bosque Blackwood es peligroso. Todos temen que el solo recordar nuestra historia con él haga… germinar algo en el cerebro. Algo que guié al bosque directo hasta el que traiga esos horrores de vuelta.
La mirada del anciano parecía distante, como si su mente vagara en algún lugar lejano. Lakiv podía sentirlo, él siempre había tenido una capacidad especial para percibir las emociones de otras personas. En ocasiones era como si viera la realidad desde los ojos de otros. Había compartido esto con sus padres, pero ellos redujeron el asunto a imaginaciones infantiles. Sin embargo, las percepciones todavía lo asaltaban.
—Siempre nos observa. Y aunque haya pasado tanto tiempo, el pueblo, la isla entera, mantiene el temor reverente. Pero nadie se va. La tierra es fértil, la pesca es buena y todo se mantiene en orden siempre que nadie cruce el río. No ganaríamos nada si nos fuéramos. Hay algo en la tierra. Y nosotros hemos echado raíces en ella.
Una gran mano nudosa le despeinó la cabeza al niño que cerró los ojos bajo su peso. Su repentina actitud contrastaba con el ambiente previo. Como si el anciano tratara de volver el entorno más ameno.
—Pero tu familia no es de aquí. No tiene lazos con la tierra y pronto se irán. Así que mejor no me hagas caso. No sé por qué dije tantas tonterías hace un momento.
En efecto, ellos solo estarían en la isla hasta que su padre, un médico del continente, terminará el trabajo que estaba realizando. Para él, eran unas vacaciones lejos de las multitudes y ajetreos tan comunes en la ciudad. Un respiro de la apabullante vida urbana. Sin embargo, en ese momento tuvo la sensación de que sí Tom fuera capaz de sacarlos de la isla en un barco de regreso al continente, lo habría hecho.
Quería preguntarle sobre ese cambio de actitud, pero su madre lo llamó desde la ventana y supo que era hora de irse. Se despidió de Tom deseándole una buena noche de descanso, pero él no respondió. Sus ojos miraban por la ventana, más allá del río, en dirección al bosque cuyo nombre el niño acababa de aprender.
2
La lluvia caía con pesadez. Podía oír las gotas estrellándose contra su capucha en una sucesión de hipnóticos golpeteos. Lo rodeaba la oscuridad primigenia de un entorno donde el hombre nunca había entrado. Y si lo había hecho, esa inmensidad salvaje y fértil había devorado todo rastro de su presencia, perdiéndola en un sueño muy lejano. Los árboles eran gruesos y repletos de nudos que formaban complicados diseños: semejaban rostros y figuras cuya comprensión hubiera requerido un momento de quietud. Y eso era algo que no podía permitirse.
A su alrededor ardían las lámparas de aceite de los demás miembros del equipo de búsqueda. Apenas permitían un atisbo de lo que los rodeaba, pero con eso tendría que bastar. Por encima de la lluvia se hacían oír los gritos que llamaban a los desaparecidos. No había respuesta.
La comodidad del hogar se hallaba tan cerca. Solo unos pasos para salir del bosque, cruzar el campo de flores y luego el río. Pero nadie daría el primer paso. Al contrario, seguirían con esa misión que sabían inútil. Él no buscaba a nadie en particular, al contrario, los que amaba se encontraban seguros en la aldea.
Derrick era un hombre fuerte. Muchas veces las miradas se habían posado en él cuando se pedían voluntarios. La última vez fue una demanda tan penetrante la que vio en los ojos de sus vecinos que no pudo negarse. Casi lo elevaban a la categoría de héroe, aunque para él sería más un mártir.
Algo paso volando sobre su cabeza. Lo hizo a gran velocidad, en un penetrante zumbido. En vano movió su linterna hacia arriba examinando las sombras. Sus ojos humanos nunca podrían leer lo que sucedía entre las espesas ramas. Regresó su atención al suelo en dónde al menos podía moverse.
Las luces de las demás linternas habían desaparecido.
Los gritos silenciados en el vaho blanquecino que se derramaba entre los troncos.
Estaba solo.
Las garras del miedo se hundieron en su pecho y un escalofrío recorrió su espalda. Giró en todas direcciones buscando indicios de compañía, pero solo encontraba más de esa oscuridad que enlutaba el bosque. La lámpara chillaba antes sus bruscos movimientos, proyectando su luz mortecina contra un enemigo impenetrable.
Llamó a grandes voces, pero sus palabras eran devoradas por la primigenia vegetación. Correr fue la única alternativa que su mente encontró y así lo hizo. El terreno era accidentado, con raíces que sobresalían de la tierra o grandes rocas ocultas en la hierba. Estaba seguro de que avanzaba en la misma dirección de la que había venido, no debería tardar en salir del bosque.
Pero tras lo que debieron ser diez minutos de huida, parecía no haberse movido de donde estaba. Seguía rodeado por la misma soledad silenciosa y desoladora. O eso pensó al principio. Sus ojos, que comenzaban a ajustarse al luto de la noche, descubrieron una serie de cambios en las formas de los troncos, ahora retorcidas en garras quiméricas. En las cortezas brotaban hongos ulcerosos que supuraban un líquido rojizo, dando la impresión de que los árboles sangraban. El aire también se volvió más denso, y en él viajaban los efluvios de aguas estancadas en alguna parte del bosque. Se cubrió el rostro con un brazo para evitarlos.
Algo volvió a pasar por encima de su cabeza, pero esta vez más cerca. Era un zumbido monstruoso que provenía desde la bóveda de hojas tumultuosas. Y algo más. Pudo oír un llanto que lo acompañaba. Un llanto de mujer, inconsolable y carente de esperanzas.
La confusión fue tal que llevó a Derrick de regreso a su juventud. Años antes de que se instalaran en la isla. Trabajaba en los muelles de Grydveil, una ciudad siempre cubierta por la bruma del mar. En las sombrías tabernas solían contarse historias. Una en particular se llamaba la Taberna de los Retos. Diversos personajes se reunían en ella para contar historias bajo la protección de máscaras y nombres falsos. Se contaban cosas de distintas partes del mundo, rumores y sucesos de los que no podía hablarse en público. Criaturas misteriosas, lugares malditos, seres que se movían entre mundos para consumirlos, amores trágicos que levaban a la locura.
Uno de estos narradores habló una vez de un viejo códice que contenía más historias que las que la taberna podría reunir en todos sus años de existencia. El Acipe aisatnaf, que entre sus páginas contenía muchos secretos del mundo. Uno de estos hablaba sobre mundos que se movían paralelos al suyo, pero que eventualmente llegaban a colisionar. Cuando esto pasaba, la realidad misma era desgarrada y por las fisuras se arrastraban toda clase de horrores.
A su derecha, algo enorme se movió, reptando como una serpiente y bufando como un buey. No quería creerlo, pero lo que estaba sucediendo solo le recordaba a las palabras de aquel narrador. Parecía estar dentro de una pesadilla.
El suelo bajo sus pies desapareció y él cayó. En su prisa no se había percatado del barranco que se abría ante él. Rodó a gran velocidad, con las piedras moliendo su cuerpo y las raíces arañando su rostro. Soltó la lámpara y la escuchó estrellándose en algún sitio.
Se incorporó adolorido y gimiente, temeroso de abrir los ojos para enfrentarse a la oscuridad sin una luz. Cuando todo dejó de darle vueltas se atrevió a hacerlo. Y grande fue su sorpresa al encontrarse con una luz rojiza brotando al otro lado de unos arbustos.
No era común y, por lo tanto, no aliviaba sus temores a la noche, sino que los reemplazaba con el miedo a esta nueva manifestación de los poderes del bosque. Sin embargo, era llamado a ese lugar, podía sentirlo. Una fuerza desconocida se adueñó de él y dirigió sus pasos en esa dirección.
Las hojas eran afiladas y causaron algunos cortes en sus dedos, pero no le importó. No al ver lo que yacía del otro lado. Un claro cercado por aquellos deformes árboles. Ocupado en su mayor parte por un lago rojo y resplandeciente. Una luna sangrienta se alzaba por encima de este, derramando sus pegajosos destellos sobre las aguas. La luz emanaba de estas, pero pronto comprendió que no era agua. No solo eran más densas, casi gelatinosas, sino que brotaban del aire. Tres largos desgarros, como dejados por las zarpas de una bestia, flotaban a varios metros de la superficie. Y por ellos se derramaba la extraña substancia.
Una visión incomprensible, enloquecedora. La realidad misma se desangraba por aquellas heridas. O tal vez aquello no era más que un sueño delirante de su mente. Llevado al extremo esa noche, corría como un loco delirante en el bosque, perdiéndose en el mismo sitio que los demás desaparecidos.
Antes de que pudiera decidir que estaba pasando, el zumbido de antes volvió a oírse, pero multiplicado. Y de la misma forma los llantos. Distinguió por el rabillo del ojo unas figuras que surgían del bosque y volaban hasta las orillas del lago. Cuerpos largos y estilizados de libélulas gigantes, de color bronce y con tórax enjoyados. Sin embargo, en lugar de las cabezas de insectos, tenían pálidos rostros de mujeres, con largas cabelleras negras que rozaban la superficie del lago. Una expresión de angustia consumía esos rostros que gemían desesperados.
Pensaba en escapar, la idea fija en su mente. Pero se quedó dónde estaba y empezó a gritar, no de horror, sino para llamar la atención de aquellos seres deformes. No sabía nada, solo que su garganta parecía haber ganado una consciencia propia y la firme voluntad de conducirlo a la ruina.
La más cercana de las criaturas se lanzó hacia él con la boca abierta y exhibiendo una serie de afilados colmillos.
Ya veía su final como inminente. Un brillo metálico pasó volando por encima de su hombro y se hundió en el rostro de la criatura. Se desplomó en la tierra, todavía moviendo sus alas y larga cola. Pero los llantos se habían detenido.
Derrick sintió algo tirando del cuello de su camisa mientras su garganta enmudecía. Una fuerza que lo arrastró por el bosque, alejándolo del lago y de las libélulas. Una brigada de zumbidos ardía en las copas de los árboles, estremecidas por el batir de una infinidad de alas.
Uno de esos seres alados se arrojó contra él desde las alturas, pero la misma fuerza que lo arrastraba dio un rápido giro. Alcanzó a ver otro brillo metálico seguido del cuerpo de la libélula siendo cortado en pedazos. En medio de esos movimientos distinguió lo que lo estaba salvando. Un largo brazo humano que se desprendía de una masa de niebla. Esta se movía entre los árboles con la agilidad de un ciervo.
La persecución concluyó cuando Derrick fue arrojado dentro de un cubil de piedra y hiedra. A su espalda fue cerrada una puerta y contra esa se materializó una silueta humana. Sobre su rostro traía una máscara de gas que ocultaba sus rasgos. Llevaba una linterna que emitía una luz violácea y una capa de color borgoña. Por la capucha se deslizaban mechones de cabello negro. En una mano llevaba una larga y afilada aguja que llevó contra el filtro de la máscara. Con un siseo le indicó que guardara silencio.
Él obedeció, mientras el cubil en el que se hallaban se vio abordado por un torrente de zumbidos. Eran tantos y tan fuertes que parecía que harían caer las paredes. Pero no se detuvieron, sino que siguieron de largo.
Fueron unos instantes que le parecieron eternos, pero concluyeron.
La calma volvió poco a poco. Apenas se recuperaba del impacto cuando una voz de mujer le habló.
—Nunca debiste entrar a este bosque.
—¿Quién eres?¿Qué está pasando? —preguntó confundido.
—Tú lo viste. Este bosque es una puerta a otro mundo.
—Pero ¿Por qué pasa esto?
La mujer no parecía estar prestándole atención. Al contrario, parecía reflexionar en cosas poco gratas.
—Debieron dejar de mandar gente. Un momento…
Su interlocutora pareció notar algo en Derrick. Se inclinó sobre él y lo sujetó del cuello. Su agarre era firme y capaz de quebrarle el cuello. Desde los cristales de su máscara llegaba un frío destello.
—Tú no estás solo. Hay alguien contigo.
Derrick no comprendía de qué hablaba, pero no encontraba la fuerza para poner sus dudas en preguntas claras.
—¿Qué?
—Unos ojos detrás de los tuyos. Alguien está viendo lo mismo que tú.
—¿Mis ojos?
—¿Quién eres? —ordenó la mujer.
La voz brotó de la boca de Derrick. Pero no le pertenecía a él.
—Lakiv.
Era la voz de un niño. Una voz que no podía reconocer, pero que venía de él. Sus dedos se retorcieron en la tierra dejando surcos.
—¿Quién te habló del bosque?
—Tom Hogan.
—¿Tom Hogan? —preguntó Derrick asustado—. El hijo del herrero. Pero si solo es un bebé ¿Qué tienen que ver ellos con esto?
La mujer parecía haberse vuelto indiferente al aldeano. Solo prestaba atención a la voz del niño.
—Al hablarte de lo que sucede en este bosque, Tom dejó tu mente susceptible a su influjo. No debió ser intencional. Pocas personas la sensibilidad que tú tienes. Tierra fértil para lo que sucede aquí.
La mujer observó a través de los cristales de la máscara y a través de los ojos de Derrick. Parecía muy intrigada por lo que acababa de descubrir. Una anomalía que parecía querer diseccionar con la mirada. Aunque se dirigía al niño, Derrick sintió que él podía caer en el fuego cruzado.
—¿Qué hay de mí? —intervino suplicante.
Ella se irguió como una torre ante el aldeano, imponente e inalterable. Supo que ahora se estaba dirigiendo a él. Una fría determinación ardía en los cristales de la máscara. La misma determinación residía en su voz.
—Tú cuerpo ya ha sido alcanzado por el bosque —dijo la mujer mientras alzaba una mano sobre el hombre.
—¿Qué dices? —preguntó con la mirada clavada en la sombra de cinco dedos sobre su pecho.
Pero antes de que Derrick pudiera agregar más sintió que su cuerpo se paralizaba. Los miembros se reblandecían bajo la mano de la mujer. Se disolvían en un siseo. Carne y hueso convirtiéndose en volutas de humo que se alzaron hasta la palma de la mujer. Sus ropas quedaron desparramadas en el suelo. Ella cerró su mano con suavidad y al abrirla sujetaba un pequeño espejo.
Observó el reflejo que aparecía en este. Derrick permanecía ante ella, detenido en el tiempo, casi rebotando en el marco dorado. Una sombra se movía tras él, pero fue volviéndose cada vez más pequeña hasta ser solo una mosca y luego una manchita. Hasta que desapareció. La entidad que había estado viendo a través de los ojos del aldeano había regresado al sitio del que venía.
La mujer tomó un saco que colgaba de su cintura. Lo desató exhibiendo más espejos similares. Con cuidado depositó su más reciente creación junto a las demás.
3
Lakiv se despertó cuando un escalofrío, indiferente a las gruesas sabanas, invadió su cuerpo. Se incorporó en la cama y se rodeó con los brazos para frotarse y entrar en calor. La sensación era desagradable y no se iba. Pensó en sacar un abrigo del baúl y dormir con este puesto. Despertar cubierto en sudor hubiera sido mejor que soportar ese repentino frío que se pegaba a sus huesos.
Miró por la ventana para asegurarse de que estaba en un lugar conocido. Cabañas de madera, espaciosas en su mayoría, muchas con balcones, alféizares llenos de flores y porches con barandas finamente talladas. Cercas de pierda delimitaban algunas propiedades, pero no eran frecuentes. Las cabañas parecían derramarse por el escalonado terreno, unidas por escaleras de piedra que serpenteaban entre la verde hierba. La luz de la runa hacía resplandecer los puntiagudos techos y chimeneas.
Estaba en la aldea.
Pero el sueño fue tan real y horrible que solo podía pensar en él. Quería creer que era por las historias de Tom, pero los detalles más perturbadores no formaban parte de lo que el anciano había referido. Y él nunca había soñado con cosas como aquellas.
La mujer con la máscara de gas.
Había algo en ella que lo había atraído irremediablemente. Y no era solo su voz, sino que irradiaba de su sola presencia para entrar por los ojos y adueñarse de su interior. Incluso en ese momento seguía viéndola, como un reflejo congelado en el espejo de su memoria. Algo de lo que no podía alejarse.
Desvió la mirada hacia la ventana de nuevo y entonces lo vio. Una espesa niebla se deslizaba desde el bosque Blackwood y avanzaba hasta la orilla del río. Algo en esas emanaciones lo ponía nervioso. No tenía sentido, pero sabía que esa era la razón de sus crecientes escalofríos.
El silencio reinaba en esa noche de una manera antinatural, ni las aves nocturnas, ni el viento, ni los insectos. Era como si todo en la naturaleza estuviera aguardando algo. Y él, al despertarse, se había vuelto parte del auditorio. Por eso supo que no cerraría la ventana, ni se cubriría bajo las sabanas.
El brazo surgió de entre los árboles, más largos que las aspas de un molino. Rematado en una mano de cinco dedos tan filosos como garras. La cabeza lo siguió, una masa en forma de gota, con el extremo más gordo hacia adelante, bamboleándose como péndulo. No podía verse ningún rasgo en esta, ni siquiera ojos. Un segundo brazo igual al primero apareció para sumarse a esa procesión de horrores. El torso era humano, pero negro como brea viva. Parecía humano, pero con la piel pegada a los huesos.
Lakiv quedó paralizado ante la horrible visión que se deslizaba en la niebla, sobre el campo de flores. Ni un solo sonido emanó de la criatura, ni siquiera cuando cruzó el río sin dificultad. Ahora estaba a escasos pasos de su ventana, cubriendo la luna con su enorme cuerpo.
Su corazón se detuvo ante los movimientos retorcidos de la criatura. No importaba lo que fuera, su sola presencia atentaba contra todas las seguridades de su mundo infantil. Quería gritar, despertar a todos y advertirles, pero no podía abandonar su posición de vigía.
El aroma putrefacto del monstruo se coló por la ventana, como si un estercolero andante se estuviera rodeando la casa. Pero lo importante era que no iba por él. Tal vez no se había percatado de su presencia, o algo más lo estaba atrayendo. Comprendió que era lo segundo cuando la criatura rodeó la casa de Tom Hogand.
Los largos miembros traseros rodearon la sencilla vivienda, uno a cada lado, casi como si la estuvieran aferrando. Las “manos” hicieron lo mismo a los costados de la casa. La cabeza se balanceó sobre el techo por varios segundos antes de que un pliegue de carne, oculto hasta ese momento, se abriera en toda su extensión. Una boca de una sanguijuela, repleta de círculos de colmillos que relucían como puñales bajo la luna, se posó sobre el techo.
Por primera vez un sonido se hizo oír en la noche. El sonido del monstruo succionando. Fue entonces que Lakiv se desmayó sobre su cama para no despertar hasta el día siguiente.
Al principio estaba convencido de que todo había sido solo un sueño, rogaba que lo fuera. Nada delataba la excursión nocturna de la criatura, ninguna marca en el suelo y ni rastro de ese horrendo aroma. Ni sus padres ni su hermano mencionaron el tema, indicando que solo él había atestiguado la aparición.
Una hora después descubriría que Tom Hogand había muerto durante la noche.