SOCIEDAD POR LA SALVAGUARDA DE LOS MUNDOS
EL DESTINO DE FANTASITURA
Una sombra se extendía lánguida por las tierras del valle desértico, en lo que otros tiempos habían sido tierras fértiles. Un vergel perdido. Primero la tierra se abrió, sus grietas como cicatrices en la carne. Luego la arena fluyó con el viento y cubrió las zonas bajas hasta donde alcanzaba la vista. El tiempo tenía tendencia a esculpir el paisaje y el abandono era su mejor aliado… pero esa sombra. Esa sombra todavía débil se extendía audaz por todo aquello que había abandonado el hombre.
Anomander Rake, el hijo de Madre Oscuridad, agitó su melena plateada a ese viento que traía la sospecha de un nuevo cambio, uno que acompañaba al abandono como la última firma de la conquista de ese maldito desierto. Eran susurros que solo el oído atento podía interpretar. Un olor extraño en las sendas. Rake abrió parcialmente Kurald Galain a modo de precaución y miró a los lados ante el más tenue cambio en el ambiente. De pronto el mismo viento amainó y un gritó agónico salió de la misma tierra. Giró su rostro de piel negra como el carbón y con él sus ojos verde esmeralda hacia un encapuchado que había aparecido de la nada. Su rostro, bajo el sudario, lo cubría una máscara espejo y sus brazos desaparecían bajo las holgadas mangas.
—Y bien, ¿qué eres?
—Soy Olvido y tú te encuentras en un mundo que, por su larga agonía, he decido reclamar para mí… Anomandaris.
Anomander Rake miró a la enclenque figura una vez más. De algún modo podía percibir un poder como no había visto antes.
—¿Cómo conoces mi nombre?
—Yo siempre recuerdo aquello que los demás olvidan.
—No importa, no voy a permitir que reclames algo que no te pertenece. Este mundo, Fantasitura, ha sufrido antes a tiranos que creían poder reclamar como suyo una porción de su riqueza. Criatura, seas lo que seas, solo te pertenece el suelo donde tus pies apoyan y ellos no pueden abarcar este vasto mundo.
—Ahí te confundes, Anomandaris —el encapuchado caminó hacia él y este se fijó que las huellas que dejaba atrás, sobre la arena, desparecían tras un breve instante—. Mis pies pisan desacralizando todo a su paso, aplastando la esencia del mismo recuerdo dentro de un pozo insondable. Porque, yo, Olvido, soy inexorable.
Anomander desenfundó Dragnipur y señaló en horizontal hacia el amenazante encapuchado.
—Pronto comprobarás que la naturaleza de mi espada también lo es.
La arena se agitó con temblores efervescentes allá donde miraba. Bultos que supuraban desde la tierra alrededor de Olvido. De ellos salieron criaturas horrendas, deformes, sin rostro, algunos prácticamente esqueletos andantes, otros con la espalda cubierta de púas como un erizo y con garras del tamaño de falanges humanas. Otras criaturas de naturalezas similar, pero aladas, opacaron el sol en violenta bandada y descendieron sobre Rake.
Antes siquiera de que se hubiese percatado de lo peligrosa de su situación, estaba rodeado por cielo y tierra.
—Estos son mis hijos, los Depredadores de Recuerdos, vástagos de Olvido, y devoraran para mí hasta la última porción de Fantasitura. Y tú, hijo de Oscuridad, no habrá nada que puedas hacer para evitarlo.
Las criaturas terrestres se alzaron con velocidad sobre Rake. Un barrido horizontal de Dragnipur segó la vida de al menos cuatro criaturas, atando sus almas para siempre. Pero eran demasiados. Notó la piel abriéndose allá donde la garras lo alcanzaban y con una mueca de rabia, abrió Kurald Galain y una explosión de zarcillos negros reventó contra la marabunta destrozando a decenas de criaturas.
Anomander Rake llevó su vista al cielo. La amenaza estaba lejos de acabar. La bandada voladora de Depredadores bajó inclemente contra él. Rake frunció el ceño, contrariado. Como soletaken decidió que era el momento de asumir su forma dracónica. Las criaturas se lanzaron en picado y una nube de arena se alzó oscureciendo la atmósfera a su alrededor cuando impactaron contra el suelo.
Entre la espesa calima formada se asomaron unas alas negras gigantescas. Un dragón, oscuro y de crines plateadas, alzó el vuelo destruyendo, con sus garras y dientes, a las criaturas como si fueran simples insectos… pero seguía había demasiados, el ejército de esas alimañas era cada vez más amplio. Impactaron suicidas contra sus alas y perforaron sus escamas. Se arrojaron a miles sujetándose a él como garrapatas y Rake, comprometido, alzó el vuelo en un torbellino expulsándolos de su cuerpo.
Por fin solo, por encima de las nubes de Fantasitura. Miró abajo y comprobó como el enjambre se reagrupaba.
Decidió que era más importante hacer saber a un viejo grupo de compañeros lo que se avecinaba, que arriesgarse por arrogancia a dejar el destino de Fantasitura en manos de Olvido.
Las criaturas llegaron zumbando, con las garras en alto y el dragón les rugió con el orgullo herido por tener que anteponer su responsabilidad al desafío que tanto anhelaba.
Una senda se abrió, una brecha oscura sobre el cielo. El enorme dragón desapareció en su interior.
Rincewind miraba con el ojo derecho palpitante a su desgraciado e indolente compañero. Kvothe tocaba el laúd, en la posada Roca de Guia, con un talento innato que bien podía competir con el más laureado de los músicos, cada nota era mecida en una sucesión armónica meditada, ninguno de sus dedos se movía al azar y su maldita voz… y las mujeres que lo miraban embelesadas… y las sonrisas ladinas que les devolvía sin que ello supusiese el más mínimo arpegio a destiempo… Definitivamente aquel hombre era insufrible. Una mezcla indescriptible de talentos y arrogancia a iguales partes. Porque además de la música, el pelirrojo, dominaba la espada y una extraña clase de magia —a la que él denominaba nominación— como pocos. Rincewind sentía envidia, después de todo él solo conocía un hechizo y este tenía tendencia a ignorar su voluntad. Era una situación parecida a cuando levantas la mano al mesero por enésima vez y este respondía rebasándote con indiferente indolencia.
Kvothe por fin terminó y se acercó a unas damas que suspiraban encantadas con su atención. Rincewind bufó y miró al otro lado de su mesa donde una sombra bajo un sudario acababa de sentarse. Las manos esqueléticas, una oscuridad impenetrable en su rostro. La última moda en instrumental de labranza apoyada contra su huesudo hombro.
«Oh no, oh no».
Rincewind estuvo a punto de levantarse, pero la muerte le hizo un gesto amenazante con una falange al mismo tiempo que, con la guadaña extendida, le cortaba la salida del banco.
—VAS A ESCUCHARME, NO ESTOY AQUÍ PARA LLEVARTE, HACE TIEMPO QUE HE DESISTIDO. ¿PIENSAS QUE LO HAGO POR GUSTO? ENTRE TODOS MIS CLIENTES TÚ ERES EL QUE MÁS ABORREZCO.
Rincewind, lejos de tranquilizarse con la noticia, se sintió molesto con el comentario. De algún modo, aunque se tratase de la mismísima muerte, que lo ignoraran deliberadamente no dejaba de ser un desprecio. Aun así, en un ejercicio de sabiduría, decidió que no era el momento de discutir. La muerte parecía estresada, más que el contable de los Lannister cuando llegaba la declaración trimestral.
—ESTOY AQUÍ PARA ADVERTIR A LA SSM QUE NO SE INMISCUYA, MI PRIMO HA DECIDIDO PONER FIN A UN MUNDO ENTERO, NO HAY NADA QUE PODAÍS HACER PARA EVITARLO Y SI LO INTENTAIS… PERJUDICAREIS EL EQUILIBRIO DE LOS MUNDOS. ¿ME HAS OÍDO MALDITO INGRATO? —Rincewind asintió con los labios fruncidos—. BIEN, PUES HE ACABADO. SI ME DISCULPAS, ME VOY, QUE ESTO ES UN NO PARAR. Y NO, NO ME PAGAN LAS HORAS EXTRAS. EL SINDICATO DE PARCAS ESTÁ LLENO DE BURÓCRATAS ACOMODADOS QUE…
El resto de la queja se perdió en un murmullo mientras se alejaba. De pronto, un poco más allá de por donde la Muerte se había ido, se escucharon gritos de terror y Kvothe apareció arrastrando al Equipaje con esfuerzo, y este, mientras agitaba sus cientos de patitas en el aire, parecía mirarlo suplicante con los dos nudos que dibujaba la madera en su cubierta frontal.
—¡Se acaba de comer al ebanista del pueblo, Rincewind! ¡Esto no puede seguir así!
—¡Oh! Puede que esta vez fuera algo personal —respondió encogiéndose de hombros.
—Tienes que controlar tu equipaje, no puede ir por ahí comiendo a la gente.
—Te he dicho que no es mío. Es de Dosflores y me pidió que lo cuidara mientras hacía turismo por Mordor… de eso hace tres años.
Kvothe cogió aire para protestar pero de pronto algo atravesó la puerta, batiéndola, voló en un remolino y se posó delante de sus miradas. ¿Era una carta? Sí, indudablemente lo era, solo que una vociferadora. Esta se abrió de pronto formando unos labios y comenzó a despotricar:
«Hola, Rincewind, esperó que tengas a Equipaje a buen recaudo y a el Hechizo bajo control, de no ser así esta vez informaré al Departamento del Uso Indebido de la Magia —dijo en tono de reproche y luego se giró hacia el pelirrojo poniendo la típica voz dulce de chiquilla encandilada—. Hola, Kvothe, espero que todo te vaya bien. Sucede algo de suma importancia y nos reuniremos donde siempre, esta misma noche —la carta se giró por última vez hacia el magucho recuperando su tono recriminante—. Tú también deberías venir.
Hermione Granger».
Kvothe lo miró intrigado, desconocía por completo lo que les esperaba en esa reunión. Rincewind, sin embargo, no podía evitar recordar su reciente conversación con la Muerte.
El Hogar del Libro era una de esas grandes cadenas que había convertido el tradicional negocio personalizado de la venta de libros en uno más acorde al concepto de capitalismo tardío de Ernest Mandel. Gandalf estaba de pie, frente a la mesa de reuniones, meditando sobre en que cabecera debía sentarse. Era una mesa redonda, lo que no facilitaba la decisión; y no, no es que fuera idiota, simplemente era consciente de que con su altura portentosa y su sombrero picudo tenía una presencia imponente así que el lugar que en que se sentara se convertiría inmediatamente en la referencia. Lo que hacía que no fuera una decisión baladí. Lo mejor sería de frente a la ventana, así los demás no se distraerían con facilidad… pero corría el riesgo de ser él quien se distrajera con peatones.
Difícil decisión.
Mientras algunas personas curioseaban entre las secciones de libros. Los que más captaban su atención iban sobre vampiros brillantes y hombres lobos fuertemente sexualizados, sobre los libros de un japonés con gran afición por escribir sobre cosas tristes y sobre un conejo brasileño experto en resoluciones filosóficas que resultarían evidentes hasta para Rincewind.
Un ruido de diferentes voces en el servicio le anunció que los miembros de la SSM comenzaban a llegar a la reunión, por lo que tomó la primera silla que le dictó el instinto.
«En caso de duda, sigue a tu olfato», se recordó.
La primera en llegar fue Hermione, nada extraño en eso. Detrás iba Arya Stark, caminando rígida como un palo de escoba. Tampoco extraño. Luego apareció Shallan Davar, portando una coraza de altivez y hablando sola en apariencia, aunque Gandalf se había fijado más veces en como hablaba con aquel ente invisible al que denominaba Patrón. A continuación llegaron Kvothe y Rincewind en una acalorada discusión sobre quien pendía la responsabilidad sobre cierto cofre con patas. Finalmente fue Geralt de Rivia el que entró en la biblioteca con cara de pocos amigos y bajo el tintinear de sus espuelas. Se sentó con los ojos entrecerrados frente a Gandalf.
Todos y cada uno estaban sentados sobre la mesa y aun así había un hueco libre. Gandalf sabía que no tardaría en cubrirse. Y así fue, Anomander Rake, el hijo de la madre Oscuridad salió sin disimulo de una apertura oscura en el aire. La gente de la biblioteca se alertó en sobremanera y si no fuera por el rápido hechizo desmemorizante de Hermione Granger tal vez el planeta tierra habría descubierto por fin la existencia de la magia y esos pobres incautos dejarían de pensar que se trataba de una reunión de frikis con atrezo del bueno.
—Deberías ser más cuidadoso cuando reveles tu presencia en este mundo —aleccionó Granger. Si algo le gustaba a esa muchacha es que le diesen la opción de aleccionar… eso y levantar la mano a la más mínima oportunidad para hacer patente su superioridad intelectual.
—Estoy más preocupado por la seguridad de otro mundo —dijo Rake, todavía de pie con su radiante armadura sobre la mesa—. Fantasitura necesita ayuda, una entidad llamada Olvido va a consumirla.
Un carraspeó tímido.
—Ejem… No podemos… Ejem.
—Rincewind, nuestro honorable miembro en representación de la Universidad Invisible… si hay algo que desees decir, ¡habla claro! —exclamó Gandalf.
—La muerte… me ha visitado. Dice que no debemos intervenir, algo del equilibrio de los mundos y bla bla.
—¿Otra vez la conjunción de las esferas? —preguntó Geralt atónito.
Rincewind se encogió de hombros.
—No sé, la muerte dijo algo de que las consecuencias de nuestra intervención serían imprevisibles. Supongo que se referirá a algo como que las tostadas comenzarían a caer del lado sin untar o que los viernes pasarían a sentirse como los lunes, ¿os imagináis? En fin, cosas terribles… terribles.
Gandalf agitó su bastón contra la baldosa para poner orden.
—Estamos ante un evento de gran alcance —dijo Gandalf mirando a los presentes con ojos nostálgicos— Nuestra participación, o no, tendrá consecuencias. Aunque decidiésemos ayudar es probable que ya este todo perdido y no podríamos salvar Fantasitura de la plaga que supone Olvido. Pienso que la única manera de ayudar sería protegiendo su legendario archivo, allí se guardan todas las historias que ha vivido esa fantástica tierra. Salvando su recuerdo haríamos pervivir a sus mismos y legendarios héroes. Héroes como el mítico Cabromagno, un ser con la fuerza de doscientos hombres y la inteligencia de un par de cabras; el Guardián Ciego, un astrólogo con el potencial para ver el futuro en las estrellas, y que el destino, traicionero, quiso que fuera invidente de nacimiento; Celembor, el elfo pirata, capaz de navegar airoso por los siete mares, pero incapaz de encontrar la salida de un solo burdel y Nikto, el Dios invisible, fiel admirador de la política no intervencionista. Como estos hubo muchos otros héroes para los que no tengo tiempo en esta diatriba, pero que igualmente me arriesgaré a mencionar: Muad el Charrúa, Duncan el Deslenguado, Alhazred Rey del Rol, Zarono el Implacable, Avaran Bovinae Celestis, Pafman Pluma Suprema y para finalizar una criatura hermosa y terrible a la vez, cuya lengua podía elevar tu espíritu o atarte en las tinieblas donde se extienden las sombras en la tierra de… —toses, de esas que tratan de indicar que te has desviado del tema o que estás a punto de incidir en un delito contra los derechos de autor, comenzaron a sonar por doquier y Gandalf alzó sus bondadosos ojos alejando la oscuridad que había empezado a rodearle y finalizó su discurso con una sonrisa amable— JPQ el Crítico Literario.
—En fin —dijo Rincewind poniéndose en pie y arriesgando toda su capacidad intelectual en el arranque de su discurso—, la Sociedad por la Salvaguarda de los Mundos ha estado aquí desde mucho antes que nosotros y siempre ha respondido contra una amenaza… pero en este caso es una natural. El olvido es parte presente en toda la creación, la última parte de un ciclo. Si a Fantasitura le ha llegado su momento, dudo que sea sabio remar contra la marea.
Se volvió a sentar satisfecho.
—¿Y no es lo que hace siempre la vida —intervino para sorpresa de todos Shallan, que siempre solía hacer ejercicios maestros de timidez en las reuniones— luchar contra el olvido hasta que no queda otra?
Geralt de Rivia suspiró y se puso en pie con semblante serio. Las palabras de la muchacha tenían pinta de haber tocado algo en su interior, pero por supuesto no se trasmitió a su férrea fachada, ni siquiera se notó el más leve matiz de emoción en su voz. Y aun así miró a la muchacha con un leve brillo de reconocimiento.
—Por desgracia para mí, ella está en lo cierto. ¿Desde cuándo nos rendimos ante aquello que parece no tener solución, sin ni siquiera antes intentarlo? Si hay una manera, por remota que sea, contad con mi espada de plata.
—Y con mi laúd —dijo Kvothe apoyándolo también sobre la mesa, y aunque todos pensaban que bromeaba, hablaba en serio.
—Y con Patrón —Shallan Davar había invocado una increíblemente bella espada esquirlada.
—Y con aguja —dijo Arya Stark.
Hermione añadió su varita a la colección e incluso Anomander Rake puso a la pesada Dragnipur sobre la mesa. Gandalf finalmente con una sonrisa entrañable apoyó también su bastón. Rincewind nervioso ante la locura colectiva rebuscó entre sus bolsillos y encontró unas monedas, un chicle y unas pelusillas.
—Y cuenta con… esta… guarrada. —murmuró finalmente.
Desde luego, iban a hacer justo lo que la misma Muerte le había advertido que no hicieran. Al menos estaba tranquilo, tenía una preocupación menos, había conseguido distraer al Equipaje en un almacén de Ikea, así que dudaba que volviera a verlo, eses lugares estaban hechos solo para que entraras.
El portal se cerró tras él y Geralt vomitó en unos matorrales, se limpió con la manga y miró en la distancia. El cielo y las nubes dibujaban tonos anaranjados antinaturales como si a un pintor ebrio se le hubiese acabado el azul y hubiese pensando que una atmósfera infernal hacía buen juego con la tierra yerma. Su fiel corcel le bufó en la oreja demandando su atención.
—Lo sé, Sardinilla, aquí no hay mucho donde pastar. Quiero pensar que no nos quedaremos demasiado.
Al fondo del paisaje había una estructura de cuento de hadas, torres que crecían ornamentadas sobre cientos de metros de altura rodeando un gigantesco cimborrio. Las cariátides sobresalían como guardianes de las columnas que rodeaban toda la fachada del conjunto. Una catedral que todavía se sostenía ilesa entre las gigantescas grietas que asolaban Fantasitura. Era sin duda alguna un milagro, o no… Después de todo, aquel era el corazón de ese mundo. El Archivo. Probablemente el plato más sabroso para el apetito voraz de Olvido.
Geralt guió a Sardinilla hasta la imponente entrada Oeste del Archivo que desembocaba en una pequeña plazoleta donde la baldosa ya se encontraba agrietada. Él se encargaría de defender esa entrada junto con Arya Stark, así lo habían acordado. Kvothe, por su parte, defendería la puerta trasera del monumental templo con Rincewind; Shallan Davar y Hermione Granger defenderían la puerta este y, mientras, Gandalf y Anomander Rake, se encargarían de la puerta principal.
Geralt maldijo, como era posible que la muchacha ya estuviese allí sentada.
—Arya…
—Geralt.
—Para ser tan joven tus ojos lucen…
—¿Veteranos?
—Arrogantes.
Arya sonrió.
—Una actitud orgullosa puede salvarte cuando provienes de un mundo cruel y despiadado como el mío.
—Yo, en cambio, comprendí que el orgullo y la arrogancia, aunque son una defensa para ser diferente, son una lamentable defensa.
—¿Me juzgas? Si comprendieras por lo que he pasado…
Geralt se encogió de hombros.
—Asqueroso es el mundo alrededor. Pero esa no es razón para que nosotros todos nos volvamos asquerosos.
Arya lo examinó con fijeza.
—Tu voz es la de la resignación y eso me hace dudar de que hace alguien como tú en este grupo. ¿No crees realmente que podamos salvar este lugar, verdad?
Entonces Geralt desmontó de sardinilla, desenfundo su espada de plata, miró a las criaturas que se acercaban por el horizonte y dijo:
—Ayer por la noche pensaba en salvar toda Fantasitura. Esta mañana en salvar su Archivo. Pero, en fin, hay que tomar tareas a la medida de nuestras fuerzas. Y salvar lo que se puede.
Sentados sobre dos guijarros, sobre el suelo sin pavimentar de la puerta trasera del complejo del Archivo, se encontraban Rincewind y Kvothe. El pelirrojo hizo sonar una última vez su laúd en una preciosa melodía en la que mentaba a una tal Denna, con amor sin duda, pero también con resentimiento. Luego dejó el instrumento con cariño entre las piedras y miró a lo lejos.
—¿Estas bien? —Le preguntó Rincewind.
—Algo… vacío. No me hagas caso.
—No, me gustaría tratar de entenderlo, ¿es por algo en especial? —Kvothe se quedó en silencio—. Vamos anda, igual morimos esta tarde, dedícame unas palabras.
—Las palabras pueden hacer prender el fuego en la mente de los hombres. Las palabras pueden arrancarles lágrimas a los corazones más duros.
—Y aun así… deseo oírlas.
Suspiró.
—He viajado a lo largo y ancho de mi mundo, he conocido a mujeres increíbles, he sido héroe y villano, he estudiado simpatía y nominación en la Universidad y he aprendido esgrima con los Adem… he tocado canciones que hacen llorar a los bardos… He hecho tantas cosas que otros hombres considerarían maravillosas, recuerdos imborrables que, sin embargo, no evitan que me sienta vacío hoy día.
Rincewind asintió comprensivo.
—Una vez conocí a alguien, alguien que me regaló su equipaje…
—Sabía que era tuyo…
—Ejem… Ese alguien viajó mucho y vivió muchas aventuras. Ese alguien me dijo una cosa una vez que no comprendí. Me dijo: «lo importante de tener muchas cosas que recordar es ir a algún sitio a recordarlas. No habrás estado en ninguna parte hasta que no vuelves a casa». Ahora creo que entiendo lo que quería decirme. Tal vez deberías regresar a tú hogar. Cuando lo hagas puede que mires esos recuerdos de otro modo.
Kvothe sonrió con ternura al valorar las palabras más sabias que había oído en mucho tiempo… Pero el hogar está donde están aquellos que amas. Rincewind no podía saberlo. El de Kvothe era un hogar inalcanzable.
Shallan y Hermione no tuvieron una conversación tan profunda como la de nuestros otros amigos. Unos dicen que porque el narrador no estaba tan versado en la exploración del insondable y pasional carácter femenino.
Paparruchas.
El narrador entiende de mujeres.
La realidad tiene más que ver con el límite de palabras y de hecho algo parecido le sucedió a Anomander Rake y nuestro amado Gandalf. En su caso estuvo motivado en la posible falta de interés de los lectores hacia la conversación de estos, que fue de lo más aburrida. ¿Qué esperáis que suceda cuando el Caballero de la Gran Casa de Oscuridad, el Señor de Engendro de Luna, habla con un Istari, un Maiar nacido del pensamiento de Íluvatar?¡Pues claro! Fue de carácter filosófico y teológico. ¡Una auténtica disertación sobre donde empieza o termina la frente de un calvo!
El caso fue que estaban a punto de hallar una respuesta cuando se vieron interrumpidos por el mismo Olvido, que caminó arrastrando su sudario, ni corto ni perezoso, hasta las mismas escaleras de entrada al Archivo de Fantasitura.
—Mithrandir, Anomandaris —dijo—, si abandonáis este mundo a su suerte, os dejaré salvaguardar vuestras vidas y las de vuestros colegas.
Rake desenfundó a Dragnipur. Gandalf hizo lo propio con su espada Glamdring y eso pareció dar por zanjado cualquier espacio para la diplomacia. Miles de criaturas comenzaron a salir entre las grietas. Se lanzaron contra los dos héroes y Anomander abrió Kurald Galain y extrajo su poder en forma de una llamarada negra que derritió la carne de una cincuentena de criaturas. Gandalf se lo quedó mirando perplejo.
—¿Lo desapruebas? —preguntó Rake.
Gandalf negó.
—Oscuridad para asuntos oscuros. Haz lo que tengas que hacer, nuestras posibilidades son…
—No hay lucha demasiado inmensa, MIthrandir, no hay probabilidades demasiado abrumadoras, pues incluso si fracasásemos, si cayésemos, sabríamos que hemos vivido.
El mago sonrió.
—Cierto, después de todo, lo único que podemos decidir es qué hacer con el tiempo que se nos ha dado —Gandalf se volvió hacia las criaturas, alzó su bastón y gritó—: ¡Llama de Udûn!
En la puerta este Shallan destrozaba a las alimañas con la espada esquirlada mientras creaba ilusiones absorbiendo la luz tormentosa de las esferas que llevaba en su bolsa. Un monstruo saltó sobre ella e inutilizó su mitad inferior agitando a Patrón. Eso le impidió ver a otra criatura que se le acercaba con las zarpas abiertas por la espalda.
Hermione gritó Depulso agitando su varita y la criatura salió volando por los aires impidiéndole alcanzar a Shallan.
Las dos mujeres tuvieron que retroceder escaleras arriba e ir cediendo terreno a las criaturas que no desistían pese a las continuas bajas.
En la puerta Oeste, Geralt hacía bailar su espada de plata. Primero el brazo de una criatura salió volando, luego una pierna y la criatura se desplomó. Una floritura y clavó la espada en su nuca. Se acercó otro monstruo. Con la mano izquierda hizo el gesto de la señal Igni y lo llenó de llamas. Arrancó la espada y chorreó sangre negra. No le daban tregua. Cambió de señal y con Aard empujó a las criaturas lo suficiente como para darse un respiro.
Arya Stark danzaba, era la mejor manera de definirlo. Perforaba a las criaturas con esa pequeña espada una y otra vez y luchaba sobre una montaña de cuerpos. Trataban de alcanzarla pero era más rápida, más ágil, más pequeña y flexible. Las criaturas no tenían opción… pero era una cuestión de números…
—¡Al interior, retirada! —gritó Geralt.
Kvothe esgrimía su espada, Delirio, un arma fría como la ceniza sobre la nieve —si es que eso significa algo—, con una sola mano. Las criaturas caían a sus pies como simples insectos. Luchaba con elegancia: estocadas certeras, cortes limpios y guardias perfectas. Su despliegue de esgrima equivaldría a una pieza maestra en lo que a música se refiere. Pero por supuesto no era suficiente; estaba defendiendo él solo la puerta… Ricewind… en fin, era Ricewind y estaba más ocupado salvando su propio pellejo.
Las criaturas comenzaron a rodear a Kvothe que de pronto comenzó a sentirse agobiado. Saltaron formando una montaña sobre él y Rincewind se asustó y lo dio por perdido.
Entonces sucedió.
Las criaturas comenzaron a levitar poco a poco alrededor de Kvothe, que de rodillas alzó su mentón agitando su melena roja al viento. Su mirada era la viva imagen de la determinación… y sexy, sobre todo sexy. Rincewind hubiera deseado ser la mitad de la mitad de guay que Kvothe, es más, le habría bastado ser la mitad de una partícula subatómica de guay que Kvothe, ya que el pelirrojo, de alguna manera que solo la magia podría explicar, había llamado al viento y todas las criaturas a su alrededor habían comenzado a salir despedidas en un torbellino.Y el viento ni siquiera lo había despeinado.
Aun así lo que fuera que había hecho Kvothe lo había debilitado, pero había sido tan efectivo que les había dado unos valiosisimos minutos para retirarse a una posición más segura. Rincewind arrastró a Kvothe hasta la puerta y la abrió. Antes de cruzar miró al cielo.
Un enorme dragón de melena plateada se enfrentaba, apoyado sobre una de las torres del Archivo, a centenares de criaturas voladoras.
Horas después todos los héroes de la Sociedad por la Salvaguarda de los Mundos se encontraron asediados en los salones del Archivo, una sala hipóstila que rodeaba el cimborrio central. Allí flotaba un orbe. El corazón de Fantasitura.
—¿Qué es eso? —preguntó Geralt.
—Eso es lo que estamos protegiendo —dijo Rake.
—Ahí dentro —comenzó Gandalf— perduran todas las historias terroríficas, las aventuras, los romances, los dramas, las más sonrojantes comedias y todos los héroes, pilluelos, prostitutas, verduleras, vagabundos, magos, vampiros, políticos… que se han dado en las tierras de Fantasitura. Si Olvido lo alcanza… simplemente será como si nunca hubiesen existido.
—Lo de los políticos puedo aceptarlo, pero el resto… no podemos permitirlo —dijo Rincewind mirando a sus desdichados compañeros que a diferencia de él estaban agotados hasta la extenuación.
Lo miraron con receló, pero no mucho tiempo porque las puertas del interior del archivo reventaron y las alimañas esqueléticas entraron comandadas por Olvido y como una riada implacable rodearon a los héroes. Arya cayó herida tras abatir a varios monstruos. La siguió Kvothe que ya había agotado sus fuerzas. Shallan no pudo tampoco seguir cuando agotó su luz tormentosa. Gandalf cayó de rodillas agotado tras enviar con una honda de luz a una cincuentena de criaturas al abismo.
Llegados a este punto tan solo Rake, Geralt y Hermione continuaban en pie, pero en circunstancias lamentables.
—¿Qué hace Rincewind? —preguntó Kvothe a Gandalf sobre el marmóreo suelo.
—Creo que está hablando con el Hechizo que está alojado en su cerebro. Verás Rincewind no es lo que aparenta… y a menudo los que menos aparentan, son los que más poder albergan.
—El poder está bien, Gandalf, y la estupidez es, por lo general, inofensiva. Pero el poder y estupidez juntos son peligrosos.
—Pues yo he aprendido que son los detalles cotidianos, los gestos de la gente corriente los que mantienen el mal a raya.
Y añado yo, Rincewind, era el más corriente de nuestros héroes y por eso cuando la magia del Octavo Hechizo presente en su mente se liberó, todos, incluyendo a Rake y Geralt —sin duda los menos dados a exagerar sus emociones—, abrieron las bocas como platos.
El tiempo pareció ralentizarse.
Miles de criaturas se desintegraron poco a poco hasta convertirse en polvo.
Rincewind medio se desmayó alelado.
Olvido, voló enfurecido agitando su manto entre la ceniza que dejaba la descomposición de las criaturas. Alzó una tétrica mano abierta en dirección al orbe que contenía el corazón de Fantasitura.
Todos gritaron un rotundo: «¡NOOO!», al unísono.
Una perturbación en el espacio. Cientos de patitas haciendo tiki tiki tiki tiki sobre el empedrado marmóreo. Un salto ligero y elegante —elegante para tratarse de un baúl con patas—. Una tapa abriéndose y cerrándose.
El corazón de fantasitura desapareció en el interior del Equipaje y todos se quedaron atónitos… hasta el mismo Olvido profirió un desgarrador grito de rabia. Entonces comenzaron los temblores por doquier. La vieja Fantasitura se descascaraba. Pronto absolutamente todo se vendría abajo.
—¡Tocad el broche de la capa de Rincewind! —gritó Hermione.
Desde luego, era una suerte que la SSM tuviese a alguien como Hermione a la que se le daba tan bien la planificación. El broche de la capa e Rincewind era un Traslador que resultó muy útil para sacarlos de aquel embrollo y llevarlos a la taberna Las Tres Escobas en Hogsmeade. Hermione les aconsejó la cerveza de mantequilla, la especialidad de la casa y ninguno se demoró en alzar su jarra… aunque nadie parecía estar muy seguro de si brindaba por un trabajo bien hecho o en recuerdo de un mundo perdido.
En aquel lugar Gandalf no tuvo tanto problema para escoger la cabecera, la mesa era rectangular. La mesera le dedicó una sonrisa cómplice, seguro que todavía lo recordaba de cuando había sustituido al director de Hogwarts.
Geralt se frotaba la frente todavía sin entenderlo y tiró del mago y de Rake antes de que se sentarán.
—¿Podéis explicarme qué ha ocurrido? No sé si lo hemos logrado o… ese cofre…
—El interior de ese cofre oculta una senda ancestral —informó Rake.
Gandalf se acarició la barba.
—Fantasitura se ha perdido dentro de ese baúl de peral sabio… pero nada se le escapa a Olvido por siempre. Si me preguntas a mí, quiero pensar que con esta aventura hemos conseguido darle más tiempo a unos recuerdos invaluables.