02/12/2022 07:14 PM
Queda poco para que el espíritu solar caliente al mundo con su presencia. Cuando se haga de día, yo seré colgado por ese crimen tan horrendo que cometí, pero antes de ello necesito que me escuches…
¡Escúchame! ¡Escucha mi historia! No soy un monstruo, soy una víctima, y sé que cuando sea juzgado en el otro mundo, seré juzgado como tal, pero no quiero que mi recuerdo quede manchado por este momento.
Todo empezó con un robo, robé una reliquia de un templo que creí abandonado. No lo hice por avaricia, lo hice por necesidad, el hambre me llevó a pecar contra los dioses y robar un viejo relicario.
Sabía que sería juzgado por los dioses, pero no contaba con ninguna baratija con la que hacer un trueque y llevaba días como mendicante, alimentándome de pan duro cuando la diosa de la fortuna se apiadaba de mí. Cuando encontré aquel pequeño santuario ni siquiera contaba ya con símbolos que designaran las deidades a las que estaba dedicado; así que cuando entré para poder pasar una noche bajo techo y vi aquel hermoso relicario, no dudé en llevármelo.
Cuando me quise dar cuenta, estaba escapando de un pueblo furibundo que creía que yo era un blasfemo que odiaba a los dioses. Como no dejaron explicarme, huí, confirmando sus creencias.
Y seguí huyendo hasta llegar a aquel maldito bosque, donde logré darles esquinazo adentrándome más y más en la frondosidad de los árboles. Si hubiera sabido qué me esperaba allí, me hubiera dejado atrapar, porque ningún castigo que aquellos lugareños pudieran aplicarme, se compararía con todo lo que vino luego.
Anduve durante días, siempre mirando por encima de mi hombro, temiendo que en cualquier momento esa furibunda muchedumbre estuviera a punto de atraparme; no sabía dónde ir, no quería volver en mis pasos, pero a decir verdad, no sabía si sería capaz aunque pusiera todo mi empeño en dicha tarea. Fue como si al avanzar un poco en el interior de esa maraña de árboles, estuviera en otro mundo; un mundo de gris, verde y marrón; un mundo muerto.
Los grandes árboles que hacían por momentos de paredes y techos de ese laberinto viviente era lo único que respiraba, no, no te confundas, no habían bestias muertas (al menos no en esos momentos), sino que no había nada más que en algún momento hubiera tenido vida; no habían aves, no habían bestias, no habían insectos… por no haber, no había ni siquiera otro tipo de vegetación. El suelo era un manto de tierra del que aquí y allá asomaban ramas como si los guardianes del lugar estuvieran pretendiendo escapar de esa prisión que se les había impuesto.
Pasé días sin probar una gota de agua; de haber sabido que ese sería mi destino, hubiera bebido de mi propia orina, pero la dejé correr por un tronco como si de una ofrenda al dios de los bosques se tratara; fue al poco de dar esquinazo a mis persecutores.
Cuatro días de vagar sin rumbo y al fin encontré agua; para entonces mi lengua estaba seca y áspera, de haber tenido que comunicarme con alguien habría sido incapaz. Al principio, al escuchar el murmullo de aquel arroyo, aunque supe que no se trataba de ningún animalejo ni, por supuesto, de otros hombres, temí que se tratara de una trampa de mi mente, desesperada por dar un trago por más inmunda que fuera el agua.
Ese arroyo, que era poco más que un hilillo líquido de alguna lluvia reciente, fue como un presente de los dioses. Sentí que perdonaban la afrenta que me había llevado a este punto y que todo fue un trabajo para purgar mi pecado. Me arrojé a un punto en el que se formaba un charco y bebí como si fuera una bestia de carga; tragué ese agua helada que me quemó el pecho y hundí mi rostro todo lo que pude. Cuando saqué mi cara del agua y tras respirar hondo con los ojos cerrados hallé el que era el segundo regalo que me daban los dioses: ante mí en la otra orilla vi tres pequeños hongos de un color algo pálido, casi como si estuvieran cubiertos de piel. No sé si siempre estuvieron ahí o aparecieron cuando cerré los ojos, porque era fácil pasarlos por alto por su tamaño.
Me lancé a agarrarlos y me metí los tres en la boca, tragando casi sin masticar. Su sabor era extraño; no desagradable, simplemente no me era familiar, aunque me recordaba a la carne. Tal vez, si en ese momento no me sintiera tan agradecido hacia los dioses me habría preguntado qué clase de hongos eran esos, pero no lo hice; lo que sí hice fue hacer una pequeña oración hacia los dioses que me estaban cuidando, la hice arrodillado en ese arroyuelo y cuando empezó a oscurecer pasé un condenado frío porque mis calzones seguía mojados.
Pero al menos ya no pasaría hambre, porque tras descubrir esos primeros hongos, y a medida que avanzaba empecé a encontrar más y más, en troncos y en raíces, en raíces y en troncos; era todo un banquete el que me di mientras avanzaba, sabiendo que me estaban dirigiendo a la salida de ese bosque… Entonces me desvié.
Ahora sé que no debí haberlo hecho, pero debes entenderme, llevaba días solo y tras encontrar estos presentes divinos, cuando los vi a lo lejos creí que eran también guías celestiales. Se trataba de un grupo de infantes que caminaban de manera parsimoniosa en la lejanía; a decir verdad, por poco no supe que estaban allí, porque al último de ellos lo vi por el rabillo del ojo y por un instante pensé que mi mente estaba demasiado abotargada; pero no, allí estaban.
Les llamé a gritos pero no se giraron; tratándose de este bosque muerto (porque aunque ahora habían hongos, por lo demás era el mismo laberinto de madera y tierra), supe que no era que no me escucharon, así que o fingieron no hacerlo, o no eran capaces.
¿Podría ser una comitiva de niños muertos? No parecían espectros, pero tampoco había encontrado ninguno antes para asegurar. Seguro que has escuchado sobre esos cuentos de niños que habitan los bosques sirviendo al invierno (mi madre me los contaba antes de fallecer para asustarme y que me portara bien), sin embargo de lo poco que sabía, el bosque que habitaban estaba mucho más al norte.
Aun así decidí acercarme a ellos, con las fuerzas que recuperé gracias al alimento y la bebida, de unas cuantas zancadas los alcancé y agarrando a uno por el hombro lo moví, pero no hizo caso, así que lo intenté con el siguiente, y con el siguiente. Al final decidí ponerme delante de la que precedía a estos tres en la cola y por un momento se quedó quieta, me observó y curiosa, y jamás olvidaré ese rostro, —te aseguro que esto será importante, lo entenderás luego, ya verás—. Esa niña tenía el rostro sucio como si hubiera estado jugando con barro, y su cabello era bastante corto, excepto por una larga trenza que le colgaba del hombro derecho; me sonrío antes de apartarse a un lado para volver a ponerse en la fila, siendo seguida por los tres que iban a la zaga.
Seguí probando de llamar la atención de todos, fuera zarandeándolos, o interponiéndome en su camino, pero ninguno parecía inmutarse de mi presencia, era como si solo esa niña estuviera conectada a este mundo para darse cuenta de que yo existía, y más adelante entendí el motivo.
Al fin llegué al segundo de la fila y fue entonces cuando sentí como si estuviera cayendo en un abismo interminable; el rostro que me observaba (porque esté también se dio cuenta de mi presencia) era el mío. No lo entiendas mal, no era yo, no era quien soy, sino quien fui; ese niño que me devolvía la mirada asustado (fuera por reconocerme, o por la expresión horrorizada de mi propio rostro) era yo cuando no era más que un infante.
Mis dedos se convirtieron en garras que clavé en sus hombros antes de zarandear violentamente.
«¡¿Quién eres?!», grité. «¡¿Quién roba mi rostro?!». No obtuve respuesta excepto por ese yo del pasado boqueando como si fuera un pez que hubieran acabado de sacar del agua. Lo arrojé al suelo y empecé a golpearlo violentamente contra este, y fue entonces cuando el resto de niños se dio cuenta de mi presencia y salieron en desbandada por el bosque, la imagen de este grupo de infantes que no era de este mundo escapando, como si el monstruo fuera yo, me distrajo lo suficiente como para que dejara de agarrar con fuerza a mi otro yo y no le mirara el tiempo necesario para que se escabullera junto a los demás.
Ahora sé que estos niños están relacionados con aquel tronco y lo que en él habita, y siento un pavor indescriptible preguntándome quién lideraba la fila. Yo estaba el segundo, ¿quién podría ir el primero? ¿Qué clase de demonio portaría el espíritu de niños para tentarme y con qué clase de fin avieso?
Sé lo que piensas, lo veo en tu rostro, crees que desvarío o, peor, que intento inventar un cuento para asustar a niños para justificar mi crimen, pero no; falta poco para llegar al punto más importante de la historia.
Tras ese encuentro mis pies no podían soportar mi peso, así que decidí pasar la noche allí mismo, apoyado en uno de los árboles; con el frío calándome los huesos, calándome el alma.
Cuando el bosque estuvo ligeramente iluminado por la poca luz que esos inmóviles guardianes permitían que alcanzara el suelo, me levanté y como guiado por una fuerza superior mis pasos me llevaron en una dirección concreta. Por supuesto que estaba siendo guiado; por aquello que habita en aquel tronco muerto.
La visión del lugar es complicada de explicar para alguien que no la haya vivido. Verás, era un claro en ese bosque; una redonda en cuyo centro se hallaba un tronco viejo y retorcido, completamente muerto, no puedo asegurar qué lo mató en su momento, pero viendo cómo había sido partido por el medio, me jugaría los pocos momentos de vida que me quedan por que la diosa de las tormentas decidió acabar con lo que en algún pasado lejano fue un árbol, y con lo que sea que vive en su interior. Eran unos mil pies desde la linde del bosque hasta ese tronco, y el claro formaba un círculo que no podría haber sido más perfecto si hubiera sido hecho por la mano de hombre.
Y era este círculo lo que mostraba claramente que aquello que vive allí es maligno, porque lo que vi fue a todas las bestias del bosque; por supuesto no pude hallarlas en mi travesía, porque todas se habían congregado aquí.
Las pocas que todavía vivían estaban a punto de desfallecer y unirse a sus compañeras; el millar de pies que me separaba de ese tronco, así como todo el resto del círculo, estaba repleto de cadáveres de bestias de diferentes tamaños; grandes corzos, pequeños lagartos, diminutos pájaros. Si no vi insectos fue porque seguramente cuerpos mayores cubrían los suyos.
Y desde donde estaba hasta el centro la podredumbre iba en aumento; los cuerpos que estaban a mis pies podrían perfectamente haber muerto unos momentos antes de que yo llegara allí, aunque, viendo el poder de ese ente, podrían llevar años muertos y ser esos esqueletos que adornaban los pies del tronco los que habían muerto recientemente.
La visión provocaba tal locura que necesitaba verla bien, así que empecé a recorrer el círculo despacio; intentaba no mirar directamente al tronco, pero la mirada se me iba a ese punto y era como si algo estuviera observándome todo el tiempo, incluso cuando no había ningún resquicio en el tronco por el cual pudiera hacerlo.
Recorrí el círculo despacio; intentaba no mirar directamente al tronco, pero la mirada se me iba a ese punto y aquel ente que reinaba sobre el bosque me devolvía la mirada.
Recorrí el círculo despacio; intentaba no mirar directamente al tronco, pero la mirada se me iba a ese punto y ese portador de destrucción me llamaba.
Recorrí el círculo despacio… Cuando quise darme cuenta llevaba más de una decena de vueltas y, aunque quise detenerme, mis pies siguieron avanzando, siguiendo la curva formada por los cuerpos.
Fue ahí cuando entendí la disposición de los mismos: habían caminado en círculos hasta morir de extenuación. No todos recorrieron el círculo en la misma dirección; alguna bestia parecía encarar a tronco como queriendo acercarse curiosa o enfrentarse a esa entidad con su último aliento; alguna bestia tenía el cuerpo en dirección al bosque, parecía intentar escapar de ahí sin ser capaz, como atrapada por el maléfico poder que guardaba el lugar; también algún que otro cuerpo no parecía apuntar a ningún lado concreto, siendo posible que algún otro animal intentara alimentarse durante su procesión mortuoria. ¿Crees que las aves volaban en círculos alrededor del tronco o recorrían su camino a pie? Tal vez mi espíritu no descanse en paz por este enigma; o tal vez mi espíritu no descanse en paz porque está marcado por aquello que me observaba, como algo de su propiedad.
Intenté detener mis pies pero cada vez me costaba más y también estaba acelerando, al poco tiempo estaba corriendo y entonces escuché una voz. Escuchar no es una palabra adecuada, pero es el único acto que serías capaz de comprender; supe, sin palabras, que aquello que moraba en el tronco quería que me acercara. ¿Para qué? ¿Podía ser que fuera por castigarme por lo que hice a su prole? ¿O acaso yo mismo siempre fui parte de su prole y ahora me quería de regreso?
Para acallar aquella voz recé, recé a gritos, recé durante horas hasta perder la voz, recé a cada dios y a cada diosa cuyo nombre recordaba, recé a dioses sin nombre, recé a mis antepasados, recé a mi madre. Recé.
Y en algún momento mis plegarias fueron escuchadas porque me tropecé con un largo hueso con el que no recordaba haberme cruzado antes. Fue un instante de duda por mi parte, pero más por la de aquel ente, que pareció sorprendido como si jamás le hubiera ocurrido algo semejante. Fue un instante de duda, pero fue lo suficiente para escapar.
Corrí como jamás había corrido nunca; no corrí así huyendo del ejército que asaltó mi hogar, no corrí así huyendo del pueblo furibundo tras robar la reliquia, no corrí así mientras mis pies estaban siendo guiados por ese ser para morir girando en su honor. Corrí, tropecé, caí, me levanté, corrí, tropecé, caí, me levanté; un ciclo que siguió hasta que en una de las caídas me rompí una pierna.
El dolor fue insoportable (todavía me cuesta soportarlo), pero me sentí aliviado porque estaba ante la salida del bosque.
Casi a rastras, avancé por un camino que se encontraba al costado de ese horripilante lugar, y desfallecí ante la primera casa que hallé. Sus moradores fueron amables, así que para agradecérselo les mentí. No les conté lo que había ocurrido en el bosque, ese mismo bosque que avanzaba a la par que el camino y que se hallaba por tras de su hogar, ¿cómo podía hacerlo?
Me dejaron recuperarme allí, pero cada noche despertaba sintiendo que lo que habita en aquel tronco muerto iba a salir del bosque a perseguirme, así que al final decidí seguir avanzando. Les entregué la reliquia, que ellos no reconocieron como la prueba del pecado contra los dioses, y me marché sin mirar atrás, porque temí que de hacerlo, algo me devolvería la mirada.
Y entonces, cojeando, avancé por el camino y llegué a este lugar; parecía un sitio de ensueño, el espíritu solar brillaba en sus calles, llenas de roca sólida, lejos del bosque, con gente, con animales, con plantas, sin árboles, lejos del bosque… ¿Lo entiendes? Ahí no debería haberme ocurrido nada; estaba lejos del bosque, debía estar a salvo.
Pero vi un grupo de niños jugando al lado de una fuente y me vino a la mente el recuerdo de todos aquellos niños del bosque y me asusté. Me acerqué a ellos, porque necesitaba asegurarme de que no eran aquellos, ¿qué haría si fuera así? Lo cierto es que la respuesta llegó pronto.
Ya veo el espíritu solar asomarse, me queda muy poco tiempo y debo acabar mi relato antes de que vengan a buscarme.
Al principio estaba aliviado, porque no reconocí ningún rostro, pero entonces, la vi.
Sí, creo que ya te lo imaginas. Esa niña tenía el rostro sucio como si hubiera estado jugando con barro, y su cabello era bastante corto, excepto por una larga trenza que le colgaba del hombro derecho; me sonrío antes de apartarse a un lado para volver a juntarse a sus amigos y seguir con cualquiera que fuera el juego que estaban jugando. Pero no llegó a hacerlo, porque en cuanto dio un par de pasos agarré su cuello por detrás y apreté.
Noté como se partía bajo mis manos como si se tratara de un montón de ramitas secas, pero seguí apretando; los niños empezaron a berrear, gritaron pidiendo ayuda, lloraron desesperados, pero seguí apretando; varios hombres vinieron a separarme de ese cuerpo ya sin vida, golpeándome con sus manos desnudas o con lo que pudieron agarrar, pero seguí apretando. Tuvieron que cortarme varios dedos de una mano para que al fin consiguieran apartarme de ese cuellito roto, pero seguí apretando.
Mi mano se ha quedado agarrotada en esa posición, y si no hubiera perdido los dedos de la otra, estaría en la misma posición.
Y ahora entiendes, ¿no? ¿Entiendes porque, aunque hice un crimen deleznable, no soy un monstruo? No sé si he acabado con un monstruo que se hace pasar por una niña, o salvé a una niña de un destino cruel, pero soy una víctima de una maldición de un ente oscuro.
Pero no importa, porque ahora ya está muerta y no tengo cómo deshacer mi acto; por eso te he contado mi historia, para que todos sepan la verdad. ¡No quise matar una niña, quise matar a un monstruo! ¡Cuenta a todos mi historia, porque a ti van a creerte!
Porque me crees, ¿no? Necesito morir sabiendo que alguien cree en mi historia, necesito saber que mi muerte no ha sido en vano, necesito saber que la existencia de aquel viejo tronco se conoce.
¿Lo oyes? Ya vienen a por mí, se me ha acabado el tiempo entre los vivos, pero sé que los dioses me juzgaran de manera cabal, verán que mis pecados contra ellos fueron por el hambre y que mis pecados contra los hombres fueron por la maldición.
No sabes cuánto agradezco que hayas confiado en mí para ser el guardián de mi historia. Espero que los dioses guarden tu camino, y tú guárdate de aquel bosque, mas sobre todo guárdate de lo que habita en aquel tronco muerto.
¡Escúchame! ¡Escucha mi historia! No soy un monstruo, soy una víctima, y sé que cuando sea juzgado en el otro mundo, seré juzgado como tal, pero no quiero que mi recuerdo quede manchado por este momento.
Todo empezó con un robo, robé una reliquia de un templo que creí abandonado. No lo hice por avaricia, lo hice por necesidad, el hambre me llevó a pecar contra los dioses y robar un viejo relicario.
Sabía que sería juzgado por los dioses, pero no contaba con ninguna baratija con la que hacer un trueque y llevaba días como mendicante, alimentándome de pan duro cuando la diosa de la fortuna se apiadaba de mí. Cuando encontré aquel pequeño santuario ni siquiera contaba ya con símbolos que designaran las deidades a las que estaba dedicado; así que cuando entré para poder pasar una noche bajo techo y vi aquel hermoso relicario, no dudé en llevármelo.
Cuando me quise dar cuenta, estaba escapando de un pueblo furibundo que creía que yo era un blasfemo que odiaba a los dioses. Como no dejaron explicarme, huí, confirmando sus creencias.
Y seguí huyendo hasta llegar a aquel maldito bosque, donde logré darles esquinazo adentrándome más y más en la frondosidad de los árboles. Si hubiera sabido qué me esperaba allí, me hubiera dejado atrapar, porque ningún castigo que aquellos lugareños pudieran aplicarme, se compararía con todo lo que vino luego.
Anduve durante días, siempre mirando por encima de mi hombro, temiendo que en cualquier momento esa furibunda muchedumbre estuviera a punto de atraparme; no sabía dónde ir, no quería volver en mis pasos, pero a decir verdad, no sabía si sería capaz aunque pusiera todo mi empeño en dicha tarea. Fue como si al avanzar un poco en el interior de esa maraña de árboles, estuviera en otro mundo; un mundo de gris, verde y marrón; un mundo muerto.
Los grandes árboles que hacían por momentos de paredes y techos de ese laberinto viviente era lo único que respiraba, no, no te confundas, no habían bestias muertas (al menos no en esos momentos), sino que no había nada más que en algún momento hubiera tenido vida; no habían aves, no habían bestias, no habían insectos… por no haber, no había ni siquiera otro tipo de vegetación. El suelo era un manto de tierra del que aquí y allá asomaban ramas como si los guardianes del lugar estuvieran pretendiendo escapar de esa prisión que se les había impuesto.
Pasé días sin probar una gota de agua; de haber sabido que ese sería mi destino, hubiera bebido de mi propia orina, pero la dejé correr por un tronco como si de una ofrenda al dios de los bosques se tratara; fue al poco de dar esquinazo a mis persecutores.
Cuatro días de vagar sin rumbo y al fin encontré agua; para entonces mi lengua estaba seca y áspera, de haber tenido que comunicarme con alguien habría sido incapaz. Al principio, al escuchar el murmullo de aquel arroyo, aunque supe que no se trataba de ningún animalejo ni, por supuesto, de otros hombres, temí que se tratara de una trampa de mi mente, desesperada por dar un trago por más inmunda que fuera el agua.
Ese arroyo, que era poco más que un hilillo líquido de alguna lluvia reciente, fue como un presente de los dioses. Sentí que perdonaban la afrenta que me había llevado a este punto y que todo fue un trabajo para purgar mi pecado. Me arrojé a un punto en el que se formaba un charco y bebí como si fuera una bestia de carga; tragué ese agua helada que me quemó el pecho y hundí mi rostro todo lo que pude. Cuando saqué mi cara del agua y tras respirar hondo con los ojos cerrados hallé el que era el segundo regalo que me daban los dioses: ante mí en la otra orilla vi tres pequeños hongos de un color algo pálido, casi como si estuvieran cubiertos de piel. No sé si siempre estuvieron ahí o aparecieron cuando cerré los ojos, porque era fácil pasarlos por alto por su tamaño.
Me lancé a agarrarlos y me metí los tres en la boca, tragando casi sin masticar. Su sabor era extraño; no desagradable, simplemente no me era familiar, aunque me recordaba a la carne. Tal vez, si en ese momento no me sintiera tan agradecido hacia los dioses me habría preguntado qué clase de hongos eran esos, pero no lo hice; lo que sí hice fue hacer una pequeña oración hacia los dioses que me estaban cuidando, la hice arrodillado en ese arroyuelo y cuando empezó a oscurecer pasé un condenado frío porque mis calzones seguía mojados.
Pero al menos ya no pasaría hambre, porque tras descubrir esos primeros hongos, y a medida que avanzaba empecé a encontrar más y más, en troncos y en raíces, en raíces y en troncos; era todo un banquete el que me di mientras avanzaba, sabiendo que me estaban dirigiendo a la salida de ese bosque… Entonces me desvié.
Ahora sé que no debí haberlo hecho, pero debes entenderme, llevaba días solo y tras encontrar estos presentes divinos, cuando los vi a lo lejos creí que eran también guías celestiales. Se trataba de un grupo de infantes que caminaban de manera parsimoniosa en la lejanía; a decir verdad, por poco no supe que estaban allí, porque al último de ellos lo vi por el rabillo del ojo y por un instante pensé que mi mente estaba demasiado abotargada; pero no, allí estaban.
Les llamé a gritos pero no se giraron; tratándose de este bosque muerto (porque aunque ahora habían hongos, por lo demás era el mismo laberinto de madera y tierra), supe que no era que no me escucharon, así que o fingieron no hacerlo, o no eran capaces.
¿Podría ser una comitiva de niños muertos? No parecían espectros, pero tampoco había encontrado ninguno antes para asegurar. Seguro que has escuchado sobre esos cuentos de niños que habitan los bosques sirviendo al invierno (mi madre me los contaba antes de fallecer para asustarme y que me portara bien), sin embargo de lo poco que sabía, el bosque que habitaban estaba mucho más al norte.
Aun así decidí acercarme a ellos, con las fuerzas que recuperé gracias al alimento y la bebida, de unas cuantas zancadas los alcancé y agarrando a uno por el hombro lo moví, pero no hizo caso, así que lo intenté con el siguiente, y con el siguiente. Al final decidí ponerme delante de la que precedía a estos tres en la cola y por un momento se quedó quieta, me observó y curiosa, y jamás olvidaré ese rostro, —te aseguro que esto será importante, lo entenderás luego, ya verás—. Esa niña tenía el rostro sucio como si hubiera estado jugando con barro, y su cabello era bastante corto, excepto por una larga trenza que le colgaba del hombro derecho; me sonrío antes de apartarse a un lado para volver a ponerse en la fila, siendo seguida por los tres que iban a la zaga.
Seguí probando de llamar la atención de todos, fuera zarandeándolos, o interponiéndome en su camino, pero ninguno parecía inmutarse de mi presencia, era como si solo esa niña estuviera conectada a este mundo para darse cuenta de que yo existía, y más adelante entendí el motivo.
Al fin llegué al segundo de la fila y fue entonces cuando sentí como si estuviera cayendo en un abismo interminable; el rostro que me observaba (porque esté también se dio cuenta de mi presencia) era el mío. No lo entiendas mal, no era yo, no era quien soy, sino quien fui; ese niño que me devolvía la mirada asustado (fuera por reconocerme, o por la expresión horrorizada de mi propio rostro) era yo cuando no era más que un infante.
Mis dedos se convirtieron en garras que clavé en sus hombros antes de zarandear violentamente.
«¡¿Quién eres?!», grité. «¡¿Quién roba mi rostro?!». No obtuve respuesta excepto por ese yo del pasado boqueando como si fuera un pez que hubieran acabado de sacar del agua. Lo arrojé al suelo y empecé a golpearlo violentamente contra este, y fue entonces cuando el resto de niños se dio cuenta de mi presencia y salieron en desbandada por el bosque, la imagen de este grupo de infantes que no era de este mundo escapando, como si el monstruo fuera yo, me distrajo lo suficiente como para que dejara de agarrar con fuerza a mi otro yo y no le mirara el tiempo necesario para que se escabullera junto a los demás.
Ahora sé que estos niños están relacionados con aquel tronco y lo que en él habita, y siento un pavor indescriptible preguntándome quién lideraba la fila. Yo estaba el segundo, ¿quién podría ir el primero? ¿Qué clase de demonio portaría el espíritu de niños para tentarme y con qué clase de fin avieso?
Sé lo que piensas, lo veo en tu rostro, crees que desvarío o, peor, que intento inventar un cuento para asustar a niños para justificar mi crimen, pero no; falta poco para llegar al punto más importante de la historia.
Tras ese encuentro mis pies no podían soportar mi peso, así que decidí pasar la noche allí mismo, apoyado en uno de los árboles; con el frío calándome los huesos, calándome el alma.
Cuando el bosque estuvo ligeramente iluminado por la poca luz que esos inmóviles guardianes permitían que alcanzara el suelo, me levanté y como guiado por una fuerza superior mis pasos me llevaron en una dirección concreta. Por supuesto que estaba siendo guiado; por aquello que habita en aquel tronco muerto.
La visión del lugar es complicada de explicar para alguien que no la haya vivido. Verás, era un claro en ese bosque; una redonda en cuyo centro se hallaba un tronco viejo y retorcido, completamente muerto, no puedo asegurar qué lo mató en su momento, pero viendo cómo había sido partido por el medio, me jugaría los pocos momentos de vida que me quedan por que la diosa de las tormentas decidió acabar con lo que en algún pasado lejano fue un árbol, y con lo que sea que vive en su interior. Eran unos mil pies desde la linde del bosque hasta ese tronco, y el claro formaba un círculo que no podría haber sido más perfecto si hubiera sido hecho por la mano de hombre.
Y era este círculo lo que mostraba claramente que aquello que vive allí es maligno, porque lo que vi fue a todas las bestias del bosque; por supuesto no pude hallarlas en mi travesía, porque todas se habían congregado aquí.
Las pocas que todavía vivían estaban a punto de desfallecer y unirse a sus compañeras; el millar de pies que me separaba de ese tronco, así como todo el resto del círculo, estaba repleto de cadáveres de bestias de diferentes tamaños; grandes corzos, pequeños lagartos, diminutos pájaros. Si no vi insectos fue porque seguramente cuerpos mayores cubrían los suyos.
Y desde donde estaba hasta el centro la podredumbre iba en aumento; los cuerpos que estaban a mis pies podrían perfectamente haber muerto unos momentos antes de que yo llegara allí, aunque, viendo el poder de ese ente, podrían llevar años muertos y ser esos esqueletos que adornaban los pies del tronco los que habían muerto recientemente.
La visión provocaba tal locura que necesitaba verla bien, así que empecé a recorrer el círculo despacio; intentaba no mirar directamente al tronco, pero la mirada se me iba a ese punto y era como si algo estuviera observándome todo el tiempo, incluso cuando no había ningún resquicio en el tronco por el cual pudiera hacerlo.
Recorrí el círculo despacio; intentaba no mirar directamente al tronco, pero la mirada se me iba a ese punto y aquel ente que reinaba sobre el bosque me devolvía la mirada.
Recorrí el círculo despacio; intentaba no mirar directamente al tronco, pero la mirada se me iba a ese punto y ese portador de destrucción me llamaba.
Recorrí el círculo despacio… Cuando quise darme cuenta llevaba más de una decena de vueltas y, aunque quise detenerme, mis pies siguieron avanzando, siguiendo la curva formada por los cuerpos.
Fue ahí cuando entendí la disposición de los mismos: habían caminado en círculos hasta morir de extenuación. No todos recorrieron el círculo en la misma dirección; alguna bestia parecía encarar a tronco como queriendo acercarse curiosa o enfrentarse a esa entidad con su último aliento; alguna bestia tenía el cuerpo en dirección al bosque, parecía intentar escapar de ahí sin ser capaz, como atrapada por el maléfico poder que guardaba el lugar; también algún que otro cuerpo no parecía apuntar a ningún lado concreto, siendo posible que algún otro animal intentara alimentarse durante su procesión mortuoria. ¿Crees que las aves volaban en círculos alrededor del tronco o recorrían su camino a pie? Tal vez mi espíritu no descanse en paz por este enigma; o tal vez mi espíritu no descanse en paz porque está marcado por aquello que me observaba, como algo de su propiedad.
Intenté detener mis pies pero cada vez me costaba más y también estaba acelerando, al poco tiempo estaba corriendo y entonces escuché una voz. Escuchar no es una palabra adecuada, pero es el único acto que serías capaz de comprender; supe, sin palabras, que aquello que moraba en el tronco quería que me acercara. ¿Para qué? ¿Podía ser que fuera por castigarme por lo que hice a su prole? ¿O acaso yo mismo siempre fui parte de su prole y ahora me quería de regreso?
Para acallar aquella voz recé, recé a gritos, recé durante horas hasta perder la voz, recé a cada dios y a cada diosa cuyo nombre recordaba, recé a dioses sin nombre, recé a mis antepasados, recé a mi madre. Recé.
Y en algún momento mis plegarias fueron escuchadas porque me tropecé con un largo hueso con el que no recordaba haberme cruzado antes. Fue un instante de duda por mi parte, pero más por la de aquel ente, que pareció sorprendido como si jamás le hubiera ocurrido algo semejante. Fue un instante de duda, pero fue lo suficiente para escapar.
Corrí como jamás había corrido nunca; no corrí así huyendo del ejército que asaltó mi hogar, no corrí así huyendo del pueblo furibundo tras robar la reliquia, no corrí así mientras mis pies estaban siendo guiados por ese ser para morir girando en su honor. Corrí, tropecé, caí, me levanté, corrí, tropecé, caí, me levanté; un ciclo que siguió hasta que en una de las caídas me rompí una pierna.
El dolor fue insoportable (todavía me cuesta soportarlo), pero me sentí aliviado porque estaba ante la salida del bosque.
Casi a rastras, avancé por un camino que se encontraba al costado de ese horripilante lugar, y desfallecí ante la primera casa que hallé. Sus moradores fueron amables, así que para agradecérselo les mentí. No les conté lo que había ocurrido en el bosque, ese mismo bosque que avanzaba a la par que el camino y que se hallaba por tras de su hogar, ¿cómo podía hacerlo?
Me dejaron recuperarme allí, pero cada noche despertaba sintiendo que lo que habita en aquel tronco muerto iba a salir del bosque a perseguirme, así que al final decidí seguir avanzando. Les entregué la reliquia, que ellos no reconocieron como la prueba del pecado contra los dioses, y me marché sin mirar atrás, porque temí que de hacerlo, algo me devolvería la mirada.
Y entonces, cojeando, avancé por el camino y llegué a este lugar; parecía un sitio de ensueño, el espíritu solar brillaba en sus calles, llenas de roca sólida, lejos del bosque, con gente, con animales, con plantas, sin árboles, lejos del bosque… ¿Lo entiendes? Ahí no debería haberme ocurrido nada; estaba lejos del bosque, debía estar a salvo.
Pero vi un grupo de niños jugando al lado de una fuente y me vino a la mente el recuerdo de todos aquellos niños del bosque y me asusté. Me acerqué a ellos, porque necesitaba asegurarme de que no eran aquellos, ¿qué haría si fuera así? Lo cierto es que la respuesta llegó pronto.
Ya veo el espíritu solar asomarse, me queda muy poco tiempo y debo acabar mi relato antes de que vengan a buscarme.
Al principio estaba aliviado, porque no reconocí ningún rostro, pero entonces, la vi.
Sí, creo que ya te lo imaginas. Esa niña tenía el rostro sucio como si hubiera estado jugando con barro, y su cabello era bastante corto, excepto por una larga trenza que le colgaba del hombro derecho; me sonrío antes de apartarse a un lado para volver a juntarse a sus amigos y seguir con cualquiera que fuera el juego que estaban jugando. Pero no llegó a hacerlo, porque en cuanto dio un par de pasos agarré su cuello por detrás y apreté.
Noté como se partía bajo mis manos como si se tratara de un montón de ramitas secas, pero seguí apretando; los niños empezaron a berrear, gritaron pidiendo ayuda, lloraron desesperados, pero seguí apretando; varios hombres vinieron a separarme de ese cuerpo ya sin vida, golpeándome con sus manos desnudas o con lo que pudieron agarrar, pero seguí apretando. Tuvieron que cortarme varios dedos de una mano para que al fin consiguieran apartarme de ese cuellito roto, pero seguí apretando.
Mi mano se ha quedado agarrotada en esa posición, y si no hubiera perdido los dedos de la otra, estaría en la misma posición.
Y ahora entiendes, ¿no? ¿Entiendes porque, aunque hice un crimen deleznable, no soy un monstruo? No sé si he acabado con un monstruo que se hace pasar por una niña, o salvé a una niña de un destino cruel, pero soy una víctima de una maldición de un ente oscuro.
Pero no importa, porque ahora ya está muerta y no tengo cómo deshacer mi acto; por eso te he contado mi historia, para que todos sepan la verdad. ¡No quise matar una niña, quise matar a un monstruo! ¡Cuenta a todos mi historia, porque a ti van a creerte!
Porque me crees, ¿no? Necesito morir sabiendo que alguien cree en mi historia, necesito saber que mi muerte no ha sido en vano, necesito saber que la existencia de aquel viejo tronco se conoce.
¿Lo oyes? Ya vienen a por mí, se me ha acabado el tiempo entre los vivos, pero sé que los dioses me juzgaran de manera cabal, verán que mis pecados contra ellos fueron por el hambre y que mis pecados contra los hombres fueron por la maldición.
No sabes cuánto agradezco que hayas confiado en mí para ser el guardián de mi historia. Espero que los dioses guarden tu camino, y tú guárdate de aquel bosque, mas sobre todo guárdate de lo que habita en aquel tronco muerto.
«Mueres siendo un héroe... o vives lo suficiente para convertirte en villano»