26/11/2022 12:07 PM
Informe C-24, adjunto al Expediente HOM/12/2019 iniciado por el Negociado Número 7 del Servicio de Criminalística de la Sección de la Policía Nacional de la Provincia de Asturias:
Declaración jurada de Ramón González Reyes, D.N.I: 36936936-A, tomada en referencia al incidente en la ruta Llanes-Oviedo del día 19 de agosto de 2019, a las 12:35 horas del 27 de septiembre de 2019:
“Siempre me ha gustado viajar en transporte público, ya sea en ferrocarril o en autobuses. Es una manía mía, es algo que me encanta desde que tengo uso de razón. Ir en autobús es como entrar en un microcosmos de la sociedad. Un entorno fascinante y vívido para estudiar y teorizar sobre la fauna humana con la que compartimos nuestra vida. Y es mucho más interesante cuando el vehículo está lleno de gente tan diversa y diferente como la que pueblan las rutas a los pueblos de veraneo de la costa asturiana.
Siempre me entretenían esos viajes en la línea Llanes-Oviedo, sobre todo por la extraordinaria diversidad de los viajeros. Desde ancianos habitantes de pueblo que visitaban a sus hijos en la capital, haciéndose acompañar de regalos y recuerdos del pueblo, a veces hasta comida; hasta adolescentes a medio vestir, regresando con sus compañeros y amigas de su primer viaje a la playa fuera del poder de la autoridad paterna, mostrando con orgullo sus cuerpos tersos y morenos, con tops que apenas lograban contener sus pujantes pechos, y pantalones cortos tan exiguos que mostraban gran parte de sus nalgas firmes y bronceadas; también viajaban turistas extranjeros, gentes del norte de Europa tan blanquecinas como vampiros transilvanos, y vestidas con menos ropas que un cazador de cabezas de Borneo, que contemplaban el paisaje como si nunca hubieran visto montes, árboles o vacas; a veces subía algún emigrante, africano o magrebí, rumbo a la ciudad para vender sus humildes mercancías sobre una manta que había contemplado días más prósperos, e incluso familias que regresaban de alguna larga excursión y que no podían permitirse un coche propio. Sí, soy un poco voyeur, un mirón, un cotilla en definitiva, que se le va a hacer.
Todas esas personas y las conversaciones que mantenían eran una de las mejores fuentes de información que uno podía agenciarse, permitían hacerse una idea del pensamiento popular y tomar el pulso a la sociedad, a un coste totalmente irrisorio. Aparte de permitirle a uno ver gratos espectáculos como a alguna rubia nórdica sudorosa en su ropa de gasa semitransparente, o contemplar las largas y bronceadas piernas de una muchacha que descansaba tras un largo día de playa, eso tampoco voy a negarlo, al fin y al cabo, soy humano, una persona normal, como todas los demás, todos lo somos…o lo era, al menos, hasta aquel día.
Lo que voy a narrar es real, sucedió así, por mucho que ustedes lo nieguen, aunque lo pongan en duda o digan que es fruto de nuestras mentes perturbadas, todos los que fuimos en ese autobús vimos y sufrimos lo mismo, por supuesto ustedes pueden suponer que se trata de un caso de alucinación colectiva o de histeria en grupo. No les voy a criticar por ello, si me la hubieran narrado a mí, sin saber lo que ahora sé, tampoco la hubiera creído; es más, hubiera considerado a su autor un depravado cuyo cerebro hubiera sido licuado por alguna droga psicodélica, solo así se explicaría el delirante suceso que nos aconteció a todos. Pero, a pesar de todo, a pesar de su escepticismo, les sugiero que me escuchen, y juzguen por ustedes mismos. Les dejo la libertad de juzgar si esta historia es real o no, si es producto de unos seres enloquecidos, de unos criminales dementes o…de algo peor.
Los acontecimientos narrados tuvieron lugar en agosto de este mismo año, por aquel entonces, había logrado conseguir un trabajo estable, tras pasar diez años de un puesto a otro, de una empresa a otra, en una oficina comarcal sita en Llanes.
Como consecuencia de mi trabajo, todos los viernes debía desplazarme a la capital de la provincia, a la ciudad de Oviedo, para las reuniones en la sede provincial de la empresa, en las que poníamos en común resultados y planificábamos las futuras decisiones de la próxima semana. Como carecía de automóvil, y de licencia de conducir, todos los viernes cogía el autobús que hacía la ruta hasta Oviedo, y fue un viernes de este verano del 2019 cuando nos sucedió aquello, algo que nos perseguirá hasta el día de nuestras muertes.
Era un verano tórrido, el calor y la humedad hacían insoportables los mediodías, que era la hora en la que me dirigía a la estación de autobuses para coger el bus que hacía la ruta de Oviedo, era una línea casi directa, con breves paradas entre Llanes, Ribadesella y Villaviciosa para recoger, o dejar, viajeros. Era una ruta que, en verano, se llenaba de gente, sobre todo turistas y veraneantes ocasionales que aprovechaban para ir a las diferentes playas de la costa asturiana.
Como todos los viernes, llegué a las dos de la tarde a la estación de autobuses, y, como siempre, ya estaban los andenes llenos de viajeros y turistas, esperando a que los diferentes coches se alienaran para cargarlos y llevarlos a sus destinos. Y allí estaba yo, en medio de toda aquella marea humana, esperando en la cola del bus al que me iba a montar.
Afortunadamente, había reservado el billete con antelación, entre las inútiles máquinas expendedoras y la desidia de la taquillera, era casi imposible hacerse con el billete en la propia estación.
El vehículo llegó a su hora y montamos en él; como siempre, era agradable meterse en aquel interior con aire acondicionado en medio de un verano húmedo y tórrido. Creo recordar que entré de los primeros, solo cediendo el paso a una venerable anciana de ropas floridas, que me sonrió ante mi educación. Siempre sido una persona bien educada, y un caballero...bueno, aunque eso no les interese a ustedes, claro.
El autobús inició su marcha en ruta hacia el pueblo de Ribadesella, en una especie de recorrido que le llevaría desde el oriente asturiano hasta el centro de la región. Todo presagiaba otro viaje similar al de todos los viernes.
Mis acompañantes eran los típicos en aquella estación del año, jóvenes veraneantes, trabajadores que regresaban a sus pueblos, jubilados de visita, nada nos hacía suponer lo que se avecinaba.
El bus tenía una parada entre Llanes y Ribadesella, era una parada en un pequeño pueblo de la ruta, en la que apenas subían pasajeros, algún anciano de visita o algún vendedor ambulante, poco más. Pero aquella tarde de viernes todo cambió. En aquella parada solo había una persona, un hombre estrafalario y ridículo a nuestra visión. Era un tipo en la treintena, barbudo, de cabellos negros; pero lo que llamaba la atención era su indumentaria, llevaba una especie de paño gris enrollado en su cuerpo, como si fuera una toalla de playa o una túnica, estaba totalmente descalzo, e iba coronado con una tiara hecha con hojas. Pensábamos que sería algún hippie de última hornada o algún nómada alternativo vegano, de ésos que les da por irse a vivir en plena naturaleza, viviendo en chozas de paja, bebiendo agua de lluvia y comiendo helechos. Lo cierto es que, sin apenas dirigir una mirada al conductor, ni a nosotros, entró en el vehículo y se sentó en el último asiento del autobús, en la parte trasera, lejos de todos; y ninguno volvimos a prestarle atención alguna, mientras el vehículo proseguía su marcha.
Habíamos penetrado en la zona más boscosa de la ruta, la carretera atravesaba un denso bosque cuya sombra hacía más agradable el camino. El calor y el fresco de la sombra provocaba una agradable sensación de amodorramiento. Y entonces, lo recuerdo como si hubiera sucedido hoy mismo, sonó una extraña melodía. Nos giramos y vimos que el viajero estrafalario estaba tocando una especie de pequeña flauta de madera, o un instrumento muy parecido. Sentíamos que tocaba con pasión, era una melodía agitada y exótica, era como el rumor de una música antigua y bárbara, algo que me es difícil de explicarles y que, a la vez, sigue inserta en mi cabeza cual si alguien la hubiera grabado a fuego en mi cerebro.
Y entonces, ¡Dios mío, todavía no puedo creérmelo!, se desató la locura en todo el autobús. Se apoderó de nosotros una especie de frenesí, de delirio, de paranoia…no sé cómo describírselo para que me entiendan. Empezamos a gritar como animales en celo y a despojarnos de nuestras ropas, y nos abalanzamos unos contra otros, acometiéndonos sexualmente. En apenas unos instantes estaba siendo montado por una gorda alemana, cuyos estertores meneaban, de forma mórbida, sus mantecosos, blancos y abultados pechos ante mi rostro sudoroso; enterrándome en carne palpitante, mientras un enjuto y velludo cincuentón me penetraba analmente con un ansia desbordada. Por todo el autobús se había desatado una especie de lujuria animal y salvaje a la que nadie podría dar crédito; un calvo estaba siendo violado por una terna de adolescentes mientras la venerable anciana, que había subido la primera al vehículo, se entretenía haciéndole una felación al conductor, que seguía conduciendo el bus como un poseso. Más allá una negra monumental se abalanzaba, entre estentóreos alaridos, sobre un atlético joven, arrancándole las ropas y tirándose encima de él como una leona cazando. Un grupo de turistas francesas estaban manteniendo una orgía con un gordo inmenso en las sillas más cercanas a la puerta trasera, rodeando su grasiento cuerpo como sanguijuelas pletóricas de lujuria. Y lo peor de todo es que era consciente de la locura que estaba pasando, todos lo éramos creo yo, era como si viésemos desde fuera, desde otro lugar remoto y próximo a la vez, en lo que nos habíamos convertido. En pocos minutos, todos estábamos arrastrándonos desnudos por el suelo, entre sudores, follando y gimiendo como bestias en celo a la luz de la luna.
Mientras aquél misterioso personaje seguía tocando aquella melodía psicótica y delirante, el vehículo proseguía su extraña marcha hacia la locura. Una parte de mi cerebro pensaba que aquello era un sueño, producido por una mala digestión, y que acabaría despertándome, adormilado, en el sofá de mi casa, o en el asiento del autobús. Pero nada de eso sucedió, aquella locura siguió durante un par de minutos más; hasta qué... ¡Dios mío, es demasiado horrible!”
Pausa: El sujeto empieza a manifestar convulsiones histéricas y a emitir sollozos entrecortados que parecen perturbarle. Se le ofrece un vaso de agua con un ansiolítico para calmarle. Tras unos minutos recupera la calma y prosigue con su declaración:
“En un momento dado, el extraño sujeto cambió la melodía. No sé cómo describirlo, pero la música dejó de ser armónica para convertirse en una cacofonía extraña de tonos estridentes y espasmódicos, y… ¡Dios mío, Dios mío!, entonces…entonces…no sé muy bien qué pasó, o qué nos estaba sucediendo, pero la locura que se había apoderado de nosotros nos llevó a un estado alterado totalmente inhumano. En plena orgía frenética se apoderó de nosotros un hambre y un ansia incontenible. Yo seguía montado sobre aquella rubia gorda, y de repente me abalancé sobre uno de sus pechos, mordiendo con un ansia famélica la carne, arrancando trozos sanguinolentos y palpitantes de su cuerpo y tragándolos con voracidad, royendo y mordiendo las partes más tiernas de su cuerpo. Y no era el único, el calvo situado a mi espalda era devorado por aquel trío de adolescentes, una había arrancado sus genitales, y estaba devorándolos con deleite, mientras otra se había abierto paso a dentelladas a través del vientre y tenía sumergida su cabeza en las vísceras del sujeto, deleitándose con las tripas palpitantes de aquel pobre desgraciado, la tercera se ocupaba en arrancarle la lengua con sus dientes, y en engullirla de una sentada. El joven del quinto asiento había arrancado la arteria carótida de la mujer negra, y bebía su sangre con deleite, como si fuera un vino añejo, y, en la parte delantera, la anciana venerable arrancaba jirones de carne de las nalgas del conductor, que mantenía, impasible, la conducción. Más allá, el grupo de turistas se entretenía en repartirse las carnes palpitantes del gordo, del cual solo quedaba una montaña inerte de carne reluciente de carne y sudor. Mientras yo, y un barbudo con pinta de hípster, seguíamos abalanzándonos sobre las carnes de aquella alemana que agonizaba en el suelo. Y lo más aterrador, lo más espeluznante es que todo esto sucedía en silencio, no había gritos de horror, ni alaridos de dolor, todo sucedía en un silencio inquietante interrumpido, únicamente, por aquella música infernal que se había metido en nuestro interior, en nuestras mentes y en nuestras almas, y que se había apoderado de nosotros como si fuera un parásito maligno. Cuando acabé de devorar los pulmones de la turista alemana, tras abrirme paso, con uñas y dientes, a través de la caja torácica, me abalancé sobre uno de los pequeños y delicados pies de las adolescentes vecinas, y comencé a devorar con avidez sus dedos tiernos, sin apenas detenerme para respirar, tan enloquecido me hallaba. ¡¡Qué Dios me perdone!!”
Pausa: El sujeto vuelve a sollozar histéricamente, hasta que logramos calmarle. Prosigue su declaración:
“No sabíamos cuánto tiempo había pasado, ni siquiera podíamos pensar con claridad, como seres humanos, nos habíamos convertido en animales. Nos arrastrábamos desnudos a través del suelo del autobús, un suelo lleno de sangre y vísceras humanas, con hambre y lujuria. El ambiente era irrespirable, olía a sudor y sangre, a carne y heces humanas, todo era repugnante. De pronto, el vehículo se paró, creo que fue a la salida de la autopista, con dirección a Ribadesella, aunque eso también está borroso en mi mente. Y aquel sujeto cesó de tocar su infernal instrumento y, pasando sobre nuestros cuerpos exhaustos, se bajó del vehículo. Ignoro porqué razón el conductor, totalmente desnudo y herido, siguió conduciendo como un zombi alucinado; solo sé que empezamos a recuperar la consciencia de ser nosotros mismos al llegar a la estación de autobuses de Ribadesella; cuando los primeros viajeros que intentaron subirse al vehículo empezaron a chillar y a salir huyendo al ver la espantosa escena que se ofrecía ante sus ojos.
El resto ya lo saben ustedes; vinieron los guardias civiles del cuartel cercano, que nos pusieron bajo arresto y se dedicaron a recoger, como buenamente pudieron, los restos de los viajeros más infortunados. ¡No sé que les habrán dicho a sus pobres familias!.
Sé que se ha dicho por televisión que ha sido una especie de crimen ritual, cometido por una secta, o por un juego de rol; ¡pero les juro que lo que les he narrado es real, no pertenezco a ninguna secta, ni a ningún grupo de rol o frikada similar!; ¡les juro, les prometo, que esto ha sido real, ha sucedido de verdad, deben buscar a ese flautista infernal, no debe haber desaparecido así cómo así! ¡Alguien ha tenido que verlo, les juro que no ha sido un sueño, esto ha sucedido!”
Pausa: El sujeto cae una especie de balbuceo sollozante incoherente, y posteriormente en carcajadas histéricas. Intentamos calmarle, pero intenta escapar. Tienen que venir cuatro agentes para reducirle y llevarle a su celda. El psicólogo que atiende a los acusados confirma que no está en condiciones de proseguir con el interrogatorio.
Adenda al Expediente: Tras revisar las declaraciones de todos los acusados, y tras comprobar que todas repiten la misma versión, se procede a emitir una orden de busca y captura del “flautista desconocido”.
Tras tres semanas de investigación, sin hallarse prueba alguna de su presencia en el vehículo o de su subida a él, ni siquiera de su presencia en la parada, no hay rastro de grabaciones, ni testigos que recuerden haberle visto subirse o bajarse del vehículo en cuestión), ha de concluirse que el resultado de los sucesos referidos al incidente del Directo Llanes-Oviedo, han debido se ser motivados por alguna contaminación alimentaria, o por un extraño caso de histeria colectiva. Se requerirán ulteriores análisis médicos y asistencia psicológica para los sujetos implicados con vistas a aclarar con mayor precisión los sucesos investigados.
Se evitará a toda costa comentar las investigaciones con medios de comunicación o personas ajenas a la investigación, para evitar un mayor pánico social. Cualquiera que viole esta directriz se enfrentará al inicio de un expediente sancionador por revelación de secreto de sumario.
Declaración jurada de Ramón González Reyes, D.N.I: 36936936-A, tomada en referencia al incidente en la ruta Llanes-Oviedo del día 19 de agosto de 2019, a las 12:35 horas del 27 de septiembre de 2019:
“Siempre me ha gustado viajar en transporte público, ya sea en ferrocarril o en autobuses. Es una manía mía, es algo que me encanta desde que tengo uso de razón. Ir en autobús es como entrar en un microcosmos de la sociedad. Un entorno fascinante y vívido para estudiar y teorizar sobre la fauna humana con la que compartimos nuestra vida. Y es mucho más interesante cuando el vehículo está lleno de gente tan diversa y diferente como la que pueblan las rutas a los pueblos de veraneo de la costa asturiana.
Siempre me entretenían esos viajes en la línea Llanes-Oviedo, sobre todo por la extraordinaria diversidad de los viajeros. Desde ancianos habitantes de pueblo que visitaban a sus hijos en la capital, haciéndose acompañar de regalos y recuerdos del pueblo, a veces hasta comida; hasta adolescentes a medio vestir, regresando con sus compañeros y amigas de su primer viaje a la playa fuera del poder de la autoridad paterna, mostrando con orgullo sus cuerpos tersos y morenos, con tops que apenas lograban contener sus pujantes pechos, y pantalones cortos tan exiguos que mostraban gran parte de sus nalgas firmes y bronceadas; también viajaban turistas extranjeros, gentes del norte de Europa tan blanquecinas como vampiros transilvanos, y vestidas con menos ropas que un cazador de cabezas de Borneo, que contemplaban el paisaje como si nunca hubieran visto montes, árboles o vacas; a veces subía algún emigrante, africano o magrebí, rumbo a la ciudad para vender sus humildes mercancías sobre una manta que había contemplado días más prósperos, e incluso familias que regresaban de alguna larga excursión y que no podían permitirse un coche propio. Sí, soy un poco voyeur, un mirón, un cotilla en definitiva, que se le va a hacer.
Todas esas personas y las conversaciones que mantenían eran una de las mejores fuentes de información que uno podía agenciarse, permitían hacerse una idea del pensamiento popular y tomar el pulso a la sociedad, a un coste totalmente irrisorio. Aparte de permitirle a uno ver gratos espectáculos como a alguna rubia nórdica sudorosa en su ropa de gasa semitransparente, o contemplar las largas y bronceadas piernas de una muchacha que descansaba tras un largo día de playa, eso tampoco voy a negarlo, al fin y al cabo, soy humano, una persona normal, como todas los demás, todos lo somos…o lo era, al menos, hasta aquel día.
Lo que voy a narrar es real, sucedió así, por mucho que ustedes lo nieguen, aunque lo pongan en duda o digan que es fruto de nuestras mentes perturbadas, todos los que fuimos en ese autobús vimos y sufrimos lo mismo, por supuesto ustedes pueden suponer que se trata de un caso de alucinación colectiva o de histeria en grupo. No les voy a criticar por ello, si me la hubieran narrado a mí, sin saber lo que ahora sé, tampoco la hubiera creído; es más, hubiera considerado a su autor un depravado cuyo cerebro hubiera sido licuado por alguna droga psicodélica, solo así se explicaría el delirante suceso que nos aconteció a todos. Pero, a pesar de todo, a pesar de su escepticismo, les sugiero que me escuchen, y juzguen por ustedes mismos. Les dejo la libertad de juzgar si esta historia es real o no, si es producto de unos seres enloquecidos, de unos criminales dementes o…de algo peor.
Los acontecimientos narrados tuvieron lugar en agosto de este mismo año, por aquel entonces, había logrado conseguir un trabajo estable, tras pasar diez años de un puesto a otro, de una empresa a otra, en una oficina comarcal sita en Llanes.
Como consecuencia de mi trabajo, todos los viernes debía desplazarme a la capital de la provincia, a la ciudad de Oviedo, para las reuniones en la sede provincial de la empresa, en las que poníamos en común resultados y planificábamos las futuras decisiones de la próxima semana. Como carecía de automóvil, y de licencia de conducir, todos los viernes cogía el autobús que hacía la ruta hasta Oviedo, y fue un viernes de este verano del 2019 cuando nos sucedió aquello, algo que nos perseguirá hasta el día de nuestras muertes.
Era un verano tórrido, el calor y la humedad hacían insoportables los mediodías, que era la hora en la que me dirigía a la estación de autobuses para coger el bus que hacía la ruta de Oviedo, era una línea casi directa, con breves paradas entre Llanes, Ribadesella y Villaviciosa para recoger, o dejar, viajeros. Era una ruta que, en verano, se llenaba de gente, sobre todo turistas y veraneantes ocasionales que aprovechaban para ir a las diferentes playas de la costa asturiana.
Como todos los viernes, llegué a las dos de la tarde a la estación de autobuses, y, como siempre, ya estaban los andenes llenos de viajeros y turistas, esperando a que los diferentes coches se alienaran para cargarlos y llevarlos a sus destinos. Y allí estaba yo, en medio de toda aquella marea humana, esperando en la cola del bus al que me iba a montar.
Afortunadamente, había reservado el billete con antelación, entre las inútiles máquinas expendedoras y la desidia de la taquillera, era casi imposible hacerse con el billete en la propia estación.
El vehículo llegó a su hora y montamos en él; como siempre, era agradable meterse en aquel interior con aire acondicionado en medio de un verano húmedo y tórrido. Creo recordar que entré de los primeros, solo cediendo el paso a una venerable anciana de ropas floridas, que me sonrió ante mi educación. Siempre sido una persona bien educada, y un caballero...bueno, aunque eso no les interese a ustedes, claro.
El autobús inició su marcha en ruta hacia el pueblo de Ribadesella, en una especie de recorrido que le llevaría desde el oriente asturiano hasta el centro de la región. Todo presagiaba otro viaje similar al de todos los viernes.
Mis acompañantes eran los típicos en aquella estación del año, jóvenes veraneantes, trabajadores que regresaban a sus pueblos, jubilados de visita, nada nos hacía suponer lo que se avecinaba.
El bus tenía una parada entre Llanes y Ribadesella, era una parada en un pequeño pueblo de la ruta, en la que apenas subían pasajeros, algún anciano de visita o algún vendedor ambulante, poco más. Pero aquella tarde de viernes todo cambió. En aquella parada solo había una persona, un hombre estrafalario y ridículo a nuestra visión. Era un tipo en la treintena, barbudo, de cabellos negros; pero lo que llamaba la atención era su indumentaria, llevaba una especie de paño gris enrollado en su cuerpo, como si fuera una toalla de playa o una túnica, estaba totalmente descalzo, e iba coronado con una tiara hecha con hojas. Pensábamos que sería algún hippie de última hornada o algún nómada alternativo vegano, de ésos que les da por irse a vivir en plena naturaleza, viviendo en chozas de paja, bebiendo agua de lluvia y comiendo helechos. Lo cierto es que, sin apenas dirigir una mirada al conductor, ni a nosotros, entró en el vehículo y se sentó en el último asiento del autobús, en la parte trasera, lejos de todos; y ninguno volvimos a prestarle atención alguna, mientras el vehículo proseguía su marcha.
Habíamos penetrado en la zona más boscosa de la ruta, la carretera atravesaba un denso bosque cuya sombra hacía más agradable el camino. El calor y el fresco de la sombra provocaba una agradable sensación de amodorramiento. Y entonces, lo recuerdo como si hubiera sucedido hoy mismo, sonó una extraña melodía. Nos giramos y vimos que el viajero estrafalario estaba tocando una especie de pequeña flauta de madera, o un instrumento muy parecido. Sentíamos que tocaba con pasión, era una melodía agitada y exótica, era como el rumor de una música antigua y bárbara, algo que me es difícil de explicarles y que, a la vez, sigue inserta en mi cabeza cual si alguien la hubiera grabado a fuego en mi cerebro.
Y entonces, ¡Dios mío, todavía no puedo creérmelo!, se desató la locura en todo el autobús. Se apoderó de nosotros una especie de frenesí, de delirio, de paranoia…no sé cómo describírselo para que me entiendan. Empezamos a gritar como animales en celo y a despojarnos de nuestras ropas, y nos abalanzamos unos contra otros, acometiéndonos sexualmente. En apenas unos instantes estaba siendo montado por una gorda alemana, cuyos estertores meneaban, de forma mórbida, sus mantecosos, blancos y abultados pechos ante mi rostro sudoroso; enterrándome en carne palpitante, mientras un enjuto y velludo cincuentón me penetraba analmente con un ansia desbordada. Por todo el autobús se había desatado una especie de lujuria animal y salvaje a la que nadie podría dar crédito; un calvo estaba siendo violado por una terna de adolescentes mientras la venerable anciana, que había subido la primera al vehículo, se entretenía haciéndole una felación al conductor, que seguía conduciendo el bus como un poseso. Más allá una negra monumental se abalanzaba, entre estentóreos alaridos, sobre un atlético joven, arrancándole las ropas y tirándose encima de él como una leona cazando. Un grupo de turistas francesas estaban manteniendo una orgía con un gordo inmenso en las sillas más cercanas a la puerta trasera, rodeando su grasiento cuerpo como sanguijuelas pletóricas de lujuria. Y lo peor de todo es que era consciente de la locura que estaba pasando, todos lo éramos creo yo, era como si viésemos desde fuera, desde otro lugar remoto y próximo a la vez, en lo que nos habíamos convertido. En pocos minutos, todos estábamos arrastrándonos desnudos por el suelo, entre sudores, follando y gimiendo como bestias en celo a la luz de la luna.
Mientras aquél misterioso personaje seguía tocando aquella melodía psicótica y delirante, el vehículo proseguía su extraña marcha hacia la locura. Una parte de mi cerebro pensaba que aquello era un sueño, producido por una mala digestión, y que acabaría despertándome, adormilado, en el sofá de mi casa, o en el asiento del autobús. Pero nada de eso sucedió, aquella locura siguió durante un par de minutos más; hasta qué... ¡Dios mío, es demasiado horrible!”
Pausa: El sujeto empieza a manifestar convulsiones histéricas y a emitir sollozos entrecortados que parecen perturbarle. Se le ofrece un vaso de agua con un ansiolítico para calmarle. Tras unos minutos recupera la calma y prosigue con su declaración:
“En un momento dado, el extraño sujeto cambió la melodía. No sé cómo describirlo, pero la música dejó de ser armónica para convertirse en una cacofonía extraña de tonos estridentes y espasmódicos, y… ¡Dios mío, Dios mío!, entonces…entonces…no sé muy bien qué pasó, o qué nos estaba sucediendo, pero la locura que se había apoderado de nosotros nos llevó a un estado alterado totalmente inhumano. En plena orgía frenética se apoderó de nosotros un hambre y un ansia incontenible. Yo seguía montado sobre aquella rubia gorda, y de repente me abalancé sobre uno de sus pechos, mordiendo con un ansia famélica la carne, arrancando trozos sanguinolentos y palpitantes de su cuerpo y tragándolos con voracidad, royendo y mordiendo las partes más tiernas de su cuerpo. Y no era el único, el calvo situado a mi espalda era devorado por aquel trío de adolescentes, una había arrancado sus genitales, y estaba devorándolos con deleite, mientras otra se había abierto paso a dentelladas a través del vientre y tenía sumergida su cabeza en las vísceras del sujeto, deleitándose con las tripas palpitantes de aquel pobre desgraciado, la tercera se ocupaba en arrancarle la lengua con sus dientes, y en engullirla de una sentada. El joven del quinto asiento había arrancado la arteria carótida de la mujer negra, y bebía su sangre con deleite, como si fuera un vino añejo, y, en la parte delantera, la anciana venerable arrancaba jirones de carne de las nalgas del conductor, que mantenía, impasible, la conducción. Más allá, el grupo de turistas se entretenía en repartirse las carnes palpitantes del gordo, del cual solo quedaba una montaña inerte de carne reluciente de carne y sudor. Mientras yo, y un barbudo con pinta de hípster, seguíamos abalanzándonos sobre las carnes de aquella alemana que agonizaba en el suelo. Y lo más aterrador, lo más espeluznante es que todo esto sucedía en silencio, no había gritos de horror, ni alaridos de dolor, todo sucedía en un silencio inquietante interrumpido, únicamente, por aquella música infernal que se había metido en nuestro interior, en nuestras mentes y en nuestras almas, y que se había apoderado de nosotros como si fuera un parásito maligno. Cuando acabé de devorar los pulmones de la turista alemana, tras abrirme paso, con uñas y dientes, a través de la caja torácica, me abalancé sobre uno de los pequeños y delicados pies de las adolescentes vecinas, y comencé a devorar con avidez sus dedos tiernos, sin apenas detenerme para respirar, tan enloquecido me hallaba. ¡¡Qué Dios me perdone!!”
Pausa: El sujeto vuelve a sollozar histéricamente, hasta que logramos calmarle. Prosigue su declaración:
“No sabíamos cuánto tiempo había pasado, ni siquiera podíamos pensar con claridad, como seres humanos, nos habíamos convertido en animales. Nos arrastrábamos desnudos a través del suelo del autobús, un suelo lleno de sangre y vísceras humanas, con hambre y lujuria. El ambiente era irrespirable, olía a sudor y sangre, a carne y heces humanas, todo era repugnante. De pronto, el vehículo se paró, creo que fue a la salida de la autopista, con dirección a Ribadesella, aunque eso también está borroso en mi mente. Y aquel sujeto cesó de tocar su infernal instrumento y, pasando sobre nuestros cuerpos exhaustos, se bajó del vehículo. Ignoro porqué razón el conductor, totalmente desnudo y herido, siguió conduciendo como un zombi alucinado; solo sé que empezamos a recuperar la consciencia de ser nosotros mismos al llegar a la estación de autobuses de Ribadesella; cuando los primeros viajeros que intentaron subirse al vehículo empezaron a chillar y a salir huyendo al ver la espantosa escena que se ofrecía ante sus ojos.
El resto ya lo saben ustedes; vinieron los guardias civiles del cuartel cercano, que nos pusieron bajo arresto y se dedicaron a recoger, como buenamente pudieron, los restos de los viajeros más infortunados. ¡No sé que les habrán dicho a sus pobres familias!.
Sé que se ha dicho por televisión que ha sido una especie de crimen ritual, cometido por una secta, o por un juego de rol; ¡pero les juro que lo que les he narrado es real, no pertenezco a ninguna secta, ni a ningún grupo de rol o frikada similar!; ¡les juro, les prometo, que esto ha sido real, ha sucedido de verdad, deben buscar a ese flautista infernal, no debe haber desaparecido así cómo así! ¡Alguien ha tenido que verlo, les juro que no ha sido un sueño, esto ha sucedido!”
Pausa: El sujeto cae una especie de balbuceo sollozante incoherente, y posteriormente en carcajadas histéricas. Intentamos calmarle, pero intenta escapar. Tienen que venir cuatro agentes para reducirle y llevarle a su celda. El psicólogo que atiende a los acusados confirma que no está en condiciones de proseguir con el interrogatorio.
Adenda al Expediente: Tras revisar las declaraciones de todos los acusados, y tras comprobar que todas repiten la misma versión, se procede a emitir una orden de busca y captura del “flautista desconocido”.
Tras tres semanas de investigación, sin hallarse prueba alguna de su presencia en el vehículo o de su subida a él, ni siquiera de su presencia en la parada, no hay rastro de grabaciones, ni testigos que recuerden haberle visto subirse o bajarse del vehículo en cuestión), ha de concluirse que el resultado de los sucesos referidos al incidente del Directo Llanes-Oviedo, han debido se ser motivados por alguna contaminación alimentaria, o por un extraño caso de histeria colectiva. Se requerirán ulteriores análisis médicos y asistencia psicológica para los sujetos implicados con vistas a aclarar con mayor precisión los sucesos investigados.
Se evitará a toda costa comentar las investigaciones con medios de comunicación o personas ajenas a la investigación, para evitar un mayor pánico social. Cualquiera que viole esta directriz se enfrentará al inicio de un expediente sancionador por revelación de secreto de sumario.
«Mueres siendo un héroe... o vives lo suficiente para convertirte en villano»