Esta versión dista mucho de las colgadas anteriormente. Bueno, ahí va:
CAPITULO 1
Tras una mañana de trabajo, Amara regresaba a su aldea, portando dos pesados cuencos con provisiones para abastecer al pueblo: uno relleno de frutas, y otro relleno de agua. Las otras mujeres realizaban el mismo trabajo que
ella, pero quedaban muy rezagadas en el camino, ya que era dificil para ellas seguir el ritmo de Amara. De vez en cuando las esperaba, pero aquel día no le apetecía en absoluto hablar con ellas. Mientras seguía su camino, oyó como la llamó una voz infantil.
—¡Amara!
Tras girarse, vio que quien la llamaba era Karie, una niña que parecía admirar mucho a Amara. Aunque a ella no le gustaban los niños, no podía dejar de sentir cierta simpatía por Karie. Se paró para que la niña,que llegaba corriendo y se la veía algo fatigada, se acercara.
—Hola, pequeña—dijo sonriendo levemente.
—¡Eres muy fuerte! Ni mi madre ni las demás pueden alcanzarte nunca. Yo misma me ha cansado al venir hasta aquí, y solo llevo una bolsa pequeña.
—Supongo que así es mejor para vosotras también. Así podeis criticarme—comentó ella intentando decir algo gracioso, pero sin mostrar más efusividad que la leve sonrisa que dedicaba a Karie.
—¡Eso no suele ocurrir! En general, siempre se comenta tu fuerza. La que más suele hablar mal de tí es Nasha. Dice que solo las dejas detrás para hacerte la chula. Que eres una marimacho, y que como eres tan fea, vas a morir sola.
Amara se esperaba todo aquello, siendo que ella y Nasha se conocían desde pequeñas. En cualquier caso le resultaba curioso que de Nasha, cuyo tamaño rozaba el gigantismo, osara meterse con el aspecto físico de otra mujer.
—Bueno, que diga lo que quiera.
Karie dejó de hablar con ella al oir la voz de su madre llamándola. Entonces, al percatarse de que las demás mujeres se aproximaban, Amara siguió su camino. Tras dejar su carga donde correspondía, entró en su choza. Otros días prefería tirar con su arco o luchar contra sus amigos, pero ese día se encontraba especialmente sensible por los recuerdos del pasado, pues resultaba muy duro para ella que sus dos padres hubieran sido asesinados hace años en la guerra que su aldea mantenía con las tribus cercanas. Se recostó contra una pared y dio rienda suelta a sus pensamientos íntimos. Estaba harta de una vida tan llena de sufrimiento; por mucha comida que se consiguiera siempre había escasez, lo que provocaba las guerras, razón por la cual ella vivía con el terror de ser asesinada, y también por la que acarreaba experiencias dolorosas sobre perder a aquellos a quienes amaba. Se veía a sí misma como una carga, pues ella era una boca más que alimentar en una zona donde había pocos recursos, y como recolectora de agua y frutas no realizaba una labor fundamental. De repente una voz le sacó de sus reflexiones:
—¡Hola Amara! Tengo algo para ti. —Se trataba de Kalule, uno de los amigos de Amara, que asomaba por la entrada.
—¡Hola!—dijo ella, alegrándose por la visita. Antes de poder continuar hablando, Kalule se adentró en su choza y retomó la palabra.
—Lo he traído escondido, ya que el hambre saca lo peor de nosotros, y podrían robármelo por el camino; así como te lo intentarán robar a ti si saben que lo tienes. —Tras decir esto, abrió una pequeña bolsa que llevaba y sacó un conejo especialmente grande.
—Como ves, es bastante más gordo que la mayoría de los que solemos coger. ¡Espero que lo disfrutes!
—¡Gracias, muchas gracias! —Dijo ella dándole un abrazo—. Pero me parece mal comérmelo yo sola, si lo has cazado tú.
—¡No te preocupes! He cazado dos esta mañana del mismo tamaño; así que me parece justo que nos quedemos uno cada uno. Yo ya me voy, que tengo que volver a mis obligaciones. Seguiremos hablando más tranquilamente cuando tengamos un rato.
—¡Adiós, Kalule! ¡Y muchas gracias!
Ella estaba acostumbrada a pequeños detalles como este, pues sus amigos se portaban bien con ella, pero aún así siempre se conmovía en esas situaciones. La alegría que ahora sentía estaba mezclada con ansiedad, pues sabía por una parte que debía comerlo cuanto antes para evitar que se echara a perder. Y por otra parte, sabía que tal como le había advertido su amigo, existía el riesgo de que alguien tratara de robárselo. Decidió, por tanto, que ahora lo desollaría tranquilamente, y cuando comenzara a caer la noche, iría a la orilla del río con el conejo guardado en un pequeño saco para ocultarlo a los ojos de los demás. Allí lo freiría y se lo comería en solitario. Las horas previas a que comenzara a oscurecer estuvo pegada a su futura cena, custodiándola con celo, pues aunque ella era más capaz de enumerar a aquellos que no se lo robarían nunca que aquellos que pudieran hacerlo, estos últimos no eran precisamente pocos, y la sola posibilidad de que eso ocurriera ya se le antojaba terrible. Cuando la luz del sol comenzaba a ocultarse, Amara salió de su choza con la pequeña bolsa donde guardaba su cena, un pequeño cuenco y dos pedernales, y comenzó a andar hacia el río apresuradamente. De repente, sintió como una rama gruesa se partía en su cabeza, y se desplomó llena de dolor. Apretó los dientes e intentó moverse, pero le dolía tanto la cabeza que le costaba realizar cualquier acción.
—Incluso a tí se te puede pillar desprevenida, Amara. ¡Gracias por el regalo, me lo comeré a tu salud!
Esa voz era inconfundible, y más con ese tono burlón: se trataba de Nasha. No podía consentir que, precisamente ella, le robara la comida. Despues de que su ladrona cogiera su conejo y se alejara varios pasos de ella, Amara se incorporó. Le costaba mucho mantenerse de pie debido al dolor, pero corrió tras su enemiga, que al oir los pasos, quedó estupefacta: no pensaba que pudiera mostrar algún vigor después de aquel golpe. Al volverse boquiabierta, recibió un puñetazo en la cara.
—¡Devuelveme mi comida!
Nasha era la única mujer del pueblo que quizá pudiera rivalizar en fuerza con Amara, especialmente ahora que ésta estaba en desventaja debido al fuerte dolor de su cabeza. No obstante, no pudo aprovecharse de esta ventaja debido a que quedó paralizada por la sorpresa y el miedo. Amara consiguió tirarla al suelo empujándola y haciendola caer al poner su pierna derecha tras los pies de su rival, y hecho esto, tomó una rama gruesa del suelo y se la partió en la cabeza, noqueándola. Una vez hecho esto, finalmente cayó inconsciente sobre el pecho de su rival, que yacía en el suelo. Le había costado mucho no desplomarse antes, pero el orgullo la había mantenido con fuerza.
***
Poco antes del amanecer, las dos mujeres recobraron el conocimiento. Ambas estaban aturdidas y faltas de energía. Al incorporarse, se miraron con rabia. El conejo estaba junto a ellas, y hormigas y moscas comenzaban a acercarse a él. Ambas temían que se echara a perder, por lo que comenzaron a pelear entre ellas sin mediar palabra.
—¡No te creas que me das miedo porque digan que eres la más fuerte! A mi lado, eres una enana.—dijo Nasha mientras intentaba encajar golpes a su rival.
—¡Mientras tú hacías el vago, la enana entrenaba!¡Soy más fuerte que tú, estúpida!—Contestó Amara mientras golpeaba a su enemiga.
Nasha estaba llevándose más golpes, pero estaba resistiendo muy bien la golpiza, y Amara también se estaba llevando algún golpe que otro. No parecía que aquella pelea fuera a acabar rápido. Debido a su desventaja en el combate cuerpo a cuerpo, Nasha planeó una estrategía: tenía que llevarse a su contrincante al acantilado y hacerla caer. Si le salía bien, quedaría ensangrentada al despeñarse contra las rocas y finalmente caería en el río, donde su sangre atraería a las pirañas. Si le salía bien, se desharía de ella para siempre y parecería un accidente. Con tal estrategia, comenzó a retroceder y a poner cara de desesperación, para que su rival se confiase, y de ese modo llegaron a una zona alta, por debajo de la cual pasaba el río, y ahora Nasha solo tenía que tirarla allí. La agarró de los cabellos y le dió un puñetazo en la cara, y aprovechó el aturdimiento de Amara para intentar tirarla al río. Pero su rival, a continuación, le propinó una lluvia del golpes que fue demasiado para ella, que la soltó y terminó cayendo al río. Nasha se protegió la cabeza con los brazos, y fue cayendo sobre las afiladas rocas del acantilado, magullando su cuerpo. Deseaba proferir los peores insultos y maldiciones, pero el dolor le impedía articular palabras coherentes. Finalmente cayó al río, y estaba demasiado herida como para salir nadando, pero al haberse protegido la cabeza, seguía consciente. Intentó mover los brazos y las piernas para salir del agua pero solo hizo torpes aleteos. Por lo menos antes de morir lanzaría la peor de las maldiciones.
—¡Amara, puta!¡Ojalá te violen!¡Ojalá tus hijos nazcan muertos!
Al ver la situación, Amara se llevó asustada la mano a la boca, y comenzó a vomitar bilis, que era lo único que tenía en su estómago al no haber comido desde el día anterior. A los pocos segundos, se desmayó debido a las fuertes emociones y a la falta de energía.
***
Tras una mañana en la que habían partido para cazar, los hermanos Aganju y Chane llevaban un antílope muerto, con sus patas atadas a un palo largo, que llevaban juntos sosteniendo cada uno un extremo. De repente, al pasar por el río vieron un desagradable espectáculo: las pirañas se estaban comiendo a Nasha, una aldeana que conocían muy bien. Alarmados, dejaron su presa en el suelo y Aganju alargó el brazo, tomando el de Nasha y sacándola del agua. Al sacarla observó que aquellos fieros peces habían devorado su vientre, y estaba condenada a morir.
«Aunque sea una mujer tan canalla, debo ayudarla. Va a morir, pero tengo que saber qué pasó», pensó Aganju mientras golpeaba su espalda para que escupiera agua y pudiera hablar. Nasha abrió su ojo derecho, pues el izquierdo había sido devorado, y miró a los dos cazadores de un modo lastimero.
—Ha... sido... A...ma...ra.
Dicho eso, apretó los dientes por el dolor que sentía. Mientras, Chane tocó el hombro de su hermano y señaló hacia arriba: Amara estaba al borde del abismo que estaba en frente del río, inconsciente. Eso daba credibilidad a las palabras de Nasha. Aganju miró a la moribunda mujer con repugnancia. «Si Amara te tiró al río, es que algo le hiciste tú. Al menos no te daré muerte para aliviarte de la agonía, como haría si fuera ella la que estuviera en tu lugar». Ambos corrieron hacia donde Amara estaba, llevando de nuevo la carga del antílope. La encontraron llena de sangre y con señales de lucha en su cara. Sabiendo lo que sabían, su deber de aldeanos era capturarla, y eso harían aunque les pesara. Tras comprobar que respiraba y no tenía heridas mortales, Chane la reanimó zarandeandola por los hombros, y en cuanto abrió los ojos, la dejaron tranquila. Era obvio que no podía escapar, pues estaba claramente falta de energía. Aganju tomó la palabra
—Nasha está muriendo, si no ha muerto ya, pero antes nos dijo que tú la tiraste a las pirañas.
—¡Yo no quería que eso pasara!—exclamó ella, llena de temor—. Ella intentó robarme...
—Perdona que no quiera escucharte, pero me duele mucho tener que capturarte, y sabiendo lo que pasó me dolerá aún más, pues sé que Nasha era la maldad hecha mujer. No es la única que ha robado comida, pero ella disfruta haciendolo, siendo pequeña disfrutaba de abusar de niños más débiles que ella y sería mucho más capaz de matar que tú. Pero lo que sabemos es que ella te ha acusado de matarla tirándola al río, y tenemos que capturarte.
Amara conocía a Aganju. No era amigo suyo, y tenía un enorme sentido del deber y mucho interés por mantener el orden en la aldea. Chane, por otra parte, siembre tuvo su voluntad subordinada a su hermano, y era hombre de pocas palabras. Y aunque no estuviera tan agotada como estaba, ellos eran dos, y cualquiera de ellos era más fuerte que Nasha, por lo que decidió que si la iban a capturar, que fuera con dignidad, y con la misma dignidad moriría si decidían ejecutarla.
—Está bien, pero dadme un trozo de ese antílope aunque sea crudo, no como desde ayer, y vomité justo antes de desmayarme.
Los hermanos se miraron, y Chane cortó un trozo de carne, que se lo dió a Amara, quien lo comió con rapidez. Una vez hubo terminado, Aganju la inmovilizó y, mientras la sostenía contra el suelo, su hermano ataba sus pies de modo que pudiera dar pequeños pasos, pero no correr. Hecho esto, le ataron las manos por delante de tal modo que redujeran lo suficiente sus movimientos para no poder escapar, pero que pudiera llevarse comida a la boca. Así, podrían mantenerla atada hasta que fuera juzgada. Antes de emprender la marcha al pueblo, Chane fue a buscar los restos de Nasha como prueba inculpatoria, mientras Aganju limpiaba la cara y las piernas de Amara para que no llegara ensangrentada a la aldea. Aun con las manos atadas, Amara llevó el antílope con ayuda de Aganju, mientras Chane llevaba en un saco los restos de Nasha, que una vez los encontró, la vida ya se había escapado de aquel cuerpo.
Cuando llegaron al pueblo, todos quedaron sorprendidos al ver a Amara hecha presa. Sus amigos se sintieron llenos de dolor, pero no podían acercarse a ella porque no estaba permitido acercarse a los presos hasta que eran introducidos en la choza donde se les custodiaba hasta el juicio. Aganju tomó los utensilios de Amara y los dejó en la choza donde ella vivía, mientras el pueblo miraba atónito la escena, y gritaban pidiendo explicaciones sobre lo sucedido.
—¡Callaos todos!—dijo Aganju molesto—. Aquí solo juzga el consejo de sabios. No tengo por qué daros explicaciones de nada. Si alguien se pone tonto, sabeis que va a ser peor.
Dicho esto, Aganju vio entre las multitudes a los amigos de su prisionera, y supo que esto le haría enormemente impopular. Los dos hermanos aceleraron el paso y llevaron a su prisionera a la choza donde encerraban a los sospechosos de un delito castigado con pena de muerte. Hecho esto, no se dirigieron más a ella, y salieron de la habitación dejándola sola.
Sola, encerrada y atada, Amara comenzó a llorar: probablemente iba a morir etiquetada injustamente como asesina. Cuando se le secaron los ojos, pasó varias horas preguntándose qué se diría de este asunto en la aldea. También se preguntó cómo es que Nasha la había atacado, pues eso implicaba que ella sabía que le habían regalado comida. Kalule le dijo que había tenido mucho cuidado de que no le vieran, por tanto, quizá Nasha la vio alejarse del poblado con el saco cuando empezaba a caer la noche, y la siguió. Bien pensado, tampoco le resultaba lógico, pues era imposible que la hubiera seguido con tanto sigilo. Por tanto, Nasha debió de enterarse de algún modo de que le habían regalado comida, y al ver hacia donde se iba con intención de comerse el conejo, la adelantó por otro camino más largo, pero apresurándose más para esperarla agazapada. Y en cuanto pudo, la golpeó a traición. Eso significaba que Kalule había cometido algún error, y que Nasha era muy astuta. Cuando comenzó a caer la noche, vino alguien a visitarla.
—Hola, Amara.—Saludó aquel hombre con la frialdad que le caracterizaba. Se trataba de Kibwe, su mejor amigo.
—¡Kibwe! Me alegro mucho de verte —dijo con sinceridad, pues cuando alguien está en una situación tan crítica es cuando más agradece los gestos de afecto—. Esperaba que vinieras a verme en un momento como este.
—Se está hablando mucho de esto, y tienes las de perder. Siempre has gozado de mejor fama que Nasha, pero no obstante, su padre y su tío son miembros influyentes en el consejo de sabios, y van a votar a favor de tu ejecución. Además, lo único que sabemos por el momento es el testimonio de Aganju y Chane, y es un testimonio que no te va a ayudar en absoluto.
—Van a matarme...
—Probablemente, pero hasta que llegue el momento aún hay esperanza. Ahora, quiero oir tu versión.
—Gracias, sabía que puedo confiar en tí. Kalule me regaló un conejo, y fui a comermelo a solas, de noche. Pensaba freirlo pero Nasha me atacó para quitarmelo...durante la pelea, ella cayó al río y...
—¿Pero cómo se la comieron tan rápido?
—Ella sangró mucho al despeñarse contra las rocas.
—Comprendo. Te creo, pero dificilmente te va a ayudar tu versión. Escucha—y aquí bajó la voz para evitar problemas si le oían los guardias—, tus amigos desábamos ayudarte a escapar, pero nos ha sido imposible. Queríamos poner hierbas del sueño en los cántaros de agua que los guardias usan para beber. Entonces se quedarían dormidos, te desataría y podrías salir corriendo del pueblo. Respecto a los encargados de hacer guardia hoy para que no ataquen el pueblo, también les echaríamos hierbas en su agua. Podrías huir y nadie sabría que te ayudamos, porque los guardias se habrían quedado dormidos y no habrían visto nada, y Kalule y Kwame los reemplazarían escondidos en los árboles más cercanos a la entrada de la aldea para mantener protegida la aldea. Lamentablemente el plan es imposible. Saben que somos tus amigos y no nos quitan el ojo de encima. Lamentamos haberte fallado.
—Ese plan sería una locura—dijo en voz baja para que no la oyeran—Sola en la selva moriré en cuestión de tiempo, por lo que solo retrasaríais mi muerte. Os jugaríais mucho solo para conseguir muy poco. De todos modos, te doy las gracias por tu intención, y me despido de tí. Hemos luchado muchas veces y me has enseñado mucho. Y siempre me has ayudado en los momentos difíciles. Lo he pasado muy bien contigo y es una pena que quizá no volvamos a vernos, pero siempre te recordaré.
—Sé que quieres a tu gente, pero aquí no has sido feliz, y una parte de ti ha anhelado huir siempre. Odias la guerra y el hambre, y has vivido con miedo y sin esperanza. Lamento mucho que las cosas hayan sido así. Te merecías ser feliz y no has podido serlo.
A Amara le sorprendió lo bien que la conocía su amigo, pues describió muy bien sus sentimientos. Sus palabras eran muy duras, pero ella estaba acostumbrada a su falta de tacto: él decía las cosas como las pensaba, aunque resultaran dolorosas. En esos momentos fue cuando entraron los guardias.
—Se acabó la visita, es hora de juzgarla.
Kibwe asintió. Se volvió hacia ella, la abrazó, y antes de separarse le susurró: «Suerte. Estaré allí para defenderte, y como yo, muchos». Tras soltarla, se alejó con paso rápido. Los guardias tomaron a Amara de los brazos y la sacaron de la choza.