31/03/2015 04:54 PM
Bueno, no sabía en qué género poner este relato porque realmente es fantasía pero al mismo tiempo no prevale la fantasía, sino el aspecto filosófico y poético y la locura, y hay ideas sobre la humanidad y la política. Pues eso, me dio un día por escribir algo con otro estilo que el habitual El relato tiene 81 páginas en pdf, así que supongo que se le puede llamar relato.
Copio y pego aquí el sinopsis que pongo en la página del proyecto:
Pongo aquí el primer capítulo, a ver qué os parece A lo mejor pongo también los siguientes capítulos en los próximos días para los que prefieren leer en el foro; el pdf y epub son descargables en la página.
Capítulo 1: La hoja sin árbol
La hoja revoloteó por el jardín de verano, respiró los perfumes de las flores, siguió el vuelo de un gorrión. Pasó junto a un árbol desnudo y se alejó. Y poco a poco, la hoja cayó. Pero se levantó una brisa y se la llevó de nuevo hasta que penetrase, tímida, alegre, por una ventana abierta en el Palacio de la Flor. El elfo sonrió.
—Bienvenida, hoja libre y risueña —declamaba suavemente, mientras la hoja daba vueltas en la sala—. El viento te ha traído aquí para ver la Verdad bajo la Mentira de este mundo. Bienvenida a tu hogar.
La hoja perdió fuerza y descendió. Cayó sobre el plato del Comandante Morris. El enorme humano, al advertirlo, bufó como un búfalo y sus espesos belfos dejaron paso a unos dientes viejos y carcomidos.
—¡Enemigos! —bramó, con los ojos dilatados, levantándose de un bote—. ¡Preparen la artillería!
Ya estaba el Comandante Morris otra vez desgañitándose. Terrible cómo puede llegar a enloquecer una guerra. La guerra enloquece y se enloquece ella sola. Diez años pasó entre trincheras, aquel enorme sabueso. Y ahí seguía luchando contra fantasmas blancos. Blancos como las dos siluetas que se precipitaban hacia él para calmarlo con una caja de música que le había regalado su madre hacía tal vez cincuenta años.
El elfo suspiró y dejó el plato sin tocar en la mesa para alejarse del comedor. Cruzó un ancho pasillo cubierto de alfombras. Se detuvo un momento a escuchar el canto de un mirlo, pasó una mano ligera sobre un tapiz que representaba unos molinos en el atardecer, y siguió su camino hasta la terraza.
—Buenos días, Alteza.
Un elfo alto, flaco y vestido con una larga túnica blanca se acababa de inclinar, respetuoso, al ver salir al elfo loco bajo la luz del sol.
—Buenos días, Sazún —contestó este, distraído—. Siento no haber podido pasear contigo esta mañana. ¿Ha habido rocío? ¿Y ha cantado el olistrán?
—Ha habido rocío, como todas las mañanas, y el olistrán ha cantado, como todos los días —sonrió Sazún.
El elfo loco le devolvió la sonrisa. Un tipo extraño, ese Sazún. Siempre quiere engañarme por mi propio bien. El olistrán ¿cantando como siempre? ¿Seguro, Sazún, que no sabes lo que le ha ocurrido al bello y esbelto olistrán? Hacía tiempo que el pájaro imperial había desertado el Palacio de la Flor. Tal vez el Comandante Morris lo había cazado, creyendo que era un ave mensajera enemiga. O tal vez Dulb el Cazador de Aves había conseguido retornar después del destierro para dar un aviso al malvado rey. Los actos metafóricos son frecuentemente usados entre los humanos.
—Me pregunto si hoy habrá ranas en la fuente. ¿Qué te parece si damos un paseo? —propuso el elfo loco.
Sazún hizo una mueca. Por lo visto, tenía otros planes para la tarde.
—Tendréis que disculparme, Alteza. Si me lo permitís, tengo que ir a visitar a mis hijos a la ciudad.
Por supuesto. Sazún, el gran padre, antes rico y ahora poco más que paria de la Corona, tenía su vida y sus problemas. Entre los cuales, ayudar a su hija mayor que acababa de perder la vista por una enfermedad. Ni siquiera me lo había dicho él. Lo había oído decir por un jardinero. Una gran lástima no poder ver a los pájaros revolotear y a las hojas cantar.
—Te perderás a las ranas —replicó el elfo loco, bromeando—. Saludos a tu familia —añadió, posando su puño en el pecho—. Que los dioses os amparen a todos.
Ante tal muestra de cariño, Sazún agrandó los ojos y cayó de rodillas, reclinándose profundamente.
—Gracias, Alteza —dijo con una sinceridad sin igual.
El elfo loco sonrió dulcemente pero meneó la cabeza, levantando con suavidad a su antiguo preceptor.
—No me estás dando las gracias a mí, amigo, sino al príncipe que antaño era. Pero ese ya no existe. Tal vez nunca existió. Yo soy el del olistrán y el de las campanillas. El que habla al mar a solas sin haberlo visto nunca. El que deambula por los pasillos sombríos del palacio conversando con las hadas del bosque. Que pases una buena tarde, Sazún, yo voy a ver cómo andan las ranas —añadió, mientras la expresión del alto elfo se entristecía al oír divagar a su príncipe.
El elfo loco se alejó por la terraza. Saludó educadamente a un cortesano de aspecto ridículo que evitó mirarlo y no le contestó. Mala gente. Siempre pensando qué dirá el Rey Su Majestad si lo ve hablando con su hermano, el loco. Qué dirán tantos otros, qué dirán los dioses, ¡oh, Diosa Celbena! ¿Qué dirás tú? Silencio total. Los dioses no responden para decir disparates. El qué dirán es un teatro insano. Infamia pensante. El mundo no tiene arreglo.
Con la agilidad de un duende, bajó las escaleras hasta el inmenso jardín del Palacio. Los jardineros seguían trabajando como siempre. Las flores se reían, algunas frívolamente, de los cortesanos que se paseaban entre ellas. Los árboles, robustos y de sombra ancha, bailaban al son de la música del viento, para acompañarlo.
El elfo loco caminó evitando un grupo de elfas que reía, en un banco, escondiéndose detrás de sus sombrillas. Pasó junto a un roble y lo saludó con la mano. Obtuvo una respuesta más amable que la del cortesano.
Siguió avanzando entre los troncos, por un camino de tierra seca. Hacía días que no llovía. Pero eso no había impedido al rey robar agua de las torres de la ciudad para llenar su piscina personal. Irónica maldad. Nefasta locura de los que se dicen cuerdos.
La Fuente de Platazul estaba lejos. Lejos de la gente que se queda junto al palacio para que todos la vean. El pretil estaba roto. El león había perdido una pata delantera y Ratuk, Dios de la Fortuna, había perdido la nariz. Poca fortuna y poco olfato para el porvenir.
El elfo loco dio una vuelta entera a la fuente, buscando a las ranas. Hoy no habían venido. La poca agua que quedaba estaba sucia como el corazón de un traidor. Verdes algas que empezaban a secarse. Mosquitos ronroneando alrededor de la cabeza de Ratuk, tal vez buscando la nariz. Hacía fresco bajo la sombra de los árboles.
El elfo trepó a un árbol y se sentó ahí a echar la siesta. Siempre dicen que es bueno después de la comida. Claro que él no había probado bocado por el ataque sufrido por el Comandante Morris. Por no mencionar que aquel día habían puesto carne de paloma. Como la paloma blanca que, la víspera, se había posado sobre la ventana de su cuarto. Había sido totalmente imposible tocar el plato. Qué se le iba a hacer. ¡Oh, bella princesa alada! tus restos serán pasto de los perros de la guardia real. Futuro provechoso. Más provechoso que el de un príncipe atormentado hasta el final de sus días.
Oyó un liviano ruido de pasos sobre la hierba. Abrió los ojos y miró hacia abajo.
—¡Príncipe loco! ¡Príncipe loco! —gritó una voz infantil entre los árboles.
Se oyeron risas y pasos precipitados que huían. El elfo loco se estiró entre las ramas y sonrió antes de volver a cerrar los ojos. La reputación era un arma peligrosa e increíblemente voluble. Cinco años atrás, llamarle loco a un príncipe de la familia Da-Kin hubiera sido considerado como infamia y blasfemia. A fe mía. Y cuánto cambian las cosas en cinco años. Todos habían olvidado el nombre del joven príncipe. Todo el mundo sabía quién era, pero nadie hablaba de él, y si lo hacían, se contentaban con llamarlo el Príncipe Loco, pues su salud mental y las actuaciones del nuevo rey le habían quitado el derecho y el honor de ser apellidado Da-Kin. Nunca más seré un Da-Kin. De acuerdo, yo nunca quise pertenecer a una familia de asesinos. ¿Me echáis de vuestro linaje? ¡Pero si os lo vengo suplicando desde que dejé de ser un niño! Pero entonces su padre ¡sorpresa, querido hijo! había querido cambiar el orden de la herencia, considerando que Oledrié, el hijo mayor, estaba demasiado ocupado estudiando teología en el Templo de Akmi para atender a sus súbditos. ¡Oh, Diosa del Perdón! Y lo había nombrado a él como heredero antes de morir. Al saberlo, Oledrié apareció al día siguiente en el palacio, rojo y humeante como un pimiento horneado, mirándome con cara de querer enterrarme vivo. Amenazas. Regalos mortíferos. Sonrisas criminales. Todos diciéndome que yo sería el mejor rey de todo el mundo, y el más feliz. Y de entre ese todos, algunos se amotinan como perros, siguiendo a Oledrié, buscando sus favores y esperando ya sus plazas como Consejeros. Algunos incluso se prestan voluntarios para desquiciar al rey caído con sonrisas de verdugos. Malditos elfos. Ojalá Akmi no te conceda ese perdón que tanto has estado buscando, hermano.
El elfo loco se removió en su pesadilla y soltó un grito. Las siestas de los locos no siempre son buenas para la digestión. Permaneció unos momentos respirando aceleradamente y entonces oyó el suave arrullo de una tórtola. Alzó unos ojos brillantes de ternura y desazón.
—¡Oh bella tórtola amiga, cuántas locas pesadillas vendrán aún a ahogarme en su mar de confusión! —La tórtola surgió de entre las ramas para escuchar su lamento—. El pasado me persigue, y dicen que en la muerte los recuerdos no se olvidan, se alejan, vienen y van. Tórtola, parda y oscura, amiga de los cielos y de la paz, mírame, ceniza hambrienta, aire muerto y sombra de lo que era. Vivo muerto en un palacio que antaño era mi hogar y que hoy se ha convertido en una prisión maldita. ¡Cinco años! Cinco años temiendo la muerte y buscando refugio en la locura. Cinco años —repitió el elfo. Sacudió la cabeza y suspiró—. Pero ¿para qué te molesto a ti, alma cándida y libre, con mis desvaríos que tan sólo son fruto de un mundo que no es el tuyo? Ve, amiga, a tu nido y tus cielos y sigue cantando tus hermosas melodías. Al menos me recuerdas que parte de este ancho mundo merece la pena.
La tórtola siguió observándolo, atenta, como intrigada por aquel gran pájaro exótico que trinaba con resignación. El elfo loco se movió, se arrimó a una rama y aterrizó en el suelo con elegancia.
—Basta de lamentos —pronunció, acariciando, al pasar, el león de la fuente—. Hoy va a ser el día en que la justicia tenga sentido además de nombre. Hoy el rey tendrá que actuar como rey. Y si no lo hace, mi deber será… mi deber será…
¿Matarlo? Los dioses me libren de eso. Una idea totalmente repugnante y cruel. Indigna. Sería actuar como él. Y aun peor. Él no me mató. Me atormentó, me torturó y vilipendió. Pero no me mató. Claro que hubiera sido dar mala imagen matar a un Da-Kin. La dichosa reputación. Ella otra vez. Una reputación mancillada por un lado e hipócrita por otro. El rey es una moneda con dos caras tan negras como las alas de un cuervo.
Se detuvo y volvió a la fuente de Platazul para sentarse sobre la piedra. ¿Qué podía hacer un loco contra un rey? ¿Acaso el pueblo estaba realmente descontento con él? Tal vez no. Tal vez la maldad no existiese y todo fuera una ilusión. Tal vez todos los pueblos y ciudades del reino cantasen al unísono como pájaros alegres. No había manera de saberlo. Sazún jamás contesta a esas preguntas. Simplemente porque yo no se las hago. ¿Qué pensaría si descubriese que su príncipe no estaba tan loco como le habían hecho creer? Adiós, Sazún. Eso mismo me dijo el ayudante de Oledrié: mal pese a tus fieles amigos, o a los que te quedan, si continúas hablando de política. No te preocupes, Wen Sao-Rem, no volveré a hablar de política. No volveré a proferir el nombre de tu rey. No volveré a pisar la Gran Sala, ni me quejaré cuando me llamen Príncipe Loco. Me arrodillaré cuando pase el traidor coronado por los jardines y no diré nada. No saldré del Palacio de la Flor hasta que mi condenado espíritu fusione con la tierra. Que así sea. Hoy no va a ser el día de nada. Y nunca lo será.
—Croa.
Una rana acababa de posarse en el pretil de piedra y se acercaba al elfo. Él tendió la mano hacia el pequeño animal y lo recogió con la palma de la mano, murmurando con dulzura una canción. La rana le contestó con su canto gutural. El elfo ladeó la cabeza para escucharla mejor. Y sonrió.
Copio y pego aquí el sinopsis que pongo en la página del proyecto:
Quote:Un elfo loco, en el Palacio de la Flor, deberá afrontar no solamente los fantasmas acuciantes de un pasado que lo destronó del reino, sino también los actos absurdos de una realidad de la que no consigue desatarse. Podrán encontrarse influencias de La vida es sueño de Calderón. El estilo es poético y desconcertante.
Pongo aquí el primer capítulo, a ver qué os parece A lo mejor pongo también los siguientes capítulos en los próximos días para los que prefieren leer en el foro; el pdf y epub son descargables en la página.
Capítulo 1: La hoja sin árbol
La hoja revoloteó por el jardín de verano, respiró los perfumes de las flores, siguió el vuelo de un gorrión. Pasó junto a un árbol desnudo y se alejó. Y poco a poco, la hoja cayó. Pero se levantó una brisa y se la llevó de nuevo hasta que penetrase, tímida, alegre, por una ventana abierta en el Palacio de la Flor. El elfo sonrió.
—Bienvenida, hoja libre y risueña —declamaba suavemente, mientras la hoja daba vueltas en la sala—. El viento te ha traído aquí para ver la Verdad bajo la Mentira de este mundo. Bienvenida a tu hogar.
La hoja perdió fuerza y descendió. Cayó sobre el plato del Comandante Morris. El enorme humano, al advertirlo, bufó como un búfalo y sus espesos belfos dejaron paso a unos dientes viejos y carcomidos.
—¡Enemigos! —bramó, con los ojos dilatados, levantándose de un bote—. ¡Preparen la artillería!
Ya estaba el Comandante Morris otra vez desgañitándose. Terrible cómo puede llegar a enloquecer una guerra. La guerra enloquece y se enloquece ella sola. Diez años pasó entre trincheras, aquel enorme sabueso. Y ahí seguía luchando contra fantasmas blancos. Blancos como las dos siluetas que se precipitaban hacia él para calmarlo con una caja de música que le había regalado su madre hacía tal vez cincuenta años.
El elfo suspiró y dejó el plato sin tocar en la mesa para alejarse del comedor. Cruzó un ancho pasillo cubierto de alfombras. Se detuvo un momento a escuchar el canto de un mirlo, pasó una mano ligera sobre un tapiz que representaba unos molinos en el atardecer, y siguió su camino hasta la terraza.
—Buenos días, Alteza.
Un elfo alto, flaco y vestido con una larga túnica blanca se acababa de inclinar, respetuoso, al ver salir al elfo loco bajo la luz del sol.
—Buenos días, Sazún —contestó este, distraído—. Siento no haber podido pasear contigo esta mañana. ¿Ha habido rocío? ¿Y ha cantado el olistrán?
—Ha habido rocío, como todas las mañanas, y el olistrán ha cantado, como todos los días —sonrió Sazún.
El elfo loco le devolvió la sonrisa. Un tipo extraño, ese Sazún. Siempre quiere engañarme por mi propio bien. El olistrán ¿cantando como siempre? ¿Seguro, Sazún, que no sabes lo que le ha ocurrido al bello y esbelto olistrán? Hacía tiempo que el pájaro imperial había desertado el Palacio de la Flor. Tal vez el Comandante Morris lo había cazado, creyendo que era un ave mensajera enemiga. O tal vez Dulb el Cazador de Aves había conseguido retornar después del destierro para dar un aviso al malvado rey. Los actos metafóricos son frecuentemente usados entre los humanos.
—Me pregunto si hoy habrá ranas en la fuente. ¿Qué te parece si damos un paseo? —propuso el elfo loco.
Sazún hizo una mueca. Por lo visto, tenía otros planes para la tarde.
—Tendréis que disculparme, Alteza. Si me lo permitís, tengo que ir a visitar a mis hijos a la ciudad.
Por supuesto. Sazún, el gran padre, antes rico y ahora poco más que paria de la Corona, tenía su vida y sus problemas. Entre los cuales, ayudar a su hija mayor que acababa de perder la vista por una enfermedad. Ni siquiera me lo había dicho él. Lo había oído decir por un jardinero. Una gran lástima no poder ver a los pájaros revolotear y a las hojas cantar.
—Te perderás a las ranas —replicó el elfo loco, bromeando—. Saludos a tu familia —añadió, posando su puño en el pecho—. Que los dioses os amparen a todos.
Ante tal muestra de cariño, Sazún agrandó los ojos y cayó de rodillas, reclinándose profundamente.
—Gracias, Alteza —dijo con una sinceridad sin igual.
El elfo loco sonrió dulcemente pero meneó la cabeza, levantando con suavidad a su antiguo preceptor.
—No me estás dando las gracias a mí, amigo, sino al príncipe que antaño era. Pero ese ya no existe. Tal vez nunca existió. Yo soy el del olistrán y el de las campanillas. El que habla al mar a solas sin haberlo visto nunca. El que deambula por los pasillos sombríos del palacio conversando con las hadas del bosque. Que pases una buena tarde, Sazún, yo voy a ver cómo andan las ranas —añadió, mientras la expresión del alto elfo se entristecía al oír divagar a su príncipe.
El elfo loco se alejó por la terraza. Saludó educadamente a un cortesano de aspecto ridículo que evitó mirarlo y no le contestó. Mala gente. Siempre pensando qué dirá el Rey Su Majestad si lo ve hablando con su hermano, el loco. Qué dirán tantos otros, qué dirán los dioses, ¡oh, Diosa Celbena! ¿Qué dirás tú? Silencio total. Los dioses no responden para decir disparates. El qué dirán es un teatro insano. Infamia pensante. El mundo no tiene arreglo.
Con la agilidad de un duende, bajó las escaleras hasta el inmenso jardín del Palacio. Los jardineros seguían trabajando como siempre. Las flores se reían, algunas frívolamente, de los cortesanos que se paseaban entre ellas. Los árboles, robustos y de sombra ancha, bailaban al son de la música del viento, para acompañarlo.
El elfo loco caminó evitando un grupo de elfas que reía, en un banco, escondiéndose detrás de sus sombrillas. Pasó junto a un roble y lo saludó con la mano. Obtuvo una respuesta más amable que la del cortesano.
Siguió avanzando entre los troncos, por un camino de tierra seca. Hacía días que no llovía. Pero eso no había impedido al rey robar agua de las torres de la ciudad para llenar su piscina personal. Irónica maldad. Nefasta locura de los que se dicen cuerdos.
La Fuente de Platazul estaba lejos. Lejos de la gente que se queda junto al palacio para que todos la vean. El pretil estaba roto. El león había perdido una pata delantera y Ratuk, Dios de la Fortuna, había perdido la nariz. Poca fortuna y poco olfato para el porvenir.
El elfo loco dio una vuelta entera a la fuente, buscando a las ranas. Hoy no habían venido. La poca agua que quedaba estaba sucia como el corazón de un traidor. Verdes algas que empezaban a secarse. Mosquitos ronroneando alrededor de la cabeza de Ratuk, tal vez buscando la nariz. Hacía fresco bajo la sombra de los árboles.
El elfo trepó a un árbol y se sentó ahí a echar la siesta. Siempre dicen que es bueno después de la comida. Claro que él no había probado bocado por el ataque sufrido por el Comandante Morris. Por no mencionar que aquel día habían puesto carne de paloma. Como la paloma blanca que, la víspera, se había posado sobre la ventana de su cuarto. Había sido totalmente imposible tocar el plato. Qué se le iba a hacer. ¡Oh, bella princesa alada! tus restos serán pasto de los perros de la guardia real. Futuro provechoso. Más provechoso que el de un príncipe atormentado hasta el final de sus días.
Oyó un liviano ruido de pasos sobre la hierba. Abrió los ojos y miró hacia abajo.
—¡Príncipe loco! ¡Príncipe loco! —gritó una voz infantil entre los árboles.
Se oyeron risas y pasos precipitados que huían. El elfo loco se estiró entre las ramas y sonrió antes de volver a cerrar los ojos. La reputación era un arma peligrosa e increíblemente voluble. Cinco años atrás, llamarle loco a un príncipe de la familia Da-Kin hubiera sido considerado como infamia y blasfemia. A fe mía. Y cuánto cambian las cosas en cinco años. Todos habían olvidado el nombre del joven príncipe. Todo el mundo sabía quién era, pero nadie hablaba de él, y si lo hacían, se contentaban con llamarlo el Príncipe Loco, pues su salud mental y las actuaciones del nuevo rey le habían quitado el derecho y el honor de ser apellidado Da-Kin. Nunca más seré un Da-Kin. De acuerdo, yo nunca quise pertenecer a una familia de asesinos. ¿Me echáis de vuestro linaje? ¡Pero si os lo vengo suplicando desde que dejé de ser un niño! Pero entonces su padre ¡sorpresa, querido hijo! había querido cambiar el orden de la herencia, considerando que Oledrié, el hijo mayor, estaba demasiado ocupado estudiando teología en el Templo de Akmi para atender a sus súbditos. ¡Oh, Diosa del Perdón! Y lo había nombrado a él como heredero antes de morir. Al saberlo, Oledrié apareció al día siguiente en el palacio, rojo y humeante como un pimiento horneado, mirándome con cara de querer enterrarme vivo. Amenazas. Regalos mortíferos. Sonrisas criminales. Todos diciéndome que yo sería el mejor rey de todo el mundo, y el más feliz. Y de entre ese todos, algunos se amotinan como perros, siguiendo a Oledrié, buscando sus favores y esperando ya sus plazas como Consejeros. Algunos incluso se prestan voluntarios para desquiciar al rey caído con sonrisas de verdugos. Malditos elfos. Ojalá Akmi no te conceda ese perdón que tanto has estado buscando, hermano.
El elfo loco se removió en su pesadilla y soltó un grito. Las siestas de los locos no siempre son buenas para la digestión. Permaneció unos momentos respirando aceleradamente y entonces oyó el suave arrullo de una tórtola. Alzó unos ojos brillantes de ternura y desazón.
—¡Oh bella tórtola amiga, cuántas locas pesadillas vendrán aún a ahogarme en su mar de confusión! —La tórtola surgió de entre las ramas para escuchar su lamento—. El pasado me persigue, y dicen que en la muerte los recuerdos no se olvidan, se alejan, vienen y van. Tórtola, parda y oscura, amiga de los cielos y de la paz, mírame, ceniza hambrienta, aire muerto y sombra de lo que era. Vivo muerto en un palacio que antaño era mi hogar y que hoy se ha convertido en una prisión maldita. ¡Cinco años! Cinco años temiendo la muerte y buscando refugio en la locura. Cinco años —repitió el elfo. Sacudió la cabeza y suspiró—. Pero ¿para qué te molesto a ti, alma cándida y libre, con mis desvaríos que tan sólo son fruto de un mundo que no es el tuyo? Ve, amiga, a tu nido y tus cielos y sigue cantando tus hermosas melodías. Al menos me recuerdas que parte de este ancho mundo merece la pena.
La tórtola siguió observándolo, atenta, como intrigada por aquel gran pájaro exótico que trinaba con resignación. El elfo loco se movió, se arrimó a una rama y aterrizó en el suelo con elegancia.
—Basta de lamentos —pronunció, acariciando, al pasar, el león de la fuente—. Hoy va a ser el día en que la justicia tenga sentido además de nombre. Hoy el rey tendrá que actuar como rey. Y si no lo hace, mi deber será… mi deber será…
¿Matarlo? Los dioses me libren de eso. Una idea totalmente repugnante y cruel. Indigna. Sería actuar como él. Y aun peor. Él no me mató. Me atormentó, me torturó y vilipendió. Pero no me mató. Claro que hubiera sido dar mala imagen matar a un Da-Kin. La dichosa reputación. Ella otra vez. Una reputación mancillada por un lado e hipócrita por otro. El rey es una moneda con dos caras tan negras como las alas de un cuervo.
Se detuvo y volvió a la fuente de Platazul para sentarse sobre la piedra. ¿Qué podía hacer un loco contra un rey? ¿Acaso el pueblo estaba realmente descontento con él? Tal vez no. Tal vez la maldad no existiese y todo fuera una ilusión. Tal vez todos los pueblos y ciudades del reino cantasen al unísono como pájaros alegres. No había manera de saberlo. Sazún jamás contesta a esas preguntas. Simplemente porque yo no se las hago. ¿Qué pensaría si descubriese que su príncipe no estaba tan loco como le habían hecho creer? Adiós, Sazún. Eso mismo me dijo el ayudante de Oledrié: mal pese a tus fieles amigos, o a los que te quedan, si continúas hablando de política. No te preocupes, Wen Sao-Rem, no volveré a hablar de política. No volveré a proferir el nombre de tu rey. No volveré a pisar la Gran Sala, ni me quejaré cuando me llamen Príncipe Loco. Me arrodillaré cuando pase el traidor coronado por los jardines y no diré nada. No saldré del Palacio de la Flor hasta que mi condenado espíritu fusione con la tierra. Que así sea. Hoy no va a ser el día de nada. Y nunca lo será.
—Croa.
Una rana acababa de posarse en el pretil de piedra y se acercaba al elfo. Él tendió la mano hacia el pequeño animal y lo recogió con la palma de la mano, murmurando con dulzura una canción. La rana le contestó con su canto gutural. El elfo ladeó la cabeza para escucharla mejor. Y sonrió.
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