29/03/2015 02:37 PM
10. EL ASTUTO ZASTEO
Perlin, Gallendia, 30 de payares del 525 p.F.
Perlin, Gallendia, 30 de payares del 525 p.F.
Selendia no había llegado a ser jefa del Gremio de Ladrones confiando en la gente. El trato con Terg olía mal a kilómetros. Los miembros conocían bien al demonio y a su cachorro. En una ocasión un par de novatos parecieron olvidarlo, o tal vez lo desconocían desde un inicio y trataron de birlarle la bolsa al muchacho. Lo abordaron en plena calle y trataron de intimidarlo por la fuerza. Para cuando Terg llegó los rateros yacían en el suelo entre quejidos, mientras Árzak se sacudía el polvo, lanzando miradas compasivas a sus atacantes; sabía bien que aquella paliza no sería suficiente castigo a ojos del demonio.
Meses después, Zas le contó lo que consideraba la hilarante historia de cómo dos novatos atravesaron las ventanas del comedor principal del gremio, aterrizando de pleno sobre Harri “el si me tocas te mato”. Árzak nunca sabría si Terg había planeado ese final para aquellos tipos o si simplemente la mala fortuna se había cebado con ellos. Fuese cual fuese el caso, el mensaje fue recibido.
¿Y de pronto quiere que el gremio elimine al mocoso? Selendia conocía lo suficiente de Terg para saber que era un manipulador nato. Como jefa del Gremio ella tenía acceso a los archivos secretos: una organización tan veterana como aquella disponía de siglos de información clasificada. Años atrás, ojeando los viejos tomos de contabilidad había encontrado varios tratos con un individuo llamado Tergnómidon; hacía más de trescientos años. Y pronto descubrió que no era la única transacción detallada con aquel individuo. A lo largo de unos cuatrocientos años, el Gremio había trabajado para aquel tipo hasta en un total de catorce ocasiones. Catorce tratos de cifras suculentas pero todos ellos marcados con la cruz roja que indicaba que el trabajo no fue bien y se habían producido bajas. Con todo lo que sabía, era muy difícil confiar.
Y precisamente porque no confiaba, la que oteaba por la mirilla del rifle de francotirador, oculta en el primer piso de una casa derruida de Perlin, era ella. No perdía de vista la plaza ni la estatua que resplandecía con las últimas luces del día, a escasos cien metros de su posición. No llevaba ni veinte minutos esperando cuando se puso en tensión al detectar movimiento. Una persona corría por la explanada, de un lado a otro, parándose unos segundos y cambiando de dirección después. Parecía buscar algo en los edificios de los alrededores, por cómo estiraba el cuello y oteaba la distancia.
Selendia puso un dedo en el gatillo y pegó el ojo al visor, pero se contuvo hasta estar segura de que tenía un tiro claro. Desde que quinientos años antes las fábricas de armas dejasen de funcionar, la producción de munición se había convertido en un proceso caro y artesanal. Al gremio no le sobraba el dinero, o no tanto como para malgastar los más de quinientos drekegs que podía costar una sola bala; con esa cantidad una persona podría vivir holgadamente durante varios meses o como alguien pudiente durante una semana. Era tal su valor que en ciertas ocasiones se empleaba como moneda de curso.
Y aquella mujer no se había privado de nada en su vida, precisamente porque la mayoría de sus balas se cobraban una vida.
Esperó sin ponerse nerviosa, hasta que el blanco se puso justo donde ella quería: el tiro era seguro. Aguantó la respiración… y con un suspiro de decepción bajó el arma. El que caminaba por la plaza era Zasteo.
Bajó de su atalaya por una pared derruida que daba a un callejón y se dirigió a la plaza caminando agachada y sin despegarse de las paredes ruinosas, siempre de una cobertura a otra. Aunque el lugar estaba lleno de escombro y basura, alcanzó la explanada sin producir el más nimio crujido; “despacio pero seguro” era su lema. Desde la esquina del último edificio asomó el rifle y empezó a moverlo en zigzag tratando de reflejar el sol en el cristal de la mira. Zas vio los destellos, y reconociendo la señal se dirigió hacia ella.
—¡Jefa! ¿Qué haces aquí? —preguntó al alcanzarla—. ¿Ha pasado algo en el gremio?
—¡Calla y escóndete! —susurró Selendia, arrastrándolo a través de una pared derruida. En el interior, en la oscuridad de aquella habitación vacia, se sintió más segura como para levantar un poco la voz—. ¿Dónde está ese mocoso que suele estar contigo?
—No lo sé —dijo Zas, mostrándose de pronto turbado. La mujer no podía verle la cara, pero afuera le había parecido notar una angustia extraña en su subordinado, de natural jovial—. Llevo un buen rato buscándolo.
—Zas, no me jodas. No tengo tiempo para tus idioteces. ¿Qué estas tramando? ¿Qué haces aquí?
—¡Nada! —gritó Zas, olvidándose del sigilo por la indignación—. Yo vengo a ver a un amigo. Lo raro es que estés tú aquí.
—Está bien... —dijo Selendia con voz calmada, tras unos segundos de reflexión—. No te importa por qué estoy aquí. Ahora dime, ¿dónde está tu amigo?
—Ya te he dicho que no lo sé. La estatua está vacía. Se han llevado todo...
—Hay algo que no me estás contando —afirmó Selendia, con tono amenazante al detectar una vibración extraña en su voz.
—No es nada, Sel. Es una bobada en realidad. No creo ni que tenga importancia. Porque al fin y al cabo, cuando pasó aquello yo estaba muy borracho, y como no volvió a comentar nada al respecto, pues yo me olvide y no pensé más en ello. Al fin y al cabo era algo absurdo, y todos sabemos que ese tal Terg ha sufrido algún tipo de infarto cerebral que...
—¡Zas! —cortó Selendia la diatriba de Zasteo, con un deje nervioso— Dilo de una puta vez, y ya juzgaré yo si tiene importancia o no.
—Jefa, me estas asustando. Nunca te había visto... —Su intención era continuar, pero un bufido le interrumpió—.Ya te dije que no es nada…, es solo… algo extraño que dijo Árzak hace unas semanas, durante el Festival del Pastor.
—¡¿Que dijo?! —gritó Selendia, a una sola palabra de perder la paciencia por primera vez en su vida.
—Dijo que Terg se había metido en un lío gordo con unos arzonitas —contó Zas, en voz muy baja—. Conociendo a ese tío tampoco me sorprendí. Aunque claro, en su momento no me paré detenidamente a pensar en lo que suponía eso. Incluso bromeamos con que los Caballeros Tenues se enfrentasen a Terg. Recuerdo que hicimos una porra... —Un nuevo bufido recondujo la conversación al momento—. Árzak dijo que en ese caso lo más probable es que se fuesen lejos y que intentarían borrar su rastro.
—¿Y cómo pensaban hacer eso? —preguntó Selendia, empezando a dar forma a un mal presentimiento.
—Pues no recuerdo que me lo dijese.
—¿Qué coño está pasando aquí? —murmuró la mujer, empezando a atar cabos.
—Yo, personalmente, si estuviese en su lugar, intentaría crear algún tipo de distracción —apuntó Zas, con tono inocente, por si a su jefa no se le daban bien los nudos.
La ladrona lo oyó solo a medias, perdida en sus cavilaciones. Se recostó contra una pared, cerca de la salida y de la única fuente de luz, permitiendo a Zas ver como la mujer sacudía la cabeza repetidamente bajo la capucha negra.
De pronto, atravesó el boquete y puso rumbo a la estatua dejando de lado toda discreción. Dio una patada a la puerta y entró como una exhalación para comprobar que Zas no mentía. Un círculo de hollín en las baldosas del suelo era el único resto que quedaba.
Ya no le cabía ninguna duda, Terg la había utilizado para cubrir su retirada; ella era la distracción. Su plan era que hubiese enviado a varios hombres para acechar el lugar a la espera del mocoso, pero lo único que llegaría sería una hueste de Narvinios cabreados y echando pestes contra los demonios y sus aliados. «Maldito cabrón, sabía que me la estaba jugando de alguna manera. Pero él no contaba con que yo me ocupase del asunto».
—Yo en tú lugar me iría de aquí antes de que se ponga feo.
Fue lo único que le dijo a Zas antes de salir a toda prisa en dirección a Vesteria.
—Estoy de acuerdo —asintió Zas en voz alta, con una sonrisa resplandeciente y poniendo rumbo en dirección contraria. Saltó el murete del otro lado de la plaza, y pasó junto a una cama y un cofre tirados tras una esquina—. Esto se va a poner pero que muy feo cuando te des cuenta de lo que ha pasado aquí.
***
El único rastro que quedaba del día era una franja azul en el horizonte. No había lunas en el cielo, pero ya brillaban tímidamente unas cuantas estrellas. Sentado en una piedra junto a una discreta senda de cabreros, una figura oteaba el cielo con la esperanza de que se mantuviese despejado durante el trayecto que estaba a punto de emprender. Se rascó la incipiente barba pensando en que llevaba un buen rato allí, esperando las dos únicas cosas que le faltaban para iniciar la travesía: su compañero y un destino al que ir. Abrochó el abrigo de lana verde para protegerse del gélido viento y se arrebujó con un ligero temblor. Al bajar la vista vio la oscura figura que avanzaba por el camino.
Árzak no tuvo ningún problema en reconocer la forma de caminar de Zasteo. Y por lo erguido que avanzaba podía deducir que estaba muy orgulloso.
—Has tardado una eternidad —le soltó, en cuanto estuvieron juntos— ¿No se suponía que sería sencillo?
—Tranquilo, todo controlado —rió Zas,con las manos en alto pidiéndo calma. De momento su plan había funcionado, y quería disfrutar de su momento.
Tras separarse de Terg, viajó lo más rápido que pudo, casi sin descanso, hasta Perlin. Cuando encontró a Árzak le costó un buen rato convencerlo. Le contó que había llegado a sus oídos que Terg se había endeudado con el Gremio y que planeaban algo contra ellos. Además, como sabía que su amigo se negaría a abandonar al demonio, decoró la historia con un falso encuentro con un Terg acosado que le pedía que se llevase a Árzak hacia el este. Antes de despedirse, le habría prometido reunirse con ellos donde quiera que fuesen. No era muy realista dado el carácter del susodicho, pero el tono de fingida ansiedad y los nervios dieron realismo a la historia.
Con su amigo convencido, se ofreció a quedarse atrás para borrar el rastro de su huida. Tampoco lo tuvo fácil pues, de nuevo, Árzak solo accedió cuando Zas le hizo ver que a él no le perseguía nadie y que si los ladrones aparecían por allí dejarían en paz a un compañero.
Una vez con su compañero a salvo y fuera de escena, vació la habitación de la estatua y esperó escondido a los asesinos que enviase el Gremio. No se sorprendió excesivamente al ver en el hueco de una ventana el inconfundible reflejo de la mira del rifle de Selendia. Solía meter mano en cualquier encargo suculento. Sería más difícil de manipular que cualquier otro, pero estaba seguro de que su interpretación no fallaría. Había tenido un par de horas para repasar la trama mentalmente. Y así fue, ella mordió el anzuelo de una forma que nunca hubiese soñado y se largó corriendo. El problema sería cuando descubriese que la había engañado. Y lo haría, siempre lo hacía.
Pero había que ser positivo: estaban vivos, lo que no era poco, teniendo en cuenta lo baratas que se vendían sus vidas en ese momento.
—Había muchas huellas, por todas partes —continuo Zas.
—Es lógico —se rió Árzak, mientras empezaban a caminar juntos—. Llevamos años viviendo allí. ¿No habrás intentado borrar todas las huellas no?
—Eso es lo que hice —respondió Zas, ofendido—. Y además vacié el cuartucho para que pareciese que habíais huido con todo.
—Eso resulta incluso hábil por tu parte.
—No deberías dudar de la astucia del gran Zasteo —replicó Zas, picado pero sin perder la sonrisa—. Y hablando de todo un poco. ¿Ahora qué? ¿Seguimos caminando hasta llegar al mar? Te advierto de que estos pantalones encogen con facilidad. No tardarías en verme las tierras fértiles.
—En realidad… ¿Tierras fértiles? —dijo Árzak, levantando medio labio. Sacudió la cabeza para volver a centrarse en lo que ocupaba; a dónde ir cuando no se tiene ningún sitio al que ir—. Olvídalo. Creo que sé qué camino seguir.
—¿Se puede saber qué camino conoces tú? No presumas de gran aventurero conmigo. Sé que tu mayor gesta es tumbar en una pelea a una docena de borrachos, estando tu mucho más perjudicado por la bebida que ellos.
—En primer lugar, eran dos docenas. En una pelea que empezaste tú y que me vi obligado a terminar yo. Y no estaba borracho. Me habías echado algo en la cerveza —le recordó Árzak, a lo que Zasteo desvió una cándida mirada al cielo—. En segundo lugar, no presumo de aventurero. En realidad es el único camino que conozco. Aunque han pasado ya cinco años desde que lo recorrí en la dirección opuesta. Creo que es hora de volver a casa.
—Bueno al menos es un plan. No me hace especial ilusión volver al internado, pero todos sabían que algún día volvería y le robaría la regla al prior Ventil.
—Me refiero a mi casa, Zas. En Norden —Se detuvieron en el centro del camino, y Árzak se puso serio—. No tienes por qué venir. A ti no te persiguen.
—Colega, sin mí te vas a meter en muchos menos líos. —Tras decirlo, Zas se quedo un rato pensativo, no del todo seguro de lo que acababa de decir. La decisión de acompañar a Árzak ya la había tomado otro por él—. Vesteria empezaba a ser un sitio muy aburrido. No hay más que vacas y bichos del campo.
—¡¿Eh?!
—Yo te sigo, compañero —terminó Zas, invitándolo con un gesto a pasar delante.
—Me alegro de que vengas conmigo. —Pronunció Árzak con la garganta tomada por la emoción—. De acuerdo entonces. Sígueme, intentaré recordar el camino. No muy lejos de aquí tiene que estar la carretera a Perlin. En su día la seguimos, mientras pudimos al menos.
—Diría que va a llover —dijo Zas, cuando reemprendieron la marcha—. Y hace un frío que pela. Y seguro que nieva cuando estemos en el norte. ¿Pararemos en alguna posada?
—No tenemos dinero.
—Ni mantas. Ni pedernal. Maldita sea, y sin abrigo moriré congelado en cuanto caiga la noche.
—Ten mi capa —dijo Árzak, sacando la prenda de la mochila y cediéndosela al ladrón.
—Gracias, colega. —Zas se la puso al momento, y se cubrió con la capucha—. Tengo hambre…
Árzak sonrió para sus adentros. El viaje iba a ser muy largo, pero al menos con el incombustible Zasteo a su lado se sentía con ánimo.
Enlace a mí primera obra completa: Los Diarios del Falso Dios