Hola, Kaoseto,
Gracias por pasarte y comentar. La verdad es que demuestras ser lo suficientemente audaz para comentar un texto sin tener todos los datos.
La verdad es que era un riesgo colgar un escena sin contexto, pero no quiero torturar a nadie con páginas y más páginas, siendo una recién llegada. No he venido a conseguir opiniones, sino a intercambiarlas.
Sin embargo he colgado una muestra porque es justo exponerme también a las críticas de los demás, ya que eso es lo que yo estoy haciendo con los textos de otros. Por ende mostrar mi forma de escribir también sirve de baremo para poder colocar mis comentarios en su justo nivel.
Los tuyos me resultan muy útiles. Es evidente que por veces que releas lo escrito, siempre hay algo que se te escapa.
Yo y las comas, por ejemplo, tenemos una relación de amor/odio. A veces se caen de mis dedos sobre él texto sin saber cómo.
Y me encanta que saques a relucir las incongruencias que veas, porque es algo que a mí me rechina mucho en las historias que leo e intento evitarlas con denuedo. Algunas se me pasan de todas formas.
Tendría que entrar en detalles para intentar justificarlas. Según la opinión del rey que describo los defensores de la torre son carne de cañón. Lo que he colgado es el principio del cap. 7. En la ciudad son muy conscientes de lo que se les viene encima y el rey los utiliza tan solo para retrasar el avance de sus enemigos.
En cuando a la entrada en pánico de los guardias, quizá está un poco cogida por los pelos. Pero se están enfrentado a alguien que desde una distancia inmensa es capaz de darle a cuatro dedos de pie que asoman por debajo de un escudo. A una leve porción de hombro que no puede cubrir el metal. El arquero primero hiere para después, con la presa desestabilizada y más al descubierto, rematar.
Intento que no haya ni buenos, ni malos completos. Aunque tengo debilidad por los personajes retorcidos.
Y desde luego no quieren negociar en absoluto, pero para justificar eso tendría que explicar todo lo que ha pasado antes. Como la escena esta huérfana de contexto es normal que ciertas cosas parezcan no tener demasiada base. Francamente espero que con el texto entero todo tenga más sentido.
Este es el prólogo del libro, para que entiendas un poco más.
El prisionero estaba de rodillas en medio del salón, circundado de mesas, encadenado al suelo. La reina pubescente en cuyo honor se celebraba el banquete, ensordecida por las voces y las risas, no apartaba la mirada de él. Aquel hombre rubio llevaba un singular bocado en la boca que le impedía hablar y tampoco apartaba la mirada de ella. Aquella mirada la estaba poniendo nerviosa. No había probado el jabalí de su plato, ni el vino. Al notarlo, el temible anfitrión de su marido hizo un gesto y uno de los guardias abofeteó al prisionero. Lo golpeó varias veces, hasta que éste bajó el rostro. Ya no volvió a alzar la mirada. Briseyd no comprendía por qué aquel hombre joven la miraba tanto, no comprendía por qué estaba allí encadenado, ni por qué lo golpeaban. Un llave enlazada en una cadena de oro colgaba a la espalda de la reina, en el muro principal, diminuta, de una de las enormes lanzas cruzadas que adornaban el salón. Briseyd supo que pertenecía al cautivo. Entonces su esposo la hizo levantarse, cogiéndole una mano y alzándosela por encima de la cabeza. La hizo girar como si fuera una dorada peonza, envuelta en brocado y perlas, jaleada por las cadenciosas voces de los comensales. Orgulloso de su belleza. La soltó en medio del salón y ella danzó, envuelta de brisa. Con cada giro veía al prisionero que casi sin levantar la cabeza también la contemplaba. Y en sus ojos vio algo que no comprendió, pero que la hizo llorar, mientras seguía bailando como un torbellino.
Su canoso esposo la atajó en medio del salón. La cogió por la cintura y la hizo inclinarse como a una flor. Hundió el rostro en su escote. Pero cuando levantó los ojos, no la miraba a ella, sino al prisionero. El joven había intentado levantarse, pero su cadenas no se lo permitieron y los golpes que recibió lo derribaron de nuevo. Briseyd en brazos de su rey, lo contemplaba todo con sus ojos de niña muy abiertos. En apenas dos días se había convertido en esposa, reina y amante, pero solo tenía trece años. Y no entendía nada. El mundo era grande y extraño. Los hombres que manejaban sus entresijos eran tan poderosos como crueles y durante su viaje de nupcias no había encontrado bondad en ningún lugar, ni en ningún rostro. En realidad hubiera querido que se la tragara la tierra, pero siguió dócilmente a su marido hasta la cabecera de la mesa. Y ya no volvió a mirar al cautivo.
Sin embargo aquella noche, después de satisfacer a su esposo y dejarlo dormido en el lecho, Briseyd regresó al salón. El joven rubio se incorporó en el suelo al oírla entrar y la siguió con la mirada, mientras ella tomaba la llave que pendía del muro. La reina quiso abrirle los grilletes con ella, pero aquella llave tan pequeña no era para las cadenas. El prisionero hizo un gesto negativo y le señaló el bocado. Briseyd se lo quitó.
—¿Por qué has venido? —le preguntó el cautivo en voz baja y presurosa.
Pero Briseyd estaba absorta contemplándole.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó como si no le hubiera oído.
—Férenwir. ¿Y tú?
—Briseyd.
—Briseyd es un nombre extraño para ti —dijo él—. Es un disfraz. Dioses, lo he sabido en cuanto te he visto.
—¿El qué?
—Quién eres. Eres como yo. Ellos no me lo han dicho, pero sabían que yo lo presentiría —Férenwir hizo un gesto de rabia—. Lo han hecho solo para hacer daño. Como todo lo que hacen.
La delicada reina no le comprendía, pero no dejó de observarlo. Férenwir le devolvió la mirada, pensativo. Parecía dudoso entre hablar o callarse.
—Eres tan joven... —murmuró él—. ¿Cómo ha podido Caens caer tan bajo?
—Sólo se ha casado conmigo —murmuró Briseyd con melancolía, intentando asimilar ella misma lo que aquello significaba.
—No ha hecho solo eso. No debes confiar nunca en él, ni debes perdonarle —. Los ojos de Férenwir ardían. — A partir de ahora debes ser muy cuidadosa, Briseyd.
—¿Por qué?
Aunque quizá ya no volviera a tener la oportunidad de hablar con ella, Férenwir había decidido no revelárselo todo. Eran aún demasiado joven. En sus ojos brillaba una chispa demasiado ardiente y temía lo que pudiera ocurrirle.
—Porque eres una celestial. Como yo lo soy.
La reina había oído cuentos sobre ellos. Seres mitad humanos, mitad dioses, barridos de aquellas tierras por una guerra pavorosa. Meneó apenas la cabeza, incrédula. Y sin embargo sabía que era cierto. Deseaba acurrucarse entre los brazos de Férenwir y dormirse allí. Olvidarse de todo. Presentía lo que los unía y no podía explicar.
Los pasos de la guardia de noche se acercaban.
—¡Debes irte! —siseó Férenwir—. ¡De ninguna manera deben encontrarte aquí! No deben saber que te he dicho quien eres en realidad. Ponme el bocado. Todo tiene que estar igual que cuando llegaste.
Los pasos habían alcanzado la puerta y Briseyd apagó su vela. Le pareció que los ojos de Férenwir brillaban en la oscuridad como dos luciérnagas azules. Entre sombras se acercó para colocarle el bocado de oro y cuero. Al inclinarse para cerrar el candado en su nuca, sintió su respiración como un soplo de brisa en el cuello. Se estremeció. Era como si aquel leve roce borrara de golpe todas y cada una de las asquerosas caricias de su rey. No se contuvo. Se volvió y lo besó un tanto precipitadamente en la comisura de la boca. Le ajustó el bocado de inmediato, sin mirarle, temerosa de su reacción. Férenwir había alzado las cejas y la miraba. Sonrió apenas, con tristeza, pero Briseyd no pudo verlo, porque aquella suave sonrisa quedó atrapada bajo el bocado que le acababa de poner.
Sonrojada y con los ojos bajos, la muchacha aún mantenía sus manos sobre los hombros de Férenwir. Él comprendía muy bien cómo se sentía. Intentó hablar, pero ya llevaba aquella dichosa mordaza. Apoyó la frente en el hombro de Briseyd. Ella hundió el rostro en aquellos cabellos tan rubios. Y sus quedos sollozos rompieron la pesada quietud del salón. Férenwir no sabía cómo consolarla y la abrazó con fuerza, a pesar de las cadenas. Los apagados pasos de los centinelas se alejaban por los corredores. Haciendo un esfuerzo, Briseyd se levantó. Volvió a colgar la pequeña llave de la lanza y se marchó con una última y rápida mirada. Aun tenía los ojos húmedos.
Por cierto, ¿tienes algún relato colgado donde pueda usar mis afilados instintos destripatextos?
Gracias por pasarte y comentar. La verdad es que demuestras ser lo suficientemente audaz para comentar un texto sin tener todos los datos.
La verdad es que era un riesgo colgar un escena sin contexto, pero no quiero torturar a nadie con páginas y más páginas, siendo una recién llegada. No he venido a conseguir opiniones, sino a intercambiarlas.
Sin embargo he colgado una muestra porque es justo exponerme también a las críticas de los demás, ya que eso es lo que yo estoy haciendo con los textos de otros. Por ende mostrar mi forma de escribir también sirve de baremo para poder colocar mis comentarios en su justo nivel.
Los tuyos me resultan muy útiles. Es evidente que por veces que releas lo escrito, siempre hay algo que se te escapa.
Yo y las comas, por ejemplo, tenemos una relación de amor/odio. A veces se caen de mis dedos sobre él texto sin saber cómo.
Y me encanta que saques a relucir las incongruencias que veas, porque es algo que a mí me rechina mucho en las historias que leo e intento evitarlas con denuedo. Algunas se me pasan de todas formas.
Tendría que entrar en detalles para intentar justificarlas. Según la opinión del rey que describo los defensores de la torre son carne de cañón. Lo que he colgado es el principio del cap. 7. En la ciudad son muy conscientes de lo que se les viene encima y el rey los utiliza tan solo para retrasar el avance de sus enemigos.
En cuando a la entrada en pánico de los guardias, quizá está un poco cogida por los pelos. Pero se están enfrentado a alguien que desde una distancia inmensa es capaz de darle a cuatro dedos de pie que asoman por debajo de un escudo. A una leve porción de hombro que no puede cubrir el metal. El arquero primero hiere para después, con la presa desestabilizada y más al descubierto, rematar.
Intento que no haya ni buenos, ni malos completos. Aunque tengo debilidad por los personajes retorcidos.
Y desde luego no quieren negociar en absoluto, pero para justificar eso tendría que explicar todo lo que ha pasado antes. Como la escena esta huérfana de contexto es normal que ciertas cosas parezcan no tener demasiada base. Francamente espero que con el texto entero todo tenga más sentido.
Este es el prólogo del libro, para que entiendas un poco más.
El prisionero estaba de rodillas en medio del salón, circundado de mesas, encadenado al suelo. La reina pubescente en cuyo honor se celebraba el banquete, ensordecida por las voces y las risas, no apartaba la mirada de él. Aquel hombre rubio llevaba un singular bocado en la boca que le impedía hablar y tampoco apartaba la mirada de ella. Aquella mirada la estaba poniendo nerviosa. No había probado el jabalí de su plato, ni el vino. Al notarlo, el temible anfitrión de su marido hizo un gesto y uno de los guardias abofeteó al prisionero. Lo golpeó varias veces, hasta que éste bajó el rostro. Ya no volvió a alzar la mirada. Briseyd no comprendía por qué aquel hombre joven la miraba tanto, no comprendía por qué estaba allí encadenado, ni por qué lo golpeaban. Un llave enlazada en una cadena de oro colgaba a la espalda de la reina, en el muro principal, diminuta, de una de las enormes lanzas cruzadas que adornaban el salón. Briseyd supo que pertenecía al cautivo. Entonces su esposo la hizo levantarse, cogiéndole una mano y alzándosela por encima de la cabeza. La hizo girar como si fuera una dorada peonza, envuelta en brocado y perlas, jaleada por las cadenciosas voces de los comensales. Orgulloso de su belleza. La soltó en medio del salón y ella danzó, envuelta de brisa. Con cada giro veía al prisionero que casi sin levantar la cabeza también la contemplaba. Y en sus ojos vio algo que no comprendió, pero que la hizo llorar, mientras seguía bailando como un torbellino.
Su canoso esposo la atajó en medio del salón. La cogió por la cintura y la hizo inclinarse como a una flor. Hundió el rostro en su escote. Pero cuando levantó los ojos, no la miraba a ella, sino al prisionero. El joven había intentado levantarse, pero su cadenas no se lo permitieron y los golpes que recibió lo derribaron de nuevo. Briseyd en brazos de su rey, lo contemplaba todo con sus ojos de niña muy abiertos. En apenas dos días se había convertido en esposa, reina y amante, pero solo tenía trece años. Y no entendía nada. El mundo era grande y extraño. Los hombres que manejaban sus entresijos eran tan poderosos como crueles y durante su viaje de nupcias no había encontrado bondad en ningún lugar, ni en ningún rostro. En realidad hubiera querido que se la tragara la tierra, pero siguió dócilmente a su marido hasta la cabecera de la mesa. Y ya no volvió a mirar al cautivo.
Sin embargo aquella noche, después de satisfacer a su esposo y dejarlo dormido en el lecho, Briseyd regresó al salón. El joven rubio se incorporó en el suelo al oírla entrar y la siguió con la mirada, mientras ella tomaba la llave que pendía del muro. La reina quiso abrirle los grilletes con ella, pero aquella llave tan pequeña no era para las cadenas. El prisionero hizo un gesto negativo y le señaló el bocado. Briseyd se lo quitó.
—¿Por qué has venido? —le preguntó el cautivo en voz baja y presurosa.
Pero Briseyd estaba absorta contemplándole.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó como si no le hubiera oído.
—Férenwir. ¿Y tú?
—Briseyd.
—Briseyd es un nombre extraño para ti —dijo él—. Es un disfraz. Dioses, lo he sabido en cuanto te he visto.
—¿El qué?
—Quién eres. Eres como yo. Ellos no me lo han dicho, pero sabían que yo lo presentiría —Férenwir hizo un gesto de rabia—. Lo han hecho solo para hacer daño. Como todo lo que hacen.
La delicada reina no le comprendía, pero no dejó de observarlo. Férenwir le devolvió la mirada, pensativo. Parecía dudoso entre hablar o callarse.
—Eres tan joven... —murmuró él—. ¿Cómo ha podido Caens caer tan bajo?
—Sólo se ha casado conmigo —murmuró Briseyd con melancolía, intentando asimilar ella misma lo que aquello significaba.
—No ha hecho solo eso. No debes confiar nunca en él, ni debes perdonarle —. Los ojos de Férenwir ardían. — A partir de ahora debes ser muy cuidadosa, Briseyd.
—¿Por qué?
Aunque quizá ya no volviera a tener la oportunidad de hablar con ella, Férenwir había decidido no revelárselo todo. Eran aún demasiado joven. En sus ojos brillaba una chispa demasiado ardiente y temía lo que pudiera ocurrirle.
—Porque eres una celestial. Como yo lo soy.
La reina había oído cuentos sobre ellos. Seres mitad humanos, mitad dioses, barridos de aquellas tierras por una guerra pavorosa. Meneó apenas la cabeza, incrédula. Y sin embargo sabía que era cierto. Deseaba acurrucarse entre los brazos de Férenwir y dormirse allí. Olvidarse de todo. Presentía lo que los unía y no podía explicar.
Los pasos de la guardia de noche se acercaban.
—¡Debes irte! —siseó Férenwir—. ¡De ninguna manera deben encontrarte aquí! No deben saber que te he dicho quien eres en realidad. Ponme el bocado. Todo tiene que estar igual que cuando llegaste.
Los pasos habían alcanzado la puerta y Briseyd apagó su vela. Le pareció que los ojos de Férenwir brillaban en la oscuridad como dos luciérnagas azules. Entre sombras se acercó para colocarle el bocado de oro y cuero. Al inclinarse para cerrar el candado en su nuca, sintió su respiración como un soplo de brisa en el cuello. Se estremeció. Era como si aquel leve roce borrara de golpe todas y cada una de las asquerosas caricias de su rey. No se contuvo. Se volvió y lo besó un tanto precipitadamente en la comisura de la boca. Le ajustó el bocado de inmediato, sin mirarle, temerosa de su reacción. Férenwir había alzado las cejas y la miraba. Sonrió apenas, con tristeza, pero Briseyd no pudo verlo, porque aquella suave sonrisa quedó atrapada bajo el bocado que le acababa de poner.
Sonrojada y con los ojos bajos, la muchacha aún mantenía sus manos sobre los hombros de Férenwir. Él comprendía muy bien cómo se sentía. Intentó hablar, pero ya llevaba aquella dichosa mordaza. Apoyó la frente en el hombro de Briseyd. Ella hundió el rostro en aquellos cabellos tan rubios. Y sus quedos sollozos rompieron la pesada quietud del salón. Férenwir no sabía cómo consolarla y la abrazó con fuerza, a pesar de las cadenas. Los apagados pasos de los centinelas se alejaban por los corredores. Haciendo un esfuerzo, Briseyd se levantó. Volvió a colgar la pequeña llave de la lanza y se marchó con una última y rápida mirada. Aun tenía los ojos húmedos.
Por cierto, ¿tienes algún relato colgado donde pueda usar mis afilados instintos destripatextos?







