29/09/2016 03:38 PM
(This post was last modified: 29/09/2016 03:44 PM by SoniadeArnau.)
Hola de nuevo, jajaja, hasta que aparezco.
Lo primero que hizo al caer al suelo fue levantarse tan rápido como pudo pues no podía perder el tiempo y debía seguir huyendo. Estaba consciente que esas infernales máquinas irían tras él a como diera lugar. Su cuerpo era mitad robot, pero solo se trataba de la mitad, por esa misma razón pudo sobrevivir a la caída, no obstante, aquella condición no evitó que su parte humana se lastimara y ahora su cuerpo sufriera un profundo dolor.
Se irguió como pudo, con el brazo derecho se tomó las costillas del costado izquierdo, apretándoselas con la intención de sofocar el dolor mientras comenzaba a caminar, cojeando del lado derecho, sintiendo como parte de su rostro estaba herido y sangraba. Miró el horizonte distraído, preguntándose si se habría roto algún hueso. A pesar de su malestar, comprendió que no podía darse el lujo de permanecer quieto, debía seguir huyendo. Se detuvo un momento para visualizar a lo lejos la ciudad.
Entonces una pregunta lo ahogó, ¿adónde podía huir? Sabía que dentro de él llevaba un chip localizador que les permitía a los buscadores encontrarlo en cualquier lugar donde estuviera, así que no sería fácil escapar de ellos, mas no por eso debía dejar de luchar, por lo que dando de sí, emprendió de nuevo la caminata. Minutos después, el joven miró sobre su hombro encontrándose con la desagradable sorpresa de que los MR lo seguían a paso realmente rápido. Neón apresuró su paso, dibujando muecas de dolor. Cada segundo miraba hacia atrás para ver qué tan lejos se encontraban; aunque lo deseaba no podía moverse más rápido. La caída que sufrió lo había limitado en velocidad y resistencia. Trató de correr dejando de lado sus dolencias al palpar como los buscadores le pisaban los talones.
Cayó al suelo cuando sus pies se cruzaron entre si y se sentó en el suelo porque sus piernas ya no pudieron con su propio peso siendo testigo de como los buscadores aumentaban la velocidad. La angustia de sentirse atrapado lo hizo retroceder asustado, impulsándose con las piernas y los brazos y cuando las máquinas se encontraban a escasos metros, pensó que ese era su fin, culpandose a si mismo de no poder hacer más para no dejarse derrotar, entonces de pronto, los buscadores se detuvieron.
El joven miró con sorpresa a las cuatro máquinas inmovilizadas, luego observó ambos lados como en busca de lo que provocó que se estas se quedaran estáticas, pero no vio nada fuera de lo normal. Se volvió a los robots cerrando los ojos y un suspiro de alivio brotó de su garganta al saber que solo podía existir una respuesta; afortunadamente, había cruzado la zona límite. Cada una de las máquinas de la fábrica tenían un radar que solo les permitía estar a cierto radio alejados de las instalaciones; no podían cruzar esos límites aunque lo desearan porque existía una barrera —para ellos— invisible que les impedía continuar.
Los buscadores dieron media vuelta para alejarse de Neón con la intención de volver a la fábrica. El joven no pudo evitar relajarse, se acostó completamente en el suelo y observó detenidamente el cielo azul, frunció el ceño y levantándose, volvió a su andar. No debía perder el tiempo, él no estaría conforme y posiblemente enviaría más buscadores, por ello, debía huir lo más lejos que pudiera.
Un par de horas después, visualizó lo que le parecieron construcciones de casas. Volvió a suspirar. Había perdido mucha energía, así que se le dificultaba seguir en pie, por lo que tenía la necesidad de recostarse y dormir para recargarse y recuperar su poder, pero no podía darse el lujo de hacerlo aunque su cuerpo implorara descanso. Si lo hiciera daría tiempo a los MR a que lo capturaran. Su mitad humana comenzó a temblar, esta no soportaba tal maltrato. Un terrible escalofrío lo invadió, la vista comenzó a fallarle y vio borroso, las siluetas de las casas iban y venían. Se tomó el brazo izquierdo con la intención de calmar su temblor, pero fue en vano, este seguía moviéndose a contra voluntad. Su pierna comenzó a padecer lo mismo.
Lo que temía sucedió.
Ya no pudo más, los párpados le pesaron mientras una sensación de no poder cargar con su cuerpo se apoderó de él. Su visión empezó a desvanecerse, de repente sus piernas ya no pudieron soportar su peso y mientras una somnolencia cayó sobre él, se dejó caer de rodillas y antes de siquiera sentir que su cuerpo diera por completo en el suelo, vio una silueta de un animal acercárdosele, y para cuando el canino se aproximo a él ya estaba inconsciente. El animal ladró para llamar la atención de su dueño.
—Oye, muchacho, ¿estás bien? —un hombre mayor se apresuró, preocupado golpeó suavemente la mejilla del joven esperando que reaccionara.
El hombre observó a su fiel amigo que lamia el cachete del inconsciente para después mirar, desconcertado, su alrededor. ¿De dónde había venido? Era tan solo un jovencito, aparentaba solo 14 años. No podía dejarlo allí a su suerte, lo levantó para cargarlo como su envejecido cuerpo se lo permitió, lo llevo a su casa para hacerle los primeros auxilios.
—¡Santo cielo! Cariño, ¿quien es este niño? —preguntó con gran sorpresa y preocupación la esposa del hombre.
—No lo sé, Brandon lo encontró mientras jugaba. Al ver su estado no pude dejarlo allá.
—Pobrecito, está herido, no debió pasársela bien. Vamos cariño, llévalo a la habitación, trataré sus heridas —dijo la mujer con voz maternal.
El esposo obedeció y lo llevó a la habitación que alguna vez fue de su hijo y que ahora estaba vacío, lo recostó en la cama, esperanzado de solo necesitara descansar para que se recuperaba, y aunque por unos instantes deseó llamar a la ambulancia, no lo hizo al notar que este respiraba con normalidad. Por ahora, dejaría que su mujer lo atendiera y si se veía que empeoraba, llamaría a los especialistas.
Cuando los estudios de Eva terminaron, ella fue al restaurante «Come Rápido»; un establecimiento que vendía comida rápida para pedir el especial del día. Un robot especializado en ello reparó su pedido. En esos locales eran tan pequeños que solo era para pedir comida y llevarse, no para comer allí. Los restaurantes eran los únicos locales de comida en donde se podía comer allí mismo.
Una vez su pedido estuvo listo, se encaminó a la calle «El Tercer Anillo», la que vinculaba al lugar donde quería llegar. Se dirigía a la Colonia Nube, un lugar muy bonito de la ciudad Del Comienzo, mientras tarareaba una canción alegremente y movía la bolsa de la comida cuando cruzaba las avenidas.
Se detuvo al llegar a la residencia, la que por ser privada, se encontraba protegida por una muralla de piedra y la entrada principal era una enorme reja de color negro que era adornada por un elegante dibujo. Se acercó y colocándose a un lado de una máquina que era la que determinaba si la persona podía entrar o no, pues así se protegía la seguridad de los residentes, los únicos que tenían acceso libre a la residencia. Pero si el residente deseaba que algún conocido lo visitara, podía hacer que la IV del visitante funcionara como llave, más aparte un código de voz.
Eva apretó el timbre y mientras se mostraba una onda de sonido dibujada en el aparato, se escuchó la voz de una máquina.
—Buenas tardes. Residente o visitante.
—Visitante. Vengo a ver a Riz Calomela, numero de casa 37, mi nombre es Evarista Mohs número de cuenta 322 —lo dijo corrido, pues se sabía todo el procedimiento. Por esa razón la máquina analizó la información.
—Confirmando voz —tras un sonido de aceptación, la reja se abrió—. Bienvenida Evarista Mohs —la joven entró —Que pase buena estancia.
La famosa residencia Nube era uno de los pocos lugares de la ciudad que aún conservaba las estructuras antiguas, contando con casas separadas y amplios suelos pastosos, siendo decorados por árboles y hermosas y variadas flores, las que eran mantenidas por un robot que les proveía el agua y los cuidados necesarios. Los caminos eran adornados por piedras que daban una agradable vista a la residencia. Al llegar a la casa 37 tocó el timbre y esperó a que el dueño abriera y casi de inmediato alguien abrió la puerta. Una pequeña máquina de un metro de altura, redonda, que poseía brazos delgados con tan solo dos dedos y sus cuadrados ojos de color azul cielo, atendió a la castaña.
—Muy buenas tardes señorita Mohs, por favor pase —se movió a un lado para dar paso al visitante.
—Gracias —mencionó cortésmente mientras echaba un vistazo dentro de la pequeña, pero acogedora casa, sin moverse —¿Está el señor de la casa?
—El señorito Calomela no se encuentra —mencionó la voz robótica —Está en el taller. ¿Desea pasar y tomar asiento, mientras lo espera?
—No. Iré a verlo al taller.
—Como deseé. Que pase buen día, señorita —el pequeño robot cerró la puerta e inmediatamente Eva salió a toda prisa de la residencia, ignorando esta vez cuando la máquina de la entrada dijo: «Gracias por su visita, que tenga excelente día».
El taller de la familia Calomela estaba ubicado a dos cuadras detrás de la residencia Nube, así que por eso, ella no tardó mucho en arribar al lugar. El taller se encontraba abierto; sus dos puertas de hierro abrían paso a la clientela. Debido a que el taller se especializaba en la reparación de artefactos electrónicos, como a robots, el lugar era amplio. Tenía una altura de 8 metros y a pesar de lo espacioso que era, el lugar se mantenía lleno de muchas piezas de máquinas. Los estantes estaban al borde de pesados motores. Por todo el lugar se observaban robots de diferentes tipos, desde robots especializados en la construcción, hasta los robots de restaurantes de comida rápida. Pero también se veían robots más pequeños y simples, licuadoras, taladros, microondas, etc.
—¡Riz! —gritó Eva para que fuera donde fuera que se encontrara la pudiera escuchar, pero lo único que percibió fue el propio eco que regresaba cuando sus palabras chocaban entre las paredes y el metal de los robots. Volvió a intentarlo mientras se adentraba más al taller. Sin resultado alguno.
Más al fondo, notó un robot de rescate, de forma humanoide, los que se utilizaban para rescatar y poder mover los escombros cuando algún desastre natural hacía de las suyas. Este era de color escarlata, con franjas naranja que atravesaban el torso y el enorme logotipo del departamento de rescate dibujado en el pecho. La persona que buscaba se encontraba adentro de la máquina, y literalmente hablando, no en la cápsula donde la persona podía entrar y maniobrar el robot.
—¡Riz! —A pesar de estar tan cerca, aquella persona aún no se daba cuenta de que era llamado —¡Calomela! —Volvió a gritar con más fuerza.
Un hombre de 30 años de edad se asomó algo desubicado, por la escotilla y la miró.
—Eva, ¿eres tú? —El hombre la reconoció cuando se desactivó sus anteojos de soldar—. Ahora bajo —informó.
Riz Calomela, hijo del dueño del taller, se especializaba en mecánica robótica de casi toda clase de robots o máquinas eléctricas. Distinguido por siempre llevar una bata blanca. Él era de cabello castaño, sus ojos miel, dignos del apellido que portaba, no dejaron de mirar a Eva hasta que se acercó a una distancia prudente. Aunque no se dejaba la barba, en ese preciso momento llevaba una descuidada y Eva se lo hizo saber.
—Deberías mirarte, pero qué guandajo estás, deberías rasurarte.
Él se tocó la barbilla y sin dejar de mirarla, comentó divertido:
—¿Tan mal está?
—¿Cuándo fue la última vez que comiste? —quiso saber ella.
—Dime en qué día estamos para responderte con precisión.
—¿Día? —se sorprendió, aunque no debió, pues sabía que algo así ocurriría. Por esa razón le compró algo.
—Te traje esto.
—Pero que amable —se tomó la bolsa —¿Lo preparaste tú? —su respuesta fue inmediatamente respondida cuando observó el logotipo del restaurante impregnado en la bolsa—. Pensé que me traerías algo que prepararías, no creas que no tengo ganas de comida preparada por una máquina, pero es mucho mejor cuando es preparada por las manos humanas.
—Pues dile eso a tu mujer, claro, cuando la tengas.
Tan solo mirar ese robot de rescate estuvo consiente que Riz no se despegaría de este hasta que lo analizara a fondo. Lo conocía muy bien, sabía que cuando obtenía algún robot nuevo para que lo arreglara, él no lo soltaba ni aunque encontrara la falla y lo arreglara en segundos. Realmente lo devolvía hasta que investigaba cada uno de sus componentes o piezas y por esa razón para él, encontrándose en ese estado, no existían las noches y los días.
Como exactamente en ese preciso momento, a pesar de haber tomado un descansito para poder comer, comía muy rápido sin saborear, ansioso por terminar y así volver al trabajo, además observaba la guía del robot de rescate en su Pantalla. Eva se acercó a la mesa, la que estaba totalmente llena de piezas, tanto grandes como pequeñas, de varios prototipos de robots. De entre tantas cosas observó un plano de los nuevos robots de búsqueda, tomó la hoja y comenzó a detallarla. Lo único que le gustaba de estos era el diseño y sus dos colores; plateado y rojo plateado.
—Acabo de comprar el reformado modelo 1 —escuchó la voz de Calomela, haciéndole saber sobre su nueva adquisición al verla concentrada en los planos, además de que ya había terminado su aperitivo. Una vez que ella lo miró, él continuó: —Está en el despacho —señaló el lugar —Te lo enseñaría, pero ahora se encuentra algo destrozado. Lo estaba investigando cuando me trajeron el de rescate —sonrió, ella le devolvió la sonrisa—. Bueno, agradezco que hayas traído el almuerzo. Ahora voy a seguir trabajando, pero antes —se tocó la barbilla sintiendo la barba—, creo que iré a rasurarme.




Desde aquí, en adelante (hasta que se terminen, obviamente) dejaré la ficha de un personaje. Si desean que deje la ficha de alguno en especifico; háganmelo saber, que con gusto lo pondré en el siguiente capítulo. Por ahora, este es la primera:
Capítulo 3
El chico mitad robot
El chico mitad robot
Lo primero que hizo al caer al suelo fue levantarse tan rápido como pudo pues no podía perder el tiempo y debía seguir huyendo. Estaba consciente que esas infernales máquinas irían tras él a como diera lugar. Su cuerpo era mitad robot, pero solo se trataba de la mitad, por esa misma razón pudo sobrevivir a la caída, no obstante, aquella condición no evitó que su parte humana se lastimara y ahora su cuerpo sufriera un profundo dolor.
Se irguió como pudo, con el brazo derecho se tomó las costillas del costado izquierdo, apretándoselas con la intención de sofocar el dolor mientras comenzaba a caminar, cojeando del lado derecho, sintiendo como parte de su rostro estaba herido y sangraba. Miró el horizonte distraído, preguntándose si se habría roto algún hueso. A pesar de su malestar, comprendió que no podía darse el lujo de permanecer quieto, debía seguir huyendo. Se detuvo un momento para visualizar a lo lejos la ciudad.
Entonces una pregunta lo ahogó, ¿adónde podía huir? Sabía que dentro de él llevaba un chip localizador que les permitía a los buscadores encontrarlo en cualquier lugar donde estuviera, así que no sería fácil escapar de ellos, mas no por eso debía dejar de luchar, por lo que dando de sí, emprendió de nuevo la caminata. Minutos después, el joven miró sobre su hombro encontrándose con la desagradable sorpresa de que los MR lo seguían a paso realmente rápido. Neón apresuró su paso, dibujando muecas de dolor. Cada segundo miraba hacia atrás para ver qué tan lejos se encontraban; aunque lo deseaba no podía moverse más rápido. La caída que sufrió lo había limitado en velocidad y resistencia. Trató de correr dejando de lado sus dolencias al palpar como los buscadores le pisaban los talones.
Cayó al suelo cuando sus pies se cruzaron entre si y se sentó en el suelo porque sus piernas ya no pudieron con su propio peso siendo testigo de como los buscadores aumentaban la velocidad. La angustia de sentirse atrapado lo hizo retroceder asustado, impulsándose con las piernas y los brazos y cuando las máquinas se encontraban a escasos metros, pensó que ese era su fin, culpandose a si mismo de no poder hacer más para no dejarse derrotar, entonces de pronto, los buscadores se detuvieron.
El joven miró con sorpresa a las cuatro máquinas inmovilizadas, luego observó ambos lados como en busca de lo que provocó que se estas se quedaran estáticas, pero no vio nada fuera de lo normal. Se volvió a los robots cerrando los ojos y un suspiro de alivio brotó de su garganta al saber que solo podía existir una respuesta; afortunadamente, había cruzado la zona límite. Cada una de las máquinas de la fábrica tenían un radar que solo les permitía estar a cierto radio alejados de las instalaciones; no podían cruzar esos límites aunque lo desearan porque existía una barrera —para ellos— invisible que les impedía continuar.
Los buscadores dieron media vuelta para alejarse de Neón con la intención de volver a la fábrica. El joven no pudo evitar relajarse, se acostó completamente en el suelo y observó detenidamente el cielo azul, frunció el ceño y levantándose, volvió a su andar. No debía perder el tiempo, él no estaría conforme y posiblemente enviaría más buscadores, por ello, debía huir lo más lejos que pudiera.
Un par de horas después, visualizó lo que le parecieron construcciones de casas. Volvió a suspirar. Había perdido mucha energía, así que se le dificultaba seguir en pie, por lo que tenía la necesidad de recostarse y dormir para recargarse y recuperar su poder, pero no podía darse el lujo de hacerlo aunque su cuerpo implorara descanso. Si lo hiciera daría tiempo a los MR a que lo capturaran. Su mitad humana comenzó a temblar, esta no soportaba tal maltrato. Un terrible escalofrío lo invadió, la vista comenzó a fallarle y vio borroso, las siluetas de las casas iban y venían. Se tomó el brazo izquierdo con la intención de calmar su temblor, pero fue en vano, este seguía moviéndose a contra voluntad. Su pierna comenzó a padecer lo mismo.
Lo que temía sucedió.
Ya no pudo más, los párpados le pesaron mientras una sensación de no poder cargar con su cuerpo se apoderó de él. Su visión empezó a desvanecerse, de repente sus piernas ya no pudieron soportar su peso y mientras una somnolencia cayó sobre él, se dejó caer de rodillas y antes de siquiera sentir que su cuerpo diera por completo en el suelo, vio una silueta de un animal acercárdosele, y para cuando el canino se aproximo a él ya estaba inconsciente. El animal ladró para llamar la atención de su dueño.
—Oye, muchacho, ¿estás bien? —un hombre mayor se apresuró, preocupado golpeó suavemente la mejilla del joven esperando que reaccionara.
El hombre observó a su fiel amigo que lamia el cachete del inconsciente para después mirar, desconcertado, su alrededor. ¿De dónde había venido? Era tan solo un jovencito, aparentaba solo 14 años. No podía dejarlo allí a su suerte, lo levantó para cargarlo como su envejecido cuerpo se lo permitió, lo llevo a su casa para hacerle los primeros auxilios.
—¡Santo cielo! Cariño, ¿quien es este niño? —preguntó con gran sorpresa y preocupación la esposa del hombre.
—No lo sé, Brandon lo encontró mientras jugaba. Al ver su estado no pude dejarlo allá.
—Pobrecito, está herido, no debió pasársela bien. Vamos cariño, llévalo a la habitación, trataré sus heridas —dijo la mujer con voz maternal.
El esposo obedeció y lo llevó a la habitación que alguna vez fue de su hijo y que ahora estaba vacío, lo recostó en la cama, esperanzado de solo necesitara descansar para que se recuperaba, y aunque por unos instantes deseó llamar a la ambulancia, no lo hizo al notar que este respiraba con normalidad. Por ahora, dejaría que su mujer lo atendiera y si se veía que empeoraba, llamaría a los especialistas.
(***)
Cuando los estudios de Eva terminaron, ella fue al restaurante «Come Rápido»; un establecimiento que vendía comida rápida para pedir el especial del día. Un robot especializado en ello reparó su pedido. En esos locales eran tan pequeños que solo era para pedir comida y llevarse, no para comer allí. Los restaurantes eran los únicos locales de comida en donde se podía comer allí mismo.
Una vez su pedido estuvo listo, se encaminó a la calle «El Tercer Anillo», la que vinculaba al lugar donde quería llegar. Se dirigía a la Colonia Nube, un lugar muy bonito de la ciudad Del Comienzo, mientras tarareaba una canción alegremente y movía la bolsa de la comida cuando cruzaba las avenidas.
Se detuvo al llegar a la residencia, la que por ser privada, se encontraba protegida por una muralla de piedra y la entrada principal era una enorme reja de color negro que era adornada por un elegante dibujo. Se acercó y colocándose a un lado de una máquina que era la que determinaba si la persona podía entrar o no, pues así se protegía la seguridad de los residentes, los únicos que tenían acceso libre a la residencia. Pero si el residente deseaba que algún conocido lo visitara, podía hacer que la IV del visitante funcionara como llave, más aparte un código de voz.
Eva apretó el timbre y mientras se mostraba una onda de sonido dibujada en el aparato, se escuchó la voz de una máquina.
—Buenas tardes. Residente o visitante.
—Visitante. Vengo a ver a Riz Calomela, numero de casa 37, mi nombre es Evarista Mohs número de cuenta 322 —lo dijo corrido, pues se sabía todo el procedimiento. Por esa razón la máquina analizó la información.
—Confirmando voz —tras un sonido de aceptación, la reja se abrió—. Bienvenida Evarista Mohs —la joven entró —Que pase buena estancia.
La famosa residencia Nube era uno de los pocos lugares de la ciudad que aún conservaba las estructuras antiguas, contando con casas separadas y amplios suelos pastosos, siendo decorados por árboles y hermosas y variadas flores, las que eran mantenidas por un robot que les proveía el agua y los cuidados necesarios. Los caminos eran adornados por piedras que daban una agradable vista a la residencia. Al llegar a la casa 37 tocó el timbre y esperó a que el dueño abriera y casi de inmediato alguien abrió la puerta. Una pequeña máquina de un metro de altura, redonda, que poseía brazos delgados con tan solo dos dedos y sus cuadrados ojos de color azul cielo, atendió a la castaña.
—Muy buenas tardes señorita Mohs, por favor pase —se movió a un lado para dar paso al visitante.
—Gracias —mencionó cortésmente mientras echaba un vistazo dentro de la pequeña, pero acogedora casa, sin moverse —¿Está el señor de la casa?
—El señorito Calomela no se encuentra —mencionó la voz robótica —Está en el taller. ¿Desea pasar y tomar asiento, mientras lo espera?
—No. Iré a verlo al taller.
—Como deseé. Que pase buen día, señorita —el pequeño robot cerró la puerta e inmediatamente Eva salió a toda prisa de la residencia, ignorando esta vez cuando la máquina de la entrada dijo: «Gracias por su visita, que tenga excelente día».
El taller de la familia Calomela estaba ubicado a dos cuadras detrás de la residencia Nube, así que por eso, ella no tardó mucho en arribar al lugar. El taller se encontraba abierto; sus dos puertas de hierro abrían paso a la clientela. Debido a que el taller se especializaba en la reparación de artefactos electrónicos, como a robots, el lugar era amplio. Tenía una altura de 8 metros y a pesar de lo espacioso que era, el lugar se mantenía lleno de muchas piezas de máquinas. Los estantes estaban al borde de pesados motores. Por todo el lugar se observaban robots de diferentes tipos, desde robots especializados en la construcción, hasta los robots de restaurantes de comida rápida. Pero también se veían robots más pequeños y simples, licuadoras, taladros, microondas, etc.
—¡Riz! —gritó Eva para que fuera donde fuera que se encontrara la pudiera escuchar, pero lo único que percibió fue el propio eco que regresaba cuando sus palabras chocaban entre las paredes y el metal de los robots. Volvió a intentarlo mientras se adentraba más al taller. Sin resultado alguno.
Más al fondo, notó un robot de rescate, de forma humanoide, los que se utilizaban para rescatar y poder mover los escombros cuando algún desastre natural hacía de las suyas. Este era de color escarlata, con franjas naranja que atravesaban el torso y el enorme logotipo del departamento de rescate dibujado en el pecho. La persona que buscaba se encontraba adentro de la máquina, y literalmente hablando, no en la cápsula donde la persona podía entrar y maniobrar el robot.
—¡Riz! —A pesar de estar tan cerca, aquella persona aún no se daba cuenta de que era llamado —¡Calomela! —Volvió a gritar con más fuerza.
Un hombre de 30 años de edad se asomó algo desubicado, por la escotilla y la miró.
—Eva, ¿eres tú? —El hombre la reconoció cuando se desactivó sus anteojos de soldar—. Ahora bajo —informó.
Riz Calomela, hijo del dueño del taller, se especializaba en mecánica robótica de casi toda clase de robots o máquinas eléctricas. Distinguido por siempre llevar una bata blanca. Él era de cabello castaño, sus ojos miel, dignos del apellido que portaba, no dejaron de mirar a Eva hasta que se acercó a una distancia prudente. Aunque no se dejaba la barba, en ese preciso momento llevaba una descuidada y Eva se lo hizo saber.
—Deberías mirarte, pero qué guandajo estás, deberías rasurarte.
Él se tocó la barbilla y sin dejar de mirarla, comentó divertido:
—¿Tan mal está?
—¿Cuándo fue la última vez que comiste? —quiso saber ella.
—Dime en qué día estamos para responderte con precisión.
—¿Día? —se sorprendió, aunque no debió, pues sabía que algo así ocurriría. Por esa razón le compró algo.
—Te traje esto.
—Pero que amable —se tomó la bolsa —¿Lo preparaste tú? —su respuesta fue inmediatamente respondida cuando observó el logotipo del restaurante impregnado en la bolsa—. Pensé que me traerías algo que prepararías, no creas que no tengo ganas de comida preparada por una máquina, pero es mucho mejor cuando es preparada por las manos humanas.
—Pues dile eso a tu mujer, claro, cuando la tengas.
Tan solo mirar ese robot de rescate estuvo consiente que Riz no se despegaría de este hasta que lo analizara a fondo. Lo conocía muy bien, sabía que cuando obtenía algún robot nuevo para que lo arreglara, él no lo soltaba ni aunque encontrara la falla y lo arreglara en segundos. Realmente lo devolvía hasta que investigaba cada uno de sus componentes o piezas y por esa razón para él, encontrándose en ese estado, no existían las noches y los días.
Como exactamente en ese preciso momento, a pesar de haber tomado un descansito para poder comer, comía muy rápido sin saborear, ansioso por terminar y así volver al trabajo, además observaba la guía del robot de rescate en su Pantalla. Eva se acercó a la mesa, la que estaba totalmente llena de piezas, tanto grandes como pequeñas, de varios prototipos de robots. De entre tantas cosas observó un plano de los nuevos robots de búsqueda, tomó la hoja y comenzó a detallarla. Lo único que le gustaba de estos era el diseño y sus dos colores; plateado y rojo plateado.
—Acabo de comprar el reformado modelo 1 —escuchó la voz de Calomela, haciéndole saber sobre su nueva adquisición al verla concentrada en los planos, además de que ya había terminado su aperitivo. Una vez que ella lo miró, él continuó: —Está en el despacho —señaló el lugar —Te lo enseñaría, pero ahora se encuentra algo destrozado. Lo estaba investigando cuando me trajeron el de rescate —sonrió, ella le devolvió la sonrisa—. Bueno, agradezco que hayas traído el almuerzo. Ahora voy a seguir trabajando, pero antes —se tocó la barbilla sintiendo la barba—, creo que iré a rasurarme.




Desde aquí, en adelante (hasta que se terminen, obviamente) dejaré la ficha de un personaje. Si desean que deje la ficha de alguno en especifico; háganmelo saber, que con gusto lo pondré en el siguiente capítulo. Por ahora, este es la primera:
Quote:Nombre: Evarista Mohs (o solo Eva)
Fecha de nacimiento: 15 de Abril
Edad: 19 años
Residencia y ocupación: Ciudad del Comienzo. Estudiante.
Apariencia/descripción física: De una altura de 1.70 cm, sus ojos son de tono azul gris, de cabello largo y sedoso, llevándolo en una caída sobre su espalda; castaño. Su vestimenta favorita son las faldas, regularmente, acompañadas con mallas que le combinan, y camisas.
Carácter: Suele comportarse como una madre. Es una joven madura y siempre cumple con lo que promete, es muy responsable. Rara vez se comporta caprichosa, es una persona muy sociable y se puede confiar en ella.
Virtudes: Estudiosa, responsable, paciente y muestra mucha empatía.
Defectos: Su madures y comportarse como una madre suele hacerla muy estricta. También tiene sobre-confianza en las personas.
Miedos/fobias: Perder a los que más quiere. Alejarse de ellos.
Sueños u objetivos: Tener un buen empleo que le proporcione ganar bien y así poder irse a viajar por todo el mundo.
Profesiones/estudios: Estudia la carrera de Medicina en la ESER.
«Todos los cuentos de Hadas tienen algo en común; de todos ellos se espera un final feliz.»
Anodina
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