Vamos allá con las tres familias.
Desde los botes pesqueros vieron cómo el mar se tragaba su patria. Y supieron que ellos también iban a sufrir la ira de Krasenón, y que en apenas unos minutos, las olas los devorarían.
Pero aquello no sucedió. El mar se agitó a su alrededor con olas altas como montañas, mientras trataban de mantener la posición de los botes fijándose en las estrellas.
Horas enteras de maremotos pasaron, mientras Krasenón los protegía. Sus botes no sufrieron desperfectos. Surcaron las olas más grandes que jamás se han visto, y se mantuvieron bien orientados en las aguas.
Y, finalmente, con la luz del alba, la marejada se calmó. Las gigantescas olas que habían arrastrado al fondo marino a Adiltania avanzaron hacia los continentes, y se estrellaron contra ellos, inundándolos durante cuarenta días.
Las tres familias se mantuvieron durante tres días en el mismo lugar en el que habían permanecido durante el maremoto, confiando en que Krasenón apareciera y les indicara el camino.
Trigión todavía albergaba la esperanza de que Krasenón escupiera de nuevo Adiltania a la superficie, ya limpia de arrogancia y soberbia. Pero no ocurrió tal cosa.
Al cabo de tres días, las tres familias comprendieron que Krasenón les había permitido vivir, pero que también les había condenado a errar por un mundo que ellos ya no conocían.
Ketzua prefirió la muerte a aquella maldición, y dirigió su bote, junto a su familia, hacia las aguas tenebrosas, esperando encontrar allí la muerte, o, quizá, al propio Krasenón.
Trigión y Zrous avanzaron hacia los continentes, y, durante dos semanas, permanecieron dando vueltas en lo que, antes del tsunami, debieron ser los valles al sur de Liberria.
Ya no había restos de los fértiles valles, ni de los hombres de herramientas de piedra. Zrous se despidió de Trigión, avanzando hacia Oriente con su familia, con la esperanza de encontrar tierra.
A lo largo de las tres semanas siguientes, Trigión luchó, no sin dificultad, por mantener la posición del bote estable. Estaba convencido de que aquellas eran las tierras donde se unían Liberria y Almuarizón.
Notaba las corrientes submarinas, a pesar de que no había la más mínima presencia de oleaje a su alrededor. Y comprendió que el nivel del mar estaba bajando. Krasenón había purificado toda Maizre.
Al día siguiente vio algunas tierras aparecer, puntiagudas, en el horizonte. Ese día él y toda su familia se bañaron en el mar, jugando a hundirse para alcanzar la tierra, pero no fue hasta el día siguiente que pudieron hacerlo.
Al alba del cuadragésimo día, despertaron, y vieron que el bote había encallado en la tierra arcillosa. Trigión miró al sur, y comprendió que Isclavia y Nigia jamás volverían a estar unidas.
La historia de Trigión y su estirpe, para el siguiente ratito
Desde los botes pesqueros vieron cómo el mar se tragaba su patria. Y supieron que ellos también iban a sufrir la ira de Krasenón, y que en apenas unos minutos, las olas los devorarían.
Pero aquello no sucedió. El mar se agitó a su alrededor con olas altas como montañas, mientras trataban de mantener la posición de los botes fijándose en las estrellas.
Horas enteras de maremotos pasaron, mientras Krasenón los protegía. Sus botes no sufrieron desperfectos. Surcaron las olas más grandes que jamás se han visto, y se mantuvieron bien orientados en las aguas.
Y, finalmente, con la luz del alba, la marejada se calmó. Las gigantescas olas que habían arrastrado al fondo marino a Adiltania avanzaron hacia los continentes, y se estrellaron contra ellos, inundándolos durante cuarenta días.
Las tres familias se mantuvieron durante tres días en el mismo lugar en el que habían permanecido durante el maremoto, confiando en que Krasenón apareciera y les indicara el camino.
Trigión todavía albergaba la esperanza de que Krasenón escupiera de nuevo Adiltania a la superficie, ya limpia de arrogancia y soberbia. Pero no ocurrió tal cosa.
Al cabo de tres días, las tres familias comprendieron que Krasenón les había permitido vivir, pero que también les había condenado a errar por un mundo que ellos ya no conocían.
Ketzua prefirió la muerte a aquella maldición, y dirigió su bote, junto a su familia, hacia las aguas tenebrosas, esperando encontrar allí la muerte, o, quizá, al propio Krasenón.
Trigión y Zrous avanzaron hacia los continentes, y, durante dos semanas, permanecieron dando vueltas en lo que, antes del tsunami, debieron ser los valles al sur de Liberria.
Ya no había restos de los fértiles valles, ni de los hombres de herramientas de piedra. Zrous se despidió de Trigión, avanzando hacia Oriente con su familia, con la esperanza de encontrar tierra.
A lo largo de las tres semanas siguientes, Trigión luchó, no sin dificultad, por mantener la posición del bote estable. Estaba convencido de que aquellas eran las tierras donde se unían Liberria y Almuarizón.
Notaba las corrientes submarinas, a pesar de que no había la más mínima presencia de oleaje a su alrededor. Y comprendió que el nivel del mar estaba bajando. Krasenón había purificado toda Maizre.
Al día siguiente vio algunas tierras aparecer, puntiagudas, en el horizonte. Ese día él y toda su familia se bañaron en el mar, jugando a hundirse para alcanzar la tierra, pero no fue hasta el día siguiente que pudieron hacerlo.
Al alba del cuadragésimo día, despertaron, y vieron que el bote había encallado en la tierra arcillosa. Trigión miró al sur, y comprendió que Isclavia y Nigia jamás volverían a estar unidas.
La historia de Trigión y su estirpe, para el siguiente ratito