23/02/2017 06:03 PM
(This post was last modified: 23/02/2017 06:04 PM by QueridoDarío.)
Segunda parte, espero que la disfruten o al menos compartan su opinión sincera, es el único lugar donde las recibo y se agradece muchísimo!
Querido Darío:
Siento no haberte visitado antes, el caso de esta semana me absorbe.
Sigamos, voy a hablarte sobre el fatídico día. No te pongas muy sensible o lo haré yo también.
Tenía doce años y era el primer día de vacaciones de verano. Mamá estaba con los preparativos de nuestro viaje, que ese año sería a Mallorca, recuerdo estar especialmente ilusionada y, aunque en su momento lo negué hasta la saciedad, te diré por qué. Allí nos encontraríamos con unos amigos de mamá y su nuevo marido, eran majos aunque desgraciadamente no recuerdo sus nombres, de quien no he conseguido olvidarme es de su hijo Pablo; solo le había visto en tres ocasiones y la verdad es que no intercambiamos demasiadas palabras, pero suficientes para imaginarme toda una vida a su lado. Ups, creo que me he desviado del tema principal, si vuelve a ocurrir avísame.
Pues bien, jugaba en el jardín de casa junto a mis hermanos (excepto Noa claro, que se encontraba con su papá). Teníamos un jardín inmenso, equipado con todo lo necesario para pasarlo en grande. Mamá había llamado a Julia para ayudarla a hacer su maleta. Mientras tanto, Leo me columpiaba y yo entre carcajadas le gritada “más alto, más alto”, a lo que él siempre respondía con un “no, te puedes hacer daño”. Mi siempre prudente hermano. De pronto escuché la bocina del camión de los helados, algo que siempre provocaba la misma reacción en mí.
–Quiero helado-dije.
–No llevo dinero encima, vamos a pedirle a mamá-respondió Leo.
-Ve tú, eres más rápido.
-Está bien…pero no te muevas de aquí, volveré en seguida.
Leo salió disparado, la bocina seguía sonando y yo temía que el camión se fuera antes de su vuelta, así que se me ocurrió salir por la puerta del jardín para pedirle al señor que no se marchara. Al salir por la puerta me di cuenta de que estaba más lejos de lo que pensaba, cuatro casas a la izquierda y dos carriles a la derecha, así que un simple grito no sería suficiente. Me disponía a volver a entrar en casa y esperar a mi hermano, cuando escuché el motor del camión de los helados, que ya avanzaba lentamente. ¿Dónde está Leo? Tenía que hacer algo, tenía que actuar.
Comencé a cruzar la carretera, notando como el cálido picón del asfalto me dañaba los pies, paré unos segundos a valorar los daños y pensar en si de verdad valía la pena sufrir así por un helado que bien podría comprar mañana. Una fuerte bocina y el grito de Leo me distrajeron de mis pensamientos, miré al frente y allí estaba, un todoterreno negro se aproximaba hacia mí en cámara lenta (prometo que el fin se ve así, supongo que para que no olvidemos nunca ese momento en que pasamos al otro lado), miré a un lado y encontré esa cara de horror que me atormenta cada noche.
¿Qué haces? Te lo advertí…tendré que irme.
Jueves, 23 de febrero
Querido Darío:
Siento no haberte visitado antes, el caso de esta semana me absorbe.
Sigamos, voy a hablarte sobre el fatídico día. No te pongas muy sensible o lo haré yo también.
Tenía doce años y era el primer día de vacaciones de verano. Mamá estaba con los preparativos de nuestro viaje, que ese año sería a Mallorca, recuerdo estar especialmente ilusionada y, aunque en su momento lo negué hasta la saciedad, te diré por qué. Allí nos encontraríamos con unos amigos de mamá y su nuevo marido, eran majos aunque desgraciadamente no recuerdo sus nombres, de quien no he conseguido olvidarme es de su hijo Pablo; solo le había visto en tres ocasiones y la verdad es que no intercambiamos demasiadas palabras, pero suficientes para imaginarme toda una vida a su lado. Ups, creo que me he desviado del tema principal, si vuelve a ocurrir avísame.
Pues bien, jugaba en el jardín de casa junto a mis hermanos (excepto Noa claro, que se encontraba con su papá). Teníamos un jardín inmenso, equipado con todo lo necesario para pasarlo en grande. Mamá había llamado a Julia para ayudarla a hacer su maleta. Mientras tanto, Leo me columpiaba y yo entre carcajadas le gritada “más alto, más alto”, a lo que él siempre respondía con un “no, te puedes hacer daño”. Mi siempre prudente hermano. De pronto escuché la bocina del camión de los helados, algo que siempre provocaba la misma reacción en mí.
–Quiero helado-dije.
–No llevo dinero encima, vamos a pedirle a mamá-respondió Leo.
-Ve tú, eres más rápido.
-Está bien…pero no te muevas de aquí, volveré en seguida.
Leo salió disparado, la bocina seguía sonando y yo temía que el camión se fuera antes de su vuelta, así que se me ocurrió salir por la puerta del jardín para pedirle al señor que no se marchara. Al salir por la puerta me di cuenta de que estaba más lejos de lo que pensaba, cuatro casas a la izquierda y dos carriles a la derecha, así que un simple grito no sería suficiente. Me disponía a volver a entrar en casa y esperar a mi hermano, cuando escuché el motor del camión de los helados, que ya avanzaba lentamente. ¿Dónde está Leo? Tenía que hacer algo, tenía que actuar.
Comencé a cruzar la carretera, notando como el cálido picón del asfalto me dañaba los pies, paré unos segundos a valorar los daños y pensar en si de verdad valía la pena sufrir así por un helado que bien podría comprar mañana. Una fuerte bocina y el grito de Leo me distrajeron de mis pensamientos, miré al frente y allí estaba, un todoterreno negro se aproximaba hacia mí en cámara lenta (prometo que el fin se ve así, supongo que para que no olvidemos nunca ese momento en que pasamos al otro lado), miré a un lado y encontré esa cara de horror que me atormenta cada noche.
¿Qué haces? Te lo advertí…tendré que irme.
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