Muchisimas gracias por los comentarios y las correcciones, en cuanto al prologo, sinceramente, en el momento que lo escribi fue el punta pie para iniciar la novela, por lo que no estoy comprometido para dejarlo en definitiva, pero si me sirvió muchisimo ver esas cosas que no habia prestado atención en la corrección.
Un solo punto es que en cuanto a las correcciones ortográficas y puntuaciones, no fueron corregidas pero estoy al tanto de las tildes faltantes!
Ahora les dejo el primer capitulo espero que les guste y me comenten que tal
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1
La era de los dioses
Una Luna en la Tormenta
La noche se alzaba en los cielos, eran los primeros días de invierno y el frío era abrazador. Muy al norte del mundo antiguo las temperaturas eran un poco más templadas pero esa noche era más fría que ninguna otra en el Ojo de Tormenta, los hijos del viento residían en sus casas refugiándose en las llamas que envolvían a unos maderos ardientes, la ciudad yacía silenciosa. Los burdeles estaban atestados de gente, hacia unos dos soles un grupo de mercaderes habían llegado a la ciudad, no se veían forasteros muy seguido ya que la seguridad era muy estricta pero cada cierto tiempo se dejaba entrar mercadería y con ellos un grupo de treinta o cincuenta cabezas y qué mejor para pasar el frío que el calor de una chimenea y la compañía de una mujer. La cerveza y los cánticos de borrachos iban y venían, en el piso superior se escuchaban ruidos pertenecientes a una pelea, entre gritos amenazantes y empujones uno de los dos que se peleaban rodó por las escaleras y con un golpe seco cayó al piso, no hizo más que tocar el suelo que dos guardias de turno los sacaron del lugar haciéndolo volar por la puerta, el borracho gritó <<son farsantes>> y la puerta se cerró dejando de él solo la estela de sus palabras, los dos guardias estallaron a carcajadas mientras daban media vuelta y miraban a la escalera por donde bajaba el otro agresor.
- ¡Tú! – dijo unos de los guardias – no quiero verte armar más disturbios o terminaras con tu amigo en el suelo de la calle – esbozo una sonrisa arrogante a su compañero, mientras que el hombre que bajaba por las escaleras llevaba una capucha que ocultaba su rostro, tenía una capa oscura que le llegaba a las rodillas y cubría la totalidad de su torso, se detuvo en el medio de la escalera.
El mismo guardia ahora un poco más irritado volvió a hablarle.
- ¿Qué haces ahí? Baja ahora mismo – al no recibir respuesta puso un pie en la escalera amenazando subir a buscarlo – ¿qué estas sordo, quieres terminar boca abajo en el piso? ¿eh? ¡Contesta!
El hombre de la escalera levanto la cabeza y en cuento lo hizo debajo de su capa salió un destello blanco, los guardias se sorprendieron y desenvainaron sus espadas cortas, pero no avanzaron porque el hombre hablo con un susurro tan afilado como una daga.
- Ustedes yacerán en el piso.
Y al terminar sus palabras, dos hombres que estaban sentados en una mesa saltaron por detrás de ellos y tomándolos del mentón pasaron sus espadas por las gargantas de los guardias haciendo que estos no tuvieran oportunidad, la madera se llenó de sangre y los cuerpos cayeron inertes salpicando todo al rededor. El bullicio de la taberna se transformó en un grito ahogado, y antes de que alguien pudiera reaccionar todas las luces desaparecieron, todas a la vez, el pánico se esparció en el ambiente y solo las espadas se hicieron sonar junto con la sangre derramada. Toda vida que hacia un segundo rebozaba se apagó como la leña en los braceros.
La puerta se abrió lentamente, de ella se asomó el encapuchado, muy cauteloso miro para ambos lados en busca de algún visitante no deseado, con un movimiento de su mano dio una señal y en un instante salieron veinte encapuchados más a toda velocidad, se treparon por los techos de madera, otros doblaron rápidamente por callejones oscuros mientras que dos de ellos se quedaron en la puerta, prendieron dos antorchas y las agitaron en el aire. En consecuencia a los lejos, en otra taberna que se veía más al sur casi llegando a la Puerta de los Tornados, la entrada de la ciudad, sucedió la misma frecuencia desde las ventanas se vieron las luces apagarse y al cabo de unos minutos, treinta encapuchados salieron sigilosamente dispersándose como las hormigas abandonando su hormiguero, los otros dos apagaron sus antorchas y uno de ellos hizo un ademán con la cabeza y salió corriendo hacia un callejón cercano, mientras que el otro se quedó en la puerta, hasta que un susurro perturbo el silencio.
- El sur está cubierto – dijo una voz semi aguda denotando que la edad no era muy avanzada – tuvimos que reducir a cuatro guardias, pero no fueron un problema – la voz provenía del techo de la taberna.
- Perfecto – dijo el que estaba delante de la puerta, desprendía un fuerte olor a muerte – ¿tuvimos alguna baja?
- Solo uno de los novatos – sonrió irónicamente – el idiota desenfundo antes de que las luces se apagaran – hizo una pausa mirando la nada – el guardia incrusto la espada en su pierna, tuve que encargarme de su objetivo, el maldito ya estaba huyendo, lo intercepte en la puerta, su cabeza no tardó nada en rodar por el piso.
- Bien echo – dijo el otro con seriedad – seguiremos con la misión, ve hacia el norte, al castillo del Ojo, allí neutralicen a los guardias y protejan el perímetro, el señor Osden no quiere ningún altercado, esperen mi señal para entrar al castillo.
Una vez terminada las instrucciones el otro encapuchado asintió y desapareció en la oscuridad, el viento comenzó a agitarse, señal de que el peligro se avecinaba, en un pequeño destello el encapuchado de la puerta desapareció.
La noche se mantenía igual de tranquila que antes, como si nada hubiera perturbado la paz con la sangre de los hijos del viento. En su ciudad había un castillo al norte, centrado en las tres torres, estas eran edificaciones gigantes que terminaban en una extensa terraza de piedra, allí nada parecía imponérsele, su seguridad era impenetrable, había guardias en todos lados, en las torres, por el perímetro del castillo, dentro del mismo y había puestos de vigilancia elevados en las dos esquinas que unían las paredes laterales y las de la puerta. Seis guardias caminaban por fuera de la puerta principal de madera, llevaban cada uno una armadura gris compuesta por un yelmo con un tornado en el centro labrado en plata, unos pantalones y botas de cuero, armados con una lanza en la mano y una espada en la cintura con la empuñadura plateada, patrullaban tranquilamente, en lo que duro un suspiro tres hombres encapuchados cayeron entre medio de ellos, tenían las caras cubiertas, pero se veían sus ojos blancos destellantes.
- ¡Guerreros de la Luna! – grito uno de los guardias mientras tomaba su lanza con las dos manos y se ponía en posición defensiva.
La espada del encapuchado se estrelló con la lanza y escupió chispas, el guardia contrarresto con una estocada, pero con un salto hacia el costado derecho el guerrero de ojos blancos lo pudo esquivar, cuando sus dos pies tocaron el suelo de nuevo se abalanzo contra el lancero, bajo su espada a la altura de su cintura y tomo la empuñadura con las dos manos para ganar más velocidad en la arremetida. Al ver esto el guardia estallo en risa.
- Te equivocas si crees que ganaras aquí con velocidad
Cuando sus palabras terminaron, clavo su lanza en el piso, saco su espada e hizo un paso, cuando su talón se despegó de la tierra una pequeña nube de polvo salió de él y como si se hubiera teletransportado ya estaba frente a su enemigo con la espada sobre la cabeza para bajarla con todas sus fuerzas, pero, aunque sabía que había sido más rápido que nunca, en su interior sintió que algo andaba mal. Cuando su espada tenía que haber probado la sangre se detuvo al bajar, su enemigo no se había movido ni un centímetro, sintió que su estómago se abría de par en par, el frío del acero se entibiaba con la sangre, pero sus ojos no entendían, en los últimos segundos de razón vio como el encapuchado se dividía en dos, su sombra tomaba forma y se transformaba en otro igual a él. Este había detenido su espada, cayó de espaldas mientras se desvanecía su existencia y de su boca salió un susurro.
- ¡Son… dos!
Sus ojos se pusieron en blanco y de su boca chorreaba un hilo de sangre. Los demás guardias vieron morir a su compañero y ordenaron la retirada, pero los guerreros de la luna sabían que si dejaban que desplegaran su velocidad serian inalcanzable y darían la voz de alarma, su primera prioridad era evitar la avanzada, aquellos que eran dos pasaron a ser cuatro y arrinconaron a los guardias dejándolos de espaldas al muro de piedra. Atacaron todos a la vez y los otros dos se unieron al combate, las lanzas y las espadas curvadas de los encapuchados escupían chispas cada vez más seguido una de las lanzas se rompió y al momento de desenvainar la espada, el guardia fue separado de su brazo, el otro se defendía como podía de dos que lo atacaban sin darle tregua, y los otros habían abandonado sus lanzas para luchar cuerpo a cuerpo. Uno alcanzo el cuello de un encapuchado dejándolo tumbado contra el piso con la sangre brotándole de la herida, esto hizo que se pusieran de igual número, cinco contra cinco, ya los guardias no estaban acorralados, sino que se desplegaban por todo el lugar y con cada uno un guerrero de la luna en frente, pero ninguno realizó movimiento. El viento se empezó a remolinar, los encapuchados se echaron hacia atrás y guardaron sus espadas, los guardias desconcertados se miraban entre si hasta que a los lejos divisaron una figura, un encapuchado caminaba lentamente hacia su posición llevaba una capa negra que le cubría la zona del pelo y la boca, unos pantalones de cuero gris y unas sandalias en los pies, los ojos blancos se cruzaron con los de los guardias y uno estallo en cólera.
- Malditos vienen a nuestras tierras, matan a nuestros hermanos y creen que pueden caminar como si nada sucediera – escupió en el piso antes de seguir - ¡no lo puedo permitir!
Y sus palabras anticiparon sus movimientos, levanto el talón y un pequeño remolino de tierra salió de debajo de él y antes de pestañar ya estaba delante del encapuchado de negro con su espada en la mano y le propinó un corte por la izquierda a la altura del cuello, el guerrero de ojos blancos, tranquilo tomo la empuñadura de la espada la desenvaino y la envaino, sin que la hoja saliera y siguió caminando. El guardia quedo de espaldas a la espalda de su enemigo, no pudo girar, su espada tampoco estaba en su mano, cayo de rodillas al suelo y su cabeza choco con la tierra, tenía un tajo en la pierna, en el pecho y uno en el cuello, la sangre regó la tierra seca y no hubo ni una mueca, ni una palabra del encapuchado negro, él solo siguió caminando hacia sus compañeros. Los guardias maldijeron, no querían asombrarse de su enemigo iban a ocultar ese sentimiento, pero no podían negar que lo sentían, atacaron todos a la vez y su velocidad fue sorprendente, los cuatro eran muy rápidos llegaron casi volando y lo rodearon, allí fue cuando detuvo su marcha, demasiados cautelosos, los hijos del viento no atacaron hasta recibir respuestas del enemigo cuando este tomo de la misma manera la empuñadura de su espada circular, todos reaccionaron a la vez de todos los puntos, adelante, atrás, izquierda y derecha. Para alguien normal calcular los tiempos de cada uno de los cuatro sería imposible pero él lo hizo, primero se encargó del de su derecha con un movimiento de cintura giro y con su mano paro el rostro del guardia e impulsándolo hacia delante lo acostó de espaldas al suelo, al instante giro sobre su pie de apoyo y salto, los guardias lo siguieron con la espada en mano y cuando ninguno lo espero bajo a toda velocidad, solo se escuchó el “crack” de la empuñadura chocando con su funda pero otra vez la espada no salió, cayeron como hojas en pleno invierno, inertes, sin vida.
Sus pies tocaron el suelo y siguió caminando, la capucha ya no le cubría la cabeza y dejaba al descubierto su pelo gris todo despeinado, llego a donde estaban sus compañeros y todos hincaron una rodilla en el suelo y dijeron al unísono.
- ¡Capitán Shaasick!
Este hizo un gesto con la mano en señal de que se levantaran, todos hicieron caso y su voz resonó en la oscuridad.
- Guerreros de la Luna, han luchado bien – hizo una sonrisa casi imperceptible – tenemos que entrar al castillo y llegar hasta la Puerta del Viento, las ordenes de nuestro señor son claras, no debemos irrumpir, solo despejar el perímetro para el señor Osden - Todos escuchaban en silencio, el respeto se sentía en el aire – no podemos fallar solo tenemos una oportunidad, si la desperdiciamos, el viento desintegrara nuestros huesos. No se dejen ver, tenemos que ser uno con la oscuridad, lo de recién fue un gran error – dijo enojado mientras empezaba avanzar, patio a uno de los guardias que se encontraba muerto en el piso – La puerta principal está asegurada, quiero que tres se queden aquí y dos me acompañen hacia el interior, los que se queden esperen la señal para entrar, una vez que nos apoderemos de los puestos de vigilancia se lo haremos saber.
Todos asintieron con la cabeza, dos de los Guerreros de la Luna junto con Shaasick desaparecieron en la noche, mientras que los otros tres borraban la evidencia de que allí había habido una batalla, ocultaron los cuerpos, los de los guardias los apilaron y el cadáver de su hermano muerto lo sentaron apoyándolo contra la pared y con un movimiento preciso de sus manos le quitaron los ojos así como hacían con todos los muertos de su clan de la luna, luego de pasar por su ritual se fundieron en la noche, mientras que ahí parecía que no había sucedido nada.
El castillo era un río de sangre, los hijos del viento caían uno a uno ante ser sorprendidos con espadas curvas en sus cuellos por los guerreros de los ojos blancos, la parte inferior del castillo incluidos los puestos de vigilancia, habían sido conquistados, los extensos pasillos del castillo lleno de estandartes en las paredes recuadros de rostros irreconocibles, tornados labrados y allí al fondo de un pasillo angosto, una puerta roja, roja como la sangre, como la rosa, como el segundo sol que se divisaba cada quince largos años, una puerta gigantesca para cualquier hombre común, una puerta que significaba el desenlace y el principio de otra historia y frente a ella el capitán Shaasick con cinco de sus guerreros de la luna, comenzó a hablar.
- Hemos llegado. – hizo una pausa y miro a sus compañeros – solo debemos…
Y antes de que pudiera seguir hablando, la puerta se abrió, el ruido crepitante de la madera hizo retroceder a todos menos a Shaasick que extrañadamente estaba hincado en su rodilla derecha en forma de reverencia. El Dios de la Oscuridad, el Señor de las Nueve Lunas, el Destajador, el Dios sin Rostro y muchos otros apodos le habían otorgado al señor Osden quien dejo ver solo su túnica violeta mientras la puerta volvía a cerrarse dejando a sus seguidores del otro lado de la habitación.
Un salón totalmente de roca maciza adornado con piedras preciosas, el techo en forma de cúpula llevaba pinturas de colores vivos, animales, humanos y los dioses plasmados en un lienzo por un simple pincel, al final de la habitación, un trono de acero, en sus apoya brazos salían dos cabezas, una de león y la otra de una gacelapantera, y sentado sobre él, el Dios más veloz de todos, Theryan, el primero de los siete dioses, quien al ver a su hermano menor dijo con gracia.
- Curioso ¿verdad? – decía mientras admiraba la sala como si fuera la primera vez que estaba allí – cómo los humanos creen que este sitio es de un gran valor… ¿y qué es esto hermano menor? - le pregunto a Osden con una sonrisa burlona - piedra, es piedra hermanito - soltó una carcajada tonta que resonó en todo el lugar y se incorporó del trono, era flaco y de piernas largas aunque no muy alto, tenía una cabellera marrón claro y adornada con una pequeña tiara con un rubí en el medio, su cara era larga y afilada, sus orejas terminaban en punta y sus ojos eran de un celeste profundo como el cielo, llevaba una túnica marrón oscuro y debajo su torso desnudo, hizo dos pasos y siguió hablando.
- Pero ellos insisten en que los usemos, ¿y cómo decirle que no a esos pequeños animales con sentimientos? Padre estaría decepcionado al ver en que se convirtieron sus creaciones. Ahora dime hermano, ¿qué te hizo cruzar mis tornados, matar a mi gente e irrumpir mi cena?
Osden miraba fijamente a Theryan, inmóvil, llevaba una túnica larga hasta los pies con bordados dorados, un pelo negro y largo hasta la cintura y su rostro oculto tras una máscara blanca que solo dejaba ver sus ojos que hacían juego con su túnica, en su espalda una guadaña atada a una correa que le recorría el pecho y envolvía el arma
- Solo vengo hablar - la voz era grave, calma y profunda, se sentía como si acariciara el alma.
- Pues aquí me tienes, habla antes de que te corte esa mascara tonta que tienes - y entre carcajadas Theryan que estaba en frente de Osden ahora con un dedo acariciaba desde su espalda la máscara blanca.
- ¡Te confundes de hermano! - dijo el Dios sin Rostro mientras tomaba de su espalda la guadaña y la arrojaba contra una cortina de seda roja que había detrás del trono, cuando la corto dejo al descubierto a una figura alta de cabellera dorada, con facciones talladas y delicadas, tenía los ojos verdes claros y bestia una camisola blanca de seda con un pantalón de cuero negro, su sonrisa era tan delicada y cálida que enternecía al mirarla.
- No hacía falta cortar tan bellísimas cortinas, solo bastaba con decir mi nombre, mi querido hermano menor - su voz también tranquila, recordaba a la brisa que agita el pasto de las praderas en una tarde de primavera – Dime ¿qué te trae a nuestra pequeña reunión?
Osden sin alterarse en lo más mínimo extendió su mano y su guadaña volvió a su dueño, la coloco nuevamente en su espalda, de haber estado Theryan ahí lo hubiera cortado a la mitad, pero este ya estaba al lado de su otro hermano.
- Lamento interrumpir, pero no podía perderme una reunión a la luz de la luna, hermano Rhidan - bromeo, pero su tono de voz no parecía hacerlo.
- ¡Perfecto, perfecto! - Dijo este con una sonrisa tonta - entonces ¡ya estamos todos! - abrió los brazos en señal de recibimiento – Cuatro de los hermanos unidos, ¡este momento merece del mejor vino de los humanos!
- ¿Cuatro? - pregunto Osden confuso, pero vio que en la ventana se posaba una hibrida, su hermana, Meria.
- El viento, el cielo y la tierra - dijo irónicamente dejando escapar un bufido - debí de suponerlo.
- Pues supones muy bien, hermano, como puedes ver, los tiempos están cambiando, ya no podemos permitir que las cosas sigan así...
De lo que paso en esa habitación solo quedan suposiciones, mitos e historias que pasaron a través del tiempo, lo concreto es que esa noche estallo la guerra.
El castillo de la luz fue profanado, todos los magos que habitaban en él fueron masacrados y con ellos todos sus conocimientos, aquellos asesinos eran encapuchados de ojos blancos. Se dice que bastaron de 40 cabezas para exterminar a todos, el castillo apago su luz, y se convirtió en cenizas, de Luri la Diosa de la Luz no se encontraron rastros hasta hoy en día. Los guerreros de la luna fueron nombrados traidores y perseguidos hasta la muerte. Pero esa es la historia de nuestra historia, la que empezamos a contar cuando otra termina, cien años después cuando las guerras cesaron y los héroes solo aparecían en las canciones e historias, todos llamaban a este tiempo la Era del Amanecer, ahí reinaba la paz, las ciudades eran otras y sus líderes también, pero el comienzo de otra historia empieza en el pueblo de Wash, situado al sur de la ciudad más grande, donde reina un solo rey.
Un solo punto es que en cuanto a las correcciones ortográficas y puntuaciones, no fueron corregidas pero estoy al tanto de las tildes faltantes!
Ahora les dejo el primer capitulo espero que les guste y me comenten que tal
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La era de los dioses
Una Luna en la Tormenta
La noche se alzaba en los cielos, eran los primeros días de invierno y el frío era abrazador. Muy al norte del mundo antiguo las temperaturas eran un poco más templadas pero esa noche era más fría que ninguna otra en el Ojo de Tormenta, los hijos del viento residían en sus casas refugiándose en las llamas que envolvían a unos maderos ardientes, la ciudad yacía silenciosa. Los burdeles estaban atestados de gente, hacia unos dos soles un grupo de mercaderes habían llegado a la ciudad, no se veían forasteros muy seguido ya que la seguridad era muy estricta pero cada cierto tiempo se dejaba entrar mercadería y con ellos un grupo de treinta o cincuenta cabezas y qué mejor para pasar el frío que el calor de una chimenea y la compañía de una mujer. La cerveza y los cánticos de borrachos iban y venían, en el piso superior se escuchaban ruidos pertenecientes a una pelea, entre gritos amenazantes y empujones uno de los dos que se peleaban rodó por las escaleras y con un golpe seco cayó al piso, no hizo más que tocar el suelo que dos guardias de turno los sacaron del lugar haciéndolo volar por la puerta, el borracho gritó <<son farsantes>> y la puerta se cerró dejando de él solo la estela de sus palabras, los dos guardias estallaron a carcajadas mientras daban media vuelta y miraban a la escalera por donde bajaba el otro agresor.
- ¡Tú! – dijo unos de los guardias – no quiero verte armar más disturbios o terminaras con tu amigo en el suelo de la calle – esbozo una sonrisa arrogante a su compañero, mientras que el hombre que bajaba por las escaleras llevaba una capucha que ocultaba su rostro, tenía una capa oscura que le llegaba a las rodillas y cubría la totalidad de su torso, se detuvo en el medio de la escalera.
El mismo guardia ahora un poco más irritado volvió a hablarle.
- ¿Qué haces ahí? Baja ahora mismo – al no recibir respuesta puso un pie en la escalera amenazando subir a buscarlo – ¿qué estas sordo, quieres terminar boca abajo en el piso? ¿eh? ¡Contesta!
El hombre de la escalera levanto la cabeza y en cuento lo hizo debajo de su capa salió un destello blanco, los guardias se sorprendieron y desenvainaron sus espadas cortas, pero no avanzaron porque el hombre hablo con un susurro tan afilado como una daga.
- Ustedes yacerán en el piso.
Y al terminar sus palabras, dos hombres que estaban sentados en una mesa saltaron por detrás de ellos y tomándolos del mentón pasaron sus espadas por las gargantas de los guardias haciendo que estos no tuvieran oportunidad, la madera se llenó de sangre y los cuerpos cayeron inertes salpicando todo al rededor. El bullicio de la taberna se transformó en un grito ahogado, y antes de que alguien pudiera reaccionar todas las luces desaparecieron, todas a la vez, el pánico se esparció en el ambiente y solo las espadas se hicieron sonar junto con la sangre derramada. Toda vida que hacia un segundo rebozaba se apagó como la leña en los braceros.
La puerta se abrió lentamente, de ella se asomó el encapuchado, muy cauteloso miro para ambos lados en busca de algún visitante no deseado, con un movimiento de su mano dio una señal y en un instante salieron veinte encapuchados más a toda velocidad, se treparon por los techos de madera, otros doblaron rápidamente por callejones oscuros mientras que dos de ellos se quedaron en la puerta, prendieron dos antorchas y las agitaron en el aire. En consecuencia a los lejos, en otra taberna que se veía más al sur casi llegando a la Puerta de los Tornados, la entrada de la ciudad, sucedió la misma frecuencia desde las ventanas se vieron las luces apagarse y al cabo de unos minutos, treinta encapuchados salieron sigilosamente dispersándose como las hormigas abandonando su hormiguero, los otros dos apagaron sus antorchas y uno de ellos hizo un ademán con la cabeza y salió corriendo hacia un callejón cercano, mientras que el otro se quedó en la puerta, hasta que un susurro perturbo el silencio.
- El sur está cubierto – dijo una voz semi aguda denotando que la edad no era muy avanzada – tuvimos que reducir a cuatro guardias, pero no fueron un problema – la voz provenía del techo de la taberna.
- Perfecto – dijo el que estaba delante de la puerta, desprendía un fuerte olor a muerte – ¿tuvimos alguna baja?
- Solo uno de los novatos – sonrió irónicamente – el idiota desenfundo antes de que las luces se apagaran – hizo una pausa mirando la nada – el guardia incrusto la espada en su pierna, tuve que encargarme de su objetivo, el maldito ya estaba huyendo, lo intercepte en la puerta, su cabeza no tardó nada en rodar por el piso.
- Bien echo – dijo el otro con seriedad – seguiremos con la misión, ve hacia el norte, al castillo del Ojo, allí neutralicen a los guardias y protejan el perímetro, el señor Osden no quiere ningún altercado, esperen mi señal para entrar al castillo.
Una vez terminada las instrucciones el otro encapuchado asintió y desapareció en la oscuridad, el viento comenzó a agitarse, señal de que el peligro se avecinaba, en un pequeño destello el encapuchado de la puerta desapareció.
La noche se mantenía igual de tranquila que antes, como si nada hubiera perturbado la paz con la sangre de los hijos del viento. En su ciudad había un castillo al norte, centrado en las tres torres, estas eran edificaciones gigantes que terminaban en una extensa terraza de piedra, allí nada parecía imponérsele, su seguridad era impenetrable, había guardias en todos lados, en las torres, por el perímetro del castillo, dentro del mismo y había puestos de vigilancia elevados en las dos esquinas que unían las paredes laterales y las de la puerta. Seis guardias caminaban por fuera de la puerta principal de madera, llevaban cada uno una armadura gris compuesta por un yelmo con un tornado en el centro labrado en plata, unos pantalones y botas de cuero, armados con una lanza en la mano y una espada en la cintura con la empuñadura plateada, patrullaban tranquilamente, en lo que duro un suspiro tres hombres encapuchados cayeron entre medio de ellos, tenían las caras cubiertas, pero se veían sus ojos blancos destellantes.
- ¡Guerreros de la Luna! – grito uno de los guardias mientras tomaba su lanza con las dos manos y se ponía en posición defensiva.
La espada del encapuchado se estrelló con la lanza y escupió chispas, el guardia contrarresto con una estocada, pero con un salto hacia el costado derecho el guerrero de ojos blancos lo pudo esquivar, cuando sus dos pies tocaron el suelo de nuevo se abalanzo contra el lancero, bajo su espada a la altura de su cintura y tomo la empuñadura con las dos manos para ganar más velocidad en la arremetida. Al ver esto el guardia estallo en risa.
- Te equivocas si crees que ganaras aquí con velocidad
Cuando sus palabras terminaron, clavo su lanza en el piso, saco su espada e hizo un paso, cuando su talón se despegó de la tierra una pequeña nube de polvo salió de él y como si se hubiera teletransportado ya estaba frente a su enemigo con la espada sobre la cabeza para bajarla con todas sus fuerzas, pero, aunque sabía que había sido más rápido que nunca, en su interior sintió que algo andaba mal. Cuando su espada tenía que haber probado la sangre se detuvo al bajar, su enemigo no se había movido ni un centímetro, sintió que su estómago se abría de par en par, el frío del acero se entibiaba con la sangre, pero sus ojos no entendían, en los últimos segundos de razón vio como el encapuchado se dividía en dos, su sombra tomaba forma y se transformaba en otro igual a él. Este había detenido su espada, cayó de espaldas mientras se desvanecía su existencia y de su boca salió un susurro.
- ¡Son… dos!
Sus ojos se pusieron en blanco y de su boca chorreaba un hilo de sangre. Los demás guardias vieron morir a su compañero y ordenaron la retirada, pero los guerreros de la luna sabían que si dejaban que desplegaran su velocidad serian inalcanzable y darían la voz de alarma, su primera prioridad era evitar la avanzada, aquellos que eran dos pasaron a ser cuatro y arrinconaron a los guardias dejándolos de espaldas al muro de piedra. Atacaron todos a la vez y los otros dos se unieron al combate, las lanzas y las espadas curvadas de los encapuchados escupían chispas cada vez más seguido una de las lanzas se rompió y al momento de desenvainar la espada, el guardia fue separado de su brazo, el otro se defendía como podía de dos que lo atacaban sin darle tregua, y los otros habían abandonado sus lanzas para luchar cuerpo a cuerpo. Uno alcanzo el cuello de un encapuchado dejándolo tumbado contra el piso con la sangre brotándole de la herida, esto hizo que se pusieran de igual número, cinco contra cinco, ya los guardias no estaban acorralados, sino que se desplegaban por todo el lugar y con cada uno un guerrero de la luna en frente, pero ninguno realizó movimiento. El viento se empezó a remolinar, los encapuchados se echaron hacia atrás y guardaron sus espadas, los guardias desconcertados se miraban entre si hasta que a los lejos divisaron una figura, un encapuchado caminaba lentamente hacia su posición llevaba una capa negra que le cubría la zona del pelo y la boca, unos pantalones de cuero gris y unas sandalias en los pies, los ojos blancos se cruzaron con los de los guardias y uno estallo en cólera.
- Malditos vienen a nuestras tierras, matan a nuestros hermanos y creen que pueden caminar como si nada sucediera – escupió en el piso antes de seguir - ¡no lo puedo permitir!
Y sus palabras anticiparon sus movimientos, levanto el talón y un pequeño remolino de tierra salió de debajo de él y antes de pestañar ya estaba delante del encapuchado de negro con su espada en la mano y le propinó un corte por la izquierda a la altura del cuello, el guerrero de ojos blancos, tranquilo tomo la empuñadura de la espada la desenvaino y la envaino, sin que la hoja saliera y siguió caminando. El guardia quedo de espaldas a la espalda de su enemigo, no pudo girar, su espada tampoco estaba en su mano, cayo de rodillas al suelo y su cabeza choco con la tierra, tenía un tajo en la pierna, en el pecho y uno en el cuello, la sangre regó la tierra seca y no hubo ni una mueca, ni una palabra del encapuchado negro, él solo siguió caminando hacia sus compañeros. Los guardias maldijeron, no querían asombrarse de su enemigo iban a ocultar ese sentimiento, pero no podían negar que lo sentían, atacaron todos a la vez y su velocidad fue sorprendente, los cuatro eran muy rápidos llegaron casi volando y lo rodearon, allí fue cuando detuvo su marcha, demasiados cautelosos, los hijos del viento no atacaron hasta recibir respuestas del enemigo cuando este tomo de la misma manera la empuñadura de su espada circular, todos reaccionaron a la vez de todos los puntos, adelante, atrás, izquierda y derecha. Para alguien normal calcular los tiempos de cada uno de los cuatro sería imposible pero él lo hizo, primero se encargó del de su derecha con un movimiento de cintura giro y con su mano paro el rostro del guardia e impulsándolo hacia delante lo acostó de espaldas al suelo, al instante giro sobre su pie de apoyo y salto, los guardias lo siguieron con la espada en mano y cuando ninguno lo espero bajo a toda velocidad, solo se escuchó el “crack” de la empuñadura chocando con su funda pero otra vez la espada no salió, cayeron como hojas en pleno invierno, inertes, sin vida.
Sus pies tocaron el suelo y siguió caminando, la capucha ya no le cubría la cabeza y dejaba al descubierto su pelo gris todo despeinado, llego a donde estaban sus compañeros y todos hincaron una rodilla en el suelo y dijeron al unísono.
- ¡Capitán Shaasick!
Este hizo un gesto con la mano en señal de que se levantaran, todos hicieron caso y su voz resonó en la oscuridad.
- Guerreros de la Luna, han luchado bien – hizo una sonrisa casi imperceptible – tenemos que entrar al castillo y llegar hasta la Puerta del Viento, las ordenes de nuestro señor son claras, no debemos irrumpir, solo despejar el perímetro para el señor Osden - Todos escuchaban en silencio, el respeto se sentía en el aire – no podemos fallar solo tenemos una oportunidad, si la desperdiciamos, el viento desintegrara nuestros huesos. No se dejen ver, tenemos que ser uno con la oscuridad, lo de recién fue un gran error – dijo enojado mientras empezaba avanzar, patio a uno de los guardias que se encontraba muerto en el piso – La puerta principal está asegurada, quiero que tres se queden aquí y dos me acompañen hacia el interior, los que se queden esperen la señal para entrar, una vez que nos apoderemos de los puestos de vigilancia se lo haremos saber.
Todos asintieron con la cabeza, dos de los Guerreros de la Luna junto con Shaasick desaparecieron en la noche, mientras que los otros tres borraban la evidencia de que allí había habido una batalla, ocultaron los cuerpos, los de los guardias los apilaron y el cadáver de su hermano muerto lo sentaron apoyándolo contra la pared y con un movimiento preciso de sus manos le quitaron los ojos así como hacían con todos los muertos de su clan de la luna, luego de pasar por su ritual se fundieron en la noche, mientras que ahí parecía que no había sucedido nada.
El castillo era un río de sangre, los hijos del viento caían uno a uno ante ser sorprendidos con espadas curvas en sus cuellos por los guerreros de los ojos blancos, la parte inferior del castillo incluidos los puestos de vigilancia, habían sido conquistados, los extensos pasillos del castillo lleno de estandartes en las paredes recuadros de rostros irreconocibles, tornados labrados y allí al fondo de un pasillo angosto, una puerta roja, roja como la sangre, como la rosa, como el segundo sol que se divisaba cada quince largos años, una puerta gigantesca para cualquier hombre común, una puerta que significaba el desenlace y el principio de otra historia y frente a ella el capitán Shaasick con cinco de sus guerreros de la luna, comenzó a hablar.
- Hemos llegado. – hizo una pausa y miro a sus compañeros – solo debemos…
Y antes de que pudiera seguir hablando, la puerta se abrió, el ruido crepitante de la madera hizo retroceder a todos menos a Shaasick que extrañadamente estaba hincado en su rodilla derecha en forma de reverencia. El Dios de la Oscuridad, el Señor de las Nueve Lunas, el Destajador, el Dios sin Rostro y muchos otros apodos le habían otorgado al señor Osden quien dejo ver solo su túnica violeta mientras la puerta volvía a cerrarse dejando a sus seguidores del otro lado de la habitación.
Un salón totalmente de roca maciza adornado con piedras preciosas, el techo en forma de cúpula llevaba pinturas de colores vivos, animales, humanos y los dioses plasmados en un lienzo por un simple pincel, al final de la habitación, un trono de acero, en sus apoya brazos salían dos cabezas, una de león y la otra de una gacelapantera, y sentado sobre él, el Dios más veloz de todos, Theryan, el primero de los siete dioses, quien al ver a su hermano menor dijo con gracia.
- Curioso ¿verdad? – decía mientras admiraba la sala como si fuera la primera vez que estaba allí – cómo los humanos creen que este sitio es de un gran valor… ¿y qué es esto hermano menor? - le pregunto a Osden con una sonrisa burlona - piedra, es piedra hermanito - soltó una carcajada tonta que resonó en todo el lugar y se incorporó del trono, era flaco y de piernas largas aunque no muy alto, tenía una cabellera marrón claro y adornada con una pequeña tiara con un rubí en el medio, su cara era larga y afilada, sus orejas terminaban en punta y sus ojos eran de un celeste profundo como el cielo, llevaba una túnica marrón oscuro y debajo su torso desnudo, hizo dos pasos y siguió hablando.
- Pero ellos insisten en que los usemos, ¿y cómo decirle que no a esos pequeños animales con sentimientos? Padre estaría decepcionado al ver en que se convirtieron sus creaciones. Ahora dime hermano, ¿qué te hizo cruzar mis tornados, matar a mi gente e irrumpir mi cena?
Osden miraba fijamente a Theryan, inmóvil, llevaba una túnica larga hasta los pies con bordados dorados, un pelo negro y largo hasta la cintura y su rostro oculto tras una máscara blanca que solo dejaba ver sus ojos que hacían juego con su túnica, en su espalda una guadaña atada a una correa que le recorría el pecho y envolvía el arma
- Solo vengo hablar - la voz era grave, calma y profunda, se sentía como si acariciara el alma.
- Pues aquí me tienes, habla antes de que te corte esa mascara tonta que tienes - y entre carcajadas Theryan que estaba en frente de Osden ahora con un dedo acariciaba desde su espalda la máscara blanca.
- ¡Te confundes de hermano! - dijo el Dios sin Rostro mientras tomaba de su espalda la guadaña y la arrojaba contra una cortina de seda roja que había detrás del trono, cuando la corto dejo al descubierto a una figura alta de cabellera dorada, con facciones talladas y delicadas, tenía los ojos verdes claros y bestia una camisola blanca de seda con un pantalón de cuero negro, su sonrisa era tan delicada y cálida que enternecía al mirarla.
- No hacía falta cortar tan bellísimas cortinas, solo bastaba con decir mi nombre, mi querido hermano menor - su voz también tranquila, recordaba a la brisa que agita el pasto de las praderas en una tarde de primavera – Dime ¿qué te trae a nuestra pequeña reunión?
Osden sin alterarse en lo más mínimo extendió su mano y su guadaña volvió a su dueño, la coloco nuevamente en su espalda, de haber estado Theryan ahí lo hubiera cortado a la mitad, pero este ya estaba al lado de su otro hermano.
- Lamento interrumpir, pero no podía perderme una reunión a la luz de la luna, hermano Rhidan - bromeo, pero su tono de voz no parecía hacerlo.
- ¡Perfecto, perfecto! - Dijo este con una sonrisa tonta - entonces ¡ya estamos todos! - abrió los brazos en señal de recibimiento – Cuatro de los hermanos unidos, ¡este momento merece del mejor vino de los humanos!
- ¿Cuatro? - pregunto Osden confuso, pero vio que en la ventana se posaba una hibrida, su hermana, Meria.
- El viento, el cielo y la tierra - dijo irónicamente dejando escapar un bufido - debí de suponerlo.
- Pues supones muy bien, hermano, como puedes ver, los tiempos están cambiando, ya no podemos permitir que las cosas sigan así...
De lo que paso en esa habitación solo quedan suposiciones, mitos e historias que pasaron a través del tiempo, lo concreto es que esa noche estallo la guerra.
El castillo de la luz fue profanado, todos los magos que habitaban en él fueron masacrados y con ellos todos sus conocimientos, aquellos asesinos eran encapuchados de ojos blancos. Se dice que bastaron de 40 cabezas para exterminar a todos, el castillo apago su luz, y se convirtió en cenizas, de Luri la Diosa de la Luz no se encontraron rastros hasta hoy en día. Los guerreros de la luna fueron nombrados traidores y perseguidos hasta la muerte. Pero esa es la historia de nuestra historia, la que empezamos a contar cuando otra termina, cien años después cuando las guerras cesaron y los héroes solo aparecían en las canciones e historias, todos llamaban a este tiempo la Era del Amanecer, ahí reinaba la paz, las ciudades eran otras y sus líderes también, pero el comienzo de otra historia empieza en el pueblo de Wash, situado al sur de la ciudad más grande, donde reina un solo rey.