Pongo uno de los últimos capítulos que he escrito de mi novela, que me está llevando por la calle de la amargura porque creo que no consigo que me guste el resultado. Veréis varios "(...)" porque he suprimido varias líneas para no pasarme de las 1000 páginas. Lo dejo aquí para quien pueda/quiera echar un cable.
Contexto (para que lo entendáis sin haber leido lo anterior): Dayana ha derrotado a Amalia, líder del crimen organizado en la ciudad de Bosta. Debido a su acción heroíca, el infante Citron y la infanta Jaranna hacen una visita oficial a dicha ciudad para rendirle honores de heroína.
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Contexto (para que lo entendáis sin haber leido lo anterior): Dayana ha derrotado a Amalia, líder del crimen organizado en la ciudad de Bosta. Debido a su acción heroíca, el infante Citron y la infanta Jaranna hacen una visita oficial a dicha ciudad para rendirle honores de heroína.
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Llegado el día de la visita oficial, Dayana se vistió de un modo inusual en ella: con un vestido violeta, zapatos de tacón, collar, pendientes y diadema de plata.(...)
—¿Estás visible? —se oyó la voz de Cneo mientras Dayana terminaba de empaquetar su equipaje para partir tras la fiesta.
—¡Si, ya estoy vestida, Cneo, puedes pasar!
—Te queda muy bien, Dayanita.
—Gracias —contestó sonriendo—. Estoy muy nerviosa, nunca he estado ante alguien de la realeza y…
Dayana no pudo continuar debido a un ataque de tos, Cneo le golpeó la espalda para ayudarla, y a continuación, le dio de beber de una cantimplora que encontró cerca.
—Gracias —dijo recuperada—, un momento... esa cantimplora...
—Es la que tú traías.
—¡Maldición! ¡Es la pócima de la verdad que hice para interrogar a Amalia!
—¿Qué? —exclamó Máximus alarmado— Entonces, ¿Ahora no puedes controlar tu sinceridad?
—¡No!
—¡Y deben de estar para llegar! ¡Cneo, ve a ver a Dulcamara, corre!
Cneo se apresuró mientras se oyó una voz de fuera.
—¡Que salga la heroína!
—Vamos, Dayana —dijo Máximus nervioso—. No podemos no presentarnos ante los infantes. Intenta no hablar.
La joven salió junto con el exsoldado, y se deshicieron en vítores. El infante Citron, junto con su esposa, la infanta Jaranna, se encontraban sentados en sillas con asiento de terciopelo, ante una alfombra que habían puesto delante. Junto con ellos estaban sus dos hijos, niños de diez años que habían aprendido a comportarse bajo un protocolo muy estricto. Tras atravesar el pasillo de personas congregadas en torno a ella, Dayana se encontró cara a cara con aquella familia de alta alcurnia.
—Buenos días, Dayana —le saludó la infanta.
—Buenos días, alteza.
—¿Qué sientes al encontrarte ante nosotros?
—Es extraño... mi padre me contó que antes de casarse con mi madre fue novio de una criada de la casa real, y que siempre hablaba de vuestros frecuentes gases, alteza.
Toda la multitud de alrededor comenzó a reirse, menos Máximus, que estaba al borde de un ataque de nervios. Incluso los hijos de los infantes se reían a carcajadas.
—¿Sabes ante quien te hayas, jovencita? —replicó la infanta ofendida.
—Lo siento, no puedo evitarlo... me han dado sin querer un bebedizo que hace que no pueda callarme lo que pienso realmente.
Eso empeoraba la situación. Dayana estaba dejando muy claro que lo que acababa de decir sobre la infanta era verdad. Afortunadamente para ella, el hecho de no querer perder popularidad hacía que no la mandaran arrestar ante toda la multitud. El infante, intentando disimular lo molesto que se encontraba, decidió intervenir.
—Estamos aquí, porque al parecer, has ayudado a salvar esta ciudad de una criminal con un poder tan grande que ni el ejército podía con ella. ¿Es cierto?
—No. (…) Acabé con el poder de Amalia, sí. Sin embargo, no es verdad que el ejército no pudiera con ella, sino que ella tenía comprado el ejército. Las autoridades aceptan los sobornos del hampa, y quien más dinero tenía aquí era Amalia. Los militares de rangos menores no tienen culpa, pero los generales están muy corrompidos.
A partir de aquí, las multitudes empezaron a proferir gritos de asentimiento ante las palabras de Dayana. La infanta alzó un brazo para que callaran, y tomó la palabra
—Esto que cuentas es horrible. ¡Detened a todos los generales y que sean interrogados! ¡Soy familia del rey y mi rango está por encima del de ellos! Por otra parte, es increible que tú mataras a todos los hombres de Amalia con una ballesta, ¿Cómo puedes tener esa destreza?
—Soy hija del comandante Mark Blossom. Él me entrenó.
Entonces los vítores se hicieron apabullantes. Máximus suspiró aliviado, pues ahora no habría malas consecuencias para ella: heroína de Bosta e hija de un héroe: la Corona no osaría ponerle la mano encima pese a la humillación a la infanta.
—¿Tu padre es el comandante Blossom?
—Sí, Alteza. Lamento que esto se sepa, pues ahora todo el mundo sabe que mi padre habla sobre vuestras flatulencias. ¡Perdón, no quería volver a hablar de esto!
Todos volvieron a reirse a carcajadas.
(...)
—Ahora hay un banquete en tu honor —informó el capitán—. Preferiríamos sentarnos contigo, pero creo que te va a tocar con los infantes. ¿Cómo se te ha ocurrido decirle eso a la infanta?
—Cosas de una pócima, ¡Ya lo he dicho! Pero ya se me han pasado los efectos.
—¡Menos mal que se te han pasado! —afirmó una voz a la espalda de la joven.
Al volverse, Dayana encontró a dos soldados, que a juzgar por su lujosa y resplandeciente coraza, así como por su casco, pertenecían a la guardia real.
—Ven, ya está lista la mesa, te acompañaremos para que te reunas con los infantes. ¡A su alteza la infanta Jaranna le agradará saber que ya no vas a decir que...!
—¡Calla, hombre, no lo repitas! —le espetó el otro guardia.
Los guardias reales la condujeron a la plaza central, donde se había dispuesto una mesa redonda llena de comida. (...). Tras alzar la mano la infanta, se hizo el silencio.
—Podéis sentaros.
Tras decir esto, hizo un gesto indicando a Dayana donde debía sentarse ella. A cada lado se sentó un infante, y en el lado de cada infante donde no estaba Dayana, estaba uno de los dos hijos. Una vez sentados todos. La infanta comenzó a decir unas palabras.
—Es un honor tener aquí a Dayana, hija de un hombre que luchó por nuestro reino, y yo, como perteneciente a la familia real, tengo en gran aprecio
—¡Pero si su padre dice que eres una pedorra! —La interrumpió una voz infantil.
—¡Cállate!
El niño recibió una bofetada por parte de su madre, y todos los presentes se echaron a reir. (...). Con cara de clara molestia, la infanta continuó.
—Ella ha demostrado ser digna hija de su padre, (...). ¡Brindemos por ella!
—¿Estás visible? —se oyó la voz de Cneo mientras Dayana terminaba de empaquetar su equipaje para partir tras la fiesta.
—¡Si, ya estoy vestida, Cneo, puedes pasar!
—Te queda muy bien, Dayanita.
—Gracias —contestó sonriendo—. Estoy muy nerviosa, nunca he estado ante alguien de la realeza y…
Dayana no pudo continuar debido a un ataque de tos, Cneo le golpeó la espalda para ayudarla, y a continuación, le dio de beber de una cantimplora que encontró cerca.
—Gracias —dijo recuperada—, un momento... esa cantimplora...
—Es la que tú traías.
—¡Maldición! ¡Es la pócima de la verdad que hice para interrogar a Amalia!
—¿Qué? —exclamó Máximus alarmado— Entonces, ¿Ahora no puedes controlar tu sinceridad?
—¡No!
—¡Y deben de estar para llegar! ¡Cneo, ve a ver a Dulcamara, corre!
Cneo se apresuró mientras se oyó una voz de fuera.
—¡Que salga la heroína!
—Vamos, Dayana —dijo Máximus nervioso—. No podemos no presentarnos ante los infantes. Intenta no hablar.
La joven salió junto con el exsoldado, y se deshicieron en vítores. El infante Citron, junto con su esposa, la infanta Jaranna, se encontraban sentados en sillas con asiento de terciopelo, ante una alfombra que habían puesto delante. Junto con ellos estaban sus dos hijos, niños de diez años que habían aprendido a comportarse bajo un protocolo muy estricto. Tras atravesar el pasillo de personas congregadas en torno a ella, Dayana se encontró cara a cara con aquella familia de alta alcurnia.
—Buenos días, Dayana —le saludó la infanta.
—Buenos días, alteza.
—¿Qué sientes al encontrarte ante nosotros?
—Es extraño... mi padre me contó que antes de casarse con mi madre fue novio de una criada de la casa real, y que siempre hablaba de vuestros frecuentes gases, alteza.
Toda la multitud de alrededor comenzó a reirse, menos Máximus, que estaba al borde de un ataque de nervios. Incluso los hijos de los infantes se reían a carcajadas.
—¿Sabes ante quien te hayas, jovencita? —replicó la infanta ofendida.
—Lo siento, no puedo evitarlo... me han dado sin querer un bebedizo que hace que no pueda callarme lo que pienso realmente.
Eso empeoraba la situación. Dayana estaba dejando muy claro que lo que acababa de decir sobre la infanta era verdad. Afortunadamente para ella, el hecho de no querer perder popularidad hacía que no la mandaran arrestar ante toda la multitud. El infante, intentando disimular lo molesto que se encontraba, decidió intervenir.
—Estamos aquí, porque al parecer, has ayudado a salvar esta ciudad de una criminal con un poder tan grande que ni el ejército podía con ella. ¿Es cierto?
—No. (…) Acabé con el poder de Amalia, sí. Sin embargo, no es verdad que el ejército no pudiera con ella, sino que ella tenía comprado el ejército. Las autoridades aceptan los sobornos del hampa, y quien más dinero tenía aquí era Amalia. Los militares de rangos menores no tienen culpa, pero los generales están muy corrompidos.
A partir de aquí, las multitudes empezaron a proferir gritos de asentimiento ante las palabras de Dayana. La infanta alzó un brazo para que callaran, y tomó la palabra
—Esto que cuentas es horrible. ¡Detened a todos los generales y que sean interrogados! ¡Soy familia del rey y mi rango está por encima del de ellos! Por otra parte, es increible que tú mataras a todos los hombres de Amalia con una ballesta, ¿Cómo puedes tener esa destreza?
—Soy hija del comandante Mark Blossom. Él me entrenó.
Entonces los vítores se hicieron apabullantes. Máximus suspiró aliviado, pues ahora no habría malas consecuencias para ella: heroína de Bosta e hija de un héroe: la Corona no osaría ponerle la mano encima pese a la humillación a la infanta.
—¿Tu padre es el comandante Blossom?
—Sí, Alteza. Lamento que esto se sepa, pues ahora todo el mundo sabe que mi padre habla sobre vuestras flatulencias. ¡Perdón, no quería volver a hablar de esto!
Todos volvieron a reirse a carcajadas.
(...)
—Ahora hay un banquete en tu honor —informó el capitán—. Preferiríamos sentarnos contigo, pero creo que te va a tocar con los infantes. ¿Cómo se te ha ocurrido decirle eso a la infanta?
—Cosas de una pócima, ¡Ya lo he dicho! Pero ya se me han pasado los efectos.
—¡Menos mal que se te han pasado! —afirmó una voz a la espalda de la joven.
Al volverse, Dayana encontró a dos soldados, que a juzgar por su lujosa y resplandeciente coraza, así como por su casco, pertenecían a la guardia real.
—Ven, ya está lista la mesa, te acompañaremos para que te reunas con los infantes. ¡A su alteza la infanta Jaranna le agradará saber que ya no vas a decir que...!
—¡Calla, hombre, no lo repitas! —le espetó el otro guardia.
Los guardias reales la condujeron a la plaza central, donde se había dispuesto una mesa redonda llena de comida. (...). Tras alzar la mano la infanta, se hizo el silencio.
—Podéis sentaros.
Tras decir esto, hizo un gesto indicando a Dayana donde debía sentarse ella. A cada lado se sentó un infante, y en el lado de cada infante donde no estaba Dayana, estaba uno de los dos hijos. Una vez sentados todos. La infanta comenzó a decir unas palabras.
—Es un honor tener aquí a Dayana, hija de un hombre que luchó por nuestro reino, y yo, como perteneciente a la familia real, tengo en gran aprecio
—¡Pero si su padre dice que eres una pedorra! —La interrumpió una voz infantil.
—¡Cállate!
El niño recibió una bofetada por parte de su madre, y todos los presentes se echaron a reir. (...). Con cara de clara molestia, la infanta continuó.
—Ella ha demostrado ser digna hija de su padre, (...). ¡Brindemos por ella!