24/04/2015 09:42 AM
DELIRIO (2 Parte)
Un terrible alarido rasgó el silencio que se respiraba en el pabellón nº 3; aquel grito descarnado, producto del miedo más absoluto, no produjo en él más que un letárgico sentimiento de indiferencia. Había perdido la cuenta de a cuantos hombres había escuchado gimotear como niños entre los muros de aquel lugar. Muchos, sería un eufemismo que no expresaría con exactitud cuántos fueron en realidad, y la verdad; es que uno acababa por acostumbrarse a todo.
Suspiró con resignación.
Al cambiar de postura en el mugriento suelo de su celda, sintió como un calambre le subía desde sus tobillos hasta la cadera, recorriendo vértebra a vértebra toda su espina dorsal, y terminando el trayecto detrás de su cabeza con un dolor pulsante; sentía agarrotados todos los miembros por la inactividad.
Como tantas otras veces se preguntó «¿Cómo he podido acabar aquí?» Como siempre ocurría poco después, la voz de dentro de su cabeza le daba la respuesta. Estaba harto de que siempre se entremetiera en asuntos que no le inmiscuían, pero formaba parte de él. ¡Era exasperante hasta límites insospechados! Más tarde y a pesar de sus reticencias, acababa por evocar antiguos y poco gratos recuerdos hasta que otra jornada volvía a recibirlo de nuevo.
Desde bien pequeñito que se percibió en él una vena una pizca malévola. Decían que no sonreía como los demás niños de la ciudad, que no jugaba con nadie de su misma edad, no hablaba con las demás personas, más tan solo lo hacía consigo mismo; evadía el contacto con la gente en general. No pasó mucho tiempo antes de que lo evitaran mientras cruzaban de calle y cuchicheaban señalándolo como si fuese el portador de algún tipo de plaga infecciosa. Durante muchos años creyó que quizás no estuviesen errados del todo, puede que se merecía lo que le sucedió a continuación.
Nadie cuestionó a sus progenitores cuando decidieron abandonarlo a su suerte, en uno de los lugares más decadentes de la ciudad, con la misma facilidad con la que uno se deshace de los desperdicios de la cocina. Recordaba el momento como si hubiese sido ayer: recordaba cómo no derramaron ni una sola lágrima por él, ni le dedicaron palabras de despedida, siquiera miraron una sola vez atrás mientras se alejaban irremediablemente. Los avergonzaba a ojos del populacho. Dejó de ser la sangre de su sangre desde aquel mismo instante. Según ellos, su hijo debía de estar poseído por algún ente ignominioso. Era violento, excéntrico y distante; el producto de la misma esencia de la maldad.
La realidad era que un día lo sorprendieron en las despensas de la casa; era noche cerrada y tan solo la luz de unas pocas velas titilaban en el hogar, en sus manos ensangrentadas aferraba fuertemente un cuchillo de trinchar, mientras a su vez, contemplaba con una expresión desprovista de cualquier tipo de emoción, el gato que yacía destripado en el centro de la moqueta azul. (Sus padres lo llamaban por el nombre de MaaU) Por alguna taxativa razón que escapaba a su consciente, la entidad de su cabeza consiguió obrar compulsivamente y no se pudo resistir a ella, apremiándolo a diseccionar al animal en situ. En aquel momento no alcanzaba a descifrar porque le obligó a actuar de una forma tan execrable, no comprendía porque no lograba ejercer ningún control sobre sus blandas extremidades, como tampoco entendía porque tenía que debía protagonizar un hecho que marcaría su futuro de por vida.
La dantesca escena fue más de lo que sus modestos padres lograron soportar; sus patéticos intentos por abandonar la las despensas de la casa como almas perseguidas por el diablo, quedaron grabadas en sus retinas para siempre. Abandonarlo para que muriera por el bien común, no les parecía después de todo, un acto tan atroz.
Al principio sintió como le embargaba una enorme desazón, seguida de una incontrolable rabia, para más tarde acabar dejándolo hueco como la cáscara de una nuez. Sus estados de ánimo eran volubles y muy cambiantes por aquel entonces; se había quedado solo. Durante meses maldijo aquella voz que se había instalado en su cabeza, estaba ahí desde que tenía conciencia, y no sabía él porqué, era una intrusa que interfería en su vida personal, sediciosa cuando tenía la oportunidad, aunque normalmente solía ser atenta y zalamera, por eso odiaba el acariciante y aterciopelado tono de su voz.
«¿Por qué te refocilas siempre con la parte mala de la historia?» Preguntó de pronto dicha voz. «A fin de cuentas, aprendimos mucho durante aquellos años juntos ¿No?»
Se recostó en la pared con lentitud, soltando un amargo quejido: le dolían casi todas las articulaciones del cuerpo.
―He aprendido es a odiarte cada día un poquito más, Ashur. ―le confesó.
«Que deprimente resultas cundo te pones así de melancólico.»
―Siento defraudarte y que no esté todo lo dichoso que te gustaría. ―dijo sacudiendo sus grilletes en el aire. ―tendrás que discúlpame si no me levanto y salto a la pata coja de la alegría.
«Tampoco hace falta que te pongas quisquilloso ahora», contestó antes de retirarse hacia un pequeño recoveco de su mente. «Está claro que hoy tienes uno de aquellos días.»
Suspiró, aunque sin replicar, sabía que no le iba a servir de nada que se desgañitara hasta quebrar su voz. Ashur era como una china dentro del zapato; diminuta, molesta y puñeteramente insidiosa; siempre atenta a la hora de lucir su irritante verborrea.
Era por su culpa que estaba encerrado allí, por sus maquinaciones, y por el dolor que le infligió a tanta gente por ceder a los impulsos que le provocaba. Muchos fueron los que perecieron por sus propias manos, tantos, que incluso había olvidado sus nombres, el recuero de sus rostros y el de sus llantos.
Otro desgarrado grito sonó varias estancias más abajo, un grito descarnado y lleno de terror, la sinfonía de una vida truncada en mil pedazos. Observó como una forma se escabullía hacia la zona más oscura de los dos metros cuadrados que tenia por celda. «¿Cucarachas o alguna rata tempranera?» Acertó a conjeturar. Muchas otras alimañas acompañaban los desvaríos de las personas que estaban allí encerradas.
Durante meses deambuló por las calles perdido y sin un rumbo aparente, las probabilidades de llevarse algo al estomago eran nulas; el hambre hizo de este un nudo duro y retorcido. Registró en casas abandonadas y en montones de porquería, buscó caridad en la gente, aunque no encontró más que desprecio, se las vio negras para conseguir un miserable pedazo de pan duro y, en él, no halló sustento para calmar su hambre. Pensó que era harto improbable que sus progenitores lo aceptasen aunque les implorase piedad; no tenía más familia a la que recurrir, ni amigos a los que poder pedir ayuda, era un paria poco ducho en mendigar después de todo. Contempló seriamente la posibilidad de encogerse en cualquier sucio callejón y esperar a que la muerte lo llevase a un sitio mejor. Puede que Amerantú fuese más misericordioso y menos despiadado que aquel mundo insensible y cruel, quizás este lo alejara de su miseria; del hambre y del frío que atería sus huesos por las noches.
Fueron días difíciles para un crío de tan solo nueve años.
Se llevó muchas sorpresas y recibió más palizas de las necesarias en el transcurso de aquellas penosas jornadas. Con el tiempo y con la ayuda de Ashur, aprendió a valerse por sí mismo y a moverse mejor por los sinuosos callejones de Vatício, por sus húmedos canales, cerca de las bulliciosas tabernas y por las aglomeradas avenidas, por su parques y mercados, incluso por el puerto; conocía las mejores zonas para el pillaje y los lugares donde le convenía no parar mucho tiempo sin perder los dientes en el proceso. Al poco tiempo escapaba de los matones cuando la situación lo requería, cultivando un sexto sentido que le prevenía cuando las cosas se iban a poner feas.
«Ha llovido mucho desde entonces.» Declaró de pronto Ashur, volviendo a ocupar parte de su mente e interrumpiendo sus divagaciones de nuevo. «Demasiado para empezar a preocuparse ahora.»
―Cierto ―Respondió tácito tras haber meditado largo rato las palabras de su abstracto compañero. ―Ha llovido mucho desde entonces. ―terminó por concluir, evadiendo su insidiosa retorica, y retornando de nuevo hasta aquella aciaga etapa de su vida.
Recordaba el decimotercer día del mes del Ocre como si fuera ayer. Era una mañana como las demás, el cielo lucia gris y unas nubes de tormenta amenazaban apareciendo por el horizonte, sus oportunidades de encontrar cobijo eran nulas. La fortuna o la simple providencia, quiso que cayera en gracia a un pobre anciano que pasaba por allí. El hombre no podía deja a un niño bajo las inclemencias de aquella tempestad, así que le propuso que lo acompañara; a un lugar donde la noche no lo alcanzaría famélico y aterido.
En aquel momento cargaba con trece inviernos sobre sus esqueléticos hombros, y en todo aquel periodo de tiempo, nadie se había dignado en echarle más que una mirada de soslayo. Hasta aquel instante. ¿Por qué ese hombre si lo hacía, que había visto en él? Era una situación del todo desconocida, no sabía cómo enfrentarse a ella, aún menos como interpretarla con claridad; recelaba de las personas por su instinto traicionero. Recordaba como un sinfín de emociones encontradas lo embargaron hasta anegarlo todo. ¿Coger la mano que le tendían o pasar otra noche al raso? Quien imaginaria que allí, en aquel mismo instante, acababa de decidir el rumbo que tomaría su vida desde aquel entonces.
Divagó con aquellos pensamientos en la oscuridad de su celda, e involuntariamente apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos; su expresión se hizo más sombría.
Al llegar a la casa fue recibido por un aluvión de abrazos, un montón de besos y un sinfín de carantoñas. A pesar de su suspicacia, aquella pareja de afables ancianos lo acogieron en su casa sin hacerle preguntas, sin ponerle ninguna condición a cambio, sin reticencias; le abrieron las puertas de su hogar de par en par. La mujer del hombre pasaba ya de los sesenta, era grande cómo una osa y radiaba una felicidad contagiosa; parecía que en cualquier momento iba a saltar y cogerlo para achucharlo hasta dejarlo seco. Por un momento se sintió integrado en una lar. Aquella noche comió toda la comida que un pequeño como él pudiese desear (que fue mucha) disfrutó algún tiempo de lo que tradicionalmente se conoce como una familia feliz, y pensó que aquello iba a durar para siempre. Quizás es que en el fondo aún seguía siendo un mocoso ingenuo.
Resultó que la pareja de sexagenarios no eran lo que aparentaban en absoluto, sus intenciones para nada pretendían ser misericordiosas. Un día echaron algo en la comida con la intención de dejarlo inconsciente (probablemente raíz de mandrágora o una destilación de belladona) drogarlo para que no pudiese resistirse a ellos. Al parecer la pareja de ancianos tenían un trato con un mercader de esclavos que esperaba fuera de la ciudad (pues estaba prohibido por ley traficar con personas sin el beneplácito de las autoridades), este aguardaba impaciente a que le trajeran nuevo género con el que tratar.
Que estúpido fue el confiar en poder tener una vida distinta lejos de las calles, un imbécil al creer que eso podía ser posible, que existía algo similar al afecto en las personas. La voz ya le previno, pero no quiso hacer caso de sus advertencias, estaba tan harto que le mintieran o que jugasen con sus emociones, y bien sabía lo manipulador que podía llegar a ser Ashur en ese aspecto, que decidió hacer oídos sordos a sus consejos. Así fue como cayó en la treta de aquellos dos; atraído igual que un osezno por un panal de miel. Para desventura de la pareja, él no era el chico normal que ellos pensaban que se trataba, y aquel fue el último error que cometieron.
Muy a pesar de que estuviera atado en una silla, atado tanto de pies como de manos, y con aquel mejunje psicodélico revolviéndole las tripas, en ningún momento se había sentido cohibido. La sangre, su sangre, bullía dentro de sus venas quemándolo todo y clamando venganza por la traición; haciendo la mezcla inútil, estéril para con él.
Se dejó poseer por Ashur, así se lo habían planeado, como otra muchas tantas veces antes, prometiendo que en cambio tomaría las represalias necesarias que se merecían aquellos dos; pagarían por las malévolas maquinaciones que habían estado orquestado durante años. No es que fuera algo grato de ver lo que sucedió a continuación, pero algo en su interior se deleitó con la carnicería que tuvo lugar en aquella casa. En aquel estado no estaba en posesión de sus miembros, ya que eran manipulados por Ashur, su cuerpo le había dejado de pertenecer. A pesar de todo, seguía teniendo constancia de todo lo que sucedía en frente suyo, así que simplemente contempló cómo un asistente más, como un espectador de una obra llena de sangre y de vísceras, en la que no destacaba precisamente la piedad.
Salió de la casa ya habiendo recuperado la posesión de su cuerpo, las nauseas amenazaban con hacerlo vomitar, su mente, siguió mucho tiempo después trastornada por las atrocidades que había cometido.
Nuevos alaridos brotaron de las entrañas del pabellón. Los pobres desgraciados que sufrían aquella agonía, para él seguirían siendo unos anónimos sin importancia. Cualquiera de ellos podía recibir la visita de los muchos Prácticos de Institución; encargados de la vigilancia y el cuidado del pabellón Nº 3. En cualquier momento podía tocarle a él.
«Yo que tú no me haría muchas ilusiones»
Acarició la idea, aunque rápidamente la desechó. «¡Maldita sea!»
―Supongo que tienes razón.
Ya era conocido su mal talante, sus extraños y repentinos cambios de humor eran muy frecuentes, sus estallidos de rabia ocasionales, pocos se molestaban en visitarlo más que para dejarle la comida rancia y retirarla poco después junto un bacín medio lleno. Estaba encadenado de pies y manos junto a una húmeda pared, recostado en un suelo mugriento y lleno de enmohecida paja; atestada de parásitos hasta la saciedad. Hastiado de su encarcelamiento, ya tuteaba incluso a las mismas cucarachas que lo visitaban siempre para apoderarse de un poquito de las migajas que le sobraban de la nauseabunda comida que le servían allí.
«¿No sé porque siempre le buscas las tres patas al gato? A fin de cuentas, ya sabes que hemos estado encerrados en lugares mucho peores que este con anterioridad. Y la verdad, no me atrevo a vaticinar que sea el último.»
Por una vez estaban de acuerdo. Cierto era que en más de una ocasión se había visto envuelto en situaciones realmente rocambolescas, no era la primera vez que estaba encadenado en una sucia mazmorra a muchos metros por debajo del nivel del suelo, y quizás esa no fuese la definitiva. La única diferencia radicaba en las razones que lo habían llevado a estar allí, las cuales resultaban ser muy diferentes a las de ocasiones anteriores. «¿Penitencia?» Pensó que no era una definición muy precisa al fin y al cabo.
De pronto el silencio se hizo en el pabellón, los alaridos de terror se apagaron bruscamente, conjeturó que los Prácticos habían solucionado las desavenencias que podían estar afectando a los reclusos de aquel ala; lo que bastante a menudo solía suceder. Estos en el mejor de los casos quedarían apaciguados o inconscientes durante un buen rato, en el peor de ellos muertos. Nunca se había compadecido de los débiles y no iba a empezar ahora, desde luego. Le asqueaban, y solo podía pensar en que estarían mejor debajo tierra que dando la tabarra al resto de los vivos.
«Pues será mejor que no te relajes» Dijo de pronto Ashur. «Creo que al final sí que vas a tener visita.»
No se inmutó, pero bien sabía que Ashur tenía los sentidos muy desarrollados, mucho más que cualquier humano, y podía oír cosas que a él se le escapaban por completo. A pesar de lo intrigante y vil que era, en ese instante parecía estar diciendo la verdad. Se recostó mejor en la pared y esperó, paciente, agudizando su oído mientras respiraba con serenidad.
Al rato, el chirrido de los goznes de una puerta oxidada confirmó la presencia de alguien más en el pasillo. Pronto, el golpeteo de unas suelas contra la piedra le revelaron, que eran un grupito de varias personas que se le aproximaban, dos o tres hombres a lo sumo. A juzgar por el estruendo que hacían, estaban acostumbrados a caminar por lugares tan truculentos como aquel, pues su conversación era de lo más trivial. Apreció claramente la titilante luz de las antorchas, el contorno de sus alargadas sombras danzaba rítmicamente con el vaivén de la llama mientras acortaban la distancia. Cuadró su espalda y cruzo sus piernas debajo de sí, su expresión no trasluciría más que indiferencia. Que supiese, no esperaba visita alguna, pero tratase de quien se tratase no lo encontraría encogido como un gusano.
Al llegar a su altura alguien rompió el silencio.
―Ya lo os lo dije yo muchachos ¿Que esperabais que íbamos a encontrarnos en un antro como este? ―Preguntó alguien de timbre melifluo. ―Aún no entiendo porque les preocupa tanto el sujeto que se encuentra aquí encerrado, pero si míralo, parece que esta medio muerto.
―Mmmmm…….
Notó como tres pares de ojos lo examinaron con detenimiento, el reflejo de la antorcha bailaba detrás de sus parpados con un juego de sombras rojizas, alguien se removió inquieto. Ni se inmutó.
―¿Seguro que es este, Shawn? ―preguntó con escepticismo nuevamente.
―Y cómo quieres que lo sepa ―replicó un segundo ―, por lo que sé estamos en el pabellón Nº 3 ¿no? Y a los que hemos interrogado hace un rato juraría que estaban diciendo la verdad.
―Sí, eso no lo dudo, y también que es la celda que nos han marcado en el maldito plano ¿Ves? ―confirmó. ―Pero sigo sin ver nada de especial en este tipo ―dijo tras un rato de contemplación. ―Incluso diría que dista mucho del sujeto violento e irreverente del que nos advirtieron.
―Quizás tengas razón, Marwn ―concedió el segundo ―, pero si hemos de hacer caso a los reportes, y dado el lugar en el que está encerrado, yo que tu no me acercaría demasiado. Ya sabes, por si las moscas.
Hubo otro largo silencio antes de que este contestara.
―Pues sigue sin parecerme amenazador.
―Estoy casi seguro que el patrono de este acogedor lugar no piensa lo mismo que tú. En todo caso, creo innecesario recordarte lo que este hombre hace casi dos décadas hizo en las Ciudades-Estado de Mayram.
Se apreció como el primer sujeto tragaba saliva.
Aquellos hombres parecían saber bastante de él, comprobó, quizás mucho más de lo necesario. «¿Quién los habrá mandado?» Había un sinfín de posibilidades, pero ninguna le parecía buena; no destacaba precisamente por su sociabilidad. Su instinto le decía que no representaban peligro alguno para él, así que se relajó por el momento y estudió la situación.
Sí de una cosa estaba completamente seguro, es que las voces le eran desconocidas por completo, no llegaba a asociarlas a nadie asiduo al lugar; con lo cual estaba más perdido que un sacerdote en una orgia de brujas. Hubo un dato que sí que le fue difícil digerir. «¿Casi dos décadas ya…» Asimiló la información y fue como tragarse una taza repleta de vinagre. Descartó aquella reflexión, lo más importante ahora era prestar atención a sus visitantes. Así que siguió sentado en el suelo, impertérrito, como si nadie hubiese irrumpido de pronto en su celda, empero en realidad, tenía toda su atención puesta en ellos.
―¡Basta ya de tanta cháchara! No estamos aquí para cuestionarnos los aspectos técnicos del asunto ―Dijo alguien de voz grave irrumpiendo en la conversación. ―Si os fijáis ―prosiguió el hombretón ―el tipo esta encadenado de pies y manos ¿lo veis? No puede hacer ningún daño a nadie. Dicho esto, no voy a ser yo quien os de el sermón de como se irrita el Viejo cuando le hacen esperar más de lo que considera necesario, pero dudo mucho que le interesen una mierda vuestras observaciones si se da la situación.
Aquello acabo con el debate de raíz. Se oyó como una llave giraba en la cerradura, escuchó cómo el pestillo se desplazaba lentamente, poco después el chasquido de apertura junto al chirrido de los goznes de la puerta al abrirse; al poco sus interlocutores estaban dentro de la celda.
―¡Oye tú, despierta! ―Le Ordenó el de la voz cantante.
«Creo que eso va por ti» dijo divertido Ashur.
No abrió los ojos, ni tampoco contestó a las pullas de Ashur, tan solo se preguntaba quiénes eran aquel trío. Tenían un acento bastante peculiar, concluyó; por como arrastraban la (S) al hablar. Aquello le reveló que quizás fuesen de Bruda o tal vez de la región del Neltal…
―¡Oye tú, estoy hablando contigo Tiznado! ―Inquirió de nuevo el tipo. ―¿Eres sordo o qué?
No se molestó en contestar. Tiznado era un término que solo se usaba de un modo despectivo para dirigirse a la gente de piel oscura, por lo tanto, siguió con la cabeza gacha y las greñas tapándole el rostro; la sensación era que se estaba pegando una cabezadita. Necesitaba pensar en lo que había oído hasta el momento. ¿Quién sería El Viejo? Por lo que él sabía podía tratarse de cualquiera. A pesar de que su mente estaba inundada de multitud de nuevas preguntas e inquietudes, decidió ser paciente y esperar.
―Puede que no te quiera oír ―adujo divertido el primero.
El hombre de voz ruda no contestó inmediatamente, a pesar del evidente sarcasmo de su compañero. Guardó silencio durante unos breves segundos, pudo notar como apretaba con fuerza la mandíbula a la par que sus puños, finalmente retrucó.
―¿Estas intentando tomarme el pelo, Marwn? ―Su tono era amenazante.
―Nada más lejos de mi intención Jorgán, tan solo era una mera observación.
―¡Pues ya empiezan a irritárseme los testículos con tus meras observaciones! Soy yo el que lidera esta expedición y no a la inversa. Recuérdalo bien. Sí vuelvo a verte haciendo el mono le sugeriré al Viejo que te venda a un maldito circo circense ¿Lo has comprendido?
―¡Alto y claro! Te aseguro que no volverá a suceder ―Adujo Marwn, mintiendo como un bellaco.
Hubo un tenso silencio antes de que el otro prosiguiera.
―Bien. Será mejor que nos pongamos a ello de inmediato, cuanto antes acabemos lo que hemos venido a hacer, antes podremos volver a casa. ―Terminó dictaminando. ―¡Tú! ―En esta ocasión lo dijo dirigiéndose a él otra vez. ―Será mejor que empieces a levantarte por las buenas y sin armar escándalo, no pienso volvértelo a repetir.
No pudo evitar sonreír. Hacía mucho tiempo que nadie se había atrevido a hablarle de aquella manera, incluso entre los muros de aquel lugar. Los pocos inconscientes que lo hicieron en su momento, ahora yacían enterrados a varios metros por debajo del suelo. Probablemente la gente ya se había olvidado de los que eran como él. El ser humanos siempre tendía a relegar sus miedos más acerbos en lo más profundo del subconsciente.
―Por lo menos ya sabemos que no es sordo. ―Aseveró el tal Shawn.
―Ya me he dado cuenta ―replicó Jórgan. ―¿Así que encuentras gracioso lo que acabo de decir? ―Le preguntó, su tono sonaba realmente peligroso.
No contestó inmediatamente, aunque la cosa era evidente que no pintaba bien. Notaba la turbación general, como la situación comenzaba a caldearse y, él, seguía sin enterarse completamente de nada; no había avanzando mucho en cuanto a obtener información. Aquello hizo que empezara a mosquearse un poco, a pesar de que no sé reflejara en absoluto en su expresión.
―No simpatizo demasiado con la gente ruidosa, nunca me han gustado ya que siempre me dan un dolor de cabeza tremendo. ―Dijo finalmente sin más. ―Siempre me han recordado a un perro que ladra a la luna ¿Sabéis? Arman mucho escándalo, aunque en el fondo no dicen nada.
Se hizo un silencio sepulcral en la estancia. No le hacía falta abrir los ojos para tener una idea de la cara que se les había quedado a aquellos tres. Percibía su conmoción como el irregular palpitar de sus corazones.
―¿Te estás quedando con nosotros ―preguntó de pronto el remilgado Marwn. ―, qué diablos pretendes decir con eso?
―Acabo de decir, que no entiendo que hacen tres idiotas a estas horas en mi celda sin evitación previa. ―subrayó.
Aquello fue demasiado ofensivo para el tal Jórgan.
―¿Idiotas dices? ¡¿Idiotas?! ―Bramó vehemente. Estaba claro que en breve se a abalanzaría sobre él. ―¿Te crees muy gracioso verdad? Puede que si te rompa un par de huesos te vuelvas más cooperador.
Volvió a asomar una sonrisa en su expresión.
El tipo se dispuso a avanzar.
―¡Espera Jórgan! ―Se interpuso Shawn en su camino. ―Sabes que nos han ordenado que lo llevemos vivo.
―Es cierto que debemos llevarlo vivo, Shawn―retrucó mientras lo hacía a un lado como a un muñeco. ―Pero nadie dijo que tenía que llegar de una sola pieza que yo recuerde.
El hombre haciendo caso omiso de su compañero, avanzó resuelto hacia él, destilando una violencia inusitada y con intenciones meridianamente claras, romperle hasta el último de sus huesos. Recorrió el corto trecho que los separaba, pisando fuerte al caminar, no tardó en notar como una sombra enorme se cernía sobre él…
«Pienso que ya va siendo hora de dejar de jugar.» Sugirió de pronto Ashur. «Te adelanto que es más grande de lo que parece»
Casi estuvo tentado de hacer caso omiso de él, ver como se desarrollaban las cosas por hacerle la puñeta. Si finalmente desistió en su empeño, era porque aún le gustaba menos que le pegaran hasta dejarlo medio inconsciente. Así que optó por abrir los ojos y fijarlos en los del inmenso hombre que se imponía sobre él. Aquel simple gesto hizo que detuviera en seco, como si de repente hubiese chocado con un muro de granito que instantes antes no estuviese allí. Sus ojos se abrieron a punto de salírsele de las orbitas, y las narinas fluctuaron con cada inhalación, su enorme puño tan grande como un jamón, quedó a escasos diez centímetros de su cara.
Los obsequió con una sórdida sonrisa que helaría el corazón del hombre más valiente.
―Es lo más sensato que has hecho desde que has pisado esta celda ―le dijo al hombretón ―harías bien en quedarte donde estas. ―El hombre seguía ahí parado, con la cara compuesta. «Parece que lo entiende perfectamente» arguyó Ashur.
―Ahora decidme, ¿Qué diablos estáis haciendo aquí?
El mastodonte abrió la boca pero no articulo más que un ridículo gañido, los otros dos deslizaron sus manos alrededor de la empuñadura de sus espadas, aunque tampoco llegaron a sacarlas.
Jorgán era un tipo enorme, probablemente uno de los bichos más grandes que se había cruzado en la vida; con unos brazos fibrosos y llenos de cicatrices, y con un pecho tan grande como él de un tonel. Su cabeza recordaba a una inmensa olla de grandes asas, y el pelo lo llevaba corto al estilo militar. A la derecha del grandullón, el que abría y cerraba la boca perplejo dedujo que se trataba del tal Shawn. Era un tipo de constitución más bien delgada, de estatura media y con el rostro enjuto como el de un roedor. Su nariz era un tanto picuda, más sus ojos oscuros y hundidos como dos pozas, eran igual de escurridizos como el limo. Detrás de los dos primeros y sosteniendo la hiriente antorcha en una temblorosa mano, paraba el resuelto Mawrn. En esta ocasión parecía de todo menos resuelto; se había quedado sin palabras. Era alto y gallardo, con un pelo largo y negro que llevaba trenzado a su espalda sujeto con unos finos aros de plata; su tez tenía un sutil toque femenino.
―¿Pensáis quedaros los tres allí mirándome con cara de borregos o vais a contestar a mi pregunta? ―Instigó nuevamente, aunque en realidad sabía que iba a predominar lo primero.
Los hombres siguieron allí parados como idiotas, igual que niños embelesados ante la visión del dragón que aparecían en los cuentos que les contaba la nana por las noches; como estatuas de carne y hueso con bobaliconas muecas de incomprensión.
«¿No sé porque te sorprendes a estas alturas? Que yo recuerde, siempre causas la misma impresión en los demás» Concluyó finalmente Ashur.
Nuevamente coincidía con esa aseveración. La gente siempre tendía a quedarse de piedra al contemplar el color de sus ojos, de un tono amarillo absenta. Era antinatural, lo sabía, pero no por eso dejaba de sorprenderle la reacción que producía en los demás.
―¿Qué… ¿tú? ¿Qué demonios eres? ―Consiguió barbotear Marwn con un soniquete bastante lastimero.
―Eso sí que es ser franco muchacho. ―Lo congració con una sonrisa desganada. ―No es precisamente lo que yo entiendo por comenzar con buen pie, aunque tampoco es que me sorprenda mucho. Me han llamado de muchas otras maneras a lo largo de los años. ―Con un ademán restó importancia al asunto. ―Ahora que hemos roto el hielo ―prosiguió ―, y dado que empezamos con incomodas preguntas ―, dijo mirando fijamente a los ojos de Marwn. ―¿No os parecen apropiadas unas presentaciones? Me resulta bastante incomodo charlar con desconocidos.
Los tipos se miraron, quizás barajando la posibilidad de salir de su mutismo, los nervios seguían traicionando sus piernas, pero aún cabía la posibilidad que le respondieran a alguna de sus preguntas.
―¿Y bien? ―Insistió.
Gracias un breve examen, apreció varios detalles que llamaron verdaderamente su atención; respondiendo a alguna de sus preguntas. Los tres vestían completamente con unos uniformes de cuero negro; guerreras negras, bombachos negros, y polainas del mismo color. Los tres portaban curiosos medallones plateados pendiendo de sus cuellos, y los tres iban armados hasta los dientes. Eso ya era suficiente raro para confundir hasta el más avispado, si le añadías que nunca recibía visitas, ya era un acertijo demasiado puñetero de resolver. ¿Qué diablos venían a hacer allí?
―No tenemos obligación de contestar a tus preguntas ―contestó finalmente Jorgán con más color en la cara. ―Aunque te diré algo. ―Arguyó envalentonado al corroborar que sus compinches estaban cerca. ―Nos han ordenado sacarte de aquí y llevarte en presencia de nuestro patrón, y eso es lo que tenemos intención de hacer.
Lo miró directamente a los ojos hasta que vio como se encogía involuntariamente y retrocedían varios pasos. Volvió a sonreírle.
―Creo que va a ser que no amigo. Si tantas ganas tiene tu patrón de verme, ya sabe dónde puede encontrarme. No acostumbro a aceptar invitaciones del primero que me lo propone.
El tipo volvió a buscar respaldo en sus compañeros, los cuales, no parecían ser capaces de proporcionársela en aquel momento. Murmuró algo entre dientes antes de insistir.
―¡Estas de broma! El Viejo nunca sale de sus dominios, la gente viene a él a rendirle pleitesía ¿Entiendes? ―Retrucó enfático.
―Entonces las cosas se van a complicar sustancialmente. ―dijo tras un encogimiento de hombros. ―Quizás deba aclarar varias cosas para que no haya confusiones. No se me ha pasado por alto que vestís de una forma muy particular, también he advertido que vuestro acento es muy distinto del que normalmente suena por aquí, más los medallones que penden de vuestros lindos cuellos ya los he visto con anterioridad; se a quien pertenecen, y si quieres saber la verdad, me importa un bledo.
Aquellas afirmaciones no cayeron en saco roto. Observó cómo sus invitados se lanzaban miradas de desconcierto, notó como sus corazones latían más rápido de lo estrictamente saludable, se removieron inquietos mientras acababan de asimilar con quien trataban.
―No parece que vaya a querer cooperar por las buenas. ―Contempló finalmente Shawn. ―¿Qué hacemos con él?
«¡Vaya! Si al final resultará que no son tan idiotas después de todo»
―¿Piensas que estas en condiciones de exigir? ―Inquirió Jórgan, pasando por alto las preocupaciones de Shawn. ―Me importa un bledo quien hayas podido ser en su momento, ahora tan solo eres un infeliz que se pudre en una celda con paredes de dos palmos de grosor. Estás encadenado de pies y manos a una pared, y por tu aspecto diría que no te encuentras en muy buenas condiciones. ¡Así que no creo que estés en posición de demandarnos nada!
―No es ninguna demanda ―replicó ―, sino que una simple declaración de intenciones. No voy unirme a vuestra secta de patéticos adoradores ¿lo entendéis ahora? La sola idea de poner un pie en vuestro infecto cubil me repugna. Así que espero no os lo toméis a mal, pero por mi parte podéis iros a tomar por culo si lo deseáis.
―¿Te crees muy valiente? ―Escupió escamado Jórgan. ―Ahora verás porque nadie se burla de los Incondicionales sin recibir su justo merecido, y de paso le demostraremos a nuestro renacido mesías el compromiso de nuestra sagrada orden con su causa. ―Dijo tras compartir una mirada cómplice con los otros dos. Los interpelados desenfundaron sus aceros abriéndose en abanico frente a él. ―Quizás con un poco de ayuda logremos que cambie de opinión muchachos. ―Lucía muy ufano tras aquella luctuosa escenificación.
«¡Esto por fin se pone interesante! Francamente, me estaba entrando la modorra con tanta charlatanería. Pensé incluso que pretendían noquearte de aburrimiento y todo»
―No quería que las cosas terminaran como de costumbre Ashur. ―Confesó en voz alta mientras se ponía lentamente en pie. ―Pensé que por una vez habría una mejor manera de resolver nuestros problemas sin tener que usar la violencia. ―Miró hacia aquellos tres sosteniendo sus armas en las manos y declaró ―Estaba claro que me equivocaba.
―¡¿A quién diablos se dirige este ahora?¡ ―Inquirió Marwn buscando repuestas en sus compinches, los cuales manifestaron su ignorancia encogiéndose de hombros; los nervios estaban a flor de piel. ―¡¿Por qué nos ignora, y quién narices es el maldito Ashur?!
Los tres le apuntaban con sus espadas, aunque la punta de estas temblaba frente a sus ojos mientras veía como el sudor corría por sus mejillas, más su corazón latía desbocado. No sabían a qué se enfrentaban en realidad. O eran más estúpidos de lo que creía o eran verdaderamente ajenos ante la efímera realidad. Les dedicó una mueca sibilina antes de que los grilletes de sus muñecas y de sus pies se hiciesen añicos en mil pedazos. Se despolvó sus raídos pantalones frente a la perpleja mirada de aquellos tres con una tranquilidad que resultaba realmente inquietante; ninguno de se movió un pelo.
―Quizás no haya sido lo suficiente claro con vosotros. ―Les dijo mientras se masajeaba las despellejadas muñecas. ―No pienso acompañaros a ningún sitio por mucho que insistáis. ―Giró su cuello hacia ambos lados haciendo crujir las articulaciones. ―Será mejor que volvías a casa y dejéis de contarme jácaras para niños. ¡Ahora!
«¡Míralos, pero si se han quedado de piedra!» Exclamó gozoso Ashur.
Los tres seguían frente a él con las armas prestas, pero su determinación acababa de recibir un rudo palazo en el mentón; parecían muñecos tallados en madera. Probablemente esperaban que fueran a tratar con un pobre infeliz desecho e indefenso, puede que nadie los preparara para lo que acababan de presenciar. Los Incondicionales eran una panda de lunáticos que adoraban a una deidad desterrada hacía mucho tiempo de la memoria de los humanos, los cuales tan solo evocaban como simples fábulas de salón. Tan solo unos pocos la adoraban en secreto, agrupándose mientras esperaban el advenimiento de los doce mesías, quienes los guiarían con puño férreo a restablecer sus antiguos credo de mentiras, traición y sufrimiento.
―No suelo repetirme mucho, volved al agujero de donde habéis salido antes de que termine de perder la paciencia. ―No alzó la voz, pero su tono tenía un claro cariz amenazador.
―No podemos ―arguyó Shawn mientras tanteaba a los demás. ―Si volvemos con las manos vacías, él nos matará.
«Creo que después de todo no mienten, Medar, están volviendo de nuevo. No los puedes dejar marchar sin más»
Maldijo para sus adentros, no eran muy buenas nuevas aquellas. Sí realmente era cierto que el advenimiento de los doce Apóstoles estaba próximo, el mundo como lo conocía, se iba a poner de pronto de patas del revés. Meditó sobre lo que implicaba aquello para él, analizó todo lo que había escuchado durante aquella conversación y concluyó, que las cosas se iban a poner seriamente jodidas para todos. Miró a los tres y pensó en el dicho que cita No hay que matar al mensajero. Resopló, cuanto se alejaba aquella frase de la realidad.
―Después de todo quizás tengáis razón, no debéis volver de vacío. ―dijo mientras avanzaba lentamente hacia ellos.
Los tres salieron de su estupor al verlo aproximarse con tanta resolución, aferraron fuertemente la empuñadura de sus espadas mientras reculaban a la par que muertos de miedo.
De pronto se abalanzó sobre Jórgan con tal rapidez que no le dio tiempo ni a parpadear, mientras con la palma de la mano le lanzaba un golpe ascendente hacia el puente de su nariz; notó como crujirán los huesos de su tabique tras el impacto. Jórgan dio dos pasos hacia atrás desequilibrado, sus compinches no reaccionaron rápido por la sorpresa de aquella agresiva ofensiva, así que girando sobre su mismo eje, soltó una patada alta a la altura de la sien de Shawn, el cual cayó desmadejado en el suelo. Marwn tras recuperarse de la sorpresa inicial le lanzó una estocada con la que pretendía atravesarle el corazón. Fintó hacia su izquierda, un hueco apareció donde instantes antes estaba él, la punta de esta pasó a escasos centímetros de su carne, rasgando su vestidura a la altura del pecho, mientras trastabillaba por la inercia de la acción, lo agarró por el brazo y con un brusco gestó, lo retorció hacia uno de los lados hasta que lo oyó romperse como una rama. Giró rápidamente sobre sí mismo, pues Jórgan se habia recuperado del primer asalto y se abalanzaba totalmente enfurecido sobre él; con la cara recubierta por la sangre. Saltó en el aire en su dirección, alzando la rodilla a la altura de su cabeza, impactando justo debajo de su mentón. Cayó como un saco de harina.
Ahora en la galería Nº3, tan solo se oían los gritos y gemidos de dolor de los Incondicionales, retorciéndose en el suelo mientras por todos los medios intentaban aferrarse a la conciencia. Todo había sucedido en segundos, demasiado rápido para el ojo humano.
«¿Y ahora que piensas hacer Medar?»
―Lo sabes perfectamente Ashur, visitar a alguno de mis viejos amigos.
Sin mediar palabra cogió una de las armas que se les había caído a alguno de aquellos tres, y se dirigió a terminar con la faena. Le desagradaba sobremanera aquel sangriento trabajo, pero a fin de cuentas, uno se acaba por acostumbrar a todo.
CONTINUARA.
Un terrible alarido rasgó el silencio que se respiraba en el pabellón nº 3; aquel grito descarnado, producto del miedo más absoluto, no produjo en él más que un letárgico sentimiento de indiferencia. Había perdido la cuenta de a cuantos hombres había escuchado gimotear como niños entre los muros de aquel lugar. Muchos, sería un eufemismo que no expresaría con exactitud cuántos fueron en realidad, y la verdad; es que uno acababa por acostumbrarse a todo.
Suspiró con resignación.
Al cambiar de postura en el mugriento suelo de su celda, sintió como un calambre le subía desde sus tobillos hasta la cadera, recorriendo vértebra a vértebra toda su espina dorsal, y terminando el trayecto detrás de su cabeza con un dolor pulsante; sentía agarrotados todos los miembros por la inactividad.
Como tantas otras veces se preguntó «¿Cómo he podido acabar aquí?» Como siempre ocurría poco después, la voz de dentro de su cabeza le daba la respuesta. Estaba harto de que siempre se entremetiera en asuntos que no le inmiscuían, pero formaba parte de él. ¡Era exasperante hasta límites insospechados! Más tarde y a pesar de sus reticencias, acababa por evocar antiguos y poco gratos recuerdos hasta que otra jornada volvía a recibirlo de nuevo.
Desde bien pequeñito que se percibió en él una vena una pizca malévola. Decían que no sonreía como los demás niños de la ciudad, que no jugaba con nadie de su misma edad, no hablaba con las demás personas, más tan solo lo hacía consigo mismo; evadía el contacto con la gente en general. No pasó mucho tiempo antes de que lo evitaran mientras cruzaban de calle y cuchicheaban señalándolo como si fuese el portador de algún tipo de plaga infecciosa. Durante muchos años creyó que quizás no estuviesen errados del todo, puede que se merecía lo que le sucedió a continuación.
Nadie cuestionó a sus progenitores cuando decidieron abandonarlo a su suerte, en uno de los lugares más decadentes de la ciudad, con la misma facilidad con la que uno se deshace de los desperdicios de la cocina. Recordaba el momento como si hubiese sido ayer: recordaba cómo no derramaron ni una sola lágrima por él, ni le dedicaron palabras de despedida, siquiera miraron una sola vez atrás mientras se alejaban irremediablemente. Los avergonzaba a ojos del populacho. Dejó de ser la sangre de su sangre desde aquel mismo instante. Según ellos, su hijo debía de estar poseído por algún ente ignominioso. Era violento, excéntrico y distante; el producto de la misma esencia de la maldad.
La realidad era que un día lo sorprendieron en las despensas de la casa; era noche cerrada y tan solo la luz de unas pocas velas titilaban en el hogar, en sus manos ensangrentadas aferraba fuertemente un cuchillo de trinchar, mientras a su vez, contemplaba con una expresión desprovista de cualquier tipo de emoción, el gato que yacía destripado en el centro de la moqueta azul. (Sus padres lo llamaban por el nombre de MaaU) Por alguna taxativa razón que escapaba a su consciente, la entidad de su cabeza consiguió obrar compulsivamente y no se pudo resistir a ella, apremiándolo a diseccionar al animal en situ. En aquel momento no alcanzaba a descifrar porque le obligó a actuar de una forma tan execrable, no comprendía porque no lograba ejercer ningún control sobre sus blandas extremidades, como tampoco entendía porque tenía que debía protagonizar un hecho que marcaría su futuro de por vida.
La dantesca escena fue más de lo que sus modestos padres lograron soportar; sus patéticos intentos por abandonar la las despensas de la casa como almas perseguidas por el diablo, quedaron grabadas en sus retinas para siempre. Abandonarlo para que muriera por el bien común, no les parecía después de todo, un acto tan atroz.
Al principio sintió como le embargaba una enorme desazón, seguida de una incontrolable rabia, para más tarde acabar dejándolo hueco como la cáscara de una nuez. Sus estados de ánimo eran volubles y muy cambiantes por aquel entonces; se había quedado solo. Durante meses maldijo aquella voz que se había instalado en su cabeza, estaba ahí desde que tenía conciencia, y no sabía él porqué, era una intrusa que interfería en su vida personal, sediciosa cuando tenía la oportunidad, aunque normalmente solía ser atenta y zalamera, por eso odiaba el acariciante y aterciopelado tono de su voz.
«¿Por qué te refocilas siempre con la parte mala de la historia?» Preguntó de pronto dicha voz. «A fin de cuentas, aprendimos mucho durante aquellos años juntos ¿No?»
Se recostó en la pared con lentitud, soltando un amargo quejido: le dolían casi todas las articulaciones del cuerpo.
―He aprendido es a odiarte cada día un poquito más, Ashur. ―le confesó.
«Que deprimente resultas cundo te pones así de melancólico.»
―Siento defraudarte y que no esté todo lo dichoso que te gustaría. ―dijo sacudiendo sus grilletes en el aire. ―tendrás que discúlpame si no me levanto y salto a la pata coja de la alegría.
«Tampoco hace falta que te pongas quisquilloso ahora», contestó antes de retirarse hacia un pequeño recoveco de su mente. «Está claro que hoy tienes uno de aquellos días.»
Suspiró, aunque sin replicar, sabía que no le iba a servir de nada que se desgañitara hasta quebrar su voz. Ashur era como una china dentro del zapato; diminuta, molesta y puñeteramente insidiosa; siempre atenta a la hora de lucir su irritante verborrea.
Era por su culpa que estaba encerrado allí, por sus maquinaciones, y por el dolor que le infligió a tanta gente por ceder a los impulsos que le provocaba. Muchos fueron los que perecieron por sus propias manos, tantos, que incluso había olvidado sus nombres, el recuero de sus rostros y el de sus llantos.
Otro desgarrado grito sonó varias estancias más abajo, un grito descarnado y lleno de terror, la sinfonía de una vida truncada en mil pedazos. Observó como una forma se escabullía hacia la zona más oscura de los dos metros cuadrados que tenia por celda. «¿Cucarachas o alguna rata tempranera?» Acertó a conjeturar. Muchas otras alimañas acompañaban los desvaríos de las personas que estaban allí encerradas.
Durante meses deambuló por las calles perdido y sin un rumbo aparente, las probabilidades de llevarse algo al estomago eran nulas; el hambre hizo de este un nudo duro y retorcido. Registró en casas abandonadas y en montones de porquería, buscó caridad en la gente, aunque no encontró más que desprecio, se las vio negras para conseguir un miserable pedazo de pan duro y, en él, no halló sustento para calmar su hambre. Pensó que era harto improbable que sus progenitores lo aceptasen aunque les implorase piedad; no tenía más familia a la que recurrir, ni amigos a los que poder pedir ayuda, era un paria poco ducho en mendigar después de todo. Contempló seriamente la posibilidad de encogerse en cualquier sucio callejón y esperar a que la muerte lo llevase a un sitio mejor. Puede que Amerantú fuese más misericordioso y menos despiadado que aquel mundo insensible y cruel, quizás este lo alejara de su miseria; del hambre y del frío que atería sus huesos por las noches.
Fueron días difíciles para un crío de tan solo nueve años.
Se llevó muchas sorpresas y recibió más palizas de las necesarias en el transcurso de aquellas penosas jornadas. Con el tiempo y con la ayuda de Ashur, aprendió a valerse por sí mismo y a moverse mejor por los sinuosos callejones de Vatício, por sus húmedos canales, cerca de las bulliciosas tabernas y por las aglomeradas avenidas, por su parques y mercados, incluso por el puerto; conocía las mejores zonas para el pillaje y los lugares donde le convenía no parar mucho tiempo sin perder los dientes en el proceso. Al poco tiempo escapaba de los matones cuando la situación lo requería, cultivando un sexto sentido que le prevenía cuando las cosas se iban a poner feas.
«Ha llovido mucho desde entonces.» Declaró de pronto Ashur, volviendo a ocupar parte de su mente e interrumpiendo sus divagaciones de nuevo. «Demasiado para empezar a preocuparse ahora.»
―Cierto ―Respondió tácito tras haber meditado largo rato las palabras de su abstracto compañero. ―Ha llovido mucho desde entonces. ―terminó por concluir, evadiendo su insidiosa retorica, y retornando de nuevo hasta aquella aciaga etapa de su vida.
Recordaba el decimotercer día del mes del Ocre como si fuera ayer. Era una mañana como las demás, el cielo lucia gris y unas nubes de tormenta amenazaban apareciendo por el horizonte, sus oportunidades de encontrar cobijo eran nulas. La fortuna o la simple providencia, quiso que cayera en gracia a un pobre anciano que pasaba por allí. El hombre no podía deja a un niño bajo las inclemencias de aquella tempestad, así que le propuso que lo acompañara; a un lugar donde la noche no lo alcanzaría famélico y aterido.
En aquel momento cargaba con trece inviernos sobre sus esqueléticos hombros, y en todo aquel periodo de tiempo, nadie se había dignado en echarle más que una mirada de soslayo. Hasta aquel instante. ¿Por qué ese hombre si lo hacía, que había visto en él? Era una situación del todo desconocida, no sabía cómo enfrentarse a ella, aún menos como interpretarla con claridad; recelaba de las personas por su instinto traicionero. Recordaba como un sinfín de emociones encontradas lo embargaron hasta anegarlo todo. ¿Coger la mano que le tendían o pasar otra noche al raso? Quien imaginaria que allí, en aquel mismo instante, acababa de decidir el rumbo que tomaría su vida desde aquel entonces.
Divagó con aquellos pensamientos en la oscuridad de su celda, e involuntariamente apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos; su expresión se hizo más sombría.
Al llegar a la casa fue recibido por un aluvión de abrazos, un montón de besos y un sinfín de carantoñas. A pesar de su suspicacia, aquella pareja de afables ancianos lo acogieron en su casa sin hacerle preguntas, sin ponerle ninguna condición a cambio, sin reticencias; le abrieron las puertas de su hogar de par en par. La mujer del hombre pasaba ya de los sesenta, era grande cómo una osa y radiaba una felicidad contagiosa; parecía que en cualquier momento iba a saltar y cogerlo para achucharlo hasta dejarlo seco. Por un momento se sintió integrado en una lar. Aquella noche comió toda la comida que un pequeño como él pudiese desear (que fue mucha) disfrutó algún tiempo de lo que tradicionalmente se conoce como una familia feliz, y pensó que aquello iba a durar para siempre. Quizás es que en el fondo aún seguía siendo un mocoso ingenuo.
Resultó que la pareja de sexagenarios no eran lo que aparentaban en absoluto, sus intenciones para nada pretendían ser misericordiosas. Un día echaron algo en la comida con la intención de dejarlo inconsciente (probablemente raíz de mandrágora o una destilación de belladona) drogarlo para que no pudiese resistirse a ellos. Al parecer la pareja de ancianos tenían un trato con un mercader de esclavos que esperaba fuera de la ciudad (pues estaba prohibido por ley traficar con personas sin el beneplácito de las autoridades), este aguardaba impaciente a que le trajeran nuevo género con el que tratar.
Que estúpido fue el confiar en poder tener una vida distinta lejos de las calles, un imbécil al creer que eso podía ser posible, que existía algo similar al afecto en las personas. La voz ya le previno, pero no quiso hacer caso de sus advertencias, estaba tan harto que le mintieran o que jugasen con sus emociones, y bien sabía lo manipulador que podía llegar a ser Ashur en ese aspecto, que decidió hacer oídos sordos a sus consejos. Así fue como cayó en la treta de aquellos dos; atraído igual que un osezno por un panal de miel. Para desventura de la pareja, él no era el chico normal que ellos pensaban que se trataba, y aquel fue el último error que cometieron.
Muy a pesar de que estuviera atado en una silla, atado tanto de pies como de manos, y con aquel mejunje psicodélico revolviéndole las tripas, en ningún momento se había sentido cohibido. La sangre, su sangre, bullía dentro de sus venas quemándolo todo y clamando venganza por la traición; haciendo la mezcla inútil, estéril para con él.
Se dejó poseer por Ashur, así se lo habían planeado, como otra muchas tantas veces antes, prometiendo que en cambio tomaría las represalias necesarias que se merecían aquellos dos; pagarían por las malévolas maquinaciones que habían estado orquestado durante años. No es que fuera algo grato de ver lo que sucedió a continuación, pero algo en su interior se deleitó con la carnicería que tuvo lugar en aquella casa. En aquel estado no estaba en posesión de sus miembros, ya que eran manipulados por Ashur, su cuerpo le había dejado de pertenecer. A pesar de todo, seguía teniendo constancia de todo lo que sucedía en frente suyo, así que simplemente contempló cómo un asistente más, como un espectador de una obra llena de sangre y de vísceras, en la que no destacaba precisamente la piedad.
Salió de la casa ya habiendo recuperado la posesión de su cuerpo, las nauseas amenazaban con hacerlo vomitar, su mente, siguió mucho tiempo después trastornada por las atrocidades que había cometido.
Nuevos alaridos brotaron de las entrañas del pabellón. Los pobres desgraciados que sufrían aquella agonía, para él seguirían siendo unos anónimos sin importancia. Cualquiera de ellos podía recibir la visita de los muchos Prácticos de Institución; encargados de la vigilancia y el cuidado del pabellón Nº 3. En cualquier momento podía tocarle a él.
«Yo que tú no me haría muchas ilusiones»
Acarició la idea, aunque rápidamente la desechó. «¡Maldita sea!»
―Supongo que tienes razón.
Ya era conocido su mal talante, sus extraños y repentinos cambios de humor eran muy frecuentes, sus estallidos de rabia ocasionales, pocos se molestaban en visitarlo más que para dejarle la comida rancia y retirarla poco después junto un bacín medio lleno. Estaba encadenado de pies y manos junto a una húmeda pared, recostado en un suelo mugriento y lleno de enmohecida paja; atestada de parásitos hasta la saciedad. Hastiado de su encarcelamiento, ya tuteaba incluso a las mismas cucarachas que lo visitaban siempre para apoderarse de un poquito de las migajas que le sobraban de la nauseabunda comida que le servían allí.
«¿No sé porque siempre le buscas las tres patas al gato? A fin de cuentas, ya sabes que hemos estado encerrados en lugares mucho peores que este con anterioridad. Y la verdad, no me atrevo a vaticinar que sea el último.»
Por una vez estaban de acuerdo. Cierto era que en más de una ocasión se había visto envuelto en situaciones realmente rocambolescas, no era la primera vez que estaba encadenado en una sucia mazmorra a muchos metros por debajo del nivel del suelo, y quizás esa no fuese la definitiva. La única diferencia radicaba en las razones que lo habían llevado a estar allí, las cuales resultaban ser muy diferentes a las de ocasiones anteriores. «¿Penitencia?» Pensó que no era una definición muy precisa al fin y al cabo.
De pronto el silencio se hizo en el pabellón, los alaridos de terror se apagaron bruscamente, conjeturó que los Prácticos habían solucionado las desavenencias que podían estar afectando a los reclusos de aquel ala; lo que bastante a menudo solía suceder. Estos en el mejor de los casos quedarían apaciguados o inconscientes durante un buen rato, en el peor de ellos muertos. Nunca se había compadecido de los débiles y no iba a empezar ahora, desde luego. Le asqueaban, y solo podía pensar en que estarían mejor debajo tierra que dando la tabarra al resto de los vivos.
«Pues será mejor que no te relajes» Dijo de pronto Ashur. «Creo que al final sí que vas a tener visita.»
No se inmutó, pero bien sabía que Ashur tenía los sentidos muy desarrollados, mucho más que cualquier humano, y podía oír cosas que a él se le escapaban por completo. A pesar de lo intrigante y vil que era, en ese instante parecía estar diciendo la verdad. Se recostó mejor en la pared y esperó, paciente, agudizando su oído mientras respiraba con serenidad.
Al rato, el chirrido de los goznes de una puerta oxidada confirmó la presencia de alguien más en el pasillo. Pronto, el golpeteo de unas suelas contra la piedra le revelaron, que eran un grupito de varias personas que se le aproximaban, dos o tres hombres a lo sumo. A juzgar por el estruendo que hacían, estaban acostumbrados a caminar por lugares tan truculentos como aquel, pues su conversación era de lo más trivial. Apreció claramente la titilante luz de las antorchas, el contorno de sus alargadas sombras danzaba rítmicamente con el vaivén de la llama mientras acortaban la distancia. Cuadró su espalda y cruzo sus piernas debajo de sí, su expresión no trasluciría más que indiferencia. Que supiese, no esperaba visita alguna, pero tratase de quien se tratase no lo encontraría encogido como un gusano.
Al llegar a su altura alguien rompió el silencio.
―Ya lo os lo dije yo muchachos ¿Que esperabais que íbamos a encontrarnos en un antro como este? ―Preguntó alguien de timbre melifluo. ―Aún no entiendo porque les preocupa tanto el sujeto que se encuentra aquí encerrado, pero si míralo, parece que esta medio muerto.
―Mmmmm…….
Notó como tres pares de ojos lo examinaron con detenimiento, el reflejo de la antorcha bailaba detrás de sus parpados con un juego de sombras rojizas, alguien se removió inquieto. Ni se inmutó.
―¿Seguro que es este, Shawn? ―preguntó con escepticismo nuevamente.
―Y cómo quieres que lo sepa ―replicó un segundo ―, por lo que sé estamos en el pabellón Nº 3 ¿no? Y a los que hemos interrogado hace un rato juraría que estaban diciendo la verdad.
―Sí, eso no lo dudo, y también que es la celda que nos han marcado en el maldito plano ¿Ves? ―confirmó. ―Pero sigo sin ver nada de especial en este tipo ―dijo tras un rato de contemplación. ―Incluso diría que dista mucho del sujeto violento e irreverente del que nos advirtieron.
―Quizás tengas razón, Marwn ―concedió el segundo ―, pero si hemos de hacer caso a los reportes, y dado el lugar en el que está encerrado, yo que tu no me acercaría demasiado. Ya sabes, por si las moscas.
Hubo otro largo silencio antes de que este contestara.
―Pues sigue sin parecerme amenazador.
―Estoy casi seguro que el patrono de este acogedor lugar no piensa lo mismo que tú. En todo caso, creo innecesario recordarte lo que este hombre hace casi dos décadas hizo en las Ciudades-Estado de Mayram.
Se apreció como el primer sujeto tragaba saliva.
Aquellos hombres parecían saber bastante de él, comprobó, quizás mucho más de lo necesario. «¿Quién los habrá mandado?» Había un sinfín de posibilidades, pero ninguna le parecía buena; no destacaba precisamente por su sociabilidad. Su instinto le decía que no representaban peligro alguno para él, así que se relajó por el momento y estudió la situación.
Sí de una cosa estaba completamente seguro, es que las voces le eran desconocidas por completo, no llegaba a asociarlas a nadie asiduo al lugar; con lo cual estaba más perdido que un sacerdote en una orgia de brujas. Hubo un dato que sí que le fue difícil digerir. «¿Casi dos décadas ya…» Asimiló la información y fue como tragarse una taza repleta de vinagre. Descartó aquella reflexión, lo más importante ahora era prestar atención a sus visitantes. Así que siguió sentado en el suelo, impertérrito, como si nadie hubiese irrumpido de pronto en su celda, empero en realidad, tenía toda su atención puesta en ellos.
―¡Basta ya de tanta cháchara! No estamos aquí para cuestionarnos los aspectos técnicos del asunto ―Dijo alguien de voz grave irrumpiendo en la conversación. ―Si os fijáis ―prosiguió el hombretón ―el tipo esta encadenado de pies y manos ¿lo veis? No puede hacer ningún daño a nadie. Dicho esto, no voy a ser yo quien os de el sermón de como se irrita el Viejo cuando le hacen esperar más de lo que considera necesario, pero dudo mucho que le interesen una mierda vuestras observaciones si se da la situación.
Aquello acabo con el debate de raíz. Se oyó como una llave giraba en la cerradura, escuchó cómo el pestillo se desplazaba lentamente, poco después el chasquido de apertura junto al chirrido de los goznes de la puerta al abrirse; al poco sus interlocutores estaban dentro de la celda.
―¡Oye tú, despierta! ―Le Ordenó el de la voz cantante.
«Creo que eso va por ti» dijo divertido Ashur.
No abrió los ojos, ni tampoco contestó a las pullas de Ashur, tan solo se preguntaba quiénes eran aquel trío. Tenían un acento bastante peculiar, concluyó; por como arrastraban la (S) al hablar. Aquello le reveló que quizás fuesen de Bruda o tal vez de la región del Neltal…
―¡Oye tú, estoy hablando contigo Tiznado! ―Inquirió de nuevo el tipo. ―¿Eres sordo o qué?
No se molestó en contestar. Tiznado era un término que solo se usaba de un modo despectivo para dirigirse a la gente de piel oscura, por lo tanto, siguió con la cabeza gacha y las greñas tapándole el rostro; la sensación era que se estaba pegando una cabezadita. Necesitaba pensar en lo que había oído hasta el momento. ¿Quién sería El Viejo? Por lo que él sabía podía tratarse de cualquiera. A pesar de que su mente estaba inundada de multitud de nuevas preguntas e inquietudes, decidió ser paciente y esperar.
―Puede que no te quiera oír ―adujo divertido el primero.
El hombre de voz ruda no contestó inmediatamente, a pesar del evidente sarcasmo de su compañero. Guardó silencio durante unos breves segundos, pudo notar como apretaba con fuerza la mandíbula a la par que sus puños, finalmente retrucó.
―¿Estas intentando tomarme el pelo, Marwn? ―Su tono era amenazante.
―Nada más lejos de mi intención Jorgán, tan solo era una mera observación.
―¡Pues ya empiezan a irritárseme los testículos con tus meras observaciones! Soy yo el que lidera esta expedición y no a la inversa. Recuérdalo bien. Sí vuelvo a verte haciendo el mono le sugeriré al Viejo que te venda a un maldito circo circense ¿Lo has comprendido?
―¡Alto y claro! Te aseguro que no volverá a suceder ―Adujo Marwn, mintiendo como un bellaco.
Hubo un tenso silencio antes de que el otro prosiguiera.
―Bien. Será mejor que nos pongamos a ello de inmediato, cuanto antes acabemos lo que hemos venido a hacer, antes podremos volver a casa. ―Terminó dictaminando. ―¡Tú! ―En esta ocasión lo dijo dirigiéndose a él otra vez. ―Será mejor que empieces a levantarte por las buenas y sin armar escándalo, no pienso volvértelo a repetir.
No pudo evitar sonreír. Hacía mucho tiempo que nadie se había atrevido a hablarle de aquella manera, incluso entre los muros de aquel lugar. Los pocos inconscientes que lo hicieron en su momento, ahora yacían enterrados a varios metros por debajo del suelo. Probablemente la gente ya se había olvidado de los que eran como él. El ser humanos siempre tendía a relegar sus miedos más acerbos en lo más profundo del subconsciente.
―Por lo menos ya sabemos que no es sordo. ―Aseveró el tal Shawn.
―Ya me he dado cuenta ―replicó Jórgan. ―¿Así que encuentras gracioso lo que acabo de decir? ―Le preguntó, su tono sonaba realmente peligroso.
No contestó inmediatamente, aunque la cosa era evidente que no pintaba bien. Notaba la turbación general, como la situación comenzaba a caldearse y, él, seguía sin enterarse completamente de nada; no había avanzando mucho en cuanto a obtener información. Aquello hizo que empezara a mosquearse un poco, a pesar de que no sé reflejara en absoluto en su expresión.
―No simpatizo demasiado con la gente ruidosa, nunca me han gustado ya que siempre me dan un dolor de cabeza tremendo. ―Dijo finalmente sin más. ―Siempre me han recordado a un perro que ladra a la luna ¿Sabéis? Arman mucho escándalo, aunque en el fondo no dicen nada.
Se hizo un silencio sepulcral en la estancia. No le hacía falta abrir los ojos para tener una idea de la cara que se les había quedado a aquellos tres. Percibía su conmoción como el irregular palpitar de sus corazones.
―¿Te estás quedando con nosotros ―preguntó de pronto el remilgado Marwn. ―, qué diablos pretendes decir con eso?
―Acabo de decir, que no entiendo que hacen tres idiotas a estas horas en mi celda sin evitación previa. ―subrayó.
Aquello fue demasiado ofensivo para el tal Jórgan.
―¿Idiotas dices? ¡¿Idiotas?! ―Bramó vehemente. Estaba claro que en breve se a abalanzaría sobre él. ―¿Te crees muy gracioso verdad? Puede que si te rompa un par de huesos te vuelvas más cooperador.
Volvió a asomar una sonrisa en su expresión.
El tipo se dispuso a avanzar.
―¡Espera Jórgan! ―Se interpuso Shawn en su camino. ―Sabes que nos han ordenado que lo llevemos vivo.
―Es cierto que debemos llevarlo vivo, Shawn―retrucó mientras lo hacía a un lado como a un muñeco. ―Pero nadie dijo que tenía que llegar de una sola pieza que yo recuerde.
El hombre haciendo caso omiso de su compañero, avanzó resuelto hacia él, destilando una violencia inusitada y con intenciones meridianamente claras, romperle hasta el último de sus huesos. Recorrió el corto trecho que los separaba, pisando fuerte al caminar, no tardó en notar como una sombra enorme se cernía sobre él…
«Pienso que ya va siendo hora de dejar de jugar.» Sugirió de pronto Ashur. «Te adelanto que es más grande de lo que parece»
Casi estuvo tentado de hacer caso omiso de él, ver como se desarrollaban las cosas por hacerle la puñeta. Si finalmente desistió en su empeño, era porque aún le gustaba menos que le pegaran hasta dejarlo medio inconsciente. Así que optó por abrir los ojos y fijarlos en los del inmenso hombre que se imponía sobre él. Aquel simple gesto hizo que detuviera en seco, como si de repente hubiese chocado con un muro de granito que instantes antes no estuviese allí. Sus ojos se abrieron a punto de salírsele de las orbitas, y las narinas fluctuaron con cada inhalación, su enorme puño tan grande como un jamón, quedó a escasos diez centímetros de su cara.
Los obsequió con una sórdida sonrisa que helaría el corazón del hombre más valiente.
―Es lo más sensato que has hecho desde que has pisado esta celda ―le dijo al hombretón ―harías bien en quedarte donde estas. ―El hombre seguía ahí parado, con la cara compuesta. «Parece que lo entiende perfectamente» arguyó Ashur.
―Ahora decidme, ¿Qué diablos estáis haciendo aquí?
El mastodonte abrió la boca pero no articulo más que un ridículo gañido, los otros dos deslizaron sus manos alrededor de la empuñadura de sus espadas, aunque tampoco llegaron a sacarlas.
Jorgán era un tipo enorme, probablemente uno de los bichos más grandes que se había cruzado en la vida; con unos brazos fibrosos y llenos de cicatrices, y con un pecho tan grande como él de un tonel. Su cabeza recordaba a una inmensa olla de grandes asas, y el pelo lo llevaba corto al estilo militar. A la derecha del grandullón, el que abría y cerraba la boca perplejo dedujo que se trataba del tal Shawn. Era un tipo de constitución más bien delgada, de estatura media y con el rostro enjuto como el de un roedor. Su nariz era un tanto picuda, más sus ojos oscuros y hundidos como dos pozas, eran igual de escurridizos como el limo. Detrás de los dos primeros y sosteniendo la hiriente antorcha en una temblorosa mano, paraba el resuelto Mawrn. En esta ocasión parecía de todo menos resuelto; se había quedado sin palabras. Era alto y gallardo, con un pelo largo y negro que llevaba trenzado a su espalda sujeto con unos finos aros de plata; su tez tenía un sutil toque femenino.
―¿Pensáis quedaros los tres allí mirándome con cara de borregos o vais a contestar a mi pregunta? ―Instigó nuevamente, aunque en realidad sabía que iba a predominar lo primero.
Los hombres siguieron allí parados como idiotas, igual que niños embelesados ante la visión del dragón que aparecían en los cuentos que les contaba la nana por las noches; como estatuas de carne y hueso con bobaliconas muecas de incomprensión.
«¿No sé porque te sorprendes a estas alturas? Que yo recuerde, siempre causas la misma impresión en los demás» Concluyó finalmente Ashur.
Nuevamente coincidía con esa aseveración. La gente siempre tendía a quedarse de piedra al contemplar el color de sus ojos, de un tono amarillo absenta. Era antinatural, lo sabía, pero no por eso dejaba de sorprenderle la reacción que producía en los demás.
―¿Qué… ¿tú? ¿Qué demonios eres? ―Consiguió barbotear Marwn con un soniquete bastante lastimero.
―Eso sí que es ser franco muchacho. ―Lo congració con una sonrisa desganada. ―No es precisamente lo que yo entiendo por comenzar con buen pie, aunque tampoco es que me sorprenda mucho. Me han llamado de muchas otras maneras a lo largo de los años. ―Con un ademán restó importancia al asunto. ―Ahora que hemos roto el hielo ―prosiguió ―, y dado que empezamos con incomodas preguntas ―, dijo mirando fijamente a los ojos de Marwn. ―¿No os parecen apropiadas unas presentaciones? Me resulta bastante incomodo charlar con desconocidos.
Los tipos se miraron, quizás barajando la posibilidad de salir de su mutismo, los nervios seguían traicionando sus piernas, pero aún cabía la posibilidad que le respondieran a alguna de sus preguntas.
―¿Y bien? ―Insistió.
Gracias un breve examen, apreció varios detalles que llamaron verdaderamente su atención; respondiendo a alguna de sus preguntas. Los tres vestían completamente con unos uniformes de cuero negro; guerreras negras, bombachos negros, y polainas del mismo color. Los tres portaban curiosos medallones plateados pendiendo de sus cuellos, y los tres iban armados hasta los dientes. Eso ya era suficiente raro para confundir hasta el más avispado, si le añadías que nunca recibía visitas, ya era un acertijo demasiado puñetero de resolver. ¿Qué diablos venían a hacer allí?
―No tenemos obligación de contestar a tus preguntas ―contestó finalmente Jorgán con más color en la cara. ―Aunque te diré algo. ―Arguyó envalentonado al corroborar que sus compinches estaban cerca. ―Nos han ordenado sacarte de aquí y llevarte en presencia de nuestro patrón, y eso es lo que tenemos intención de hacer.
Lo miró directamente a los ojos hasta que vio como se encogía involuntariamente y retrocedían varios pasos. Volvió a sonreírle.
―Creo que va a ser que no amigo. Si tantas ganas tiene tu patrón de verme, ya sabe dónde puede encontrarme. No acostumbro a aceptar invitaciones del primero que me lo propone.
El tipo volvió a buscar respaldo en sus compañeros, los cuales, no parecían ser capaces de proporcionársela en aquel momento. Murmuró algo entre dientes antes de insistir.
―¡Estas de broma! El Viejo nunca sale de sus dominios, la gente viene a él a rendirle pleitesía ¿Entiendes? ―Retrucó enfático.
―Entonces las cosas se van a complicar sustancialmente. ―dijo tras un encogimiento de hombros. ―Quizás deba aclarar varias cosas para que no haya confusiones. No se me ha pasado por alto que vestís de una forma muy particular, también he advertido que vuestro acento es muy distinto del que normalmente suena por aquí, más los medallones que penden de vuestros lindos cuellos ya los he visto con anterioridad; se a quien pertenecen, y si quieres saber la verdad, me importa un bledo.
Aquellas afirmaciones no cayeron en saco roto. Observó cómo sus invitados se lanzaban miradas de desconcierto, notó como sus corazones latían más rápido de lo estrictamente saludable, se removieron inquietos mientras acababan de asimilar con quien trataban.
―No parece que vaya a querer cooperar por las buenas. ―Contempló finalmente Shawn. ―¿Qué hacemos con él?
«¡Vaya! Si al final resultará que no son tan idiotas después de todo»
―¿Piensas que estas en condiciones de exigir? ―Inquirió Jórgan, pasando por alto las preocupaciones de Shawn. ―Me importa un bledo quien hayas podido ser en su momento, ahora tan solo eres un infeliz que se pudre en una celda con paredes de dos palmos de grosor. Estás encadenado de pies y manos a una pared, y por tu aspecto diría que no te encuentras en muy buenas condiciones. ¡Así que no creo que estés en posición de demandarnos nada!
―No es ninguna demanda ―replicó ―, sino que una simple declaración de intenciones. No voy unirme a vuestra secta de patéticos adoradores ¿lo entendéis ahora? La sola idea de poner un pie en vuestro infecto cubil me repugna. Así que espero no os lo toméis a mal, pero por mi parte podéis iros a tomar por culo si lo deseáis.
―¿Te crees muy valiente? ―Escupió escamado Jórgan. ―Ahora verás porque nadie se burla de los Incondicionales sin recibir su justo merecido, y de paso le demostraremos a nuestro renacido mesías el compromiso de nuestra sagrada orden con su causa. ―Dijo tras compartir una mirada cómplice con los otros dos. Los interpelados desenfundaron sus aceros abriéndose en abanico frente a él. ―Quizás con un poco de ayuda logremos que cambie de opinión muchachos. ―Lucía muy ufano tras aquella luctuosa escenificación.
«¡Esto por fin se pone interesante! Francamente, me estaba entrando la modorra con tanta charlatanería. Pensé incluso que pretendían noquearte de aburrimiento y todo»
―No quería que las cosas terminaran como de costumbre Ashur. ―Confesó en voz alta mientras se ponía lentamente en pie. ―Pensé que por una vez habría una mejor manera de resolver nuestros problemas sin tener que usar la violencia. ―Miró hacia aquellos tres sosteniendo sus armas en las manos y declaró ―Estaba claro que me equivocaba.
―¡¿A quién diablos se dirige este ahora?¡ ―Inquirió Marwn buscando repuestas en sus compinches, los cuales manifestaron su ignorancia encogiéndose de hombros; los nervios estaban a flor de piel. ―¡¿Por qué nos ignora, y quién narices es el maldito Ashur?!
Los tres le apuntaban con sus espadas, aunque la punta de estas temblaba frente a sus ojos mientras veía como el sudor corría por sus mejillas, más su corazón latía desbocado. No sabían a qué se enfrentaban en realidad. O eran más estúpidos de lo que creía o eran verdaderamente ajenos ante la efímera realidad. Les dedicó una mueca sibilina antes de que los grilletes de sus muñecas y de sus pies se hiciesen añicos en mil pedazos. Se despolvó sus raídos pantalones frente a la perpleja mirada de aquellos tres con una tranquilidad que resultaba realmente inquietante; ninguno de se movió un pelo.
―Quizás no haya sido lo suficiente claro con vosotros. ―Les dijo mientras se masajeaba las despellejadas muñecas. ―No pienso acompañaros a ningún sitio por mucho que insistáis. ―Giró su cuello hacia ambos lados haciendo crujir las articulaciones. ―Será mejor que volvías a casa y dejéis de contarme jácaras para niños. ¡Ahora!
«¡Míralos, pero si se han quedado de piedra!» Exclamó gozoso Ashur.
Los tres seguían frente a él con las armas prestas, pero su determinación acababa de recibir un rudo palazo en el mentón; parecían muñecos tallados en madera. Probablemente esperaban que fueran a tratar con un pobre infeliz desecho e indefenso, puede que nadie los preparara para lo que acababan de presenciar. Los Incondicionales eran una panda de lunáticos que adoraban a una deidad desterrada hacía mucho tiempo de la memoria de los humanos, los cuales tan solo evocaban como simples fábulas de salón. Tan solo unos pocos la adoraban en secreto, agrupándose mientras esperaban el advenimiento de los doce mesías, quienes los guiarían con puño férreo a restablecer sus antiguos credo de mentiras, traición y sufrimiento.
―No suelo repetirme mucho, volved al agujero de donde habéis salido antes de que termine de perder la paciencia. ―No alzó la voz, pero su tono tenía un claro cariz amenazador.
―No podemos ―arguyó Shawn mientras tanteaba a los demás. ―Si volvemos con las manos vacías, él nos matará.
«Creo que después de todo no mienten, Medar, están volviendo de nuevo. No los puedes dejar marchar sin más»
Maldijo para sus adentros, no eran muy buenas nuevas aquellas. Sí realmente era cierto que el advenimiento de los doce Apóstoles estaba próximo, el mundo como lo conocía, se iba a poner de pronto de patas del revés. Meditó sobre lo que implicaba aquello para él, analizó todo lo que había escuchado durante aquella conversación y concluyó, que las cosas se iban a poner seriamente jodidas para todos. Miró a los tres y pensó en el dicho que cita No hay que matar al mensajero. Resopló, cuanto se alejaba aquella frase de la realidad.
―Después de todo quizás tengáis razón, no debéis volver de vacío. ―dijo mientras avanzaba lentamente hacia ellos.
Los tres salieron de su estupor al verlo aproximarse con tanta resolución, aferraron fuertemente la empuñadura de sus espadas mientras reculaban a la par que muertos de miedo.
De pronto se abalanzó sobre Jórgan con tal rapidez que no le dio tiempo ni a parpadear, mientras con la palma de la mano le lanzaba un golpe ascendente hacia el puente de su nariz; notó como crujirán los huesos de su tabique tras el impacto. Jórgan dio dos pasos hacia atrás desequilibrado, sus compinches no reaccionaron rápido por la sorpresa de aquella agresiva ofensiva, así que girando sobre su mismo eje, soltó una patada alta a la altura de la sien de Shawn, el cual cayó desmadejado en el suelo. Marwn tras recuperarse de la sorpresa inicial le lanzó una estocada con la que pretendía atravesarle el corazón. Fintó hacia su izquierda, un hueco apareció donde instantes antes estaba él, la punta de esta pasó a escasos centímetros de su carne, rasgando su vestidura a la altura del pecho, mientras trastabillaba por la inercia de la acción, lo agarró por el brazo y con un brusco gestó, lo retorció hacia uno de los lados hasta que lo oyó romperse como una rama. Giró rápidamente sobre sí mismo, pues Jórgan se habia recuperado del primer asalto y se abalanzaba totalmente enfurecido sobre él; con la cara recubierta por la sangre. Saltó en el aire en su dirección, alzando la rodilla a la altura de su cabeza, impactando justo debajo de su mentón. Cayó como un saco de harina.
Ahora en la galería Nº3, tan solo se oían los gritos y gemidos de dolor de los Incondicionales, retorciéndose en el suelo mientras por todos los medios intentaban aferrarse a la conciencia. Todo había sucedido en segundos, demasiado rápido para el ojo humano.
«¿Y ahora que piensas hacer Medar?»
―Lo sabes perfectamente Ashur, visitar a alguno de mis viejos amigos.
Sin mediar palabra cogió una de las armas que se les había caído a alguno de aquellos tres, y se dirigió a terminar con la faena. Le desagradaba sobremanera aquel sangriento trabajo, pero a fin de cuentas, uno se acaba por acostumbrar a todo.
CONTINUARA.
Ven, ven, quienquiera que seas;
Seas infiel, idólatra o pagano, ven
ESTE no es un lugar de desesperación
Incluso si has roto tus votos cientos de veces, aún ven!
(Yalal Ad-Din Muhammad Rumi)