Bueno queridos compañeros, pues ya estoy aquí con otro nuevo capitulo. Como alguno de los anteriores, no destaca por su corta extensión, así que me he decidido a partirlo en varios trozos como ya he echo con otros. A lo que voy, espero que os guste.
Edición. Hubo un cambio de titulo, pues en reglas generales, el que había no calzaba mucho con lo que sucedía en el capitulo. Un saludo.
NOCHE DE MIEDO
El Capitán Ashrans y su pelotón corrieron por la galería todo lo rápido que daban sus piernas, el sonido de las estentóreas y enajenadas risas que salían de los lúgubres nichos iban quedando atrás. Los chillidos que se habían escuchado de aquella zona minutos antes ya se habían acallado, pero semejantes gritos se alcanzaron a oír hasta en su puesto de retén en una de las puertas más alejadas del Magisterio en las que estaba haciendo guardia. Al llegar al final del pasillo y empujar la maciza puerta que se cernía al fondo, él y todos los de la patrulla que lo acompañaban, se quedaron mudos ante la truculenta escena que encontraron detrás de ella. Miró hacia todas direcciones con su mano aferrada fuertemente a la empuñadura de su espada, pálido por la impresión, sus nudillos blancos por la presión, hasta que finalmente comprobó que se encontraban subjetivamente solos en la habitación (Si es que aquello podía considerarse así). En la pequeña y octogonal sala, había un montón de cadáveres tirados y ensangrentados, esparcidos por el lugar, producto de una barbarie sin parangón. Los cuerpos, o lo que quedaba aún de reconocible en ellos, mostraban multitud de cuchilladas y desgajaos, golpes y humillación, amputaciones; algunos miembros arrancados de los mismos estaban esparcidos por la estancia como muñecos rotos dejados por un niño demasiado cruel. La sangre lo anegaba todo a su paso, el enlosado, las rocosas paredes que ahora empapadas lloraban sangre, los extraños artilugios que colgaban de ellas, la mesa volcada que estaba en el centro de la estancia ¡TODO LO DEMÁS!
Sus subordinados se miraban unos a otros perplejos, sin lograr emitir ningún sonido medianamente inteligible, la escena superaría hasta el hombre más estoico de Mansour. Dio varios pasos vacilantes, mientras tragaba saliva con la impotencia del que llega demasiado tarde, cerciorándose de que aquel horror fuese real. ¡Y bien real que era!
―¡Avisar al Comandante de inmediato! ―Ordenó sin poder apartar los ojos del macabro mosaico que había expuesto allí. ―Debe ser informado de lo que acabamos de encontrar sin demora y en la más completa confidencialidad.
Escuchó como el Teniente Mashba daba las órdenes pertinentes a uno de los guardias que lo acompañaban, el cual salió corriendo con premura a relatar las terribles nuevas al Comandante de la Guardia de la ciudad. (Más conocido por el título del Argbaht)
Mientras tanto inspeccionó la sala adentrándose un poco más en ella, seguía sin acabar de creerse lo que estaban presenciando sus ojos.
En el centro de esta yacía tirado como un pedazo de carne más, el enorme corpachón del Tesorero Mashema, gran cantidad de sangre había escapado de un profundo corte que sesgaba su yugular, mientras la rica y elaborada túnica de de color verde-morado con la que iba engalanado, se abría en abanico cubriendo parte de su cuerpo inerte. Cerca de allí, al costado de una mesa de la que habían caído una cantidad desproporcionada de trastos de tortura, dos diminutos cuerpos cosidos a puñaladas también reposaban muertos, se trataban de los hermanos Pashur, y para su mudo horror, comprobó, que estaban partidos en dos mitades. Al seguir recorriendo la escena con la mirada, distinguió que tanto la Suma sacerdotisa Nora como Maísade, la casquivana más notoria de la corte, no habían corrido mucha mejor suerte que sus colegas de cámara, pues estaban degolladas las dos. A la primera a ojos vista habían abusado sexualmente de su cuerpo, pues yacía tumbada bocabajo, con la túnica subida a la altura de la cintura y sus piernas abiertas de par en par, no era difícil concluir que es lo que había sucedido ahí. La segunda, paradójicamente, sufrió un final mucho menos lascivo a su parecer. Le habían arrancado tanto la lengua como sus pechos, dejándolos para macabro deleite justo enfrente de ella, como si se tratase de un pérfido tributo hacia su dudosa posición social. Tanto el joven Consejero Cazaire como él Electo Chasck, tendidos boca arriba y con la vista perdida en el lejanía, con muecas desencajadas por el estupor y luciendo vestimentas completamente ensangrentadas, muy a pesar de no presentasen ninguna herida que fuera visible para él, también permanecían mortalmente quietos.
«¿Quién puede haber hecho semejante carnicería?» Se preguntó sin salir de su estupefacción.
―¡Mire Capitán! ―La alterada voz de su Teniente Mashba, lo sacó de aquella horrenda pesadilla. ―Creo que se trata del Magíster Depraba. ―dijo señalando al hombre que reposaba en un curioso sillón de madera con abrazaderas.
Probablemente aquel fuera el salvajismo más desagradable que había podido ver en la sala. El cuerpo del Magister Depraba, sentado como un rey en su sitial, encabezaba una bizarra audiencia con expresión de pesar e inhiesto como un palo. El sillón en cuestión estaba empapado en su propia sangre, y un ingente charco se estaba formando a sus pies, lo habían desollado vivo. Las abrazaderas con las que se debería retener al reo, estaban retorcidas de una forma extraña e imposible, así que sujetaron al Magister clavando cada una de sus extremidades con largos punzones en los reposabrazos y patas del sillón. La cosa no quedaba solamente ahí, en absoluto, también le habían arrancado ambos ojos dejando en su lugar dos pozas que lo observaban sin parpadear. De su boca, de la que claramente faltaban numerables dientes, segregaba un esputo sanguinolento que corría en un reguero por su barbilla hasta bajar por su cuello y llegar al resto de su cuerpo, el cual estaba desnudo de cintura para arriba. En su torso descubierto, inscritas unas palabras en su propia carne hendida, se podía leer. «Los primeros siempre serán los últimos en caer»
La verdad es que aquella imagen logró impresionarlo a pesar de que era soldado desde hacía ya muchos años. Había vivido muchas batallas e innumerables y encarnizadas escaramuzas para contarlas con los dedos de ambas manos, había visto a muchos de sus compañeros morir de mil y un maneras diferentes, pero eso era un acto demencial, nada que hubiese visto con anterioridad podía asemejarse ni por asomo. «¿Qué diablos ha podido suceder aquí?» Se preguntó cada vez más aturdido.
Prácticamente la plana de su Estado se encontraba desangrándose en aquella habitación del miedo, advirtió, era demasiado espeluznante y visceral para poder asimilarlo así de pronto. El Consejo casi al completo había tenido una muerte terrible y violenta a manos de los dioses sabían qué.
―¡Aquí Capitán, venga, corra, corra ―Chilló de pronto uno de los soldados que se había internado por la puerta que daba a la habitación colindante a la suya. ―, es el Gobernante Eriast!
―Mirad si encontráis alguna pista que pueda aclararnos lo que ha sucedido aquí. ―le ordenó a sus subalternos mientras empezaba a emprender la carrera.
Corrió como jamás lo había hecho en su vida, con el corazón en un puño, mientras se apresuraba a reunirse con el soldado que había reclamado su presencia. Lo encontró en la sala contigua a la de la carnicería, acunando el cuerpo del gobernador entre sus brazos, el cual, aún respiraba con dificultad.
«Gracias a los dioses que está a salvo»
Soltó el aire que había estado reteniendo en sus pulmones. ¡Era sin duda el Gobernador Eriast! En cierta medida podían estar algo más calmados, al menos la debacle no había terminado en un total y funesto desastre.
―¡Llama al médico ―Le ordenó al soldado mientras él ocupaba su posición. ―, rápido!
Contempló sus alrededores y se percató de que tampoco estaban solos en el lugar, un tipo de enormes proporciones y con un capuchón negro que cubría su cabeza, permanecía tendido y apoyado en uno de los laterales de la pared mientras intentaba inútilmente sujetar las entrañas que se salían a borbotones del tajo en su prominente vientre, la pálida muerte ya se había cebado en él. Junto a este reposaba el cuerpo del Electo Serkussak, condenado esa misma mañana por ser uno de los incitadores de las revueltas que habían causado tantos muertos en la ciudad. Su expresión estaba retorcida en una mueca de terror, la espada que supuestamente había herido mortalmente al grandullón, paraba junto a él para su total perplejidad. Advirtió que como el resto, también este contaba con múltiples heridas cubriéndole gran parte del cuerpo, su ojo hendido por algún instrumento punzante le había provocado una herida que aún supuraba un icor amarillo que izo que se le revolviese el estomago de nuevo.
―¿Es usted capitán Ashran? ―Preguntó el Gobernador Eriast con voz entrecortada.
―Sí mi señor, aquí mismo estoy. ―respondió saliendo de su ensimismamiento.
―¿Están todos muertos capitán? ―Preguntó con tono entrecortado antes de toser y escupir una flema de sangre en el proceso. ―¿Lo están?
―Me temo que sí señor. ―le respondió con pesar ―Todos los miembros del consejo que estaban en la sala se hallan muertos, incluidos el Electo Sercussak y un tipo enorme al que le han abierto el vientre.
Su gobernador Eriast no escuchaba en absoluto lo que le decía, la lucidez de sus ojos iba y venía por instantes, no creía que fuese capaz de poder mantener la conciencia por mucho tiempo más. En un momento dado, en el que supuso que había recuperado algo de lucidez, volvió a mirarlo fijamente y declaró.
―Tienes… tienes que avisar al Argbaht de inmediato, debes decirle que prepare a toda la guardia de la ciudad, haced sonar las campanas, están cerca de aquí… ―Volvió a interrumpirse a media frase para toser con sequedad mientras escupía otra vez sangre por la boca. La situación era urgente, se le estaba escapando la vida por momentos a su gobernador y él, no podía hacer nada para aliviar su dolor.
―No se esfuerce, ya he mandado avisar al Argbaht y pronto estará aquí con el médico para atenderlo. Intente guardar sus fuerzas. ―dijo a pesar de saber, tras un breve reconocimiento por alguna de sus heridas, que no iban a llegar a tiempo.
Su señor hacia un gran esfuerzo por no desfallecer y caer en la inconsciencia, arrugaba su entrecejo a la par que intentaba mantenerse despierto con tenacidad, la palidez de su piel y los febriles sudores revelaban que no le quedaba demasiado tiempo de vida, el temblor de sus miembros lo confirmaban.
―Escucha y no me interrumpas Ashrans ―le reprendió haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, pues su voz sonaba tan débil que apenas llegó a murmurar aquellas palabras. Asintió con la cabeza con obediencia, las palabras de su gobernante eran la ley, se había consagrado a ellas, como fiel servidor que era. Así que acerco su oído a sus labios para poder escuchar con más claridad sus últimos deseos de su señor. ―Tienes que avisarle al Argbaht… tienes que decirle que... qué… ―la sangre iba descendido por la comisura de sus labios a medida de que este hablaba, hasta que en un momento dado su voz se moduló para volverse mucho más siniestra y gutural. ―¡Estoy seguro que vais a servirme igual de bien que el resto!―le dedicó una sonrisa impúdica antes de atenazar su brazo con una fuerza sobrehumana.
«¡¿Pero….» Fue lo único que alcanzó a pensar.
Antes de que pudiese reaccionar de alguna manera, sintió como una especie de presencia extraña e insubstancial penetraba en su carne hacía el interior de su ser, dejándolo de repente en un estado de shock total. Sentía como el tacto helado del gobernador estaba corrompiendo su piel, pero algo le impedía gritar pese al espantoso dolor que le infligía, sufriendo y agonizando en silencio mientras era hipnotizado por los gélidos ojos de aquel horripilante ser. Era como si una fuerza extraña estuviese intentando arrebatarle su cuerpo palmo a palmo, miembro a miembro, hasta lograr hacerse con él. El dolor era casi indescriptible, insoportable para cualquier persona, sintiéndolo hurgar en cada poro de su cuerpo y en cada fibra de su ser. No obstante, no podía externalizar sus miedos aunque lo quisiera, pues aquella malévola fuerza le había privado incluso de aquello. Tras una corta lucha por su cuerpo en la que salió perdedor, notó como su conciencia se diluía como un puñado de polvo tirado al aire en una tarde tormentosa.
****
No era exactamente lo que tenía planeado, aunque siempre se podía improvisar. Se solazó pensando en las repercusiones con las que iban a tener que lidiar el desorganizado ganado cuando los planes de su señor, que ya estaban puestos en marcha, diesen sus frutos. Observó el laxo cuerpo del gobernador ahí tendido, hueco como un baúl vacio, perdida su alma en el velo se oscuridad, mientras a su vez, comprobaba la movilidad de su nuevo recipiente; acostumbrándose a sus nuevos recuerdos y a su distinta motricidad. «No es el cuerpo perfecto, pero a fin de cuentas me servirá» Se dijo.
Por otro lado, había dejado de percibir los hilos de los títeres que envió para que encargasen de dar muerte al muchacho, como también había dejado de sentir a los mequetrefes que tenían que traerle al traidor con vida. Los hilos conectores que los unían a su propia esencia, habían sido cortados de raiz por una fuerza similar a la suya. En el caso del traidor presupuso que no iba a ser fácil, por lo que entraba dentro de sus planes. Siempre había sido un tipo astuto y escurridizo, y contaba con múltiples y variados recursos para la evasión, como ya hubo demostrado años atrás en las Cidades-Estado de Mayremm. Pero el asunto del muchacho era bien diferente y lo tenía intrigado, ya que no sabía lo que pensar. «¿Cómo es que se ha podido zafarse de ellos con esa facilidad?»
Decidió que ya habría tiempo para resolver aquel detalle más tarde. En cualquier caso recordar cómo habían suplicado aquellos patéticos seres antes de devorar sus almas, le hizo sentir mejor. ¡Habían resultado ser un banquete excelso! Las expresiones de temor que habían compuesto al ver de lo que era capaz, sus lastimeros llantos de suplica, el infructuoso e heroico intento del gobernador al querer plantarle cara. «¡Oh, eso sí que había sido un hecho sumamente interesante!» Incluso la absurda tentativa del encapuchado con mente de crío que había querido atacarle por la espalda. Hacía ya mucho tiempo que no sentía el pulso de la vida apagándose en sus manos, era gozoso hasta tal punto, que evitó eyaculase encima por la excitación que le producía atormentar a los humanos. «Esta va a ser una noche muy entretenida para todos.»
Advirtió como Mashba lo contemplaba con el gesto compuesto por una mueca de interrogación ¿Desde cuándo es que estaba allí? No lo había percibido entrar en la sala. Se preguntó si no habría sido testigo de su escenificación. Dejó el regodeo para un lugar y momento mejor, controló sus espasmos, lo primero era finalizar con la tarea que ya había comenzado, se reprendió. Ya tendría tiempo de sobra para satisfacer su propio deleite personal.
―¿Qué es lo que ha sucedido capitán Ashrans? ―Preguntó su teniente claramente confuso. ―Merél hace tan solo un rato que ido corriendo a avisar al médico de que el gobernador había sobrevivido.
―No he podido hacer nada por salvarle la vida. ―dijo con la vista perdida.
―¿Pero qué es lo que ha sucedido?
―Una locura Mashba, eso es lo que ha sucedido, un desastre sin precedentes. ―Mientras seguía acunando al gobernador entre sus brazos, moduló el tono de su voz para aparentar que estaba completamente abatido.
Según los recuerdos que había podido recuperar del alma del capitán Ashrans antes de que volatilizase en la nada, era uno de los súbditos más devotos con los que contaba el estado entre sus filas. Había alcanzado el grado de capitán por méritos propios, nacido en una familia humilde y criado en los dogmas de su falsa fe, siempre había sido muy obstando con sus obligaciones y con el deber.
Mashba observó el cuerpo del gobernador Eriast, con la laxitud propia de la muerte, abrió la boca más solo pudo murmurar.
―Entonces están todos muertos.
Le divertía ver la reacción del ganado ante su frágil mortalidad, ver el miedo en sus ojos, sentir en la piel el temor que les inspiraba perder sus tristes y cortas vidas. El paradójico tabú del que eran aquejados y que siempre estaría rondando sus sencillas mentes. La desesperación siempre había sido una placida visión para él.
―Sí, y aún es mucho peor de lo que imaginas. ―Tendió a su gobernador con el cariño que una madre tendría con un recién nacido, depositándolo en el suelo como si fuera frágil como la porcelana, antes de incorporarse y mirar fijamente a los ojos de su teniente.
―¿No comprendo mi capitán?
Prácticamente ya estaba el pelotón completo de lo habían acudido allí, reunidos en torno al cuerpo del gobernador, mirándose unos a otros expectantes y completamente abatidos, nadie se atrevía ni a respirar.
―Lo que estoy diciendo teniente Mashba es, que ya sé quién ha sido el que ha hecho esto. Nuestro señor antes de morir me ha podido revelar quienes eran sus agresores. ―contempló al difunto y negó con la cabeza como si así pudiese despejar las dudas. ―Simplemente me cuesta de asimilarlo.
―¡¿Se puede saber qué demonios a sucedido aquí?! ―Exclamó de pronto el Argbath Malakhias entrando como un basilisco en la sala. ―¡¿Cómo ha podido suceder algo así!? ―chillo escupiendo saliva hacia todos lados. ―¡Quiero una aclaración de inmediato!
«Será delicioso acabar con ellos cuando llegue el momento» Pensó adelantándose un paso para ser el objeto de la ira del Argbath. «Aunque lo primero es lo primero»
****
CONTINUARÁ......
Edición. Hubo un cambio de titulo, pues en reglas generales, el que había no calzaba mucho con lo que sucedía en el capitulo. Un saludo.
NOCHE DE MIEDO
El Capitán Ashrans y su pelotón corrieron por la galería todo lo rápido que daban sus piernas, el sonido de las estentóreas y enajenadas risas que salían de los lúgubres nichos iban quedando atrás. Los chillidos que se habían escuchado de aquella zona minutos antes ya se habían acallado, pero semejantes gritos se alcanzaron a oír hasta en su puesto de retén en una de las puertas más alejadas del Magisterio en las que estaba haciendo guardia. Al llegar al final del pasillo y empujar la maciza puerta que se cernía al fondo, él y todos los de la patrulla que lo acompañaban, se quedaron mudos ante la truculenta escena que encontraron detrás de ella. Miró hacia todas direcciones con su mano aferrada fuertemente a la empuñadura de su espada, pálido por la impresión, sus nudillos blancos por la presión, hasta que finalmente comprobó que se encontraban subjetivamente solos en la habitación (Si es que aquello podía considerarse así). En la pequeña y octogonal sala, había un montón de cadáveres tirados y ensangrentados, esparcidos por el lugar, producto de una barbarie sin parangón. Los cuerpos, o lo que quedaba aún de reconocible en ellos, mostraban multitud de cuchilladas y desgajaos, golpes y humillación, amputaciones; algunos miembros arrancados de los mismos estaban esparcidos por la estancia como muñecos rotos dejados por un niño demasiado cruel. La sangre lo anegaba todo a su paso, el enlosado, las rocosas paredes que ahora empapadas lloraban sangre, los extraños artilugios que colgaban de ellas, la mesa volcada que estaba en el centro de la estancia ¡TODO LO DEMÁS!
Sus subordinados se miraban unos a otros perplejos, sin lograr emitir ningún sonido medianamente inteligible, la escena superaría hasta el hombre más estoico de Mansour. Dio varios pasos vacilantes, mientras tragaba saliva con la impotencia del que llega demasiado tarde, cerciorándose de que aquel horror fuese real. ¡Y bien real que era!
―¡Avisar al Comandante de inmediato! ―Ordenó sin poder apartar los ojos del macabro mosaico que había expuesto allí. ―Debe ser informado de lo que acabamos de encontrar sin demora y en la más completa confidencialidad.
Escuchó como el Teniente Mashba daba las órdenes pertinentes a uno de los guardias que lo acompañaban, el cual salió corriendo con premura a relatar las terribles nuevas al Comandante de la Guardia de la ciudad. (Más conocido por el título del Argbaht)
Mientras tanto inspeccionó la sala adentrándose un poco más en ella, seguía sin acabar de creerse lo que estaban presenciando sus ojos.
En el centro de esta yacía tirado como un pedazo de carne más, el enorme corpachón del Tesorero Mashema, gran cantidad de sangre había escapado de un profundo corte que sesgaba su yugular, mientras la rica y elaborada túnica de de color verde-morado con la que iba engalanado, se abría en abanico cubriendo parte de su cuerpo inerte. Cerca de allí, al costado de una mesa de la que habían caído una cantidad desproporcionada de trastos de tortura, dos diminutos cuerpos cosidos a puñaladas también reposaban muertos, se trataban de los hermanos Pashur, y para su mudo horror, comprobó, que estaban partidos en dos mitades. Al seguir recorriendo la escena con la mirada, distinguió que tanto la Suma sacerdotisa Nora como Maísade, la casquivana más notoria de la corte, no habían corrido mucha mejor suerte que sus colegas de cámara, pues estaban degolladas las dos. A la primera a ojos vista habían abusado sexualmente de su cuerpo, pues yacía tumbada bocabajo, con la túnica subida a la altura de la cintura y sus piernas abiertas de par en par, no era difícil concluir que es lo que había sucedido ahí. La segunda, paradójicamente, sufrió un final mucho menos lascivo a su parecer. Le habían arrancado tanto la lengua como sus pechos, dejándolos para macabro deleite justo enfrente de ella, como si se tratase de un pérfido tributo hacia su dudosa posición social. Tanto el joven Consejero Cazaire como él Electo Chasck, tendidos boca arriba y con la vista perdida en el lejanía, con muecas desencajadas por el estupor y luciendo vestimentas completamente ensangrentadas, muy a pesar de no presentasen ninguna herida que fuera visible para él, también permanecían mortalmente quietos.
«¿Quién puede haber hecho semejante carnicería?» Se preguntó sin salir de su estupefacción.
―¡Mire Capitán! ―La alterada voz de su Teniente Mashba, lo sacó de aquella horrenda pesadilla. ―Creo que se trata del Magíster Depraba. ―dijo señalando al hombre que reposaba en un curioso sillón de madera con abrazaderas.
Probablemente aquel fuera el salvajismo más desagradable que había podido ver en la sala. El cuerpo del Magister Depraba, sentado como un rey en su sitial, encabezaba una bizarra audiencia con expresión de pesar e inhiesto como un palo. El sillón en cuestión estaba empapado en su propia sangre, y un ingente charco se estaba formando a sus pies, lo habían desollado vivo. Las abrazaderas con las que se debería retener al reo, estaban retorcidas de una forma extraña e imposible, así que sujetaron al Magister clavando cada una de sus extremidades con largos punzones en los reposabrazos y patas del sillón. La cosa no quedaba solamente ahí, en absoluto, también le habían arrancado ambos ojos dejando en su lugar dos pozas que lo observaban sin parpadear. De su boca, de la que claramente faltaban numerables dientes, segregaba un esputo sanguinolento que corría en un reguero por su barbilla hasta bajar por su cuello y llegar al resto de su cuerpo, el cual estaba desnudo de cintura para arriba. En su torso descubierto, inscritas unas palabras en su propia carne hendida, se podía leer. «Los primeros siempre serán los últimos en caer»
La verdad es que aquella imagen logró impresionarlo a pesar de que era soldado desde hacía ya muchos años. Había vivido muchas batallas e innumerables y encarnizadas escaramuzas para contarlas con los dedos de ambas manos, había visto a muchos de sus compañeros morir de mil y un maneras diferentes, pero eso era un acto demencial, nada que hubiese visto con anterioridad podía asemejarse ni por asomo. «¿Qué diablos ha podido suceder aquí?» Se preguntó cada vez más aturdido.
Prácticamente la plana de su Estado se encontraba desangrándose en aquella habitación del miedo, advirtió, era demasiado espeluznante y visceral para poder asimilarlo así de pronto. El Consejo casi al completo había tenido una muerte terrible y violenta a manos de los dioses sabían qué.
―¡Aquí Capitán, venga, corra, corra ―Chilló de pronto uno de los soldados que se había internado por la puerta que daba a la habitación colindante a la suya. ―, es el Gobernante Eriast!
―Mirad si encontráis alguna pista que pueda aclararnos lo que ha sucedido aquí. ―le ordenó a sus subalternos mientras empezaba a emprender la carrera.
Corrió como jamás lo había hecho en su vida, con el corazón en un puño, mientras se apresuraba a reunirse con el soldado que había reclamado su presencia. Lo encontró en la sala contigua a la de la carnicería, acunando el cuerpo del gobernador entre sus brazos, el cual, aún respiraba con dificultad.
«Gracias a los dioses que está a salvo»
Soltó el aire que había estado reteniendo en sus pulmones. ¡Era sin duda el Gobernador Eriast! En cierta medida podían estar algo más calmados, al menos la debacle no había terminado en un total y funesto desastre.
―¡Llama al médico ―Le ordenó al soldado mientras él ocupaba su posición. ―, rápido!
Contempló sus alrededores y se percató de que tampoco estaban solos en el lugar, un tipo de enormes proporciones y con un capuchón negro que cubría su cabeza, permanecía tendido y apoyado en uno de los laterales de la pared mientras intentaba inútilmente sujetar las entrañas que se salían a borbotones del tajo en su prominente vientre, la pálida muerte ya se había cebado en él. Junto a este reposaba el cuerpo del Electo Serkussak, condenado esa misma mañana por ser uno de los incitadores de las revueltas que habían causado tantos muertos en la ciudad. Su expresión estaba retorcida en una mueca de terror, la espada que supuestamente había herido mortalmente al grandullón, paraba junto a él para su total perplejidad. Advirtió que como el resto, también este contaba con múltiples heridas cubriéndole gran parte del cuerpo, su ojo hendido por algún instrumento punzante le había provocado una herida que aún supuraba un icor amarillo que izo que se le revolviese el estomago de nuevo.
―¿Es usted capitán Ashran? ―Preguntó el Gobernador Eriast con voz entrecortada.
―Sí mi señor, aquí mismo estoy. ―respondió saliendo de su ensimismamiento.
―¿Están todos muertos capitán? ―Preguntó con tono entrecortado antes de toser y escupir una flema de sangre en el proceso. ―¿Lo están?
―Me temo que sí señor. ―le respondió con pesar ―Todos los miembros del consejo que estaban en la sala se hallan muertos, incluidos el Electo Sercussak y un tipo enorme al que le han abierto el vientre.
Su gobernador Eriast no escuchaba en absoluto lo que le decía, la lucidez de sus ojos iba y venía por instantes, no creía que fuese capaz de poder mantener la conciencia por mucho tiempo más. En un momento dado, en el que supuso que había recuperado algo de lucidez, volvió a mirarlo fijamente y declaró.
―Tienes… tienes que avisar al Argbaht de inmediato, debes decirle que prepare a toda la guardia de la ciudad, haced sonar las campanas, están cerca de aquí… ―Volvió a interrumpirse a media frase para toser con sequedad mientras escupía otra vez sangre por la boca. La situación era urgente, se le estaba escapando la vida por momentos a su gobernador y él, no podía hacer nada para aliviar su dolor.
―No se esfuerce, ya he mandado avisar al Argbaht y pronto estará aquí con el médico para atenderlo. Intente guardar sus fuerzas. ―dijo a pesar de saber, tras un breve reconocimiento por alguna de sus heridas, que no iban a llegar a tiempo.
Su señor hacia un gran esfuerzo por no desfallecer y caer en la inconsciencia, arrugaba su entrecejo a la par que intentaba mantenerse despierto con tenacidad, la palidez de su piel y los febriles sudores revelaban que no le quedaba demasiado tiempo de vida, el temblor de sus miembros lo confirmaban.
―Escucha y no me interrumpas Ashrans ―le reprendió haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, pues su voz sonaba tan débil que apenas llegó a murmurar aquellas palabras. Asintió con la cabeza con obediencia, las palabras de su gobernante eran la ley, se había consagrado a ellas, como fiel servidor que era. Así que acerco su oído a sus labios para poder escuchar con más claridad sus últimos deseos de su señor. ―Tienes que avisarle al Argbaht… tienes que decirle que... qué… ―la sangre iba descendido por la comisura de sus labios a medida de que este hablaba, hasta que en un momento dado su voz se moduló para volverse mucho más siniestra y gutural. ―¡Estoy seguro que vais a servirme igual de bien que el resto!―le dedicó una sonrisa impúdica antes de atenazar su brazo con una fuerza sobrehumana.
«¡¿Pero….» Fue lo único que alcanzó a pensar.
Antes de que pudiese reaccionar de alguna manera, sintió como una especie de presencia extraña e insubstancial penetraba en su carne hacía el interior de su ser, dejándolo de repente en un estado de shock total. Sentía como el tacto helado del gobernador estaba corrompiendo su piel, pero algo le impedía gritar pese al espantoso dolor que le infligía, sufriendo y agonizando en silencio mientras era hipnotizado por los gélidos ojos de aquel horripilante ser. Era como si una fuerza extraña estuviese intentando arrebatarle su cuerpo palmo a palmo, miembro a miembro, hasta lograr hacerse con él. El dolor era casi indescriptible, insoportable para cualquier persona, sintiéndolo hurgar en cada poro de su cuerpo y en cada fibra de su ser. No obstante, no podía externalizar sus miedos aunque lo quisiera, pues aquella malévola fuerza le había privado incluso de aquello. Tras una corta lucha por su cuerpo en la que salió perdedor, notó como su conciencia se diluía como un puñado de polvo tirado al aire en una tarde tormentosa.
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No era exactamente lo que tenía planeado, aunque siempre se podía improvisar. Se solazó pensando en las repercusiones con las que iban a tener que lidiar el desorganizado ganado cuando los planes de su señor, que ya estaban puestos en marcha, diesen sus frutos. Observó el laxo cuerpo del gobernador ahí tendido, hueco como un baúl vacio, perdida su alma en el velo se oscuridad, mientras a su vez, comprobaba la movilidad de su nuevo recipiente; acostumbrándose a sus nuevos recuerdos y a su distinta motricidad. «No es el cuerpo perfecto, pero a fin de cuentas me servirá» Se dijo.
Por otro lado, había dejado de percibir los hilos de los títeres que envió para que encargasen de dar muerte al muchacho, como también había dejado de sentir a los mequetrefes que tenían que traerle al traidor con vida. Los hilos conectores que los unían a su propia esencia, habían sido cortados de raiz por una fuerza similar a la suya. En el caso del traidor presupuso que no iba a ser fácil, por lo que entraba dentro de sus planes. Siempre había sido un tipo astuto y escurridizo, y contaba con múltiples y variados recursos para la evasión, como ya hubo demostrado años atrás en las Cidades-Estado de Mayremm. Pero el asunto del muchacho era bien diferente y lo tenía intrigado, ya que no sabía lo que pensar. «¿Cómo es que se ha podido zafarse de ellos con esa facilidad?»
Decidió que ya habría tiempo para resolver aquel detalle más tarde. En cualquier caso recordar cómo habían suplicado aquellos patéticos seres antes de devorar sus almas, le hizo sentir mejor. ¡Habían resultado ser un banquete excelso! Las expresiones de temor que habían compuesto al ver de lo que era capaz, sus lastimeros llantos de suplica, el infructuoso e heroico intento del gobernador al querer plantarle cara. «¡Oh, eso sí que había sido un hecho sumamente interesante!» Incluso la absurda tentativa del encapuchado con mente de crío que había querido atacarle por la espalda. Hacía ya mucho tiempo que no sentía el pulso de la vida apagándose en sus manos, era gozoso hasta tal punto, que evitó eyaculase encima por la excitación que le producía atormentar a los humanos. «Esta va a ser una noche muy entretenida para todos.»
Advirtió como Mashba lo contemplaba con el gesto compuesto por una mueca de interrogación ¿Desde cuándo es que estaba allí? No lo había percibido entrar en la sala. Se preguntó si no habría sido testigo de su escenificación. Dejó el regodeo para un lugar y momento mejor, controló sus espasmos, lo primero era finalizar con la tarea que ya había comenzado, se reprendió. Ya tendría tiempo de sobra para satisfacer su propio deleite personal.
―¿Qué es lo que ha sucedido capitán Ashrans? ―Preguntó su teniente claramente confuso. ―Merél hace tan solo un rato que ido corriendo a avisar al médico de que el gobernador había sobrevivido.
―No he podido hacer nada por salvarle la vida. ―dijo con la vista perdida.
―¿Pero qué es lo que ha sucedido?
―Una locura Mashba, eso es lo que ha sucedido, un desastre sin precedentes. ―Mientras seguía acunando al gobernador entre sus brazos, moduló el tono de su voz para aparentar que estaba completamente abatido.
Según los recuerdos que había podido recuperar del alma del capitán Ashrans antes de que volatilizase en la nada, era uno de los súbditos más devotos con los que contaba el estado entre sus filas. Había alcanzado el grado de capitán por méritos propios, nacido en una familia humilde y criado en los dogmas de su falsa fe, siempre había sido muy obstando con sus obligaciones y con el deber.
Mashba observó el cuerpo del gobernador Eriast, con la laxitud propia de la muerte, abrió la boca más solo pudo murmurar.
―Entonces están todos muertos.
Le divertía ver la reacción del ganado ante su frágil mortalidad, ver el miedo en sus ojos, sentir en la piel el temor que les inspiraba perder sus tristes y cortas vidas. El paradójico tabú del que eran aquejados y que siempre estaría rondando sus sencillas mentes. La desesperación siempre había sido una placida visión para él.
―Sí, y aún es mucho peor de lo que imaginas. ―Tendió a su gobernador con el cariño que una madre tendría con un recién nacido, depositándolo en el suelo como si fuera frágil como la porcelana, antes de incorporarse y mirar fijamente a los ojos de su teniente.
―¿No comprendo mi capitán?
Prácticamente ya estaba el pelotón completo de lo habían acudido allí, reunidos en torno al cuerpo del gobernador, mirándose unos a otros expectantes y completamente abatidos, nadie se atrevía ni a respirar.
―Lo que estoy diciendo teniente Mashba es, que ya sé quién ha sido el que ha hecho esto. Nuestro señor antes de morir me ha podido revelar quienes eran sus agresores. ―contempló al difunto y negó con la cabeza como si así pudiese despejar las dudas. ―Simplemente me cuesta de asimilarlo.
―¡¿Se puede saber qué demonios a sucedido aquí?! ―Exclamó de pronto el Argbath Malakhias entrando como un basilisco en la sala. ―¡¿Cómo ha podido suceder algo así!? ―chillo escupiendo saliva hacia todos lados. ―¡Quiero una aclaración de inmediato!
«Será delicioso acabar con ellos cuando llegue el momento» Pensó adelantándose un paso para ser el objeto de la ira del Argbath. «Aunque lo primero es lo primero»
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CONTINUARÁ......
Ven, ven, quienquiera que seas;
Seas infiel, idólatra o pagano, ven
ESTE no es un lugar de desesperación
Incluso si has roto tus votos cientos de veces, aún ven!
(Yalal Ad-Din Muhammad Rumi)