Buenas compañeros, la verdad es que me está costando horrores lograr plasmar este capítulo que tengo en mente. En teoría (ya veremos si así a la práctica) intentaremos dejar atrás este ciclo en la ciudad de Mansour. En cualquier caso y como soy un (caso) el titulo puede variar también. En fin que no me lío. Os dejo aquí con otro pequeño extracto de la novela.
EN BOCA DE LOBO
Sarosh salió de la Dama Sobria con el propósito de despejar la mente un poco, quizás andar le ayudaría a bajar todo el exceso que se acababa de meterse en el cuerpo, a la par que de paso, también aprovechaba para reflexionar sobre el curso de acción que debía tomar a partir de ahora. Advirtió que en la calle reinaba la quietud, solo rota por el canto de los grillos y el arrullo de algunos pájaros nocturnos. Ni una sola triste alma deambulaba cerca de los alrededores de la hospedería. Aquello contrastaba profusamente con el bullicio que hacia tan solo unas horas había ocupado la avenida. Observó la larga y zigzagueante vía con la ceja enarcada mientras comenzaba a caminar sin un rumbo definido. La gente de ‹‹bien››, probablemente estarían en el cobijo de sus casas descansando después de una larga jornada, sabiéndose que por la mañana daría comienzo el trajín de nuevo. Así eran las grandes urbes, tan vivas por el día como muertas estaban bajo el manto de estrellas. No obstante, no era una norma que se solía aplicar a los tipos como él. A pesar de que eran altas horas de la noche, y por mucho que su cuerpo molido y maltratado protestaba decantándose también por aquella opción, su cerebro estaba demasiado enfrascado en otras muchas disyuntivas. Así que apretó los dientes y lo ignoró. No tenía ningún anhelo de meterse en la habitación para esperar a que el sueño hiciera presa en él. Abundantes inquietudes amontonándose una encima de otras se lo impedía. Para empezar. Seguía sin tener muy claro que se iba a encontrar a partir de allí. Cada prueba de Templanza era muy distinta a la anterior, cada cual con un propósito definido, con una clara finalidad. Se preguntó cuál sería la suya.
La espera y su inexperiencia lo desesperaban.
Comenzó a ascender por La Travesía, sumido en intrínsecas lucubraciones que le agriaron al poco la expresión. Sabía que era muy capaz de realizar cualquier tipo de trabajo que se requiriese de él. ‹‹Cuanto menos, casi cualquier tipo de trabajo›› se corrigió al reconsiderar mejor a que se dedicaba la orden. La caza de demonios y similares no eran moco de pavo exactamente.
Había recibido muchos golpes y zancadillas durante su aprendizaje. Tolerado años de tormento para encontrase donde estaba ahora. Había resistido contra viento y marea cualquiera de los designios que sus dioses habían tenido a bien en ponerle delante de su camino. Había logrado salvar los obstáculos mientras se tragaba un sinfín de humillaciones sin rechistar. No había sido fácil superar todas las aflicciones que se fueron amontonando en una vida tan desdichada. Una existencia carente de cualquier afecto donde solo primaba la disciplina y en grandes rasgos, una sumisión total. Ahora, después de todos aquellos años de punición, de todo el suplicio que cargaban sobre sus hombros, y tras inacabables sesiones adiestramiento, de estudios y de preparación… Tan solo necesitaba superar aquel último escollo. Lograrlo significaría hacerse con el premio a todo un trayecto preñado de conflictos. Si alcanzaba a salir airoso de las Pruebas de Templanza, recibiría el fajín dorado por el que se había sacrificado tanto. Convirtiéndose así en un pleno miembro de la hermandad. El ambicionado fajín dorado. ‹‹Los fuertes sobreviven y los débiles se quedan en el camino Sarosh›› se exhortó como otras tantas veces en el pasado. Aquella era una de sus máximas desde que sus progenitores fuesen asesinados por algún ente del mal y él, siendo aun un simple mocoso, se quedase solo en una ciudad que carecía completamente de humanidad.
‹‹Ahora tan solo tienes que esperar que el contacto logre dar contigo en una ciudad descomunal como Mansour y listos›› Se dijo, contemplando con desdén la banda blanca que llevaba anudada a la muñeca.
Según las instrucciones que tenía (vagas, insólitas y algo difusas si se le preguntaba su opinión), aquella banda blanca iba a ser la ‹‹señal›› con la que su contacto en la ciudad lograría dar con él. Una simple tira de tela blanca. Levantó su mano y se la quedó mirando con el ceño fruncido sin tenerlas todas consigo. Francamente, se preguntó no por primera vez durante el transcurso de aquel ciclo, sí realmente sería suficiente aquel triste trozo de estambre para distinguirlo entre las miles de personas que pululaban por las calles durante el día. Resultaba casi risible pensar en que alguien fuese capaz de acometer una empresa tan improbable. ‹‹Quizás es que no hay excesiva gente en la ciudad que le dé por ir con una puñetera cinta blanca anudada a su muñeca›› Se dijo con mordacidad. Quizás debería haber insistido en preguntar primero sobre aquellos ‹‹detalles›› antes de partir.
En fin, así se presentaban las cosas ahora y no podía hacer nada para remediarlas. Esperaba acabaran dando con él en un momento u otro. Chasqueó la lengua y lanzó un gargajo sobre el pavimento. Tendría que confiar que la suerte estuviera de su parte en aquella ocasión. Involuntariamente una sonrisa afloro en su expresión al comprender, que mal lo llevaba si pensaba depender de algo tan soluble como la fe.
A lo lejos reconoció una silueta que llamó su atención, por encima de los demás edificios de la zona, imponiéndose majestuosas varias cuadras más abajo, las ampulosas cúpulas de gran palacio relucían recortadas en el despejado cielo nocturno. Brillaban alumbradas con el rutilante halo de la luna llena. Una extraña atracción lo llevó a encaminar sus pasos en aquella dirección. La verdad es que hasta ese instante no había tenido la ocasión de apreciar con más detenimiento las exquisitas formas y arabescos de sus muros, ni los puntiagudos minaretes que despuntaban como lanzas pretendiesen acometer al cielo. Pudo Contar cerca de una treintena de ellos mientras se aproximaba a la estructura con expresión completamente compuesta por la fascinación.
A sus escasos veinte años, estaba claro que aún le quedaban muchas cosas por ver, y muchas eran las maravillas que le quedaban por descubrir en aquel curioso viaje, aunque también muchas lecciones que tendría que aprender sobre la marcha si los hados así lo querían. Mientras se encaminaba hacia la zona de Palacio, sin realmente tener una razón concreta para dirigirse hacia el lugar, volvió a sumergirse en sus complejas cábalas.
Esperar a que dieran con él sería un tedio, pues no sabía ni cómo ni cuándo lo lograrían, menos de quien podría tratarse y que aspecto podría tener. Algo sí que tenía claro en todo aquel asunto, tanto podía pasar un día como un mes entero si es que se daba el caso. Al menos, se dijo, podría aprovechar aquel tiempo para hacerse una mejor idea de la distribución exacta de Ciudad Alta. ‹‹O resecarme los sesos intentando averiguar qué es lo que debo hacer aquí.›› Resopló. No iba a lograr animarse con aquella línea de reflexión, así que por el momento la desechó.
Una de las primeras lecciones que uno debía aprender a manejar al ingresar en la hermandad, era conocer siempre la disposición de su entorno, de los aspectos que podría sacar provecho, y cuáles de ellos iban a delimitar sus posibilidades. Un hábito que marcaría la diferencia con creces. Conocer el perímetro donde tiene intención de trabajar uno, solía ser primordial para cualquier cometido que se preciase llamar como tal. ‹‹Conocer el trabajo que se tiene que ejecutar, nuca está de más tampoco›› Concluyo con un mohín antes de volver a descartar aquellas infructíferas recriminaciones. Se suponía que ese era el encanto de La Prueba de Templanza. No obstante a él, no le hacían ni puñetera gracia.
Tendría que prepararse para lo peor.
El trabajo de su orden, por llamarlo así, no solo consistía en destruir cualquier expresión del mal que asolaba las tierras del hombre desde tiempos inmemoriales. Aunque sí bien podía decirse que la empresa acaparaba buena parte del tiempo y esfuerzo de la hermandad. Desde la Disolución, período en que El Padre Sol Sansemar y La Madre Luna Alilat evitaron parcialmente que su hermano Asrrael y sus acólitos más cercanos lograsen destruir el Pacto, un tratado que evitaba que la tierra degenerase transformándose en un lugar hostil, oscuro y sanguinario. Desde entonces, ellos mantenían una encarnizada lid que se practicaba en las sombras y se extendía hasta los días de hoy. Con el desenlace de aquel conflicto entre titanes no se había acabado con la amenaza. Cuando las aguas volvieron en cierta medida a su cauce, gracias al aunado esfuerzo de ambos dioses por retomar el equilibrio perdido, Asrael y sus acólitos fueron desterrados al último infierno de los tártaros. A pesar de ello, algunos de los engendros que se encontraban encerrados entre las capas superiores de los siete infiernos lograron escapar del encierro, y ahora campaban libremente entre ellos. Sansemar y Alilat habían sacrificado su condición divina para llevar a cabo tal empresa, por lo que su esencia se había transformado en la luz que guiaba sus pasos tanto por la noche como por el día. Su Orden desde entonces que se dedicaban combatir a los seres que comenzaron a escapar de la Sima. La tierra del hombre se fue plagando demonios, ghules, Ekimmus, djinns, Ifrits, Aqrabuamelus, Kingus, Dimmes…. Entre mucho de los otros horrores que se podían encontrar en cada una de las siete capas del infierno. Asesinando, creando conflictos, secuestrando niños, profanando cadáveres; hasta en algunos casos, tomando forma humana mientras gobernaban grandes naciones sin que sus propios pueblos fueran consientes de ello. El problema radicaba en que la humanidad había olvidado su pasado, su historia, el legado que aun prevalecía de aquel oscuro periodo, prácticamente había desaparecido. Confundiéndolo con un simple folclore o fabulas y mitos de una época donde primaba la ignorancia, habían dejado de creer. Por eso existían ellos. Para recordar.
‹‹¡Bravo Sarosh! Es evidente que te conoces la historia al dedillo.›› Se dijo recalcitrado ‹‹Has podido leer las lúgubres crónicas dejadas los escribas del pasado. Has podido observar con tus propios ojos algunas de las macabras ilustraciones del gran volumen que se ha guardado durante siglos en uno de los estantes de la biblioteca del fuerte. Pero eso no quita que no hayas visto ninguna de esas execrables existencias en tu puñetera vida ¿Verdad?››
El silencio no le dio respuesta alguna.
Farfulló entre dientes al de girar por una bocacalle y dar con una zona residencial inmensa. Era un lugar idílico, con grandes casones señoriales e inmensos arboles que coronaban frondosos jardines. Lustrosas esfinges se repartían entre las plazas, complementando las fuentes. Era muy consciente de que estaba ya muy próximo del palacio. Asumió que en pocos minutos podría admirar sus estructuras en toda magnánima suntuosidad.
Lo cierto es que con toda probabilidad, una de las razones por la que había luchado con tanto denuedo para poder pasar a formar parte de aquella hermandad, (aparte de la buena fortuna de caer a parar en una orden secreta que llevaba operando desde hacía siglos) era la estúpida e inconsciente necesidad que tenía de vengarse de aquellas viles criaturas. O quizás es que tan solo se agarraba a la idea de que merecía un destino mejor que vagar famélico como otro indigente sin más perspectivas de futuro, que buscar el siguiente coscurrón de pan con el que poder llenar su acalambrada panza. En cualquier sentido, ya fuese por decisión propia o por la simple providencia, había decidido ver con sus propios ojos algunos de aquellas malnacidas criaturas que lo habían privado de una vida como los demás niños de su edad. Quería topar con alguno, matarlo con sus propias manos. Chillarles a la cara POR QUÉ. Aunque también era muy consciente de sus escasas limitaciones. Sabía con certeza que en su condición actual, solo sería otra irremediablemente víctima más de aquellos monstruos sin pizca de alma. Necesitaba conseguir su fajín a la mayor brevedad posible, entonces estarían a la par. ‹‹Aunque››, se dijo con determinación. ‹‹Primero debes superar La Prueba de Templanza, Sarosh. Los fuertes sobreviven y los débiles se quedan en el camino››
Todo se reducía a eso.
CONTINUARÁ....
EN BOCA DE LOBO
Sarosh salió de la Dama Sobria con el propósito de despejar la mente un poco, quizás andar le ayudaría a bajar todo el exceso que se acababa de meterse en el cuerpo, a la par que de paso, también aprovechaba para reflexionar sobre el curso de acción que debía tomar a partir de ahora. Advirtió que en la calle reinaba la quietud, solo rota por el canto de los grillos y el arrullo de algunos pájaros nocturnos. Ni una sola triste alma deambulaba cerca de los alrededores de la hospedería. Aquello contrastaba profusamente con el bullicio que hacia tan solo unas horas había ocupado la avenida. Observó la larga y zigzagueante vía con la ceja enarcada mientras comenzaba a caminar sin un rumbo definido. La gente de ‹‹bien››, probablemente estarían en el cobijo de sus casas descansando después de una larga jornada, sabiéndose que por la mañana daría comienzo el trajín de nuevo. Así eran las grandes urbes, tan vivas por el día como muertas estaban bajo el manto de estrellas. No obstante, no era una norma que se solía aplicar a los tipos como él. A pesar de que eran altas horas de la noche, y por mucho que su cuerpo molido y maltratado protestaba decantándose también por aquella opción, su cerebro estaba demasiado enfrascado en otras muchas disyuntivas. Así que apretó los dientes y lo ignoró. No tenía ningún anhelo de meterse en la habitación para esperar a que el sueño hiciera presa en él. Abundantes inquietudes amontonándose una encima de otras se lo impedía. Para empezar. Seguía sin tener muy claro que se iba a encontrar a partir de allí. Cada prueba de Templanza era muy distinta a la anterior, cada cual con un propósito definido, con una clara finalidad. Se preguntó cuál sería la suya.
La espera y su inexperiencia lo desesperaban.
Comenzó a ascender por La Travesía, sumido en intrínsecas lucubraciones que le agriaron al poco la expresión. Sabía que era muy capaz de realizar cualquier tipo de trabajo que se requiriese de él. ‹‹Cuanto menos, casi cualquier tipo de trabajo›› se corrigió al reconsiderar mejor a que se dedicaba la orden. La caza de demonios y similares no eran moco de pavo exactamente.
Había recibido muchos golpes y zancadillas durante su aprendizaje. Tolerado años de tormento para encontrase donde estaba ahora. Había resistido contra viento y marea cualquiera de los designios que sus dioses habían tenido a bien en ponerle delante de su camino. Había logrado salvar los obstáculos mientras se tragaba un sinfín de humillaciones sin rechistar. No había sido fácil superar todas las aflicciones que se fueron amontonando en una vida tan desdichada. Una existencia carente de cualquier afecto donde solo primaba la disciplina y en grandes rasgos, una sumisión total. Ahora, después de todos aquellos años de punición, de todo el suplicio que cargaban sobre sus hombros, y tras inacabables sesiones adiestramiento, de estudios y de preparación… Tan solo necesitaba superar aquel último escollo. Lograrlo significaría hacerse con el premio a todo un trayecto preñado de conflictos. Si alcanzaba a salir airoso de las Pruebas de Templanza, recibiría el fajín dorado por el que se había sacrificado tanto. Convirtiéndose así en un pleno miembro de la hermandad. El ambicionado fajín dorado. ‹‹Los fuertes sobreviven y los débiles se quedan en el camino Sarosh›› se exhortó como otras tantas veces en el pasado. Aquella era una de sus máximas desde que sus progenitores fuesen asesinados por algún ente del mal y él, siendo aun un simple mocoso, se quedase solo en una ciudad que carecía completamente de humanidad.
‹‹Ahora tan solo tienes que esperar que el contacto logre dar contigo en una ciudad descomunal como Mansour y listos›› Se dijo, contemplando con desdén la banda blanca que llevaba anudada a la muñeca.
Según las instrucciones que tenía (vagas, insólitas y algo difusas si se le preguntaba su opinión), aquella banda blanca iba a ser la ‹‹señal›› con la que su contacto en la ciudad lograría dar con él. Una simple tira de tela blanca. Levantó su mano y se la quedó mirando con el ceño fruncido sin tenerlas todas consigo. Francamente, se preguntó no por primera vez durante el transcurso de aquel ciclo, sí realmente sería suficiente aquel triste trozo de estambre para distinguirlo entre las miles de personas que pululaban por las calles durante el día. Resultaba casi risible pensar en que alguien fuese capaz de acometer una empresa tan improbable. ‹‹Quizás es que no hay excesiva gente en la ciudad que le dé por ir con una puñetera cinta blanca anudada a su muñeca›› Se dijo con mordacidad. Quizás debería haber insistido en preguntar primero sobre aquellos ‹‹detalles›› antes de partir.
En fin, así se presentaban las cosas ahora y no podía hacer nada para remediarlas. Esperaba acabaran dando con él en un momento u otro. Chasqueó la lengua y lanzó un gargajo sobre el pavimento. Tendría que confiar que la suerte estuviera de su parte en aquella ocasión. Involuntariamente una sonrisa afloro en su expresión al comprender, que mal lo llevaba si pensaba depender de algo tan soluble como la fe.
A lo lejos reconoció una silueta que llamó su atención, por encima de los demás edificios de la zona, imponiéndose majestuosas varias cuadras más abajo, las ampulosas cúpulas de gran palacio relucían recortadas en el despejado cielo nocturno. Brillaban alumbradas con el rutilante halo de la luna llena. Una extraña atracción lo llevó a encaminar sus pasos en aquella dirección. La verdad es que hasta ese instante no había tenido la ocasión de apreciar con más detenimiento las exquisitas formas y arabescos de sus muros, ni los puntiagudos minaretes que despuntaban como lanzas pretendiesen acometer al cielo. Pudo Contar cerca de una treintena de ellos mientras se aproximaba a la estructura con expresión completamente compuesta por la fascinación.
A sus escasos veinte años, estaba claro que aún le quedaban muchas cosas por ver, y muchas eran las maravillas que le quedaban por descubrir en aquel curioso viaje, aunque también muchas lecciones que tendría que aprender sobre la marcha si los hados así lo querían. Mientras se encaminaba hacia la zona de Palacio, sin realmente tener una razón concreta para dirigirse hacia el lugar, volvió a sumergirse en sus complejas cábalas.
Esperar a que dieran con él sería un tedio, pues no sabía ni cómo ni cuándo lo lograrían, menos de quien podría tratarse y que aspecto podría tener. Algo sí que tenía claro en todo aquel asunto, tanto podía pasar un día como un mes entero si es que se daba el caso. Al menos, se dijo, podría aprovechar aquel tiempo para hacerse una mejor idea de la distribución exacta de Ciudad Alta. ‹‹O resecarme los sesos intentando averiguar qué es lo que debo hacer aquí.›› Resopló. No iba a lograr animarse con aquella línea de reflexión, así que por el momento la desechó.
Una de las primeras lecciones que uno debía aprender a manejar al ingresar en la hermandad, era conocer siempre la disposición de su entorno, de los aspectos que podría sacar provecho, y cuáles de ellos iban a delimitar sus posibilidades. Un hábito que marcaría la diferencia con creces. Conocer el perímetro donde tiene intención de trabajar uno, solía ser primordial para cualquier cometido que se preciase llamar como tal. ‹‹Conocer el trabajo que se tiene que ejecutar, nuca está de más tampoco›› Concluyo con un mohín antes de volver a descartar aquellas infructíferas recriminaciones. Se suponía que ese era el encanto de La Prueba de Templanza. No obstante a él, no le hacían ni puñetera gracia.
Tendría que prepararse para lo peor.
El trabajo de su orden, por llamarlo así, no solo consistía en destruir cualquier expresión del mal que asolaba las tierras del hombre desde tiempos inmemoriales. Aunque sí bien podía decirse que la empresa acaparaba buena parte del tiempo y esfuerzo de la hermandad. Desde la Disolución, período en que El Padre Sol Sansemar y La Madre Luna Alilat evitaron parcialmente que su hermano Asrrael y sus acólitos más cercanos lograsen destruir el Pacto, un tratado que evitaba que la tierra degenerase transformándose en un lugar hostil, oscuro y sanguinario. Desde entonces, ellos mantenían una encarnizada lid que se practicaba en las sombras y se extendía hasta los días de hoy. Con el desenlace de aquel conflicto entre titanes no se había acabado con la amenaza. Cuando las aguas volvieron en cierta medida a su cauce, gracias al aunado esfuerzo de ambos dioses por retomar el equilibrio perdido, Asrael y sus acólitos fueron desterrados al último infierno de los tártaros. A pesar de ello, algunos de los engendros que se encontraban encerrados entre las capas superiores de los siete infiernos lograron escapar del encierro, y ahora campaban libremente entre ellos. Sansemar y Alilat habían sacrificado su condición divina para llevar a cabo tal empresa, por lo que su esencia se había transformado en la luz que guiaba sus pasos tanto por la noche como por el día. Su Orden desde entonces que se dedicaban combatir a los seres que comenzaron a escapar de la Sima. La tierra del hombre se fue plagando demonios, ghules, Ekimmus, djinns, Ifrits, Aqrabuamelus, Kingus, Dimmes…. Entre mucho de los otros horrores que se podían encontrar en cada una de las siete capas del infierno. Asesinando, creando conflictos, secuestrando niños, profanando cadáveres; hasta en algunos casos, tomando forma humana mientras gobernaban grandes naciones sin que sus propios pueblos fueran consientes de ello. El problema radicaba en que la humanidad había olvidado su pasado, su historia, el legado que aun prevalecía de aquel oscuro periodo, prácticamente había desaparecido. Confundiéndolo con un simple folclore o fabulas y mitos de una época donde primaba la ignorancia, habían dejado de creer. Por eso existían ellos. Para recordar.
‹‹¡Bravo Sarosh! Es evidente que te conoces la historia al dedillo.›› Se dijo recalcitrado ‹‹Has podido leer las lúgubres crónicas dejadas los escribas del pasado. Has podido observar con tus propios ojos algunas de las macabras ilustraciones del gran volumen que se ha guardado durante siglos en uno de los estantes de la biblioteca del fuerte. Pero eso no quita que no hayas visto ninguna de esas execrables existencias en tu puñetera vida ¿Verdad?››
El silencio no le dio respuesta alguna.
Farfulló entre dientes al de girar por una bocacalle y dar con una zona residencial inmensa. Era un lugar idílico, con grandes casones señoriales e inmensos arboles que coronaban frondosos jardines. Lustrosas esfinges se repartían entre las plazas, complementando las fuentes. Era muy consciente de que estaba ya muy próximo del palacio. Asumió que en pocos minutos podría admirar sus estructuras en toda magnánima suntuosidad.
Lo cierto es que con toda probabilidad, una de las razones por la que había luchado con tanto denuedo para poder pasar a formar parte de aquella hermandad, (aparte de la buena fortuna de caer a parar en una orden secreta que llevaba operando desde hacía siglos) era la estúpida e inconsciente necesidad que tenía de vengarse de aquellas viles criaturas. O quizás es que tan solo se agarraba a la idea de que merecía un destino mejor que vagar famélico como otro indigente sin más perspectivas de futuro, que buscar el siguiente coscurrón de pan con el que poder llenar su acalambrada panza. En cualquier sentido, ya fuese por decisión propia o por la simple providencia, había decidido ver con sus propios ojos algunos de aquellas malnacidas criaturas que lo habían privado de una vida como los demás niños de su edad. Quería topar con alguno, matarlo con sus propias manos. Chillarles a la cara POR QUÉ. Aunque también era muy consciente de sus escasas limitaciones. Sabía con certeza que en su condición actual, solo sería otra irremediablemente víctima más de aquellos monstruos sin pizca de alma. Necesitaba conseguir su fajín a la mayor brevedad posible, entonces estarían a la par. ‹‹Aunque››, se dijo con determinación. ‹‹Primero debes superar La Prueba de Templanza, Sarosh. Los fuertes sobreviven y los débiles se quedan en el camino››
Todo se reducía a eso.
CONTINUARÁ....
Ven, ven, quienquiera que seas;
Seas infiel, idólatra o pagano, ven
ESTE no es un lugar de desesperación
Incluso si has roto tus votos cientos de veces, aún ven!
(Yalal Ad-Din Muhammad Rumi)