Buenas querido compañeros, pues ya estamos de nuevo aquí con una tercera parte de este capitulo, que al parecer, se me está alargando más que un día sin pan. Por lo que he decidido colgarlo en dos partes, a pesar de que esta diseñado para que se lea en una sola. En fin, como no quería derretiros las retinas, he decidido desmembrarlo así. A ver que tal. En cualquier caso sigue preocupándome el ritmo de la historia. No sé ¿Como lo notáis vosotros? No os lío más que hay un buen trocito abajo.
Espero que os guste.
Editado; al final se queda así y el proximo es un capitulo independiente.
EN BOCA DE LOBO (Parte 3)
Armen corrió y corrió, como jamás lo había hecho en su vida, con el corazón en un puño y la garganta seca como si se hubiese engullido un puñado de arena. El nudo que sentía en la boca del estomago tenía el tamaño de un melón. Aún así no dejó de correr en ningún instante por la inapelable pujanza del miedo. ¡Maldita sea! Realmente la sensación era que había estado huyendo durante toda la puñetera noche, y si lo pensabas, prácticamente seguía siendo así hasta la hora. Tenía las piernas completamente acalambradas hasta la altura de las ingles, tan pesadas como el plomo, como si corriese en una superficie apantanada que se dedicase a succionarle la planta de sus pies. Sabía que el esfuerzo lo acabaría pasando factura tarde o temprano; dejándolo sin una pizca de energía tan siquiera para pestañear, pero en aquellos instantes su atención tan solo se concentraba en seguir trotando. Correr, era lo único que importaba, escapar a cualquier lugar, alejarse de aquel espantoso horror, dejar la muerte atrás cuanto pronto fuera. Por lo que no se atrevió mirar por encima del hombro en ningún momento de su carrera. Por muchos aullidos, berrinches y maldiciones que llegaron a sus oídos desde su espalda, en su mente solo cabía la huída. Kumar (o quien diantres fuera en realidad aquel hombre) cubría su retirada cubierto con un aura que hizo que se le encogieran los testículos al tamaño de unos cacahuetes. Fácilmente concluyó que nada podía ser más dantesco e irracional. Los ojos a punto estaban por salírsele de las orbitas mientras marchaba a grandes zancadas.
Advirtió que el túnel por el que corría tenía una pendiente ligeramente descendente, los lisos y sólidos muros de bolques de piedra gris iban quedando atrás, mientras daban paso a unas paredes más maltratadas por el tiempo, desgastadas por el roce de manos y pies durante el transcurso de los siglos. La iluminación era irritablemente escasa e ineficaz para ver a tan solo unos metros por delante de él, aunque no le pasaron desapercibidas huellas de pies descalzos que se dirigían hacia la salida. ¿Era sangre lo que contemplaban sus ojos? Unas pocas antorchas fijadas en unos herrumbrosos apliques en la pared, que se repartían unas demasiado alejadas de las otras, creaban tenebrosas sombras en el lugar que lo hacían respingar cada pocos pasos mientras avanzaba. Los ruidos de la refriega fueron quedando atrás, amortiguados por la distancia, mientras él se adentraba cada vez más y más en las profundidades de la penitenciaria.
Llegó a una encrucijada. El túnel por el que había llegado seguía su curso descendente, perdiéndose en las lúgubres sombras que proyectaban las antorchas titilantes del lugar. El otro camino que cruzaba a este en transversal, daba la posibilidad de cambiar de dirección tanto a la derecha como a su izquierda sí así lo requería. Se concedió unos pocos segundos mientras respiraba entrecortadamente intentando recuperar el aliento. Evaluando cómo debía de proceder a continuación. Las perturbadoras huellas, las cuales efectivamente eran rojas como la sangre, discurrían por el pasillo central hacia la salida. Algo muy malo había salido por allí hacia bien poco, concluyó. El sudor perlaba todo su cuerpo, y estaba más exhausto que un esclavo usufructuado hasta la rotura; su pecho ardía como si mil demonios estuvieran montando un puñetero aquelarre en su interior. Si no creía recordar mal, Kumar la había dicho que el paso subterráneo se encontraría cerca de una de las garitas de guardia del tercer nivel, las cuales presumiblemente se encontrarían en uno de los niveles más bajos de la penitenciaría. ‹‹¡Fantástico!›› Así que finalmente acabó por zanjar, que no le quedaba más remedio que seguir hacia frente y rezar para que dar con la dichosa sala que buscaba, o morir irremediablemente en el intento. Un pensamiento muy poco reconfortante, pero sí que reflejaba cual era su cruda situación en perspectiva.
Era una locura, una maldita fantasía que se arraigaba a la realidad con uñas y dientes. ¡Tenía que ser una jodida pesadilla de mal gusto! Su cerebro aún no alcanzaba a procesar todo lo que acababa de ocurrir allí afuera. Una panda de barbaros los invadía de pronto sin tener muy claro por qué, de los cuales Kumar se había deshecho ya de un par de ellos, pero Varsuf , Varsuf estaba muerto de verdad. ¡Dios santo, muerto! Y Kumar, su antiguo lacayo, acababa de adquirir el aspecto de un perverso diablo que estaba dispuesto a jugarse la vida desmembrando cabezas por doquier.
Sentía que su cabeza le iba a estallar de un momento a otro.
Llegó al final del túnel, dando a parar a una maciza puerta de hierro que le cerraría el paso en caso de que estuviese estado cerrada. El caso es que no lo estaba. Dudo durante unos segundos si cruzarla. Confuso y con un sinfín de preguntas revoloteándole en la mente, abrumado y muerto por la congoja concluyó, que sería mejor aparcar los titubeos si quería preservar su vida unos minutos más. No le quedaba más remedio que tirar para enfrente. Conjeturó que no podía ser peor lo que podía encontrarse en aquél lúgubre y oscuro lugar, que la carnicería que acababa de dejar a sus espaldas. ¿Verdad? O al menos era una de las pequeñas esperanzas que aún guardaba después de todas las desventuras que lo habían perseguido durante toda aquella fatídica noche.
Cerró el portón detrás de sí, la resistencia de sus oxidados goznes arrancó un ruido estridente que le hizo rechinar los dientes; el eco perduró reverberando en aquellas húmedas paredes lo que le pareció una eternidad. Esperó con los dientes apretados hasta que el ruido cesara. Entonces cuando se giró… De pronto un nudo que sentía en la garganta le impidió respirar con normalidad, contempló por entero estremecido la escena que tenía justo enfrente de él. No se orinó encima de milagro.
Era una imagen sobrecogedora. Había cinco cuerpos tendidos como muñecas rotas en el lugar, muchos de ellos retorcidos en posturas que hasta ese instante le hubiesen resultado imposibles de imaginar. La sangre, la sangre lo empapaba todo.
Ahora ya sabía de donde procedían aquellas misteriosas huellas.
Resistió al irrefrenable deseo de salir de allí con pies en polvorosa, pues ¿Hacía dónde podía huir ahora? Si volvía sobre sus pasos, no le cabía ninguna duda de que acabaría topándose de morros con el grupo que a esas alturas probablemente ya habrían acabado con la vida de Kumar. Pues por mucho que lo hubiese sorprendido el aspecto terrorífico que lo había adoptado su lacayo, dudaba que fuera capaz de abatir a todos los enemigos que empezaron a arremeter contra ellos. En cambio, si continuaba en frente… Respiró hondo e intentó calmarse, pero por poco no se vomita encima. ‹‹¡Cálmate maldita sea, busca una puñetera solución!›› El olor de la sangre coagulada, el de las heces y el del orín, el de la carne cruda, eran demasiado nauseabundos para que pudiese pensar con claridad.
Tras varios segundos agarrado férreamente a la puerta que acababa de cerrar, como si le fuera la vida en ello, advirtió que los cuerpos de los susodichos no parecían ser de ningún funcionariado de la instalación, sino que tenían más parecido al de los tipos que había dejado en las puertas luchando contra Kumar. Tampoco es que lo aliviara verlos hechos papilla. ¿A qué diablos se debía que estuviesen sus cuerpos ahí? ¿Los habrían estado esperando dentro de la penitenciaria para captúralos simplemente a ellos? No acababa de encajar con su forma de actuar. Y entonces ¿Qué había pasado, alguien los había destrozado sin más? Tragó saliva. De todas formas, ¿Qué sentido podía tener asediar una penitenciaria para tal propósito? Estaba seguro de que con la emboscada que habían organizado allí afuera, debía que ser más que suficiente para que no les causara demasiados problemas a la hora de acabar con ellos con facilidad. Entonces ¿Qué hacían esos hombres dentro de Institución descuartizados? Y lo que lo tenía en vilo, pues no se debía obviar ¿Quién demonios había logrado dejarlos así de desfigurados a los muy infelices? Tragaría saliva, aunque se dijo ¿Para qué?
Cruzó la sala con el tiento de un cervatillo, como si el simple hecho de respirar, pudiese reanimar los cuerpos que a ojos vista jamás volverían a alzarse de nuevo. El ensañamiento había sido de lo más concienzudo. Lo que decía bastante del autor de aquella escabechina. De cualquier modo, era de estúpidos comportarse así cuando la vida de uno dependía de la capacidad de con qué rapidez se moviera para poner su culo a salvo. ¿No? Aunque tampoco podía actuar sin pensar. Paradojas del destino supuso. Aun y así, el espectáculo resultaba aberrante, demencial y aterrador. Para tirarse de los pelos y ponerse a chillar como una histérica. Comenzó a rodear el cuerpo de un individuo enjuto y narigudo, de complexión delgada, el cual estaba literalmente empalado en su propia espada. Como un insecto diseccionado y apuntalado con una aguja. Su expresión se desfiguraba en una mueca de estupor, mientras que sus ojos inyectados en sangre, se preguntaban cómo era posible que hubiese acabado así. Él también se lo preguntó, antes de que su corazón rebasara el perímetro de su nuez.
Salió de aquel matadero con más incertidumbre y miedo que con el que entró, que no era poco, y con las mismas posibilidades de sobrevivir que antes, que eran más bien escasas. ‹‹Diablos›› Nunca había sido muy creyente, pues el dogma siempre lo había aborrecido, igual que él siempre había eludido sus compromisos en la capilla, y los dioses lo habían ignorado a su misma vez. Una sensación de vulnerabilidad y grima lo asaltó a partes iguales de pronto. ¿Qué sucedería sí moría sin haber abrazado en ningún instante de su vida la sagrada fe? ¿Pulularía felizmente entre las muchas divinidades del cielo gozando de su atención, o por el contrario se churrascaría entre las muchas llamas de las que gozaba las múltiples capas del Tártaros? A pesar de que era totalmente escéptico, ¡Un pagano en normas generales! Rezó a los dioses conocidos y por conocer para que la providencia no lo llevase a toparse con alguien similar al autor de aquella escabechina. ¿Sí había podido desjarretar a cinco tipos fornidos como aquellos, que no sería capaz de hacer tipo tan escuchimizado como él?
No le hizo ninguna gracia hacer cábalas.
Cerró la puerta siguiente detrás de si, como si de esa forma también pudiese dejar encerrados sus propios temores, y al susodicho autor de tal aberración si es que estaba de suerte. Era un ingenuo sin remedio, y lo sabía, pero por pedir que no quedase ¿No?
Quizás había conseguido retrasar a los perseguidores que le iban a la zaga, atrancando ambas puertas a su paso, pero pecaba de iluso si pensaba que ya se encontraba a salvo, concluyó. En primer lugar, aún no sabía con exactitud dónde diantres se encontraba la maldita sala de guardia, en la que supuestamente, encontraría el pasadizo secreto que lo llevaría de vuelta a casa. En segundo lugar, había podido confirmar la presencia de más energúmenos como lo que lo habían estado atosigándolo, pululando por la zona; aunque en este caso estuviesen todos tiesos. En tercer lugar, y el más importante de todos ellos, estaba en una de las jodidas penitenciarias con más capacidad del continente. Otros actores capaces de montar una carnicería aquella, aun podían haber muchos por la zona. Con lo que no estaba precisamente de buen humor.
‹‹¡¿Por qué diablos me tiene que pasar todo esto a mí?!››
Con la mayor circunspección de la que era capaz, siguió avanzando, pasito a paso, escrutando cada dichosa sombra con la que se cruzaba, respingando con cada leve rumor que surgía de la sempiterna oscuridad. Luego, finalmente, comprobaba que no eran nada por lo que alarmarse, sino tan solo su trastornada mente que le jugaba malas pasadas. Nada más. A pesar de ser consciente de ello, no bajó la guardia en ningún momento, por sí cabía la posibilidad que no se hubiese vuelto chiflado del todo.
Al rato logró llegar a una inmensa galería, larga y mugrienta, desproporcionadamente fría, la cual se perdía detrás de la llama oscilante de una de las ultimas antorchas del corredor, donde tan solo reinaban las tinieblas. Un deteriorado cartel encima del portón de entrada, ajado y descascarillado por el paso de los años, anunciaba con letras igual de desportilladas; Galería Nº 2. El corredor consistía en varias celdas dispuestas a ambos lados del pasillo, unas al lado de las otras, compartiendo confidentes entre la húmeda parvedad de sus paredes. Unas escaleras de metal que se enroscaban como la vid, daban acceso a un piso superior, del cual conjeturó, tendría una distribución similar a aquella.
El olor del hacinamiento lo golpeó al traspasar el umbral, sacudiéndolo como un pendón al viento. La pestilencia de las heces y la enfermedad, lo abofetearon hasta casi hacerle perder la el sentido. La mescolanza del desespero, la podredumbre en el ambiente y, la inanición inherente a aquel lugar, lo machacaron sin remisas contemplaciones. Sufrió convulsas arcadas que constriñeron sus tripas en nudos duros y prietos como ladrillos. La fetidez era escandalosamente nauseabunda, tan repugnante, que de poco no se le doblan las rodillas mientras se postra allí mismo a vomitar. A duras penas logró retener la bilis en su garganta mientras se internaba más y más en el corredor. La sensación de malestar comenzaba a ser acuciante.
―¡Pero que tenemos aquí! ―Repuso de pronto una voz cascada desde uno de los malolientes y umbrosos nichos del pasillo. Interrumpiendo de cuajo su pequeña evaluación sobre la salubridad de la que era afectada la zona. Se quedó helado sin alcanzar a dar ni un solo paso más. ―Al final va a resultar que hoy teníamos día de visitas. ―prosiguió el desconocido con desparpajo. ―Quizás sin nos hubiesen avisado con antelación, podríamos haber acicalado un poco el sitio. ¿Verdad chicos? ―Algunas risillas brotaron de la nada.―Somos unos anfitriones espantosos, ya ves.
Por el tono de su voz sonaba la mar de divertido comprobó Armen, muy a pesar de las evidentes connotaciones negativas que emanaban de la zona. Aunque, después de todo, si se detenía uno a pensarlo, aquello era lo de menos ¿No?
Distintas y grotescas risotadas, cada cual más picada y enfermiza que la anterior, se sumaron al grotesco carcajeo del hombre de voz cascada que había soltado aquella oración tan elocuente. No pudo evitar que los pelos se le erizaran como escarpias. Se apartó con precipitación varios pasos del lugar, con el corazón latiéndole desbocado a punto de saltársele del pecho. Juraría haber visto unas siluetas moviéndose furtivamente entre las sombras. ¿O eran simplemente imaginaciones suyas?
―¿Quién eres? ―Inquirió hacia la oscuridad interior de aquella celda. El tono de su voz distó bastante de ser imperativo. Más bien sonó a él gañido de un perro que acaba de recibir un puntapié.
Nuevas risas precedieron a sus tristes dicciones, ahogando su inquisición en los lúgubres claroscuros de los que era afectado el corredor, mofándose de su aprensión y del miedo que lo embargaba, haciéndolo sentir como a un completo imbécil. Eran tipos confinados en una celda, no podían hacerle ningún daño. ‹‹Al menos físicamente no›› concluyó. Se acercó un poco más a los barrotes, aunque con cautela, achicando los ojos para ver si conseguía traspasar el velo de oscuridad que reinaba dentro.
La idea aún no había acabado de aflorar en su cabeza, siendo aún un simple bosquejo de racionalidad, con la atención puesta la celda desde donde había sido interpelado antes, mientras las risas arreciaban en el corredor, de pronto y sin previo aviso, una tipo con la tez salpicada de pústulas y una expresión contorsionada por un odio visceral, se abalanzó contra el enrejado con la beligerancia de un animal. Le congració con una sonrisa cruel que le heló la sangre en las venas. No se percató de que sus posaderas dieron con el frío suelo del lugar, hasta que impactaron con él. Mientras contemplaba con los ojos abiertos de par en par las grotescas repercusiones del aislamiento, a duras penas logró controlar el esfínter para que no esparciera su contenido en el lugar. Aunque contuvo tan solo por los pelos.
―¿No habrás venido con los otros, verdad pajarito? ― Asevero enseñándole unos dientes tan podridos que le darían grima hasta a un miserable fumador de opiáceos; sus encillas estaban tan negras como el hollín de una fogata, su catadura denotaba conocer de primera mano lo que era la perdición.
No le contestó. En realidad, dudaba de que hubiese sido capaz de hacerlo aunque pudiera articular palabra. Que no era el caso después de todo. Mientras observaba al tiparraco de la celda estupefacto y sin saber que hacer…
―Unos entran y otros salen, unos entran y otros salen… ―Murmuró una voz desde la celda que quedaba justo detrás de él. Dio un respingo que por poco no sale disparado de sus calzones y se da un coscorrón con el techo de la galería.
‹‹¡¿De quién diablos se trata ahora?!›› se preguntó mientras entornaba sus ojos intentando atravesar la espesa oscuridad de la que disfrutaban en los nichos aquellos. Las sombras parecían cernirse sobre él. ‹‹¿Y Como lo harán para saber ni siquiera donde tienen los malditos pies?›› se dijo, a pesar de saber que era una enorme idiotez, hacerse una pregunta como esa en un momento como aquel.
Cuando sus ojos se acostumbraron la poca luz, probablemente con las pupilas dilatadas como dos enormes orbes de obsidiana, pudo distinguir al tipo. Estaba tan descarnado y maltrecho, que no parecía humano en absoluto. Tan consumido por el lugar, tan quebrado, que tan solo quedaba una apergaminada piel recubriendo su malogrado esqueleto. En realidad se parecía bastante al de antes. Su pelo largo y ralo, caía a la altura de su cintura en multitud de enredos por la mugre que llevaba acumulando en ellos. El hombre estaba completamente desnudo de la cabeza a los pies; salvo por un deshilachado y mugriento calzón que a duras penas llegaba a taparle sus vergüenzas. El tipo siguió con esa extraña perorata sin sentido durante un buen rato más, hablándole directamente a la pared que tenía en frente, con un gesto bobalicón en la expresión. No parecía que estuviese muy bien de la azotea después de todo. Aunque bien mirado ¿Quién podía estarlo en aquellas circunstancias tan deplorables? ¿Alguien completamente inhumano tal vez?
No se quedó a sociabilizar.
Redobló el paso, intentando dejar aquel par de maniacos lo más atrás que pudiera. Su vida parecía que se había reducido a eso de la noche a la mañana, correr para salvar el culo, mirar por encima del hombro esperando no encontrar una nueva amenaza, y seguir corriendo. Sin saber a ciencia cierta si vería el día de después. ¿Aquello se iba a acabar en algún momento, o era un trabajo a tiempo completo? No tenía grandes expectativas puestas en ello. Alejarse cuanto más pudiera de todo lo que lo aterraba era cuanto podía hacer. O en este caso concreto, distanciarse tanto de los reos del maldito pabellón, como de los cuerpos desjarretados de aquella sala del horror. Coser y cantar.
Prosiguió por el corredor como una exhalación, ignorando las restantes pullas de los pocos infelices que pretendieron zaherirle mientras huida y, para su horror, también tuvo que salvar varios charcos de sangre que anunciaban que había habido aún más muertes en la zona. No tenía tiempo para más sobresaltos, lo sabía, pero es que aquello era ya de lo más dantesco y perturbador. Tampoco le pasaron desapercibidas palabras como ‹‹Monstruo›› o frases como ‹‹El tipo ensangrentado de antes›› o ‹‹El grupo de tipos encasquetados en cuero negro…›› Su infalible intuición le dijo que no debían estar refiriéndose a él, por supuesto. En cualquier caso concluyó, que de un instante a otro podía aparecerse algún grupo de aquellos lunáticos que lo perseguían en el corredor. Por las insinuaciones lo creía bastante probable dada la buena ventura de aquel día, o el tipo que se había ensañado con los hombres de la sala, o un funcionario o un practico o….
‹‹¿Qué hago si doy con cualquiera de estos últimos?››
Llegó a una escalera que descendía aún más hondo en la instalación, fundiéndose con la más oscuras de las tinieblas del lugar, estrujándole el corazón en el pecho. Sospechaba que debía dirigirse hacia allí abajo, aunque de poco le iba a servir tomar la elección correcta si de pronto lograba partirse el espinazo al tropezar y caer rodando por la escalera como un cretino. Apretó los dientes. Luego se dirigió a coger una de las escasas y oscilantes antorchas encajadas en la pared. La cual dejaba bastante que desear en cuanto al factor lumínico que dispensaba. Finalmente se decidió a bajar por ellas. Despacio, un escalón y después el siguiente, mucho más despacio de lo que hubiese creído necesario. Pero francamente, no le apetecía imaginarse lo que iba a encontrarse a partir de ahí. Nada agradable, eso desde luego. Lo único que lo alivió en cierta media, si se puede sentir semejante sentimiento en una situación como esa, es que ya estaba más próximo a su meta. ¿No? Comprendió que en realidad, no tenía ni la más pajolera certeza de aquello fuese a ser así. Por lo que estuvo a punto estuvo de gritar por el desespero, y a tomar por saco todo. Sí se abstuvo, era porque sabía que esa sería una tremenda estupidez. Quizás si se hubiese dignado a visitar aquellas malditas instalaciones en el pasado, ahora sabría a qué atenerse mientras las recorría.
‹‹Gracias mis dioses por hacerme como soy. Cínico, indolente, un borracho empedernido, un bohemio que probablemente acabe descuartizado en este jodido y puñetero agujero. Acaparar tal cantidad de virtudes, lo habéis bordado.››
En fin. Resopló. A lo echo pecho.
FIN
UN saludo y nos leemos.
Espero que os guste.
Editado; al final se queda así y el proximo es un capitulo independiente.
EN BOCA DE LOBO (Parte 3)
Armen corrió y corrió, como jamás lo había hecho en su vida, con el corazón en un puño y la garganta seca como si se hubiese engullido un puñado de arena. El nudo que sentía en la boca del estomago tenía el tamaño de un melón. Aún así no dejó de correr en ningún instante por la inapelable pujanza del miedo. ¡Maldita sea! Realmente la sensación era que había estado huyendo durante toda la puñetera noche, y si lo pensabas, prácticamente seguía siendo así hasta la hora. Tenía las piernas completamente acalambradas hasta la altura de las ingles, tan pesadas como el plomo, como si corriese en una superficie apantanada que se dedicase a succionarle la planta de sus pies. Sabía que el esfuerzo lo acabaría pasando factura tarde o temprano; dejándolo sin una pizca de energía tan siquiera para pestañear, pero en aquellos instantes su atención tan solo se concentraba en seguir trotando. Correr, era lo único que importaba, escapar a cualquier lugar, alejarse de aquel espantoso horror, dejar la muerte atrás cuanto pronto fuera. Por lo que no se atrevió mirar por encima del hombro en ningún momento de su carrera. Por muchos aullidos, berrinches y maldiciones que llegaron a sus oídos desde su espalda, en su mente solo cabía la huída. Kumar (o quien diantres fuera en realidad aquel hombre) cubría su retirada cubierto con un aura que hizo que se le encogieran los testículos al tamaño de unos cacahuetes. Fácilmente concluyó que nada podía ser más dantesco e irracional. Los ojos a punto estaban por salírsele de las orbitas mientras marchaba a grandes zancadas.
Advirtió que el túnel por el que corría tenía una pendiente ligeramente descendente, los lisos y sólidos muros de bolques de piedra gris iban quedando atrás, mientras daban paso a unas paredes más maltratadas por el tiempo, desgastadas por el roce de manos y pies durante el transcurso de los siglos. La iluminación era irritablemente escasa e ineficaz para ver a tan solo unos metros por delante de él, aunque no le pasaron desapercibidas huellas de pies descalzos que se dirigían hacia la salida. ¿Era sangre lo que contemplaban sus ojos? Unas pocas antorchas fijadas en unos herrumbrosos apliques en la pared, que se repartían unas demasiado alejadas de las otras, creaban tenebrosas sombras en el lugar que lo hacían respingar cada pocos pasos mientras avanzaba. Los ruidos de la refriega fueron quedando atrás, amortiguados por la distancia, mientras él se adentraba cada vez más y más en las profundidades de la penitenciaria.
Llegó a una encrucijada. El túnel por el que había llegado seguía su curso descendente, perdiéndose en las lúgubres sombras que proyectaban las antorchas titilantes del lugar. El otro camino que cruzaba a este en transversal, daba la posibilidad de cambiar de dirección tanto a la derecha como a su izquierda sí así lo requería. Se concedió unos pocos segundos mientras respiraba entrecortadamente intentando recuperar el aliento. Evaluando cómo debía de proceder a continuación. Las perturbadoras huellas, las cuales efectivamente eran rojas como la sangre, discurrían por el pasillo central hacia la salida. Algo muy malo había salido por allí hacia bien poco, concluyó. El sudor perlaba todo su cuerpo, y estaba más exhausto que un esclavo usufructuado hasta la rotura; su pecho ardía como si mil demonios estuvieran montando un puñetero aquelarre en su interior. Si no creía recordar mal, Kumar la había dicho que el paso subterráneo se encontraría cerca de una de las garitas de guardia del tercer nivel, las cuales presumiblemente se encontrarían en uno de los niveles más bajos de la penitenciaría. ‹‹¡Fantástico!›› Así que finalmente acabó por zanjar, que no le quedaba más remedio que seguir hacia frente y rezar para que dar con la dichosa sala que buscaba, o morir irremediablemente en el intento. Un pensamiento muy poco reconfortante, pero sí que reflejaba cual era su cruda situación en perspectiva.
Era una locura, una maldita fantasía que se arraigaba a la realidad con uñas y dientes. ¡Tenía que ser una jodida pesadilla de mal gusto! Su cerebro aún no alcanzaba a procesar todo lo que acababa de ocurrir allí afuera. Una panda de barbaros los invadía de pronto sin tener muy claro por qué, de los cuales Kumar se había deshecho ya de un par de ellos, pero Varsuf , Varsuf estaba muerto de verdad. ¡Dios santo, muerto! Y Kumar, su antiguo lacayo, acababa de adquirir el aspecto de un perverso diablo que estaba dispuesto a jugarse la vida desmembrando cabezas por doquier.
Sentía que su cabeza le iba a estallar de un momento a otro.
Llegó al final del túnel, dando a parar a una maciza puerta de hierro que le cerraría el paso en caso de que estuviese estado cerrada. El caso es que no lo estaba. Dudo durante unos segundos si cruzarla. Confuso y con un sinfín de preguntas revoloteándole en la mente, abrumado y muerto por la congoja concluyó, que sería mejor aparcar los titubeos si quería preservar su vida unos minutos más. No le quedaba más remedio que tirar para enfrente. Conjeturó que no podía ser peor lo que podía encontrarse en aquél lúgubre y oscuro lugar, que la carnicería que acababa de dejar a sus espaldas. ¿Verdad? O al menos era una de las pequeñas esperanzas que aún guardaba después de todas las desventuras que lo habían perseguido durante toda aquella fatídica noche.
Cerró el portón detrás de sí, la resistencia de sus oxidados goznes arrancó un ruido estridente que le hizo rechinar los dientes; el eco perduró reverberando en aquellas húmedas paredes lo que le pareció una eternidad. Esperó con los dientes apretados hasta que el ruido cesara. Entonces cuando se giró… De pronto un nudo que sentía en la garganta le impidió respirar con normalidad, contempló por entero estremecido la escena que tenía justo enfrente de él. No se orinó encima de milagro.
Era una imagen sobrecogedora. Había cinco cuerpos tendidos como muñecas rotas en el lugar, muchos de ellos retorcidos en posturas que hasta ese instante le hubiesen resultado imposibles de imaginar. La sangre, la sangre lo empapaba todo.
Ahora ya sabía de donde procedían aquellas misteriosas huellas.
Resistió al irrefrenable deseo de salir de allí con pies en polvorosa, pues ¿Hacía dónde podía huir ahora? Si volvía sobre sus pasos, no le cabía ninguna duda de que acabaría topándose de morros con el grupo que a esas alturas probablemente ya habrían acabado con la vida de Kumar. Pues por mucho que lo hubiese sorprendido el aspecto terrorífico que lo había adoptado su lacayo, dudaba que fuera capaz de abatir a todos los enemigos que empezaron a arremeter contra ellos. En cambio, si continuaba en frente… Respiró hondo e intentó calmarse, pero por poco no se vomita encima. ‹‹¡Cálmate maldita sea, busca una puñetera solución!›› El olor de la sangre coagulada, el de las heces y el del orín, el de la carne cruda, eran demasiado nauseabundos para que pudiese pensar con claridad.
Tras varios segundos agarrado férreamente a la puerta que acababa de cerrar, como si le fuera la vida en ello, advirtió que los cuerpos de los susodichos no parecían ser de ningún funcionariado de la instalación, sino que tenían más parecido al de los tipos que había dejado en las puertas luchando contra Kumar. Tampoco es que lo aliviara verlos hechos papilla. ¿A qué diablos se debía que estuviesen sus cuerpos ahí? ¿Los habrían estado esperando dentro de la penitenciaria para captúralos simplemente a ellos? No acababa de encajar con su forma de actuar. Y entonces ¿Qué había pasado, alguien los había destrozado sin más? Tragó saliva. De todas formas, ¿Qué sentido podía tener asediar una penitenciaria para tal propósito? Estaba seguro de que con la emboscada que habían organizado allí afuera, debía que ser más que suficiente para que no les causara demasiados problemas a la hora de acabar con ellos con facilidad. Entonces ¿Qué hacían esos hombres dentro de Institución descuartizados? Y lo que lo tenía en vilo, pues no se debía obviar ¿Quién demonios había logrado dejarlos así de desfigurados a los muy infelices? Tragaría saliva, aunque se dijo ¿Para qué?
Cruzó la sala con el tiento de un cervatillo, como si el simple hecho de respirar, pudiese reanimar los cuerpos que a ojos vista jamás volverían a alzarse de nuevo. El ensañamiento había sido de lo más concienzudo. Lo que decía bastante del autor de aquella escabechina. De cualquier modo, era de estúpidos comportarse así cuando la vida de uno dependía de la capacidad de con qué rapidez se moviera para poner su culo a salvo. ¿No? Aunque tampoco podía actuar sin pensar. Paradojas del destino supuso. Aun y así, el espectáculo resultaba aberrante, demencial y aterrador. Para tirarse de los pelos y ponerse a chillar como una histérica. Comenzó a rodear el cuerpo de un individuo enjuto y narigudo, de complexión delgada, el cual estaba literalmente empalado en su propia espada. Como un insecto diseccionado y apuntalado con una aguja. Su expresión se desfiguraba en una mueca de estupor, mientras que sus ojos inyectados en sangre, se preguntaban cómo era posible que hubiese acabado así. Él también se lo preguntó, antes de que su corazón rebasara el perímetro de su nuez.
Salió de aquel matadero con más incertidumbre y miedo que con el que entró, que no era poco, y con las mismas posibilidades de sobrevivir que antes, que eran más bien escasas. ‹‹Diablos›› Nunca había sido muy creyente, pues el dogma siempre lo había aborrecido, igual que él siempre había eludido sus compromisos en la capilla, y los dioses lo habían ignorado a su misma vez. Una sensación de vulnerabilidad y grima lo asaltó a partes iguales de pronto. ¿Qué sucedería sí moría sin haber abrazado en ningún instante de su vida la sagrada fe? ¿Pulularía felizmente entre las muchas divinidades del cielo gozando de su atención, o por el contrario se churrascaría entre las muchas llamas de las que gozaba las múltiples capas del Tártaros? A pesar de que era totalmente escéptico, ¡Un pagano en normas generales! Rezó a los dioses conocidos y por conocer para que la providencia no lo llevase a toparse con alguien similar al autor de aquella escabechina. ¿Sí había podido desjarretar a cinco tipos fornidos como aquellos, que no sería capaz de hacer tipo tan escuchimizado como él?
No le hizo ninguna gracia hacer cábalas.
Cerró la puerta siguiente detrás de si, como si de esa forma también pudiese dejar encerrados sus propios temores, y al susodicho autor de tal aberración si es que estaba de suerte. Era un ingenuo sin remedio, y lo sabía, pero por pedir que no quedase ¿No?
Quizás había conseguido retrasar a los perseguidores que le iban a la zaga, atrancando ambas puertas a su paso, pero pecaba de iluso si pensaba que ya se encontraba a salvo, concluyó. En primer lugar, aún no sabía con exactitud dónde diantres se encontraba la maldita sala de guardia, en la que supuestamente, encontraría el pasadizo secreto que lo llevaría de vuelta a casa. En segundo lugar, había podido confirmar la presencia de más energúmenos como lo que lo habían estado atosigándolo, pululando por la zona; aunque en este caso estuviesen todos tiesos. En tercer lugar, y el más importante de todos ellos, estaba en una de las jodidas penitenciarias con más capacidad del continente. Otros actores capaces de montar una carnicería aquella, aun podían haber muchos por la zona. Con lo que no estaba precisamente de buen humor.
‹‹¡¿Por qué diablos me tiene que pasar todo esto a mí?!››
Con la mayor circunspección de la que era capaz, siguió avanzando, pasito a paso, escrutando cada dichosa sombra con la que se cruzaba, respingando con cada leve rumor que surgía de la sempiterna oscuridad. Luego, finalmente, comprobaba que no eran nada por lo que alarmarse, sino tan solo su trastornada mente que le jugaba malas pasadas. Nada más. A pesar de ser consciente de ello, no bajó la guardia en ningún momento, por sí cabía la posibilidad que no se hubiese vuelto chiflado del todo.
Al rato logró llegar a una inmensa galería, larga y mugrienta, desproporcionadamente fría, la cual se perdía detrás de la llama oscilante de una de las ultimas antorchas del corredor, donde tan solo reinaban las tinieblas. Un deteriorado cartel encima del portón de entrada, ajado y descascarillado por el paso de los años, anunciaba con letras igual de desportilladas; Galería Nº 2. El corredor consistía en varias celdas dispuestas a ambos lados del pasillo, unas al lado de las otras, compartiendo confidentes entre la húmeda parvedad de sus paredes. Unas escaleras de metal que se enroscaban como la vid, daban acceso a un piso superior, del cual conjeturó, tendría una distribución similar a aquella.
El olor del hacinamiento lo golpeó al traspasar el umbral, sacudiéndolo como un pendón al viento. La pestilencia de las heces y la enfermedad, lo abofetearon hasta casi hacerle perder la el sentido. La mescolanza del desespero, la podredumbre en el ambiente y, la inanición inherente a aquel lugar, lo machacaron sin remisas contemplaciones. Sufrió convulsas arcadas que constriñeron sus tripas en nudos duros y prietos como ladrillos. La fetidez era escandalosamente nauseabunda, tan repugnante, que de poco no se le doblan las rodillas mientras se postra allí mismo a vomitar. A duras penas logró retener la bilis en su garganta mientras se internaba más y más en el corredor. La sensación de malestar comenzaba a ser acuciante.
―¡Pero que tenemos aquí! ―Repuso de pronto una voz cascada desde uno de los malolientes y umbrosos nichos del pasillo. Interrumpiendo de cuajo su pequeña evaluación sobre la salubridad de la que era afectada la zona. Se quedó helado sin alcanzar a dar ni un solo paso más. ―Al final va a resultar que hoy teníamos día de visitas. ―prosiguió el desconocido con desparpajo. ―Quizás sin nos hubiesen avisado con antelación, podríamos haber acicalado un poco el sitio. ¿Verdad chicos? ―Algunas risillas brotaron de la nada.―Somos unos anfitriones espantosos, ya ves.
Por el tono de su voz sonaba la mar de divertido comprobó Armen, muy a pesar de las evidentes connotaciones negativas que emanaban de la zona. Aunque, después de todo, si se detenía uno a pensarlo, aquello era lo de menos ¿No?
Distintas y grotescas risotadas, cada cual más picada y enfermiza que la anterior, se sumaron al grotesco carcajeo del hombre de voz cascada que había soltado aquella oración tan elocuente. No pudo evitar que los pelos se le erizaran como escarpias. Se apartó con precipitación varios pasos del lugar, con el corazón latiéndole desbocado a punto de saltársele del pecho. Juraría haber visto unas siluetas moviéndose furtivamente entre las sombras. ¿O eran simplemente imaginaciones suyas?
―¿Quién eres? ―Inquirió hacia la oscuridad interior de aquella celda. El tono de su voz distó bastante de ser imperativo. Más bien sonó a él gañido de un perro que acaba de recibir un puntapié.
Nuevas risas precedieron a sus tristes dicciones, ahogando su inquisición en los lúgubres claroscuros de los que era afectado el corredor, mofándose de su aprensión y del miedo que lo embargaba, haciéndolo sentir como a un completo imbécil. Eran tipos confinados en una celda, no podían hacerle ningún daño. ‹‹Al menos físicamente no›› concluyó. Se acercó un poco más a los barrotes, aunque con cautela, achicando los ojos para ver si conseguía traspasar el velo de oscuridad que reinaba dentro.
La idea aún no había acabado de aflorar en su cabeza, siendo aún un simple bosquejo de racionalidad, con la atención puesta la celda desde donde había sido interpelado antes, mientras las risas arreciaban en el corredor, de pronto y sin previo aviso, una tipo con la tez salpicada de pústulas y una expresión contorsionada por un odio visceral, se abalanzó contra el enrejado con la beligerancia de un animal. Le congració con una sonrisa cruel que le heló la sangre en las venas. No se percató de que sus posaderas dieron con el frío suelo del lugar, hasta que impactaron con él. Mientras contemplaba con los ojos abiertos de par en par las grotescas repercusiones del aislamiento, a duras penas logró controlar el esfínter para que no esparciera su contenido en el lugar. Aunque contuvo tan solo por los pelos.
―¿No habrás venido con los otros, verdad pajarito? ― Asevero enseñándole unos dientes tan podridos que le darían grima hasta a un miserable fumador de opiáceos; sus encillas estaban tan negras como el hollín de una fogata, su catadura denotaba conocer de primera mano lo que era la perdición.
No le contestó. En realidad, dudaba de que hubiese sido capaz de hacerlo aunque pudiera articular palabra. Que no era el caso después de todo. Mientras observaba al tiparraco de la celda estupefacto y sin saber que hacer…
―Unos entran y otros salen, unos entran y otros salen… ―Murmuró una voz desde la celda que quedaba justo detrás de él. Dio un respingo que por poco no sale disparado de sus calzones y se da un coscorrón con el techo de la galería.
‹‹¡¿De quién diablos se trata ahora?!›› se preguntó mientras entornaba sus ojos intentando atravesar la espesa oscuridad de la que disfrutaban en los nichos aquellos. Las sombras parecían cernirse sobre él. ‹‹¿Y Como lo harán para saber ni siquiera donde tienen los malditos pies?›› se dijo, a pesar de saber que era una enorme idiotez, hacerse una pregunta como esa en un momento como aquel.
Cuando sus ojos se acostumbraron la poca luz, probablemente con las pupilas dilatadas como dos enormes orbes de obsidiana, pudo distinguir al tipo. Estaba tan descarnado y maltrecho, que no parecía humano en absoluto. Tan consumido por el lugar, tan quebrado, que tan solo quedaba una apergaminada piel recubriendo su malogrado esqueleto. En realidad se parecía bastante al de antes. Su pelo largo y ralo, caía a la altura de su cintura en multitud de enredos por la mugre que llevaba acumulando en ellos. El hombre estaba completamente desnudo de la cabeza a los pies; salvo por un deshilachado y mugriento calzón que a duras penas llegaba a taparle sus vergüenzas. El tipo siguió con esa extraña perorata sin sentido durante un buen rato más, hablándole directamente a la pared que tenía en frente, con un gesto bobalicón en la expresión. No parecía que estuviese muy bien de la azotea después de todo. Aunque bien mirado ¿Quién podía estarlo en aquellas circunstancias tan deplorables? ¿Alguien completamente inhumano tal vez?
No se quedó a sociabilizar.
Redobló el paso, intentando dejar aquel par de maniacos lo más atrás que pudiera. Su vida parecía que se había reducido a eso de la noche a la mañana, correr para salvar el culo, mirar por encima del hombro esperando no encontrar una nueva amenaza, y seguir corriendo. Sin saber a ciencia cierta si vería el día de después. ¿Aquello se iba a acabar en algún momento, o era un trabajo a tiempo completo? No tenía grandes expectativas puestas en ello. Alejarse cuanto más pudiera de todo lo que lo aterraba era cuanto podía hacer. O en este caso concreto, distanciarse tanto de los reos del maldito pabellón, como de los cuerpos desjarretados de aquella sala del horror. Coser y cantar.
Prosiguió por el corredor como una exhalación, ignorando las restantes pullas de los pocos infelices que pretendieron zaherirle mientras huida y, para su horror, también tuvo que salvar varios charcos de sangre que anunciaban que había habido aún más muertes en la zona. No tenía tiempo para más sobresaltos, lo sabía, pero es que aquello era ya de lo más dantesco y perturbador. Tampoco le pasaron desapercibidas palabras como ‹‹Monstruo›› o frases como ‹‹El tipo ensangrentado de antes›› o ‹‹El grupo de tipos encasquetados en cuero negro…›› Su infalible intuición le dijo que no debían estar refiriéndose a él, por supuesto. En cualquier caso concluyó, que de un instante a otro podía aparecerse algún grupo de aquellos lunáticos que lo perseguían en el corredor. Por las insinuaciones lo creía bastante probable dada la buena ventura de aquel día, o el tipo que se había ensañado con los hombres de la sala, o un funcionario o un practico o….
‹‹¿Qué hago si doy con cualquiera de estos últimos?››
Llegó a una escalera que descendía aún más hondo en la instalación, fundiéndose con la más oscuras de las tinieblas del lugar, estrujándole el corazón en el pecho. Sospechaba que debía dirigirse hacia allí abajo, aunque de poco le iba a servir tomar la elección correcta si de pronto lograba partirse el espinazo al tropezar y caer rodando por la escalera como un cretino. Apretó los dientes. Luego se dirigió a coger una de las escasas y oscilantes antorchas encajadas en la pared. La cual dejaba bastante que desear en cuanto al factor lumínico que dispensaba. Finalmente se decidió a bajar por ellas. Despacio, un escalón y después el siguiente, mucho más despacio de lo que hubiese creído necesario. Pero francamente, no le apetecía imaginarse lo que iba a encontrarse a partir de ahí. Nada agradable, eso desde luego. Lo único que lo alivió en cierta media, si se puede sentir semejante sentimiento en una situación como esa, es que ya estaba más próximo a su meta. ¿No? Comprendió que en realidad, no tenía ni la más pajolera certeza de aquello fuese a ser así. Por lo que estuvo a punto estuvo de gritar por el desespero, y a tomar por saco todo. Sí se abstuvo, era porque sabía que esa sería una tremenda estupidez. Quizás si se hubiese dignado a visitar aquellas malditas instalaciones en el pasado, ahora sabría a qué atenerse mientras las recorría.
‹‹Gracias mis dioses por hacerme como soy. Cínico, indolente, un borracho empedernido, un bohemio que probablemente acabe descuartizado en este jodido y puñetero agujero. Acaparar tal cantidad de virtudes, lo habéis bordado.››
En fin. Resopló. A lo echo pecho.
FIN
UN saludo y nos leemos.
Ven, ven, quienquiera que seas;
Seas infiel, idólatra o pagano, ven
ESTE no es un lugar de desesperación
Incluso si has roto tus votos cientos de veces, aún ven!
(Yalal Ad-Din Muhammad Rumi)