20/09/2015 08:15 PM
Buenas compañeros y compañeras, pues ya estamos aquí de nuevo con otro extracto de este capitulo. La verdad me esta costando un huevo acabar con el arco argumental de la ciudad, pero es que quiero asentar unas buenas bases antes de que se inicie lo que sería el (Viaje) Como siempre digo, lo que más me preocupa de todo es el ritmo de la historia, si va cuajando o se hace repetitiva hasta la saciedad. Hay que tener en cuenta que todo esta visto desde tres puntos de vista muy distintos y con vidas totalmente paralelas unas de las otras, por lo que muchos de los echos son relatados desde otra de las perspectivas. En fin, que a ver que os parece.
CIUDAD EN LLAMAS (Parte 2)
De pronto las campanas comenzaron a tañer sacándolo de sus desgastadas reflexiones, arreciando a cada minuto que transcurría, rompiendo la tácita calma que había estado gobernando la zona tan solo hacía un rato. Frunció el ceño mientras se ponía en guardia. ‹‹¿Se puede saber qué es lo que pasa?›› se preguntó mientras se apegaba a la fachada de una de las muchas y suntuosas casas que circunvalaban la pavimentada travesía que llevaba hacia palacio. En este caso una inmensa casona señorial de varios pisos de altura como confirmó. En su balconada reconoció varios tipos de gárgolas esculpidas con todo lujo de detalles y precisión, de distintos tamaños y con las formas más fantasiosas que uno se pudiese llegar a imaginar; parecían estar contemplándolo curiosas. Les devolvió el gesto con una mirada similar. Apoyó sus posaderas en sus regios muros mientras oteaba hacia todas direcciones intentando discernir qué era lo que estaba sucediendo, o donde residía el peligro si es que en realidad había alguno que amenazara su seguridad. No tardó en advertir para su sorpresa y progresiva conmoción, que la zona llamada vagamente como Los Distritos, ardía igual que un fósforo por sus cuatro costados. Se distinguía un inmenso anillo de fuego que ascendía hasta el cielo y que en un instante convirtió la noche en día. De la inmensa aureola anaranjada refugia con vigor por encima del amurallado interior de Ciudad Alta, una nube de humo oscuro que fue cubriendo lentamente el firmamento. Comenzaron a escucharse los primeros gritos y voces de urgencia, los primeros indicios del pánico, mucha confusión en las calles, mucha tensión, violencia junto a un terror extático. Observó sin poder creerse lo que estaban presenciando sus ojos mientras se preguntaba. ‹‹¿Es qué en esta ciudad del demonio se dedican a calcinar sus hogares por puro vicio todos los días, o qué?››
A su recalo en Mansour no le habían pasado desapercibidos los restos de la Última Hoguera, durante las pocas horas que deambuló por sus abigarradas calles, reparó en los visibles estragos causados por unos incidentes bastante recientes en los que curiosamente, la ignición también había tenido una importante participación. Cualquier mortal que se preciara en tener un par de dedos de sesera y una pizca de sentido común, consideraría que lo que se estaba gestando delante de sus narices no podía ser casual. De ahí que aún no supiese muy bien cómo interpretarlo, y mucho menos cómo actuar al respecto. ¿Qué hacer a partir de allí? ¿Cómo debía proceder tras aquellas asonadas que ponían la piel de gallina a uno? ¿Debía implicarse en aquello o no? Eran unos pocos los interrogantes que tendría que ir resolviendo sobre la marcha se dijo, lo que había que reconocer, se había convertido en una afición que no era para nada ajena ni saludable para su persona. En lo tocante al fuego al menos, sabía que no pronosticaba nada bueno ni para él, ni para lo que fuera que hubiera venido a hacer en aquel recóndito lugar del mundo reflexionó. Estaba en cueros al desconocer ni por qué se había producido el mentado pandemónium que estaba contemplando con sus propios ojos, ni los apreciables incendios que se habían producido con anterioridad en la ciudad. Reconoció qué no tenía la más somera idea de qué puñetas había venido a hacer ahí si lo pensaba. Francamente, no habría estado nada mal que desde el fuerte se hubiesen dignado en prevenirle de que en la metrópoli podría encontrarse con una situación potencialmente efervescente, quizás se lo hubiese pensado varias veces antes de salir tan precipitado hacia la aventura, conjeturó.
Respiró profundamente hasta llenar sus pulmones de aire, despejó la mente por unos instantes mientras con una estudiada cadencia, fue expulsándolo lentamente. Volvió a repetir aquella operación hasta finalmente logró sosegarse lo suficiente como para pensar con un poquito de claridad.
Puede que incluso todo formase parte de su misión especuló, pues al fin y al cabo, esa era otra forma de instrucción más ¿No? Se dijo, aunque poco convencido en realidad. O no. Desecho aquella línea de reflexión. ‹‹¡Maldita sea!›› Suspiró sin saber muy bien qué hacer o como lidiar con aquello. Estaba sumergido en la completa inopia, lo que era un hecho irrefutable. Por lo que no había forma de que pudiese asegurarlo de ningún modo si se equivocaba o no. Tendría que indagar y apañárselas por su cuenta como había estado haciendo desde que prácticamente tenía uso de razón. Reprimió las remembranzas de sus épocas de miseria mientras apretaba la mandíbula y se abstenía de maldecir aullando al cielo por la exasperación latente que lo embargó. Y no es qué le faltasen ganas de hacerlo ni mucho menos. Había odiado aquella ciudad y sus gentes prácticamente desde un buen principio. A las pocas horas de estar deambulando por sus enmarañadas calles decidió, que le asqueaban aquellos irrespetuosas individuos y su bárbara manera de vivir, comprendió que no quería pasarse mucho tiempo allí, y ahora para su sorpresa, se percataba de que la odiaba aún mucho más que cuando llegó horas atrás. Era solo cuestión de tiempo que acabara matando a alguien en un arrebato psicópata en medio de alguna de sus amplias avenidas, o en alguno de sus estrechos callejones a plena luz del día concluyó. Si lo pensabas detenidamente, la verdad es que no hablaba de excesivamente mucho.
Solo deseaba acabar lo que hubiese venido a hacer allí y regresar a un lugar donde la cordura y el respeto rigiesen la vida de los hombres. Donde sus gentes no lo mirasen a cada instante por encima del hombro, o que tuviera que andarse en todo momento con ojo para que no lo estafara ningún gañan. Ganarse su fajín dorado y al fin poder cumplir con el cometido al que había dedicado toda su vida era lo que ansiaba. Acabar con todos los seres malvados que pululaban por ese mundo hasta erradicarlos y que no quédese ninguno. Esa era su ambicionada venganza, su Misión real, la razón por la que seguía existiendo. Suspiró por enésima vez en muy poco rato. Solo unas pocas horas en la ciudad y ya se estaba poniendo melancólico. Se abstuvo de volver a suspirar.
Advirtió que unas cuantas luces comenzaron a encenderse en las plantas superiores del caserón donde se había guarecido, como también comprobó lo estaban comenzando a hacer todas las restantes casas de aquella elegante zona. Al parecer los ruidos y la pendencia habían interrumpido a la crem de la crem de la pirámide jerárquica de aquella metrópoli de su encuentro con Morfeo, con lo cual no veía muy sensato que lo reparasen rondando por los alrededores como un malhechor al acecho. Se desapegó de la fachada mientras decidía qué dirección tomar.
En un principio solo había salido de la hospedería para poder poner un poco en orden sus agitados designios, mentalizarse para lo que se le avecinaba y quizás ahora que lo pensaba, acercarse a palacio para apreciar de primera mano su suntuosidad si se daba la oportunidad. En ningún aspecto se habría imaginado que su paseo lo iba a acercar a aquel infernal asador. Lo más juicioso decidió tras meditarlo un rato, sería regresar de nuevo a la Dama Sobria lo más pronto posible. Puede que con un poco de suerte Gulag o incluso la muchacha llamada Sasha supiesen de qué iba todo aquel meollo. Pero los años de adiestramiento bajo la ala protectora de su hermandad le animaban a qué indagase por él mismo la verdad, mientras a la vez por otro lado, escuchaba la voz de su mentor susurrándole con su habitual amabilidad ‹‹Del audacia a la temeridad solo hay un pequeño paso Sarosh, de la vida a la muerte uno aún más corto muchacho. No lo olvides››
Escupió malhumorado.
‹‹¿Por qué tendré que recordarme siempre de los pasajes más funestos en los momentos más inoportunos?›› se reprendió por agorero, aunque finalmente decidió que lo menos problemático seria retornar hacía la hospedería.
Sarosh cruzó la calle corriendo de soportal en soportal, evitando las miradas curiosas a la par que estupefactas de las gentes que comenzaron a agolparse en los ventanales de sus casas; desde donde seguramente podían apreciar los fuegos que estaban consumiendo los Distritos en aquel momento. Tuvo mucho cuidado de que nadie se fijase en él mientras pasaba por debajo de ellos, aunque también pensó ¿Quién diablos se iba a fijar en un pobre desgraciado que pateaba por sus calles mientras que en Ciudad Baja se desataba el mismísimo infierno? En un momento dado, agazapado detrás de una enorme jardinera con exótico almendro que no hacia tanto había florecido y que no pegaba en absoluto con la restante decoración de la zona, cerca de una de las entradas de otra de la muchas lujosas mansiones que se apelotonaban en aquella área residencial, en la puerta aparecieron un grupo nutrido de hombres que confusos, aún peleaban ajustándose las últimas trabas de sus corazas mientras maldecían con variados estilos al viento.
―¿Estás seguro de que son fidedignos los informes Gaunsod? ―Preguntó con tono autoritario un tipo de prominente panza mientras contemplaba hacia el horizonte los fuegos fatuos que calcinaban la ciudad. A su vez, con gran esfuerzo y prácticamente con la tez igual de morada que el jugo de uva, intentaba desmañadamente lograr introducirse dentro de un peto plateado con intrincadas taraceas. Sarosh consideró que el tipo lucía el mostacho más grande que hubiese visto en toda su vida.
―El correo que hace tan solo unos pocos minutos nos ha llegado desde palacio, anunciaba las funestas nuevas que ya conoce desde hace un rato, padre. Por lo demás tan solo nos han reportado que debemos emplazarnos inmediatamente en la puerta norte con el mayor número de efectivos posible.
―¿Pero qué sentido tiene que el niño malcriado de Eriast haya decidió emprender una locura como la que se presupone precisamente ahora? ¡Es inverosímil que el propio hijo sea su propio verdugo, Gaunsod! Y aún así ¿Cómo puede ser que el alfeñique ese haya reunido a toda una cuadrilla de lunáticos y que estén atacando en estos momentos los Distritos sin que los retenes de guardia no estén haciendo algo al respecto?
―No tengo la menor idea de qué es lo que busca el muchacho liderando acciones de este tipo, también desconozco los pormenores que lo han llevado a actuar de tal manera. ―Confesó el hijo mientras negaba con la cabeza con laxitud; su voz sonaba cansada hasta la extenuación. ―Es la única información que tenemos por el momento.
Era un tipo con la cara salpicada de pecas, con el pelo claro y ensortijado, el cual llevaba hecho unos zorros. Su pose inquieta y su expresión incómoda, indicaban que no era la primera vez durante aquella noche que tenía esa conversación con su progenitor. Los hombres de su alrededor seguían pertrechándose mientras padre e hijo debatían sobre probabilidades y especulaciones diversas sobre el caso, mientras Sarosh contemplaba como interactuaban sin moverse un ápice detrás del enorme tiesto donde se escudaba; prestando especial atención a todo cuanto se decían para comprender qué era lo que estaba sucediendo allí. Puede qué fuese innecesario al fin y al cabo acercarse hasta la Dama Sobria para recabar información. ‹‹El hijo del gobernador›› pensó meditabundo ¿Pero ese no era uno de los dos lechuguinos que le habían llamado tanto la atención en la posada? Si no creía recordar mal, al menos eso es como lo había llamado el posadero cuando hizo mención de ellos. Sí estaba seguro. Había citado exactamente aquellas mismas palabras. ‹‹El hijo del gobernador Eriast›› Ya le había llamado la atención en un primer momento, pero es que ahora lo hacía aún mucho más sin lugar a dudas. El hijo del mismísimo gobernador. Se preguntó mientras observaba a ese pequeño grupo de gente allí reunida, si realmente insinuaban es que el muchacho ha cometido algo así como un parricidio y ahora un conjura para una especie de sedición. ¿De allí todo ese jaleo y el fuego en los Distritos? Costaba el creerse verse envuelto en algo como eso por casualidad. Demasiadas coincidencias seguidas. Como también costaba no reírse de la imputación que le estaban haciendo al chaval. Por el aspecto del petimetre en concreto, no parecía el tipo de personas que se dedican a matar a sus familiares para seguidamente dedicarse a linchar e incendiar los hogares de sus propios conciudadanos. En todo caso su aspecto más bien denotaba todo lo contrario opinó. Un pardillo quizás pudiera ser, un bocazas probablemente, pero ¿Alguien capaz de matar? No. No tenía el aspecto de un asesino despiadado en absoluto. Y en esos menesteres bien sabía lo que se decía.
―Si está todo en orden, pues en marcha. ―Ordenó el tipo del enorme mostacho a los hombres que había reunidos en torno a él. Su tono de voz era el de un hombre al que le fuera asignada la labor de vaciar las letrinas o el de meterse en bolas en un lago helado. Reticente ―Cuanto antes acabemos con este estúpido asunto, antes podremos de nuevo regresar a nuestras casas.
El hijo montado al lado de él en un brilloso corcel, pareció aliviado de pronto.
Finalmente el grupo estuvo dispuesto para partir, reunido en un pequeño pelotón frente al terreno del caserón, mientras la tensión se acentuó alrededor de ellos. Las quijadas apretadas, los ceños fruncidos, las armas prestas; dispuestos a presentar batalla a sus agresores. Los fuegos seguían iluminando en el horizonte el cielo. Los aullidos, los lamentos junto al estruendo, seguían llegando a sus oídos de forma sincopada; el olor del humo le escoció en los ojos. Contempló la posibilidad de seguir su curso hacía la hospedería y al diablo con la curiosidad que lo embargaba. Meterse de pronto en medio de un conflicto armado no creía que formara parte precisamente de los planes que lo habían llevado allí; fueran cuales fuesen estos. Tampoco creía que fuese la mejor manera de mantener un perfil bajo hasta que finalmente dieran con él. En medio de sus divagaciones los tipos al fin partieron, a paso regular y en formación, mientras pasaban a escasos metros por delante de su escondrijo. Nadie se fijó en él. Murmuró un segundo ante la tesitura, no obstante comenzó a seguirlos dese una distancia prudencial. Evitando las zonas de más luz y las miradas preguntonas de la gente que se apelotonaba en los balcones. ¿Qué decían que le pasaba al gato con su curiosidad?
Sabía que pecaba de fisgón, el cual era uno de sus malos hábitos que tendría que erradicar con el tiempo. Por extralimitarse podía encontrarse en medio de asuntos que no eran de su incumbencia y que podía echar a perder todo lo que había venido a hacer allí. Entonces ‹‹¿Por qué diablos te diriges justo hacia el núcleo de todo maldito trajín?›› Puede que en el fondo fuese un cretino que quisiera hacerse asesinar. La realidad es que no lo sabría decir con seguridad.
Giró por el primer callejón que pudo, esquivando otra jardinera con la que no tropieza por los pelos, saltó y se emparró en una de las enredaderas de una de las paredes de la ampulosa casa que tenía en frente, mientras escalaba como una ágil araña negra; de la pared saltó hacia una balconada aupándose en un brazo hasta que se asentó en la terraza con una pirueta lateral. Todo sucedió en el lapso de un suspiro. Lo más raro es que el mirador estuviese desocupado en aquel instante concluyó. Oteó hacia el horizonte para orientarse y averiguar donde estaba la puerta norte de la que hablaban aquellos hombres. Lo primero que advirtió fueron los intensos fuegos que consumían los Distritos, ahora que lo advertía, los focos estaban mucho más extendidos y ganaban terreno a los chamizos con bastante celeridad; desde la alturas las columnas de humo ascendían como zarcillos negros que lo empañaban todo. Centró su atención en sus pesquisas más urgentes. Tras un rato de exploración, logró finalmente dar con lo que buscaba; La Puerta Norte. Ahí estaba. A tan solo unas pocas cuadras de donde se encontraba él. El pequeño pelotón se dirigía precisamente hacia allí con la misma cadencia de paso que cuando se inició la marcha; dirigidos por el tipo del enorme mostachón. Mientras, otros grupos similares salían de sus casas uniéndose a la procesión. Si se apresuraba supuso que posiblemente pudiera llegar antes que ellos al emplazamiento. Por lo que se dejó caer los varios metros que lo separaban del suelo, sin que las suelas de caucho de sus botas emitieran sonido alguno en el pavimento, mientras contenía el golpe de la caída flexionando los miembros y absorbiendo el impacto, seguido se irguió y emprendió una carrera por su calle en paralelo a ellos.
Esquivó un poste que no sabía qué diablos hacía allí mientras blasfemaba, saltó por encima de un banco de piedra absurdamente pequeño, esperó varios segundos debajo de una ventana hasta que los fisgones que miraban por ella, se metieran dentro mascullando lo poco que les importaba lo que les sucediera a los pordioseros de aquella zona de la ciudad, e incluso se guardó de varios grupos de hombres que también se dirigían hasta la avenida central con las armas prestas para reunirse con los demás. Pronto dejo el pelotón atrás, mientras seguía corriendo de sombra en sombra, detrás de los piares de las casas, detrás de altos arboles de grueso tronco, y hasta quizás si lo pensabas detenidamente, detrás de su propia defunción. Aunque por alguna razón que aún no llegaba a comprender, algo en su interior le impelía a qué investigara a fondo todo aquel asunto. ‹‹¿Tanto me importa lo que suceda con ese muchacho?›› Se preguntó. ‹‹¿Por la simple sensación que me ha suscitado cuando se cruzaron nuestras miradas?›› No lo creía posible. Sería estúpido. Cuando llegó a la última cuadra que lo separaba de la enorme plaza donde se localizaba la puerta norte del amurallado interior de la ciudad, se permitió un más que merecido descanso. Respirando entrecortadamente se apegó a una de las paredes de un enorme almacén, luego se asomó desde una de sus esquinas.
Casi no podía creerse la cantidad de hombres que había reunidos allí. La amalgama de voces y sonidos casi se igualaban a los que podían escucharse detrás de los gruesos muros que los separaban del caos. ¿Cómo era posible que no lo hubiera escuchado hasta aquel entonces? Se estaba dejando llevar demasiado por sus malos hábitos y eso lo convertía en alguien torpe y descuidado. Lo que era un boleto seguro para un viaje a ultratumba a los que se dedican a un oficio tan peliagudo como el suyo. Contempló a los jinetes con su armadura, montando enormes percherones que pifiaban y pataleaban ansiosos sobre el empedrado, conocedores de lo inminente del combate, los cuales se congregaban en frente del portón en una cantidad nada despreciable. Los infantes con tabardos de color morado y un halcón bordado en la pechera cagaban con largas picas a la espera justo detrás de ellos, y no es que hubiese pocos precisamente. Soldados a pie se iban acumulándose poco a poco a ambos lados hasta llenar los flancos de los reunidos. Cada vez iban llegando más y más efectivos para sumarse a los ya congregados, y al rato fueron más, llenando por completo el espacio hasta que ya no cupo ni un alfiler más en el lugar. Las antorchas que portaban los hombres alumbraban rostros con expresiones adustas, semblantes llenos de preocupación, muecas manifiestamente funestas, y algunos gestos de deliberada excitación por el combate, aunque todos gradualmente fueron guardando silencio hasta que en la plaza solo quedó el ruido quedo que generaban las armaduras, y el inconfundible tintineo del metal. La expectación se hizo patente. Finalmente uno de los jinetes, montado en un inmenso caballo de batalla negro, se separó del grupo adentrándose hasta el centro de la plaza mientras el gentío se abría como el mar frente a la quilla de un galeón a la vez que murmuraban entre susurros. Nadie le replicó en cualquier caso al caballero en concreto. Debía de tratarse de alguien importante concluyó Sarosh, sin lugar a dudas, pues sin más el tipo se planto en el centro de la plaza como si esta no estuviera a punto de reventar. Se giró para dirigirse a la multitud allí reunida, se quitó el casco mientras dejaba que su rubia y deslumbrante melena ensortijada cayese libremente sobre sus acorazados hombros, dirigió una vistazo panorámico, para luego hacerse escuchar con la voz alta y clara de quien está acostumbrado a que le presten la debida atención. El también tenía bastante curiosidad por lo que tuviera que decir aquel hombre después de todo. De ahí que estuviera en aquellos momentos allí ¿No?
Contuvo el aire y esperó expectante a que hablara.
―No voy a andarme con rodeos. ―la voz de aquel hombre aunque de aguda tesitura, tenía un timbre claro que logró dejarse oír en todos los rincones del reducto; a pesar del trajín que se podía escuchar detrás de las grandes puertas de Ciudad Alta. ―A estas horas ya todos debéis de estar al corriente que nuestro gobernador Eriast Gahusad y toda la plana mayor del Consejo han sido asesinados en una de las salas del Magisterio. También estoy seguro de que sabréis que hemos averiguado que ha sido a manos de su propio hijo; Armen de Gahusad. ―Desde la multitud se profirieron variadas maldiciones y algunos juramentos que según Sarosh advirtió, sonaban tan vacios como el cuenco de un pordiosero con una dosis extra de mal fario. El tipo de la melena resplandeciente esperó unos segundos, antes de levantar su brazo hasta que la cantinela cesó de nuevo. ―Aún desconocemos que lo llevó a actuar de tal forma, si la codicia, la frustración o la simple estupidez, pero acaba de dejar a toda la ciudad en jaque de cara al resto del mundo. Sabemos que no actuó solo, eso es una certeza. Por el momento no hay ningún rastro del chaval por ningún sitio de Ciudad Alta, y podéis escuchar por vosotros mismos como alguien nos está atacando y quemando nuestros hogares, matando a nuestra gente en los Distritos. ―Guardo un dramático silencio dejando que el caos y los gritos desgarradores que llegaban desde las calles del otro lado del muro, fueran oídos nítidamente por todos los reunidos. ―Es la segunda vez que nuestra gente allí afuera, sufre por los desmanes de alguien que busca ostentar más poder del que le per toca por potestad. ¡Es la segunda vez que vemos nuestras calles arder por la ambición y el anhelo de poder, por una inmerecida gloria! ¡Pero no pienso dejar que haya una tercera! ¡No lo podemos permitir de ningún modo¡ ―los reunidos pronto pasaron de la melodrama a jalearlo con pasión. ―¡Yo el capitán Ashrans no lo pienso perimir aunque me cueste la vida! ―el enardecimiento era general observó Ashur. Aquello debía ser lo que llamaban un tío con oratoria. Era curioso lo que se podía conseguir eligiendo las palabras precisas en el momento más adecuado. ―¡¿Estáis preparados para defender lo que es de todos?!
La multitud respondió al unísono con un rotundo SÍ
―¡¿Vamos a dejar que alguien, quien sea, vuelva a destruir nuestras calles, nuestra patria, sin que reciba su más que merecido castigo?!
Las masas prorrumpieron con un contundente No.
―¡Entonces seguidme y acabemos de una vez por todas con esta abominable conspiración! ―dijo el hombre levantando su acorazado puño al cielo.
El ambiente en la plaza se enardeció, como si alguien tirase un fosforo a un cubo de brea, este prendió con sorprendente facilidad. El tipo se encasqueto de nuevo el casco para después reunirse de nuevo con el pelotón de caballería. A un gesto suyo comenzaron a abrirse las compuertas. La destrucción del otro lado comenzó a aparecer en su campo de visión. El Infierno se había transportado a la tierra.
―¡Seguidme!
El capitán Ashrans desenvainó una espada larga que refulgió con los fuegos fatuos de aquella noche, observó por última vez a los congregados, y ordenó partir. El resto de la guarnición salió en pos de él. Primero los jinetes, seguidos por los lanceros y los soldados después. Como una larga oruga acorazada en procesión hacía la misma brecha del Tártaros. Sarosh se quedó en su escondrijo, contemplando hasta que la plaza se quedó vacía por completo, hasta que las puertas se cerraron detrás el último hombre que pasó por ellas. Seguía sin saber quiénes eran los asaltantes que quemaban los Distritos, tan solo unas pocas insinuaciones sobre un complot que en su opinión, no había por donde agarrarlo. Al menos ahora sabía algo seguro, en aquella ciudad después de todo no se dedicaban a incendiar sus propias casas por tradición. Tan solo había otras personas que estaban bien dispuestas a hacerlo por ellas.
‹‹¡Jodidamente Fantástico! Lo que realmente me hacía falta para acabar de enamorarme de estos lares ¿Realmente una puñetera ciudad en guerra era el lugar que han elegido para que realice mi Prueba de Templanza? ¿En serio?›› Superaba pero con creces cualquier supuesto que se hubiera podido hacer en el camino.
Contempló la plaza con ambivalencia mientras se preguntaba que otras sorpresas le deparaba la providencia en aquella aventura que había emprendido. De momento las estadísticas no parecían ser muy buenas tras todo lo acontecido en su primer día allí. Debía volver a la posada, concluyó. En aquellos instantes no podía hacer nada al respecto con todo aquello, necesitaba tiempo, información y reflexionar sobre todo antes de tomar ningún curso de acción, se dijo mientras retomaba el camino hacia la hospedería. Tenía que ser precavido decidió. No sabía qué hacía allí ni que se esperaba que hiciera en aquellas condiciones tan adversas. Lo más extraño era, es que no entendía por qué le había llamado tanto la atención aquel chaval en la posada, ni mucho menos por qué le habían asaltado tan distintas sensaciones cuando cruzaron por esos breves segundos sus miradas. Más absurdo era explicar por qué resultaba que ahora sentía cierta afinidad para con él; a pesar de saber que el chaval acababa de ser acusado de un delito tan aberrante como lo era la alta traición. Lo único que sabía es que tenía que seguir esperando sin saber nada.
En los Distritos el auge del fragor se intensificó, la pendencia debería estar resultando encarnizada, pero él tan solo masculló una maldición mientras se internaba en los callejones con un humor de perros.
‹‹Odio esta maldita ciudad del demonio››
CONTINUARÁ........
CIUDAD EN LLAMAS (Parte 2)
De pronto las campanas comenzaron a tañer sacándolo de sus desgastadas reflexiones, arreciando a cada minuto que transcurría, rompiendo la tácita calma que había estado gobernando la zona tan solo hacía un rato. Frunció el ceño mientras se ponía en guardia. ‹‹¿Se puede saber qué es lo que pasa?›› se preguntó mientras se apegaba a la fachada de una de las muchas y suntuosas casas que circunvalaban la pavimentada travesía que llevaba hacia palacio. En este caso una inmensa casona señorial de varios pisos de altura como confirmó. En su balconada reconoció varios tipos de gárgolas esculpidas con todo lujo de detalles y precisión, de distintos tamaños y con las formas más fantasiosas que uno se pudiese llegar a imaginar; parecían estar contemplándolo curiosas. Les devolvió el gesto con una mirada similar. Apoyó sus posaderas en sus regios muros mientras oteaba hacia todas direcciones intentando discernir qué era lo que estaba sucediendo, o donde residía el peligro si es que en realidad había alguno que amenazara su seguridad. No tardó en advertir para su sorpresa y progresiva conmoción, que la zona llamada vagamente como Los Distritos, ardía igual que un fósforo por sus cuatro costados. Se distinguía un inmenso anillo de fuego que ascendía hasta el cielo y que en un instante convirtió la noche en día. De la inmensa aureola anaranjada refugia con vigor por encima del amurallado interior de Ciudad Alta, una nube de humo oscuro que fue cubriendo lentamente el firmamento. Comenzaron a escucharse los primeros gritos y voces de urgencia, los primeros indicios del pánico, mucha confusión en las calles, mucha tensión, violencia junto a un terror extático. Observó sin poder creerse lo que estaban presenciando sus ojos mientras se preguntaba. ‹‹¿Es qué en esta ciudad del demonio se dedican a calcinar sus hogares por puro vicio todos los días, o qué?››
A su recalo en Mansour no le habían pasado desapercibidos los restos de la Última Hoguera, durante las pocas horas que deambuló por sus abigarradas calles, reparó en los visibles estragos causados por unos incidentes bastante recientes en los que curiosamente, la ignición también había tenido una importante participación. Cualquier mortal que se preciara en tener un par de dedos de sesera y una pizca de sentido común, consideraría que lo que se estaba gestando delante de sus narices no podía ser casual. De ahí que aún no supiese muy bien cómo interpretarlo, y mucho menos cómo actuar al respecto. ¿Qué hacer a partir de allí? ¿Cómo debía proceder tras aquellas asonadas que ponían la piel de gallina a uno? ¿Debía implicarse en aquello o no? Eran unos pocos los interrogantes que tendría que ir resolviendo sobre la marcha se dijo, lo que había que reconocer, se había convertido en una afición que no era para nada ajena ni saludable para su persona. En lo tocante al fuego al menos, sabía que no pronosticaba nada bueno ni para él, ni para lo que fuera que hubiera venido a hacer en aquel recóndito lugar del mundo reflexionó. Estaba en cueros al desconocer ni por qué se había producido el mentado pandemónium que estaba contemplando con sus propios ojos, ni los apreciables incendios que se habían producido con anterioridad en la ciudad. Reconoció qué no tenía la más somera idea de qué puñetas había venido a hacer ahí si lo pensaba. Francamente, no habría estado nada mal que desde el fuerte se hubiesen dignado en prevenirle de que en la metrópoli podría encontrarse con una situación potencialmente efervescente, quizás se lo hubiese pensado varias veces antes de salir tan precipitado hacia la aventura, conjeturó.
Respiró profundamente hasta llenar sus pulmones de aire, despejó la mente por unos instantes mientras con una estudiada cadencia, fue expulsándolo lentamente. Volvió a repetir aquella operación hasta finalmente logró sosegarse lo suficiente como para pensar con un poquito de claridad.
Puede que incluso todo formase parte de su misión especuló, pues al fin y al cabo, esa era otra forma de instrucción más ¿No? Se dijo, aunque poco convencido en realidad. O no. Desecho aquella línea de reflexión. ‹‹¡Maldita sea!›› Suspiró sin saber muy bien qué hacer o como lidiar con aquello. Estaba sumergido en la completa inopia, lo que era un hecho irrefutable. Por lo que no había forma de que pudiese asegurarlo de ningún modo si se equivocaba o no. Tendría que indagar y apañárselas por su cuenta como había estado haciendo desde que prácticamente tenía uso de razón. Reprimió las remembranzas de sus épocas de miseria mientras apretaba la mandíbula y se abstenía de maldecir aullando al cielo por la exasperación latente que lo embargó. Y no es qué le faltasen ganas de hacerlo ni mucho menos. Había odiado aquella ciudad y sus gentes prácticamente desde un buen principio. A las pocas horas de estar deambulando por sus enmarañadas calles decidió, que le asqueaban aquellos irrespetuosas individuos y su bárbara manera de vivir, comprendió que no quería pasarse mucho tiempo allí, y ahora para su sorpresa, se percataba de que la odiaba aún mucho más que cuando llegó horas atrás. Era solo cuestión de tiempo que acabara matando a alguien en un arrebato psicópata en medio de alguna de sus amplias avenidas, o en alguno de sus estrechos callejones a plena luz del día concluyó. Si lo pensabas detenidamente, la verdad es que no hablaba de excesivamente mucho.
Solo deseaba acabar lo que hubiese venido a hacer allí y regresar a un lugar donde la cordura y el respeto rigiesen la vida de los hombres. Donde sus gentes no lo mirasen a cada instante por encima del hombro, o que tuviera que andarse en todo momento con ojo para que no lo estafara ningún gañan. Ganarse su fajín dorado y al fin poder cumplir con el cometido al que había dedicado toda su vida era lo que ansiaba. Acabar con todos los seres malvados que pululaban por ese mundo hasta erradicarlos y que no quédese ninguno. Esa era su ambicionada venganza, su Misión real, la razón por la que seguía existiendo. Suspiró por enésima vez en muy poco rato. Solo unas pocas horas en la ciudad y ya se estaba poniendo melancólico. Se abstuvo de volver a suspirar.
Advirtió que unas cuantas luces comenzaron a encenderse en las plantas superiores del caserón donde se había guarecido, como también comprobó lo estaban comenzando a hacer todas las restantes casas de aquella elegante zona. Al parecer los ruidos y la pendencia habían interrumpido a la crem de la crem de la pirámide jerárquica de aquella metrópoli de su encuentro con Morfeo, con lo cual no veía muy sensato que lo reparasen rondando por los alrededores como un malhechor al acecho. Se desapegó de la fachada mientras decidía qué dirección tomar.
En un principio solo había salido de la hospedería para poder poner un poco en orden sus agitados designios, mentalizarse para lo que se le avecinaba y quizás ahora que lo pensaba, acercarse a palacio para apreciar de primera mano su suntuosidad si se daba la oportunidad. En ningún aspecto se habría imaginado que su paseo lo iba a acercar a aquel infernal asador. Lo más juicioso decidió tras meditarlo un rato, sería regresar de nuevo a la Dama Sobria lo más pronto posible. Puede que con un poco de suerte Gulag o incluso la muchacha llamada Sasha supiesen de qué iba todo aquel meollo. Pero los años de adiestramiento bajo la ala protectora de su hermandad le animaban a qué indagase por él mismo la verdad, mientras a la vez por otro lado, escuchaba la voz de su mentor susurrándole con su habitual amabilidad ‹‹Del audacia a la temeridad solo hay un pequeño paso Sarosh, de la vida a la muerte uno aún más corto muchacho. No lo olvides››
Escupió malhumorado.
‹‹¿Por qué tendré que recordarme siempre de los pasajes más funestos en los momentos más inoportunos?›› se reprendió por agorero, aunque finalmente decidió que lo menos problemático seria retornar hacía la hospedería.
Sarosh cruzó la calle corriendo de soportal en soportal, evitando las miradas curiosas a la par que estupefactas de las gentes que comenzaron a agolparse en los ventanales de sus casas; desde donde seguramente podían apreciar los fuegos que estaban consumiendo los Distritos en aquel momento. Tuvo mucho cuidado de que nadie se fijase en él mientras pasaba por debajo de ellos, aunque también pensó ¿Quién diablos se iba a fijar en un pobre desgraciado que pateaba por sus calles mientras que en Ciudad Baja se desataba el mismísimo infierno? En un momento dado, agazapado detrás de una enorme jardinera con exótico almendro que no hacia tanto había florecido y que no pegaba en absoluto con la restante decoración de la zona, cerca de una de las entradas de otra de la muchas lujosas mansiones que se apelotonaban en aquella área residencial, en la puerta aparecieron un grupo nutrido de hombres que confusos, aún peleaban ajustándose las últimas trabas de sus corazas mientras maldecían con variados estilos al viento.
―¿Estás seguro de que son fidedignos los informes Gaunsod? ―Preguntó con tono autoritario un tipo de prominente panza mientras contemplaba hacia el horizonte los fuegos fatuos que calcinaban la ciudad. A su vez, con gran esfuerzo y prácticamente con la tez igual de morada que el jugo de uva, intentaba desmañadamente lograr introducirse dentro de un peto plateado con intrincadas taraceas. Sarosh consideró que el tipo lucía el mostacho más grande que hubiese visto en toda su vida.
―El correo que hace tan solo unos pocos minutos nos ha llegado desde palacio, anunciaba las funestas nuevas que ya conoce desde hace un rato, padre. Por lo demás tan solo nos han reportado que debemos emplazarnos inmediatamente en la puerta norte con el mayor número de efectivos posible.
―¿Pero qué sentido tiene que el niño malcriado de Eriast haya decidió emprender una locura como la que se presupone precisamente ahora? ¡Es inverosímil que el propio hijo sea su propio verdugo, Gaunsod! Y aún así ¿Cómo puede ser que el alfeñique ese haya reunido a toda una cuadrilla de lunáticos y que estén atacando en estos momentos los Distritos sin que los retenes de guardia no estén haciendo algo al respecto?
―No tengo la menor idea de qué es lo que busca el muchacho liderando acciones de este tipo, también desconozco los pormenores que lo han llevado a actuar de tal manera. ―Confesó el hijo mientras negaba con la cabeza con laxitud; su voz sonaba cansada hasta la extenuación. ―Es la única información que tenemos por el momento.
Era un tipo con la cara salpicada de pecas, con el pelo claro y ensortijado, el cual llevaba hecho unos zorros. Su pose inquieta y su expresión incómoda, indicaban que no era la primera vez durante aquella noche que tenía esa conversación con su progenitor. Los hombres de su alrededor seguían pertrechándose mientras padre e hijo debatían sobre probabilidades y especulaciones diversas sobre el caso, mientras Sarosh contemplaba como interactuaban sin moverse un ápice detrás del enorme tiesto donde se escudaba; prestando especial atención a todo cuanto se decían para comprender qué era lo que estaba sucediendo allí. Puede qué fuese innecesario al fin y al cabo acercarse hasta la Dama Sobria para recabar información. ‹‹El hijo del gobernador›› pensó meditabundo ¿Pero ese no era uno de los dos lechuguinos que le habían llamado tanto la atención en la posada? Si no creía recordar mal, al menos eso es como lo había llamado el posadero cuando hizo mención de ellos. Sí estaba seguro. Había citado exactamente aquellas mismas palabras. ‹‹El hijo del gobernador Eriast›› Ya le había llamado la atención en un primer momento, pero es que ahora lo hacía aún mucho más sin lugar a dudas. El hijo del mismísimo gobernador. Se preguntó mientras observaba a ese pequeño grupo de gente allí reunida, si realmente insinuaban es que el muchacho ha cometido algo así como un parricidio y ahora un conjura para una especie de sedición. ¿De allí todo ese jaleo y el fuego en los Distritos? Costaba el creerse verse envuelto en algo como eso por casualidad. Demasiadas coincidencias seguidas. Como también costaba no reírse de la imputación que le estaban haciendo al chaval. Por el aspecto del petimetre en concreto, no parecía el tipo de personas que se dedican a matar a sus familiares para seguidamente dedicarse a linchar e incendiar los hogares de sus propios conciudadanos. En todo caso su aspecto más bien denotaba todo lo contrario opinó. Un pardillo quizás pudiera ser, un bocazas probablemente, pero ¿Alguien capaz de matar? No. No tenía el aspecto de un asesino despiadado en absoluto. Y en esos menesteres bien sabía lo que se decía.
―Si está todo en orden, pues en marcha. ―Ordenó el tipo del enorme mostacho a los hombres que había reunidos en torno a él. Su tono de voz era el de un hombre al que le fuera asignada la labor de vaciar las letrinas o el de meterse en bolas en un lago helado. Reticente ―Cuanto antes acabemos con este estúpido asunto, antes podremos de nuevo regresar a nuestras casas.
El hijo montado al lado de él en un brilloso corcel, pareció aliviado de pronto.
Finalmente el grupo estuvo dispuesto para partir, reunido en un pequeño pelotón frente al terreno del caserón, mientras la tensión se acentuó alrededor de ellos. Las quijadas apretadas, los ceños fruncidos, las armas prestas; dispuestos a presentar batalla a sus agresores. Los fuegos seguían iluminando en el horizonte el cielo. Los aullidos, los lamentos junto al estruendo, seguían llegando a sus oídos de forma sincopada; el olor del humo le escoció en los ojos. Contempló la posibilidad de seguir su curso hacía la hospedería y al diablo con la curiosidad que lo embargaba. Meterse de pronto en medio de un conflicto armado no creía que formara parte precisamente de los planes que lo habían llevado allí; fueran cuales fuesen estos. Tampoco creía que fuese la mejor manera de mantener un perfil bajo hasta que finalmente dieran con él. En medio de sus divagaciones los tipos al fin partieron, a paso regular y en formación, mientras pasaban a escasos metros por delante de su escondrijo. Nadie se fijó en él. Murmuró un segundo ante la tesitura, no obstante comenzó a seguirlos dese una distancia prudencial. Evitando las zonas de más luz y las miradas preguntonas de la gente que se apelotonaba en los balcones. ¿Qué decían que le pasaba al gato con su curiosidad?
Sabía que pecaba de fisgón, el cual era uno de sus malos hábitos que tendría que erradicar con el tiempo. Por extralimitarse podía encontrarse en medio de asuntos que no eran de su incumbencia y que podía echar a perder todo lo que había venido a hacer allí. Entonces ‹‹¿Por qué diablos te diriges justo hacia el núcleo de todo maldito trajín?›› Puede que en el fondo fuese un cretino que quisiera hacerse asesinar. La realidad es que no lo sabría decir con seguridad.
Giró por el primer callejón que pudo, esquivando otra jardinera con la que no tropieza por los pelos, saltó y se emparró en una de las enredaderas de una de las paredes de la ampulosa casa que tenía en frente, mientras escalaba como una ágil araña negra; de la pared saltó hacia una balconada aupándose en un brazo hasta que se asentó en la terraza con una pirueta lateral. Todo sucedió en el lapso de un suspiro. Lo más raro es que el mirador estuviese desocupado en aquel instante concluyó. Oteó hacia el horizonte para orientarse y averiguar donde estaba la puerta norte de la que hablaban aquellos hombres. Lo primero que advirtió fueron los intensos fuegos que consumían los Distritos, ahora que lo advertía, los focos estaban mucho más extendidos y ganaban terreno a los chamizos con bastante celeridad; desde la alturas las columnas de humo ascendían como zarcillos negros que lo empañaban todo. Centró su atención en sus pesquisas más urgentes. Tras un rato de exploración, logró finalmente dar con lo que buscaba; La Puerta Norte. Ahí estaba. A tan solo unas pocas cuadras de donde se encontraba él. El pequeño pelotón se dirigía precisamente hacia allí con la misma cadencia de paso que cuando se inició la marcha; dirigidos por el tipo del enorme mostachón. Mientras, otros grupos similares salían de sus casas uniéndose a la procesión. Si se apresuraba supuso que posiblemente pudiera llegar antes que ellos al emplazamiento. Por lo que se dejó caer los varios metros que lo separaban del suelo, sin que las suelas de caucho de sus botas emitieran sonido alguno en el pavimento, mientras contenía el golpe de la caída flexionando los miembros y absorbiendo el impacto, seguido se irguió y emprendió una carrera por su calle en paralelo a ellos.
Esquivó un poste que no sabía qué diablos hacía allí mientras blasfemaba, saltó por encima de un banco de piedra absurdamente pequeño, esperó varios segundos debajo de una ventana hasta que los fisgones que miraban por ella, se metieran dentro mascullando lo poco que les importaba lo que les sucediera a los pordioseros de aquella zona de la ciudad, e incluso se guardó de varios grupos de hombres que también se dirigían hasta la avenida central con las armas prestas para reunirse con los demás. Pronto dejo el pelotón atrás, mientras seguía corriendo de sombra en sombra, detrás de los piares de las casas, detrás de altos arboles de grueso tronco, y hasta quizás si lo pensabas detenidamente, detrás de su propia defunción. Aunque por alguna razón que aún no llegaba a comprender, algo en su interior le impelía a qué investigara a fondo todo aquel asunto. ‹‹¿Tanto me importa lo que suceda con ese muchacho?›› Se preguntó. ‹‹¿Por la simple sensación que me ha suscitado cuando se cruzaron nuestras miradas?›› No lo creía posible. Sería estúpido. Cuando llegó a la última cuadra que lo separaba de la enorme plaza donde se localizaba la puerta norte del amurallado interior de la ciudad, se permitió un más que merecido descanso. Respirando entrecortadamente se apegó a una de las paredes de un enorme almacén, luego se asomó desde una de sus esquinas.
Casi no podía creerse la cantidad de hombres que había reunidos allí. La amalgama de voces y sonidos casi se igualaban a los que podían escucharse detrás de los gruesos muros que los separaban del caos. ¿Cómo era posible que no lo hubiera escuchado hasta aquel entonces? Se estaba dejando llevar demasiado por sus malos hábitos y eso lo convertía en alguien torpe y descuidado. Lo que era un boleto seguro para un viaje a ultratumba a los que se dedican a un oficio tan peliagudo como el suyo. Contempló a los jinetes con su armadura, montando enormes percherones que pifiaban y pataleaban ansiosos sobre el empedrado, conocedores de lo inminente del combate, los cuales se congregaban en frente del portón en una cantidad nada despreciable. Los infantes con tabardos de color morado y un halcón bordado en la pechera cagaban con largas picas a la espera justo detrás de ellos, y no es que hubiese pocos precisamente. Soldados a pie se iban acumulándose poco a poco a ambos lados hasta llenar los flancos de los reunidos. Cada vez iban llegando más y más efectivos para sumarse a los ya congregados, y al rato fueron más, llenando por completo el espacio hasta que ya no cupo ni un alfiler más en el lugar. Las antorchas que portaban los hombres alumbraban rostros con expresiones adustas, semblantes llenos de preocupación, muecas manifiestamente funestas, y algunos gestos de deliberada excitación por el combate, aunque todos gradualmente fueron guardando silencio hasta que en la plaza solo quedó el ruido quedo que generaban las armaduras, y el inconfundible tintineo del metal. La expectación se hizo patente. Finalmente uno de los jinetes, montado en un inmenso caballo de batalla negro, se separó del grupo adentrándose hasta el centro de la plaza mientras el gentío se abría como el mar frente a la quilla de un galeón a la vez que murmuraban entre susurros. Nadie le replicó en cualquier caso al caballero en concreto. Debía de tratarse de alguien importante concluyó Sarosh, sin lugar a dudas, pues sin más el tipo se planto en el centro de la plaza como si esta no estuviera a punto de reventar. Se giró para dirigirse a la multitud allí reunida, se quitó el casco mientras dejaba que su rubia y deslumbrante melena ensortijada cayese libremente sobre sus acorazados hombros, dirigió una vistazo panorámico, para luego hacerse escuchar con la voz alta y clara de quien está acostumbrado a que le presten la debida atención. El también tenía bastante curiosidad por lo que tuviera que decir aquel hombre después de todo. De ahí que estuviera en aquellos momentos allí ¿No?
Contuvo el aire y esperó expectante a que hablara.
―No voy a andarme con rodeos. ―la voz de aquel hombre aunque de aguda tesitura, tenía un timbre claro que logró dejarse oír en todos los rincones del reducto; a pesar del trajín que se podía escuchar detrás de las grandes puertas de Ciudad Alta. ―A estas horas ya todos debéis de estar al corriente que nuestro gobernador Eriast Gahusad y toda la plana mayor del Consejo han sido asesinados en una de las salas del Magisterio. También estoy seguro de que sabréis que hemos averiguado que ha sido a manos de su propio hijo; Armen de Gahusad. ―Desde la multitud se profirieron variadas maldiciones y algunos juramentos que según Sarosh advirtió, sonaban tan vacios como el cuenco de un pordiosero con una dosis extra de mal fario. El tipo de la melena resplandeciente esperó unos segundos, antes de levantar su brazo hasta que la cantinela cesó de nuevo. ―Aún desconocemos que lo llevó a actuar de tal forma, si la codicia, la frustración o la simple estupidez, pero acaba de dejar a toda la ciudad en jaque de cara al resto del mundo. Sabemos que no actuó solo, eso es una certeza. Por el momento no hay ningún rastro del chaval por ningún sitio de Ciudad Alta, y podéis escuchar por vosotros mismos como alguien nos está atacando y quemando nuestros hogares, matando a nuestra gente en los Distritos. ―Guardo un dramático silencio dejando que el caos y los gritos desgarradores que llegaban desde las calles del otro lado del muro, fueran oídos nítidamente por todos los reunidos. ―Es la segunda vez que nuestra gente allí afuera, sufre por los desmanes de alguien que busca ostentar más poder del que le per toca por potestad. ¡Es la segunda vez que vemos nuestras calles arder por la ambición y el anhelo de poder, por una inmerecida gloria! ¡Pero no pienso dejar que haya una tercera! ¡No lo podemos permitir de ningún modo¡ ―los reunidos pronto pasaron de la melodrama a jalearlo con pasión. ―¡Yo el capitán Ashrans no lo pienso perimir aunque me cueste la vida! ―el enardecimiento era general observó Ashur. Aquello debía ser lo que llamaban un tío con oratoria. Era curioso lo que se podía conseguir eligiendo las palabras precisas en el momento más adecuado. ―¡¿Estáis preparados para defender lo que es de todos?!
La multitud respondió al unísono con un rotundo SÍ
―¡¿Vamos a dejar que alguien, quien sea, vuelva a destruir nuestras calles, nuestra patria, sin que reciba su más que merecido castigo?!
Las masas prorrumpieron con un contundente No.
―¡Entonces seguidme y acabemos de una vez por todas con esta abominable conspiración! ―dijo el hombre levantando su acorazado puño al cielo.
El ambiente en la plaza se enardeció, como si alguien tirase un fosforo a un cubo de brea, este prendió con sorprendente facilidad. El tipo se encasqueto de nuevo el casco para después reunirse de nuevo con el pelotón de caballería. A un gesto suyo comenzaron a abrirse las compuertas. La destrucción del otro lado comenzó a aparecer en su campo de visión. El Infierno se había transportado a la tierra.
―¡Seguidme!
El capitán Ashrans desenvainó una espada larga que refulgió con los fuegos fatuos de aquella noche, observó por última vez a los congregados, y ordenó partir. El resto de la guarnición salió en pos de él. Primero los jinetes, seguidos por los lanceros y los soldados después. Como una larga oruga acorazada en procesión hacía la misma brecha del Tártaros. Sarosh se quedó en su escondrijo, contemplando hasta que la plaza se quedó vacía por completo, hasta que las puertas se cerraron detrás el último hombre que pasó por ellas. Seguía sin saber quiénes eran los asaltantes que quemaban los Distritos, tan solo unas pocas insinuaciones sobre un complot que en su opinión, no había por donde agarrarlo. Al menos ahora sabía algo seguro, en aquella ciudad después de todo no se dedicaban a incendiar sus propias casas por tradición. Tan solo había otras personas que estaban bien dispuestas a hacerlo por ellas.
‹‹¡Jodidamente Fantástico! Lo que realmente me hacía falta para acabar de enamorarme de estos lares ¿Realmente una puñetera ciudad en guerra era el lugar que han elegido para que realice mi Prueba de Templanza? ¿En serio?›› Superaba pero con creces cualquier supuesto que se hubiera podido hacer en el camino.
Contempló la plaza con ambivalencia mientras se preguntaba que otras sorpresas le deparaba la providencia en aquella aventura que había emprendido. De momento las estadísticas no parecían ser muy buenas tras todo lo acontecido en su primer día allí. Debía volver a la posada, concluyó. En aquellos instantes no podía hacer nada al respecto con todo aquello, necesitaba tiempo, información y reflexionar sobre todo antes de tomar ningún curso de acción, se dijo mientras retomaba el camino hacia la hospedería. Tenía que ser precavido decidió. No sabía qué hacía allí ni que se esperaba que hiciera en aquellas condiciones tan adversas. Lo más extraño era, es que no entendía por qué le había llamado tanto la atención aquel chaval en la posada, ni mucho menos por qué le habían asaltado tan distintas sensaciones cuando cruzaron por esos breves segundos sus miradas. Más absurdo era explicar por qué resultaba que ahora sentía cierta afinidad para con él; a pesar de saber que el chaval acababa de ser acusado de un delito tan aberrante como lo era la alta traición. Lo único que sabía es que tenía que seguir esperando sin saber nada.
En los Distritos el auge del fragor se intensificó, la pendencia debería estar resultando encarnizada, pero él tan solo masculló una maldición mientras se internaba en los callejones con un humor de perros.
‹‹Odio esta maldita ciudad del demonio››
CONTINUARÁ........
Ven, ven, quienquiera que seas;
Seas infiel, idólatra o pagano, ven
ESTE no es un lugar de desesperación
Incluso si has roto tus votos cientos de veces, aún ven!
(Yalal Ad-Din Muhammad Rumi)