Buenas.
Muchas gracias por los comentarios, Landahor y Fardis2. He tardado en responder porque he estado sin ordenador, pero ahora ya estoy otra vez a tope y colgare los siguientes capitulos.
Por cierto Landahor, la explosion no era relevante, una locura de los trasgos sin mas, y si el jinete es el mismo que habla con el rey . Voy con el siguiente.
3. LA ÚLTIMA MISIÓN, 1ª PARTE
Cordillera del Firmamento, Estoria, 9 de xunetu del 520 p.F.
Dejaron dormir a Árzak durante todo el día. La noche anterior había sido muy larga, y el trauma por el que acababa de pasar le marcaría para siempre.
Hablaba en sueños; incluso en una ocasión dio un grito desgarrador que asustó a sus compañeros, preocupados por ser descubiertos. Leth pudo tranquilizar al muchacho, que al poco se durmió de nuevo.
El cazador también sufría terriblemente. Él no era un guerrero. Sabía pelear por supuesto, pero nunca había vivido una auténtica batalla; no estaba preparado para asumir todo lo ocurrido. La muerte de su hermano le atormentaba y aunque era consciente que de haberse quedado a estas horas también estaría muerto, se sentía culpable por escapar de esa manera.
Mientel, por su parte, seguía taciturno. Solo hablaba para dar indicaciones, y evitaba todo contacto visual con el chiquillo. Lamentaba haberle fallado a todo el mundo: había sido incapaz de proteger el pueblo y a su amigo Prien y, por si fuera poco sacó a rastras a Leth de la batalla. Le salvó la vida, sí, pero esa mancha en el honor del cazador era difícil de sobrellevar para los que no eran soldados; los que no estaban acostumbrados a tener que abandonar a compañeros en el campo de batalla o a ver morir compañeros ante sus ojos. Y eso sin olvidar a Árzak. El muchacho había perdido a su familia y él no tenía agallas ni siquiera para mirarle a los ojos o simplemente consolarlo.
Pensando en ello, cayó en la cuenta de que aún quedaba una persona a la que no había fallado. Revivió lo ocurrido unos días atrás, cuando Sallen le pidió a él y a los hermanos que le acompañasen a cazar un cuélebre que al parecer había atacado una caravana y acabado con todos sus miembros.
El buhonero que dio la alarma dijo haberse encontrado a la bestia de frente al entrar en un claro, mientras se daba un festín. Mientel creía que era una broma, desde luego no conocía a nadie más capaz de matar un dragón en solitario que a su amigo. Durante el viaje se comportó de forma muy misteriosa, negándose a revelar ningún detalle. En diez horas llegaron al campamento atacado para encontrarse ante una masacre.
Decenas de cuerpos abatidos esparcidos alrededor de varias fogatas ya extinguidas. Algunos incluso estaban a medio devorar, como si algun carroñero enorme se hubiese dedicado a picotear aqui y allá, buscando solo las partes más jugosas. Los carros que rodeaban la acampada estaban intactos y sus caballos seguían atados a un lado, visiblemente nerviosos. Rápidamente desmontaron e investigaron la zona.
—Menuda peste...— Mientel se tapó la nariz conteniendo una arcada.
—Aquí hay huellas —dijo Prien, inclinándose junto a un cuerpo mutilado—. Un cuélebre comió aquí.
—Falta un caballo —grito Leth desde el otro lado del campamento, alzando un trozo de cuerda aún atada a un árbol—. Seguramente se lo llevó el lagarto.
—No sé —dijo Sallen, inclinado junto a un par de cadáveres—. Aquí hay algo que no encaja. Éstos han sido cortados.
—Y éste también —apuntó Mientel, tras comprobar otro cuerpo.
—Además, un cuélebre no atacaría nunca a un grupo tan numeroso.
—Numeroso y bien pertrechado. —El sajano recogió el rifle de uno de los cuerpos y lo examinó—. No ha sido disparado. Les pillaron por sorpresa.
—¿Por sorpresa? —preguntó Leth, confuso, y señaló los carros—. ¿Quién atacaría a un grupo de mercaderes y dejaría la mercancía intacta? Y estas huellas son claramente de cuélebre.
—Sin duda aquí ha comido uno —dijo Sallen, señalando a los cadáveres—, pero creo que simplemente era un oportunista.
—Tú ya sabías esto —dijo Prien, con rotundidad—. Por eso insististe para que te acompañásemos.
—No estaba seguro, la descripción del buhonero despertó mis dudas. Temía que algo así pudiera pasar. —Sallen miró fijamente a Mientel—. Y ha pasado...
—Vermin te ha encontrado —asintió Mientel con gesto preocupado.
—¡Vale! Tengo que interrumpir —dijo Leth—. Si no ha sido el cuélebre significa que no hacemos falta. ¿Entonces nos vamos? ¿Le decimos a Gregor que ya no necesitamos su carro? Además, ¿quién se supone que es Vermin? ¿Y por qué te busca...? —Prien le interrumpió con un capón.
—Eso no era necesario —dijo Sallen—. Es lógico que tenga preguntas. Os he hecho venir a todos por un motivo. Esta es la forma de actuar del ejército Narvinio. Pequeños batallones avanzan por tierra adelantándose a su armada, eliminando a todo aquel con el que se cruzan para que no de la voz de alarma.
Sallen suspiró y se sentó en el suelo invitando a los demás a imitarlo.
—A partir de ahora el tiempo será un factor importante, por lo que intentaré ir al grano. Por favor, no me interrumpáis. —Todos asintieron en silencio—. No tenemos ninguna certeza sobre el origen de los atacantes, pero es muy posible que los Narvinios hayan localizado Norden. Un ataque preciso —Sallen señalaba a su alrededor mientras hablaba—, sin dar ninguna opción de defenderse a un grupo numeroso y bien armado. Por si fuera poco ignoran el botín. Esta gente era profesional...
Se detuvo un segundo, para acallar una pregunta de Leth con la mirada:
—Que no limpiasen la zona me hace pensar que tenían prisa. Si la suerte está de nuestra parte, podemos interpretar que creen que podrán golpear antes de que lo descubramos y si no la tenemos significa que el ataque es inminente. —Observó a su alrededor detenidamente y empezó a murmurar—. No han pasado más de cuarenta y ocho horas... Avanzando por la espesura... dejando un margen para imprevistos... —Se rascó el mentón en silencio, con la mirada perdida durante unos segundos y volvió a hablar en voz alta—: Tenemos dos o tres días a lo sumo así que hay que empezar a moverse. Prien, Leth, necesito que cacéis un cuélebre. No conviene que lleguemos con las manos vacías y sembremos el pánico.
—Espera un momento —dijo Leth, tras confirmar que Sallen había terminado—. Pensaba que nos ibas a explicar que está pasando. Prien, ¿tú...? ¿Pero a dónde vas? —Prien se había levantado y empezaba a recoger sus pertrechos.
—Tenemos trabajo —se limitó a contestar su hermano con gesto serio—. Piensa en ello mientras cazamos a ese bicho —y, dirigiéndose a Sallen, añadió—. Tranquilo, antes de que caiga la noche estaremos de vuelta con la presa.
—Esto es increíble —protestó Leth. Sin embargo cogió el arco y le siguió hacia la espesura refunfuñando.
Cuando Sallen se cercioró de que se habían ido, se relajó. Con Mientel tenía suficiente confianza para no necesitar usar esa máscara de seguridad.
—Hace mucho que somos amigos, ¿verdad?
—No —dijo Mientel—. Yo diría más bien hermanos. Desde el día que me salvaste.
—Tienes razón —rió Sallen dedicándole una triste mirada, que empezó a preocupar a su amigo—. Hablando de eso, me debes una.
—Sallen, déjate de rodeos. ¿Qué es lo que quieres?
—Es tarde para huir.
—No digas tonterías. Cabalgando sin descanso solo tardaríamos medio día en llegar.
—Ellos ya están aquí. Usarán radio de onda corta para comunicarse con algún buque que estará esperando en las montañas. Antes de que lleguemos a Norden, veremos a sus rastreadores sobrevolando el valle.
—No puedes estar seguro de nada de eso —negó Mientel con la mandíbula apretada.
Pero en el fondo sabía que su amigo tenía razón. No solía equivocarse con estas cosas. Tras un largo minuto de reflexión, Mientel suspiró y habló más calmado.
—Y si es así, ¿qué opciones nos quedan?
—Rezar para que no sepan que tengo un hijo y sacarlo con vida del país. Aparentaremos que todo es normal. No quiero que el enemigo esté en alerta. A partir de ahora, todo, incluido el cuélebre que han ido a cazar, forma parte de una escenificación...
—¡Maldita sea, Sallen! —interrumpió Mientel levantándose fuera de sí—. Nunca te has rendido ante nada y ahora, ¿aceptas la derrota así sin más? Podemos ganar esta batalla.
—Es posible —asintió Sallen con calma—, pero no me arriesgaré a que descubran a Árzak. Además, no se trata solo de su ejército. Alguien en el pueblo nos ha delatado. Tarde o temprano tenía que pasar. Si llegamos alterados, movilizando tropas y dando gritos, los Narvinios atacarían inmediatamente. Y si llegamos sin el dragón, los pueblerinos se alarmarán ante la existencia de un monstruo que nosotros, sus salvadores y protectores, no hemos sido capaces de cazar.
—Pues organicémoslo con discreción —dijo Mientel aún obstinado, antes de volver a sentarse junto a su amigo—. Montemos una fiesta falsa en la mansión y aprovechemos para fortificarla.
—Eso también es parte del plan. Pero el problema es que no sé en quien confiar. Por eso te he traído aquí. Así podremos hablar lejos de oídos indiscretos. —De pronto su tono cambió, volviéndose firme y mirando fijamente a los ojos de Mientel dijo con mucha calma—: Tengo que encomendarte una misión importante. Y no puedes negarte.
—Siendo así... —La cara de Mientel mostraba su disconformidad con las últimas palabras de su amigo—. También soy un soldado a tus órdenes. Haré lo que pidas sin discutir.
—Tendrás que dejarme morir.
—¡¿Qué demonio dices?! —Mientel hubiera esperado cualquier cosa salvo esa. Miró largamente a su amigo con la esperanza de que estuviese bromeando, pero éste se mantuvo serio—. ¿Por qué tienes que morir? Todos nuestros guerreros utilizan técnicas vestigiales, el ejército Narvinio no. ¿Qué es lo peor que puede venir? ¿Un par de docenas de Caballeros Tenues? Podemos con ello.
—Tal vez tengas razón. Incluso es posible que no venga Keinfor en persona para vengarse de mí. —De pronto Sallen lanzó una risotada que confundió aún más a Mientel—. Jamás me perdonará por no matarle cuando tuve ocasión. Dejémoslo así. —Sallen recuperó su tono sombrío para continuar—: Tal vez lo consigamos. Pero eso a ti te va a dar igual. No estoy seguro de lo que el traidor puede haber contado, pero si existe la posibilidad de que aún no sepan que tengo un hijo, hemos de hacer todo lo posible para que siga siendo así.
—Sabes de sobra quien es el traidor, ¿verdad? —dijo Mientel con la mirada perdida en los cadáveres que les rodeaban.
—Sí —asintió Sallen imitándole—, y por eso sé que tenga lo que tenga contra mí, nunca pondría en peligro a Árzak. Él también lo vio crecer, y sé que a su manera le aprecia. Es nuestra única baza. Los vientos de la guerra se agitan en este continente. Le va a tocar vivir una época muy dura —añadió para sí mirando al cielo.
De pronto se puso de pie y fue hacia su caballo. Tras rebuscar un rato entre los bultos, sacó un fardo alargado cubierto de telas y regresó junto al sajano. Con el objeto en su regazo volvió a hablar.
—Por eso quiero que te prepares. En cuanto lancen su ataque, cogerás a mi hijo y te lo llevarás. Mientras, los cazadores, cubriremos vuestra huida y encomendaremos nuestras vidas a los verdaderos dioses. Si es que alguna vez han existido. Prien y Leth te acompañarán.
—No parece que te vaya a convencer. —Mientel le echó una mirada ominosa al fardo antes de seguir—, pero, ¿qué me dices de tu mujer? ¿A ella no la vas a salvar?
—Es una guerrera talema. Jamás huiría de la batalla y menos aún si quedarse significa salvar a su hijo. No obstante, ya hablé con ella de esto. Pese a que sólo tenía una sospecha, le planteé la posibilidad de este escenario y está de acuerdo conmigo. Ten —dijo ofreciéndole el bulto—, cuando estéis lo suficientemente lejos, dale esto a mi hijo. El entenderá.
Mientel lo miró de reojo y tras un rato de espera lo cogió con un suspiro de resignación. Lo que ocultaban esas telas era algo más que un simple bien material; era una sentencia para Sallen y una carta de despedida para Árzak. Sopesándolo en sus manos, comprendió que se había convertido en un portador de malas noticias.
—¿Y a dónde quieres que lo lleve? —preguntó concentrado aún en los cadáveres, negándose a mirar a Sallen para no contraponer las dos imágenes.
—Hay una persona... —Nada más decir esto sacudió la cabeza poco convencido—. No sé si llamarlo persona. Volveré a empezar. Hay un demonio que...
—¡¿Demonio?! —interrumpió Mientel, que alarmado por lo que oía, volvió su mirada , esperando de nuevo que se tratara de una broma.
—Tranquilo —dijo Sallen alzando las manos—. Es de fiar. Dentro de lo que cabe. Y sin duda es el más indicado para enseñar a Árzak a usar el Vestigio. Él me enseñó a mí... —La mueca de disgusto que puso no ayudó a tranquilizar al sajano—. Bueno, yo no acabé tan mal. No te preocupes.
—Eso es difícil. He pasado muchos años de mi vida cazando demonios. No me siento cómodo de ir a pedir ayuda a uno. Pero ya he puesto suficientes pegas y parece que no podre convencerte diga lo que diga. ¿Cómo lo encontraré?
—Viaja hacia el sur, a Gallendia. Una vez allí, ve al oeste, siguiendo la falda sur del macizo meridional de la Cordillera del Firmamento, y busca las ruinas de una antigua ciudad a unos tres días de Hulkend. No conozco el nombre, pero la reconocerás por una estatua gigantesca que representa a un soldado en posición de firme. Créeme, no será difícil.
Los hermanos solo tardaron un par de horas en volver con el cuélebre. El carro ya estaba esperando por ellos, así que pusieron rumbo a Norden de inmediato, al ritmo de los bueyes que tiraban de él. Sallen insistió en que actuaran con normalidad, así que, muy forzados, intercambiaban anécdotas. Poco a poco, se fueron animando y no tardaron en disfrutar del viaje, riendo y cantando animados por su líder, que cantaba y gritaba más que ninguno. Solo Mientel se mantuvo taciturno todo el trayecto. Hasta que se encontraron a Árzak y Aubert en el camino.
Tras dejar a los niños a la entrada del pueblo se reunieron en la mansión, donde Eiden, la mujer de Sallen, les esperaba preparando a los hombres para la batalla. Cuando entraron vieron a la pequeña amazona con su melena negra atada en un larga trenza que enrollaba alrededor de su cuello, como siempre que entraba en combate. Experta guerrera gritaba órdenes, disponiendo todo para la defensa. Al verles fue hacia ellos.
—Sólo he conseguido reunir unos cien hombres —fue el único saludo que recibió un Sallen con la cabeza inclinada, los ojos cerrados y los labios ofrecidos— Déjate de besos. ¿Has visto a nuestro hijo? No lo encuentro por ningún lado.
—Le mandé a comprar arcanita —dijo Sallen decepcionado.
—¡Brillante como siempre, el gran Sallen Kholler'ar! —bufó ella exasperada, empujándolos en su camino hacia la puerta—. Dime una cosa, marido. ¿Cuántos antepasados ilustres hacen falta para no dejar a un niño solo en vísperas de una batalla?
—¿Hablamos de auténticos héroes castrenses fuertes e invencibles o de domadores de caballos famosos por darse un paseo largo? —respondió Sallen sonriente—. ¡El héroe debería ser el caballo, esposa!
—¡Prueba a galopar cinco días sin descanso, don fuerte e invencible!
—No creo que sea el momento...
—¡Calla tú también, mentor bueno para nada! —gritó Eiden justo antes de desaparecer por la puerta.
—Ejem —carraspeó uno de los cazadores, un tipo delgado y con aspecto débil que se apoyaba en un enorme arpón y que se había detenido junto a ellos a observar la puerta cerrada—. Vosotros seguís siendo los jefes, ¿no?
Sallen iba a responder pero un alboroto en el exterior le hizo temer lo peor. Ambos salieron disparados y ,una vez fuera solo encontraron a Eiden mirando hacia el bosque que lindaba con la propiedad.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Mientel.
—Esos siameses estúpidos —dijo Eiden clavando los ojos con furia en la espesura—. Un grupo de Narvinios se ha acercado demasiado. Prien los vió y salió disparado tras ellos, con Leth y un par de novatos tras él.
—Hay cosas peores... —dijo Sallen señalando al cielo, donde el buque ya era visible— Mientel. Ve a por los hermanos y saca a Árzak de aquí. Esto ya ha empezado.
—Pero...
—Más te vale que por tus dudas mi hijo no muera —dijo Eiden centrando toda su ira en él.
—Bien... —Mientel trago saliva, les dedicó una mirada de despedida, y tras asentir se dispuso a irse—. Buena suerte.
Antes de que diera un par de pasos, sintió la mano de su amigo en el hombro, y enseguida Eiden hizo lo mismo. Con ese simple contacto, se despidió de dos de las personas más importantes de su vida; pero tenía una misión que cumplir y no había tiempo que perder, ni siquiera en despedidas.
Encontró a los hermanos enzarzados en una batalla muy desigual. Tres Caballeros Tenues acompañaban a los soldados Narvinios, convirtiendo la situación en peligrosa. Incluso con la ayuda de Mientel no pudieron zanjar la disputa sin la pérdida de Prien, cuya cabeza fue sesgada y pisoteada por el último de sus enemigos. El villano no tuvo tiempo para disfrutar de ello, antes de que Leth lo cosiese a flechazos y después enajenado se enzarzase a cuchilladas con su cadáver.
Pasó la tarde y Mientel no consiguió pegar ojo. Solo podía pensar una y otra vez en todo esto. A partir de ahí las imágenes eran confusas. Recordaba haberse llevado a Leth a rastras con ayuda de los otros cazadores y enviarlos después a reforzar la defensa de la mansión.
Durante minutos recorrieron el pueblo entre cañonazos, fuegos, humo, gente corriendo desesperada y algún que otro encontronazo con Narvinios hasta que dieron con Árzak por casualidad, tirado inconsciente en un huerto cercano a la mansión de los Kholler.
Sin darse cuenta empezó a apretar con fuerza el paquete que le diera Sallen, hasta que el dolor le hizo volver al presente. Un presente en el que ya empezaba a oscurecer. Pidió a Leth que despertase a Árzak y empezó a recoger sus cosas.
Comieron frugalmente, sin ganas, y se lavaron en un arroyo cercano. Para cuando partieron, Kenda, la gran luna gris que sólo era visible en los meses de verano, ocupaba gran parte del cielo.
Avanzaron durante toda la noche a buen ritmo, pues atravesaban una zona relativamente llana en dirección a la Cordillera del Firmamento, las cumbres que delimitaban todas las fronteras terrestres de Estoria. Demasiado abatidos aún como para querer hablar de nada, se limitaron a caminar en silencio.
Al alba se encontraban en las faldas de las primeras estribaciones, y se detuvieron a trazar un plan.
—A partir de aquí la vegetación será más escasa —dijo Leth, sentándose en una roca junto a un acebo.
—Debemos superar un desnivel de mil quinientos metros, hasta el paso de Trajak —dijo Mientel—. Es demasiada distancia muy expuestos. En un par de horas amanecerá. Lo mejor es que acampemos aquí, lejos de la mirada de los rastreadores, hasta que vuelva a anochecer.
No muy lejos de allí, encontraron un pequeño río que les podía servir. En una de sus orillas, unas gigantescas raíces habían formado una pequeña caverna vegetal. Comprobaron que podían sentarse sin golpear con la cabeza en ningún sitio, y sacaron las mantas. Cuando terminaron, Leth se fue a colocar trampas por los alrededores, por si conseguía cazar un conejo. Tenían comida, que mayormente consistía en pan y carne en salazón pero el cazador albergaba la esperanza de que un ágape algo más tierno, consiguiese animarlos un poco y si no, al menos se distraía un rato.
—Árzak —cuando se quedaron solos, Mientel se decidió al fin a hablar con su alumno. Le seguía costando mirarle a los ojos, por lo que continuamente desviaba la cara. El chico por su parte, acurrucado contra una raíz, se limitó solamente a girar la cabeza hacia él—. Siento todo lo que ha pasado. No soy el más indicado para ello ahora mismo, pero si quieres preguntarme algo, puedes hacerlo abiertamente. Sé que lo que pasó fue una locura.
Árzak intentó contenerse todo lo que pudo. Mil preguntas le venían a la mente, pero era incapaz de articular sus pensamientos. No pudo reprimir un puchero y finalmente rompió a llorar desconsoladamente. Mientel se acercó y posó la mano sobre su hombro con ternura. Durante un segundo se vio una lágrima resbalar por la mejilla del Sajano, pero rápidamente la limpió con la mano y volvió a donde estaba. Rebuscó entre los pliegues de la manta y finalmente sacó el fardo envuelto en telas. No tenía sentido esperar. «O termino de hundirlo, o le doy fuerzas para seguir adelante» pensó, sopesándolo de nuevo en sus manos.
Cuando volvió al lado de Árzak, éste se estaba enjugando las lágrimas. Dedicó una mirada de soslayo al objeto que le estaban ofreciendo. Muy despacio, lo recogió. Se volvió hacia Mientel, con los ojos más rojos y tristes que éste hubiese visto en su vida, y tras asentir levemente con la cabeza se dio la vuelta, abrazado al objeto y sin dejar de sollozar. Ver al niño así le rompía el alma, pero consideró que lo mejor era dejar que se tomase su tiempo. «Lo mejor es que todos nos tomemos nuestro tiempo...», se corrigió.
Muchas gracias por los comentarios, Landahor y Fardis2. He tardado en responder porque he estado sin ordenador, pero ahora ya estoy otra vez a tope y colgare los siguientes capitulos.
Por cierto Landahor, la explosion no era relevante, una locura de los trasgos sin mas, y si el jinete es el mismo que habla con el rey . Voy con el siguiente.
3. LA ÚLTIMA MISIÓN, 1ª PARTE
Cordillera del Firmamento, Estoria, 9 de xunetu del 520 p.F.
Dejaron dormir a Árzak durante todo el día. La noche anterior había sido muy larga, y el trauma por el que acababa de pasar le marcaría para siempre.
Hablaba en sueños; incluso en una ocasión dio un grito desgarrador que asustó a sus compañeros, preocupados por ser descubiertos. Leth pudo tranquilizar al muchacho, que al poco se durmió de nuevo.
El cazador también sufría terriblemente. Él no era un guerrero. Sabía pelear por supuesto, pero nunca había vivido una auténtica batalla; no estaba preparado para asumir todo lo ocurrido. La muerte de su hermano le atormentaba y aunque era consciente que de haberse quedado a estas horas también estaría muerto, se sentía culpable por escapar de esa manera.
Mientel, por su parte, seguía taciturno. Solo hablaba para dar indicaciones, y evitaba todo contacto visual con el chiquillo. Lamentaba haberle fallado a todo el mundo: había sido incapaz de proteger el pueblo y a su amigo Prien y, por si fuera poco sacó a rastras a Leth de la batalla. Le salvó la vida, sí, pero esa mancha en el honor del cazador era difícil de sobrellevar para los que no eran soldados; los que no estaban acostumbrados a tener que abandonar a compañeros en el campo de batalla o a ver morir compañeros ante sus ojos. Y eso sin olvidar a Árzak. El muchacho había perdido a su familia y él no tenía agallas ni siquiera para mirarle a los ojos o simplemente consolarlo.
Pensando en ello, cayó en la cuenta de que aún quedaba una persona a la que no había fallado. Revivió lo ocurrido unos días atrás, cuando Sallen le pidió a él y a los hermanos que le acompañasen a cazar un cuélebre que al parecer había atacado una caravana y acabado con todos sus miembros.
***
El buhonero que dio la alarma dijo haberse encontrado a la bestia de frente al entrar en un claro, mientras se daba un festín. Mientel creía que era una broma, desde luego no conocía a nadie más capaz de matar un dragón en solitario que a su amigo. Durante el viaje se comportó de forma muy misteriosa, negándose a revelar ningún detalle. En diez horas llegaron al campamento atacado para encontrarse ante una masacre.
Decenas de cuerpos abatidos esparcidos alrededor de varias fogatas ya extinguidas. Algunos incluso estaban a medio devorar, como si algun carroñero enorme se hubiese dedicado a picotear aqui y allá, buscando solo las partes más jugosas. Los carros que rodeaban la acampada estaban intactos y sus caballos seguían atados a un lado, visiblemente nerviosos. Rápidamente desmontaron e investigaron la zona.
—Menuda peste...— Mientel se tapó la nariz conteniendo una arcada.
—Aquí hay huellas —dijo Prien, inclinándose junto a un cuerpo mutilado—. Un cuélebre comió aquí.
—Falta un caballo —grito Leth desde el otro lado del campamento, alzando un trozo de cuerda aún atada a un árbol—. Seguramente se lo llevó el lagarto.
—No sé —dijo Sallen, inclinado junto a un par de cadáveres—. Aquí hay algo que no encaja. Éstos han sido cortados.
—Y éste también —apuntó Mientel, tras comprobar otro cuerpo.
—Además, un cuélebre no atacaría nunca a un grupo tan numeroso.
—Numeroso y bien pertrechado. —El sajano recogió el rifle de uno de los cuerpos y lo examinó—. No ha sido disparado. Les pillaron por sorpresa.
—¿Por sorpresa? —preguntó Leth, confuso, y señaló los carros—. ¿Quién atacaría a un grupo de mercaderes y dejaría la mercancía intacta? Y estas huellas son claramente de cuélebre.
—Sin duda aquí ha comido uno —dijo Sallen, señalando a los cadáveres—, pero creo que simplemente era un oportunista.
—Tú ya sabías esto —dijo Prien, con rotundidad—. Por eso insististe para que te acompañásemos.
—No estaba seguro, la descripción del buhonero despertó mis dudas. Temía que algo así pudiera pasar. —Sallen miró fijamente a Mientel—. Y ha pasado...
—Vermin te ha encontrado —asintió Mientel con gesto preocupado.
—¡Vale! Tengo que interrumpir —dijo Leth—. Si no ha sido el cuélebre significa que no hacemos falta. ¿Entonces nos vamos? ¿Le decimos a Gregor que ya no necesitamos su carro? Además, ¿quién se supone que es Vermin? ¿Y por qué te busca...? —Prien le interrumpió con un capón.
—Eso no era necesario —dijo Sallen—. Es lógico que tenga preguntas. Os he hecho venir a todos por un motivo. Esta es la forma de actuar del ejército Narvinio. Pequeños batallones avanzan por tierra adelantándose a su armada, eliminando a todo aquel con el que se cruzan para que no de la voz de alarma.
Sallen suspiró y se sentó en el suelo invitando a los demás a imitarlo.
—A partir de ahora el tiempo será un factor importante, por lo que intentaré ir al grano. Por favor, no me interrumpáis. —Todos asintieron en silencio—. No tenemos ninguna certeza sobre el origen de los atacantes, pero es muy posible que los Narvinios hayan localizado Norden. Un ataque preciso —Sallen señalaba a su alrededor mientras hablaba—, sin dar ninguna opción de defenderse a un grupo numeroso y bien armado. Por si fuera poco ignoran el botín. Esta gente era profesional...
Se detuvo un segundo, para acallar una pregunta de Leth con la mirada:
—Que no limpiasen la zona me hace pensar que tenían prisa. Si la suerte está de nuestra parte, podemos interpretar que creen que podrán golpear antes de que lo descubramos y si no la tenemos significa que el ataque es inminente. —Observó a su alrededor detenidamente y empezó a murmurar—. No han pasado más de cuarenta y ocho horas... Avanzando por la espesura... dejando un margen para imprevistos... —Se rascó el mentón en silencio, con la mirada perdida durante unos segundos y volvió a hablar en voz alta—: Tenemos dos o tres días a lo sumo así que hay que empezar a moverse. Prien, Leth, necesito que cacéis un cuélebre. No conviene que lleguemos con las manos vacías y sembremos el pánico.
—Espera un momento —dijo Leth, tras confirmar que Sallen había terminado—. Pensaba que nos ibas a explicar que está pasando. Prien, ¿tú...? ¿Pero a dónde vas? —Prien se había levantado y empezaba a recoger sus pertrechos.
—Tenemos trabajo —se limitó a contestar su hermano con gesto serio—. Piensa en ello mientras cazamos a ese bicho —y, dirigiéndose a Sallen, añadió—. Tranquilo, antes de que caiga la noche estaremos de vuelta con la presa.
—Esto es increíble —protestó Leth. Sin embargo cogió el arco y le siguió hacia la espesura refunfuñando.
Cuando Sallen se cercioró de que se habían ido, se relajó. Con Mientel tenía suficiente confianza para no necesitar usar esa máscara de seguridad.
—Hace mucho que somos amigos, ¿verdad?
—No —dijo Mientel—. Yo diría más bien hermanos. Desde el día que me salvaste.
—Tienes razón —rió Sallen dedicándole una triste mirada, que empezó a preocupar a su amigo—. Hablando de eso, me debes una.
—Sallen, déjate de rodeos. ¿Qué es lo que quieres?
—Es tarde para huir.
—No digas tonterías. Cabalgando sin descanso solo tardaríamos medio día en llegar.
—Ellos ya están aquí. Usarán radio de onda corta para comunicarse con algún buque que estará esperando en las montañas. Antes de que lleguemos a Norden, veremos a sus rastreadores sobrevolando el valle.
—No puedes estar seguro de nada de eso —negó Mientel con la mandíbula apretada.
Pero en el fondo sabía que su amigo tenía razón. No solía equivocarse con estas cosas. Tras un largo minuto de reflexión, Mientel suspiró y habló más calmado.
—Y si es así, ¿qué opciones nos quedan?
—Rezar para que no sepan que tengo un hijo y sacarlo con vida del país. Aparentaremos que todo es normal. No quiero que el enemigo esté en alerta. A partir de ahora, todo, incluido el cuélebre que han ido a cazar, forma parte de una escenificación...
—¡Maldita sea, Sallen! —interrumpió Mientel levantándose fuera de sí—. Nunca te has rendido ante nada y ahora, ¿aceptas la derrota así sin más? Podemos ganar esta batalla.
—Es posible —asintió Sallen con calma—, pero no me arriesgaré a que descubran a Árzak. Además, no se trata solo de su ejército. Alguien en el pueblo nos ha delatado. Tarde o temprano tenía que pasar. Si llegamos alterados, movilizando tropas y dando gritos, los Narvinios atacarían inmediatamente. Y si llegamos sin el dragón, los pueblerinos se alarmarán ante la existencia de un monstruo que nosotros, sus salvadores y protectores, no hemos sido capaces de cazar.
—Pues organicémoslo con discreción —dijo Mientel aún obstinado, antes de volver a sentarse junto a su amigo—. Montemos una fiesta falsa en la mansión y aprovechemos para fortificarla.
—Eso también es parte del plan. Pero el problema es que no sé en quien confiar. Por eso te he traído aquí. Así podremos hablar lejos de oídos indiscretos. —De pronto su tono cambió, volviéndose firme y mirando fijamente a los ojos de Mientel dijo con mucha calma—: Tengo que encomendarte una misión importante. Y no puedes negarte.
—Siendo así... —La cara de Mientel mostraba su disconformidad con las últimas palabras de su amigo—. También soy un soldado a tus órdenes. Haré lo que pidas sin discutir.
—Tendrás que dejarme morir.
—¡¿Qué demonio dices?! —Mientel hubiera esperado cualquier cosa salvo esa. Miró largamente a su amigo con la esperanza de que estuviese bromeando, pero éste se mantuvo serio—. ¿Por qué tienes que morir? Todos nuestros guerreros utilizan técnicas vestigiales, el ejército Narvinio no. ¿Qué es lo peor que puede venir? ¿Un par de docenas de Caballeros Tenues? Podemos con ello.
—Tal vez tengas razón. Incluso es posible que no venga Keinfor en persona para vengarse de mí. —De pronto Sallen lanzó una risotada que confundió aún más a Mientel—. Jamás me perdonará por no matarle cuando tuve ocasión. Dejémoslo así. —Sallen recuperó su tono sombrío para continuar—: Tal vez lo consigamos. Pero eso a ti te va a dar igual. No estoy seguro de lo que el traidor puede haber contado, pero si existe la posibilidad de que aún no sepan que tengo un hijo, hemos de hacer todo lo posible para que siga siendo así.
—Sabes de sobra quien es el traidor, ¿verdad? —dijo Mientel con la mirada perdida en los cadáveres que les rodeaban.
—Sí —asintió Sallen imitándole—, y por eso sé que tenga lo que tenga contra mí, nunca pondría en peligro a Árzak. Él también lo vio crecer, y sé que a su manera le aprecia. Es nuestra única baza. Los vientos de la guerra se agitan en este continente. Le va a tocar vivir una época muy dura —añadió para sí mirando al cielo.
De pronto se puso de pie y fue hacia su caballo. Tras rebuscar un rato entre los bultos, sacó un fardo alargado cubierto de telas y regresó junto al sajano. Con el objeto en su regazo volvió a hablar.
—Por eso quiero que te prepares. En cuanto lancen su ataque, cogerás a mi hijo y te lo llevarás. Mientras, los cazadores, cubriremos vuestra huida y encomendaremos nuestras vidas a los verdaderos dioses. Si es que alguna vez han existido. Prien y Leth te acompañarán.
—No parece que te vaya a convencer. —Mientel le echó una mirada ominosa al fardo antes de seguir—, pero, ¿qué me dices de tu mujer? ¿A ella no la vas a salvar?
—Es una guerrera talema. Jamás huiría de la batalla y menos aún si quedarse significa salvar a su hijo. No obstante, ya hablé con ella de esto. Pese a que sólo tenía una sospecha, le planteé la posibilidad de este escenario y está de acuerdo conmigo. Ten —dijo ofreciéndole el bulto—, cuando estéis lo suficientemente lejos, dale esto a mi hijo. El entenderá.
Mientel lo miró de reojo y tras un rato de espera lo cogió con un suspiro de resignación. Lo que ocultaban esas telas era algo más que un simple bien material; era una sentencia para Sallen y una carta de despedida para Árzak. Sopesándolo en sus manos, comprendió que se había convertido en un portador de malas noticias.
—¿Y a dónde quieres que lo lleve? —preguntó concentrado aún en los cadáveres, negándose a mirar a Sallen para no contraponer las dos imágenes.
—Hay una persona... —Nada más decir esto sacudió la cabeza poco convencido—. No sé si llamarlo persona. Volveré a empezar. Hay un demonio que...
—¡¿Demonio?! —interrumpió Mientel, que alarmado por lo que oía, volvió su mirada , esperando de nuevo que se tratara de una broma.
—Tranquilo —dijo Sallen alzando las manos—. Es de fiar. Dentro de lo que cabe. Y sin duda es el más indicado para enseñar a Árzak a usar el Vestigio. Él me enseñó a mí... —La mueca de disgusto que puso no ayudó a tranquilizar al sajano—. Bueno, yo no acabé tan mal. No te preocupes.
—Eso es difícil. He pasado muchos años de mi vida cazando demonios. No me siento cómodo de ir a pedir ayuda a uno. Pero ya he puesto suficientes pegas y parece que no podre convencerte diga lo que diga. ¿Cómo lo encontraré?
—Viaja hacia el sur, a Gallendia. Una vez allí, ve al oeste, siguiendo la falda sur del macizo meridional de la Cordillera del Firmamento, y busca las ruinas de una antigua ciudad a unos tres días de Hulkend. No conozco el nombre, pero la reconocerás por una estatua gigantesca que representa a un soldado en posición de firme. Créeme, no será difícil.
Los hermanos solo tardaron un par de horas en volver con el cuélebre. El carro ya estaba esperando por ellos, así que pusieron rumbo a Norden de inmediato, al ritmo de los bueyes que tiraban de él. Sallen insistió en que actuaran con normalidad, así que, muy forzados, intercambiaban anécdotas. Poco a poco, se fueron animando y no tardaron en disfrutar del viaje, riendo y cantando animados por su líder, que cantaba y gritaba más que ninguno. Solo Mientel se mantuvo taciturno todo el trayecto. Hasta que se encontraron a Árzak y Aubert en el camino.
Tras dejar a los niños a la entrada del pueblo se reunieron en la mansión, donde Eiden, la mujer de Sallen, les esperaba preparando a los hombres para la batalla. Cuando entraron vieron a la pequeña amazona con su melena negra atada en un larga trenza que enrollaba alrededor de su cuello, como siempre que entraba en combate. Experta guerrera gritaba órdenes, disponiendo todo para la defensa. Al verles fue hacia ellos.
—Sólo he conseguido reunir unos cien hombres —fue el único saludo que recibió un Sallen con la cabeza inclinada, los ojos cerrados y los labios ofrecidos— Déjate de besos. ¿Has visto a nuestro hijo? No lo encuentro por ningún lado.
—Le mandé a comprar arcanita —dijo Sallen decepcionado.
—¡Brillante como siempre, el gran Sallen Kholler'ar! —bufó ella exasperada, empujándolos en su camino hacia la puerta—. Dime una cosa, marido. ¿Cuántos antepasados ilustres hacen falta para no dejar a un niño solo en vísperas de una batalla?
—¿Hablamos de auténticos héroes castrenses fuertes e invencibles o de domadores de caballos famosos por darse un paseo largo? —respondió Sallen sonriente—. ¡El héroe debería ser el caballo, esposa!
—¡Prueba a galopar cinco días sin descanso, don fuerte e invencible!
—No creo que sea el momento...
—¡Calla tú también, mentor bueno para nada! —gritó Eiden justo antes de desaparecer por la puerta.
—Ejem —carraspeó uno de los cazadores, un tipo delgado y con aspecto débil que se apoyaba en un enorme arpón y que se había detenido junto a ellos a observar la puerta cerrada—. Vosotros seguís siendo los jefes, ¿no?
Sallen iba a responder pero un alboroto en el exterior le hizo temer lo peor. Ambos salieron disparados y ,una vez fuera solo encontraron a Eiden mirando hacia el bosque que lindaba con la propiedad.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Mientel.
—Esos siameses estúpidos —dijo Eiden clavando los ojos con furia en la espesura—. Un grupo de Narvinios se ha acercado demasiado. Prien los vió y salió disparado tras ellos, con Leth y un par de novatos tras él.
—Hay cosas peores... —dijo Sallen señalando al cielo, donde el buque ya era visible— Mientel. Ve a por los hermanos y saca a Árzak de aquí. Esto ya ha empezado.
—Pero...
—Más te vale que por tus dudas mi hijo no muera —dijo Eiden centrando toda su ira en él.
—Bien... —Mientel trago saliva, les dedicó una mirada de despedida, y tras asentir se dispuso a irse—. Buena suerte.
Antes de que diera un par de pasos, sintió la mano de su amigo en el hombro, y enseguida Eiden hizo lo mismo. Con ese simple contacto, se despidió de dos de las personas más importantes de su vida; pero tenía una misión que cumplir y no había tiempo que perder, ni siquiera en despedidas.
Encontró a los hermanos enzarzados en una batalla muy desigual. Tres Caballeros Tenues acompañaban a los soldados Narvinios, convirtiendo la situación en peligrosa. Incluso con la ayuda de Mientel no pudieron zanjar la disputa sin la pérdida de Prien, cuya cabeza fue sesgada y pisoteada por el último de sus enemigos. El villano no tuvo tiempo para disfrutar de ello, antes de que Leth lo cosiese a flechazos y después enajenado se enzarzase a cuchilladas con su cadáver.
***
Pasó la tarde y Mientel no consiguió pegar ojo. Solo podía pensar una y otra vez en todo esto. A partir de ahí las imágenes eran confusas. Recordaba haberse llevado a Leth a rastras con ayuda de los otros cazadores y enviarlos después a reforzar la defensa de la mansión.
Durante minutos recorrieron el pueblo entre cañonazos, fuegos, humo, gente corriendo desesperada y algún que otro encontronazo con Narvinios hasta que dieron con Árzak por casualidad, tirado inconsciente en un huerto cercano a la mansión de los Kholler.
Sin darse cuenta empezó a apretar con fuerza el paquete que le diera Sallen, hasta que el dolor le hizo volver al presente. Un presente en el que ya empezaba a oscurecer. Pidió a Leth que despertase a Árzak y empezó a recoger sus cosas.
Comieron frugalmente, sin ganas, y se lavaron en un arroyo cercano. Para cuando partieron, Kenda, la gran luna gris que sólo era visible en los meses de verano, ocupaba gran parte del cielo.
Avanzaron durante toda la noche a buen ritmo, pues atravesaban una zona relativamente llana en dirección a la Cordillera del Firmamento, las cumbres que delimitaban todas las fronteras terrestres de Estoria. Demasiado abatidos aún como para querer hablar de nada, se limitaron a caminar en silencio.
Al alba se encontraban en las faldas de las primeras estribaciones, y se detuvieron a trazar un plan.
—A partir de aquí la vegetación será más escasa —dijo Leth, sentándose en una roca junto a un acebo.
—Debemos superar un desnivel de mil quinientos metros, hasta el paso de Trajak —dijo Mientel—. Es demasiada distancia muy expuestos. En un par de horas amanecerá. Lo mejor es que acampemos aquí, lejos de la mirada de los rastreadores, hasta que vuelva a anochecer.
No muy lejos de allí, encontraron un pequeño río que les podía servir. En una de sus orillas, unas gigantescas raíces habían formado una pequeña caverna vegetal. Comprobaron que podían sentarse sin golpear con la cabeza en ningún sitio, y sacaron las mantas. Cuando terminaron, Leth se fue a colocar trampas por los alrededores, por si conseguía cazar un conejo. Tenían comida, que mayormente consistía en pan y carne en salazón pero el cazador albergaba la esperanza de que un ágape algo más tierno, consiguiese animarlos un poco y si no, al menos se distraía un rato.
—Árzak —cuando se quedaron solos, Mientel se decidió al fin a hablar con su alumno. Le seguía costando mirarle a los ojos, por lo que continuamente desviaba la cara. El chico por su parte, acurrucado contra una raíz, se limitó solamente a girar la cabeza hacia él—. Siento todo lo que ha pasado. No soy el más indicado para ello ahora mismo, pero si quieres preguntarme algo, puedes hacerlo abiertamente. Sé que lo que pasó fue una locura.
Árzak intentó contenerse todo lo que pudo. Mil preguntas le venían a la mente, pero era incapaz de articular sus pensamientos. No pudo reprimir un puchero y finalmente rompió a llorar desconsoladamente. Mientel se acercó y posó la mano sobre su hombro con ternura. Durante un segundo se vio una lágrima resbalar por la mejilla del Sajano, pero rápidamente la limpió con la mano y volvió a donde estaba. Rebuscó entre los pliegues de la manta y finalmente sacó el fardo envuelto en telas. No tenía sentido esperar. «O termino de hundirlo, o le doy fuerzas para seguir adelante» pensó, sopesándolo de nuevo en sus manos.
Cuando volvió al lado de Árzak, éste se estaba enjugando las lágrimas. Dedicó una mirada de soslayo al objeto que le estaban ofreciendo. Muy despacio, lo recogió. Se volvió hacia Mientel, con los ojos más rojos y tristes que éste hubiese visto en su vida, y tras asentir levemente con la cabeza se dio la vuelta, abrazado al objeto y sin dejar de sollozar. Ver al niño así le rompía el alma, pero consideró que lo mejor era dejar que se tomase su tiempo. «Lo mejor es que todos nos tomemos nuestro tiempo...», se corrigió.
Enlace a mí primera obra completa: Los Diarios del Falso Dios