12/12/2016 07:29 PM
2 . El bufón (2)
Aquella noche Caens y Nérdegar se habían reunido en el pequeño refectorio de la torre sur. La chimenea estaba encendida y el resplandor de las llamas se reflejaba en los largos cortinajes de terciopelo granate.
—¿Cuándo tiempo lleva allí? —le preguntó Caens a su anfitrión, algo extrañado. Realmente había perdido la cuenta.
—Cinco días —le respondió Nérdegar—. No lo sacaré del pozo hasta que tú y tu esposa os hayáis marchado de Ofräem. Si es cierto que ella no sabe nada, es mejor que no vuelvan a verse.
Caens elevó las cejas.
—Afortunadamente para él, he decidido partir mañana o quizá al día siguiente—. Por un momento el rey de Nydgaal pareció dudar—. ¿No estás forzando demasiado la resistencia de ese muchacho? Después de todo lleva el dogal. Podría morir de hambre.
—He llegado a tenerle un mes en el pozo y no ha muerto —le dijo el rey de Ofráëm con tranquilidad—. No me he atrevido a dejarlo más tiempo, pero sospecho que también lo resistiría.
Caens frunció apenas el ceño. Acarició con sus dedos el brazalete de hierro blanco que rodeaba su muñeca derecha. Nérdegar leyó claramente el estado de ánimo de su huésped en aquel gesto involuntario.
—A veces me pregunto si esos dogales son realmente tan infalibles para inhibir sus poderes. Tú lo viste moverse sobre la mesa del banquete, Nérdegar. Igual que yo.
—Creo que ciertas características ya las poseen de nacimiento —le respondió Nérdegar que no parecía en absoluto preocupado. Sonrió—. Y dicen que la necesidad es un gran maestro. No te preocupes por como se mueve Arjesen en el juego. Sé a ciencia cierta que él mismo no es consciente de lo bien que lo hace.
—Pero el caso es que, lo sepa o no lo sepa, lo hace demasiado bien —insistió Caens sin dejarse convencer por las palabras de su anfitrión.
—Lo realmente importante para nosotros es que ellos no descubran su verdadero origen. Como tú dices, no conocemos hasta que punto los contienen sus dogales. Pero si no saben quienes son, no intentarán dominar poderes que no saben que poseen.
—Eso es válido para Arjesen y para Briseyd. Pero ¿qué me dices de Kerrar?
Nérdegar frunció el ceño y sus labios se fruncieron en un gesto de desagrado.
—Kerrar es intratable. Es tan grande como su padre y posee la fuerza y el genio de un león. Te juro, Caens, que nunca he visto a nadie tan alto. Sólo por eso ya resulta peligroso y me veo obligado a tenerlo siempre cargado de cadenas, en lo más profundo de las mazmorras. Además, al contrario que su hermano, él recuerda muchas cosas.
—Era de esperar, Nérdegar. Cuando los cogimos Arjesen apenas había cumplido los dos años y Briseyd era una recién nacida, pero Kerrar ya tenía casi diez —murmuró Caens—. Era muy protector con su hermano menor.
—No ha cambiado. Cada vez que lo veo me pregunta por Arjesen y se enfurece porque no le permito verlo. Hace dos otoños lo hice sacar de las mazmorras para trasladarlo. Distinguió de lejos a su hermano a través de una diminuta ventana enrejada que daba al patio de armas. Aún no me explico cómo lo reconoció después de tanto tiempo. Pareció enloquecer. Necesitamos a más de diez guardias para contenerle, encadenado y todo como estaba.
Durante un rato se quedaron callados, al calor de la chimenea.
—La última vez que vine Arjesen no era tu bufón —le comentó Caens a su anfitrión.
—La última vez que viniste tú tampoco estabas casado con Briseyd —le replicó Nérdegar con sorna.
Caens ignoró el comentario.
—Sin embargo recuerdo que el chico te agradaba.
Nérdegar le lanzó una mirada algo extraña.
—Hubo una época en que sentí cierta debilidad por él. Era un niño muy risueño. Y dulce. Al contrario que su hermano, siempre estaba sonriendo—. Nérdegar se recostó contra la silla y se quedó abstraído por unos momentos—. Me gustaba verlo corretear por la fortaleza. Hasta di orden de que nadie podía ponerle una mano encima, salvo yo. Una actitud muy poco propia en mí. Iba bien vestido, comía como era debido y creo que incluso llegó a tomarme cariño. Pero poco después de cumplir catorce años intentó escapar —. Nérdegar arrugó el ceño, pero no había realmente enojo en aquel gesto sino una terrible gelidez.
—Un muchacho desagradecido —dijo el rey de Nydgaal, aunque no sabía muy bien a donde iba a parar Nérdegar.
—No esperaba que fuera agradecido, Caens. Esperaba que fuera inteligente. No lo fue. Así que después de eso le cambié por completo las reglas. Lo convertí en un bufón al que todo aquél que quisiera podía golpear sin temer ninguna represalia. Y él en cambio tiene prohibido devolver ni un solo golpe. Darle comida o ropa está castigado con perder una mano. Lo conozco. Si alguien le ofreciera ayuda, él no la aceptaría para no poner en peligro a su benefactor. Por lo tanto se ve obligado a vivir de lo que encuentra. Con un poco de esfuerzo personal por mi parte conseguí incluso que se olvidara de lo que era sonreír.
Caens elevó las cejas.
—¡Por todos los dioses, Nérdegar!.
—Supongo que es bastante cruel —le dijo el rey de Ofräem con frialdad—. Pero puedo permitírmelo.
—¿No temes que intente escapar otra vez?
—Le hice saber con toda claridad que si lo intentaba de nuevo le cortaría la cabeza a todos los amigos de su infancia y a sus familias—. La mirada de Nérdegar se fijó en su invitado con un brillo amenazador en sus ojos grises y almendrados —. Como te he dicho era un niño encantador. Hizo muchos y muy buenos amigos.
—Realmente lo habrías matado el día del banquete —reflexionó el rey de Nydgaal un tanto sombrío.
El rey de Ofräem se rió con desgana.
—¿Me tomas por idiota? Tú te metiste en esto por venganza y quizá por eso crees que aún te queda honor, Caens. Pero yo soy sólo fiel a mis intereses. Si traicioné a los mismos señores de Faro Are, ¿qué me había de impedir traicionar a una niña de diecisiete años? Si llega el caso cumpliré mi palabra y mataré a todos y cada uno de los amigos de Arjesen. Y el día del banquete, sin ir más lejos, hubiera matado al paje sin pestañear siquiera. Pero no a él. Cuando y como lo mate, si algún día llego a hacerlo, será sólo decisión mía—. Esbozó una mueca desagradable—. Nunca obligado por la decisión de una niña, aunque esa niña sea tu reina y tu esposa.
—Realmente a veces me sorprendes —murmuró Caens.
—Engañar a una muchacha de diecisiete años no tiene nada de extraordinario.
—A mí también me engañaste, Nérdegar. Realmente creí que ibas a matar a Arjesen.
—Lo tomaré como un cumplido —se rió el rey de Ofräem.
—¿Dónde se encuentra ahora Kerrar? —le preguntó Caens para cambiar de tema. A veces aquel rey le inquietaba.
—En la torre de Trhomuwn. Nunca pensé que fuera buena idea tenerlos a los dos en el mismo lugar. Es ponérselo demasiado fácil a los señores de Pernmar. Durante estos últimos años he fortificado esa torre con el único objeto de poder acoger a Kerrar con garantías de que no podrá ser liberado.
—Trhomuwn está cerca de mi ciudad de Ressena. Entonces su presencia es el motivo de que las enfermedades hayan disminuido y las cosechas no hayan sido tan malas este último año en mis tierras del norte.
—Me temo que sí.
El rey de Nydgaal se levantó.
—¿Hiciste lo que te aconsejé?
—Sí. Kerrar debería estarte agradecido. Tiene a todas las mujeres que desea. Sin embargo sigo pensando que son demasiado jóvenes aún para tener descendencia. La estirpe de Umruhre nunca ha sido muy prolífica.
—Inténtalo de todas formas también con Arjesen. Si pudiéramos hacerlos criar, tendríamos muchos menos problemas.
Nérdegar contempló el brazo de su sillón, mientras lo acariciaba.
—Sabes que cuando la Ascensión se presenta la mayoría de los celestiales se desvanecen. Y, con el destino que les reservamos ahora, dudo que ninguno de los que pudieran nacer a partir de este momento recibiera una impronta tan honda de nuestro mundo como para quedar anclado aquí. Sin dogales, los perderíamos a todos y no creo que el dios muerto nos ceda ni un palmo más de la correa que aún le queda.
Caens se detuvo ante el fuego. Luego se volvió a mirarle.
—Sin embargo algunos no pudieron irse. ¿Por qué? Tú los conocías bien. ¿Qué les impidió desligarse de este mundo y de su cuerpo mortal?
—No lo sé. De hecho creo que ni siquiera ellos lo saben con certeza. Simplemente sucede. Alcanzan los quince o dieciséis años, la edad de la Ascensión, pero antes reciben una impronta de forma inesperada —Nérdegar arrugó el ceño, recordando—. Un árbol centenario en medio de un bosque que les impresiona profundamente, como le ocurrió a Aggar de Rhee. O un animal singularmente majestuoso. Un genio de las tormentas. Se dice incluso que Isambard de Ise recibió la impronta de su propia espada, porque el metal que le daba forma respiraba y estaba vivo— De repente el rey de Ofraëm parecía extrañamente distante—. Aunque conocí a un celestial al que le impidieron ascender de forma violenta hasta el punto de casi matarlo —murmuró—. Es la única excepción. La norma es un aspecto de nuestro mundo que les atrae poderosamente y ya no pueden irse. La Ascensión nunca les llega.
Caens meditó sobre lo que acababa de escuchar.
—El celestial del que hablas quizá estaba demasiado débil para ascender. Ese podría ser un camino, mantenerlos al borde de la muerte cuando llegan a la edad de la Ascensión.
—Puede —le concedió Nérdegar, mirándole—. Sin embargo eso solo solucionaría una parte del problema: sigue siendo un riesgo tener celestiales sin dogal a nuestro alrededor, por débiles que estén y por mucho que desconozcan su propia naturaleza.
—Podemos arriesgarnos mientras aún sean niños. Eso nos da tiempo. ¿Y no se cuenta acaso que Fërngàel de Nerhu aún conserva la otra mitad de la correa de Sheran?
—Sería más fácil arrancársela de la boca a un lobo hambriento —le señaló Nérdegar.
Caens dudó un instante.
—Pero no imposible. No, si tú pones tus cinco sentidos en ello —dijo al fin.
Nérdegar no sonrió. Ni siquiera el halago de un hombre severo, que no solía dispensarlos con facilidad, hacía mella en él.
—Tu fe en mí es excesiva —respondió simplemente.
—Nunca he tenido fama de ser excesivo en mis apreciaciones —respondió Caens con cierta rudeza—. Y necesitamos más celestiales, Nérdegar. Lo sabes. La tierra languidece sin ellos.
Nérdegar sopesó aquella respuesta antes de hablar de nuevo.
—¿Y qué hay de Férenwir?
—Férenwir no es tan fácil de manejar. Sabe perfectamente lo que pretendemos y se niega a tomar a ninguna mujer. Y no se le puede obligar si no accede por propia voluntad. Conoces a Hroan tan bien como yo, pero ni siquiera él ha conseguido forzarle a hacerlo hasta el momento. Quizá deberías aconsejarle —le sugirió Caens.
—Lo haré, si te complace —le concedió Nérdegar con un gesto lánguido. Lo contempló repentinamente interesado—. ¿Y qué pasaría si tú tuvieras un hijo con Briseyd?
—Yo sólo tuve dos hijos, Nérdegar. Valeim y Niens Arjone. Y a los dos me los arrebató Irta de Rhee. Briseyd es la hija de su hermano. Ella podrá ser mi esposa, pero sus hijos nunca podrán ser mis hijos.
Aquella noche Caens y Nérdegar se habían reunido en el pequeño refectorio de la torre sur. La chimenea estaba encendida y el resplandor de las llamas se reflejaba en los largos cortinajes de terciopelo granate.
—¿Cuándo tiempo lleva allí? —le preguntó Caens a su anfitrión, algo extrañado. Realmente había perdido la cuenta.
—Cinco días —le respondió Nérdegar—. No lo sacaré del pozo hasta que tú y tu esposa os hayáis marchado de Ofräem. Si es cierto que ella no sabe nada, es mejor que no vuelvan a verse.
Caens elevó las cejas.
—Afortunadamente para él, he decidido partir mañana o quizá al día siguiente—. Por un momento el rey de Nydgaal pareció dudar—. ¿No estás forzando demasiado la resistencia de ese muchacho? Después de todo lleva el dogal. Podría morir de hambre.
—He llegado a tenerle un mes en el pozo y no ha muerto —le dijo el rey de Ofráëm con tranquilidad—. No me he atrevido a dejarlo más tiempo, pero sospecho que también lo resistiría.
Caens frunció apenas el ceño. Acarició con sus dedos el brazalete de hierro blanco que rodeaba su muñeca derecha. Nérdegar leyó claramente el estado de ánimo de su huésped en aquel gesto involuntario.
—A veces me pregunto si esos dogales son realmente tan infalibles para inhibir sus poderes. Tú lo viste moverse sobre la mesa del banquete, Nérdegar. Igual que yo.
—Creo que ciertas características ya las poseen de nacimiento —le respondió Nérdegar que no parecía en absoluto preocupado. Sonrió—. Y dicen que la necesidad es un gran maestro. No te preocupes por como se mueve Arjesen en el juego. Sé a ciencia cierta que él mismo no es consciente de lo bien que lo hace.
—Pero el caso es que, lo sepa o no lo sepa, lo hace demasiado bien —insistió Caens sin dejarse convencer por las palabras de su anfitrión.
—Lo realmente importante para nosotros es que ellos no descubran su verdadero origen. Como tú dices, no conocemos hasta que punto los contienen sus dogales. Pero si no saben quienes son, no intentarán dominar poderes que no saben que poseen.
—Eso es válido para Arjesen y para Briseyd. Pero ¿qué me dices de Kerrar?
Nérdegar frunció el ceño y sus labios se fruncieron en un gesto de desagrado.
—Kerrar es intratable. Es tan grande como su padre y posee la fuerza y el genio de un león. Te juro, Caens, que nunca he visto a nadie tan alto. Sólo por eso ya resulta peligroso y me veo obligado a tenerlo siempre cargado de cadenas, en lo más profundo de las mazmorras. Además, al contrario que su hermano, él recuerda muchas cosas.
—Era de esperar, Nérdegar. Cuando los cogimos Arjesen apenas había cumplido los dos años y Briseyd era una recién nacida, pero Kerrar ya tenía casi diez —murmuró Caens—. Era muy protector con su hermano menor.
—No ha cambiado. Cada vez que lo veo me pregunta por Arjesen y se enfurece porque no le permito verlo. Hace dos otoños lo hice sacar de las mazmorras para trasladarlo. Distinguió de lejos a su hermano a través de una diminuta ventana enrejada que daba al patio de armas. Aún no me explico cómo lo reconoció después de tanto tiempo. Pareció enloquecer. Necesitamos a más de diez guardias para contenerle, encadenado y todo como estaba.
Durante un rato se quedaron callados, al calor de la chimenea.
—La última vez que vine Arjesen no era tu bufón —le comentó Caens a su anfitrión.
—La última vez que viniste tú tampoco estabas casado con Briseyd —le replicó Nérdegar con sorna.
Caens ignoró el comentario.
—Sin embargo recuerdo que el chico te agradaba.
Nérdegar le lanzó una mirada algo extraña.
—Hubo una época en que sentí cierta debilidad por él. Era un niño muy risueño. Y dulce. Al contrario que su hermano, siempre estaba sonriendo—. Nérdegar se recostó contra la silla y se quedó abstraído por unos momentos—. Me gustaba verlo corretear por la fortaleza. Hasta di orden de que nadie podía ponerle una mano encima, salvo yo. Una actitud muy poco propia en mí. Iba bien vestido, comía como era debido y creo que incluso llegó a tomarme cariño. Pero poco después de cumplir catorce años intentó escapar —. Nérdegar arrugó el ceño, pero no había realmente enojo en aquel gesto sino una terrible gelidez.
—Un muchacho desagradecido —dijo el rey de Nydgaal, aunque no sabía muy bien a donde iba a parar Nérdegar.
—No esperaba que fuera agradecido, Caens. Esperaba que fuera inteligente. No lo fue. Así que después de eso le cambié por completo las reglas. Lo convertí en un bufón al que todo aquél que quisiera podía golpear sin temer ninguna represalia. Y él en cambio tiene prohibido devolver ni un solo golpe. Darle comida o ropa está castigado con perder una mano. Lo conozco. Si alguien le ofreciera ayuda, él no la aceptaría para no poner en peligro a su benefactor. Por lo tanto se ve obligado a vivir de lo que encuentra. Con un poco de esfuerzo personal por mi parte conseguí incluso que se olvidara de lo que era sonreír.
Caens elevó las cejas.
—¡Por todos los dioses, Nérdegar!.
—Supongo que es bastante cruel —le dijo el rey de Ofräem con frialdad—. Pero puedo permitírmelo.
—¿No temes que intente escapar otra vez?
—Le hice saber con toda claridad que si lo intentaba de nuevo le cortaría la cabeza a todos los amigos de su infancia y a sus familias—. La mirada de Nérdegar se fijó en su invitado con un brillo amenazador en sus ojos grises y almendrados —. Como te he dicho era un niño encantador. Hizo muchos y muy buenos amigos.
—Realmente lo habrías matado el día del banquete —reflexionó el rey de Nydgaal un tanto sombrío.
El rey de Ofräem se rió con desgana.
—¿Me tomas por idiota? Tú te metiste en esto por venganza y quizá por eso crees que aún te queda honor, Caens. Pero yo soy sólo fiel a mis intereses. Si traicioné a los mismos señores de Faro Are, ¿qué me había de impedir traicionar a una niña de diecisiete años? Si llega el caso cumpliré mi palabra y mataré a todos y cada uno de los amigos de Arjesen. Y el día del banquete, sin ir más lejos, hubiera matado al paje sin pestañear siquiera. Pero no a él. Cuando y como lo mate, si algún día llego a hacerlo, será sólo decisión mía—. Esbozó una mueca desagradable—. Nunca obligado por la decisión de una niña, aunque esa niña sea tu reina y tu esposa.
—Realmente a veces me sorprendes —murmuró Caens.
—Engañar a una muchacha de diecisiete años no tiene nada de extraordinario.
—A mí también me engañaste, Nérdegar. Realmente creí que ibas a matar a Arjesen.
—Lo tomaré como un cumplido —se rió el rey de Ofräem.
—¿Dónde se encuentra ahora Kerrar? —le preguntó Caens para cambiar de tema. A veces aquel rey le inquietaba.
—En la torre de Trhomuwn. Nunca pensé que fuera buena idea tenerlos a los dos en el mismo lugar. Es ponérselo demasiado fácil a los señores de Pernmar. Durante estos últimos años he fortificado esa torre con el único objeto de poder acoger a Kerrar con garantías de que no podrá ser liberado.
—Trhomuwn está cerca de mi ciudad de Ressena. Entonces su presencia es el motivo de que las enfermedades hayan disminuido y las cosechas no hayan sido tan malas este último año en mis tierras del norte.
—Me temo que sí.
El rey de Nydgaal se levantó.
—¿Hiciste lo que te aconsejé?
—Sí. Kerrar debería estarte agradecido. Tiene a todas las mujeres que desea. Sin embargo sigo pensando que son demasiado jóvenes aún para tener descendencia. La estirpe de Umruhre nunca ha sido muy prolífica.
—Inténtalo de todas formas también con Arjesen. Si pudiéramos hacerlos criar, tendríamos muchos menos problemas.
Nérdegar contempló el brazo de su sillón, mientras lo acariciaba.
—Sabes que cuando la Ascensión se presenta la mayoría de los celestiales se desvanecen. Y, con el destino que les reservamos ahora, dudo que ninguno de los que pudieran nacer a partir de este momento recibiera una impronta tan honda de nuestro mundo como para quedar anclado aquí. Sin dogales, los perderíamos a todos y no creo que el dios muerto nos ceda ni un palmo más de la correa que aún le queda.
Caens se detuvo ante el fuego. Luego se volvió a mirarle.
—Sin embargo algunos no pudieron irse. ¿Por qué? Tú los conocías bien. ¿Qué les impidió desligarse de este mundo y de su cuerpo mortal?
—No lo sé. De hecho creo que ni siquiera ellos lo saben con certeza. Simplemente sucede. Alcanzan los quince o dieciséis años, la edad de la Ascensión, pero antes reciben una impronta de forma inesperada —Nérdegar arrugó el ceño, recordando—. Un árbol centenario en medio de un bosque que les impresiona profundamente, como le ocurrió a Aggar de Rhee. O un animal singularmente majestuoso. Un genio de las tormentas. Se dice incluso que Isambard de Ise recibió la impronta de su propia espada, porque el metal que le daba forma respiraba y estaba vivo— De repente el rey de Ofraëm parecía extrañamente distante—. Aunque conocí a un celestial al que le impidieron ascender de forma violenta hasta el punto de casi matarlo —murmuró—. Es la única excepción. La norma es un aspecto de nuestro mundo que les atrae poderosamente y ya no pueden irse. La Ascensión nunca les llega.
Caens meditó sobre lo que acababa de escuchar.
—El celestial del que hablas quizá estaba demasiado débil para ascender. Ese podría ser un camino, mantenerlos al borde de la muerte cuando llegan a la edad de la Ascensión.
—Puede —le concedió Nérdegar, mirándole—. Sin embargo eso solo solucionaría una parte del problema: sigue siendo un riesgo tener celestiales sin dogal a nuestro alrededor, por débiles que estén y por mucho que desconozcan su propia naturaleza.
—Podemos arriesgarnos mientras aún sean niños. Eso nos da tiempo. ¿Y no se cuenta acaso que Fërngàel de Nerhu aún conserva la otra mitad de la correa de Sheran?
—Sería más fácil arrancársela de la boca a un lobo hambriento —le señaló Nérdegar.
Caens dudó un instante.
—Pero no imposible. No, si tú pones tus cinco sentidos en ello —dijo al fin.
Nérdegar no sonrió. Ni siquiera el halago de un hombre severo, que no solía dispensarlos con facilidad, hacía mella en él.
—Tu fe en mí es excesiva —respondió simplemente.
—Nunca he tenido fama de ser excesivo en mis apreciaciones —respondió Caens con cierta rudeza—. Y necesitamos más celestiales, Nérdegar. Lo sabes. La tierra languidece sin ellos.
Nérdegar sopesó aquella respuesta antes de hablar de nuevo.
—¿Y qué hay de Férenwir?
—Férenwir no es tan fácil de manejar. Sabe perfectamente lo que pretendemos y se niega a tomar a ninguna mujer. Y no se le puede obligar si no accede por propia voluntad. Conoces a Hroan tan bien como yo, pero ni siquiera él ha conseguido forzarle a hacerlo hasta el momento. Quizá deberías aconsejarle —le sugirió Caens.
—Lo haré, si te complace —le concedió Nérdegar con un gesto lánguido. Lo contempló repentinamente interesado—. ¿Y qué pasaría si tú tuvieras un hijo con Briseyd?
—Yo sólo tuve dos hijos, Nérdegar. Valeim y Niens Arjone. Y a los dos me los arrebató Irta de Rhee. Briseyd es la hija de su hermano. Ella podrá ser mi esposa, pero sus hijos nunca podrán ser mis hijos.