02/12/2022 06:26 AM
LO SIENTO CHICOS, PERO SE ME HA ECHADO EL TIEMPO ENCIMA
7 de Noviembre del 2022Cierra el foro.
Que sí, que hace ya mucho que le diste la espalda. Por cuestiones de tiempo, otros intereses, una hija, series de televisión y las pocas ganas que uno tiene de ponerse a mirar un ordenador después de pasarse ocho horas al día frente a uno.
Pero que mala excusa. Como si la televisión no fuese otra pantalla más a la que mirar embobado, o el dichoso móvil que siempre anda al alcance de la mano.
Pero ahora cierra de verdad y es como aquél viejo bar en el que uno pasó tantas noches en su juventud y que un día te enteras de que ahora es un negocio de ropa y se te pone la piel de gallina al pensar lo rápido que pasa el tiempo y tú aún con esa cara de no haber entendido el chiste que te está contando la vida.
Aunque, siendo honestos, por lo menos cierra a lo grande: con un reto de despedida. Esta vez no vas a dejar que te pille el tren, vas a preparar algo bueno y le vas a dedicar tiempo a repasar. A ver si esta vez tienes suerte y nadie te echa en cara tu pésima capacidad para entender dónde colocar las dichosas comas. Tú es que si a una frase no le metes una coma se te hace demasiado sencilla, por lo visto.
¿Y de qué hacemos la historia?
Seguro que sacas al grandullón de paseo. Ese personaje que tanto has usado en tus relatos pero que nunca has conseguido entender del todo. Supongo que es en parte un alter ego tuyo, aunque no se te parezca en nada. Incluso diría que es tu perfecto opuesto: grande, corpulento, silencioso, triste y juicioso. Pelo largo y rostro simiesco, aguerrido.
Ya lo ves en lo alto de una loma batiendo con una vara las ramas de unos olivos, recogiendo los frutos de su por aquél entonces vida sedentaria de agricultor. Hay una mujer a su lado, de tez oscura y unas marcas, en brazos y rostro, demasiado rectas como para no haber sido causadas por algún cuchillo en otra vida pasada en la borda de un trirreme, acechando navíos desprevenidos. Aun así, sigue siendo hermosa y cada vez que su mirada se cruza con la de nuestro héroe —como en ese momento, mientras recoge las olivas que caen sobre las redes a los pies del árbol— lo hace con reverencia y furia, con unos ojos negros e intensos que fortalecen el lazo que les ha unido desde que sus caminos se encontraron.
Hay también un niño, el hijo de ambos, algo desdibujado en el relato. Aunque es él el que divisa al pelotón de soldados que se adentra en su hacienda y advierte a sus padres de lo que acontece.
Nuestro héroe otea el horizonte y asiente resignado. Siempre supo que ese día iba a llegar. Que tarde o temprano lo habrían encontrado.
Deja en el suelo la vara con la que segundos antes sacudía los olivos.
Es un día soleado de un cielo azul celeste impoluto y su esbelta figura —aún atlética después de tantos años— contrasta límpidamente en el horizonte.
Se funde en un caluroso abrazo con su familia. Una despedida.
Al cabo, emprende sus pasos hacia la entrada de su hacienda, donde ya ha llegado el pequeño pelotón.
—Veo que aún guardas el mechón —le dice señalando una greña de cabello que sobresale del petate del hombre que lidera la tropa. Barba corta, llena de canas y una cicatriz alojada donde antaño hubo un ojo.
—Lo llevo siempre conmigo —le responde sin apearse del caballo, esbozando una sonrisa.
Se acerca a la puerta y enjuaga sus manos en una vasija de agua colocada sobre una repisa. Una repentina ráfaga de viento levanta su melena y sus ojos verdes posan la vista sobre lo que en los últimos quince años había sido su tierra, su casa, su escondite.
—Este año el aceite va a ser estupendo.
—Podrás disfrutar de él cuando hayamos terminado.
Nuestro héroe sonríe y entra en la hacienda. Al rato vuelve con una yegua de pelaje ruano con un par de alforjas en los costados de la silla de montar, de una de ellas sobresale una espada de acero de empuñadura sencilla.
—No creo que te haga falta esa —le dice el capitán del pelotón, señalando a la espada.
El grandullón le mira con ojos tristes y pesarosos.
—¿Nadie ha podido domarla?
—La hoja te sigue esperando.
14 de Noviembre del 2022.
Joder, quedan apenas diez días para la fecha límite y, como no podría ser de otra manera, aquí estamos con la hoja en blanco. A ver si nos aplicamos.
¿Quizás esta noche? No, seguro que estás cansado, o la niña te pide que juegues con ella. Necesitas al menos tres o cuatro días para dejar el relato en la nevera, que repose un poco y luego releerlo y corregirlo como es debido. Como si alguna vez lo hubiese hecho, holgazán.
Además, está la cláusula de meter algo del foro, alguna historia o suceso que evoque lo que ha sido, es y será para nosotros. Nikto lo pinta como algo fácil de encajar, pero seguro que sale forzado. Para ti el foro siempre serán tardes enteras con la vista puesta en el chat, discusiones, teatro improvisado a golpe de teclado, poesías, batallas de rimas y creatividad desbocada.
¿Qué fue de aquel muchacho? ¿En qué momento se convirtió en esa persona llena de canas, camisa abotonada hasta arriba y solo cifras de negocio y titulares de prensa en la cabeza?
Ya no te acuerdas siquiera de hilvanar una frase decente. Cuando antaño eras capaz, bastante a menudo, de impregnar de melancolía cualquier relato corto, ya fuera romántico, épico, de ciencia ficción o apocalíptico.
¿Y ahora qué hacemos? ¿seguimos con el grandullón? Una historia mañida, que bebe de Añoranzas y Pesares y otras trilogías que antaño leías en apenas un par de semanas y que ahora descansan en tu biblioteca, escondidas en la parte de abajo, pues muy en el fondo la persona que eres, en la que te has convertido, reniega de aquel muchacho imberbe, apasionado de la fantasía que tan satisfecho estaba de haber creado, esbozado, una historia decente. O por lo menos de haberlo intentado.
No te queda tiempo, ¿y cómo continuas la historia del grandullón? ¿Dónde nos habíamos quedado? Ah sí, ahí está, cabalgando a paso ligero con el pelotón que, dos párrafos antes, había ido en su búsqueda.
Ahora lleva una armadura pesada plateada, sencilla y añeja, pero de muy buena factura. Y en la cabeza un yelmo de acero bruñido, con dos cuernos del mismo material cuya punta había sido afilada a conciencia.
Y la espada, su mayor condena. Quince años había pasado sin verla y no hubo una noche en que no hubiese soñado con ella y en lo que había sido capaz de hacer al empuñarla. Tiene un nombre, tienes que pensar en él y debe ser el nombre de una espada poderosa, que anida un ser maligno entre las vetas de hierro y carbono que aleadas conforman una hoja que en su momento atravesó las pieles de infieles, soldados, simples granjeros que empuñaron una guadaña para hacer frente al ejército del imperio para el que muy a su pesar él combatía y lo hacía con tal majestuosidad que incluso se había ganado un sobrenombre y muchas eran las leyendas que hablaban de aquél soldado del norte, con cuernos afilados en la cabeza, que en el fragor de la batalla perdía la cabeza y sesgaba la vida de sus oponentes con ojos rojos de rabia, idos, carcajadas y trance, furia y lágrimas y una espada que en sus manos daba rienda suelta a su sed de sangre humana.
Un berserker, pues eso es lo que nuestro héroe era.
21 de Noviembre del 2022.
Quedan tres días y aún no has sido capaz de enfrentarte a la hoja en blanco.
Siempre puedes rescatar algún relato del pasado, recurso de última hora al que muchas veces has acudido. Pero no, este reto se merece un respeto, un homenaje a lo que este foro (y su antecesor) significaron en tu vida. Lo malo es que ya no te sientes tan cómodo con ese género que tanto te gustaba en la adolescencia. Ya ni siquiera le dedicas tiempo en tus momentos de lectura, que han ido variando a lo largo del tiempo, dándole más espacio a la novela negra, contemporánea o a los grandes clásicos que de vez en cuando te obligas a abordar.
Pero lo tienes claro, lo echas de menos. A ese desvergonzado chaval que entraba en el foro con ansías de encontrar gente de todo el mundo con afinidades como las tuyas. Echas de menos esas ganas de crear, de aporrear un teclado mientras una historia se hilvana en tu mente y va tomando forma de manera casi espontánea, como si la historia hubiese estado esperando solo a que encontrases el tiempo de transcribirla. Que envidia aquellos tiempos en que la musa te visitaba tan a menudo. Aunque nunca le diese por concederte grandes obras, solo pequeños efluvios de creatividad. Pero eso fue el foro para ti: un espacio donde crear, donde reinventarse, trascender.
Así que mañana pasarás de las meras divagaciones en la cama a los hechos. Ya está bien de esbozar una historia en tu cabeza, plántate de cara al ordenador, afróntalo.
¿Seguirás con el gigantón? La historia no da para mucho, pero te gusta la idea de repescar a uno de tus personajes favoritos y hacer uso de él para echar el broche final a esta época de tu vida. Lo recuperas en edad avanzada, retirado, afrontando su última batalla, cuando ya hace mucho tiempo que dejó de ser quién fue. Como, a su vez, ya hace mucho tiempo que dejaste de ser quien eras en este foro. Volvamos a él.
La batalla ha iniciado y nuestro héroe la observa con la mirada ausente, desde lo alto de un promontorio, esperando su momento. Los ejércitos de todas las naciones oprimidas por el imperio para el que él lucha afrontan con ardor su destino, a sabiendas que no habrá redención posible en caso de derrota.
Les habían robado todo: su cultura, sus idiomas, tradiciones y ambiciones. Se habían convertido en una provincia más de un imperio intransigente que demandaba más y más tributos con el pretexto de ofrecerles una protección… de ellos mismos.
Bien lo sabe él, pues entre los ejércitos aliados también está el que antaño fue su pueblo, una orgullosa tribu nórdica que había sido de las primeras en ser esclavizada y paulatinamente absorbida por el reino que todo lo abarca, el dominio de un Emperador inclemente, hombre de gran envergadura y tan musculoso como de un hombre de acción y carácter violento se podría esperar y que en esos momentos sonríe ladinamente a su lado. En todas las batallas que su ejército ha combatido, y siempre triunfado, su hoja se ha manchado de sangre. Y en todas ellas —o por lo menos desde el momento en que nuestro héroe había pasado de ser un mero esclavo a un soldado y elemento clave del ejército— han luchado codo con codo, disfrutando de cada miembro cercenado por sendas espadas malditas, forjadas bajo el uso de la brujería, que habían encontrado en aquél futuro emperador y en aquel nórdico esclavo los mejores vehículos donde dar rienda suelta a sus festines sangrientos.
—Dime la verdad, echabas de menos esto —le espeta el emperador, después de quince años sin haberle dirigido la palabra.
—Yo no soy como tú —responde el grandullón, con ojos tristes, mientras su mano derecha se entretiene acariciando el pomo de la espada.
El emperador suelta una sonora carcajada.
—En esos estamos de acuerdo. Tú no eres como yo, te he visto combatir en cientos de batallas y si algo me ha quedado claro es justo eso: tú eres mucho peor que yo. Ahora bien, ¿serás capaz de saber usarla después de tanto tiempo? —dice, aludiendo a la hoja que empuña y a tantos años escondido en su hacienda, iludiéndose de ser un granjero y un hombre libre.
—Dará la talla. Siempre la ha dado —responde el hombre sin ojo, que está a su lado y que en otra vida había sido su comandante y mejor amigo.
—Bueno, supongo que eso lo descubriremos en breve… nos toca a nosotros —responde el emperador, a la vez que desenfunda la espada y azuza las riendas de su caballo para adentrarse en el ardor de la batalla.
27 de Noviembre del 2022.
Han alargado el plazo.
Esto sería una buena noticia si ya tuvieses el relato a mitad, o por lo menos iniciado. Pero aquí estamos, de nuevo tumbados en la cama, con un brazo de la niña encima de la cara, intentando dormir de lado para evitar hacerle daño y con insomnio, tu gran compañero nocturno, con el que tantas veladas has pasado y que tan a menudo te acompaña en tus rememoraciones de tiempos mejores, pasados, oportunidades que nunca aprovechaste, viajes que nunca hiciste, ponerse en forma, escribir, ampliar tu cultura, ser más educado, meditar, hacer saber a tu pareja que le quieres y toda esa larga lista de cosas y buenas intenciones que cada noche decides emprender y cada mañana no son más que un recuerdo emborronado de una noche en vela viviendo una vida que nunca has tenido el coraje de hacer tuya.
No seas tan severo. Eres buen padre y buena pareja, te mantienes en forma y aun sigues leyendo. Tienes muchos amigos y eres bueno en un trabajo que te da holgadamente para vivir. Y aún así, sientes que el tiempo, los años, han pasado tan deprisa que parecen meses y los meses parecen días.
Te levantas y te miras al espejo. Siempre te miras al espejo. Eres tan hermoso cuando no eres tu mismo…
Desayunas, llevas a la niña a la escuela y te pasas el día delante de un ordenador ingeniando fórmulas que descifren y simplifiquen esa maraña de números que se llaman empresa. Socializas, incluso pareces extrovertido. Y hablas de cosas banales, de nada en concreto, con acidez, superficial y siempre muy profesional, porque si algo has aprendido es que se te da bien ser un tipo formal, que muy a tu pesar encajas muy bien en este mundo y que, te guste o no, eres parte de él y los demás cuando te miran ven a alguien que no desentona, a un pantalón a juego con la camisa, un corte de pelo reciente y una máscara en la cara que a veces quisiera llorar o reír a corazón abierto pero que en cambio asiente taciturno a cada conversación que en realidad no estás escuchando, pues siempre andas perdido entre las ramas.
Echas la mirada más allá de la ventana. Hay una mujer anciana sentada en un banco y da de comer a unas palomas. Lleva un abrigo viejo, ajado y un sombrero del mismo color y de vez en cuando saca un reloj de bolsillo y mira a su alrededor, como esperando a alguien. Tiene la mirada perdida, en otro momento, en otra vida.
Suena el teléfono y hablas con uno de tus varios jefes. Le sirve algo, para ya. Claro que sí, está hecho. Vas a salir tarde otra vez de la oficina. Vuelves a mirar a través de la ventana y ves a la anciana caminando a pasos cortos, hacia su casa, saca el reloj y mira a la acera de enfrente. No hay nadie. Luego emprende sus pasos y vuelve a su casa y ese alguien que espera nunca ha llegado. Y entonces te giras y ves el ordenador encendido y tanto que hacer. Pasas tu vida delante de un teclado y no tienes ningún reloj de bolsillo.
Llegas a casa tarde y cansado. La sonrisa de tu hija al llegar hace que todo valga la pena, te sientas en el sofá a escucharla, embobado. Está entusiasmada, eres su ídolo, su vara de medir, tiene tantas cosas que contarte. Pasas lo que queda de tarde a su lado, jugando a piratas. Y hete aquí de nuevo en la cama, con insomnio y sin haber escrito una maldita palabra y no tener ni idea de cómo empezar a hacerlo. No te gusta la historia que andas cavilando, demasiado mañida, pero visto los tiempos no te queda otra que usarla… ¿dónde habíamos dejado a nuestro héroe?
En el fragor de la batalla.
Con la armadura llena de salpicaduras de sangre y uno de los cuernos del yelmo quebrado después de un encontronazo con un escudo de hierro.
Ha perdido la cuenta de las vidas que sesgado. Tiene la mandíbula desencajada y los ojos abiertos en desmesura, vacíos, y sonríe. Un enclenque soldado se le acerca tímidamente con una espada corta, demasiado corta, estimulado por quién sabe que afán de gloria que en esos momentos puede leer en sus ojos se ha desvanecido. Está totalmente aterrado y el grandullón intuye que aquello que tiene delante no es más que un joven granjero, quizás con familia y seguramente con una madre anciana que todos los días reza por que la guerra le devuelva a su hijo vivo y sano. Le hiende la espada en un costado y lo deja en el suelo moribundo. Suelta una carcajada, totalmente ido, quiere llorar, enmendar todo el mal que está obrando, pero la hoja, esa espada maldita cuyo nombre aún no has decidido, anda sedienta y a pocos pasos encuentra una nueva presa, un rechoncho soldado, bravo y decidido que recibe un espadazo en el cogote.
No hay nadie más al alcance, el suelo es un tapiz de cuerpos desmembrados. Ve a su amigo tuerto desencajar la espada del tórax de un soldado enemigo. Este le mira extraño, no con miedo, serio, triste y expectante. Sólo después dirige la mirada a su espalda, decidido, para volver al cabo a fijarla sobre el grandullón. Espera algo de él.
Nuestro héroe se gira rápido, esperando encontrar un soldado en pos de atacarlo. A apenas cuatro metros de distancia ve al Emperador, con una sonrisa traviesa, diríase divertida, limpiando la sangre de su espada en la cota de mallas de uno de los cadáveres diseminados en el suelo.
—Hemos nacido para esto —le dice.
El grandullón vuelve momentáneamente en sí, reprimiendo el impulso que la hoja le imprime de buscar nuevas vidas que arrebatar.
Odia a ese hombre, odia lo que ha hecho de él, lo que ha hecho a su pueblo y en lo que se muy a su pesar se ha convertido. Odio. Que bellas palabras para su espada. ¿Por qué no? ¿Por qué motivo no atacar a la fuente de todas las desgracias? Porque la espada nunca le dejó hacerlo. Hay un hechizo de por medio. Pero esta vez es diferente.
Esta vez tiene una familia. Tiene a un hijo y a una mujer con los que volver. Quizás podría hacerlo si sigue obedeciendo lo que la espada le impone, quizás el emperador le dejase volver a su hacienda a pasar sus últimos días. Pero sabe que no será así, ahora que habían dado con él no dejarían que volviese a abandonarles. Era suyo.
Pero esta vez tiene una familia. No puede volver sin haberlo intentado, sin haber luchado contra esa hoja y ese opresor fanático de la sangre. Así que aprieta los dientes y dice:
—Siempre he querido matarte —y mientras las palabras salen de su boca siente un poder creciente recorrer su cuerpo.
El Emperador sonríe primero, desde la seguridad que un hechizo forjado en las espadas que ambos empuñan le confiere. Pero luego entiende, algo ha cambiado. La espada ha sido domada y ahora es nuestro héroe el que decide como usarla.
Se abalanza sobre el gigantón con una finta veloz y lanza una estocada hacia su cabeza. El fuerte sonido de las dos hojas al entrechocar resuena en el aire.
Otras dos estocadas, que el grandullón repele con calma, sereno.
El Emperador ha dejado de sonreír.
—Mataré a toda tu familia, primero violaré a tu mujer y luego terminaré con la vida de tu hijo.
Otro ataque fallido más, aire, demasiado lento.
Nuestro héroe levanta la espada, armando el golpe definitivo. Piensa en decir algo adecuado, en esas últimas palabras que aquel tirano escuchará antes de morir. Decide optar por el silencio.
El silbido de la espada cercenándole el cuello es el último sonido que el Emperador escucha antes de perder la vida.
El grandullón cae exhausto al suelo, recostado entre cadáveres.
Ve al hombre tuerto acercársele, serio y resoluto, y ve el pomo de su espada abalanzarse sobre su cabeza antes de perder el conocimiento.
2 de Diciembre del 2022.
Pues nada, a pasar vergüenza. Otra vez.
Has perdido la cuenta de las veces en que te has retirado de un reto con algún pretexto.
“Lo siento chicos, pero se me ha echado el tiempo encima”.
Tu última frase en el foro: una excusa barata.
Hubieses querido cerrar tu historia con un precioso broche final, una historia como las de antaño, épica, repleta de fantasía e ideas frescas. Pero ya no eres aquel muchacho, se ha desvanecido en el tiempo, sustituido por este viejo cuarentón con barba blanca que ya no es capaz siquiera de tener una digestión tranquila.
Pero nadie, ni siquiera tu pereza, te va a robar el tiempo pasado en los recovecos digitales que el foro albergaba.
Te vienen miles de nombres, Tigana, Robereth, Sashka, Werther (te has pasado la vida escribiendo mal su Nick, no vayas a enmendarlo a última hora), Geralt, La Cabra, Celembor, Telcar, Theraxian y una lista sin fin de otros foreros (muchos de ellos inscritos en este reto) a los que nunca viste en persona pero con los que en algunos momentos fuiste capaz de mostrarte como realmente eras.
Y ahora esta etapa se cierra, aunque para ti ya hace mucho que quedó atrás. Pero siempre pensaste que ese espacio creativo iba a estar al alcance para un hipotético mañana en que de nuevo la musa y las ganas de crear volvieran a hacerte visita.
Cierra el foro.
Y cuando sucederá volverás a ser ese padre de familia, ávido lector, que una vez fue un muchacho lleno de ideas, con ganas de romper esquemas y todo un futuro por delante que labrarse.
No lo pierdas. A aquel muchacho, no lo pierdas. Llévalo siempre contigo. Escondido entre fórmulas de Excel, tasas de cambio, evolución del precio de los transportes, la reunión con las maestras de escuela de tu hija, la revisión del coche, la cena de empresa y la ropa planchada a juego con los zapatos. Encuéntrale un sitio entre todo aquello. Pues ese muchacho has sido tú, durante mucho tiempo y eso no te lo podrá arrebatar nadie.
Saluda también a tu héroe, que en tantos relatos te ha acompañado y que bien se merece un final feliz.
Ya lo ves tumbado en una camilla improvisada, con la frente vendada.
Despierta con la vista emborronada y lo primero que ve son unas gaviotas bailotear en el cielo.
Advierte que la camilla se mueve al son del traqueteo del caballo por el cual viene transportada. Ve el rostro macilento y cansado de los soldados que lo preceden, un pequeño pelotón. Luego escucha una voz y otra que al cabo le responde.
Un caballo se detiene y espera a llegar a su altura para luego continuar al paso. El hombre sin ojo lo cabalga.
—Ya creía que no te despertarías —le dice, sonriendo.
Solo entonces se da cuenta de que no está ligado, que viaja tumbado sobre una camilla con manos y pies libres de cualquier atadura.
—El Emperador… —pregunta, confuso.
—Ni siquiera él es capaz de sobrevivir a semejante estocada —lo dice sonriendo, con el rostro tranquilo, para sorpresa del grandullón.
—¿Hacia dónde nos dirigimos? —pregunta de nuevo, confundido.
Esa tierra, esos campos, esos olivos…
—No creerás que me voy a ir sin probar ese aceite tan bueno de tu cosecha —El gigantón todavía no entiende, pero no ve peligro ni acritud en los ojos del hombre tuerto, el cual continúa diciendo —. ¿Sabes? Siempre supe donde andabas escondido. Un hombre de tu envergadura, con el tono de tu piel, no pasa desapercibido.
Nuestro héroe asiente, pues en el fondo siempre pensó que aquellos quince años de vida libre, escondido en su hacienda, eran un regalo demasiado bueno para ser verdad.
—¿Y por qué ahora? Después de tantos años…
—Porque estaba enloqueciendo. Se había convertido en un tirano y esa espada le protegía de cualquier ataque. Solo tú podías poner fin a esta pesadilla.
Reconoce el zigzag del sendero que andan atravesando y, no sin esfuerzo, levanta el torso y echa la mirada hacia donde sabe se encuentra su casa.
Ve a una mujer a lo lejos, de tez oscura, con un niño abrazado a su cintura.
—¿Y ahora? —le pregunta al hombre sin ojo, temeroso.
—Ahora es tiempo de reposar y de volver con tu familia. A pesar de todo ganamos la batalla, pero es el momento de reconstruir este imperio. Pero esa es otra aventura que mucho me temo no necesitará de tu ayuda. Te has ganado un merecido descanso.
El pelotón se adentra en la última curva antes de llegar a su hacienda.
Había visto demasiada gente morir y muchos de ellos a través de su espada. Había sido un guerrero, un viajero, esclavo y soldado.
Y ahora le esperaba una vida tranquila con su familia, en una hacienda en lo alto de un promontorio.
Y ya no habrá escritor que lo saque de nuevo de aquella vida, pues no habrá un foro donde alojar sus aventuras.
«Mueres siendo un héroe... o vives lo suficiente para convertirte en villano»