Hola, Irlwin, gracias miles por colgar esa escena de combate. Se nota que sabes de lo que hablas. Está muy bien escrita, detallada y estructurada. A mi me ha gustado. A medida que avanza gana en tensión (reconozco que al principio me ha parecido un poco mecánica con tanta descripción de golpes detallados, pero eso ha durado poco). Y al menos, aunque no tengas la oportunidad de practicar con una espada, textos como el tuyo también ayudan mucho a que se te queden algunos conceptos muy útiles.
Sobre el papel parece la solución ideal (a no ser que estés escribiendo un libro sobre un asesino en serie ) y quizá lo sea, no me malinterpretes, pero yo como profana en la materia tengo algunas observaciones al respecto.
De entrada coincido contigo en que conocer a fondo el tema sobre el que se escribe siempre es beneficioso. Ese conocimiento del escritor al saber de lo que habla siempre se nota, aunque no se use directamente. Suele trascender en el texto.
Lo que ya no tengo tan claro es como deben usarse esos conocimientos. Te pongo como ejemplo uno real: una escena larguísima de Los Nueve Principes de Ambar, de Zelazny, uno de mis escritores favoritos. Una interminable sucesión de fintas, estocadas y demás artes esgrimistas que supongo que los entendidos disfrutarían a tope, pero en las cuales yo, como absoluta desconocedora del tema (y conmigo puede que también la parte de la humanidad que no practica ese noble arte) me aburrí como una ostra. Creo que el nivel de lenguaje y conocimientos tiene que estar mínimamente nivelado entre el escritor y el lector (al menos un lector medio, no estamos hablando de ensayos eruditos). Voy a hacer una comparación exagerada y burda, pero útil para hacerme entender: es como si a un niño de 3 años le das un libro de física nuclear. Lo que no se entiende por exceso de tecnicismo puede aburrir. Incluso si se entiende, pero tienes que leerlo 3 o 4 veces para seguir el hilo, transforma el texto más pulido en algo farragoso. Por lo cual quizá es mejor no usar exageradamente conocimientos demasiado técnicos y limitarse a unos toques más o menos abundantes para dar color al relato.
Que conste que este no es tu caso. Tu escena de combate me ha parecido muy buena, como ya te he dicho. Está bastante equilibrada, quizá más al final que al principio. Como ya se ha comentado antes no sé donde, es importante intercalar acciones y detalles que nos hagan empatizar con los personajes entre golpe y golpe y tú tienes ahí algunos buenos.
Pero estamos aquí para hablar de como utilizamos los recursos de que disponemos y me ha parecido interesante comentar esto de como se aplican conocimientos muy especializados a novelas de ficción.
¿Qué hacemos entonces los que no tenemos ni idea de esgrima? Pues no sé que harán los demás, pero yo uso la falacia de las apariencias. Una falacia es un razonamiento no válido o incorrecto pero con apariencia de razonamiento correcto. Salvando las distancias, ya que no estamos hablando de razonamientos, sino de combates a espada, eso es lo que hago yo.
Y me temo que a los que realmente saben de que va el tema les deben sangrar los ojos .
También intento centrarme en el dramatismo de la escena, mas que en la descripción de las técnicas de lucha. Esto sería un poco una técnica de distracción, para que no se echen en falta otros elementos.
Cuelgo la escena de combate que tenía pendiente. He cortado todo lo que he podido, porque no iba a poner el capítulo entero, con lo cual el efecto clímax se pierde bastante. Pero sirve como un ejemplo perfecto de lo que comentaba más arriba: falacia y distracción. No tengo mucha idea de cuantos errores podrán encontrar los entendidos. Debido a la forma somera en que se describen las técnicas de lucha espero que no demasiados.
Laar se dio media vuelta. Cogió al heraldo más cercano por el cuello de la túnica y lo arrastró hasta el pabellón negro y coronado de llamas anaranjadas del segundo hijo del rey Nirnáed.
—Proclama mi desafío —le ordenó.
—Pero, alteza, esto es muy irregular. Hay unos protocolos y un orden…
Laar le dio un tirón tan brusco que los ropajes añiles que envolvían al heraldo revolotearon a su alrededor como una enorme mariposa y por un momento pareció que el hombre se había descoyuntado bajo la férrea mano del príncipe como una marioneta de madera.
—He dicho que proclames el desafío —le repitió Laar lentamente. Su tono era tan áspero que el heraldo no protestó más y anunció con voz temblorosa un nuevo combate.
—Laar, hijo del rey Kédam y príncipe heredero de Gyemayen, regente de la fortaleza de Yflhias y guardián en el norte del paso de Ghembrago por deseo de su padre —el joven príncipe hizo un gesto hastío ante aquella retahíla de títulos—, desafía a Waen, príncipe de Kriuh, gobernador de la ciudad de Nalfris y, por derechos ganados en la batalla, portador del estandarte del rey Nirnáed y ejecutor de su justicia en sus tierras.
Laar soltó por fin al heraldo y se volvió hacía donde se encontraba Waen.
—Espérame en el campo de justas.
Waen mostró los dientes en una sonrisa peligrosa.
—Intentaré no matarte en consideración a Neeis.
Laar ni siquiera se volvió al escucharle. Seguido de su escudero se encaminó hacía su pabellón para terminar de armarse. Gnael entró tras él. Sorwa, que estaba colocándole la espaldera a su señor, levantó un momento los ojos. Su mirada se encontró con la de Gnael y éste se dio cuenta de que incluso el alegre muchacho estaba ahora preocupado.
—¿Es esto prudente, príncipe Laar? —preguntó el viajero, inquieto por cómo se estaba complicando aquel torneo.
—Supongo que no —admitió el joven príncipe, sin dejar de ajustarse la armadura—. Pero me temo que la prudencia nunca ha sido mi punto fuerte.
En cuanto hubo terminado Laar respiró hondo, deslizó su espada en la vaina y salió al exterior para montar. Sabía que superaba a Waen con la lanza de justas, pero nunca había enfrentado su espada contra la maza del príncipe de Kriuh. Su mejor opción era descabalgar a su fornido oponente y hacerlo del modo más rápido y doloroso posible. Y después… Prefirió no pensar en ello. Guió a su caballo hasta la tribuna, donde ya le aguardaba Waen. Antes de bajar la visera de su yelmo cruzó la mirada con sus hermanas. Cairdre estaba tan impasible y hermosa como una estatua de alabastro, pero Neeis, al otro lado del rey Nirnáed, se mordía los labios de nerviosismo. Laar era el menor y ambas lo habían tomado a su cuidado tras la muerte de su madre en el parto. Las jóvenes le dirigieron una silenciosa mirada de aliento. Laar les devolvió una sonrisa confiada que en realidad estaba muy lejos de sentir.
Derribar a Waen le costó al príncipe de Gyemayen romper tres lanzas. Afortunadamente su contrincante no consiguió enhebrar ningún buen golpe, en parte gracias a la habilidad de Laar para dominar a su caballo. El joven sabía muy bien que con un sola lanzada certera Waen le hubiera hecho volar por los aires como a una pluma. Espoleó a su montura para rodear la liza, pero cuando llegó junto al jinete caído éste ya se había puesto en pie y le aguardaba, encogido tras su escudo y enarbolando su maza. Laar se protegió y evitó casi por completo el primer ataque de su oponente, guiando a su caballo con la mano que sostenía el escudo y con las piernas. Hizo corcovear a Amanecer. Aprovechando el movimiento descendente del animal, su espada alcanzó el yelmo de Waen por detrás con un estruendo terrible. El príncipe de Kriuh casi dobló una rodilla en tierra, impotente ante una montura y un jinete que se movían como uno solo. Mientras retrocedía tambaleándose comprendió que si no desmontaba pronto a aquel mocoso descarado el signo del combate le sería adverso. Un nuevo golpe alcanzó a Waen en el yelmo y luego otro. Por mucho que el príncipe de Kriuh intentaba protegerse, Laar manejaba a su caballo con tanta facilidad que siempre le rodeaba y superaba su defensa desde lo alto. De repente Waen soltó la mano del asidero del escudo y lo sostuvo tan sólo por las correas del antebrazo, moviéndolo al tiempo que sacaba ocultamente la daga que llevaba en su cintura. Mientras soportaba otro golpe en el yelmo embistió el flanco del caballo con el recio hierro, pero en realidad cortó la cincha de la silla. Nadie llegó a verlo y, cuando Laar cayó al suelo entre exclamaciones de asombro, los presentes creyeron que sus arreos se habían roto.
Laar se puso en pie de inmediato, pero solo para caer otra vez bajo la maza de Waen que le arrancó el escudo del brazo con una violenta sacudida. Otro decidido golpe en el yelmo lo hizo rodar por el suelo antes de que pudiera interponer su espada. La hierba se acercó vertiginosamente a su visera y todo se volvió negro. Le estallaba el cráneo y sin embargo el golpe podía haber sido más fuerte. Laar, sumido en una confusión de dolorosas sensaciones, pensó que seguramente matar al hermano de la mujer que se cortejaba no era la mejor carta de presentación para un pretendiente y eso contenía la mano de Waen cuando le alcanzaba en la cabeza. El siguiente y brutal impacto de la maza lo levantó casi un palmo del suelo y sintió como el peto de la armadura se hundía, aplastándole las costillas y dejándole sin respiración. Laar decidió que a pesar de la presencia de Neeis, Waen por lo menos se daría el gusto de dislocarle un brazo o de romperle la mandíbula o varias costillas a la menor oportunidad. En seguida su mente se quedó en blanco, porque un tercer mazazo cayó sobre él intentado romperle el hombro. Una punzada de dolor borró cualquier otra sensación y por un momento el joven creyó que Waen había conseguido su propósito. Muy a pesar suyo había soltado su espada. Tenía que recuperar la iniciativa, pero el príncipe de Kriuh dejó caer su escudo y empezó a destrozarle, sosteniendo la maza con ambas manos, sin descanso, igual que si estuviera martilleando sobre un yunque, de tal manera que a Laar le era imposible hace nada más que resistir aquella infernal lluvia de golpes como podía. No veía donde estaba su espada y las embestidas de Waen le habían empujado casi hasta el escudo anaranjado y negro de su enemigo. El joven alargó el brazo a tientas para cogerlo. Y entonces entrevió a través de la visera retorcida como Waen, creyéndole derrotado, se había quitado el yelmo y alzaba la mirada hacia Neeis.
Laar sintió que la sangre le estallaba en las venas. Había pensado refugiarse tras el escudo de Waen, pero una oleada de rabia lo hizo ponerse en pie, poseído por una energía que ni él mismo había imaginado que le quedara. Si detenerse blandió el escudo alcanzando al príncipe de Kriuh con el borde por debajo de la barbilla. A pesar de la protección de la cota de malla, Waen trastabilló hacía atrás con los ojos desorbitados y sin resuello. Laar se despojó del yelmo deformado y, si hubiera podido, se habría arrancado también el peto porque sentía que le ahogaba. Sin embargo aguantó el dolor. Descubrió su espada a pocos pasos y la recogió, aunque cada movimiento le hacía sentirse como si se partiera en dos. Waen a pesar de estar encorvado y sin respiración, no había soltado su maza y trazó un arco defensivo con ella. El príncipe de Gyemayen recibió un duro golpe en el pecho que no le detuvo. Con una determinación casi febril empezó a golpear a Waen, porque sabía que debía derribarle antes de que recuperara el aliento. Un magnífico mandoble acertó a deslizar la hombrera y atravesó la cota de malla bajo ella. La hoja penetró por la axila e hizo que el príncipe de Kriuh soltara su arma y cayera por fin. A través de las juntas de su coraza la tierra empezó a teñirse de rojo. Tan solo la furia mantenía aún a Laar en pie, pero avanzó de inmediato y posó la punta de su espada en la garganta de Waen. Presionó contra su cuello con una expresión tan fiera que parecía endemoniado. Y por un momento Waen, tendido en el suelo, creyó en verdad que le mataría y que ni su condición de príncipe ni los aterrados gritos de sus cortesanos ni siquiera la amenaza de una guerra entre dos reinos tan poderosos le salvaría. Hizo un gesto con la cabeza reconociendo su derrota.
—Merecerías el mismo fin que le has reservado a tus oponentes. Y si no fueras príncipe de Kriuh e hijo de quien eres, por todos los dioses que lo tendrías.
Laar se sorprendió de lo ronca que se había escuchado su propia voz. De repente no pudo contenerse y le propinó una fuerte patada en la cara al príncipe de Kriuh. Waen cayó de lado.
Quote:Yo planteo el tema de los combates de forma simple pero trabajosa. Para escribir, según creo, hay que vivir primero. De tal manera que para el tema de los combates hay que practicar esas artes marciales un mínimo para tener experiencia suficiente, si ya las practicas genial, sino hay asociaciones como la AEEA, Asociación Española de Esgrima Antigua, aunque hay otras, en dónde puedes practicar varias disciplinas de esgrima si tienes tiempo. Para el tiro con arco lo que hice yo fue un curso de tres meses en otra asociación (Arqueros de Mursiya), y así un largo etcétera de recursos que se pueden obtener de las asociaciones, que hay de todo tipo. Los escritores no debemos ser solo ratas de biblioteca, que también, sino vivir experiencias que luego podamos describir.
Sobre el papel parece la solución ideal (a no ser que estés escribiendo un libro sobre un asesino en serie ) y quizá lo sea, no me malinterpretes, pero yo como profana en la materia tengo algunas observaciones al respecto.
De entrada coincido contigo en que conocer a fondo el tema sobre el que se escribe siempre es beneficioso. Ese conocimiento del escritor al saber de lo que habla siempre se nota, aunque no se use directamente. Suele trascender en el texto.
Lo que ya no tengo tan claro es como deben usarse esos conocimientos. Te pongo como ejemplo uno real: una escena larguísima de Los Nueve Principes de Ambar, de Zelazny, uno de mis escritores favoritos. Una interminable sucesión de fintas, estocadas y demás artes esgrimistas que supongo que los entendidos disfrutarían a tope, pero en las cuales yo, como absoluta desconocedora del tema (y conmigo puede que también la parte de la humanidad que no practica ese noble arte) me aburrí como una ostra. Creo que el nivel de lenguaje y conocimientos tiene que estar mínimamente nivelado entre el escritor y el lector (al menos un lector medio, no estamos hablando de ensayos eruditos). Voy a hacer una comparación exagerada y burda, pero útil para hacerme entender: es como si a un niño de 3 años le das un libro de física nuclear. Lo que no se entiende por exceso de tecnicismo puede aburrir. Incluso si se entiende, pero tienes que leerlo 3 o 4 veces para seguir el hilo, transforma el texto más pulido en algo farragoso. Por lo cual quizá es mejor no usar exageradamente conocimientos demasiado técnicos y limitarse a unos toques más o menos abundantes para dar color al relato.
Que conste que este no es tu caso. Tu escena de combate me ha parecido muy buena, como ya te he dicho. Está bastante equilibrada, quizá más al final que al principio. Como ya se ha comentado antes no sé donde, es importante intercalar acciones y detalles que nos hagan empatizar con los personajes entre golpe y golpe y tú tienes ahí algunos buenos.
Pero estamos aquí para hablar de como utilizamos los recursos de que disponemos y me ha parecido interesante comentar esto de como se aplican conocimientos muy especializados a novelas de ficción.
¿Qué hacemos entonces los que no tenemos ni idea de esgrima? Pues no sé que harán los demás, pero yo uso la falacia de las apariencias. Una falacia es un razonamiento no válido o incorrecto pero con apariencia de razonamiento correcto. Salvando las distancias, ya que no estamos hablando de razonamientos, sino de combates a espada, eso es lo que hago yo.
Y me temo que a los que realmente saben de que va el tema les deben sangrar los ojos .
También intento centrarme en el dramatismo de la escena, mas que en la descripción de las técnicas de lucha. Esto sería un poco una técnica de distracción, para que no se echen en falta otros elementos.
Cuelgo la escena de combate que tenía pendiente. He cortado todo lo que he podido, porque no iba a poner el capítulo entero, con lo cual el efecto clímax se pierde bastante. Pero sirve como un ejemplo perfecto de lo que comentaba más arriba: falacia y distracción. No tengo mucha idea de cuantos errores podrán encontrar los entendidos. Debido a la forma somera en que se describen las técnicas de lucha espero que no demasiados.
Laar se dio media vuelta. Cogió al heraldo más cercano por el cuello de la túnica y lo arrastró hasta el pabellón negro y coronado de llamas anaranjadas del segundo hijo del rey Nirnáed.
—Proclama mi desafío —le ordenó.
—Pero, alteza, esto es muy irregular. Hay unos protocolos y un orden…
Laar le dio un tirón tan brusco que los ropajes añiles que envolvían al heraldo revolotearon a su alrededor como una enorme mariposa y por un momento pareció que el hombre se había descoyuntado bajo la férrea mano del príncipe como una marioneta de madera.
—He dicho que proclames el desafío —le repitió Laar lentamente. Su tono era tan áspero que el heraldo no protestó más y anunció con voz temblorosa un nuevo combate.
—Laar, hijo del rey Kédam y príncipe heredero de Gyemayen, regente de la fortaleza de Yflhias y guardián en el norte del paso de Ghembrago por deseo de su padre —el joven príncipe hizo un gesto hastío ante aquella retahíla de títulos—, desafía a Waen, príncipe de Kriuh, gobernador de la ciudad de Nalfris y, por derechos ganados en la batalla, portador del estandarte del rey Nirnáed y ejecutor de su justicia en sus tierras.
Laar soltó por fin al heraldo y se volvió hacía donde se encontraba Waen.
—Espérame en el campo de justas.
Waen mostró los dientes en una sonrisa peligrosa.
—Intentaré no matarte en consideración a Neeis.
Laar ni siquiera se volvió al escucharle. Seguido de su escudero se encaminó hacía su pabellón para terminar de armarse. Gnael entró tras él. Sorwa, que estaba colocándole la espaldera a su señor, levantó un momento los ojos. Su mirada se encontró con la de Gnael y éste se dio cuenta de que incluso el alegre muchacho estaba ahora preocupado.
—¿Es esto prudente, príncipe Laar? —preguntó el viajero, inquieto por cómo se estaba complicando aquel torneo.
—Supongo que no —admitió el joven príncipe, sin dejar de ajustarse la armadura—. Pero me temo que la prudencia nunca ha sido mi punto fuerte.
En cuanto hubo terminado Laar respiró hondo, deslizó su espada en la vaina y salió al exterior para montar. Sabía que superaba a Waen con la lanza de justas, pero nunca había enfrentado su espada contra la maza del príncipe de Kriuh. Su mejor opción era descabalgar a su fornido oponente y hacerlo del modo más rápido y doloroso posible. Y después… Prefirió no pensar en ello. Guió a su caballo hasta la tribuna, donde ya le aguardaba Waen. Antes de bajar la visera de su yelmo cruzó la mirada con sus hermanas. Cairdre estaba tan impasible y hermosa como una estatua de alabastro, pero Neeis, al otro lado del rey Nirnáed, se mordía los labios de nerviosismo. Laar era el menor y ambas lo habían tomado a su cuidado tras la muerte de su madre en el parto. Las jóvenes le dirigieron una silenciosa mirada de aliento. Laar les devolvió una sonrisa confiada que en realidad estaba muy lejos de sentir.
Derribar a Waen le costó al príncipe de Gyemayen romper tres lanzas. Afortunadamente su contrincante no consiguió enhebrar ningún buen golpe, en parte gracias a la habilidad de Laar para dominar a su caballo. El joven sabía muy bien que con un sola lanzada certera Waen le hubiera hecho volar por los aires como a una pluma. Espoleó a su montura para rodear la liza, pero cuando llegó junto al jinete caído éste ya se había puesto en pie y le aguardaba, encogido tras su escudo y enarbolando su maza. Laar se protegió y evitó casi por completo el primer ataque de su oponente, guiando a su caballo con la mano que sostenía el escudo y con las piernas. Hizo corcovear a Amanecer. Aprovechando el movimiento descendente del animal, su espada alcanzó el yelmo de Waen por detrás con un estruendo terrible. El príncipe de Kriuh casi dobló una rodilla en tierra, impotente ante una montura y un jinete que se movían como uno solo. Mientras retrocedía tambaleándose comprendió que si no desmontaba pronto a aquel mocoso descarado el signo del combate le sería adverso. Un nuevo golpe alcanzó a Waen en el yelmo y luego otro. Por mucho que el príncipe de Kriuh intentaba protegerse, Laar manejaba a su caballo con tanta facilidad que siempre le rodeaba y superaba su defensa desde lo alto. De repente Waen soltó la mano del asidero del escudo y lo sostuvo tan sólo por las correas del antebrazo, moviéndolo al tiempo que sacaba ocultamente la daga que llevaba en su cintura. Mientras soportaba otro golpe en el yelmo embistió el flanco del caballo con el recio hierro, pero en realidad cortó la cincha de la silla. Nadie llegó a verlo y, cuando Laar cayó al suelo entre exclamaciones de asombro, los presentes creyeron que sus arreos se habían roto.
Laar se puso en pie de inmediato, pero solo para caer otra vez bajo la maza de Waen que le arrancó el escudo del brazo con una violenta sacudida. Otro decidido golpe en el yelmo lo hizo rodar por el suelo antes de que pudiera interponer su espada. La hierba se acercó vertiginosamente a su visera y todo se volvió negro. Le estallaba el cráneo y sin embargo el golpe podía haber sido más fuerte. Laar, sumido en una confusión de dolorosas sensaciones, pensó que seguramente matar al hermano de la mujer que se cortejaba no era la mejor carta de presentación para un pretendiente y eso contenía la mano de Waen cuando le alcanzaba en la cabeza. El siguiente y brutal impacto de la maza lo levantó casi un palmo del suelo y sintió como el peto de la armadura se hundía, aplastándole las costillas y dejándole sin respiración. Laar decidió que a pesar de la presencia de Neeis, Waen por lo menos se daría el gusto de dislocarle un brazo o de romperle la mandíbula o varias costillas a la menor oportunidad. En seguida su mente se quedó en blanco, porque un tercer mazazo cayó sobre él intentado romperle el hombro. Una punzada de dolor borró cualquier otra sensación y por un momento el joven creyó que Waen había conseguido su propósito. Muy a pesar suyo había soltado su espada. Tenía que recuperar la iniciativa, pero el príncipe de Kriuh dejó caer su escudo y empezó a destrozarle, sosteniendo la maza con ambas manos, sin descanso, igual que si estuviera martilleando sobre un yunque, de tal manera que a Laar le era imposible hace nada más que resistir aquella infernal lluvia de golpes como podía. No veía donde estaba su espada y las embestidas de Waen le habían empujado casi hasta el escudo anaranjado y negro de su enemigo. El joven alargó el brazo a tientas para cogerlo. Y entonces entrevió a través de la visera retorcida como Waen, creyéndole derrotado, se había quitado el yelmo y alzaba la mirada hacia Neeis.
Laar sintió que la sangre le estallaba en las venas. Había pensado refugiarse tras el escudo de Waen, pero una oleada de rabia lo hizo ponerse en pie, poseído por una energía que ni él mismo había imaginado que le quedara. Si detenerse blandió el escudo alcanzando al príncipe de Kriuh con el borde por debajo de la barbilla. A pesar de la protección de la cota de malla, Waen trastabilló hacía atrás con los ojos desorbitados y sin resuello. Laar se despojó del yelmo deformado y, si hubiera podido, se habría arrancado también el peto porque sentía que le ahogaba. Sin embargo aguantó el dolor. Descubrió su espada a pocos pasos y la recogió, aunque cada movimiento le hacía sentirse como si se partiera en dos. Waen a pesar de estar encorvado y sin respiración, no había soltado su maza y trazó un arco defensivo con ella. El príncipe de Gyemayen recibió un duro golpe en el pecho que no le detuvo. Con una determinación casi febril empezó a golpear a Waen, porque sabía que debía derribarle antes de que recuperara el aliento. Un magnífico mandoble acertó a deslizar la hombrera y atravesó la cota de malla bajo ella. La hoja penetró por la axila e hizo que el príncipe de Kriuh soltara su arma y cayera por fin. A través de las juntas de su coraza la tierra empezó a teñirse de rojo. Tan solo la furia mantenía aún a Laar en pie, pero avanzó de inmediato y posó la punta de su espada en la garganta de Waen. Presionó contra su cuello con una expresión tan fiera que parecía endemoniado. Y por un momento Waen, tendido en el suelo, creyó en verdad que le mataría y que ni su condición de príncipe ni los aterrados gritos de sus cortesanos ni siquiera la amenaza de una guerra entre dos reinos tan poderosos le salvaría. Hizo un gesto con la cabeza reconociendo su derrota.
—Merecerías el mismo fin que le has reservado a tus oponentes. Y si no fueras príncipe de Kriuh e hijo de quien eres, por todos los dioses que lo tendrías.
Laar se sorprendió de lo ronca que se había escuchado su propia voz. De repente no pudo contenerse y le propinó una fuerte patada en la cara al príncipe de Kriuh. Waen cayó de lado.