11/02/2017 02:38 PM
Kalnoris nació para ser rey y así se le educó desde su nacimiento. Fue el primero de la estirpe de reyes que aún hoy gobierna en Trigionia, nombre que puso a sus tierras tras la muerte de su padre.
Kalnoris tuvo en todo momento la conciencia de ser el primer rey de aquellas gentes. Sin embargo, debió respeto a su padre, Trigión, y obedeció en todo momento su mando mientras éste vivió.
Fue Kalnoris quien enseñó a los hombres a recoger la miel de las abejas, secreto que aprendió casualmente, pues tampoco en Adiltania se recogía este dulce fruto de la naturaleza.
Por su parte, Trigión domó a las bestias salvajes que corrían en manadas por las dehesas del lugar, y las vino a llamar toros. Aquellos animales se convertirían en tótem de los trigionios y curetanos, y después de las gentes de toda Liberria.
Los seis hijos de pura sangre adiltana de Trigión, patriarcas de los linajes que hoy son nobles en Trigionia, tuvieron distintas suertes. Dos se marcharon a explorar Liberria (uno siguiendo el borde del fin del mundo, y el otro siguiendo el borde del Comeráneo). Solo uno regresó, y permaneció como consejero de reyes hasta que murió.
Las tres hijas sentaron las bases de la familia, explicando a los salvajes y a los nuevos hombres que habían dado a luz cómo debía organizarse la sociedad desde la unidad más pequeña. Fueron ellas las que fundaron las ciudades de Kadir, Salaka y Karoano -esta última, aún ciudad sagrada para los trigionos y curetanos.
El último de los hijos puros de Trigión descubrió los yacimientos de metales que, algunos años después, harían famosa a esta región. Y allí fundó la ciudad de Seulza.
Trigión tuvo muchos otros hijos, mezclándose con las mujeres primitivas y las hijas mestizas de ambos pueblos. Algunos destacaron, y ninguno vivió mal, pero no hay recuerdos memorables de ninguno más allá de Kalnoris, que nació para ser rey.
Fue Kalnoris un hombre sabio desde sus primeros días, aunque no siempre el más justo. Fue él quien ayudó a su padre a construir el Puente de Oricalco. Puente que, por lo demás, se ha mantenido en pie hasta nuestros días, como último recuerdo de la precataclísmica unión de Isclavia y Nigia.
También fue él quien retomó el comercio, que era habitual en Adiltania pero desconocido por los antiguos hombres. Tuvo que enfrentarse, por ello, a su padre, puesto que Trigión temía que volver a los intercambios enfureciera de nuevo a Krasenón.
Pero la furia del Dios no apareció, y pronto el comercio fue frecuente entre las distintas ciudades fundadas por los hijos del adiltano, así como con algunos pueblos del Comeráneo, que ya empezaban a separarse de su estadio de barbarie.
Y así fue cómo, novecientos años después de que Krasenón se tragase a Maizre, se sentaron las bases de la nueva civilización que duraría hasta nuestros días, aunque las centurias que sucedieron a aquellos primeros intercambios hicieron que pocos recuerden hoy estas historias.
Y, entonces, un buen día, proveniente del oriente del Comeráneo, llegó Terles, un hombre fuerte y esbelto, que decía ser hijo de un Dios, y que tenía la misión de hacerse con los toros de Trigión, matándolo si se terciaba.
Trigión supo de inmediato que Terles era hijo de Zrous, como Kalnoris era hijo suyo. E hizo saber a sus súbditos e iguales que no participaran en la lucha, porque aquel combate era designio de los Dioses.
Kalnoris tuvo en todo momento la conciencia de ser el primer rey de aquellas gentes. Sin embargo, debió respeto a su padre, Trigión, y obedeció en todo momento su mando mientras éste vivió.
Fue Kalnoris quien enseñó a los hombres a recoger la miel de las abejas, secreto que aprendió casualmente, pues tampoco en Adiltania se recogía este dulce fruto de la naturaleza.
Por su parte, Trigión domó a las bestias salvajes que corrían en manadas por las dehesas del lugar, y las vino a llamar toros. Aquellos animales se convertirían en tótem de los trigionios y curetanos, y después de las gentes de toda Liberria.
Los seis hijos de pura sangre adiltana de Trigión, patriarcas de los linajes que hoy son nobles en Trigionia, tuvieron distintas suertes. Dos se marcharon a explorar Liberria (uno siguiendo el borde del fin del mundo, y el otro siguiendo el borde del Comeráneo). Solo uno regresó, y permaneció como consejero de reyes hasta que murió.
Las tres hijas sentaron las bases de la familia, explicando a los salvajes y a los nuevos hombres que habían dado a luz cómo debía organizarse la sociedad desde la unidad más pequeña. Fueron ellas las que fundaron las ciudades de Kadir, Salaka y Karoano -esta última, aún ciudad sagrada para los trigionos y curetanos.
El último de los hijos puros de Trigión descubrió los yacimientos de metales que, algunos años después, harían famosa a esta región. Y allí fundó la ciudad de Seulza.
Trigión tuvo muchos otros hijos, mezclándose con las mujeres primitivas y las hijas mestizas de ambos pueblos. Algunos destacaron, y ninguno vivió mal, pero no hay recuerdos memorables de ninguno más allá de Kalnoris, que nació para ser rey.
Fue Kalnoris un hombre sabio desde sus primeros días, aunque no siempre el más justo. Fue él quien ayudó a su padre a construir el Puente de Oricalco. Puente que, por lo demás, se ha mantenido en pie hasta nuestros días, como último recuerdo de la precataclísmica unión de Isclavia y Nigia.
También fue él quien retomó el comercio, que era habitual en Adiltania pero desconocido por los antiguos hombres. Tuvo que enfrentarse, por ello, a su padre, puesto que Trigión temía que volver a los intercambios enfureciera de nuevo a Krasenón.
Pero la furia del Dios no apareció, y pronto el comercio fue frecuente entre las distintas ciudades fundadas por los hijos del adiltano, así como con algunos pueblos del Comeráneo, que ya empezaban a separarse de su estadio de barbarie.
Y así fue cómo, novecientos años después de que Krasenón se tragase a Maizre, se sentaron las bases de la nueva civilización que duraría hasta nuestros días, aunque las centurias que sucedieron a aquellos primeros intercambios hicieron que pocos recuerden hoy estas historias.
Y, entonces, un buen día, proveniente del oriente del Comeráneo, llegó Terles, un hombre fuerte y esbelto, que decía ser hijo de un Dios, y que tenía la misión de hacerse con los toros de Trigión, matándolo si se terciaba.
Trigión supo de inmediato que Terles era hijo de Zrous, como Kalnoris era hijo suyo. E hizo saber a sus súbditos e iguales que no participaran en la lucha, porque aquel combate era designio de los Dioses.