Terles llegó de Oriente, cruzando los desiertos de Nigia y usando el carro de uno de sus dioses como barca, y durante siete días estuvo caminando por las ciudades fundadas por la estirpe de Trigión.
Nadie reconoció en él un enemigo, sino un comerciante que, además de venir de otras tierras y caminar con aires nobles, era apuesto y fornido. Por ello, varias de las mujeres de aquellas ciudades -incluso algunas de las hijas de Trigión- yacieron con él.
Fue así como la sangre de trigionios y curetanos -y, después, de las gentes de toda Liberria- fue bañada no solo con el sello de un patriarca adiltano, sino de dos. Y, por venir Terles de Oriente, también fue así como surgiría la adoración al Sol en las tierras liberras, que no se practicaba en Adiltania.
Cuando Trigión se encontró por primera vez con Terles, intercambiaron palabras amistosas. Terles le habló de su padre, y Trigión le contó historias de Zrous que ni siquiera su hijo conocía. Terles le dio a conocer que moriría a sus manos, y Trigión le hizo saber que conocía su destino.
Y esa noche comieron y bebieron y compartieron mujeres, y rieron y lloraron juntos, hasta que cayeron dormidos
Al alba, Terles había desaparecido, y Trigión supo que era el día de su final. Como cada mañana, se dirigió a la dehesa para caminar entre los toros que solo él podía dominar. Pero ese día Alano, su can guardián de dos cabezas, no salió a recibirle.
Caminó durante horas buscando al guardián de su ganado, y pudo hallarlo muerto en los montes cercanos a Kadir. Cayó la noche mientras Trigión lloraba la pérdida de su can, que daría nombre en ese momento a toda la raza de canes que aún hoy puede localizarse en Liberria.
Trigión volvió a la dehesa con paso lento pero firme, con la ira hirviendo en sus venas. No había discutido a los Dioses su muerte, pero la de Alano era una crueldad que jamás perdonaría.
No le sorprendió encontrar las dehesas vacías, pues sabía que Terles tenía como objetivo tomar sus toros sin pedirlos ni pagarlos. Se despidió de su familia y, cuando hubo tomado sus tres lanzas y sus tres escudos, se dirigió al sur. Al mismo punto en el que había atracado el carro del Dios en el que había llegado Terles.
Allí pudo encontrarlo, arrastrando a los toros atados por los pies para llevarlos hasta el carro. Ni tan siquiera el hijo de Zrous había podido dominar aquellas bestias, y solo había logrado doblegar su bravura mediante la fuerza bruta.
La lanza silbó en el aire, pero Terles pudo apartarse y cogerla mientras volaba. El vencedor sabía que iba a vencer, y el vencido sabía que iba a ser vencido. Pero la lucha no fue menos apasionada por ello.
Ambos pelearon durante las horas que precedieron a la media noche. Los hombres y los adiltanos hijos de Trigión presenciaron aquella lucha a mayor gloria de los Dioses. Y fue ahí donde, imitando los juegos de los Dioses, los trigionios crearon las luchas entre hombres y toros para henchir sus espíritus.
Y cuando faltaban minutos para la medianoche, Terles descargó una flecha que fue a atravesar los tres torsos de Trigión, alcanzándole los tres corazones, y haciendo que cumpliera con su destino.
Los Dioses estuvieron satisfechos, y Trigión pudo compartir comida y bebida con ellos en los banquetes que acompañan a los héroes tras la muerte.
Terles podía cumplir ahora con su misión, y regresar a su tierra con los toros del Dios de los hombres de Liberria. Pero antes, sabedor de la fe que Trigión profesaba, pues era la fe de su padre, tomó su cuerpo, y lo llevó en brazos hasta el fin del mundo.
Los toros descansaron atados junto al carro que surcaría el mar para llevar a Terles de vuelta a su tierra, y ningún trigionio osó acercarse a ellos.
Nadie reconoció en él un enemigo, sino un comerciante que, además de venir de otras tierras y caminar con aires nobles, era apuesto y fornido. Por ello, varias de las mujeres de aquellas ciudades -incluso algunas de las hijas de Trigión- yacieron con él.
Fue así como la sangre de trigionios y curetanos -y, después, de las gentes de toda Liberria- fue bañada no solo con el sello de un patriarca adiltano, sino de dos. Y, por venir Terles de Oriente, también fue así como surgiría la adoración al Sol en las tierras liberras, que no se practicaba en Adiltania.
Cuando Trigión se encontró por primera vez con Terles, intercambiaron palabras amistosas. Terles le habló de su padre, y Trigión le contó historias de Zrous que ni siquiera su hijo conocía. Terles le dio a conocer que moriría a sus manos, y Trigión le hizo saber que conocía su destino.
Y esa noche comieron y bebieron y compartieron mujeres, y rieron y lloraron juntos, hasta que cayeron dormidos
Al alba, Terles había desaparecido, y Trigión supo que era el día de su final. Como cada mañana, se dirigió a la dehesa para caminar entre los toros que solo él podía dominar. Pero ese día Alano, su can guardián de dos cabezas, no salió a recibirle.
Caminó durante horas buscando al guardián de su ganado, y pudo hallarlo muerto en los montes cercanos a Kadir. Cayó la noche mientras Trigión lloraba la pérdida de su can, que daría nombre en ese momento a toda la raza de canes que aún hoy puede localizarse en Liberria.
Trigión volvió a la dehesa con paso lento pero firme, con la ira hirviendo en sus venas. No había discutido a los Dioses su muerte, pero la de Alano era una crueldad que jamás perdonaría.
No le sorprendió encontrar las dehesas vacías, pues sabía que Terles tenía como objetivo tomar sus toros sin pedirlos ni pagarlos. Se despidió de su familia y, cuando hubo tomado sus tres lanzas y sus tres escudos, se dirigió al sur. Al mismo punto en el que había atracado el carro del Dios en el que había llegado Terles.
Allí pudo encontrarlo, arrastrando a los toros atados por los pies para llevarlos hasta el carro. Ni tan siquiera el hijo de Zrous había podido dominar aquellas bestias, y solo había logrado doblegar su bravura mediante la fuerza bruta.
La lanza silbó en el aire, pero Terles pudo apartarse y cogerla mientras volaba. El vencedor sabía que iba a vencer, y el vencido sabía que iba a ser vencido. Pero la lucha no fue menos apasionada por ello.
Ambos pelearon durante las horas que precedieron a la media noche. Los hombres y los adiltanos hijos de Trigión presenciaron aquella lucha a mayor gloria de los Dioses. Y fue ahí donde, imitando los juegos de los Dioses, los trigionios crearon las luchas entre hombres y toros para henchir sus espíritus.
Y cuando faltaban minutos para la medianoche, Terles descargó una flecha que fue a atravesar los tres torsos de Trigión, alcanzándole los tres corazones, y haciendo que cumpliera con su destino.
Los Dioses estuvieron satisfechos, y Trigión pudo compartir comida y bebida con ellos en los banquetes que acompañan a los héroes tras la muerte.
Terles podía cumplir ahora con su misión, y regresar a su tierra con los toros del Dios de los hombres de Liberria. Pero antes, sabedor de la fe que Trigión profesaba, pues era la fe de su padre, tomó su cuerpo, y lo llevó en brazos hasta el fin del mundo.
Los toros descansaron atados junto al carro que surcaría el mar para llevar a Terles de vuelta a su tierra, y ningún trigionio osó acercarse a ellos.