16/12/2019 08:32 AM
En la calmada mar, la luna se reflejaba aquella noche. Todo estaba en silencio salvo las galeras de aquel barco, donde reinaba el jolgorio. Cneo y Máximus eran los únicos hombre sobre cubierta, y trataban de entretenerse jugando una partida de ajedrez. No es que fueran muy aficionados a aquel juego de mesa, pero cualquier cosa era preferible a compartir espacio con el resto de la tripulación, pues eran esa clase de personas que alardean de cosas de las que deberían avergonzarse.
—Jaque mate.
Al haber perdido la partida, Cneo abrió mucho el único ojo que tenía.
—Ya no quiero jugar más —rezongó.
—¡Qué mal perder tienes! —comentó su compañero divertido.
—¡Hey!
Los dos hombres se giraron al unísono. Debido a la gran corpulencia que ambos poseían, nadie no solía meterse con ellos si estaba sobrio, pero se trataba de un hombre que había bebido litros de alcohol aquella noche.
—¿Los dos solitos a la luz de la luna? ¡Qué romántico!
—Piérdete, por tu propio bien —le advirtió Máximus.
—¡Pero qué borde eres! —le dijo en tono desafiante, y acto seguido, se abrazó a Cneo— ¿O tienes miedo de que te quite a tu novio?
Cneo notó como le estaba hurgando en la ropa a ver si podía robarle algo, así que lo noqueó de un puñetazo. Cargó sobre sus hombros el inconsciente cuerpo del borracho, y lo bajó a la galera del barco, donde lo arrojó al suelo, provocando que enmudecieran todos los presentes y se quedaran mirando la escena.
—¡Encargaos de que no nos vuelva a molestar! —les espetó.
Cuando subió, vio como Máximus reía levemente. ¡Cuantas veces habían vivido anécdotas como aquella! Perdiendo ambos la mirada en el horizonte, comenzaron a conversar.
—Siempre acabamos juntándonos con lo peor, ¿Eh, Max?
—Es la vida que elegimos cuando dejamos de ser soldados... luchamos contra lo peor, aliándonos con gente que da tanto asco como nuestros enemigos.
Y rieron amargamente, con aquella risa que tienen quienes se resignan a su destino.
—Al menos, cuando crezcan nuestros hijos, podremos decir que luchamos por un mundo mejor. Somos mercenarios, pero siempre nos guiamos por el honor.
—¡Será mejor que vayamos a dormir! —gruñó Cneo. La visión de un bello paisaje solía causarle melancolía, salvo que estuviera con su esposa para contemplarlo juntos.
***
Horas después del amanecer, toda la tripulación del Farrah estaba en cubierta. Salvo el vigía y el timonel, todos estaban con sus armas dispuestas. Llevaban varios días y aún no habían encontrado el objetivo, pero a sabiendas de que debían estar alerta —pues ya habían descansado durante la noche—, estaban todos en silencio. Había indiferencia entre todos ellos, salvo aquel que fue noqueado por Cneo la noche anterior, que miraba con rencor a esos dos hombres. Finalmente, el vigía gritó:
—¡Enemigo a babor!
Cneo y Máximus se miraron con cierta solemnidad. «Es hora de combatir», se dijeron mutuamente con la mirada. La ligera carabela se comenzó a aproximar al galeón, y daban por hecho que las dos carabelas aliadas que iban detrás, la Jaclyn y la Kate también se estaban preparando para la batalla. Ambos desenvainaron sus espadas y miraron el brillante filo, sintiéndose listos para el combate.
—¡Vamos a abordar el barco! ¡Que cada hombre coja una cuerda con gancho! ¡Les vamos a dar su merecido!
Los dos exsoldados al escuchar eso, se apresuraron a obedecer.
—Evidentemente el trabajo duro, nos toca a nosotros, no podemos confiar en estos patanes —le dejó claro Máximus a su compañero.
Una vez las carabelas habían atrapado el galeón de Barbasucia, los hombres de las tres embarcaciones se asustaron. Los piratas resultaban muy amenazantes, con el cuerpo lleno de cicatrices y torsos musculosos. Sin embargo, si se habían enrolado consideraban que tenían posibilidades y no se iban a echar atrás en el último momento.
Al lanzar los ganchos desde las tres carabelas, inmovilizaron el barco. Los piratas rugieron y alzaron sus armas hacia el cielo en señal de amenaza. Salió del castillo de popa el temible Barbasucia, y con dos espadas curvas a cada lado, subió las escaleras y miró al enemigo desde la barandilla de popa.
—¡Jamás he sido derrotado, miserables! ¡No podréis conmigo!
Los expedicionarios, una vez habían acercado el galeón lo suficiente, abordaron el barco, y comenzaron a atacar a los piratas, quienes, en general, luchaban mucho mejor.
Los dos exsoldados, a golpe de espada, se abrieron un hueco hacia el castillo de popa, donde Barbasucia se encontraba azuzando a sus hombres al combate. Cuando el pirata se encontró ante aquellos dos hombres, altos, fornidos y con espada en mano, no se amilanó.
—Al final me tengo que ensuciar las manos... —siseó con desprecio.
—Sí, como la barba —comentó Cneo con una sonrisa.
El barbudo se lanzó hacia los exsoldados y peleaba como un genio. Cneo y Máximus tuvieron que tener sumo cuidado para no ser ensartados y parar todas las estocadas. A su vez, el vigor de aquel hombre estaba fuera de lo común, y no solo daba estocadas, sino que también les propinó alguna patada que otra, aunque no fueron suficientes para derribarlo. En un momento del combate, el filo de la espada de Máximus golpeó con fuerza la muñeca izquierda de Barbasucia, lo que hizo que perdiera la concentración, por lo que fue noqueado con un puñetazo del exsoldado con la mano izquierda.
—¡Bien hecho, Max! —exclamó su compañero. Se alegraba de que hubieran podido derrotarlo vivo, pues al poder juzgarlo la recompensa sería mayor.
—Átalo. Yo voy a ver derrotar a sus compinches —dijo. Estaba seguro de que podría derrotarlos, pues al lado del capitán, no eran más que molestos mosquitos.
Máximus bajó las escaleras y se lanzó a por los subordinados de Barbasucia.
—Otra vez que nos sale bien la cosa... —murmuró Cneo mientras ataba al capitán—. Al final ha merecido la pena, aunque empiezo a cansarme de esta vida...
Al tenerlo tan cerca, se fijó en la barba rala y descuidada que daba nombre al pirata. Tenía manchas de comida, de bebida y de repente vio un insecto trepando por ella.
—¡Que asco! ¡Voy a afeitarlo ahora mismo! —dijo sacando un cuchillo que tenía escondido en la bota.
—Jaque mate.
Al haber perdido la partida, Cneo abrió mucho el único ojo que tenía.
—Ya no quiero jugar más —rezongó.
—¡Qué mal perder tienes! —comentó su compañero divertido.
—¡Hey!
Los dos hombres se giraron al unísono. Debido a la gran corpulencia que ambos poseían, nadie no solía meterse con ellos si estaba sobrio, pero se trataba de un hombre que había bebido litros de alcohol aquella noche.
—¿Los dos solitos a la luz de la luna? ¡Qué romántico!
—Piérdete, por tu propio bien —le advirtió Máximus.
—¡Pero qué borde eres! —le dijo en tono desafiante, y acto seguido, se abrazó a Cneo— ¿O tienes miedo de que te quite a tu novio?
Cneo notó como le estaba hurgando en la ropa a ver si podía robarle algo, así que lo noqueó de un puñetazo. Cargó sobre sus hombros el inconsciente cuerpo del borracho, y lo bajó a la galera del barco, donde lo arrojó al suelo, provocando que enmudecieran todos los presentes y se quedaran mirando la escena.
—¡Encargaos de que no nos vuelva a molestar! —les espetó.
Cuando subió, vio como Máximus reía levemente. ¡Cuantas veces habían vivido anécdotas como aquella! Perdiendo ambos la mirada en el horizonte, comenzaron a conversar.
—Siempre acabamos juntándonos con lo peor, ¿Eh, Max?
—Es la vida que elegimos cuando dejamos de ser soldados... luchamos contra lo peor, aliándonos con gente que da tanto asco como nuestros enemigos.
Y rieron amargamente, con aquella risa que tienen quienes se resignan a su destino.
—Al menos, cuando crezcan nuestros hijos, podremos decir que luchamos por un mundo mejor. Somos mercenarios, pero siempre nos guiamos por el honor.
—¡Será mejor que vayamos a dormir! —gruñó Cneo. La visión de un bello paisaje solía causarle melancolía, salvo que estuviera con su esposa para contemplarlo juntos.
***
Horas después del amanecer, toda la tripulación del Farrah estaba en cubierta. Salvo el vigía y el timonel, todos estaban con sus armas dispuestas. Llevaban varios días y aún no habían encontrado el objetivo, pero a sabiendas de que debían estar alerta —pues ya habían descansado durante la noche—, estaban todos en silencio. Había indiferencia entre todos ellos, salvo aquel que fue noqueado por Cneo la noche anterior, que miraba con rencor a esos dos hombres. Finalmente, el vigía gritó:
—¡Enemigo a babor!
Cneo y Máximus se miraron con cierta solemnidad. «Es hora de combatir», se dijeron mutuamente con la mirada. La ligera carabela se comenzó a aproximar al galeón, y daban por hecho que las dos carabelas aliadas que iban detrás, la Jaclyn y la Kate también se estaban preparando para la batalla. Ambos desenvainaron sus espadas y miraron el brillante filo, sintiéndose listos para el combate.
—¡Vamos a abordar el barco! ¡Que cada hombre coja una cuerda con gancho! ¡Les vamos a dar su merecido!
Los dos exsoldados al escuchar eso, se apresuraron a obedecer.
—Evidentemente el trabajo duro, nos toca a nosotros, no podemos confiar en estos patanes —le dejó claro Máximus a su compañero.
Una vez las carabelas habían atrapado el galeón de Barbasucia, los hombres de las tres embarcaciones se asustaron. Los piratas resultaban muy amenazantes, con el cuerpo lleno de cicatrices y torsos musculosos. Sin embargo, si se habían enrolado consideraban que tenían posibilidades y no se iban a echar atrás en el último momento.
Al lanzar los ganchos desde las tres carabelas, inmovilizaron el barco. Los piratas rugieron y alzaron sus armas hacia el cielo en señal de amenaza. Salió del castillo de popa el temible Barbasucia, y con dos espadas curvas a cada lado, subió las escaleras y miró al enemigo desde la barandilla de popa.
—¡Jamás he sido derrotado, miserables! ¡No podréis conmigo!
Los expedicionarios, una vez habían acercado el galeón lo suficiente, abordaron el barco, y comenzaron a atacar a los piratas, quienes, en general, luchaban mucho mejor.
Los dos exsoldados, a golpe de espada, se abrieron un hueco hacia el castillo de popa, donde Barbasucia se encontraba azuzando a sus hombres al combate. Cuando el pirata se encontró ante aquellos dos hombres, altos, fornidos y con espada en mano, no se amilanó.
—Al final me tengo que ensuciar las manos... —siseó con desprecio.
—Sí, como la barba —comentó Cneo con una sonrisa.
El barbudo se lanzó hacia los exsoldados y peleaba como un genio. Cneo y Máximus tuvieron que tener sumo cuidado para no ser ensartados y parar todas las estocadas. A su vez, el vigor de aquel hombre estaba fuera de lo común, y no solo daba estocadas, sino que también les propinó alguna patada que otra, aunque no fueron suficientes para derribarlo. En un momento del combate, el filo de la espada de Máximus golpeó con fuerza la muñeca izquierda de Barbasucia, lo que hizo que perdiera la concentración, por lo que fue noqueado con un puñetazo del exsoldado con la mano izquierda.
—¡Bien hecho, Max! —exclamó su compañero. Se alegraba de que hubieran podido derrotarlo vivo, pues al poder juzgarlo la recompensa sería mayor.
—Átalo. Yo voy a ver derrotar a sus compinches —dijo. Estaba seguro de que podría derrotarlos, pues al lado del capitán, no eran más que molestos mosquitos.
Máximus bajó las escaleras y se lanzó a por los subordinados de Barbasucia.
—Otra vez que nos sale bien la cosa... —murmuró Cneo mientras ataba al capitán—. Al final ha merecido la pena, aunque empiezo a cansarme de esta vida...
Al tenerlo tan cerca, se fijó en la barba rala y descuidada que daba nombre al pirata. Tenía manchas de comida, de bebida y de repente vio un insecto trepando por ella.
—¡Que asco! ¡Voy a afeitarlo ahora mismo! —dijo sacando un cuchillo que tenía escondido en la bota.