18/06/2015 07:29 AM
Hola compañeros
Escribo por primera vez en este foro (aunque ya empecé en Fantasiepica jeje). Espero ir conociéndoos y disfrutar participando y aportando cosas en este foro.
Para empezar, os dejo una historia que escribí hace poco, a ver que os parece ^^
LA ENCONTRÉ PARA LOS DOS
Escribo por primera vez en este foro (aunque ya empecé en Fantasiepica jeje). Espero ir conociéndoos y disfrutar participando y aportando cosas en este foro.
Para empezar, os dejo una historia que escribí hace poco, a ver que os parece ^^
LA ENCONTRÉ PARA LOS DOS
Sam no estaba seguro de si era una señal maravillosa o el presagio de un desastre, pero sí sabía que algo estaba pasando. Salió de la casa, y se aproximó despacio a la barandilla del porche, observando hipnotizado la inmensa negrura del bosque que se abría ante sus ojos. Se agarró angustiado a la madera astillada, mientras notaba el sudor frío en sus manos. La música sonaba desde algún punto del vacío oscuro que lo rodeaba. Notaba cómo iba penetrando en su interior, despertando sensaciones de miedo, excitación, pánico… Era un melodía triste, nostálgica, de esas que al escucharla te hacen saltar las lágrimas contenidas. La música cesó, y un rayo de luz se proyectó hacia la casa, cegando a Sam. La luz comenzó a parpadear entre los árboles. Parecía tratarse de una linterna, y pensó que lo estaban llamando. “Y si es ella…”, se dijo. Temblando, bajó las escaleras, y se adentró poco a poco en las lindes del bosque de pinos.
En aquel mundo de oscuridad y sombras, solo existía la realidad confusa de aquella linterna parpadeante, y el aliento frío de Sam que se elevaba en el aire. Al poco llegó a un claro del bosque, y entonces la vio, tan solo un instante, entrecortada y difusa. La linterna se apagó, y ya solo pudo percibir sombras que se movían, iluminadas por la luna creciente. Pero Sam recordaba el color de sus ojos, y cuándo ella le habló, vislumbró en su mente el lento pestañear de aquellas esmeraldas.
—Has venido a mí, Sam…por fin. Has vuelto…
—Nunca me fui, estuve siempre esperándote-Sam sintió que rompía a llorar, y notó el sabor salado de sus lágrimas-. Fui un tonto, un imbécil que esperó y esperó, mientras los días iban pasando, eternos y muertos. Me condenaste a una vida sin vida, a una muerte sin muerte —cayó de rodillas sobre el fango, pero no le importó. Solo sentía el corazón comprimiéndose, latiendo, queriendo escapar de su cuerpo—. Vete, ahora… —notó sus pasos acercándose a él—. ¡Ahora…!
Ella siguió aproximándose en la penumbra, despacio, sintiendo el crujir de las hojas bajo sus pies desnudos. Cuando llegó junto a Sam, se arrodilló a su lado. Tomó sus manos, frías y agarrotadas, y se las llevó a su mejilla.
—Sam, no te abandoné. Te pedí que me siguieras…era lo que más deseaba en el mundo. Mi sueño era ir contigo, de la mano, a descubrir la puerta. Sabía que existía, que tenía que estar en alguna parte —acarició el rostro de Sam, que sollozaba con el llanto contenido—La he encontrado, Sam… ha costado demasiado, tal vez todo… pero la he encontrado.
Ella se incorporó, tirando de Sam. Y lo abrazó. Sintió el movimiento acelerado de aquel corazón destrozado sobre su pecho, y el suyo también comenzó a latir con fuerza. Los dos, convertidos ahora en un solo ser, lloraban, porque habían estado separados demasiado tiempo, siendo lo que no eran, mientras la luna ciega y silenciosa observaba en la distancia.
—Déjame mostrártela, Sam —le susurró al oído—. Déjame enseñarte la puerta que he encontrado para los dos…
Agarró su mano, y lo guio por el claro hasta llegar a un lecho de hojas que había amontonado cerca de un gran árbol. Se tumbaron, sin romper el abrazo de sus manos.
—Observa el árbol que hay ante ti. Poco a poco, ve disipando las sombras de la noche que le han robado el color, e imagínatelo, siéntelo, verde y vivo. Cada tramo de su tronco, áspero y rugoso… cada hoja, bañada por el rocío, danzando con el viento de la mañana— mientras le hablaba, acariciaba con los dedos sus manos temblorosas-. Ahora cierra los ojos, y visualiza en tu mente, en tu mundo, que resigues con la mirada el cielo que se extiende más allá del árbol… ¿Qué ves?
—Veo un cielo azul, iluminado por el sol, sin nubes.
—Ve más allá, Sam, confía en mí…ordénale al sol que te deje ver la verdad, que no esconda lo que existe tras su luz —Sam se lo ordenó al sol, que iluminaba su mundo. Y éste obedeció. La luz se apagó, y ante él se proyectaron las estrellas de la noche—. Abre los ojos…
Los abrió, y vio que se encontraba ante el gran árbol, ante el mismo cielo estrellado que había visto cuando cerró los ojos al mundo, y los abrió hacía su interior.
—Ordénales, Sam, ahora que sabes que aquel cielo es también el tuyo, pídele a las estrellas que te muestren lo que hay más allá, que te abran la puerta…
Sam no sabía cómo pedir aquello. Todo era muy confuso, tal vez absurdo. “¿Qué tontería era aquella?”, pensó por un instante, “¿ese era el secreto, la puerta por la que hemos estado separados tanto tiempo?”. Y entonces sintió unas voces extrañas junto a él. No llegaban a ser ni un susurro, tal vez un eco. Se levantó del lecho de hojas, y sin saber el porqué, se encontraba trepando el gran árbol. Antes de llegar a la copa, Sam miró hacia ella. Permanecía tumbada, quieta, observándolo. No pudo percibir la expresión de su rostro, pero llegó a su mente aquel brillo esmeralda, y notó que su perfume de rosas se elevaba en el aire.
—Sam…Sam… —unas voces lo llamaban desde la inmensidad. Ahora podía percibirlas con claridad.
En lo más alto del gran árbol, alzó los brazos. Cerró los ojos, y apretando las manos, pidió a las estrellas que le enseñaran el secreto, que le abrieran la puerta de su mundo. Todo comenzó a moverse bajo sus pies, y se sintió proyectado hacia arriba. El gran árbol creció y creció, y Sam pensó que llegarían más allá del límite de la misma Tierra. Fue levantando los párpados, asustado, poco a poco. Se encontró solo, más solo que nunca. Miró a su alrededor, intentando saber dónde se encontraba, para descubrir que no se encontraba en ningún sitio, rodeado de oscuridad, de un vacío sin luz, sin estrellas. Gritó, y su voz no llegó a ninguna parte. Acobardado, se agazapó temblando sobre la copa del árbol.
—Sam…Sam…
Una silueta de luz comenzó a dibujarse en el horizonte vacío. Poco a poco, se materializó una gran puerta de cristal. Tras su superficie trasparente, Sam pudo ver todo un universo de estrellas, galaxias, mundos. Y entonces tuvo miedo, demasiado miedo ante aquella inmensidad.
Entonces Sam se armó del poco valor que le quedaba, y avanzó, abandonando la seguridad del árbol. Descubrió que su cuerpo podía gravitar sobre aquel vacío, y un paso tras otro, se fue aproximando a la puerta de cristal, hasta que estuvo frente a ella. Tocó con sus dedos su superficie, fría y frágil, que lo separaba de aquella realidad que palpitaba más allá. De repente, todo aquel universo comenzó a moverse, cada vez más rápido, frenético. Soles, planetas, nebulosas se iban acercando y alejando ante su mirada atónita.
—Sam…
Se giró, y la vio a su lado. Sintió su aliento cálido en la oreja, y su corazón se serenó. Vio que sostenía una espada en cada mano. Sonreía.
—Cógela Sam… —le tendió una de las espadas—. Abre la puerta, y deja que todo el universo llegue a ti—Sam agarró la gran empuñadura con sus dos manos, y la alzó contra la puerta de cristal—. La encontré para los dos, la puerta hacia el Otro Mundo. Pero tampoco olvidé las llaves…—alzó su espada también. Antes de arremeter contra la puerta, Sam observó durante un instante su rostro, sus ojos esmeraldas. Y escuchó, en su mente, su propia voz, desesperada y atormentada… “yo me conformaba con el mundo que era su abrazo, su sonrisa, su perfume. Habría dado todo los universos por no haberme separado de ella durante todos estos años, por despertarme cada mañana en su regazo…”, y ella, mirando también su rostro, lo escuchó en el vacío, reverberando como un eco en su alma. Y una lágrima salió de sus ojos verdes, y cayó en la oscuridad.
Los dos blandieron sus espadas contra la puerta. Millones de fragmentos de cristal salieron disparados a la oscura inmensidad que los sostenía, a ellos, a dos almas atormentadas por el deseo y la vida. Y todo se confundió, todo excepto el tacto de sus dos manos apretadas y sudorosas, que resistieron el impacto de todos los mundos del universo viniendo hacia ellos, traspasando la puerta quebrada. La realidad se apagó, y cada uno, en su oscuridad, vio el rostro del otro, sonriendo bajo luces palpitantes.
—Sam, despierta…la hemos atravesado. Lo hemos conseguido, amor, despierta…
Estaban sobre el lecho de hojas, en el claro. Pero ya la noche había pasado, y la mañana, una mañana que nunca se había despertado hasta ahora, lucía brillante en el rocío de las hojas. Los dos se abrazaron. Sam, entonces, recordó todo. Respiró sosegado, a pleno pulmón, el nuevo aire del mundo. Y supo que ya nada volvería a ser como antes. Ahora ellos, que habían alzado sus espadas, que habían luchado por romper sus cadenas, eran los dueños de su mundo. Suspiró, y un sentimiento de tristeza lo embargó, porque el mundo irreal seguiría su camino sin ellos, danzando cruel junto a los guerreros durmientes que no atravesaban la lejana puerta de las estrellas…
En aquel mundo de oscuridad y sombras, solo existía la realidad confusa de aquella linterna parpadeante, y el aliento frío de Sam que se elevaba en el aire. Al poco llegó a un claro del bosque, y entonces la vio, tan solo un instante, entrecortada y difusa. La linterna se apagó, y ya solo pudo percibir sombras que se movían, iluminadas por la luna creciente. Pero Sam recordaba el color de sus ojos, y cuándo ella le habló, vislumbró en su mente el lento pestañear de aquellas esmeraldas.
—Has venido a mí, Sam…por fin. Has vuelto…
—Nunca me fui, estuve siempre esperándote-Sam sintió que rompía a llorar, y notó el sabor salado de sus lágrimas-. Fui un tonto, un imbécil que esperó y esperó, mientras los días iban pasando, eternos y muertos. Me condenaste a una vida sin vida, a una muerte sin muerte —cayó de rodillas sobre el fango, pero no le importó. Solo sentía el corazón comprimiéndose, latiendo, queriendo escapar de su cuerpo—. Vete, ahora… —notó sus pasos acercándose a él—. ¡Ahora…!
Ella siguió aproximándose en la penumbra, despacio, sintiendo el crujir de las hojas bajo sus pies desnudos. Cuando llegó junto a Sam, se arrodilló a su lado. Tomó sus manos, frías y agarrotadas, y se las llevó a su mejilla.
—Sam, no te abandoné. Te pedí que me siguieras…era lo que más deseaba en el mundo. Mi sueño era ir contigo, de la mano, a descubrir la puerta. Sabía que existía, que tenía que estar en alguna parte —acarició el rostro de Sam, que sollozaba con el llanto contenido—La he encontrado, Sam… ha costado demasiado, tal vez todo… pero la he encontrado.
Ella se incorporó, tirando de Sam. Y lo abrazó. Sintió el movimiento acelerado de aquel corazón destrozado sobre su pecho, y el suyo también comenzó a latir con fuerza. Los dos, convertidos ahora en un solo ser, lloraban, porque habían estado separados demasiado tiempo, siendo lo que no eran, mientras la luna ciega y silenciosa observaba en la distancia.
—Déjame mostrártela, Sam —le susurró al oído—. Déjame enseñarte la puerta que he encontrado para los dos…
Agarró su mano, y lo guio por el claro hasta llegar a un lecho de hojas que había amontonado cerca de un gran árbol. Se tumbaron, sin romper el abrazo de sus manos.
—Observa el árbol que hay ante ti. Poco a poco, ve disipando las sombras de la noche que le han robado el color, e imagínatelo, siéntelo, verde y vivo. Cada tramo de su tronco, áspero y rugoso… cada hoja, bañada por el rocío, danzando con el viento de la mañana— mientras le hablaba, acariciaba con los dedos sus manos temblorosas-. Ahora cierra los ojos, y visualiza en tu mente, en tu mundo, que resigues con la mirada el cielo que se extiende más allá del árbol… ¿Qué ves?
—Veo un cielo azul, iluminado por el sol, sin nubes.
—Ve más allá, Sam, confía en mí…ordénale al sol que te deje ver la verdad, que no esconda lo que existe tras su luz —Sam se lo ordenó al sol, que iluminaba su mundo. Y éste obedeció. La luz se apagó, y ante él se proyectaron las estrellas de la noche—. Abre los ojos…
Los abrió, y vio que se encontraba ante el gran árbol, ante el mismo cielo estrellado que había visto cuando cerró los ojos al mundo, y los abrió hacía su interior.
—Ordénales, Sam, ahora que sabes que aquel cielo es también el tuyo, pídele a las estrellas que te muestren lo que hay más allá, que te abran la puerta…
Sam no sabía cómo pedir aquello. Todo era muy confuso, tal vez absurdo. “¿Qué tontería era aquella?”, pensó por un instante, “¿ese era el secreto, la puerta por la que hemos estado separados tanto tiempo?”. Y entonces sintió unas voces extrañas junto a él. No llegaban a ser ni un susurro, tal vez un eco. Se levantó del lecho de hojas, y sin saber el porqué, se encontraba trepando el gran árbol. Antes de llegar a la copa, Sam miró hacia ella. Permanecía tumbada, quieta, observándolo. No pudo percibir la expresión de su rostro, pero llegó a su mente aquel brillo esmeralda, y notó que su perfume de rosas se elevaba en el aire.
—Sam…Sam… —unas voces lo llamaban desde la inmensidad. Ahora podía percibirlas con claridad.
En lo más alto del gran árbol, alzó los brazos. Cerró los ojos, y apretando las manos, pidió a las estrellas que le enseñaran el secreto, que le abrieran la puerta de su mundo. Todo comenzó a moverse bajo sus pies, y se sintió proyectado hacia arriba. El gran árbol creció y creció, y Sam pensó que llegarían más allá del límite de la misma Tierra. Fue levantando los párpados, asustado, poco a poco. Se encontró solo, más solo que nunca. Miró a su alrededor, intentando saber dónde se encontraba, para descubrir que no se encontraba en ningún sitio, rodeado de oscuridad, de un vacío sin luz, sin estrellas. Gritó, y su voz no llegó a ninguna parte. Acobardado, se agazapó temblando sobre la copa del árbol.
—Sam…Sam…
Una silueta de luz comenzó a dibujarse en el horizonte vacío. Poco a poco, se materializó una gran puerta de cristal. Tras su superficie trasparente, Sam pudo ver todo un universo de estrellas, galaxias, mundos. Y entonces tuvo miedo, demasiado miedo ante aquella inmensidad.
Entonces Sam se armó del poco valor que le quedaba, y avanzó, abandonando la seguridad del árbol. Descubrió que su cuerpo podía gravitar sobre aquel vacío, y un paso tras otro, se fue aproximando a la puerta de cristal, hasta que estuvo frente a ella. Tocó con sus dedos su superficie, fría y frágil, que lo separaba de aquella realidad que palpitaba más allá. De repente, todo aquel universo comenzó a moverse, cada vez más rápido, frenético. Soles, planetas, nebulosas se iban acercando y alejando ante su mirada atónita.
—Sam…
Se giró, y la vio a su lado. Sintió su aliento cálido en la oreja, y su corazón se serenó. Vio que sostenía una espada en cada mano. Sonreía.
—Cógela Sam… —le tendió una de las espadas—. Abre la puerta, y deja que todo el universo llegue a ti—Sam agarró la gran empuñadura con sus dos manos, y la alzó contra la puerta de cristal—. La encontré para los dos, la puerta hacia el Otro Mundo. Pero tampoco olvidé las llaves…—alzó su espada también. Antes de arremeter contra la puerta, Sam observó durante un instante su rostro, sus ojos esmeraldas. Y escuchó, en su mente, su propia voz, desesperada y atormentada… “yo me conformaba con el mundo que era su abrazo, su sonrisa, su perfume. Habría dado todo los universos por no haberme separado de ella durante todos estos años, por despertarme cada mañana en su regazo…”, y ella, mirando también su rostro, lo escuchó en el vacío, reverberando como un eco en su alma. Y una lágrima salió de sus ojos verdes, y cayó en la oscuridad.
Los dos blandieron sus espadas contra la puerta. Millones de fragmentos de cristal salieron disparados a la oscura inmensidad que los sostenía, a ellos, a dos almas atormentadas por el deseo y la vida. Y todo se confundió, todo excepto el tacto de sus dos manos apretadas y sudorosas, que resistieron el impacto de todos los mundos del universo viniendo hacia ellos, traspasando la puerta quebrada. La realidad se apagó, y cada uno, en su oscuridad, vio el rostro del otro, sonriendo bajo luces palpitantes.
—Sam, despierta…la hemos atravesado. Lo hemos conseguido, amor, despierta…
Estaban sobre el lecho de hojas, en el claro. Pero ya la noche había pasado, y la mañana, una mañana que nunca se había despertado hasta ahora, lucía brillante en el rocío de las hojas. Los dos se abrazaron. Sam, entonces, recordó todo. Respiró sosegado, a pleno pulmón, el nuevo aire del mundo. Y supo que ya nada volvería a ser como antes. Ahora ellos, que habían alzado sus espadas, que habían luchado por romper sus cadenas, eran los dueños de su mundo. Suspiró, y un sentimiento de tristeza lo embargó, porque el mundo irreal seguiría su camino sin ellos, danzando cruel junto a los guerreros durmientes que no atravesaban la lejana puerta de las estrellas…
“El camino misterioso va hacia el interior. Es en nosotros, y no en otra parte, donde se halla la eternidad de los mundos, el pasado y el futuro” (Novalis)