07/07/2015 02:39 AM
(This post was last modified: 13/07/2015 05:41 PM by Tyren Lannister.)
Esta historia ya está publicada en otros sitios, pero la voy a poner aquí también para ver si por fin recibo críticas decentes. Es la pieza fundamental de mi parte del Submundo, que comparto con DrRocket. Espero que os guste y que digáis lo que no os agrada.
Rachel Smithson miró las lecturas de su ordenador-Nos vamos- anunció a las diez personas que había en esa sala con ella.- El Sujeto 0 ha dejado Norteamérica.
Minutos antes, el Sujeto 0 aún estaba en el continente. Derramó unas lágrimas sobre un montón de tierra recién apilado, sobre el que había una piedra en la que estaba escrito toscamente: "Zaren".
-Te lo prometo, amigo- dijo.- Le buscaré y le protegeré. Espero no fallarte por una vez.
El sol se ocultó tras las colinas boscosas. Entonces se fue.
Lo que el Sujeto 0 no sabía era que, en ese mismo momento, ya había fallado a Zaren.
Lentamente, con movimientos mecánicos, Oren Sylvan empezó a comerse el contenido de su plato.
Desde hacía dos semanas, el chico vivía así: sin ganas, casi por inercia. A pesar de sus diez años.
- Vamos- Elepé le acarició el pelo, del color de la arena, que le caía de la cabeza en mechones desiguales.- No puedes seguir así toda la vida. ¡Estás vivo, gracias a Dios! Algún día lo tendrás que superar, y cuanto antes, mejor.
Oren no dijo nada. No había dicho nada desde… eso.
Elepé era un cura, que había sido amigo de sus padres. Había sido el primero en ayudar a Oren, y el único. Ahora estaba intentando adoptarle.
El piso en que ambos vivían estaba situado en la calle San Bernardo, en el centro de Madrid. Tenía cinco habitaciones: un recibidor, un salón, una cocina-comedor, un cuarto de baño y un dormitorio. Casi todo el mobiliario y el suelo eran de madera, y en la decoración se unían motivos religiosos de todo tipo y arte de cierto país africano al que Elepé había ido de misionero en su juventud.
Horas más tarde, el cura se dispuso a salir.
- Tengo que dar una misa. ¿Vienes?
Oren fue al recibidor, cogió su abrigo y se lo puso.
- Dios mío… Tú odiabas las misas… ¿Qué te han hecho?
“Ójala lo supieras, Elepé.”
La iglesia que el cura atendía era un edificio pequeño, situado en una plaza pequeña en un barrio de calles estrechas. No estaba lejos de su casa.
Tras la misa, que fue tan aburrida como de costumbre, Elepé entró al confesionario y, uno por uno, los devotos se fueron confesando. Cuando hubo acabado, el cura dijo:
- ¡Hora de irse! Oren, ¿me ayudas a recoger?
Pero alguien entró.
- Está cerrado. Por favor, vuelva mañana.
- Yo creía que el Señor nos podía atender en cualquier momento- se burló la que acababa de entrar.
Tendría cuarenta y algo años, era delgada, y tenía un pelo castaño que le caía ondulando hasta la mitad de la espalda. Sus ojos eran de la forma y el color de las almendras.
- Amelia Grenland- dijo Elepé fríamente.- Pasa.
Estuvieron un rato hablando en el confesionario, pero Oren no pudo oír nada.
Tras ello, la mujer salió, Elepé y Oren recogieron las cosas que tenían en la iglesia, salieron también y volvieron a su casa. Allí, Elepé firmó algunas cosas.
Ese hombre moreno, de ojos verdes y pelo corto, unos cincuenta años y algo gordo se llamaba en realidad Luis Pérez, pero como su firma era un bosque de florituras en el que se escondían sus iniciales, el padre de Oren le había llamado desde siempre Elepé, y su hijo había heredado la costumbre.
Esa noche, Oren se durmió, y, como ya era habitual, le despertaron los gritos de las atroces pesadillas sobre lo que había ocurrido dos semanas atrás que tuvo. Se pasó un buen rato inmóvil en la oscuridad, esperando al asesino. Pero no vino, y tras unas horas Oren cayó en un sueño profundo y negro.
Al día siguiente se despertó tarde. Elepé no estaba, así que se sirvió él mismo el desayuno. Cuando hubo terminado de desayunar, entró el cura.
- ¡Buenos días, dormilón! Mira, estuve en tu casa, y buscando entre tus cosas encontré esto.
Oren se levantó de la silla. El cura había dado en el clavo. Sostenía una bolsa de deporte en la que había un equipo completo de esgrima.
- Da la casualidad de que yo, de joven, era un buen tirador. ¿Qué tal si practicamos un poco?
Oren ya se había puesto el casco y cogido el florete.
- Veo que te gusta. Pues voy a por lo mío.
Salieron al salón, y Elepé entró a la habitación y salió vestido como Oren. Se colocaron a tres pasos de distancia.
- En guard- se colocaron en guardia,- allez!
Avanzaron con cautela. Cuando estuvieron a la distancia suficiente, empezaron a intercambiar golpes; bastante básicos, para medir al oponente.
Entonces, Oren le apartó el florete usando el suyo, avanzó, y, en un complicado giro de brazos, le tocó el pecho con su arma sin dejar la del cura moverse, todo esto tan rápido que Elepé no pudo reaccionar. El segundo punto transcurrió de manera parecida, y así el tercero.
- ¡Vaya! ¡Pero que buen tirador eres! Tienes una manera de manejar el florete bastante curiosa.
- Mi padre decía que soy como un gato, siempre jugueteando con mi presa antes de matarla.
Elepé miró con asombro a Oren, que había dicho esa frase con una mezcla de orgullo y tristeza. No había podido resistirse.
- ¿Ves? No pasa nada por hablar. No tengas miedo.
Lentamente, dolorosamente, Oren articuló otra frase.
- ¿Quién era la mujer de ayer?
Elepé torció el gesto.
- Es Amelia Grenland. Antes del… asesinato, hablaba mucho con tus padres y conmigo.
- ¿Érais amigos?- la curiosidad mató al gato.
- No, nuestra relación es muy fría. Siempre hablábamos de ti, Oren.
- ¿De mí?
- Sí. Ella dijo unas cosas que… me hicieron creer que estaba loca, pero he visto horribles confirmaciones de ello. Ahora prefiero saber lo menos posible de ese asunto.
- Te voy a ser sincero… ¿Estás seguro de querer escucharlo?- Oren asintió.- Que la policía no investigue el asesinato de tus padres.
Era verdad. El inspector había postulado muy rápidamente una venganza, combinada con arrebato de furia, y había dicho que buscarían a cualquier persona que pudiera haber hecho eso a sus padres. Esa explicación, endeble de por sí, la remataba el hecho de que no hubieran preguntado nada al testigo, que era…
A Oren le empezó a doler el pecho, y paró de intentar razonar.
A un océano de allí, Rachel Smithson miró una lectura en una pantalla. Tras más de diez días en una posición errante alrededor del mundo, el Sujeto 0 se había estabilizado.
Ella pertenecía a las fuerzas de acción del Gabinete. Éstas eran algo así como la Interpol mágica: una asociación de magos y humanos sin poderes que se ocupaba de luchar contra los problemas mágicos, y de mantener en secreto cualquier evento destructivo relacionado con la magia.
Técnicamente, el Sujeto 0 no había hecho nada demasiado malo, nada tan grande como para que le persiguiera el Gabinete, pero su mera existencia era una aberración: la oscuridad como elemento mágico era casi imposible de controlar. Pero él había conseguido hacerlo. Aunque si bien su cuerpo era estable, su mente estaba destrozada. Y la agente no sabía cuál de las dos era peor.
Apagó su pantalla, que por un momento devolvió su reflejo. Tenía un cuerpo atlético, pelo color caoba muy corto y ojos del color de la miel. Llevaba mucho tiempo sin dormir, y no le importaba: había pedido encargarse personalmente del Sujeto 0, porque, aunque hubieran pasado casi diecisiete años, no lo había olvidado. Y le haría recordárselo a su perseguido.
- Despegamos- le dijo al piloto, pero también le oyeron sus diez agentes subordinados.- A España.
El avión despegó. En unas dos horas, ese aparato militar habría cruzado el Atlántico y aterrizado.
Prólogo: Una Promesa
Rachel Smithson miró las lecturas de su ordenador-Nos vamos- anunció a las diez personas que había en esa sala con ella.- El Sujeto 0 ha dejado Norteamérica.
Minutos antes, el Sujeto 0 aún estaba en el continente. Derramó unas lágrimas sobre un montón de tierra recién apilado, sobre el que había una piedra en la que estaba escrito toscamente: "Zaren".
-Te lo prometo, amigo- dijo.- Le buscaré y le protegeré. Espero no fallarte por una vez.
El sol se ocultó tras las colinas boscosas. Entonces se fue.
Lo que el Sujeto 0 no sabía era que, en ese mismo momento, ya había fallado a Zaren.
1. Un trauma
- ¿A qué esperas?- le preguntó Elepé.- ¡Ese pollo no va a desaparecer solo!Lentamente, con movimientos mecánicos, Oren Sylvan empezó a comerse el contenido de su plato.
Desde hacía dos semanas, el chico vivía así: sin ganas, casi por inercia. A pesar de sus diez años.
- Vamos- Elepé le acarició el pelo, del color de la arena, que le caía de la cabeza en mechones desiguales.- No puedes seguir así toda la vida. ¡Estás vivo, gracias a Dios! Algún día lo tendrás que superar, y cuanto antes, mejor.
Oren no dijo nada. No había dicho nada desde… eso.
Elepé era un cura, que había sido amigo de sus padres. Había sido el primero en ayudar a Oren, y el único. Ahora estaba intentando adoptarle.
El piso en que ambos vivían estaba situado en la calle San Bernardo, en el centro de Madrid. Tenía cinco habitaciones: un recibidor, un salón, una cocina-comedor, un cuarto de baño y un dormitorio. Casi todo el mobiliario y el suelo eran de madera, y en la decoración se unían motivos religiosos de todo tipo y arte de cierto país africano al que Elepé había ido de misionero en su juventud.
Horas más tarde, el cura se dispuso a salir.
- Tengo que dar una misa. ¿Vienes?
Oren fue al recibidor, cogió su abrigo y se lo puso.
- Dios mío… Tú odiabas las misas… ¿Qué te han hecho?
“Ójala lo supieras, Elepé.”
La iglesia que el cura atendía era un edificio pequeño, situado en una plaza pequeña en un barrio de calles estrechas. No estaba lejos de su casa.
Tras la misa, que fue tan aburrida como de costumbre, Elepé entró al confesionario y, uno por uno, los devotos se fueron confesando. Cuando hubo acabado, el cura dijo:
- ¡Hora de irse! Oren, ¿me ayudas a recoger?
Pero alguien entró.
- Está cerrado. Por favor, vuelva mañana.
- Yo creía que el Señor nos podía atender en cualquier momento- se burló la que acababa de entrar.
Tendría cuarenta y algo años, era delgada, y tenía un pelo castaño que le caía ondulando hasta la mitad de la espalda. Sus ojos eran de la forma y el color de las almendras.
- Amelia Grenland- dijo Elepé fríamente.- Pasa.
Estuvieron un rato hablando en el confesionario, pero Oren no pudo oír nada.
Tras ello, la mujer salió, Elepé y Oren recogieron las cosas que tenían en la iglesia, salieron también y volvieron a su casa. Allí, Elepé firmó algunas cosas.
Ese hombre moreno, de ojos verdes y pelo corto, unos cincuenta años y algo gordo se llamaba en realidad Luis Pérez, pero como su firma era un bosque de florituras en el que se escondían sus iniciales, el padre de Oren le había llamado desde siempre Elepé, y su hijo había heredado la costumbre.
Esa noche, Oren se durmió, y, como ya era habitual, le despertaron los gritos de las atroces pesadillas sobre lo que había ocurrido dos semanas atrás que tuvo. Se pasó un buen rato inmóvil en la oscuridad, esperando al asesino. Pero no vino, y tras unas horas Oren cayó en un sueño profundo y negro.
Al día siguiente se despertó tarde. Elepé no estaba, así que se sirvió él mismo el desayuno. Cuando hubo terminado de desayunar, entró el cura.
- ¡Buenos días, dormilón! Mira, estuve en tu casa, y buscando entre tus cosas encontré esto.
Oren se levantó de la silla. El cura había dado en el clavo. Sostenía una bolsa de deporte en la que había un equipo completo de esgrima.
- Da la casualidad de que yo, de joven, era un buen tirador. ¿Qué tal si practicamos un poco?
Oren ya se había puesto el casco y cogido el florete.
- Veo que te gusta. Pues voy a por lo mío.
Salieron al salón, y Elepé entró a la habitación y salió vestido como Oren. Se colocaron a tres pasos de distancia.
- En guard- se colocaron en guardia,- allez!
Avanzaron con cautela. Cuando estuvieron a la distancia suficiente, empezaron a intercambiar golpes; bastante básicos, para medir al oponente.
Entonces, Oren le apartó el florete usando el suyo, avanzó, y, en un complicado giro de brazos, le tocó el pecho con su arma sin dejar la del cura moverse, todo esto tan rápido que Elepé no pudo reaccionar. El segundo punto transcurrió de manera parecida, y así el tercero.
- ¡Vaya! ¡Pero que buen tirador eres! Tienes una manera de manejar el florete bastante curiosa.
- Mi padre decía que soy como un gato, siempre jugueteando con mi presa antes de matarla.
Elepé miró con asombro a Oren, que había dicho esa frase con una mezcla de orgullo y tristeza. No había podido resistirse.
- ¿Ves? No pasa nada por hablar. No tengas miedo.
Lentamente, dolorosamente, Oren articuló otra frase.
- ¿Quién era la mujer de ayer?
Elepé torció el gesto.
- Es Amelia Grenland. Antes del… asesinato, hablaba mucho con tus padres y conmigo.
- ¿Érais amigos?- la curiosidad mató al gato.
- No, nuestra relación es muy fría. Siempre hablábamos de ti, Oren.
- ¿De mí?
- Sí. Ella dijo unas cosas que… me hicieron creer que estaba loca, pero he visto horribles confirmaciones de ello. Ahora prefiero saber lo menos posible de ese asunto.
- Te voy a ser sincero… ¿Estás seguro de querer escucharlo?- Oren asintió.- Que la policía no investigue el asesinato de tus padres.
Era verdad. El inspector había postulado muy rápidamente una venganza, combinada con arrebato de furia, y había dicho que buscarían a cualquier persona que pudiera haber hecho eso a sus padres. Esa explicación, endeble de por sí, la remataba el hecho de que no hubieran preguntado nada al testigo, que era…
A Oren le empezó a doler el pecho, y paró de intentar razonar.
A un océano de allí, Rachel Smithson miró una lectura en una pantalla. Tras más de diez días en una posición errante alrededor del mundo, el Sujeto 0 se había estabilizado.
Ella pertenecía a las fuerzas de acción del Gabinete. Éstas eran algo así como la Interpol mágica: una asociación de magos y humanos sin poderes que se ocupaba de luchar contra los problemas mágicos, y de mantener en secreto cualquier evento destructivo relacionado con la magia.
Técnicamente, el Sujeto 0 no había hecho nada demasiado malo, nada tan grande como para que le persiguiera el Gabinete, pero su mera existencia era una aberración: la oscuridad como elemento mágico era casi imposible de controlar. Pero él había conseguido hacerlo. Aunque si bien su cuerpo era estable, su mente estaba destrozada. Y la agente no sabía cuál de las dos era peor.
Apagó su pantalla, que por un momento devolvió su reflejo. Tenía un cuerpo atlético, pelo color caoba muy corto y ojos del color de la miel. Llevaba mucho tiempo sin dormir, y no le importaba: había pedido encargarse personalmente del Sujeto 0, porque, aunque hubieran pasado casi diecisiete años, no lo había olvidado. Y le haría recordárselo a su perseguido.
- Despegamos- le dijo al piloto, pero también le oyeron sus diez agentes subordinados.- A España.
El avión despegó. En unas dos horas, ese aparato militar habría cruzado el Atlántico y aterrizado.