08/07/2015 02:42 PM
(07/07/2015 05:47 PM)fardis2 Wrote: Buenas compañer@ Tyren Lannister, ahora que tenía un poquito de tiempo libre para leer un poco sobre las historias de los usuarios, pues aquí estoy. Para empezar, la idea parece interesante, la narrativa es amena y fluida (aunque he visto algunos errores de tipeo) nada muy destacable. La primera impresión que me vino a la cabeza es (Soy el numero 4 (la película) Se que no tiene nada que ver, o me lo imagino, más bien. Es una mera impresión después de todo. En conclusión, no está nada mal. El prologo no estuvo mal tampoco,aunque algo escueto. Esperaremos a ver como se sigue desarrollando la historia para poder hacer un comentario mejor. Un saludo y nos leemos.¡Gracias por comentar! Me alegro de que te guste la idea. No he visto esa película, o a lo mejor sí, pero no me acuerdo.
¡Siguiente capítulo!
2. Una maga
Tras determinar que el objeto de su promesa vivía en España, Dornem se instaló en un piso abandonado de la capital. Allí estaba esa mañana a punto de empezar su búsqueda. Esperaba no equivocarse. No equivocarse de nuevo. Dornem era lo que era por culpa de la equivocación, o al menos, de la ignorancia.Se miró al espejo roto de una habitación sin vida. Seguía teniendo aspecto de adolescente, aunque tuviera ya más de treinta años. Era alto, y su piel y su pelo eran de un blanco inmaculado: la única pureza que quedaba en él. Era albino. Se miró a los ojos y al instante giró la cabeza. No podía soportar durante mucho tiempo esa mirada, se veía a sí mismo en ella.
Tenía en sus manos la máscara, tejida por él en una tela más dura y ligera que el mejor chaleco antibalas. Estaba hecha de trozos de tela negra cosidos entre sí con hilo blanco. Cubría toda la cabeza sin dejar agujeros. No sabía por qué la llevaba, pero desde hacía diecisiete años se mostraba sin ella sólo a aquellos en quienes más confiaba.
- Sujeto 0, entrégate.
Un agente del Gabinete. ¿Cuándo había entrado? ¿Podían haberle rastreado así de rápido? Seguro, con lo que había avanzado la tecnología…
Se giró hacia él con la máscara estirada frente al corazón. Bien hecho, el disparo se topó con el tejido mágico.
Se la puso, y su ropa normal se transformó en unos zapatos, pantalones, gabardina, guantes y sombrero, todo negro y hecho del mismo tejido que la máscara. Los siguientes disparos dolieron bastante, pero Dornem sabía de sobra que como mucho le causarían cardenales.
- ¡Estás acorralado!- gritó el agente.- ¡Entrégate!
- Ójala pudiera- se lamentó el mago.
Corrió hacia la ventana, la abrió y se tiró a la calle desierta. La caída desde el tercero tampoco le produciría lesiones importantes. Fue a una vía más transitada, donde los agentes no se atreverían a atacarle. ¿Por qué le perseguían?
“Eres gilipollas, lo sabes perfectamente.”
La oscuridad era el más inestable de los elementos mágicos: ni magos ni Bestias podían dominarla. Pero él, por equivocación o ignorancia, sí. Y, como era una magia casi incontrolable, el Gabinete, la agencia mundial de seguridad mágica, le perseguía.
“Pero saben que he logrado dominar mi magia. ¿Por qué me persiguen? Por su estado mental. Si había algo inestable en Dornem, era eso.
¿Cómo encontraría al objeto de su promesa? La explicación de Zaren no había sido muy clara. Mientras andaba por la calle viendo cómo algunas personas le miraban de forma rara por su vestimenta, recordó.
Zaren ya respiraba con dificultad. Estaba tendido sobre el suelo del bosque, sin poder mover la mayoría de sus potentes músculos.
- Con tu magia- había murmurado,- puedes sentir la magia ajena. Le encontrarás porque te atraerá, como la luz atrae a una polilla.
- ¿Tan poderoso es?- había preguntado Dornem.
- No, no es tan poderoso. Pero… es único. No hay otro como él.
Después llegaba el momento de la muerte de Zaren, pero Dornem no quería recordar eso. Desde entonces, hacía dos semanas, el mago oscuro había recorrido todo el mundo, viajando con la noche, intentando ser atraído. Y sí había notado la atracción: era una sensación extraña, sentía que no estaba cómodo en ningún sitio. Madrid era, de momento, el sitio donde menos incomodidad había notado. Por eso, ahora no le importaba adónde iba, se dejaba llevar.
Se detuvo en seco. Le había visto. No podía ser otro. Se le cortó la respiración. Formó en su mano una espada de sombras usando su magia. Y se lanzó a salvarle.
La noche anterior, Oren se había sumido en sueños turbulentos, y se despertó cuando la espada…
Pero esta vez, en vez de quedarse en silencio, apañó un maniquí sobre una silla usando su ropa y la de Elepé, cogió su florete y practicó en la oscuridad hasta caer dormido. Y durmió realmente bien.
Le despertó Elepé al entrar en la habitación: como en la casa solo había una verdadera cama, el cura dormía desde que adoptó a Oren en el salón, donde guardaba un sofá-cama para cualquier emergencia.
El cura le dio los buenos días, y Oren se los devolvió.
- Veo que te despiertas de buen humor.
- No lo he pasado mal esta noche.
- Supongo que eso es bueno. Mira- siguió tras una pausa,- la señora Grenland me pidió hablar contigo. Quiere hablarte sobre ese… asunto.
Oren recordó la alusión que había hecho Elepé el día anterior.
- Pero yo también quiero saber lo menos posible.
Sabía qué era lo que… había matado a sus padres, y no podía sospechar ni quería saber qué había tras ello.
- Es distinto. Creo que tú ya estás metido en ello hasta el fondo.
Oren se sumió en el miedo.
- Pero, Elepé, ¡no quiero!
- Mira, Oren- le acarició el pelo,- tienes cierta razón. Dicen que la ignorancia es la felicidad, y a eso me atengo. Pero tú, que, supongo, tras lo que viste no podrás ser feliz en mucho tiempo, tienes que pensar que el conocimiento es poder.
Se resignó a hacerlo. Amelia Grenland le diría qué podía causar a la vez una herida y una quemadura. Y por qué ese hombre… podía coger su espada… al rojo y no quemarse.
Llegó tras media hora. Oren no la oyó saludar al cura. Entró a la cocina, donde estaba el huérfano leyendo un libro, y se sentó a la mesa. Oren cerró el libro y la miró.
- Cierra la puerta, por favor.
Obedeció: Grenland parecía tener una autoridad natural. Cuando se volvió a sentar, la mujer dijo:
- Que sepas que no quiero hacerte daño.
Oren no respondió.
- ¿Qué fue? ¿Qué viste?
- Era un hombre, que sujetaba una espada al rojo vivo.
- Lo que suponía. Oren, tienes que saber que la magia existe, por mucho que te intenten o te intentes convencer de que no.
Oren no se alteró: eso explicaba muchas cosas.
- Hay muchos tipos de magia. Yo, por ejemplo, soy una maga del hielo. Y quiero saber qué eres tú.
- ¿Cómo sabe que yo puedo… hacer magia?
- La magia da. Te da conocimiento, poder… Pero también quita. Y mucho, la magia es cara. A ti ya te ha quitado, es lógico que te vaya a dar.
Oren comprendió por qué Elepé no quería saber nada de eso.
- ¿Y a usted qué le quitó?
El chico supo que no había dicho lo correcto cuando el gesto de Grenland se endureció.
- Mucho. No vuelvas a preguntarlo.
Estuvieron largos momentos en un silencio incómodo.
- Sé que llevaba mucho tiempo hablando con mis padres. ¿Cómo supo que yo puedo hacer magia?
- Mira… Como somos vecinos, a menudo te veía por la calle. Siempre has sido flaco, de aspecto endeble. Pero no sé, un día… un día cambiaste. Se te notaba más decidido, más fuerte. No fue gradual, y eso me hizo sospechar. Y junto con esto…
Oren no lo creía. En los libros y las películas, la magia aparecía en el último momento, cuando más se necesitaba. Pero en su caso no había sido así.
Estuvo a punto de irse, pero la presencia de la maga era realmente intimidante. Sin embargo, Amelia Grenland pronto se levantó y se despidió. Pero sus palabras quedaron, y cada vez le daban más miedo a Oren: “La magia te quita mucho. Es cara.”
Necesitaba hacer algo para distraerse, y vio que Elepé se estaba disponiendo a hacer la compra.
No, le dijo una voz interior, no salgas. Pero lentamente fue razonando: la calle era mucho más segura, pues allí había más gente. Así que consiguió el permiso del cura para ir al supermercado.
Menudo error.
Para ir al comercio, tenía que subir un tramo de la calle San Bernardo, que estaba en cuesta. Al llegar a la altura de la tienda, tenía que cruzar un semáforo. Y al otro lado le vio. El mismo pelo rubio oro. Los mismos ojos azules. Un paquete alargado envuelto en tela en la mano que solo podía ser una cosa. Cuando los coches empezaron a circular, Oren se libró del shock en el que estaba y empezó a correr huyendo del asesino.
Pero este también se había percatado de la víctima, así que corrió temerariamente a través de la calzada hasta dar alcance al chico. Sacó su espada de la funda de tela y, usando sus poderes de fuego, la puso al rojo.
- No es nada personal- le dijo a Oren.- Quisiera poder explicártelo, pero no hay tiempo. Que sepas que es por el bien común.
“¡Bien común una mierda! Magia, ¿dónde estás?”, pensó Oren tras ser arrojado al suelo. Intentó revolverse, pero el mago, que estaba encima de él, era demasiado fuerte. Entonces lo escuchó.
- ¡Métete con alguien de tu tamaño!
La voz había hablado en inglés, idioma que Oren conocía por la procedencia de sus padres, Manchester.
Acto seguido, una silueta vestida de negro que sujetaba una espada negra arremetió contra el de la espada roja. Este se defendió a duras penas y se alejó de Oren. Como ya no tenía a nadie encima, el chico rubio se alejó de los combatientes. El asesino hizo aparecer una llama en la palma de su mano libre, pero el salvador describió un amplio movimiento con el brazo. Por donde pasó la mano, quedó una estela de oscuridad que se tranformó en dagas de sombras que volaron e impactaron contra el asesino. Este, al ser herido, efectuó un intento desesperado de dañar a Oren: le lanzó la espada. Oren la paró abrazándola con el pecho. Notó un olor acre: tela quemada. Entonces recordó que la espada estaba al rojo. La soltó, y corrió gritando al piso del cura.
Estuvo allí en lo que le parecieron cinco segundos. Abrió el congelador, agarró una bolsa de hielo y...
Al mirarse la piel que había quedado al descubierto, notó la extraña ausencia de dolor.
Y es que la sudadera, el jersey y la camiseta estaban calcinados, pero en la piel de su torso y sus brazos no había ni una quemadura.