14/07/2015 02:04 PM
Perdón por el doble post... Aquí os traigo otro capítulo de Un Cuento de Madrid. Además, he cambiado el género a "fantasía contemporánea", porque aunque haya en esta historia magia y criaturas mitológicas, ocurre en un mundo muy parecido al real, de hecho, todas las localizaciones de esta historia son reales.
- ¿Qué te ha pasado, por Dios?
- Elepé…
Oren luchó por contener las lágrimas. No se lo había contado, ni pensaba hacerlo, pero no podía aguantar más.
- Aquel día… no solo murieron mis… mis padres, también…
- Calla- le abrazó.
- Pero… Ahora eres mi padre… ¿Cómo vas a quererme si no sabes nada de mí?
- Tranquilo- le besó en el pelo.- No quiero saber de eso, pero eso no significa que me importes o no- se separaron.- ¿Sabes por qué a los curas se nos llama padres?- hizo una pausa.- Porque tenemos la obligación de guiar, perdonar y querer a toda la gente del mundo. Toda, por poco que sepamos de ellos. Y tú no eres ninguna excepción, Oren.
- Gracias, Elepé- se volvieron a abrazar.- Los ángeles guardianes existen.
- Lo sé.
Oren no podía definir de otra manera la silueta negra que le había protegido, aunque no pareciera un ángel. Le había salvado la vida dos veces, y había hecho su piel ignífuga para que no se quemara con la espada.
Aquella noche durmió como no lo había hecho en mucho tiempo.
No así Dornem. Cuando el asesino se puso en fuga, el mago atormentado se quitó la máscara. Nadie sabía quién era, así que no se fijarían demasiado en él; no le importaba.
Siguió al mago hasta su casa. Entraría por la ventana, pero solo necesitaba conocer la puerta: la magia del piromante le diría el resto.
Esperó a la noche. Uno de sus poderes más útiles consistía en la habilidad de poder disolverse en la oscuridad, deshacerse en ella, y en ese estado podía desplazarse a velocidades increíbles, traspasar el cristal y colarse por cualquier oquedad, por pequeña que fuera. Por eso el Gabinete nunca le intentaba atacar de noche, por eso podía haber viajado por todo el mundo en apenas dos semanas.
Se disolvió en la noche y entró por la ventana. Había una luz en la vivienda. Se puso la máscara y, con la ropa tejida en sombras, fue a la luz.
El mago estaba en la cocina, viendo un partido de fútbol europeo en la televisión. Dornem le cogió por debajo del hombro, le levantó de la silla y le tiró al suelo. Le propinó dos o tres patadas.
- Que no vuelva a oír que tocas a ese niño.
- Tengo una buena razón para matarle- jadeó el mago.
La cuarta fue para las costillas.
- Ningún asesinato es por una buena razón.
El piromante soltó una risa.
- ¿Seguro?- su acento al hablar inglés irritaba al mago.- Sé quién eres. Eres Dornem. Y tú seguramente no pienses eso.
Dornem se enfadó aún más. “¡Yo nunca quise convertirme en esto!” Se agachó y sintió con satisfacción la mandíbula del hombre bajo su brazo derecho.
- Pronto… lamentarás…-tosió y escupió sangre- haberle salvado.
- Y tú lo lamentarás aún antes si le matas.
Se levantó y empezó a irse. Pero entonces el mago dijo:
- Seguramente solo estés haciendo algo bueno para ver cómo te sientes al hacerlo.
Dornem se volvió con calma: parecía calmado cuando rebasaba cierto límite de ira.
- Vi que te dejaste la espada- se agachó y le cogió la mano derecha.- Te voy a hacer un favor.
- ¿De verdad?- su ironía era odiosa.
Dornem apretó la mano hasta que oyó un crujido.
- Ya no la necesitarás en mucho tiempo.
Dejó al mago gritando de dolor en el suelo. Puestos a hacer psicoanálisis barato, Dornem podría haberle dicho que se estaba proyectando a sí mismo en él. Que el dolor que le causaba al mago era el que querría causarse a sí mismo. Pero él no era ningún Freud.
Se fue y buscó un sitio bueno para hablar. Lo encontró: una alta azotea donde nadie le vería. Después fue a la casa de su protegido: su magia era tan característica que no necesitó ninguna información previa. Se coló por la ventana y estuvo en su habitación. Miró al chico: su rostro dormido mostraba una tranquilidad que Dornem había olvidado. Miró el cuarto, ya que sus poderes le permitían ver en la oscuridad, para buscar un trozo de papel. La decoración le pareció rara para un niño de diez años, pero no le dio más importancia. Cuando encontró el papel, grabó en él unas letras con sombras, y lo dejó en la mesilla del chico rubio.
En el ascensor, Oren Sylvan se movía inquieto. Eran las diez de la mañana, y Elepá le había dejado salir (“¡Espero que lo pases mejor que ayer!”, le había dicho sonriendo). La razón para salir era una nota cuyas letras de sombras se habían disipado nada más leerla, en la que ponía una dirección, una hora y una frase: “Nos vimos ayer”. La había visto al despertarse en su mesilla. Sabía que era de su ángel de la guarda, ya que había visto sus poderes, y estaba impaciente por llegar a la azotea. Finalmente, el ascensor se detuvo, y él salió. Subió el tramo final de escaleras y salió por una puerta de metal.
Le recibió la brisa jugueteando con su pelo. Al frente estaba una figura de espaldas. Era alta y negra, con sombrero. Su gabardina se movía con la brisa. No cabía duda, era él. Oren corrió y le abrazó.
- ¡Gracias, gracias, gracias!- exclamó.
El ángel le apartó muy bruscamente.
- ¡Eres tú! Me habías asustado- su tono se ensombreció.- Si supieras más de mí no dirías eso. No me lo merezco.
Se quitó el sombrero y la máscara, y su ropa se transformó. El ángel de la oscuridad pasó a ser un adolescente casi normal, porque era albino. Pero algo en sus pupilas no le convencía, como tampoco le convencía su última frase.
- ¿Por qué dices eso? Eres mi ángel de la guarda. Me salvaste la vida.
Una sonrisa triste cruzó el rostro del joven.
- No soy ningún ángel. Me llamo Dornem. ¿Nos sentamos?
Se sentaron de espaldas a la calle, apoyados en la baranda.
- ¿Quién eres- le preguntó Dornem,- y qué eres?
- Me llamo Oren Sylvan.
- ¿Nada más? ¿Nada especial?
- Bueno… Algunos dicen que hago magia. Yo no lo creo.
- Puedes hacerla. Lo sé- se anticipó- porque mis poderes me permiten sentirla.
- ¿Por qué decías que no merecías que te diera las gracias?
Dornem cerró los ojos y espiró fuertemente.
- He hecho cosas horribles. He matado a mucha gente.
Oren sintió el impulso de alejarse.
- Quédate. No te haré nada.
- ¿Cómo puedo estar seguro?
- Hace tiempo tuve un amigo. Una vez me pidió dos cosas. Me dijo: “En algún lugar del mundo hay un niño único. Encuéntralo y protégelo.”
- ¿Y la otra?
- Que le enterrara. Murió esa misma noche- estuvieron un rato en silencio.- No era humano, era una Bestia del viento. Era parecido a un grifo, pero negro y cubierto de plumas duras como el acero…
- ¿Y ese niño único soy yo?- interrumpió Oren.
- Sí.
- Pero hay más gente que puede hacer magia. ¿Por qué yo soy único?
- Esa es una buena pregunta. Quiero responderla. ¿Por qué me dabas antes las gracias?
- Me salvaste la vida dos veces.
- ¿Dos?- Dornem le miró sorprendido. Una ayer, pero la otra no fui yo. ¿Qué pasó?
¡No había sido él! Entonces, ¿qué le había salvado esa vez?
- Mató… mató a mis padres.
- ¿Quién?
- El hombre de ayer.
- Ah, ese. No te preocupes más por él.
Oren se tranquilizó: a pesar de lo que dijera Dornem, parecía que se podía confiar en él. Como decía Elepé: “Una persona arrepentida es alguien nuevo y mejor”.
La puerta de las escaleras se abrió.
- ¡Mierda!- exclamó Dornem, y se puso de pie.
Entraron diez hombres grandes y musculosos que parecían agentes de las películas americanas.
- Debería haberlo previsto… Lo siento, Oren.
Oren también se levantó. Dornem se puso su máscara y se transformó en el mago oscuro.
Entró una undécima agente, una mujer.
- ¡Tú!- exclamó Dornem.
- Sí, yo. Inesperado, ¿verdad? Bueno, chicos, ya conocéis las órdenes.
Un presentimiento le dijo a Oren que se tumbara, y al segundo siguiente, una ráfaga de balas alcanzó de lleno a Dornem, que cayó de rodillas.
- ¿Y el niño?- oyó a un agente.
- Le consideraremos cómplice.
Eso fue lo peor que podía oír Oren en ese momento. Salió corriendo, dando un rodeo para evitar a los hombres en un intento desesperado de llegar a la puerta. Pero un agente le cogió con un abrazo de oso. A Oren le dio un ataque de pánico: no quería morir, no quería volver a..
Sintió cómo algo en su interior se abría. Después, micho fuego. El agente le soltó gritando. Él no esperó, y se fue sin pensar demasiado en lo que acababa de pasar.
- ¿Y ahora qué?- dijo un agente mientras el otro se revolvía en el suelo para apagar las llamas que devoraban su ropa.
- Gajes del oficio, Martin. Acostúmbrate.
- Dejadle…- la voz de Dornem reflejaba el dolor que le habían provocado los disparos.- Está limpio como el agua.
- Quizá a él le dejemos ir, Jakob- respondió Rachel Smithson,- pero a ti, no.
- No- se levantó.- Yo me voy solo.
Se subió a la baranda, dio un paso hacia atrás y cayó de la azotea.
3. Un ángel
- ¿Qué te ha pasado, por Dios?
- Elepé…
Oren luchó por contener las lágrimas. No se lo había contado, ni pensaba hacerlo, pero no podía aguantar más.
- Aquel día… no solo murieron mis… mis padres, también…
- Calla- le abrazó.
- Pero… Ahora eres mi padre… ¿Cómo vas a quererme si no sabes nada de mí?
- Tranquilo- le besó en el pelo.- No quiero saber de eso, pero eso no significa que me importes o no- se separaron.- ¿Sabes por qué a los curas se nos llama padres?- hizo una pausa.- Porque tenemos la obligación de guiar, perdonar y querer a toda la gente del mundo. Toda, por poco que sepamos de ellos. Y tú no eres ninguna excepción, Oren.
- Gracias, Elepé- se volvieron a abrazar.- Los ángeles guardianes existen.
- Lo sé.
Oren no podía definir de otra manera la silueta negra que le había protegido, aunque no pareciera un ángel. Le había salvado la vida dos veces, y había hecho su piel ignífuga para que no se quemara con la espada.
Aquella noche durmió como no lo había hecho en mucho tiempo.
No así Dornem. Cuando el asesino se puso en fuga, el mago atormentado se quitó la máscara. Nadie sabía quién era, así que no se fijarían demasiado en él; no le importaba.
Siguió al mago hasta su casa. Entraría por la ventana, pero solo necesitaba conocer la puerta: la magia del piromante le diría el resto.
Esperó a la noche. Uno de sus poderes más útiles consistía en la habilidad de poder disolverse en la oscuridad, deshacerse en ella, y en ese estado podía desplazarse a velocidades increíbles, traspasar el cristal y colarse por cualquier oquedad, por pequeña que fuera. Por eso el Gabinete nunca le intentaba atacar de noche, por eso podía haber viajado por todo el mundo en apenas dos semanas.
Se disolvió en la noche y entró por la ventana. Había una luz en la vivienda. Se puso la máscara y, con la ropa tejida en sombras, fue a la luz.
El mago estaba en la cocina, viendo un partido de fútbol europeo en la televisión. Dornem le cogió por debajo del hombro, le levantó de la silla y le tiró al suelo. Le propinó dos o tres patadas.
- Que no vuelva a oír que tocas a ese niño.
- Tengo una buena razón para matarle- jadeó el mago.
La cuarta fue para las costillas.
- Ningún asesinato es por una buena razón.
El piromante soltó una risa.
- ¿Seguro?- su acento al hablar inglés irritaba al mago.- Sé quién eres. Eres Dornem. Y tú seguramente no pienses eso.
Dornem se enfadó aún más. “¡Yo nunca quise convertirme en esto!” Se agachó y sintió con satisfacción la mandíbula del hombre bajo su brazo derecho.
- Pronto… lamentarás…-tosió y escupió sangre- haberle salvado.
- Y tú lo lamentarás aún antes si le matas.
Se levantó y empezó a irse. Pero entonces el mago dijo:
- Seguramente solo estés haciendo algo bueno para ver cómo te sientes al hacerlo.
Dornem se volvió con calma: parecía calmado cuando rebasaba cierto límite de ira.
- Vi que te dejaste la espada- se agachó y le cogió la mano derecha.- Te voy a hacer un favor.
- ¿De verdad?- su ironía era odiosa.
Dornem apretó la mano hasta que oyó un crujido.
- Ya no la necesitarás en mucho tiempo.
Dejó al mago gritando de dolor en el suelo. Puestos a hacer psicoanálisis barato, Dornem podría haberle dicho que se estaba proyectando a sí mismo en él. Que el dolor que le causaba al mago era el que querría causarse a sí mismo. Pero él no era ningún Freud.
Se fue y buscó un sitio bueno para hablar. Lo encontró: una alta azotea donde nadie le vería. Después fue a la casa de su protegido: su magia era tan característica que no necesitó ninguna información previa. Se coló por la ventana y estuvo en su habitación. Miró al chico: su rostro dormido mostraba una tranquilidad que Dornem había olvidado. Miró el cuarto, ya que sus poderes le permitían ver en la oscuridad, para buscar un trozo de papel. La decoración le pareció rara para un niño de diez años, pero no le dio más importancia. Cuando encontró el papel, grabó en él unas letras con sombras, y lo dejó en la mesilla del chico rubio.
En el ascensor, Oren Sylvan se movía inquieto. Eran las diez de la mañana, y Elepá le había dejado salir (“¡Espero que lo pases mejor que ayer!”, le había dicho sonriendo). La razón para salir era una nota cuyas letras de sombras se habían disipado nada más leerla, en la que ponía una dirección, una hora y una frase: “Nos vimos ayer”. La había visto al despertarse en su mesilla. Sabía que era de su ángel de la guarda, ya que había visto sus poderes, y estaba impaciente por llegar a la azotea. Finalmente, el ascensor se detuvo, y él salió. Subió el tramo final de escaleras y salió por una puerta de metal.
Le recibió la brisa jugueteando con su pelo. Al frente estaba una figura de espaldas. Era alta y negra, con sombrero. Su gabardina se movía con la brisa. No cabía duda, era él. Oren corrió y le abrazó.
- ¡Gracias, gracias, gracias!- exclamó.
El ángel le apartó muy bruscamente.
- ¡Eres tú! Me habías asustado- su tono se ensombreció.- Si supieras más de mí no dirías eso. No me lo merezco.
Se quitó el sombrero y la máscara, y su ropa se transformó. El ángel de la oscuridad pasó a ser un adolescente casi normal, porque era albino. Pero algo en sus pupilas no le convencía, como tampoco le convencía su última frase.
- ¿Por qué dices eso? Eres mi ángel de la guarda. Me salvaste la vida.
Una sonrisa triste cruzó el rostro del joven.
- No soy ningún ángel. Me llamo Dornem. ¿Nos sentamos?
Se sentaron de espaldas a la calle, apoyados en la baranda.
- ¿Quién eres- le preguntó Dornem,- y qué eres?
- Me llamo Oren Sylvan.
- ¿Nada más? ¿Nada especial?
- Bueno… Algunos dicen que hago magia. Yo no lo creo.
- Puedes hacerla. Lo sé- se anticipó- porque mis poderes me permiten sentirla.
- ¿Por qué decías que no merecías que te diera las gracias?
Dornem cerró los ojos y espiró fuertemente.
- He hecho cosas horribles. He matado a mucha gente.
Oren sintió el impulso de alejarse.
- Quédate. No te haré nada.
- ¿Cómo puedo estar seguro?
- Hace tiempo tuve un amigo. Una vez me pidió dos cosas. Me dijo: “En algún lugar del mundo hay un niño único. Encuéntralo y protégelo.”
- ¿Y la otra?
- Que le enterrara. Murió esa misma noche- estuvieron un rato en silencio.- No era humano, era una Bestia del viento. Era parecido a un grifo, pero negro y cubierto de plumas duras como el acero…
- ¿Y ese niño único soy yo?- interrumpió Oren.
- Sí.
- Pero hay más gente que puede hacer magia. ¿Por qué yo soy único?
- Esa es una buena pregunta. Quiero responderla. ¿Por qué me dabas antes las gracias?
- Me salvaste la vida dos veces.
- ¿Dos?- Dornem le miró sorprendido. Una ayer, pero la otra no fui yo. ¿Qué pasó?
¡No había sido él! Entonces, ¿qué le había salvado esa vez?
- Mató… mató a mis padres.
- ¿Quién?
- El hombre de ayer.
- Ah, ese. No te preocupes más por él.
Oren se tranquilizó: a pesar de lo que dijera Dornem, parecía que se podía confiar en él. Como decía Elepé: “Una persona arrepentida es alguien nuevo y mejor”.
La puerta de las escaleras se abrió.
- ¡Mierda!- exclamó Dornem, y se puso de pie.
Entraron diez hombres grandes y musculosos que parecían agentes de las películas americanas.
- Debería haberlo previsto… Lo siento, Oren.
Oren también se levantó. Dornem se puso su máscara y se transformó en el mago oscuro.
Entró una undécima agente, una mujer.
- ¡Tú!- exclamó Dornem.
- Sí, yo. Inesperado, ¿verdad? Bueno, chicos, ya conocéis las órdenes.
Un presentimiento le dijo a Oren que se tumbara, y al segundo siguiente, una ráfaga de balas alcanzó de lleno a Dornem, que cayó de rodillas.
- ¿Y el niño?- oyó a un agente.
- Le consideraremos cómplice.
Eso fue lo peor que podía oír Oren en ese momento. Salió corriendo, dando un rodeo para evitar a los hombres en un intento desesperado de llegar a la puerta. Pero un agente le cogió con un abrazo de oso. A Oren le dio un ataque de pánico: no quería morir, no quería volver a..
Sintió cómo algo en su interior se abría. Después, micho fuego. El agente le soltó gritando. Él no esperó, y se fue sin pensar demasiado en lo que acababa de pasar.
- ¿Y ahora qué?- dijo un agente mientras el otro se revolvía en el suelo para apagar las llamas que devoraban su ropa.
- Gajes del oficio, Martin. Acostúmbrate.
- Dejadle…- la voz de Dornem reflejaba el dolor que le habían provocado los disparos.- Está limpio como el agua.
- Quizá a él le dejemos ir, Jakob- respondió Rachel Smithson,- pero a ti, no.
- No- se levantó.- Yo me voy solo.
Se subió a la baranda, dio un paso hacia atrás y cayó de la azotea.