Buenas a todos/as les traigo un fracmento del principio de mi novela, ya corregida por una editorial, tanto gramaticalmente, estilo y demás; es un fragmento corto que pongo aquí en le foro. Espero que les guste este mundo en mi cabeza, de un soñador. Esperdo críticas que simpre van bien.
La unificación de los reinos cap1
En el interior de la taberna de una de las ciudades más concurridas del reino del sud, Ergerder, el buen beber llenaban a todas esas almas vacías y carentes de existencia, la música recorría la estancia con una suave y agradable melodía que alegraba los oídos, y los campesinos bailaban y disfrutaban al ritmo de las canciones que el músico tocaba. Como en toda buena posada que se aprecie, no faltaban los quesos, carnes de cazas, frutas y los siempre solicitados guisos; el intenso aroma que se desprendía del estofado embriagaba la nariz del comensal, que no podía más que pedir un plato y sucumbir el paladar.
—Ponme otra cerveza —dijo un anciano algo demacrado de voz ronca. El sonido estridente del chocar de las cervezas resaltaba en una noche fría y oscura, el leve goteo de la lluvia caía minuciosamente y penetraba tristemente en las ventanas entre abiertas. En esas paredes desnudas y afligidas, un colorido rosetón despuntaba del conjunto; una luna melancólica asomaba entristecida, rodeada y escondida entre nubarrones, y que solo pedía un deseo, mostrar su bonita sonrisa. Varios de los residentes estaban totalmente borrachos, y montaban algún que otro altercado, asemejándose a un teatro obsceno y de mal gusto; tampoco faltaban las mujeres de alegres piernas que ofrecían sus encantos a precios contenidos. Imponentes árboles rodeaban la entrada, aunque en esa latente oscuridad de la noche no mostraban todo el resplandor que reflejaba de día.
—Primero debes pagarme las anteriores pintas —replicó el tabernero—. No va a salir ni una más si no hay dinero de antemano, ¿entendido?
—Sola una, solo una más por Doz*. (* Era considero por la mayoría de los reinos, tanto del sud como del norte, el único dios verdadero.)
—No! —exclamó el dueño.
—¿Y si os contara una historia?
—Siempre explicando los mismos cuentos…que a nadie le interesa —espetó molesto, mientras preparaba varios tacos de queso para unos cuantos comensales.
—Esta vez no es una fábula mía — dijo en tono serio. De repente, el viejo se subió a una mesa y dijo:
—Escuchadme atentamente. En breves instantes un servidor recitará una de las mejores batallas de este reino —en ese momento varias voces interrumpieron el discurso.
—¡Bájate viejo!
—Todavía vas a caerte y voy a tener que recogerte —rió un guardia de la metrópolis, al igual que las risas se expandieron en la sala.
—Podéis reíros las veces que os plazca, pero si alguien desea escuchar una leyenda del gran cuentacuentos, Andrew —un gran “oh” de exclamación reinó en la mayoría de los ahí presentes; era el mejor cuentacuentos y sus historias eran solicitadas por los reyes en veladas de gran importancia.
—¿Seguro que no os lo inventáis?
—Ahora mismo, compañero, podrás comprobar in situ la certeza de esta leyenda jamás contada. Solo pido un módico precio, siete cervezas para refrescar el gaznate y posteriormente vuestras mentes viajaran a través del tiempo hasta llegar al año mil setecientos cincuenta, una época de grandes proezas y de héroes forjados en batalla épicas —volvieron a interrumpirle las palabras.
—Jajaja —rieron la mayoría.
—Lo que eres capaz de hacer para seguir con tu borrachera —menospreció al viejo, el joven guardia de la ciudad.
—Yo pagaré las siete pintas —dijo un hombre de túnica larga llamado Nilhem el destructor. De rostro escondido en una capucha y que solo dejaban entrever sus ojos, cuales desprendían un leve fuego parecido a la llama de una vela a punto de desvanecerse.
—Aquí tenemos a un mago de corazón bondadoso —señalo al conjurador, viendo cómo se quitaba el capuchón, dejando ver todo su rostro el cual se le apreciaba una clara ausencia de pelo, siendo extraño en los hechiceros—, denle las gracias, ya que serán testigos de una de las siempre aclamadas narraciones del gran Andrew.
—No quiero ninguna felicitación por vuestra parte, viejo —espetó el Destructor—. Solo quiero deleitarme de una buena historia y más te vale no engañarme, ¿entendido?
—Maestre del fuego —remarcó— No debéis preocuparos —terminó mirando la fina armadura del pecho del conjurador; varias llamaradas salían de costado de las costillas y entre esas llamaradas, una aterradora cabeza de un dragón emergía en un prominente y amenazante relieve. Múltiples aros de oro con inscripciones antiguas ornamentaban esos brazos, ilustrados con tatuajes tribales y símbolos de dioses del fuego. Terminaba sujetando un báculo en cuya cúspide emergía una cabeza de otro dragón, que siempre emanaba un fuego rojizo. En ese momento el tabernero le trajo una cerveza, y fue cuando el viejo dijo:
—Tengo el honor y el placer de contarles esta historia, la unificación de los reinos del sud.
“Todo empezó en uno de los inviernos más largos y tempestuosos que se recuerde. Las poderosas tormentas no daban tregua a la ciudad de Urskoy, anegando sin remedio los patios de la fortaleza del rey Cladius, hasta los lejanos campos de trigo en los territorios del norte. Parecía que el mismo Agrammonth hubiera abandonado el trono del inframundo para comandar los vientos que azotaban sin piedad estas tierras y sus habitantes. Como si no lo tuvieran difícil de por sí, para sobrevivir en un mundo donde las espadas eran un bien necesario, las batallas se detonaban con tan solo mirarse a los ojos, y la magia inclinaba la balanza a favor de los seres malignos y los temibles sanguinarios que no se compadecían de los más puros de corazón. Sí, como todos sabéis, la vida en el norte del reino del sud era ardua, pero aun así, el ambicioso rey ansiaba ser el gobernante, para más tarde atacar a las tierras de los Donwers, una raza pacífica pero dotados de un poder colosal —bebió un largo trago del vaso y prosiguió con la historia, viendo que había llamado la atención de toda la gente allí reunida—. Poseía una arrogancia tan desmesurada que le valió el apodo de Cladius el Arrogante. Mataba a todo el que osaba levantarle la voz en su contra, sentando-se sobre sus rechonchas posaderas, mostraba sus asquerosos dientes amarillos mientras sonreía de manera torva y malvada. Pero una de las muchas rarezas de ese loco rey, era la de portar encima su venerada espada, que ni se la quitaba en esas legendarias y depravadas orgías, donde también se decía que participaban los menores de edad. Como todos sabemos, era un monarca infame, impropio para una de las ciudades de mayor fervor religioso —remarcó dando otro sorbo a la cebada, hasta no quedar gota alguna—, ¿Por dónde íbamos?
—La bebida se está llevando la poca memoria que os queda anciano, y por el bien vuestro más vale que la recuperéis o mi pago será recuperado de alguna forma que no os gustará —frunció las cejas el mago de fuego y le acompañaron varias risas de los asistentes y algún que otra palabra grotesca sobre el viejo parlanchín.
—Ah sí, ya me acuerdo- dijo de forma aliviada.
“El malvado más grande de los reinos, en un acto impropio de él, se alió con el jovencísimo príncipe Koppens de Forthor, una de las metrópolis con el mayor ejército existente, y todo gracias a la extinta mina de plata de la que todos hemos soñado poseer una vez en la vida. Dos tierras unidas por distintas banderas, la de Urskoy mostrando resplandor del águila imperial, y la arcaica insignia de Forthor, la amenazante cabeza de león rugiendo. Aunque el Arrogante lo que en verdad no le dejaba dormir, eran los venerados colegios de magia, al que en antaño no poseía el poder de hoy en día, pero eran una fuerza muy a temer. Nuestra apreciada ciudad estaba capitaneada por nuestros dos queridos reyes; Ewon y el joven Schulemberger que más de uno no recordaría, ya en esa época debería de tener algo menos de veinte años. Poco voy a decir de ellos: Ewon comparte muchos rasgos de los elfos: Piel emblanquecida, melena dorada y esos ojos turbadores, los cuales podías ver el alma fría e inmortal de esa raza pero sobre todo era muy respetado en el sud gracias a su sabiduría. Su armadura fue forjada por los mejores artesanos elfos; era tal la maestría de esos herreros que se inspiraron en la misma naturaleza, creando una cota en forma de hojas, toda una belleza para los ojos. En esa creación destacaba el relieve del rostro de un caballo, justo en el centro del animal brillaba la joya de Oryan, la prometida de Doz. Aunque como todos sabemos, su capa es posiblemente una de las artesanías más difíciles de igualar: Recubierta de escamas de dracónito, centellaba con la tenue luz y le proporcionaba protección por la retaguardia. En el centro, la estrella de Mirlas descansaba con todo su resplandor; círculos y pinceladas entre sí, formaban esa creación del firmamento —en ese instante, un hombre de la guardia dijo:
—Me parece que todos sabemos quiénes o como visten nuestros reyes —argumentó.
—Lo sé, tenéis toda la razón y por eso pido perdón. Pero damas y caballeros, la historia es contada en otras ciudades donde no conocen las vestimentas de los reyes —dijo el viejo moviendo los brazos— Ahora viene
la parte con mayor interés, la que todos estáis esperando —hizo una pausa durante unos segundos— ¡Los acontecimientos y la desmesurada acción!
—¡Eso, eso! ¡Queremos oír espadas cortando cabezas! – dijo uno de los presentes.
—Todo en su momento, caballero. Sigamos.
“El malvado tirano, en un acto de cobardía hizo comparecer en su fortaleza al numeroso ejército de Koppens, considerada una de las más dificultosas de asediar. Para llegar a ese castillo, uno tenía que recorrer un sendero estrecho, franqueado por un enorme precipicio para así poder llegar a la puerta. Los dos reyes mandaron a varios cuervos para hacer saber a los demás reinos cuales eran sus peticiones: someterse a ellos y jurar fidelidad al rey, en caso de rechazarlo serían sucumbidos a un terrible asedio y destrucción total sin retención de prisioneros. Éstos eran el reino de Ergerder, los territorios de los bárbaros del norte, a las tierras de los elfos de Elthor y los reinos de Theodric el Necio.
El primer papiro llegó a la región de Loghern, donde el soberano de los elfos nada más enterarse del escrito, contestó que su pueblo no atacaría si no eran atacados primero. Poco tiempo les quedaba en estas tierras; anhelaban los dominios de sus antepasados, las llanuras de Gorgot. El siguiente pájaro del ébano voló sobre los territorios de los bárbaros del norte denominado el reino sin ley, del temido rey Dova el Castrador: La respuesta de éste cruel tirano fue ignorarla, ni tan siquiera respondió (él solo ansiaba acabar con Ergerder, cuyos recuerdos de la gran batalla todavía le acompañaban en sus sueños).
El consiguiente en recibir el pergamino fue Theodric el Necio: Aunque quería ser el señor del sud, no compartiría jamás el reinado con ninguna de las otras casas reinantes, solo esperaba el momento oportuno para conseguirlo.
Cladius, al ver que los del norte no le atacarían a no ser que él diera el primer paso, decidió mantenerse a la espera y defenderse en su propia fortaleza. Sabía que los reyes de Ergerder irían a la guerra, aun sin tener alianzas posibles. Él se veía señor de todo el sud y una vez obtenida la victoria, podría atacar a los Donwers, ancianos pacíficos de los que poseen objetos arcanos de poder inimaginable.
Ewon recibió la carta y enfurecido por lo que acababa de leer, clamó al cielo: A sabiendas de que el norte no le apoyaría, se encontraba en una decisión que podría cambiar el destino de todos. Sin alianzas posibles, atacar la fortaleza del tirano sería una tarea titánica, pero si no actuaba, el rival podría pactar otra alianza, y eso era algo que no quería que llegase a suceder porque podría ser fatal para sus aspiraciones.
Los dos reyes fueron hacia Urskoy con todo su ejército, incluyendo a casi todo el colegio de magia. Era el ejército más grande jamás reunido.
Marcharon en un amanecer triste donde grandes nubarrones se amontonaban en el cielo haciendo presagiar un duro recorrido.
—¡Quietos! —Gritó Ewon—. Escuchad guerreros. Nuestra victoria pasa por entrar a través de la puerta del castillo, dejando atrás el peligroso sendero que nos acecha —miró el enorme precipicio que tenía debajo de él, asombrado por la bravura que mostraba el río.
—Mi señor, trescientos mil soldados están dispuestos a morir por vos y la liberación de los reinos.
—Perfecto capitán, sois un hombre con valor que nunca podré agradeceros vuestra lealtad. Es hora de pasar cuentas.
El rey, de claros rasgos felinos, era un general muy disciplinado con sus fieles tropas bien adiestradas. De esa fila interminable de guerreros se podía contemplar a los portaestandartes de la ciudad que ondeaban las banderas con orgullo y honor. Los músicos tocaban las trompetas en señal de veneración hacía Doz, en busca de encontrar la paz y la serenidad para luchar con la mente libre y serena. Un poco más rezagado de la --- continuara...FIN
La unificación de los reinos cap1
En el interior de la taberna de una de las ciudades más concurridas del reino del sud, Ergerder, el buen beber llenaban a todas esas almas vacías y carentes de existencia, la música recorría la estancia con una suave y agradable melodía que alegraba los oídos, y los campesinos bailaban y disfrutaban al ritmo de las canciones que el músico tocaba. Como en toda buena posada que se aprecie, no faltaban los quesos, carnes de cazas, frutas y los siempre solicitados guisos; el intenso aroma que se desprendía del estofado embriagaba la nariz del comensal, que no podía más que pedir un plato y sucumbir el paladar.
—Ponme otra cerveza —dijo un anciano algo demacrado de voz ronca. El sonido estridente del chocar de las cervezas resaltaba en una noche fría y oscura, el leve goteo de la lluvia caía minuciosamente y penetraba tristemente en las ventanas entre abiertas. En esas paredes desnudas y afligidas, un colorido rosetón despuntaba del conjunto; una luna melancólica asomaba entristecida, rodeada y escondida entre nubarrones, y que solo pedía un deseo, mostrar su bonita sonrisa. Varios de los residentes estaban totalmente borrachos, y montaban algún que otro altercado, asemejándose a un teatro obsceno y de mal gusto; tampoco faltaban las mujeres de alegres piernas que ofrecían sus encantos a precios contenidos. Imponentes árboles rodeaban la entrada, aunque en esa latente oscuridad de la noche no mostraban todo el resplandor que reflejaba de día.
—Primero debes pagarme las anteriores pintas —replicó el tabernero—. No va a salir ni una más si no hay dinero de antemano, ¿entendido?
—Sola una, solo una más por Doz*. (* Era considero por la mayoría de los reinos, tanto del sud como del norte, el único dios verdadero.)
—No! —exclamó el dueño.
—¿Y si os contara una historia?
—Siempre explicando los mismos cuentos…que a nadie le interesa —espetó molesto, mientras preparaba varios tacos de queso para unos cuantos comensales.
—Esta vez no es una fábula mía — dijo en tono serio. De repente, el viejo se subió a una mesa y dijo:
—Escuchadme atentamente. En breves instantes un servidor recitará una de las mejores batallas de este reino —en ese momento varias voces interrumpieron el discurso.
—¡Bájate viejo!
—Todavía vas a caerte y voy a tener que recogerte —rió un guardia de la metrópolis, al igual que las risas se expandieron en la sala.
—Podéis reíros las veces que os plazca, pero si alguien desea escuchar una leyenda del gran cuentacuentos, Andrew —un gran “oh” de exclamación reinó en la mayoría de los ahí presentes; era el mejor cuentacuentos y sus historias eran solicitadas por los reyes en veladas de gran importancia.
—¿Seguro que no os lo inventáis?
—Ahora mismo, compañero, podrás comprobar in situ la certeza de esta leyenda jamás contada. Solo pido un módico precio, siete cervezas para refrescar el gaznate y posteriormente vuestras mentes viajaran a través del tiempo hasta llegar al año mil setecientos cincuenta, una época de grandes proezas y de héroes forjados en batalla épicas —volvieron a interrumpirle las palabras.
—Jajaja —rieron la mayoría.
—Lo que eres capaz de hacer para seguir con tu borrachera —menospreció al viejo, el joven guardia de la ciudad.
—Yo pagaré las siete pintas —dijo un hombre de túnica larga llamado Nilhem el destructor. De rostro escondido en una capucha y que solo dejaban entrever sus ojos, cuales desprendían un leve fuego parecido a la llama de una vela a punto de desvanecerse.
—Aquí tenemos a un mago de corazón bondadoso —señalo al conjurador, viendo cómo se quitaba el capuchón, dejando ver todo su rostro el cual se le apreciaba una clara ausencia de pelo, siendo extraño en los hechiceros—, denle las gracias, ya que serán testigos de una de las siempre aclamadas narraciones del gran Andrew.
—No quiero ninguna felicitación por vuestra parte, viejo —espetó el Destructor—. Solo quiero deleitarme de una buena historia y más te vale no engañarme, ¿entendido?
—Maestre del fuego —remarcó— No debéis preocuparos —terminó mirando la fina armadura del pecho del conjurador; varias llamaradas salían de costado de las costillas y entre esas llamaradas, una aterradora cabeza de un dragón emergía en un prominente y amenazante relieve. Múltiples aros de oro con inscripciones antiguas ornamentaban esos brazos, ilustrados con tatuajes tribales y símbolos de dioses del fuego. Terminaba sujetando un báculo en cuya cúspide emergía una cabeza de otro dragón, que siempre emanaba un fuego rojizo. En ese momento el tabernero le trajo una cerveza, y fue cuando el viejo dijo:
—Tengo el honor y el placer de contarles esta historia, la unificación de los reinos del sud.
“Todo empezó en uno de los inviernos más largos y tempestuosos que se recuerde. Las poderosas tormentas no daban tregua a la ciudad de Urskoy, anegando sin remedio los patios de la fortaleza del rey Cladius, hasta los lejanos campos de trigo en los territorios del norte. Parecía que el mismo Agrammonth hubiera abandonado el trono del inframundo para comandar los vientos que azotaban sin piedad estas tierras y sus habitantes. Como si no lo tuvieran difícil de por sí, para sobrevivir en un mundo donde las espadas eran un bien necesario, las batallas se detonaban con tan solo mirarse a los ojos, y la magia inclinaba la balanza a favor de los seres malignos y los temibles sanguinarios que no se compadecían de los más puros de corazón. Sí, como todos sabéis, la vida en el norte del reino del sud era ardua, pero aun así, el ambicioso rey ansiaba ser el gobernante, para más tarde atacar a las tierras de los Donwers, una raza pacífica pero dotados de un poder colosal —bebió un largo trago del vaso y prosiguió con la historia, viendo que había llamado la atención de toda la gente allí reunida—. Poseía una arrogancia tan desmesurada que le valió el apodo de Cladius el Arrogante. Mataba a todo el que osaba levantarle la voz en su contra, sentando-se sobre sus rechonchas posaderas, mostraba sus asquerosos dientes amarillos mientras sonreía de manera torva y malvada. Pero una de las muchas rarezas de ese loco rey, era la de portar encima su venerada espada, que ni se la quitaba en esas legendarias y depravadas orgías, donde también se decía que participaban los menores de edad. Como todos sabemos, era un monarca infame, impropio para una de las ciudades de mayor fervor religioso —remarcó dando otro sorbo a la cebada, hasta no quedar gota alguna—, ¿Por dónde íbamos?
—La bebida se está llevando la poca memoria que os queda anciano, y por el bien vuestro más vale que la recuperéis o mi pago será recuperado de alguna forma que no os gustará —frunció las cejas el mago de fuego y le acompañaron varias risas de los asistentes y algún que otra palabra grotesca sobre el viejo parlanchín.
—Ah sí, ya me acuerdo- dijo de forma aliviada.
“El malvado más grande de los reinos, en un acto impropio de él, se alió con el jovencísimo príncipe Koppens de Forthor, una de las metrópolis con el mayor ejército existente, y todo gracias a la extinta mina de plata de la que todos hemos soñado poseer una vez en la vida. Dos tierras unidas por distintas banderas, la de Urskoy mostrando resplandor del águila imperial, y la arcaica insignia de Forthor, la amenazante cabeza de león rugiendo. Aunque el Arrogante lo que en verdad no le dejaba dormir, eran los venerados colegios de magia, al que en antaño no poseía el poder de hoy en día, pero eran una fuerza muy a temer. Nuestra apreciada ciudad estaba capitaneada por nuestros dos queridos reyes; Ewon y el joven Schulemberger que más de uno no recordaría, ya en esa época debería de tener algo menos de veinte años. Poco voy a decir de ellos: Ewon comparte muchos rasgos de los elfos: Piel emblanquecida, melena dorada y esos ojos turbadores, los cuales podías ver el alma fría e inmortal de esa raza pero sobre todo era muy respetado en el sud gracias a su sabiduría. Su armadura fue forjada por los mejores artesanos elfos; era tal la maestría de esos herreros que se inspiraron en la misma naturaleza, creando una cota en forma de hojas, toda una belleza para los ojos. En esa creación destacaba el relieve del rostro de un caballo, justo en el centro del animal brillaba la joya de Oryan, la prometida de Doz. Aunque como todos sabemos, su capa es posiblemente una de las artesanías más difíciles de igualar: Recubierta de escamas de dracónito, centellaba con la tenue luz y le proporcionaba protección por la retaguardia. En el centro, la estrella de Mirlas descansaba con todo su resplandor; círculos y pinceladas entre sí, formaban esa creación del firmamento —en ese instante, un hombre de la guardia dijo:
—Me parece que todos sabemos quiénes o como visten nuestros reyes —argumentó.
—Lo sé, tenéis toda la razón y por eso pido perdón. Pero damas y caballeros, la historia es contada en otras ciudades donde no conocen las vestimentas de los reyes —dijo el viejo moviendo los brazos— Ahora viene
la parte con mayor interés, la que todos estáis esperando —hizo una pausa durante unos segundos— ¡Los acontecimientos y la desmesurada acción!
—¡Eso, eso! ¡Queremos oír espadas cortando cabezas! – dijo uno de los presentes.
—Todo en su momento, caballero. Sigamos.
“El malvado tirano, en un acto de cobardía hizo comparecer en su fortaleza al numeroso ejército de Koppens, considerada una de las más dificultosas de asediar. Para llegar a ese castillo, uno tenía que recorrer un sendero estrecho, franqueado por un enorme precipicio para así poder llegar a la puerta. Los dos reyes mandaron a varios cuervos para hacer saber a los demás reinos cuales eran sus peticiones: someterse a ellos y jurar fidelidad al rey, en caso de rechazarlo serían sucumbidos a un terrible asedio y destrucción total sin retención de prisioneros. Éstos eran el reino de Ergerder, los territorios de los bárbaros del norte, a las tierras de los elfos de Elthor y los reinos de Theodric el Necio.
El primer papiro llegó a la región de Loghern, donde el soberano de los elfos nada más enterarse del escrito, contestó que su pueblo no atacaría si no eran atacados primero. Poco tiempo les quedaba en estas tierras; anhelaban los dominios de sus antepasados, las llanuras de Gorgot. El siguiente pájaro del ébano voló sobre los territorios de los bárbaros del norte denominado el reino sin ley, del temido rey Dova el Castrador: La respuesta de éste cruel tirano fue ignorarla, ni tan siquiera respondió (él solo ansiaba acabar con Ergerder, cuyos recuerdos de la gran batalla todavía le acompañaban en sus sueños).
El consiguiente en recibir el pergamino fue Theodric el Necio: Aunque quería ser el señor del sud, no compartiría jamás el reinado con ninguna de las otras casas reinantes, solo esperaba el momento oportuno para conseguirlo.
Cladius, al ver que los del norte no le atacarían a no ser que él diera el primer paso, decidió mantenerse a la espera y defenderse en su propia fortaleza. Sabía que los reyes de Ergerder irían a la guerra, aun sin tener alianzas posibles. Él se veía señor de todo el sud y una vez obtenida la victoria, podría atacar a los Donwers, ancianos pacíficos de los que poseen objetos arcanos de poder inimaginable.
Ewon recibió la carta y enfurecido por lo que acababa de leer, clamó al cielo: A sabiendas de que el norte no le apoyaría, se encontraba en una decisión que podría cambiar el destino de todos. Sin alianzas posibles, atacar la fortaleza del tirano sería una tarea titánica, pero si no actuaba, el rival podría pactar otra alianza, y eso era algo que no quería que llegase a suceder porque podría ser fatal para sus aspiraciones.
Los dos reyes fueron hacia Urskoy con todo su ejército, incluyendo a casi todo el colegio de magia. Era el ejército más grande jamás reunido.
Marcharon en un amanecer triste donde grandes nubarrones se amontonaban en el cielo haciendo presagiar un duro recorrido.
—¡Quietos! —Gritó Ewon—. Escuchad guerreros. Nuestra victoria pasa por entrar a través de la puerta del castillo, dejando atrás el peligroso sendero que nos acecha —miró el enorme precipicio que tenía debajo de él, asombrado por la bravura que mostraba el río.
—Mi señor, trescientos mil soldados están dispuestos a morir por vos y la liberación de los reinos.
—Perfecto capitán, sois un hombre con valor que nunca podré agradeceros vuestra lealtad. Es hora de pasar cuentas.
El rey, de claros rasgos felinos, era un general muy disciplinado con sus fieles tropas bien adiestradas. De esa fila interminable de guerreros se podía contemplar a los portaestandartes de la ciudad que ondeaban las banderas con orgullo y honor. Los músicos tocaban las trompetas en señal de veneración hacía Doz, en busca de encontrar la paz y la serenidad para luchar con la mente libre y serena. Un poco más rezagado de la --- continuara...FIN
Los Reinos Perdidos, mi libro, en fase de terminación; un sueño de un soñador
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