24/08/2015 01:16 PM
Hola de nuevo! Aquí os dejo la segunda parte. Quería haberla subido antes, pero bueno.
Como siempre, gracias por pasaros y por comentar!
El sol ya se había ocultado tras las montañas cuando terminaron. En total habían preparado seis runas en diferentes puntos del perímetro del campamento, y Draid había dejado que Leid intentara una séptima, que por supuesto no había funcionado. Volvían hacia el campamento cuando vieron que Sonn también había llegado después de haber estado vigilando posibles movimientos sospechosos.
—… como había poca luz no estoy completamente seguro, pero debía ser un rastreador —estaba diciendo cuando llegaron junto a él. Brunden, Fionnor y su hermano Hagrin le escuchaban, atentos. Parecían preocupados.
—¿Malas noticias? —preguntó Draid, acercándose al grupo.
—Sonn cree haber visto uno de esos cabrones un poco más abajo, en aquel barranco que hemos cruzado antes —le contestó Brunden.
—He esperado un buen rato por si aparecía de nuevo, por eso me he retrasado tanto, pero ya no he visto nada más —añadió el cazador.
—Deberíamos doblar la guardia —sugirió Fionnor con semblante grave.
—Estoy de acuerdo —coincidió Brunden —. Draid, ¿habéis preparado las runas?
—Sí, todo está listo —afirmó el enano—. No nos pillarán desprevenidos.
—Bien, no podemos hacer mucho más —Brunden palmeó la espalda de Hagrin, dando por terminada la conversación—. Vamos a cenar. Parece que ha habido suerte, ¿no?
—¡Ya lo creo! —Hagrin sonrió—. Ese riachuelo es mejor que una mina de oro, ¡tenemos un pescado para cada uno!
Comieron sentados alrededor del fuego, que Gollin había apantallado para evitar que el resplandor se viese desde lejos. Los pescados de Hagrin chisporroteaban alegremente en los espetones. También había algo de queso y pan duro. A pesar de las circunstancias, reinaba un ambiente bastante relajado. Brunden y Fionnor estudiaban el mapa por enésima vez, mientras Gollin les detallaba a los dos hermanos las virtudes de todas y cada una de las chicas de una posada llamada El pato mareado. Leid se levantó y se dirigió hasta donde se encontraba Draid montando guardia. A ellos les había tocado el primer turno.
—¿Nervioso? —le preguntó Draid cuando se detuvo junto a él.
—Un poco. Aparte de alguna pelea en tabernas y cosas así, nunca he estado en una situación como esta.
—Lo peor es la espera —escupió—. Si tienen que venir, que vengan ya. La espera me mata. Pero no te preocupes —añadió—, ya verás como todo sale bien.
Se hizo un silencio algo incómodo. Draid no tenía una gran conversación, y a Leid no se le ocurría nada que decir. Al rato, Brunden apagó el fuego y todos se prepararon para dormir. El claro quedó sumido en el silencio, excepto por los ronquidos de Gollin.
Era una noche preciosa. La luna estaba creciente, pero apenas daba luz, y las estrellas brillaban a miles. El sonido de los grillos inundaba el bosque, y a lo lejos el suave murmullo del arroyo que tan amablemente les había proporcionado la cena invitaba al sueño.
—Ann Draid, ¿cuánto se tarda en llegar a ser un maestro de runas? —preguntó Leid en voz baja.
—Vaya, vaya. ¿Te gustaría ser un maestro de runas, chico? —Draid esbozó una media sonrisa—. ¿Cuántos años tienes?
—Me faltan dos para cumplir treinta —contestó, y se sonrojó ligeramente.
—Menudo pipiolo —sonrió—. Cuando yo me convertí en novicio del templo, tú aún no habías nacido —cerró los ojos, recordando—. Aquellos sí que eran buenos tiempos, no como ahora. Tardé más de veinticinco años en conseguir el título de maestro, ¿sabes? —Suspiró—. Si quieres un consejo, tómatelo con calma, chico.
Leid abrió los ojos y se incorporó a medias. Su guardia había terminado sin novedad y se había quedado dormido al instante, pero ahora se había despertado por alguna razón que no conseguía identificar. Miró a su alrededor con aire desconcertado. Algo no iba bien. Hacía frío y aún estaba bastante oscuro, pero el cielo ya comenzaba a clarear por el este. Una bruma baja se había ido extendiendo desde el arroyo, deslizándose entre los árboles, y confundía las sombras con la realidad. Sonn estaba de pie a unos pasos de distancia, con los ojos fijos en la niebla y con el arco preparado.
Entonces cayó en la cuenta. Todo estaba muy tranquilo, demasiado tranquilo; parecía que el bosque entero estuviera conteniendo la respiración. Miró a Sonn y éste le devolvió la mirada. Por la expresión de su rostro, él también lo había notado.
De pronto una explosión rompió la quietud de la noche, seguida de un aullido agónico. Un olor a carne quemada llegó hasta Leid procedente del bosque.
—¡Son las runas! —gritó—. ¡Despertaos! ¡Nos atacan! ¡Despertaos!
Apenas había dado la voz de alarma cuando comenzaron a surgir bestias de la niebla a toda velocidad, chillando como demonios salidos de una pesadilla. Leid dejó de contar al llegar a la docena. En alguna parte otra runa se activó y una nueva descarga retumbó en el claro.
Una de las bestias apareció justo delante del cronista; empuñaba un hacha en la mano derecha y un cuchillo largo en la izquierda. La criatura le miró y cargó directamente contra él con un grito salvaje. Leid notó como se le secaba la boca. La bestia era rápida y la distancia entre ambos se reducía con rapidez. El enano sabía que tenía que defenderse, pero estaba paralizado de terror, incapaz de moverse. Vio como la criatura armaba el brazo e instintivamente cerró los ojos.
Se oyó un silbido seguido de un ruido extraño, como un gorgoteo. Leid abrió los ojos de nuevo y vio al engendro desplomándose lentamente hacia atrás, con una expresión de sorpresa en el rostro; una flecha le atravesaba el cuello de parte a parte. Siguió la trayectoria del proyectil a la inversa y se encontró con Sonn, que le sonreía mientras colocaba otra flecha en el arco.
De pronto el cazador se tambaleó y su rostro se contrajo en una mueca de dolor. Cayó de rodillas mientras le salía sangre por la boca. Lanzó una última mirada a Leid y se inclinó hacia delante hasta quedar tumbado sobre la hierba húmeda. Una saeta negra le sobresalía de la espalda.
En ese momento Hagrin apareció de entre la niebla, con su hacha roja de sangre, y vio a su hermano tendido en el suelo. Miró alrededor y localizó a la bestia que le había disparado; se encontraba a unos pasos de distancia, tensando con dificultad una ballesta. Con un aullido de rabia se lanzó contra ella. La criatura levantó la cabeza y vio como el enano se acercaba a toda velocidad, blandiendo su hacha. Comenzó a manipular el mecanismo más rápidamente, desesperada.
Ambos se dieron cuenta de que no lo conseguiría a tiempo.
El enano golpeó con furia la cabeza de la bestia, que cayó al suelo con la mandíbula destrozada. Saltó sobre ella y comenzó a descargar su hacha una y otra vez sobre la cara del engendro, enloquecido. Estaba tan fuera de sí que no advirtió que otra criatura había aparecido por detrás y se le acercaba por la espalda. Sin mediar palabra, la bestia le clavó una pica con tanta fuerza que le atravesó las protecciones de cuero y le salió por el pecho. Lentamente, el hacha resbaló de la mano de Hagrin. Con un tirón seco, la criatura liberó su arma.
Leid contuvo una náusea. El corazón le latía desbocado en el pecho y la cabeza le daba vueltas. El aire estaba impregnado con el olor de la sangre y los gemidos de los moribundos. Inspiró hondo varias veces para intentar tranquilizarse y trató de evaluar la situación. A su derecha, Brunden, Draid y Gollin resistían por el momento; sin embargo, al otro lado Fionnor se había quedado aislado y se enfrentaba a tres engendros al mismo tiempo. El viejo enano repelía las acometidas de ambas criaturas con destreza, pero se veía obligado a recular constantemente; no podría continuar así mucho más tiempo. Leid desenvainó por fin su espada y corrió a ayudarle.
Irrumpió con un grito en medio de la refriega y rajó a una criatura en el vientre antes de que tuviera tiempo de reaccionar. Las dos restantes retrocedieron unos pasos, desconcertadas; la aparición del cronista les había cogido por sorpresa.
—¿No sabes que esto es una fiesta privada? —jadeó Fionnor, aprovechando el momento de respiro para intentar coger algo de aire. Le lanzó una breve mirada pero enseguida volvió a centrar su atención en las bestias. Leid sonrió, mirando también hacia sus enemigos.
—Estaba aburrido y pensé que no te importaría —repuso. Ahora fue el viejo enano el que sonrió.
—Bueno, tienes suerte de que no sea avaricioso.
Leid le observó. Respiraba con dificultad y tenía el brazo izquierdo empapado de sangre; parecía que no podía moverlo. En ese momento las bestias reanudaron el ataque y tuvo que desviar la atención de su compañero. Una de las criaturas le atacó con un garrote, Leid paró varias acometidas con su espada, y entonces contraatacó con fuerza. La bestia detuvo el golpe pero perdió el equilibrio. El enano no desperdició la oportunidad y le hundió la espada profundamente entre las costillas. El engendro había muerto incluso antes de tocar el suelo.
Se dio la vuelta rápidamente para ayudar a Fionnor y vio al enano en el suelo. La otra criatura yacía inmóvil a su lado. Leid no le prestó atención y se arrodilló junto a su compañero. Un torrente de sangre le brotaba del costado. El cronista apretó con sus manos la herida en un intento por detener la hemorragia, pero era inútil. Fionnor le miró y movió los labios para decir algo, pero no logró articular ningún sonido. Un instante después, había muerto.
Leid se levantó. Ya no estaba asustado; la sangre le hervía por dentro y notó un calor que le quemaba en el pecho. Corrió hacia donde había visto por última vez a Draid y los demás, dispuesto a acabar con todas las bestias que se le cruzaran en su camino.
Se paró en seco al llegar junto al arroyo. Todo estaba extrañamente en calma. Parecía que la mayor parte del ataque se había producido por este lado, porque a través de la bruma se veían cadáveres por todas partes. Distinguió una forma que sólo podía tratarse de Gollin en medio de un montón de cuerpos, destrozados por su gigantesca hacha. Unos cuantos pasos más allá localizó a Draid y Brunden, uno junto al otro.
Todos estaban muertos.
El pánico se volvió a apoderar de él. Se encontraba solo en mitad de ninguna parte y rodeado de enemigos. Se sentó de golpe; las rodillas le temblaban. En ese momento sonó un cuerno en la distancia. Otro le respondió casi de inmediato, muy cerca de donde se encontraba.
Leid se levantó de un salto. Las bestias no tardarían en volver, y seguramente sabían cuántos eran; en seguida descubrirían que uno de los enanos seguía con vida. No podía quedarse allí. Buscó su mochila y tras un último saludo a sus compañeros caídos, cruzó el riachuelo y se alejó con rapidez de aquel maldito claro.
Como siempre, gracias por pasaros y por comentar!
PARTE II
El sol ya se había ocultado tras las montañas cuando terminaron. En total habían preparado seis runas en diferentes puntos del perímetro del campamento, y Draid había dejado que Leid intentara una séptima, que por supuesto no había funcionado. Volvían hacia el campamento cuando vieron que Sonn también había llegado después de haber estado vigilando posibles movimientos sospechosos.
—… como había poca luz no estoy completamente seguro, pero debía ser un rastreador —estaba diciendo cuando llegaron junto a él. Brunden, Fionnor y su hermano Hagrin le escuchaban, atentos. Parecían preocupados.
—¿Malas noticias? —preguntó Draid, acercándose al grupo.
—Sonn cree haber visto uno de esos cabrones un poco más abajo, en aquel barranco que hemos cruzado antes —le contestó Brunden.
—He esperado un buen rato por si aparecía de nuevo, por eso me he retrasado tanto, pero ya no he visto nada más —añadió el cazador.
—Deberíamos doblar la guardia —sugirió Fionnor con semblante grave.
—Estoy de acuerdo —coincidió Brunden —. Draid, ¿habéis preparado las runas?
—Sí, todo está listo —afirmó el enano—. No nos pillarán desprevenidos.
—Bien, no podemos hacer mucho más —Brunden palmeó la espalda de Hagrin, dando por terminada la conversación—. Vamos a cenar. Parece que ha habido suerte, ¿no?
—¡Ya lo creo! —Hagrin sonrió—. Ese riachuelo es mejor que una mina de oro, ¡tenemos un pescado para cada uno!
Comieron sentados alrededor del fuego, que Gollin había apantallado para evitar que el resplandor se viese desde lejos. Los pescados de Hagrin chisporroteaban alegremente en los espetones. También había algo de queso y pan duro. A pesar de las circunstancias, reinaba un ambiente bastante relajado. Brunden y Fionnor estudiaban el mapa por enésima vez, mientras Gollin les detallaba a los dos hermanos las virtudes de todas y cada una de las chicas de una posada llamada El pato mareado. Leid se levantó y se dirigió hasta donde se encontraba Draid montando guardia. A ellos les había tocado el primer turno.
—¿Nervioso? —le preguntó Draid cuando se detuvo junto a él.
—Un poco. Aparte de alguna pelea en tabernas y cosas así, nunca he estado en una situación como esta.
—Lo peor es la espera —escupió—. Si tienen que venir, que vengan ya. La espera me mata. Pero no te preocupes —añadió—, ya verás como todo sale bien.
Se hizo un silencio algo incómodo. Draid no tenía una gran conversación, y a Leid no se le ocurría nada que decir. Al rato, Brunden apagó el fuego y todos se prepararon para dormir. El claro quedó sumido en el silencio, excepto por los ronquidos de Gollin.
Era una noche preciosa. La luna estaba creciente, pero apenas daba luz, y las estrellas brillaban a miles. El sonido de los grillos inundaba el bosque, y a lo lejos el suave murmullo del arroyo que tan amablemente les había proporcionado la cena invitaba al sueño.
—Ann Draid, ¿cuánto se tarda en llegar a ser un maestro de runas? —preguntó Leid en voz baja.
—Vaya, vaya. ¿Te gustaría ser un maestro de runas, chico? —Draid esbozó una media sonrisa—. ¿Cuántos años tienes?
—Me faltan dos para cumplir treinta —contestó, y se sonrojó ligeramente.
—Menudo pipiolo —sonrió—. Cuando yo me convertí en novicio del templo, tú aún no habías nacido —cerró los ojos, recordando—. Aquellos sí que eran buenos tiempos, no como ahora. Tardé más de veinticinco años en conseguir el título de maestro, ¿sabes? —Suspiró—. Si quieres un consejo, tómatelo con calma, chico.
***
Leid abrió los ojos y se incorporó a medias. Su guardia había terminado sin novedad y se había quedado dormido al instante, pero ahora se había despertado por alguna razón que no conseguía identificar. Miró a su alrededor con aire desconcertado. Algo no iba bien. Hacía frío y aún estaba bastante oscuro, pero el cielo ya comenzaba a clarear por el este. Una bruma baja se había ido extendiendo desde el arroyo, deslizándose entre los árboles, y confundía las sombras con la realidad. Sonn estaba de pie a unos pasos de distancia, con los ojos fijos en la niebla y con el arco preparado.
Entonces cayó en la cuenta. Todo estaba muy tranquilo, demasiado tranquilo; parecía que el bosque entero estuviera conteniendo la respiración. Miró a Sonn y éste le devolvió la mirada. Por la expresión de su rostro, él también lo había notado.
De pronto una explosión rompió la quietud de la noche, seguida de un aullido agónico. Un olor a carne quemada llegó hasta Leid procedente del bosque.
—¡Son las runas! —gritó—. ¡Despertaos! ¡Nos atacan! ¡Despertaos!
Apenas había dado la voz de alarma cuando comenzaron a surgir bestias de la niebla a toda velocidad, chillando como demonios salidos de una pesadilla. Leid dejó de contar al llegar a la docena. En alguna parte otra runa se activó y una nueva descarga retumbó en el claro.
Una de las bestias apareció justo delante del cronista; empuñaba un hacha en la mano derecha y un cuchillo largo en la izquierda. La criatura le miró y cargó directamente contra él con un grito salvaje. Leid notó como se le secaba la boca. La bestia era rápida y la distancia entre ambos se reducía con rapidez. El enano sabía que tenía que defenderse, pero estaba paralizado de terror, incapaz de moverse. Vio como la criatura armaba el brazo e instintivamente cerró los ojos.
Se oyó un silbido seguido de un ruido extraño, como un gorgoteo. Leid abrió los ojos de nuevo y vio al engendro desplomándose lentamente hacia atrás, con una expresión de sorpresa en el rostro; una flecha le atravesaba el cuello de parte a parte. Siguió la trayectoria del proyectil a la inversa y se encontró con Sonn, que le sonreía mientras colocaba otra flecha en el arco.
De pronto el cazador se tambaleó y su rostro se contrajo en una mueca de dolor. Cayó de rodillas mientras le salía sangre por la boca. Lanzó una última mirada a Leid y se inclinó hacia delante hasta quedar tumbado sobre la hierba húmeda. Una saeta negra le sobresalía de la espalda.
En ese momento Hagrin apareció de entre la niebla, con su hacha roja de sangre, y vio a su hermano tendido en el suelo. Miró alrededor y localizó a la bestia que le había disparado; se encontraba a unos pasos de distancia, tensando con dificultad una ballesta. Con un aullido de rabia se lanzó contra ella. La criatura levantó la cabeza y vio como el enano se acercaba a toda velocidad, blandiendo su hacha. Comenzó a manipular el mecanismo más rápidamente, desesperada.
Ambos se dieron cuenta de que no lo conseguiría a tiempo.
El enano golpeó con furia la cabeza de la bestia, que cayó al suelo con la mandíbula destrozada. Saltó sobre ella y comenzó a descargar su hacha una y otra vez sobre la cara del engendro, enloquecido. Estaba tan fuera de sí que no advirtió que otra criatura había aparecido por detrás y se le acercaba por la espalda. Sin mediar palabra, la bestia le clavó una pica con tanta fuerza que le atravesó las protecciones de cuero y le salió por el pecho. Lentamente, el hacha resbaló de la mano de Hagrin. Con un tirón seco, la criatura liberó su arma.
Leid contuvo una náusea. El corazón le latía desbocado en el pecho y la cabeza le daba vueltas. El aire estaba impregnado con el olor de la sangre y los gemidos de los moribundos. Inspiró hondo varias veces para intentar tranquilizarse y trató de evaluar la situación. A su derecha, Brunden, Draid y Gollin resistían por el momento; sin embargo, al otro lado Fionnor se había quedado aislado y se enfrentaba a tres engendros al mismo tiempo. El viejo enano repelía las acometidas de ambas criaturas con destreza, pero se veía obligado a recular constantemente; no podría continuar así mucho más tiempo. Leid desenvainó por fin su espada y corrió a ayudarle.
Irrumpió con un grito en medio de la refriega y rajó a una criatura en el vientre antes de que tuviera tiempo de reaccionar. Las dos restantes retrocedieron unos pasos, desconcertadas; la aparición del cronista les había cogido por sorpresa.
—¿No sabes que esto es una fiesta privada? —jadeó Fionnor, aprovechando el momento de respiro para intentar coger algo de aire. Le lanzó una breve mirada pero enseguida volvió a centrar su atención en las bestias. Leid sonrió, mirando también hacia sus enemigos.
—Estaba aburrido y pensé que no te importaría —repuso. Ahora fue el viejo enano el que sonrió.
—Bueno, tienes suerte de que no sea avaricioso.
Leid le observó. Respiraba con dificultad y tenía el brazo izquierdo empapado de sangre; parecía que no podía moverlo. En ese momento las bestias reanudaron el ataque y tuvo que desviar la atención de su compañero. Una de las criaturas le atacó con un garrote, Leid paró varias acometidas con su espada, y entonces contraatacó con fuerza. La bestia detuvo el golpe pero perdió el equilibrio. El enano no desperdició la oportunidad y le hundió la espada profundamente entre las costillas. El engendro había muerto incluso antes de tocar el suelo.
Se dio la vuelta rápidamente para ayudar a Fionnor y vio al enano en el suelo. La otra criatura yacía inmóvil a su lado. Leid no le prestó atención y se arrodilló junto a su compañero. Un torrente de sangre le brotaba del costado. El cronista apretó con sus manos la herida en un intento por detener la hemorragia, pero era inútil. Fionnor le miró y movió los labios para decir algo, pero no logró articular ningún sonido. Un instante después, había muerto.
Leid se levantó. Ya no estaba asustado; la sangre le hervía por dentro y notó un calor que le quemaba en el pecho. Corrió hacia donde había visto por última vez a Draid y los demás, dispuesto a acabar con todas las bestias que se le cruzaran en su camino.
Se paró en seco al llegar junto al arroyo. Todo estaba extrañamente en calma. Parecía que la mayor parte del ataque se había producido por este lado, porque a través de la bruma se veían cadáveres por todas partes. Distinguió una forma que sólo podía tratarse de Gollin en medio de un montón de cuerpos, destrozados por su gigantesca hacha. Unos cuantos pasos más allá localizó a Draid y Brunden, uno junto al otro.
Todos estaban muertos.
El pánico se volvió a apoderar de él. Se encontraba solo en mitad de ninguna parte y rodeado de enemigos. Se sentó de golpe; las rodillas le temblaban. En ese momento sonó un cuerno en la distancia. Otro le respondió casi de inmediato, muy cerca de donde se encontraba.
Leid se levantó de un salto. Las bestias no tardarían en volver, y seguramente sabían cuántos eran; en seguida descubrirían que uno de los enanos seguía con vida. No podía quedarse allí. Buscó su mochila y tras un último saludo a sus compañeros caídos, cruzó el riachuelo y se alejó con rapidez de aquel maldito claro.
Mis relatos: