Edición.
Hubo un cambio de titulo, pues en reglas generales, el que había no calzaba mucho con lo que sucedía en el capitulo. Un saludo.
NOCHE DE MIEDO (3 Parte)
Durante un buen rato estuvo dando tumbos por las galerías, más pedido que otra cosa, recorriendo sus estrechos pasillos y accediendo a las siguientes plantas sin prestar excesiva atención a su entorno, a pesar de que durante ese trayecto volvió a encontrarse cadáveres de celadores y prácticos esparcidos por doquier. Hacía mucho tiempo que no salía al exterior y su memoria nunca había sido de las más prodigas, tampoco es que recibiese demasiada ayuda del insidioso Ashur desde hacía ya un buen lapso de tiempo. Que permaneciese callado ya era jodidamente extraño, pero que además aquello le preocupase lo más mínimo a él, sin lugar a dudas era para hacérselo mirar.
―Te veo muy calladito ―Le dijo de pronto, a la par que comenzaba a subir por una escalera de metal que se enroscaba hasta llegar al siguiente nivel. ―Me cuesta creer que de pronto se te hayan pasado las ganas de hacerte el charlatán. ¿Tienes alguna preocupación que quieras compartir?
«No todos tenemos esa facilidad por la indolencia de la que tan orgulloso te sientes» Retrucó con aspereza «A algunos nos sigue preocupando el seguir existiendo en este miserable mundo ¿Sabes?»
Chasqueó la lengua y escupió hacia un lado.
―¡Bah! Eres demasiado exagerado y pesimista hasta para tratarte de un demonio. ―Replicó. A pesar de que no era del todo su intención que aquella última frase sonase con desdén, así lo hizo.
«Y tu eres demasiado idiota para comprender que te están buscando, y por consiguiente a mí, con lo cual nos afecta a ambos. ¡Y no exagero en absoluto! Bien que sabes lo que sucederá cuando la historia se vuelva a repetir. Sí logran dar con el chaval…»
―Eso sí es que se vuelve a repetir de nuevo. ―Repuso interrumpiéndolo a mitad de la frase.
«Yo que tú no pondría la mano en el fuego»
Era cierto que sabía lo que sucedería en un futuro próximo si estaban en lo cierto. Volvería a estar condenado a incurrir en los mismos errores del pasado, sumido en la misma encrucijada, en la misma prueba que antaño le oscureció él alma. Comprendió que sería un ciclo que no se dejaría de repetir por mucho que a él le disgustas, como el pez que se muerde la cola o a un lagarto al que se la cortas, siempre tenderá a reproducirse. Los viejos fantasmas que lo habían atormentado durante tanto tiempo, tenían intención de volver hacerse sustancialmente reales y corpóreos, lo que sin lugar a dudadas acarrearía motivos de preocupación para ambos. Ahora que de allí, que fuese a ponerse histérico como un pobre infeliz enganchado a los polvos psicodélicos del Chamuy, los separaba un largo pero que muy largo trecho.
―Por el momento salgamos de aquí, luego ya veremos cuan de preocupantes son las noticias esas en realidad. ―Respondió finalmente con un mohín.
Suponía que aquella era la galería Nº1, la cual estaba dedicada a los delincuentes de poca monta que ya no cabían en los calabozos del Magisterio; corta bolsas y carteristas, proxenetas, yonquis, putas, camorristas, prestamistas, algún borracho y alienados indigentes que copaban las celdas con la mirada perdida y prácticamente hacinados unos encima de otros. Cruzó el pasillo sin dedicarles más atención que a una piara de cochinos, unos pocos sacaron sus brazos entre los barrotes gimiendo e intentando llamar su atención en balde. Bastó con una simple mirada suya para que reculasen asustados como animales ante un fuego fatuo, pisándose unos a los otros por el afán de separarse cuanto antes del enrejado. Les sonrió con afectación antes de proseguir con su camino. No era ningún héroe o bienhechor de aquellos que relataban los libros de caballería, por lo que no tenía ninguna intención de preservar más lo poco que quedaba de retazos de su alma, y eso sí es que aún quedaba algo por salvar.
Aquella era una galería ligeramente distinta a las anteriores, al contrario que la de las secciones inferiores, no existía ningún tipo aislamiento ahí. Esta se trataba de una cámara inmensa de varios pisos de altura y con infinidad de celdas repartidas a su alrededor, cada cual de ellas compartida por muchas personas (o lo que quedaba de humano en ellas) en un amasijo de miembros, mugre y enfermedad. El murmullo de aquellas patéticas gentes, el goteo de alguna cañería rota, el ruido de sus pisadas sobre el empedrado, más ningún signo de amenaza que le llamase la atención. Habían limpiado las instalaciones al completo de funcionarios, y aunque era algo a tener bien en cuenta dada la cantidad de personal que trabajaba allí, a él personalmente le traía sin cuidado. Tan solo se preguntaba cuando toparía con otro de aquellos grupos de desequilibrados para desentumecer sus miembros pateándoles el trasero. Contempló la zona donde terminaba galería, sí no creía recordar mal, detrás de esa puerta que se encontraba al fondo, hallaría la sala donde se guardaban los archivos; Infestada de estanterías donde se apilaban los libros de ingreso y el papeleo de alguna que otra confesión. Más adelante daría con la sala donde los funcionaros que se encargaban de administrar la entrada decidían que nichos iban a ocupar de los nuevos huéspedes de la instalación, aunque dados los antecedentes hasta llegar allí, tenía un cierto palpito de que no quedaría nadie con vida ejerciendo ese trabajo. Después traspasar esa última sección estaría de nuevo en la calle, libre.
«¿Así que la idea es ir contarle al gobernador Eriast que en realidad pronto va a ser invadido por fuerzas del inframundo, verdad?» Inquirió Ashur con cierto rin tintín sacándolo de aquellas reflexiones.
―Sí. Básicamente esa es la idea ―contestó mientras empujaba el pasador y abría la puerta que daba a los archivos.
«Y como sabes que no te van a asaetar tan solo cuando aparezcas con tus sucias greñas por la puerta?»
―Nuca dije que lo supiera.
«Reconfortante es el saberlo»
El inconfundible olor a muerte, una mezcla de heces, orín, sangre y otras excreciones, le abofeteó al entrar en la sala. La estancia de los archivos estaba como se la esperaba encontrar, hecha unos zorros. Las estanterías estaban vencidas, los pergaminos y libros esparcidos por el suelo, mesas rotas y sillas volcadas, el cuerpo de los escribanos desangrándose completamente cosidos a puñaladas. El caos era general.
Ya prácticamente no le quedaba ninguna duda de que eso no lo podían haber logrado una panda de adoradores del oscurantismo como los Incondicionales por sí solos, por lo que en realidad era muy probable que el pellejudo Shapur hubiera logrado reunir los pedazos de uno de sus hermanos y como resultado, conseguir resucitar una pequeña parte de la esencia de del Apóstol Asral.
Maldijo para sus adentros, había tenido cierta esperanza de que aquello fuera la farsa de unos pocos desequilibrados, pero tras mirar nuevamente en derredor concluyó, que eso de la esperanza era una mierda. Cobraba más sentido la libertad con las que estaban cometiendo sus fechorías. En cualquier caso y dejando eso a un lado, algo muy malo debía de estar sucediendo en algún otro lugar de la ciudad sí nadie acudía para ver qué era lo que estaba sucediendo en Institución.
Como si se tratase de algún tipo de premonición de mal gusto, las campanas comenzaron a sonar con repiques rápidos y fuertes.
«Está claro que el Merakai lleva mucha más ventaja que nosotros en el asunto, esa debe ser la señal de la que hablaban antes»
Cruzó la sala de administración sin inmutarse al encontrarse un panorama similar que en las anteriores, muchos cadáveres, mucha sangre, la anarquía. Sabía que ya solo quedaba un paso y estaría de nuevo en la calle pero no obstante, se detuvo ante el umbral de la última puerta que lo separaba de la realidad que se servía allí a fuera. ¿Realmente quería volver al mundo? Lo hacía forzado por las circunstancias, claro, pero seguía preguntándose si la persona que decidió recluirse durante dos décadas en Institución lograría redimirse algún día.
Apretó la quijada y salió al exterior.
Lo primero que notó es que en aquel patio había alguien más, pero eso era ya algo previsible y se lo esperaba, dudaba que tan solo con esos pocos infelices se había topado pudiesen armar un alboroto como aquel. Los ruidos de alarma se hacían cada más acuciante, el ambiente estaba enrarecido, y el solo podía centrarse en la tenue brisa y el aire fresco que de pronto llenaba sus pulmones. «Dos décadas», se dijo. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que respiró aire limpio.
Inmediatamente se pegó al muro, envolviéndose en la alagada sombra que producía la estructura recortada bajo la luz de una luna plena, y examinó la zona hasta dar con lo que buscaba. Había varios grupos de Incondicionales dispersados en distintas calles alrededor de la rampa que llevaba a la entrada de Institución, armados y a la espera, de... «¿De qué?» Se preguntó. No sabía si lo estaban esperando a él o a alguien distinto, en realidad no podría saberlo con certeza ni aunque así lo quisiera, pero de lo que estaba seguro es que esperaban emboscar a quien fuera tan inconsciente de aparecerse por allí.
Institución se encontraba en una de las zonas más marginales de los Distritos, en una franja de tierra yerma donde solo destacaba la estructura. A unos escasos cien metros de allí, se podían apreciar las primeras casuchas y callejones de aquel barrio marginal, en ellos esperaban impacientes los Incondicionales a su presa, quien fuese esta. ¿Sería él? Volvió a preguntarse mientras los contemplaba.
«No parece que estén muy por la labor de vigilar la entrada a este antro» razonó Ashur.
Tras pasar un rato observándolos confirmó que estaba en lo cierto, no precian prestar ninguna atención hacía la dirección donde se encontraba el reclusorio, ajenos a su aparición parecían esperar a alguien que fuese a presentarse por la trayectoria opuesta a la suya. Las campanas seguían sonando alarmantemente y la algarabía comenzó a hacerse audible en distintos puntos de las barriadas a la vez.
―Esto no tiene ningún sentido. ―acabó por concluir.
«¿El qué?» Inquirió Ashur. «¿Que no nos hayan visto aún esos imbéciles de allí o que por primera vez no seas el centro de atención de todo el jodido mundo?»
No apreció ni asomo de ironía en su voz.
―Me refiero a que no entiendo porque diablos han mandado a un batallón tan grande, pero a la vez ridículo, para atacar una ciudad tan bien protegida como la de Mansour. Sí la intención era capturarme y acabar con el muchacho, podían haberlo hecho de una manera mucho menos llamativa ¿No crees?
«Puede que se crean con posibilidades de hacerse con la ciudad, o simplemente por el gusto de hacer daño. ¿Quién sabe?»
―Eso sería un simple suicidio hasta para estar hablando de esta secta de trillados. ―dijo mientras rascaba sus greñas con un gesto reflexivo. ―No, tiene que haber una buena razón para ello. Dudo que se hayan pasado tanto tiempo escondidos en los más inhóspitos lugares solo para acabar masacrados en las calles de Mansour por nada. «Hay algo que se nos escapa y que no cuadra en todo esto ¿Pero el qué?»
Finalmente resolvió que no tenía tiempo que perder en elucubraciones fundamentadas en la especulación, había tenido dos décadas dedicadas a eso y ya era hora de cambiar. No sabía que es lo estarían planeado aquellas gentes, ni cuáles eran sus motivaciones al presentarse allí, incluso concluyó que probablemente siquiera ellos sabían con certeza que es lo que debían de estar haciendo plantados en aquel lugar esperando a ser masacrados por la guarnición de la ciudad. Sabía que sí uno de sus hermanos estaba gestionando aquella calamidad, el plan sería exageradamente retorcido para descubrirlo con facilidad, y eso sin contar que también había un Merakai metido en el cuerpo de uno de los altos cargos religiosos de la ciudad para complicar las cosas.
Bordeó el edificio sin perder de vista en ningún momento a los Incondicionales que se encontraban escondidos en los callejones de enfrente, con movimientos delicados y comedidos como los de un bailarín, agazapado en algunos momentos y literalmente pegado al muro en otros, logró llegar hasta la parte posterior para encontrarse con la misma escena. En los callejones de más allá también acechaban varios grupos de Incondicionales, estos, incongruentemente tampoco estaban prestando excesiva atención a la lúgubre estructura que era Institución. «¿A quién esperan?»
―No entiendo nada.
«Es lo que suele suceder cuando uno decide pasarse casi dos décadas enterrado debajo de tierra».
Sonrió tras aquella pulla.
Estaba claro que Ashur no lo había perdonado por la decisión que tomó tanto tiempo atrás después de los acontecimientos de Meyrem, pero en aquel momento no necesitaba su faceta quejica y lastimosa que lo había acompañado durante su auto encierro, necesitaba servirse de sus otras habilidades para lograr saltarse aquel cerco sin ser visto y poder alcanzar palacio sin tener que matar a nadie más por el camino.
Volvió hasta la zona donde se encontraba la rampa de entrada, abrigado por las sombras mientras aún sonaba el tañer de las campanas y a la par que se palpaba la tensión que precedería a la violencia. Usó una de las técnicas más básicas que conocía, hizo varios intrincados sellos con sus dedos y su cuerpo, antes solido, comenzó a adquirir la consistencia de las sombras que lo rodeaban. Era un truco sencillo que se basaba en dejar que un poco de la esencia de Ashur brotara por sus poros como una especie de secreción vaporosa que servía para camuflaje para cualquiera que mirase en su dirección, este solo viera una voluta de humo negro que bien podría confundirse con un efecto óptico de la noche. Se podía conseguir un efecto similar con armas encantadas, pero no eran tan consistentes como el tener a uno de los trece dentro de ti.
Corrió a una velocidad sobrehumana, en zigzag, saltando de una sombra a otra, parando detrás de los pequeños matojos que nadie se había molestado en desbrozar en aquel yermo, un borrón para el ojo humano. Recorrió los casi cien metros hasta el primer perímetro de casuchas en un tiempo espectacular. Probablemente sí alguien hubiese estado atento a la escena, habría visto pasar a un borrón negro que en tan solo el tiempo de dos parpadeos, se encontraba apoyado en la fachadas de una de las casuchas sin tan siquiera respirar forzadamente. Se asomó por uno de los laterales con cuidado, los tipos no se habían percatado de nada. Volvió a parapetarse y volvió a su plano normal, pues era realmente inprudente mantenerse durante mucho tiempo en aquel estado. Respiró hondamente y de un salto se encaramó al tejado de la casucha, este (por suerte) estaba hecho de pizarra y no como la gran mayoría del resto de las casas de la barriada, con paja y trozos de cestería. Caminó suavidad por él, sin que sus pies descalzos hiciesen el más mínimo ruido que pudiese delatar su presencia a los propietarios de la casa, ni mucho menos a la trupe que esperaba acechando allí abajo.
Ahora tenía varias opciones que sopesar, podía saltar en medio de aquellos descerebrados y los evisceraba allí mismo, o por el contrario partía hacia palacio y descabezaba a la serpiente que seguramente llevaría a la desbandad en grupo de todos ellos. Estaba seguro de que el Merakai era la piedra angular de aquel sinsentido, si acababa con él, acababa con toda aquella estupidez. Para su sorpresa Ashur tomo la voz de la conciencia, o de la más oscura de las venganzas. Con él nunca se sabía.
«Primero vayamos a por el perrito faldero de Astral y saquémosle las respuestas a golpes, luego ya nos entretendremos con la escoria que quede en pie ¿No te parece?»
Desde donde estaba podía ver como en algunos puntos de las barriadas comenzaban a alzarse volutas de espeso humo que indicaban donde se estaban empezando a producirse los incendios, hasta él llegaban con más claridad gritos de desesperación, voces de alarma, el chocar del acero. De alguna manera los Incondicionales que estaban fuera debían de haber logrado entrar en la ciudad para ponerse manos a la obra. Había comenzado de verdad. Cuando ya estaba a punto de partir hacia palacio para encontrarse con el Roba-Cuerpos (otro de los nombres con el que se conocía al Merakai) y ponerle fin a aquello, advirtió que un grupo de tres personas se aparecían al otro extremo de las calles. No podía apreciarlos bien desde aquella distancia, pero por su aspecto no parecían Incondicionales, sino más bien unos pobres y harapientos desdichados que habían acabado en el peor lugar de la ciudad sin darse cuenta. Seguramente acabarían ensartados en la espada de alguno de los que estaban acechando en los callejones, pero él no podía hacer nada al respecto, pues no era un héroe ni nada meridianamente parecido. Finalmente se decidió.
―Entonces bien, vayamos de una vez a palacio a por ese maldito Merakai.
CONTINUARÁ......
Hubo un cambio de titulo, pues en reglas generales, el que había no calzaba mucho con lo que sucedía en el capitulo. Un saludo.
NOCHE DE MIEDO (3 Parte)
Durante un buen rato estuvo dando tumbos por las galerías, más pedido que otra cosa, recorriendo sus estrechos pasillos y accediendo a las siguientes plantas sin prestar excesiva atención a su entorno, a pesar de que durante ese trayecto volvió a encontrarse cadáveres de celadores y prácticos esparcidos por doquier. Hacía mucho tiempo que no salía al exterior y su memoria nunca había sido de las más prodigas, tampoco es que recibiese demasiada ayuda del insidioso Ashur desde hacía ya un buen lapso de tiempo. Que permaneciese callado ya era jodidamente extraño, pero que además aquello le preocupase lo más mínimo a él, sin lugar a dudas era para hacérselo mirar.
―Te veo muy calladito ―Le dijo de pronto, a la par que comenzaba a subir por una escalera de metal que se enroscaba hasta llegar al siguiente nivel. ―Me cuesta creer que de pronto se te hayan pasado las ganas de hacerte el charlatán. ¿Tienes alguna preocupación que quieras compartir?
«No todos tenemos esa facilidad por la indolencia de la que tan orgulloso te sientes» Retrucó con aspereza «A algunos nos sigue preocupando el seguir existiendo en este miserable mundo ¿Sabes?»
Chasqueó la lengua y escupió hacia un lado.
―¡Bah! Eres demasiado exagerado y pesimista hasta para tratarte de un demonio. ―Replicó. A pesar de que no era del todo su intención que aquella última frase sonase con desdén, así lo hizo.
«Y tu eres demasiado idiota para comprender que te están buscando, y por consiguiente a mí, con lo cual nos afecta a ambos. ¡Y no exagero en absoluto! Bien que sabes lo que sucederá cuando la historia se vuelva a repetir. Sí logran dar con el chaval…»
―Eso sí es que se vuelve a repetir de nuevo. ―Repuso interrumpiéndolo a mitad de la frase.
«Yo que tú no pondría la mano en el fuego»
Era cierto que sabía lo que sucedería en un futuro próximo si estaban en lo cierto. Volvería a estar condenado a incurrir en los mismos errores del pasado, sumido en la misma encrucijada, en la misma prueba que antaño le oscureció él alma. Comprendió que sería un ciclo que no se dejaría de repetir por mucho que a él le disgustas, como el pez que se muerde la cola o a un lagarto al que se la cortas, siempre tenderá a reproducirse. Los viejos fantasmas que lo habían atormentado durante tanto tiempo, tenían intención de volver hacerse sustancialmente reales y corpóreos, lo que sin lugar a dudadas acarrearía motivos de preocupación para ambos. Ahora que de allí, que fuese a ponerse histérico como un pobre infeliz enganchado a los polvos psicodélicos del Chamuy, los separaba un largo pero que muy largo trecho.
―Por el momento salgamos de aquí, luego ya veremos cuan de preocupantes son las noticias esas en realidad. ―Respondió finalmente con un mohín.
Suponía que aquella era la galería Nº1, la cual estaba dedicada a los delincuentes de poca monta que ya no cabían en los calabozos del Magisterio; corta bolsas y carteristas, proxenetas, yonquis, putas, camorristas, prestamistas, algún borracho y alienados indigentes que copaban las celdas con la mirada perdida y prácticamente hacinados unos encima de otros. Cruzó el pasillo sin dedicarles más atención que a una piara de cochinos, unos pocos sacaron sus brazos entre los barrotes gimiendo e intentando llamar su atención en balde. Bastó con una simple mirada suya para que reculasen asustados como animales ante un fuego fatuo, pisándose unos a los otros por el afán de separarse cuanto antes del enrejado. Les sonrió con afectación antes de proseguir con su camino. No era ningún héroe o bienhechor de aquellos que relataban los libros de caballería, por lo que no tenía ninguna intención de preservar más lo poco que quedaba de retazos de su alma, y eso sí es que aún quedaba algo por salvar.
Aquella era una galería ligeramente distinta a las anteriores, al contrario que la de las secciones inferiores, no existía ningún tipo aislamiento ahí. Esta se trataba de una cámara inmensa de varios pisos de altura y con infinidad de celdas repartidas a su alrededor, cada cual de ellas compartida por muchas personas (o lo que quedaba de humano en ellas) en un amasijo de miembros, mugre y enfermedad. El murmullo de aquellas patéticas gentes, el goteo de alguna cañería rota, el ruido de sus pisadas sobre el empedrado, más ningún signo de amenaza que le llamase la atención. Habían limpiado las instalaciones al completo de funcionarios, y aunque era algo a tener bien en cuenta dada la cantidad de personal que trabajaba allí, a él personalmente le traía sin cuidado. Tan solo se preguntaba cuando toparía con otro de aquellos grupos de desequilibrados para desentumecer sus miembros pateándoles el trasero. Contempló la zona donde terminaba galería, sí no creía recordar mal, detrás de esa puerta que se encontraba al fondo, hallaría la sala donde se guardaban los archivos; Infestada de estanterías donde se apilaban los libros de ingreso y el papeleo de alguna que otra confesión. Más adelante daría con la sala donde los funcionaros que se encargaban de administrar la entrada decidían que nichos iban a ocupar de los nuevos huéspedes de la instalación, aunque dados los antecedentes hasta llegar allí, tenía un cierto palpito de que no quedaría nadie con vida ejerciendo ese trabajo. Después traspasar esa última sección estaría de nuevo en la calle, libre.
«¿Así que la idea es ir contarle al gobernador Eriast que en realidad pronto va a ser invadido por fuerzas del inframundo, verdad?» Inquirió Ashur con cierto rin tintín sacándolo de aquellas reflexiones.
―Sí. Básicamente esa es la idea ―contestó mientras empujaba el pasador y abría la puerta que daba a los archivos.
«Y como sabes que no te van a asaetar tan solo cuando aparezcas con tus sucias greñas por la puerta?»
―Nuca dije que lo supiera.
«Reconfortante es el saberlo»
El inconfundible olor a muerte, una mezcla de heces, orín, sangre y otras excreciones, le abofeteó al entrar en la sala. La estancia de los archivos estaba como se la esperaba encontrar, hecha unos zorros. Las estanterías estaban vencidas, los pergaminos y libros esparcidos por el suelo, mesas rotas y sillas volcadas, el cuerpo de los escribanos desangrándose completamente cosidos a puñaladas. El caos era general.
Ya prácticamente no le quedaba ninguna duda de que eso no lo podían haber logrado una panda de adoradores del oscurantismo como los Incondicionales por sí solos, por lo que en realidad era muy probable que el pellejudo Shapur hubiera logrado reunir los pedazos de uno de sus hermanos y como resultado, conseguir resucitar una pequeña parte de la esencia de del Apóstol Asral.
Maldijo para sus adentros, había tenido cierta esperanza de que aquello fuera la farsa de unos pocos desequilibrados, pero tras mirar nuevamente en derredor concluyó, que eso de la esperanza era una mierda. Cobraba más sentido la libertad con las que estaban cometiendo sus fechorías. En cualquier caso y dejando eso a un lado, algo muy malo debía de estar sucediendo en algún otro lugar de la ciudad sí nadie acudía para ver qué era lo que estaba sucediendo en Institución.
Como si se tratase de algún tipo de premonición de mal gusto, las campanas comenzaron a sonar con repiques rápidos y fuertes.
«Está claro que el Merakai lleva mucha más ventaja que nosotros en el asunto, esa debe ser la señal de la que hablaban antes»
Cruzó la sala de administración sin inmutarse al encontrarse un panorama similar que en las anteriores, muchos cadáveres, mucha sangre, la anarquía. Sabía que ya solo quedaba un paso y estaría de nuevo en la calle pero no obstante, se detuvo ante el umbral de la última puerta que lo separaba de la realidad que se servía allí a fuera. ¿Realmente quería volver al mundo? Lo hacía forzado por las circunstancias, claro, pero seguía preguntándose si la persona que decidió recluirse durante dos décadas en Institución lograría redimirse algún día.
Apretó la quijada y salió al exterior.
Lo primero que notó es que en aquel patio había alguien más, pero eso era ya algo previsible y se lo esperaba, dudaba que tan solo con esos pocos infelices se había topado pudiesen armar un alboroto como aquel. Los ruidos de alarma se hacían cada más acuciante, el ambiente estaba enrarecido, y el solo podía centrarse en la tenue brisa y el aire fresco que de pronto llenaba sus pulmones. «Dos décadas», se dijo. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que respiró aire limpio.
Inmediatamente se pegó al muro, envolviéndose en la alagada sombra que producía la estructura recortada bajo la luz de una luna plena, y examinó la zona hasta dar con lo que buscaba. Había varios grupos de Incondicionales dispersados en distintas calles alrededor de la rampa que llevaba a la entrada de Institución, armados y a la espera, de... «¿De qué?» Se preguntó. No sabía si lo estaban esperando a él o a alguien distinto, en realidad no podría saberlo con certeza ni aunque así lo quisiera, pero de lo que estaba seguro es que esperaban emboscar a quien fuera tan inconsciente de aparecerse por allí.
Institución se encontraba en una de las zonas más marginales de los Distritos, en una franja de tierra yerma donde solo destacaba la estructura. A unos escasos cien metros de allí, se podían apreciar las primeras casuchas y callejones de aquel barrio marginal, en ellos esperaban impacientes los Incondicionales a su presa, quien fuese esta. ¿Sería él? Volvió a preguntarse mientras los contemplaba.
«No parece que estén muy por la labor de vigilar la entrada a este antro» razonó Ashur.
Tras pasar un rato observándolos confirmó que estaba en lo cierto, no precian prestar ninguna atención hacía la dirección donde se encontraba el reclusorio, ajenos a su aparición parecían esperar a alguien que fuese a presentarse por la trayectoria opuesta a la suya. Las campanas seguían sonando alarmantemente y la algarabía comenzó a hacerse audible en distintos puntos de las barriadas a la vez.
―Esto no tiene ningún sentido. ―acabó por concluir.
«¿El qué?» Inquirió Ashur. «¿Que no nos hayan visto aún esos imbéciles de allí o que por primera vez no seas el centro de atención de todo el jodido mundo?»
No apreció ni asomo de ironía en su voz.
―Me refiero a que no entiendo porque diablos han mandado a un batallón tan grande, pero a la vez ridículo, para atacar una ciudad tan bien protegida como la de Mansour. Sí la intención era capturarme y acabar con el muchacho, podían haberlo hecho de una manera mucho menos llamativa ¿No crees?
«Puede que se crean con posibilidades de hacerse con la ciudad, o simplemente por el gusto de hacer daño. ¿Quién sabe?»
―Eso sería un simple suicidio hasta para estar hablando de esta secta de trillados. ―dijo mientras rascaba sus greñas con un gesto reflexivo. ―No, tiene que haber una buena razón para ello. Dudo que se hayan pasado tanto tiempo escondidos en los más inhóspitos lugares solo para acabar masacrados en las calles de Mansour por nada. «Hay algo que se nos escapa y que no cuadra en todo esto ¿Pero el qué?»
Finalmente resolvió que no tenía tiempo que perder en elucubraciones fundamentadas en la especulación, había tenido dos décadas dedicadas a eso y ya era hora de cambiar. No sabía que es lo estarían planeado aquellas gentes, ni cuáles eran sus motivaciones al presentarse allí, incluso concluyó que probablemente siquiera ellos sabían con certeza que es lo que debían de estar haciendo plantados en aquel lugar esperando a ser masacrados por la guarnición de la ciudad. Sabía que sí uno de sus hermanos estaba gestionando aquella calamidad, el plan sería exageradamente retorcido para descubrirlo con facilidad, y eso sin contar que también había un Merakai metido en el cuerpo de uno de los altos cargos religiosos de la ciudad para complicar las cosas.
Bordeó el edificio sin perder de vista en ningún momento a los Incondicionales que se encontraban escondidos en los callejones de enfrente, con movimientos delicados y comedidos como los de un bailarín, agazapado en algunos momentos y literalmente pegado al muro en otros, logró llegar hasta la parte posterior para encontrarse con la misma escena. En los callejones de más allá también acechaban varios grupos de Incondicionales, estos, incongruentemente tampoco estaban prestando excesiva atención a la lúgubre estructura que era Institución. «¿A quién esperan?»
―No entiendo nada.
«Es lo que suele suceder cuando uno decide pasarse casi dos décadas enterrado debajo de tierra».
Sonrió tras aquella pulla.
Estaba claro que Ashur no lo había perdonado por la decisión que tomó tanto tiempo atrás después de los acontecimientos de Meyrem, pero en aquel momento no necesitaba su faceta quejica y lastimosa que lo había acompañado durante su auto encierro, necesitaba servirse de sus otras habilidades para lograr saltarse aquel cerco sin ser visto y poder alcanzar palacio sin tener que matar a nadie más por el camino.
Volvió hasta la zona donde se encontraba la rampa de entrada, abrigado por las sombras mientras aún sonaba el tañer de las campanas y a la par que se palpaba la tensión que precedería a la violencia. Usó una de las técnicas más básicas que conocía, hizo varios intrincados sellos con sus dedos y su cuerpo, antes solido, comenzó a adquirir la consistencia de las sombras que lo rodeaban. Era un truco sencillo que se basaba en dejar que un poco de la esencia de Ashur brotara por sus poros como una especie de secreción vaporosa que servía para camuflaje para cualquiera que mirase en su dirección, este solo viera una voluta de humo negro que bien podría confundirse con un efecto óptico de la noche. Se podía conseguir un efecto similar con armas encantadas, pero no eran tan consistentes como el tener a uno de los trece dentro de ti.
Corrió a una velocidad sobrehumana, en zigzag, saltando de una sombra a otra, parando detrás de los pequeños matojos que nadie se había molestado en desbrozar en aquel yermo, un borrón para el ojo humano. Recorrió los casi cien metros hasta el primer perímetro de casuchas en un tiempo espectacular. Probablemente sí alguien hubiese estado atento a la escena, habría visto pasar a un borrón negro que en tan solo el tiempo de dos parpadeos, se encontraba apoyado en la fachadas de una de las casuchas sin tan siquiera respirar forzadamente. Se asomó por uno de los laterales con cuidado, los tipos no se habían percatado de nada. Volvió a parapetarse y volvió a su plano normal, pues era realmente inprudente mantenerse durante mucho tiempo en aquel estado. Respiró hondamente y de un salto se encaramó al tejado de la casucha, este (por suerte) estaba hecho de pizarra y no como la gran mayoría del resto de las casas de la barriada, con paja y trozos de cestería. Caminó suavidad por él, sin que sus pies descalzos hiciesen el más mínimo ruido que pudiese delatar su presencia a los propietarios de la casa, ni mucho menos a la trupe que esperaba acechando allí abajo.
Ahora tenía varias opciones que sopesar, podía saltar en medio de aquellos descerebrados y los evisceraba allí mismo, o por el contrario partía hacia palacio y descabezaba a la serpiente que seguramente llevaría a la desbandad en grupo de todos ellos. Estaba seguro de que el Merakai era la piedra angular de aquel sinsentido, si acababa con él, acababa con toda aquella estupidez. Para su sorpresa Ashur tomo la voz de la conciencia, o de la más oscura de las venganzas. Con él nunca se sabía.
«Primero vayamos a por el perrito faldero de Astral y saquémosle las respuestas a golpes, luego ya nos entretendremos con la escoria que quede en pie ¿No te parece?»
Desde donde estaba podía ver como en algunos puntos de las barriadas comenzaban a alzarse volutas de espeso humo que indicaban donde se estaban empezando a producirse los incendios, hasta él llegaban con más claridad gritos de desesperación, voces de alarma, el chocar del acero. De alguna manera los Incondicionales que estaban fuera debían de haber logrado entrar en la ciudad para ponerse manos a la obra. Había comenzado de verdad. Cuando ya estaba a punto de partir hacia palacio para encontrarse con el Roba-Cuerpos (otro de los nombres con el que se conocía al Merakai) y ponerle fin a aquello, advirtió que un grupo de tres personas se aparecían al otro extremo de las calles. No podía apreciarlos bien desde aquella distancia, pero por su aspecto no parecían Incondicionales, sino más bien unos pobres y harapientos desdichados que habían acabado en el peor lugar de la ciudad sin darse cuenta. Seguramente acabarían ensartados en la espada de alguno de los que estaban acechando en los callejones, pero él no podía hacer nada al respecto, pues no era un héroe ni nada meridianamente parecido. Finalmente se decidió.
―Entonces bien, vayamos de una vez a palacio a por ese maldito Merakai.
CONTINUARÁ......
Ven, ven, quienquiera que seas;
Seas infiel, idólatra o pagano, ven
ESTE no es un lugar de desesperación
Incluso si has roto tus votos cientos de veces, aún ven!
(Yalal Ad-Din Muhammad Rumi)