Buenas camaradas, pues ya estoy aquí de nuevo con el final de esta largo, pero que muy largo capitulo. Se me fue totalmente de las manos XD Por lo que de momento así queda el nombre del capitulo (de momento), pero probablemente cuando revise todos los capítulos, estos se conviertan en dos, a los cuales cambiaré el titulo, pues no acaba de pegar con lo que sucede. En fin, ahora a lo echo pecho XD.
PD;También me di cuenta que ya hay varios autores que tienen novelas con el mismo nombre que la mía. Una es Elena Calderón y el otro es un autor ingles que tiene una saga que precisamente se llama la trilogía de las sombras, también usa unos títulos similares, y aunque no iguales, sí parecidos. Tendré que romperme la sesera para encontrarle otro nombre que le pegue al escrito.
De momento se queda así, por eso.
En fin. No me enrollo más. Ahí os dejo el ultimo trozo, a ver que os parece.
Edición.
Al final hubo un cambio de titulo, pues en reglas generales, el que había no calzaba mucho con lo que sucedía en el capitulo. Un saludo.
NOCHE DE MIEDO (4 Parte)
¿Qué había sido aquella última sensación que lo acababa de azotar? Era como si alguien hubiera intentando asomarse dentro de su alma abriéndolo como a un pistacho. Con la misma vehemencia de la que haría gala un amante virginal y lujurioso que intentara tirarse a su primera concubina, con afán e impericia, sin tan siquiera saber por dónde empezar a hurgar. Excitado. Con excesiva y premeditada precipitación. Se sintió violado, mancillado de mil maneras que le eran muy difíciles de definir con meras palabras. Para empezar, no llegaba ni a intuir a qué diantres poder achacar aquel cumulo de emociones.
Contempló a Kumar con renovado interés. También parecía estar más alerta de lo que aparentaba en realidad, ojeando a su alrededor sin cesar. ‹‹¿Habrá percibido algo similar?›› No podía saberlo con certeza. Varsuf ya más recuperado, parecía ajeno a la repentina reacción de ninguno de ellos dos, por lo que concluyó, que no se había apercibido de las muecas luctuosas que habían compartido. El tañer ahora sonaba a rebato. Se podía escuchar claramente el ruido de acero al entrechocar, los chillidos y los ecos de alguna escaramuza que lograron erizarle el vello ‹‹O de alguna masacre ¡Por el amor de los Dioses!›› Oyó cerca el agudo sonido de las cornetas y el rumor de la desesperación, contempló como las luces incendiaban el cielo con tonos purpúreos no muy lejos de allí; el caos rondaba en cualquier dirección en la que pusiera su atención. Todo aquello contrastado con el estático silencio que envolvía a Institución, inmediatamente le olió a chamusquina. Y no se trataba precisamente de los edificios destartalados y medio calcinados de la zona, ni las casas que probablemente habían comenzado a arder.
―¿Por qué nos detenemos ahora, Armen? ―preguntó Varsuf mientras miraba con anhelo hacia los muros de la estructura. ―Ya la tenemos justo enfrente.
Su amigo se refería a Institución y él pasaje que los llevaría de vuelta a sus regias viviendas, a la relativa protección que les otorgarían sus gruesos muros. Regresar nuevamente a la única realidad que conocían. A nadie le gustaba sentir amenazada a cada instante su integridad por un excesivo número de lunáticos. Aquello lo entendía. También logró comprender, que por el tono atemorizado de su voz, en cualquier instante salía a la carrera hacia la mole olvidada cualquier pretensión de pasar desapercibidos, lo cual no se podía consentir. Aunque tampoco lo culpaba por aquello. Cualquiera en su sano juicio pensaría que lo más razonable dado las refriegas que se estaban produciendo a escasas cuadras de donde estaban ellos, y que para su horror, cada vez se apreciaban más cerca, sería entrar en el edificio sin más. Eso sin dejar de obviar, que un grupo de Incondicionales no había dejado de darles caza durante toda la noche para acabar con ellos. Sabía que no debían detenerse ahora, era peligroso. No obstante, un miedo inconsciente y cerval, le hizo detener a Varsuf en seco.
―¡Espérate un momento! ―Siseó mientras le sostenía del brazo para que no cometiera ninguna prematura estupidez. ―Algo anda fuera de lugar.
―¿Hablas en serio?
―¿Tu qué crees? ―Replicó fulminándolo con la mirada.
Varsuf se la devolvió incrédulo, aunque para su alivio no hizo ningún amago de avanzar. Su expresión a pesar de las eventualidades, le resultó cuanto menos caricaturesca. Su lividez contrastaba con la sangre seca que embadurnaba su cara, su ridículo mostacho pendía literalmente de un hilo, sus vestimentas estaban hechas una completa porquería. Intuyó que su aspecto debía ser similar, sino peor. De todos modos, no fue esa la razón por la que detuvo a su compañero.
―No veo a ninguno de los guardias que deberían de estar custodiando las puertas. ―Destacó Kumar examinando serio la grisácea estructura. Era la primera vez durante aquella espantosa noche que apreciaba algún tipo de reacción en él. Además de que era un argumento sólido para alentar a su propio reconcomio. Sobre todo al advertir, el gesto afilado que componía. ―Tampoco se aprecia la silueta de ninguno de los centinelas que supuestamente suelen estar haciendo guardia en las troneras. ―Contempló sin dejar de observar Institución con la quijada prieta y el ceño fruncido. Sacó sus espadas de las vainas con una floritura y una velocidad sobrehumana, para simplemente añadir sin más. ― Será mejor que vaya a comprobar qué es lo que sucede.
Sin darles tiempo de reaccionar, Kumar murmuró en la misma extraña lengua que hizo que el mismo oscuro humo que había jurado ver antes brotando de sus espadas, lo recubriera por completo para convertirlo en un simple manchurrón. Si no fuese porque lo había visto desaparecer ante sus propios ojos, juraría que nunca hubo estado allí. Ahora, que si ponías un poco de empeño concentrándote en el punto en el que intuías que debería estar, se podía percibir una oscilación en el aire que delataba su presencia. (La sombra) para su mudo asombro, dio un salto y se aupó en el tejado de en frente (que estaba a unos considerables seis metros del suelo) y les dijo con un tono seco.
―Ni se os ocurra moveros de dónde estáis.
Luego desapareció (por completo)
‹‹¡Fantástico! ¿Ahora resulta que también puede desaparecer?››
Enmudeció durante unos segundos mientras intentaba convencerse de que no acababa de perder el juicio por completo. En esta ocasión Varsuf no lo interrumpió, estaba igual de impactado que él. No fue una tarea sencilla en absoluto no pellizcarse para ver si aquello no era una jodida pesadilla. El repiqueteo sonaba de fondo junto a la cacofonía que transportaba el aire, que parecía arreciar a cada instante que pasaba. Notó como la sangre bombeada se agolpaba en sus sienes palpitando con intensidad.
―La hostia Armen. ―Farfulló al rato Varsuf sacándolo del pasmo. Por el tono sesgado de su voz, seguramente empezaba a creer que él también se había vuelto loco de remate. ―Ha sido como… como un…
Armen presumió que varsuf no encontraba las palabras exactas para definir aquella anomalía, tampoco es que fuera muy versado él.
―¿Un espectro?
―¡Sí! Eso mismo era lo que quería decir Armen. Como un espectro. ¿Lo has visto, verdad?
―Sí que lo he visto, Varsuf . ―respondió ausente. ‹‹A pesar de que aún no me lo acabo de creer›› El escalofrió le corrió desde la uña de sus pies hasta la punta de su flequillo, no auguraba nada bueno.
Concluyó que equiparar a un Hijo de Sombra con un ‹‹espectro››, bueno, era similar a comparar el canto de una sirena con el mugido de un manatí. Al fin y al cabo concluyó, los (espectros) se creía que eran simples manifestaciones de entidades pasadas que no habían logrado traspasar el Velo y, que por consiguiente, vagaban por la tierra aullando sus lamentos para todo aquel que quisiera oírlos. Por el contrario, Los Hijos de Sombra eran los mismísimos heraldos de la muerte. Una asociación secreta de hombres y mujeres adiestrados desde la tierna infancia con un solo fin, cortar de raíz cualquier manifestación del mal de la que adoleciese el continente. El prefecto asesino.
O al menos eso es lo que había oído pervulgar a un vejete un día en una de las tabernas de la ciudad, unos meses atrás.
Había que concretar que él hombre andaba empapado de alcohol hasta las pestañas, y no parecía estar muy cuerdo la verdad. Contó historias de hombres fuertes como toros y ágiles como gatos. Rumores de mujeres hábiles tanto en el manejo de las armas como en el del veneno. Personas ‹‹sobrenaturales›› en general. También Habló de un mal antiguo y ponzoñoso, destructivo para con la vida, el cual aseguró, habíamos desterrado de nuestras memorias por miedo a recordar. Este, al parecer, esperaba en las sombras el momento idóneo para atacar. El hombre pronosticó que ese momento se encontraba cerca. (Habían pasado solo dos meses desde entonces) rememoró con cierta fobia. Según expuso con sumo detalle para un simple borrachín cualquiera, aquellos hombres y mujeres iban a ser el único dique del que dispondrían entre ese mal embravecido, y la humanidad tal y como la conocían hasta entonces. Evocó aquel momento como si fuera ayer. El tipo fue objeto de burla e increpado por los parroquianos del local, como alguien que había perdido el juicio. Las sandeces que decía como por el pedo que llevaba, eran un aliciente más. Ahora tras lo vivido lo comprendió. ‹‹No eran fabulas de un pobre desgraciado. ¡Existen de verdad!››
Aquello pobló su mente de un sinfín de incógnitas más.
Sabía que había muchas aclaraciones que Kumar debería dar en un momento u otro, demasiadas ‹‹cosas›› que no alcanzaba ni tan siquiera a comenzar a considerar como ciertas. En cualquier caso, no iba a obtener las respuestas que deseaba pronto, (quizás nunca) dicho sea de paso, y visto que sus vidas seguían dependiendo de su persona, decidió centrarse en lo que realmente podía comprender.
‹‹¡Concéntrate de una puñetera vez, joder! Tu vida está en juego››
No parecía haber nadie en las inmediaciones de Institución. ¡Nadie! Como una estructura olvidada a los ojos de sus dioses. Esta se erguía ausente de todo color, más que el gris de sus grandes rocas encajadas con una precisión quirúrgica. Los alrededores, barrios y barrios de casuchas contrahechas en las que vivían las personas más desfavorecidas de Mansour, amparaban aquella carencia de vida. La luna alargaba tenebrosas sombras en aquel trozo de erial. Tratándose de una de las cárceles más relevantes de la región aquello estaba fuera de lugar ‹‹¿Quién controla el acceso a la institución?›› Se preguntó atenazada de nuevo su garganta. Y lo que era más importante si aún cabía responder, ¡¿Quién demonios vigilaba que no saliese ningún energúmeno más de allí?! Un sudor frio comenzó a correrle por el espinazo hasta la base de su espalda estuvo completamente empapada. La inmensa estructura de piedra gris, manifestaba una estampa antigua, siniestra e implacable, sin duda cruel. Su larga y estrecha rampa se desplegaba como la larga lengua de un reptil que acababa en dos enormes portones de madera negra tachonada de placas de metal. Las esfinges y los tallados en la tosca piedra, representaban la redención.
No era la primera vez que veía la penitenciaria en todo su horroroso esplendor. Aunque la diferencia radicaba, en que siempre había sido desde una distancia prudencial en la que no le produjo aquella sensación de grima. Verla de tan cerca era harina de otro costal. Sentía la maldad manando de cada pedrusco de sus gruesos muros. El dolor y la punición enturbiaban el ambiente ejerciendo una presión casi insoportable en él. La locura que sufrirían los penitentes que debían estar acurrucados en aquellos inframundos agujeros en los que tendrían que pasar el resto de sus vidas, la sentía en sus propios huesos y en cada centímetro de su piel. ‹‹¡Espera un momento!›› Se detuvo ante aquellas vertiginosas sensaciones que lo acometieron, pinchando y manipulando sus emociones. Confundiéndolo aún más. ¿Por qué reparaba él en nada de todo aquello? Es más ¿Cómo era posible que notase unos sentimientos tan concretos brotar de un maldito trozo de pedrusco? La pregunta quedó flotando en el aire mientras boqueaba sin saber qué hacer.
Miró en busca de Kumar, este simplemente seguía (desaparecido), para variar. ¡Como lo irritaba! Y ahora que intuía cual podía ser su ‹‹identidad real››, estaba completamente seguro de que estaba al tanto de lo que sucedía en la ciudad. Y a él en particular. Lo había visto reflejado en sus oscuros ojos cada vez que se habían cruzado sus miradas. Al fin y al cabo, era capaz de desaparecer ¿No? Algo se le escapaba y no sabía muy bien el qué. De todas formas suponía que no iba a sacarle nada aquella noche que lo fuera satisfacer. ‹‹Ojala les parta un rayo a los dos.›› Maldijo en silencio.
Decidió que lo mejor sería centrarse en salvar sus tristes pellejos, que no parecía ser una tarea sencilla de llevar a cabo. Por lo que, hizo todo lo posible por no pensar en las emociones que comenzaron a arremeterlo sacudiéndolo como un trapo al viento, amenazándolo con hacerle vomitar de nuevo. Apretó las nalgas cuan fuerte pudo para no caer en la desesperación que empezaba a apoderarse de él. La única salida que les quedaba para salir de una pieza de aquella escabechina, era hacer lo que les había propuesto kumar, o sea, recurrir a los pasos subterráneos a los que había hecho referencia antes. Su única opción de salir indemnes de aquella ratonera por sus propios pies.
Agitado, intentó humedecerse los labios, pero para su mayor consternación advirtió, que su lengua lucia igual de rasposa que el pedernal.
Que no hubiese nadie custodiando la penitenciaria podía deberse a mil y una razones distintas, reflexionó. Puede que los guardias hubieran decidido ir a inspeccionar que era lo que estaba sucediendo en las calles de más abajo; algo bien plausible dado el ajetreo que se estaba formando en ellas. Quizás hasta los centinelas de las aspilleras, también habían resuelto que era su trabajo ir a husmear de dónde provenía todo el maldito alboroto. Incluso existía la posibilidad, de que los funcionarios que estaban dentro, por la razón que fuera, aún no se habían percatado del ambiente incendiario que se respiraba fuera. Tal vez… Se detuvo sin acabar de teorizar en vano. ‹‹A quién pretendo engañar››
Claudicó antes de deshincharse igual que una vejiga suelta.
Era jodidamente imposible que Institución estuviese desguarnecida por completo. Sería absurdo e inverosímil, y lo sabía con total certeza. Los guardias jamás habrían abandonado sus puestos en las puertas so pena de muerte, y los vigías de las barbacanas aun menos. Siempre tenían que estar alerta a cuanto sucediera a su alrededor, controlando tanto en el interior como en el exterior de la penitenciaria. Y además, siendo justos ¿Quién sería tan manifiestamente idiota como para no darse cuenta de que los estaba asaltando una panda de dementes?
‹‹Piensa Armen, piensa. Maldita sea››
Una extraña quietud cuajó en el ambiente haciéndolo denso como la melaza. De repente ‹‹algo›› cayó justo en medio de ellos, levantando una pequeña cantidad de polvo a su alrededor. Retrocedieron varios pasos con los brazos en alto y el corazón en la nuez. El borrón negruzco para su sorpresa pronto se convirtió en Kumar, y su expresión no era un guiño para el optimismo precisamente.
―¡La madre que te parió! ―exclamó llevándose la mano al pecho. ―¿Es que pretendes matarnos del susto o que te pasa? ―Inquirió con tono seco mientras contemplaba de la altura de la que había saltado su lacayo; dedujo que debería que haberse partido las dos piernas en la caída.
Kumar los miró a ambos con un gesto furibundo antes de sisear.
―Corred lo más rápido que podáis.
‹‹¿Eh?››
Aquellas palabras sonaron como ‹‹¡Gong!›› en su cabeza.
―¿Se puede saber qué quieres decir ahora con….
De pronto algo silbó en el aire antes de impactar con un ruido seco en uno de los postes que tenía a escasos centímetros de su cara. La saeta de plumas negras vibró durante unos instantes antes de quedar completamente quieta. Una gota de sudor descendió de su pómulo hasta su barbilla para caer seguida al suelo.
―¡Corred, imbéciles! ―Restalló Kumar.
Decidió no hacer más preguntas innecesarias, pues aquello fue suficiente acicate para que sus piernas adquiriesen una cadencia veloz, que instantes antes no hubiese imaginado llegar a poseer. Por como corría Varsuf junto a él, presumió que también había entendido el mensaje a la primera. Correr para salvar el pescuezo era un idioma universal. Por lo tanto así lo hizo, corrió como jamás lo había hecho en toda su triste vida, rezando a todos los dioses conocidos y por conocer. Probablemente estos debían de estar la mar de ocupados en aquel momento para prestarle la debida atención, puesto que para acabarlo de desmoralizar del todo, de las oscuras callejas que rodeaban aquel mísero raso, comenzaron a brotar tipos y más tipos similares a los que los habían estado acechándolos tan solo hacía un rato. Se trataban de más Incondicionales, constató. Cada cual ellos iba pertrechado hasta los dientes con una gran variedad de armas, todos tenían la pinta de haber salido de las mismísimas puertas del infierno, y todos y cada uno de ellos tenían especial atención puesta en él. Sus piernas casi le doblan y lo hacen caer dejándolo a su merced, aunque tras recuperarse a duras penas, no tardó en correr mucho más rápido que antes. Veloz como un gamo.
Jamás en toda su vida había sentido tanta indefensión.
―¡Están saliendo de todos los rincones Armen! ―Chillo Varsuf horrorizado mientras corría a la par con largas zancadas a su costado, seguido muy de cerca por Kumar, el cual cerraba la comitiva. ―Nos van a acabar pillando.
―No si somos más rápidos que ellos para que no lo consigan. ―Retrucó mientras evaluaba la situación con el corazón en un puño. (Todo apuntaba a que su amigo no iba errado en absoluto.) ―No te detengas.
Era cierto que los tipos comenzaban a ganarles terreno con gran rapidez, mientras iban cerrando el perímetro en torno a ellos. Contó al menos una treintena de hombres con expresiones adustas y pendencieras, con ojos fríos como el metal. Entre ellos divisó la presencia de varios ballesteros encajando otra recarga con la que pretendían dispararles de nuevo. No pudo evitar preguntarse por enésima vez durante aquella maldita noche, que diablos había hecho él para merecerse tanta atención por parte de todos aquellos malnacidos sin corazón.
Los bramidos, las execraciones y el repique se intensificaron.
Unos cuantos Incondicionales corrieron a cerrarles la retirada, mientras ellos corrían desesperados hacia el edificio. El resto del grupo seguía ganándoles terreno, lenta, pero inexorablemente. Los ballesteros observó con una creciente angustia, habían logrado recargar los trastos y ahora, apuntaban hacia sus espaldas desnudas sin nada que se interpusiera en su camino. En realidad asumió que la situación pintaba bastante mal. Tenía la esperanza de que no tuvieran la suficiente pericia para acertar a darles desde ahí, no obstante sabía, que la esperanza era el último recurso del que echaban mano los desgraciados.
Una lágrima descendió por su mejilla mientras reunía toda la fuerza que aún conservaba en sus maltratadas pantorrillas, luego cruzó los dedos.
Quedaban muy pocos metros para llegar a la edificación, al cobijo que proporcionaban sus gruesos muros. Quizás lograsen obtener una oportunidad de salir con bien de esa después de todo. Noventa, ochenta, setenta metros calculó que tan solo les separaban del lugar… Sus gruesas y altas puertas permanecían con los batientes abiertos, como una oscura boca que los recibía con un bostezo. Comenzaron a subir por la estrecha rampa hacia aquel horror, o en su caso, a la anhelada (aunque tampoco muy segura) salvación. Sesenta, cincuenta, cuarenta metros aún faltaban para llegar… Esperó en cualquier instante notar la mordida del frío hierro en sus carnes. Reparar en la saeta que le perforaría la espalda para asomar en el centro de su pecho antes de caer al suelo seco. Aunque esta no llegó. Treinta, veinte metros y lo lograrían… Estaban a tan pocos pasos del portón, a tan pocas zancadas, que empezó a creer que quizás no morían de la forma tan espantosa que se había imaginado. Diez, cinco metros y nada más… Entonces escuchó claramente el chasquido de las ballestas al soltar los proyectiles y comprendió, que su suerte ya estaba echada. El tiempo se detuvo. Exhaló una sola vez y alargó sus brazos, como alguien que intenta agarrase a un pedazo de madero en plenamar. El tiempo volvió a transcurrir con normalidad. Oyó como muy cerca de él, algo pasó con un silbido, que finalmente acabó perdiéndose en la negra noche. A su costado, un ruido seco tras un corto gañido le indicó que acababan de alcanzar a Varsuf de lleno. Este calló hecho un enredo al suelo, dando varias vueltas de campana hasta quedar completamente quieto. Un astil sobresalía de su columna mientras intentaba respirar boqueando como un pez. Se detuvo en seco horrorizado, con la cara mudada por la conmoción, contemplando los últimos espasmos de Varsuf. Un enorme charco de sangre oscura comenzaba a descender por la rampa cubriendo de color las ranuras del enlosado. Los ojos de su amigo miraban perdidos a ninguna parte. Los Incondicionales inflamados por su primera baja, chillaron como dementes mientras se aproximaban con muecas contorsionadas por el rencor.
―¡Ya no puede hacer nada para salvarlo! ―Bramó Kumar muy cerca de su cara para lograr sacarlo de su letargo. Advirtió que no podía mover ni uno solo de sus miembros, ni una fibra de su ser. Estaba completamente atenazado por el espanto. ―¡Tiene que seguir avanzando, señor!
La connotación de aquella afirmación le dejó con la sensación de que la saeta había impactado en él. Acababan de matar a Varsuf ante sus ojos, con indiferente alevosía, forzándolo a cruzar el Velo con terrible promiscuidad. Y él, no podía hacer nada para ayudarlo.
Observó a Kumar con ojos empapados por las lágrimas, contenidas en una mezcla del odio y la propia impotencia que lo bloqueaba. Él se la devolvió inalterable, sin que su expresión varíese ni un ápice, igual que una estatua de bronce regio. Lo retaba a que rebatiera aquella inalterable realidad. La muerte era así de simple, así de insensible y cruel. No tenía bandos ni colores con los que identificarse, ni balsones ni símbolos con los que negociar, tan solo reclamaba lo que era suyo por potestad. No había marcha atrás, ni segundas oportunidades tras su llamada. No había buenos ni malos, ni ricos ni pobres, ni guapos ni feos, todos pasaban por el mismo agujero sin perjuicio alguno. Por mucha posición, rezo o interpretación de las Escrituras que hiciera uno, la muerte acechaba a la vuelta de la esquina. Cuando uno muerto estaba, muerto se quedaba, y no existía vuelta de hoja para aquello.
Juró en silencio que de alguna forma, aquellos tipos iban a pagar por lo que habían hecho a Varsuf. Aunque asumió que no iba a ser ni en aquella hora ni en aquel lugar concreto.
Dejó con delicadeza su cuerpo en el suelo. Sus facciones comenzaban a estar tensionadas por la rigidez, y la palidez de su piel empezaba a cobrar un color cetrino. Advirtió, que ahora también sus vestiduras estaban manchadas con la sangre de su amigo. Había llegado a quererlo casi como a un hermano, era una de las pocas personas en las que había podido confiar. A lo largo de todos esos años, en los que la mayoría de semejantes en la corte lo veían como un tipo antisocial, apático e insolente con el que mantener las distancias. Varsuf había encontrado en él a un igual, a un amigo. La única persona digna de llamarse como tal entre todo aquel vergel infestado de hienas. Pensar que solo podía dejar su cadáver allí abandonado como si fuera un cualquiera… Sabía que la situación no dejaba más margen para la consternación, pero aun y así...
Llegaron al arco de entrada cuando sus perseguidores empezaban a ascender por la rampa, pocos metros por detrás de ellos. Subían en grupos de dos, pues la rampa era tan estrecha que no dejaba sitio para que pudieran manejarse más personas. Tampoco parecía que fuese un inconveniente, y no creyó que les importase en demasía. Su proporción era abrumadora en comparación.
Sin llegar a traspasar el umbral Kumar se detuvo.
―Aquí tendrán que separase nuestros caminos. ―Le soltó sin más. Cuando sus miradas se cruzaron, le dedicó un guiño y una sonrisa socarrona. ―Mi señor, usted debe continuar y llegar a palacio sano y salvo. Yo los retrasaré lo suficiente para que le dé tiempo a escapar.
Solo alcanzó a comprender el significado real de sus palabras, hasta pasadas varias bombeadas de su acelerado corazón, luego como era de recibo, también se detuvo hasta trastabillar para luego observarlo incrédulo. Su terror aumentó hasta cotas que resultaron ridículas. ¿Pretendería abandonarlo ahora?
‹‹¿De verdad?››
≥≥Escúcheme atentamente señor, y ponga especial atención en lo que le voy a explicarle a continuación. ―Antes siquiera de que tuviera opción de abrir la boca, lo fulmino con la mirada y retrucó. ― ¡Y ni se le ocurra interrumpirme ahora! ―Parpadeo varias veces, aunque no se atrevió a rebatirlo. ―Bien. Entiendo que lo que acaba de contemplar lo sobrepasa de largo, y supongo que tendrá muchas preguntas en mente que le gustaría formular, pero coincidirá conmigo que no queda tiempo para el coloquio. Así que simplemente escúche. Debe correr lo más rápido que pueda, me oye, hágalo sin mirar ni una sola vez atrás y métase en el edificio. Estoy seguro de que conseguirá llegar a la planta baja sin encontrar más ‹‹dificultades›› en el camino. Algo me dice que estos ruidosos señores ya se habrán asegurado de que nadie les interrumpiese durante sus andanzas nocturnas, así que no debe preocuparse. Al menos por eso. ―Lanzó un somero vistazo por encima de su hombro al grupo que ya casi tenían encima. Él por su parte tragó saliva. Desde aquella distancia que los separaba, podía distinguir con total nitidez las muecas de odio que componían sus perseguidores, veía con prístina claridad cada una de las cicatrices que marcaban sus rostros picados por la viruela. Sintió la rabia que destilaba en cada uno de ellos. La voz de Kumar lo recuperó del trance con una urgencia inapelable. ―Localizará una palanca en la sala de guardia que se encuentra en la planta baja del edificio. Verá que está muy cerca de las escaleras que le habrán llevado hasta allí. Tiene que accionarla. ¿Lo ha entendido? ―Se atrevió a conjeturar, que su gesto no debía ser el reflejo de la comprensión precisamente, así que añadió ―Supongo que estará pensando que la compuerta no puede ser visible a simple vista. Tome, cójalas. ―Le tiró una especie de anteojos de un extraño y oscuro material que no logró identificar. Por poco no se le caen al suelo. ―Gracias a estas lentes, logrará dar fácilmente con la compuerta que lo llevará a casa. ―tras la larga verborrea, añadió. ― Y ahora debe márchese.
Contempló cada vez más próxima a la muerte a sus ojos. Los Incondicionales se encontraban a unos cincuenta metros de allí, y acotando las distancias. ¿No podían tener esa conversación en un lugar que resultara más seguro?
―No hablas en serio ¿Verdad?
No hubo respuesta.
Sin más, Kumar se dio la vuelta, obviando la cara compuesta por la incredulidad que se le había quedado a él. Adquiriendo una posición de combate que nunca había visto con anterioridad (Tampoco es que hubiese visto muchas, en cualquier caso.) Izo varios molinetes con sus espadas para calentar sus articulaciones para la faena que se le avecinaba encima. El ambiente se crispo alrededor suyo, y el revestimiento brumoso que antes había cubierto su piel, ahora recubría tan solo las espadas que titilaban con un brillo fantasmal. Estoico esperó paciente para presentar batalla.
Rígido como una estaca, paladeó el miedo que le producía pensar en adentrarse solo en aquel lugar. No sabía que podía encontrarse allí dentro, pero sabía que nada bueno. En cualquier caso ¿Kumar pretendía enfrentarse a todo aquel tropel por si solo? Por su posición, esa parecía que era la intención. Eso significaría morir igual de pronto que Varsuf, concluyó sin ningún margen de dudas. Por muy Hijo de Sombra que se tratara, eran demasiados hombres para hacerles frente tan solo él. Lo iban a desjarretar como a un cochino. ¿Se había vuelto completamente loco o qué? Al instante supo que se trataba de algo completamente distinto. Kumar sabía al igual que él, que los muros no iban a detener a sus perseguidores, no a aquellas alturas. No después de haber llegado tan lejos. Habían sido muy persistentes durante toda la noche dándoles caza para desistir ahora con tanta facilidad. Los dioses bien sabían que venían a por él, y que no pretendían parar hasta verlo muerto, pues lo habían intentado con bastante denuedo durante las últimas horas. Kumar procuraba ganarle tiempo y darle una posibilidad para salvarse. Eso era todo.
Observó el amplio pasillo que se adentraba en la inmensa mole, tan oscura como boca de lobo, se estremeció. No podía dejar morir a otra persona de su entorno por su culpa, y aún más sin saber a qué motivos se debían. Dirigió su atención a la muchedumbre que con gran vehemencia estaba por acometerlos. No parecía muy difícil la elección. No obstante, se negaba a dejar que aquello terminase así. Podían intentar cerrar las puertas antes de que los alcanzaran, o perderlos entre las muchas galerías y distintos niveles que debía tener una estructura como aquella. Tenía que existir alguna otra opción. ‹‹Piensa maldita sea Armen, piensa en alguna solución››
Pero casi ya los tenían encima.
―Señor, váyase ya. ―Lo instó Kumar mientras lo miraba por encima del hombro. El iris de sus ojos ahora tenía el color de la miel. Estos lo taladraron como dos punzones que lo hicieron sentir desnudo. Su expresión ociosa se había mudado en una máscara malvada que no reconoció. Le sonrió, pero de su boca sobresalían unos colmillos mucho más largos de lo normal.
Cuando quiso darse cuenta, ya corría de nuevo como alma perseguida por el diablo hacia las entrañas de Institución. Había perdido la cuenta de cuantas veces había tenido que salir despavorido durante el transcurso de esa espantosa noche, pero supo que no fueron pocas. Así que se Internó en el pasillo sin mirar ni una sola vez atrás, con un amalgama de sentimientos contrapuestos mientras su corazón le palpitaba acelerado en el pecho. Los ojos de Kumar le habían dejado la sangre helada. Su presencia de repente emanó una violencia que lo sacudió y estremeció hasta el tuétano, una maldad inusitada que lo dejó tiritando como un cervatillo recién nacido. Mientras iba dejando detrás de él la entrada, a la par que la gran mayoría de sus miedos, comenzó a escuchar los primeros alaridos de la pendencia. Imprecaciones, gruñidos, y el cruce del metal, seguido de cerca por los gañidos, y por los llantos de dolor. La ‹‹refriega›› propiamente dicha, había dado comienzo. Ya no había vuelta atrás.
Tenía que lograr llegar a palacio e informar a su padre de toda aquella chusma que había invadido su ciudad. Tenía que contarle sobre toda aquella carnicería y la muerte de Varsuf (Y probablemente a aquellas alturas, también la de Kumar.) Localizar el pasadizo sería un buen comienzo para empezar. Pero para ello, primero debía cruzar una siniestra penitenciaria.
Siguió corriendo sin mirar atrás, sin saber muy bien a donde se dirigía, e intentando no pensar en las pesadillas que se agazapaban en cada sombra de aquel lugar. Acabó llorando a moco tendido ahora que se lo podía permitir.
FIN....
Bueno, a ver que os parece, ya me diréis si se ve demasiado desfasado, o queda bien como está.
Un saludo y os leemos.
PD;También me di cuenta que ya hay varios autores que tienen novelas con el mismo nombre que la mía. Una es Elena Calderón y el otro es un autor ingles que tiene una saga que precisamente se llama la trilogía de las sombras, también usa unos títulos similares, y aunque no iguales, sí parecidos. Tendré que romperme la sesera para encontrarle otro nombre que le pegue al escrito.
De momento se queda así, por eso.
En fin. No me enrollo más. Ahí os dejo el ultimo trozo, a ver que os parece.
Edición.
Al final hubo un cambio de titulo, pues en reglas generales, el que había no calzaba mucho con lo que sucedía en el capitulo. Un saludo.
NOCHE DE MIEDO (4 Parte)
¿Qué había sido aquella última sensación que lo acababa de azotar? Era como si alguien hubiera intentando asomarse dentro de su alma abriéndolo como a un pistacho. Con la misma vehemencia de la que haría gala un amante virginal y lujurioso que intentara tirarse a su primera concubina, con afán e impericia, sin tan siquiera saber por dónde empezar a hurgar. Excitado. Con excesiva y premeditada precipitación. Se sintió violado, mancillado de mil maneras que le eran muy difíciles de definir con meras palabras. Para empezar, no llegaba ni a intuir a qué diantres poder achacar aquel cumulo de emociones.
Contempló a Kumar con renovado interés. También parecía estar más alerta de lo que aparentaba en realidad, ojeando a su alrededor sin cesar. ‹‹¿Habrá percibido algo similar?›› No podía saberlo con certeza. Varsuf ya más recuperado, parecía ajeno a la repentina reacción de ninguno de ellos dos, por lo que concluyó, que no se había apercibido de las muecas luctuosas que habían compartido. El tañer ahora sonaba a rebato. Se podía escuchar claramente el ruido de acero al entrechocar, los chillidos y los ecos de alguna escaramuza que lograron erizarle el vello ‹‹O de alguna masacre ¡Por el amor de los Dioses!›› Oyó cerca el agudo sonido de las cornetas y el rumor de la desesperación, contempló como las luces incendiaban el cielo con tonos purpúreos no muy lejos de allí; el caos rondaba en cualquier dirección en la que pusiera su atención. Todo aquello contrastado con el estático silencio que envolvía a Institución, inmediatamente le olió a chamusquina. Y no se trataba precisamente de los edificios destartalados y medio calcinados de la zona, ni las casas que probablemente habían comenzado a arder.
―¿Por qué nos detenemos ahora, Armen? ―preguntó Varsuf mientras miraba con anhelo hacia los muros de la estructura. ―Ya la tenemos justo enfrente.
Su amigo se refería a Institución y él pasaje que los llevaría de vuelta a sus regias viviendas, a la relativa protección que les otorgarían sus gruesos muros. Regresar nuevamente a la única realidad que conocían. A nadie le gustaba sentir amenazada a cada instante su integridad por un excesivo número de lunáticos. Aquello lo entendía. También logró comprender, que por el tono atemorizado de su voz, en cualquier instante salía a la carrera hacia la mole olvidada cualquier pretensión de pasar desapercibidos, lo cual no se podía consentir. Aunque tampoco lo culpaba por aquello. Cualquiera en su sano juicio pensaría que lo más razonable dado las refriegas que se estaban produciendo a escasas cuadras de donde estaban ellos, y que para su horror, cada vez se apreciaban más cerca, sería entrar en el edificio sin más. Eso sin dejar de obviar, que un grupo de Incondicionales no había dejado de darles caza durante toda la noche para acabar con ellos. Sabía que no debían detenerse ahora, era peligroso. No obstante, un miedo inconsciente y cerval, le hizo detener a Varsuf en seco.
―¡Espérate un momento! ―Siseó mientras le sostenía del brazo para que no cometiera ninguna prematura estupidez. ―Algo anda fuera de lugar.
―¿Hablas en serio?
―¿Tu qué crees? ―Replicó fulminándolo con la mirada.
Varsuf se la devolvió incrédulo, aunque para su alivio no hizo ningún amago de avanzar. Su expresión a pesar de las eventualidades, le resultó cuanto menos caricaturesca. Su lividez contrastaba con la sangre seca que embadurnaba su cara, su ridículo mostacho pendía literalmente de un hilo, sus vestimentas estaban hechas una completa porquería. Intuyó que su aspecto debía ser similar, sino peor. De todos modos, no fue esa la razón por la que detuvo a su compañero.
―No veo a ninguno de los guardias que deberían de estar custodiando las puertas. ―Destacó Kumar examinando serio la grisácea estructura. Era la primera vez durante aquella espantosa noche que apreciaba algún tipo de reacción en él. Además de que era un argumento sólido para alentar a su propio reconcomio. Sobre todo al advertir, el gesto afilado que componía. ―Tampoco se aprecia la silueta de ninguno de los centinelas que supuestamente suelen estar haciendo guardia en las troneras. ―Contempló sin dejar de observar Institución con la quijada prieta y el ceño fruncido. Sacó sus espadas de las vainas con una floritura y una velocidad sobrehumana, para simplemente añadir sin más. ― Será mejor que vaya a comprobar qué es lo que sucede.
Sin darles tiempo de reaccionar, Kumar murmuró en la misma extraña lengua que hizo que el mismo oscuro humo que había jurado ver antes brotando de sus espadas, lo recubriera por completo para convertirlo en un simple manchurrón. Si no fuese porque lo había visto desaparecer ante sus propios ojos, juraría que nunca hubo estado allí. Ahora, que si ponías un poco de empeño concentrándote en el punto en el que intuías que debería estar, se podía percibir una oscilación en el aire que delataba su presencia. (La sombra) para su mudo asombro, dio un salto y se aupó en el tejado de en frente (que estaba a unos considerables seis metros del suelo) y les dijo con un tono seco.
―Ni se os ocurra moveros de dónde estáis.
Luego desapareció (por completo)
‹‹¡Fantástico! ¿Ahora resulta que también puede desaparecer?››
Enmudeció durante unos segundos mientras intentaba convencerse de que no acababa de perder el juicio por completo. En esta ocasión Varsuf no lo interrumpió, estaba igual de impactado que él. No fue una tarea sencilla en absoluto no pellizcarse para ver si aquello no era una jodida pesadilla. El repiqueteo sonaba de fondo junto a la cacofonía que transportaba el aire, que parecía arreciar a cada instante que pasaba. Notó como la sangre bombeada se agolpaba en sus sienes palpitando con intensidad.
―La hostia Armen. ―Farfulló al rato Varsuf sacándolo del pasmo. Por el tono sesgado de su voz, seguramente empezaba a creer que él también se había vuelto loco de remate. ―Ha sido como… como un…
Armen presumió que varsuf no encontraba las palabras exactas para definir aquella anomalía, tampoco es que fuera muy versado él.
―¿Un espectro?
―¡Sí! Eso mismo era lo que quería decir Armen. Como un espectro. ¿Lo has visto, verdad?
―Sí que lo he visto, Varsuf . ―respondió ausente. ‹‹A pesar de que aún no me lo acabo de creer›› El escalofrió le corrió desde la uña de sus pies hasta la punta de su flequillo, no auguraba nada bueno.
Concluyó que equiparar a un Hijo de Sombra con un ‹‹espectro››, bueno, era similar a comparar el canto de una sirena con el mugido de un manatí. Al fin y al cabo concluyó, los (espectros) se creía que eran simples manifestaciones de entidades pasadas que no habían logrado traspasar el Velo y, que por consiguiente, vagaban por la tierra aullando sus lamentos para todo aquel que quisiera oírlos. Por el contrario, Los Hijos de Sombra eran los mismísimos heraldos de la muerte. Una asociación secreta de hombres y mujeres adiestrados desde la tierna infancia con un solo fin, cortar de raíz cualquier manifestación del mal de la que adoleciese el continente. El prefecto asesino.
O al menos eso es lo que había oído pervulgar a un vejete un día en una de las tabernas de la ciudad, unos meses atrás.
Había que concretar que él hombre andaba empapado de alcohol hasta las pestañas, y no parecía estar muy cuerdo la verdad. Contó historias de hombres fuertes como toros y ágiles como gatos. Rumores de mujeres hábiles tanto en el manejo de las armas como en el del veneno. Personas ‹‹sobrenaturales›› en general. También Habló de un mal antiguo y ponzoñoso, destructivo para con la vida, el cual aseguró, habíamos desterrado de nuestras memorias por miedo a recordar. Este, al parecer, esperaba en las sombras el momento idóneo para atacar. El hombre pronosticó que ese momento se encontraba cerca. (Habían pasado solo dos meses desde entonces) rememoró con cierta fobia. Según expuso con sumo detalle para un simple borrachín cualquiera, aquellos hombres y mujeres iban a ser el único dique del que dispondrían entre ese mal embravecido, y la humanidad tal y como la conocían hasta entonces. Evocó aquel momento como si fuera ayer. El tipo fue objeto de burla e increpado por los parroquianos del local, como alguien que había perdido el juicio. Las sandeces que decía como por el pedo que llevaba, eran un aliciente más. Ahora tras lo vivido lo comprendió. ‹‹No eran fabulas de un pobre desgraciado. ¡Existen de verdad!››
Aquello pobló su mente de un sinfín de incógnitas más.
Sabía que había muchas aclaraciones que Kumar debería dar en un momento u otro, demasiadas ‹‹cosas›› que no alcanzaba ni tan siquiera a comenzar a considerar como ciertas. En cualquier caso, no iba a obtener las respuestas que deseaba pronto, (quizás nunca) dicho sea de paso, y visto que sus vidas seguían dependiendo de su persona, decidió centrarse en lo que realmente podía comprender.
‹‹¡Concéntrate de una puñetera vez, joder! Tu vida está en juego››
No parecía haber nadie en las inmediaciones de Institución. ¡Nadie! Como una estructura olvidada a los ojos de sus dioses. Esta se erguía ausente de todo color, más que el gris de sus grandes rocas encajadas con una precisión quirúrgica. Los alrededores, barrios y barrios de casuchas contrahechas en las que vivían las personas más desfavorecidas de Mansour, amparaban aquella carencia de vida. La luna alargaba tenebrosas sombras en aquel trozo de erial. Tratándose de una de las cárceles más relevantes de la región aquello estaba fuera de lugar ‹‹¿Quién controla el acceso a la institución?›› Se preguntó atenazada de nuevo su garganta. Y lo que era más importante si aún cabía responder, ¡¿Quién demonios vigilaba que no saliese ningún energúmeno más de allí?! Un sudor frio comenzó a correrle por el espinazo hasta la base de su espalda estuvo completamente empapada. La inmensa estructura de piedra gris, manifestaba una estampa antigua, siniestra e implacable, sin duda cruel. Su larga y estrecha rampa se desplegaba como la larga lengua de un reptil que acababa en dos enormes portones de madera negra tachonada de placas de metal. Las esfinges y los tallados en la tosca piedra, representaban la redención.
No era la primera vez que veía la penitenciaria en todo su horroroso esplendor. Aunque la diferencia radicaba, en que siempre había sido desde una distancia prudencial en la que no le produjo aquella sensación de grima. Verla de tan cerca era harina de otro costal. Sentía la maldad manando de cada pedrusco de sus gruesos muros. El dolor y la punición enturbiaban el ambiente ejerciendo una presión casi insoportable en él. La locura que sufrirían los penitentes que debían estar acurrucados en aquellos inframundos agujeros en los que tendrían que pasar el resto de sus vidas, la sentía en sus propios huesos y en cada centímetro de su piel. ‹‹¡Espera un momento!›› Se detuvo ante aquellas vertiginosas sensaciones que lo acometieron, pinchando y manipulando sus emociones. Confundiéndolo aún más. ¿Por qué reparaba él en nada de todo aquello? Es más ¿Cómo era posible que notase unos sentimientos tan concretos brotar de un maldito trozo de pedrusco? La pregunta quedó flotando en el aire mientras boqueaba sin saber qué hacer.
Miró en busca de Kumar, este simplemente seguía (desaparecido), para variar. ¡Como lo irritaba! Y ahora que intuía cual podía ser su ‹‹identidad real››, estaba completamente seguro de que estaba al tanto de lo que sucedía en la ciudad. Y a él en particular. Lo había visto reflejado en sus oscuros ojos cada vez que se habían cruzado sus miradas. Al fin y al cabo, era capaz de desaparecer ¿No? Algo se le escapaba y no sabía muy bien el qué. De todas formas suponía que no iba a sacarle nada aquella noche que lo fuera satisfacer. ‹‹Ojala les parta un rayo a los dos.›› Maldijo en silencio.
Decidió que lo mejor sería centrarse en salvar sus tristes pellejos, que no parecía ser una tarea sencilla de llevar a cabo. Por lo que, hizo todo lo posible por no pensar en las emociones que comenzaron a arremeterlo sacudiéndolo como un trapo al viento, amenazándolo con hacerle vomitar de nuevo. Apretó las nalgas cuan fuerte pudo para no caer en la desesperación que empezaba a apoderarse de él. La única salida que les quedaba para salir de una pieza de aquella escabechina, era hacer lo que les había propuesto kumar, o sea, recurrir a los pasos subterráneos a los que había hecho referencia antes. Su única opción de salir indemnes de aquella ratonera por sus propios pies.
Agitado, intentó humedecerse los labios, pero para su mayor consternación advirtió, que su lengua lucia igual de rasposa que el pedernal.
Que no hubiese nadie custodiando la penitenciaria podía deberse a mil y una razones distintas, reflexionó. Puede que los guardias hubieran decidido ir a inspeccionar que era lo que estaba sucediendo en las calles de más abajo; algo bien plausible dado el ajetreo que se estaba formando en ellas. Quizás hasta los centinelas de las aspilleras, también habían resuelto que era su trabajo ir a husmear de dónde provenía todo el maldito alboroto. Incluso existía la posibilidad, de que los funcionarios que estaban dentro, por la razón que fuera, aún no se habían percatado del ambiente incendiario que se respiraba fuera. Tal vez… Se detuvo sin acabar de teorizar en vano. ‹‹A quién pretendo engañar››
Claudicó antes de deshincharse igual que una vejiga suelta.
Era jodidamente imposible que Institución estuviese desguarnecida por completo. Sería absurdo e inverosímil, y lo sabía con total certeza. Los guardias jamás habrían abandonado sus puestos en las puertas so pena de muerte, y los vigías de las barbacanas aun menos. Siempre tenían que estar alerta a cuanto sucediera a su alrededor, controlando tanto en el interior como en el exterior de la penitenciaria. Y además, siendo justos ¿Quién sería tan manifiestamente idiota como para no darse cuenta de que los estaba asaltando una panda de dementes?
‹‹Piensa Armen, piensa. Maldita sea››
Una extraña quietud cuajó en el ambiente haciéndolo denso como la melaza. De repente ‹‹algo›› cayó justo en medio de ellos, levantando una pequeña cantidad de polvo a su alrededor. Retrocedieron varios pasos con los brazos en alto y el corazón en la nuez. El borrón negruzco para su sorpresa pronto se convirtió en Kumar, y su expresión no era un guiño para el optimismo precisamente.
―¡La madre que te parió! ―exclamó llevándose la mano al pecho. ―¿Es que pretendes matarnos del susto o que te pasa? ―Inquirió con tono seco mientras contemplaba de la altura de la que había saltado su lacayo; dedujo que debería que haberse partido las dos piernas en la caída.
Kumar los miró a ambos con un gesto furibundo antes de sisear.
―Corred lo más rápido que podáis.
‹‹¿Eh?››
Aquellas palabras sonaron como ‹‹¡Gong!›› en su cabeza.
―¿Se puede saber qué quieres decir ahora con….
De pronto algo silbó en el aire antes de impactar con un ruido seco en uno de los postes que tenía a escasos centímetros de su cara. La saeta de plumas negras vibró durante unos instantes antes de quedar completamente quieta. Una gota de sudor descendió de su pómulo hasta su barbilla para caer seguida al suelo.
―¡Corred, imbéciles! ―Restalló Kumar.
Decidió no hacer más preguntas innecesarias, pues aquello fue suficiente acicate para que sus piernas adquiriesen una cadencia veloz, que instantes antes no hubiese imaginado llegar a poseer. Por como corría Varsuf junto a él, presumió que también había entendido el mensaje a la primera. Correr para salvar el pescuezo era un idioma universal. Por lo tanto así lo hizo, corrió como jamás lo había hecho en toda su triste vida, rezando a todos los dioses conocidos y por conocer. Probablemente estos debían de estar la mar de ocupados en aquel momento para prestarle la debida atención, puesto que para acabarlo de desmoralizar del todo, de las oscuras callejas que rodeaban aquel mísero raso, comenzaron a brotar tipos y más tipos similares a los que los habían estado acechándolos tan solo hacía un rato. Se trataban de más Incondicionales, constató. Cada cual ellos iba pertrechado hasta los dientes con una gran variedad de armas, todos tenían la pinta de haber salido de las mismísimas puertas del infierno, y todos y cada uno de ellos tenían especial atención puesta en él. Sus piernas casi le doblan y lo hacen caer dejándolo a su merced, aunque tras recuperarse a duras penas, no tardó en correr mucho más rápido que antes. Veloz como un gamo.
Jamás en toda su vida había sentido tanta indefensión.
―¡Están saliendo de todos los rincones Armen! ―Chillo Varsuf horrorizado mientras corría a la par con largas zancadas a su costado, seguido muy de cerca por Kumar, el cual cerraba la comitiva. ―Nos van a acabar pillando.
―No si somos más rápidos que ellos para que no lo consigan. ―Retrucó mientras evaluaba la situación con el corazón en un puño. (Todo apuntaba a que su amigo no iba errado en absoluto.) ―No te detengas.
Era cierto que los tipos comenzaban a ganarles terreno con gran rapidez, mientras iban cerrando el perímetro en torno a ellos. Contó al menos una treintena de hombres con expresiones adustas y pendencieras, con ojos fríos como el metal. Entre ellos divisó la presencia de varios ballesteros encajando otra recarga con la que pretendían dispararles de nuevo. No pudo evitar preguntarse por enésima vez durante aquella maldita noche, que diablos había hecho él para merecerse tanta atención por parte de todos aquellos malnacidos sin corazón.
Los bramidos, las execraciones y el repique se intensificaron.
Unos cuantos Incondicionales corrieron a cerrarles la retirada, mientras ellos corrían desesperados hacia el edificio. El resto del grupo seguía ganándoles terreno, lenta, pero inexorablemente. Los ballesteros observó con una creciente angustia, habían logrado recargar los trastos y ahora, apuntaban hacia sus espaldas desnudas sin nada que se interpusiera en su camino. En realidad asumió que la situación pintaba bastante mal. Tenía la esperanza de que no tuvieran la suficiente pericia para acertar a darles desde ahí, no obstante sabía, que la esperanza era el último recurso del que echaban mano los desgraciados.
Una lágrima descendió por su mejilla mientras reunía toda la fuerza que aún conservaba en sus maltratadas pantorrillas, luego cruzó los dedos.
Quedaban muy pocos metros para llegar a la edificación, al cobijo que proporcionaban sus gruesos muros. Quizás lograsen obtener una oportunidad de salir con bien de esa después de todo. Noventa, ochenta, setenta metros calculó que tan solo les separaban del lugar… Sus gruesas y altas puertas permanecían con los batientes abiertos, como una oscura boca que los recibía con un bostezo. Comenzaron a subir por la estrecha rampa hacia aquel horror, o en su caso, a la anhelada (aunque tampoco muy segura) salvación. Sesenta, cincuenta, cuarenta metros aún faltaban para llegar… Esperó en cualquier instante notar la mordida del frío hierro en sus carnes. Reparar en la saeta que le perforaría la espalda para asomar en el centro de su pecho antes de caer al suelo seco. Aunque esta no llegó. Treinta, veinte metros y lo lograrían… Estaban a tan pocos pasos del portón, a tan pocas zancadas, que empezó a creer que quizás no morían de la forma tan espantosa que se había imaginado. Diez, cinco metros y nada más… Entonces escuchó claramente el chasquido de las ballestas al soltar los proyectiles y comprendió, que su suerte ya estaba echada. El tiempo se detuvo. Exhaló una sola vez y alargó sus brazos, como alguien que intenta agarrase a un pedazo de madero en plenamar. El tiempo volvió a transcurrir con normalidad. Oyó como muy cerca de él, algo pasó con un silbido, que finalmente acabó perdiéndose en la negra noche. A su costado, un ruido seco tras un corto gañido le indicó que acababan de alcanzar a Varsuf de lleno. Este calló hecho un enredo al suelo, dando varias vueltas de campana hasta quedar completamente quieto. Un astil sobresalía de su columna mientras intentaba respirar boqueando como un pez. Se detuvo en seco horrorizado, con la cara mudada por la conmoción, contemplando los últimos espasmos de Varsuf. Un enorme charco de sangre oscura comenzaba a descender por la rampa cubriendo de color las ranuras del enlosado. Los ojos de su amigo miraban perdidos a ninguna parte. Los Incondicionales inflamados por su primera baja, chillaron como dementes mientras se aproximaban con muecas contorsionadas por el rencor.
―¡Ya no puede hacer nada para salvarlo! ―Bramó Kumar muy cerca de su cara para lograr sacarlo de su letargo. Advirtió que no podía mover ni uno solo de sus miembros, ni una fibra de su ser. Estaba completamente atenazado por el espanto. ―¡Tiene que seguir avanzando, señor!
La connotación de aquella afirmación le dejó con la sensación de que la saeta había impactado en él. Acababan de matar a Varsuf ante sus ojos, con indiferente alevosía, forzándolo a cruzar el Velo con terrible promiscuidad. Y él, no podía hacer nada para ayudarlo.
Observó a Kumar con ojos empapados por las lágrimas, contenidas en una mezcla del odio y la propia impotencia que lo bloqueaba. Él se la devolvió inalterable, sin que su expresión varíese ni un ápice, igual que una estatua de bronce regio. Lo retaba a que rebatiera aquella inalterable realidad. La muerte era así de simple, así de insensible y cruel. No tenía bandos ni colores con los que identificarse, ni balsones ni símbolos con los que negociar, tan solo reclamaba lo que era suyo por potestad. No había marcha atrás, ni segundas oportunidades tras su llamada. No había buenos ni malos, ni ricos ni pobres, ni guapos ni feos, todos pasaban por el mismo agujero sin perjuicio alguno. Por mucha posición, rezo o interpretación de las Escrituras que hiciera uno, la muerte acechaba a la vuelta de la esquina. Cuando uno muerto estaba, muerto se quedaba, y no existía vuelta de hoja para aquello.
Juró en silencio que de alguna forma, aquellos tipos iban a pagar por lo que habían hecho a Varsuf. Aunque asumió que no iba a ser ni en aquella hora ni en aquel lugar concreto.
Dejó con delicadeza su cuerpo en el suelo. Sus facciones comenzaban a estar tensionadas por la rigidez, y la palidez de su piel empezaba a cobrar un color cetrino. Advirtió, que ahora también sus vestiduras estaban manchadas con la sangre de su amigo. Había llegado a quererlo casi como a un hermano, era una de las pocas personas en las que había podido confiar. A lo largo de todos esos años, en los que la mayoría de semejantes en la corte lo veían como un tipo antisocial, apático e insolente con el que mantener las distancias. Varsuf había encontrado en él a un igual, a un amigo. La única persona digna de llamarse como tal entre todo aquel vergel infestado de hienas. Pensar que solo podía dejar su cadáver allí abandonado como si fuera un cualquiera… Sabía que la situación no dejaba más margen para la consternación, pero aun y así...
Llegaron al arco de entrada cuando sus perseguidores empezaban a ascender por la rampa, pocos metros por detrás de ellos. Subían en grupos de dos, pues la rampa era tan estrecha que no dejaba sitio para que pudieran manejarse más personas. Tampoco parecía que fuese un inconveniente, y no creyó que les importase en demasía. Su proporción era abrumadora en comparación.
Sin llegar a traspasar el umbral Kumar se detuvo.
―Aquí tendrán que separase nuestros caminos. ―Le soltó sin más. Cuando sus miradas se cruzaron, le dedicó un guiño y una sonrisa socarrona. ―Mi señor, usted debe continuar y llegar a palacio sano y salvo. Yo los retrasaré lo suficiente para que le dé tiempo a escapar.
Solo alcanzó a comprender el significado real de sus palabras, hasta pasadas varias bombeadas de su acelerado corazón, luego como era de recibo, también se detuvo hasta trastabillar para luego observarlo incrédulo. Su terror aumentó hasta cotas que resultaron ridículas. ¿Pretendería abandonarlo ahora?
‹‹¿De verdad?››
≥≥Escúcheme atentamente señor, y ponga especial atención en lo que le voy a explicarle a continuación. ―Antes siquiera de que tuviera opción de abrir la boca, lo fulmino con la mirada y retrucó. ― ¡Y ni se le ocurra interrumpirme ahora! ―Parpadeo varias veces, aunque no se atrevió a rebatirlo. ―Bien. Entiendo que lo que acaba de contemplar lo sobrepasa de largo, y supongo que tendrá muchas preguntas en mente que le gustaría formular, pero coincidirá conmigo que no queda tiempo para el coloquio. Así que simplemente escúche. Debe correr lo más rápido que pueda, me oye, hágalo sin mirar ni una sola vez atrás y métase en el edificio. Estoy seguro de que conseguirá llegar a la planta baja sin encontrar más ‹‹dificultades›› en el camino. Algo me dice que estos ruidosos señores ya se habrán asegurado de que nadie les interrumpiese durante sus andanzas nocturnas, así que no debe preocuparse. Al menos por eso. ―Lanzó un somero vistazo por encima de su hombro al grupo que ya casi tenían encima. Él por su parte tragó saliva. Desde aquella distancia que los separaba, podía distinguir con total nitidez las muecas de odio que componían sus perseguidores, veía con prístina claridad cada una de las cicatrices que marcaban sus rostros picados por la viruela. Sintió la rabia que destilaba en cada uno de ellos. La voz de Kumar lo recuperó del trance con una urgencia inapelable. ―Localizará una palanca en la sala de guardia que se encuentra en la planta baja del edificio. Verá que está muy cerca de las escaleras que le habrán llevado hasta allí. Tiene que accionarla. ¿Lo ha entendido? ―Se atrevió a conjeturar, que su gesto no debía ser el reflejo de la comprensión precisamente, así que añadió ―Supongo que estará pensando que la compuerta no puede ser visible a simple vista. Tome, cójalas. ―Le tiró una especie de anteojos de un extraño y oscuro material que no logró identificar. Por poco no se le caen al suelo. ―Gracias a estas lentes, logrará dar fácilmente con la compuerta que lo llevará a casa. ―tras la larga verborrea, añadió. ― Y ahora debe márchese.
Contempló cada vez más próxima a la muerte a sus ojos. Los Incondicionales se encontraban a unos cincuenta metros de allí, y acotando las distancias. ¿No podían tener esa conversación en un lugar que resultara más seguro?
―No hablas en serio ¿Verdad?
No hubo respuesta.
Sin más, Kumar se dio la vuelta, obviando la cara compuesta por la incredulidad que se le había quedado a él. Adquiriendo una posición de combate que nunca había visto con anterioridad (Tampoco es que hubiese visto muchas, en cualquier caso.) Izo varios molinetes con sus espadas para calentar sus articulaciones para la faena que se le avecinaba encima. El ambiente se crispo alrededor suyo, y el revestimiento brumoso que antes había cubierto su piel, ahora recubría tan solo las espadas que titilaban con un brillo fantasmal. Estoico esperó paciente para presentar batalla.
Rígido como una estaca, paladeó el miedo que le producía pensar en adentrarse solo en aquel lugar. No sabía que podía encontrarse allí dentro, pero sabía que nada bueno. En cualquier caso ¿Kumar pretendía enfrentarse a todo aquel tropel por si solo? Por su posición, esa parecía que era la intención. Eso significaría morir igual de pronto que Varsuf, concluyó sin ningún margen de dudas. Por muy Hijo de Sombra que se tratara, eran demasiados hombres para hacerles frente tan solo él. Lo iban a desjarretar como a un cochino. ¿Se había vuelto completamente loco o qué? Al instante supo que se trataba de algo completamente distinto. Kumar sabía al igual que él, que los muros no iban a detener a sus perseguidores, no a aquellas alturas. No después de haber llegado tan lejos. Habían sido muy persistentes durante toda la noche dándoles caza para desistir ahora con tanta facilidad. Los dioses bien sabían que venían a por él, y que no pretendían parar hasta verlo muerto, pues lo habían intentado con bastante denuedo durante las últimas horas. Kumar procuraba ganarle tiempo y darle una posibilidad para salvarse. Eso era todo.
Observó el amplio pasillo que se adentraba en la inmensa mole, tan oscura como boca de lobo, se estremeció. No podía dejar morir a otra persona de su entorno por su culpa, y aún más sin saber a qué motivos se debían. Dirigió su atención a la muchedumbre que con gran vehemencia estaba por acometerlos. No parecía muy difícil la elección. No obstante, se negaba a dejar que aquello terminase así. Podían intentar cerrar las puertas antes de que los alcanzaran, o perderlos entre las muchas galerías y distintos niveles que debía tener una estructura como aquella. Tenía que existir alguna otra opción. ‹‹Piensa maldita sea Armen, piensa en alguna solución››
Pero casi ya los tenían encima.
―Señor, váyase ya. ―Lo instó Kumar mientras lo miraba por encima del hombro. El iris de sus ojos ahora tenía el color de la miel. Estos lo taladraron como dos punzones que lo hicieron sentir desnudo. Su expresión ociosa se había mudado en una máscara malvada que no reconoció. Le sonrió, pero de su boca sobresalían unos colmillos mucho más largos de lo normal.
Cuando quiso darse cuenta, ya corría de nuevo como alma perseguida por el diablo hacia las entrañas de Institución. Había perdido la cuenta de cuantas veces había tenido que salir despavorido durante el transcurso de esa espantosa noche, pero supo que no fueron pocas. Así que se Internó en el pasillo sin mirar ni una sola vez atrás, con un amalgama de sentimientos contrapuestos mientras su corazón le palpitaba acelerado en el pecho. Los ojos de Kumar le habían dejado la sangre helada. Su presencia de repente emanó una violencia que lo sacudió y estremeció hasta el tuétano, una maldad inusitada que lo dejó tiritando como un cervatillo recién nacido. Mientras iba dejando detrás de él la entrada, a la par que la gran mayoría de sus miedos, comenzó a escuchar los primeros alaridos de la pendencia. Imprecaciones, gruñidos, y el cruce del metal, seguido de cerca por los gañidos, y por los llantos de dolor. La ‹‹refriega›› propiamente dicha, había dado comienzo. Ya no había vuelta atrás.
Tenía que lograr llegar a palacio e informar a su padre de toda aquella chusma que había invadido su ciudad. Tenía que contarle sobre toda aquella carnicería y la muerte de Varsuf (Y probablemente a aquellas alturas, también la de Kumar.) Localizar el pasadizo sería un buen comienzo para empezar. Pero para ello, primero debía cruzar una siniestra penitenciaria.
Siguió corriendo sin mirar atrás, sin saber muy bien a donde se dirigía, e intentando no pensar en las pesadillas que se agazapaban en cada sombra de aquel lugar. Acabó llorando a moco tendido ahora que se lo podía permitir.
FIN....
Bueno, a ver que os parece, ya me diréis si se ve demasiado desfasado, o queda bien como está.
Un saludo y os leemos.
Ven, ven, quienquiera que seas;
Seas infiel, idólatra o pagano, ven
ESTE no es un lugar de desesperación
Incluso si has roto tus votos cientos de veces, aún ven!
(Yalal Ad-Din Muhammad Rumi)