08/10/2015 01:05 PM
Bueno pues aquí traigo el penúltimo extracto de este capitulo, a ver que os parece. Un saludo y nos leemos.
CIUDAD EN LLAMAS
Se detuvo mientras con el apagado y borroso reflejo que le devolvía la punta metálica de su rejón, volvía a examinar el pergeño que tenía con aquel uniforme prestado. Contempló con ojo crítico el tabardo morado con el halcón de Mansour sobrevolando en campo de gules que llevaba puesto. Notó el tacto áspero de la sobreveste de tela gruesa de tono pardo que portaba debajo, junto a los pantalones de campaña del mismo color que ni mucho menos eran más cómodos. Pisó varias veces con fuerza en el empedrado; las botas de cuero aunque gastadas, proporcionaban cierto consuelo después de haber estado deambulando por los Distritos descalzo. Había visto cataduras peores a lo largo de su vida, constató.
Además, era eso o seguir vagando en taparrabos por la ciudad.
‹‹Pienso que te favorecía más el taparrabos que este atuendo, Medar›› repuso jocoso Ashur. ‹‹En cambio estas ropas militares que me llevas te puedo asegurar amigo, que te sientan igual de bien que un vestido con volantes a una mona con epilepsia››.
Bufó desabridamente por respuesta.
En realidad no le había sido excesivamente difícil cruzar la puerta norte que llevaba a Ciudad Alta, y por ende, el primer paso necesario para llegar a palacio si lo pensaba. A pesar de las pintas que llevaba. Las fallas, el ataque y el repique de campanas que rompía la noche en mil pedazos, la algarada que se estaba gestando en las calles de los Distritos, jugaban buena parte a su favor. Por lo que prácticamente no había tenido la necesidad de actuar en su nuevo papel de miembro de la soldadesca. Los inquietos guardias que aseguraban las puertas no le habían hecho excesivas preguntas de por qué regresaba tan rápido. Se suponía que tan solo hacía un rato que todo su pelotón acababa de salir por ella, no obstante, tampoco es que preguntaran demasiado sobre nada. Estaban más concentrados en discernir qué era lo que sucedía varias calles más allá, que en cumplir con garantías la tarea que se les había encomendado desde los mandos. Por lo que decidió complacerles con un pequeño relato de su propia cosecha mientras hacía por simpatizar con ellos. Una mitad de ficción y la otra mitad de hechos que se podían contrastar con facilidad. Bien sabía que las mejores mentiras eran las que contaban con una buena porción de realidad para asentar sus bases. Por lo que relató sobre un gran número de asaltantes estaban por los Distritos armando un follón de mil demonios, como el jaleo evidenciaba. Les explicó que la mayoría había conseguido rebasar el perímetro del primer amurallado por qué probablemente, alguien les había abierto las puertas desde adentro de la ciudad traicionándolos a todos. Lo cual debía de ser cierto. No obstante se abstuvo de contarles que se trataba de una pandilla de Devotarios que se hacían llamar Los Incondicionales. A su modo de ver, una pequeña omisión de información sin malicia alguna. Luego declaró con la expresión más circunspecta que pudo componer (no fue complicado dado los años que se había pasado recluido en el penal), que el capitán Ashrans acababa de ordenarle que avisara de esos mismos sucesos al Argbaht con presteza, y que no se le ocurriese demorarse por el camino sin tener una necesidad vital. Por lo que instantes seguidos se disculpó y los dejó enfrascados en una animada conversación. Francamente, no le fue muy difícil colarles aquella descarada simulación. (Toda la información que disponía se la había conseguido sacar a uno de los guardias que noqueó previamente cerca del callejón. Tras despertarlo sacudiéndolo varias veces hasta que abrió los ojos, luego lo interrogó. Cuando obtuvo las referencias que necesitaba lo desmayó de nuevo golpeándolo para dejarlo junto a su compañero, el cual dormía la mona medio desnudo.) El chaval iba a tener una migraña de tres pares de narices al igual que su compañero, opinó. El cual supuso que en su caso, también se iba a levantar con un buen catarro.
Por lo pronto estaba dentro, qué a fin de cuentas era lo que importaba.
Reanudó la marcha por la avenida principal, con paso resuelto mientras se dirigía directo hacia la enorme estructura que se cernía en el horizonte, sin detenerse a contemplar ni por un instante toda la enfática pomposidad que bostezaban la mayoría de sus calles. Sin detenerse a pensar ni por un segundo. Por lo que ignoró a las acaudaladas familias que se congregaban en las lujosas terrazas de sus casas, mientras miraban con expresiones distantes y poses estáticas la batahola que se estaba generando en los arrabales de sus conciudadanos con menor nivel social. No le pasaba desapercibido que la ciudad había prosperado y crecido mucho en los años que había estado confinado en Institución. Tampoco los visibles cambios producidos en ella. El progreso como lo habían bautizado algunos. Aunque ciertas cosas no se alteraban ni con el paso de los años, comprendió. El trato a los más desfavorecidos continuaba siendo el mismo que de siempre. No variaba en lo más mínimo por muchos años que transcurrieran o transformaciones se produjeran en la sociedad. Los pobres seguirían nadando en las letrinas con la mierda a la altura de los sobacos, mientras los ricos y con poder se cagaban en ellas esperando a que los primeros les sacaran lustre. Por eso las calles de Ciudad Alta proseguían siendo tan postizas y artificiales como de costumbre, al igual que los Distritos abundaba la porquería por doquier. Como no podía ser de otra manera. Quizás la ciudad no hubiese cambiado tanto después de todo.
Observó como aquellas gentes que se parapetaban en sus lujosas torres, vestidos con sus prístinos y bonitos camisones de algodón, con el pelo alborotado y los ojos legañosos mientras contemplaban la destructora exhibición que estaban provocando las llamas y la ambición humana. A salvo de lo que estuviera afectando a los Distritos. Seguros detrás de sus gruesos muros. Departían con naturalidad como si fuera un día de verbena cualquiera. Por lo que no le prestaron más que un somero vistazo cuando pasó por delante de ellos. Negó con la cabeza mientras los rebasaba a la vez que se preguntaba, que estarían pensando en aquellos precisos momentos los muy cretinos. ¿Estarían preocupados o simplemente los movía la simple y llana curiosidad de ver como terminaba todo el asunto aquel? Por su actitud, probablemente se decantaban más por lo segundo que por lo primero. Esas mujeres de teces blancas y sonrojadas, sus críos de pelo largo y rubio como la cebada, junto a sus maridos de ojos claros como una mañana de verano y ese gesto autosuficiente en la expresión, le recordaron que se encontraba muy lejos de casa. Entonces ¿Por qué iba directo a meterse de cabeza en sus problemas?
La historia tenía tintes de volverse a repetir. Ya había pasado por ello una vez, y las consecuencias no habían sido sanas para nadie cercano a él. ¿Qué necesidad había de salvar sus blancos culos de la quema después de todo lo que pasó en el pasado? Prácticamente detestaba la cultura ambiciosa y despótica con la que coexistían los Pieles Blancas con el resto de habitantes del círculo del mundo. Despreciaba la forma en que se inclinaban a desgranar el estatus social de una persona por la procedencia de la sangre de su parentela, y no por atributos como la capacidad o la fuerza que demostrase uno en su comunidad. Menospreciaba aquel pueblo que vivía de su propia irracionalidad. Se consideraban muy por encima de las demás culturas cuando en realidad no veían más allá de sus propios pies. Sumidos en su grandilocuente inopia. Y lo más preocupante era que siquiera eran conscientes de lo apartados que se hallaban de ser conscientes de la alejada realidad de su existencia. ¿Por qué iba entonces a entrometerse en sus problemas? Se preguntó ¿Por qué no irse de allí sin más? El único inconveniente era el muchacho, concluyó tras un rato meditabundo. Aunque tampoco creía que nadie conociese lo que realmente era. O más bien quién para ser concisos. Tan siquiera su padre tendría la menor idea de qué era lo que estaba viviendo bajo su techo. ¿Podía marcharse ignorando todo aquello?
‹‹¿En serio?›› preguntó Ashur, en el tono de su voz se apreciaba una pizca de malicia. ‹‹¿Y qué piensas contar cuando llegues, Medar? Disculpe por haber estado desaparecido durante estos últimos veinte años, mi señor, pero es que necesitaba reflexionar sobre mi existencia y todo lo sucedido en Mayram ¿no sé si me entiende?›› Medar no respondió, a pesar de que su expresión adusta se acentuó aún más. Ashur lo ignoró y siguió acicateándolo para variar. ‹‹Ha, y por cierto, la historia parece que va a volverse a repetir otra vez, aunque en esta ocasión le aseguro que yo no he tenido nada que ver con ello. Palabra. Recién acabo de abandonar una ciudad entera en manos de un Merekai que ha decidido impulsar una revuelta que está acabando con toda la gente que vive en ella, solo para venir a verlo a usted. Además de que el viejo Shapur por lo que sé, ha logrado recuperar una esquirla de Astral y pretende resucitarlo para asolar la tierra de los hombres. Y luego qué más les dirás ¿les preguntarás como andan las cosas por allí? ¡¿Hablareis del tiempo quizás?!››
Medar se detuvo.
La verdad es que expuesto de aquella forma, parecía un plan algo más que precipitado. Tampoco es que se hubiese parado demasiado a pensar sobre cómo proceder si volvían a venir para intentar apresarlo. No se imaginaba que fuera a darse el caso. Pero allí estaba él. De todos modos Ashur no erraba con su exposición. A pesar de su exasperante verborrea y aquel tono de payaso que exhibía. No se equivocaba en absoluto. Tenía que zanjar aquel asunto de una vez por todas, luego tendría tiempo para decidir cómo proceder después, se dijo mientras proseguía con el itinerario previsto en un primer momento.
―Voy a hacerte caso a por esta vez ―rezongó. ―No puedo dejar a la sabandija esa rondando a su libre albedrio haciendo lo que le venga en gana en esta ciudad. A pesar de que me importen un bledo sus gentes. ―Añadió masticando las últimas palabras. Tampoco podía dejar que el muchacho cayese en sus garras bajo ningún precepto. No obstante aquello no lo expresó en voz alta.
‹‹No era ninguna sugerencia, sino más bien una observación. Aunque sí, supongo que será mejor si no encuentran al muchacho››
Algunas veces olvidaba que para él se había acabado el concepto de intimidad. Ashur formaba parte de su ser, compartiendo cuerpo y mente. Lo enfermaba sobremanera. No podía pensar en nada sin que este lo supiese o particípese de él, al igual que sucedía a la inversa. No podía reflexionar sin que este se entrometiera con alguna observación. Resopló sin aminorar el paso mientras la avenida por la que transitaba se convertía en una pendiente pronunciada, mucho mejor iluminada que en las zonas más bajas de la ciudad. Un lugar poco transitado, comprobó. Aunque seguía siendo poco acorde para alguien con su aspecto rondando por las inmediaciones en solitario.
Las casas eran suntuosas y excéntricamente heterogéneas, más dispersas que en los barrios más bajos de Ciudad Alta. Más parecidas a haciendas rurales pero con mayor clase. Juntas pero no mezcladas. En esta ocasión no había nadie asomado en sus balconadas ni en ninguno de sus ventanales. Para su tranquilidad, al menos por el momentoasí era. Los verdes jardines repletos de bancos de piedra, que se asentaban bajo los altos árboles con sus frondosas copas los cuales les daban amparo, parecía ser la norma. Cruzó enormes plazoletas con fuentes y esfinges dedicadas a gobernantes que la había palmado demasiado tiempo atrás como para recordar. Pasó por delante de algunos pocos almacenes repartidos por aquí y por allá, sin tener una disposición determinada que él pudiese apreciar. Vio una enorme explanada salpicada de templos dedicados a sus dioses. Destacaban los consagrados Sansemar y Amerantú, pero también los había empleados para reverenciar a otras muchas deidades que adoraban los Pieles Blancas durante sus oraciones. La escena la complementaba palacio, el cual despuntaba majestuoso recortado al fondo.
Entonces de pronto los escuchó. Sus oídos captaron el inconfundible repicar de los cascos de los caballos contra el empedrado, seguidos por el tintinear delas corazas y el de las grebas de los soldados, junto ritmo acompasado que marcaban los pasos de los hombres que marchaban a pie. Comprendió que se trataba de otra patrulla guarnición que venía por ese mismo sendero, dirigiéndose directamente a él. Maldijo entre dientes mientras buscaba con denuedo una salida para el aprieto. Tampoco es que perdiese demasiado tiempo entre lamentaciones. Logró trepar hasta una de las ramas más altas de uno de los frondosos árboles que tenía a su alrededor, mas luego esperó paciente. Al rato una partida de soldados apareció en su campo de visión, como había supuesto no eran uno pocos. Algunos iban a caballo y otros lo hacían a pie, pasando muy cerca del árbol al que se había subido. Dirigiéndose prestos hacia la Puerta Norte que desembocaba en los Distritos. No se movió mientras observaba como poco a poco se los fue tragando la noche. Al transcurrir un rato, cuando estuvo completamente seguro de que no iban a volver sobre sus pasos, suspiró y bajó mientras se permitía un respiro. Había ido de bien poco que reparasen en él. Decidió que lo mejor sería abandonar la arteria principal y buscarse una ruta alternativa por donde continuar. Por donde fuera menos probable tropezar con alguna otra patrulla que se dirigiese a la Puerta Norte a unirse con sus compañeros para ayudarlos a establecer el orden. Sería lo más juicioso a partir de allí sin lugar a dudas. Además, tampoco sabría cómo reaccionar si se daba el caso, y no estaba precisamente de buen humor para contestar en aquellos instantes a ninguna incomoda pregunta más. Por lo que continuó por su paralela mientras reflexionaba como cumplir con lo que se había propuesto sin temer, que media ciudad acabara reparando en él. Que alguien lo reconociera. En cualquier caso, faltaba bien poco para llegar a palacio donde probablemente concluyó, hallaría al maldito Merekai haciendo de las suyas. ¿Que se estaría proponiendo hacer con todo aquel pandemónium? Creía que el objetivo era hacerse con el chaval en el mejor de los casos, sino matarlo. ¿Por qué hacer que ardiera la ciudad?
Mucho había llovido desde que se enfrentó al último espécimen escupido por la Brecha, se dijo un tanto inquieto. Y a pesar de todo seguía recordándolo con absoluta nitidez. Fue en una época en la que aún disfrutaba de la profesión a la que había consagrado su vida. Cuando aún no lo asaltaban acres recuerdos que hacían que se retorciese en la oscuridad de su celda durante gran parte del día. Demasiado tiempo consumiéndose en el lodazal de sus propios remordimientos, comprendió. Demasiado sin querer saber nada de los sucesos que estuviesen aconteciendo más allá del agujero donde se había confinado. Muerto pero aún en vida. En este lado del velo, pero habiendo sospesando en más de una ocasión cruzarlo para así terminar con todo. Pero paradójicamente, mira donde se encontraba ahora, intentando salvar sus culos blancos de nuevo. Absurdamente había pensando que algún día dejarían de acosarlo los fantasmas del pasado. Que algún día dejarían de atormentarlo con sus miradas carentes de vida mientras le hacían compañía, con aquellos gestos preñados de compasión. Sabía que Autodestruirse no iba a ser la solución, pero que dulce que le parecía la idea por aquel entonces. Finalmente perseveró. Aferrándose a la incertidumbre de que algún día, las muertes que había causado en el pasado, el daño que sufrieron los que habían luchado a su lado, serían redimidos por el paso del tiempo y la abnegación. Pensando que quizás lograría dejar atrás su amargo recuerdo y lograría sentirse por una vez en paz. Que estúpido le hacía sentirse pensar en ello ahora. Creyó que algún día se libraría del cruel destino que le fue impuesto al nacer, como una pústula que se pudiese arrancar de la piel con solo desearlo. Estaba claro que nada de todo ello había resultado como imaginaba. Nunca lo solía hacer. No olvidaría su último fracaso en las ciudades libres de Mayram. Tampoco el terrible error que cometió. Jamás podría descansar en paz mientras fuese conocedor del peso que cargaban sus hombros desde aquel entonces. ¿Podrían resarcirse de sus pecados algún día? ¿podría alguien como él?
‹‹No dudo que estas deben de haber sido un par de décadas considerablemente pedagógicas para ti y tu introspección, Medar, incluso pienso que esa es una buena pregunta para ser respuesta algún día, pero quizás debieras preocuparte más del presente que del pasado en estos instantes››. Irrumpió Ashur, sacándolo así de su ensimismamiento. ‹‹A no ser claro, que quieras volver a cagarla de nuevo››
―No sabes cómo me animan tus palabras. Pero para que lo sepas, tengo muy claro lo que tengo que hacer.―replicó
‹‹A sí, pues a mí me da que andas algo abstraído lamentándote como un perro apaleado a cada paso que me das ›› le respondió con tranquilidad. ‹‹Sería mejor si te centres en el Astral, el muchacho o el Merekai, o en cualquiera de los idiotas que están montando la escabechina en los Distritos en estos mismos instantes. Ya sabes. Todas esas menudencias que pueden causar la muerte››
―Quizás sí dejarás de tocarme las pelotas a cada pocos minutos con...
No llegó a terminar la frase mientras se pegaba a la pared de uno de los almacenes mientras cerraba el pico y aguantaba el aire.
Varias calles más abajo, cruzando por una de las intercesiones, advirtió la figura de un chaval desgarbado de pelo rubio, el cual caminaba absorto en sus propias reflexiones mientras contemplaba el empedrado murmurando para sí. No llegó a percatarse de su presencia mientras proseguía con su camino sin perder el ritmo, demasiado concentrado en sus propios pies. Algo en su aspecto izo que se lo quedara contemplando durante unos pocos segundos confundido. Su apariencia era la de un chico típico de la región; con su pelo rubio y los ojos claros, blanco como harina de costal, aunque bien sabía que las cosas no siempre eran lo que parecían. Y este caso no era la excepción. Desapareció por la siguiente bocacalle dejándolo allí perplejo, mientras una extraña sensación reconocimiento le comenzaba a invadir, muy a pesar de saber con toda seguridad que no había visto en la vida aquel muchacho. Aunque su vestimenta sí que era lo suficiente peculiar como reconocible para que no la olvidara aunque así lo pretendiera. Sabía lo que representaba su aparición, y no le gustaba un pelo. ‹‹¡Tenía que ser una puñetera broma!›› se dijo aturdido mientras negaba con la cabeza. Aunque ya eran demasiadas en una sola noche si se lo paraba a pensar con tranquilidad, concluyó finalmente. Nada resultaba fortuito. Llevaba dos décadas recluido intentando olvidar el pasado, no obstante en tan solo una hora, había logrado volver a su antiguo modo de vida sin pretenderlo. Sacudió la cabeza intentando desprenderse de la sensación de dejá vu que lo embriagó, mientras apretaba la quijada con resolución.
‹‹Míralo por el lado bueno. Al final no te va a hacer falta salir de la ciudad para encontrar ayuda, he Medar. Eres un tipo suertudo››
Era bastante difícil pensar que todo aquello tuviese nada que ver con la diosa fortuna, aunque se abstuvo de replicar. Sus planes acababan de cambiar de repente. Meditó unos segundos hasta que finalmente se decidió. Lo mejor sería alcanzar primero al chaval, pues estaba seguro de que este podría responderle a más de una de sus preguntas. Así que se deshizo de la coraza y el tabardo morado con el emblemático halcón, tiró la alabarda a un lado, al igual que aquel ridículo casco picudo que usaban los integrantes de la guardia que más bien parecía el cuscurrón de una bellota, dejándose tan solo puesto lo los pantalones pardos y el sayo del mismo color. Lo indispensable para no volver parecer un degenerado que correteaba en cueros por las avenidas de su ciudad. A pesar de que sabía que tendrían cosas mucho más acuciantes en las que pensar, que el avistamiento de un nudista deambulando por sus vías. Ya no era necesario que siguiera representando el paripé de miembro de la guarnición. Era contraproducente. Inspiró profundamente varias veces mientras contemplaba el callejón por donde había desaparecido el chaval solo hacía unos instantes. Dejó que un poco de la ‹‹Esencia›› de Ashur penetrara en él, solo un poco, llenando sus miembros de un vigor que amenazaba con tensionarlos hasta romperlos.
―Como odio todo esto ―dijo mientras contenía toda esa energía dentro de él.
‹‹Yo también te quiero, compañero››
CONTINUARÁ....
CIUDAD EN LLAMAS
Se detuvo mientras con el apagado y borroso reflejo que le devolvía la punta metálica de su rejón, volvía a examinar el pergeño que tenía con aquel uniforme prestado. Contempló con ojo crítico el tabardo morado con el halcón de Mansour sobrevolando en campo de gules que llevaba puesto. Notó el tacto áspero de la sobreveste de tela gruesa de tono pardo que portaba debajo, junto a los pantalones de campaña del mismo color que ni mucho menos eran más cómodos. Pisó varias veces con fuerza en el empedrado; las botas de cuero aunque gastadas, proporcionaban cierto consuelo después de haber estado deambulando por los Distritos descalzo. Había visto cataduras peores a lo largo de su vida, constató.
Además, era eso o seguir vagando en taparrabos por la ciudad.
‹‹Pienso que te favorecía más el taparrabos que este atuendo, Medar›› repuso jocoso Ashur. ‹‹En cambio estas ropas militares que me llevas te puedo asegurar amigo, que te sientan igual de bien que un vestido con volantes a una mona con epilepsia››.
Bufó desabridamente por respuesta.
En realidad no le había sido excesivamente difícil cruzar la puerta norte que llevaba a Ciudad Alta, y por ende, el primer paso necesario para llegar a palacio si lo pensaba. A pesar de las pintas que llevaba. Las fallas, el ataque y el repique de campanas que rompía la noche en mil pedazos, la algarada que se estaba gestando en las calles de los Distritos, jugaban buena parte a su favor. Por lo que prácticamente no había tenido la necesidad de actuar en su nuevo papel de miembro de la soldadesca. Los inquietos guardias que aseguraban las puertas no le habían hecho excesivas preguntas de por qué regresaba tan rápido. Se suponía que tan solo hacía un rato que todo su pelotón acababa de salir por ella, no obstante, tampoco es que preguntaran demasiado sobre nada. Estaban más concentrados en discernir qué era lo que sucedía varias calles más allá, que en cumplir con garantías la tarea que se les había encomendado desde los mandos. Por lo que decidió complacerles con un pequeño relato de su propia cosecha mientras hacía por simpatizar con ellos. Una mitad de ficción y la otra mitad de hechos que se podían contrastar con facilidad. Bien sabía que las mejores mentiras eran las que contaban con una buena porción de realidad para asentar sus bases. Por lo que relató sobre un gran número de asaltantes estaban por los Distritos armando un follón de mil demonios, como el jaleo evidenciaba. Les explicó que la mayoría había conseguido rebasar el perímetro del primer amurallado por qué probablemente, alguien les había abierto las puertas desde adentro de la ciudad traicionándolos a todos. Lo cual debía de ser cierto. No obstante se abstuvo de contarles que se trataba de una pandilla de Devotarios que se hacían llamar Los Incondicionales. A su modo de ver, una pequeña omisión de información sin malicia alguna. Luego declaró con la expresión más circunspecta que pudo componer (no fue complicado dado los años que se había pasado recluido en el penal), que el capitán Ashrans acababa de ordenarle que avisara de esos mismos sucesos al Argbaht con presteza, y que no se le ocurriese demorarse por el camino sin tener una necesidad vital. Por lo que instantes seguidos se disculpó y los dejó enfrascados en una animada conversación. Francamente, no le fue muy difícil colarles aquella descarada simulación. (Toda la información que disponía se la había conseguido sacar a uno de los guardias que noqueó previamente cerca del callejón. Tras despertarlo sacudiéndolo varias veces hasta que abrió los ojos, luego lo interrogó. Cuando obtuvo las referencias que necesitaba lo desmayó de nuevo golpeándolo para dejarlo junto a su compañero, el cual dormía la mona medio desnudo.) El chaval iba a tener una migraña de tres pares de narices al igual que su compañero, opinó. El cual supuso que en su caso, también se iba a levantar con un buen catarro.
Por lo pronto estaba dentro, qué a fin de cuentas era lo que importaba.
Reanudó la marcha por la avenida principal, con paso resuelto mientras se dirigía directo hacia la enorme estructura que se cernía en el horizonte, sin detenerse a contemplar ni por un instante toda la enfática pomposidad que bostezaban la mayoría de sus calles. Sin detenerse a pensar ni por un segundo. Por lo que ignoró a las acaudaladas familias que se congregaban en las lujosas terrazas de sus casas, mientras miraban con expresiones distantes y poses estáticas la batahola que se estaba generando en los arrabales de sus conciudadanos con menor nivel social. No le pasaba desapercibido que la ciudad había prosperado y crecido mucho en los años que había estado confinado en Institución. Tampoco los visibles cambios producidos en ella. El progreso como lo habían bautizado algunos. Aunque ciertas cosas no se alteraban ni con el paso de los años, comprendió. El trato a los más desfavorecidos continuaba siendo el mismo que de siempre. No variaba en lo más mínimo por muchos años que transcurrieran o transformaciones se produjeran en la sociedad. Los pobres seguirían nadando en las letrinas con la mierda a la altura de los sobacos, mientras los ricos y con poder se cagaban en ellas esperando a que los primeros les sacaran lustre. Por eso las calles de Ciudad Alta proseguían siendo tan postizas y artificiales como de costumbre, al igual que los Distritos abundaba la porquería por doquier. Como no podía ser de otra manera. Quizás la ciudad no hubiese cambiado tanto después de todo.
Observó como aquellas gentes que se parapetaban en sus lujosas torres, vestidos con sus prístinos y bonitos camisones de algodón, con el pelo alborotado y los ojos legañosos mientras contemplaban la destructora exhibición que estaban provocando las llamas y la ambición humana. A salvo de lo que estuviera afectando a los Distritos. Seguros detrás de sus gruesos muros. Departían con naturalidad como si fuera un día de verbena cualquiera. Por lo que no le prestaron más que un somero vistazo cuando pasó por delante de ellos. Negó con la cabeza mientras los rebasaba a la vez que se preguntaba, que estarían pensando en aquellos precisos momentos los muy cretinos. ¿Estarían preocupados o simplemente los movía la simple y llana curiosidad de ver como terminaba todo el asunto aquel? Por su actitud, probablemente se decantaban más por lo segundo que por lo primero. Esas mujeres de teces blancas y sonrojadas, sus críos de pelo largo y rubio como la cebada, junto a sus maridos de ojos claros como una mañana de verano y ese gesto autosuficiente en la expresión, le recordaron que se encontraba muy lejos de casa. Entonces ¿Por qué iba directo a meterse de cabeza en sus problemas?
La historia tenía tintes de volverse a repetir. Ya había pasado por ello una vez, y las consecuencias no habían sido sanas para nadie cercano a él. ¿Qué necesidad había de salvar sus blancos culos de la quema después de todo lo que pasó en el pasado? Prácticamente detestaba la cultura ambiciosa y despótica con la que coexistían los Pieles Blancas con el resto de habitantes del círculo del mundo. Despreciaba la forma en que se inclinaban a desgranar el estatus social de una persona por la procedencia de la sangre de su parentela, y no por atributos como la capacidad o la fuerza que demostrase uno en su comunidad. Menospreciaba aquel pueblo que vivía de su propia irracionalidad. Se consideraban muy por encima de las demás culturas cuando en realidad no veían más allá de sus propios pies. Sumidos en su grandilocuente inopia. Y lo más preocupante era que siquiera eran conscientes de lo apartados que se hallaban de ser conscientes de la alejada realidad de su existencia. ¿Por qué iba entonces a entrometerse en sus problemas? Se preguntó ¿Por qué no irse de allí sin más? El único inconveniente era el muchacho, concluyó tras un rato meditabundo. Aunque tampoco creía que nadie conociese lo que realmente era. O más bien quién para ser concisos. Tan siquiera su padre tendría la menor idea de qué era lo que estaba viviendo bajo su techo. ¿Podía marcharse ignorando todo aquello?
‹‹¿En serio?›› preguntó Ashur, en el tono de su voz se apreciaba una pizca de malicia. ‹‹¿Y qué piensas contar cuando llegues, Medar? Disculpe por haber estado desaparecido durante estos últimos veinte años, mi señor, pero es que necesitaba reflexionar sobre mi existencia y todo lo sucedido en Mayram ¿no sé si me entiende?›› Medar no respondió, a pesar de que su expresión adusta se acentuó aún más. Ashur lo ignoró y siguió acicateándolo para variar. ‹‹Ha, y por cierto, la historia parece que va a volverse a repetir otra vez, aunque en esta ocasión le aseguro que yo no he tenido nada que ver con ello. Palabra. Recién acabo de abandonar una ciudad entera en manos de un Merekai que ha decidido impulsar una revuelta que está acabando con toda la gente que vive en ella, solo para venir a verlo a usted. Además de que el viejo Shapur por lo que sé, ha logrado recuperar una esquirla de Astral y pretende resucitarlo para asolar la tierra de los hombres. Y luego qué más les dirás ¿les preguntarás como andan las cosas por allí? ¡¿Hablareis del tiempo quizás?!››
Medar se detuvo.
La verdad es que expuesto de aquella forma, parecía un plan algo más que precipitado. Tampoco es que se hubiese parado demasiado a pensar sobre cómo proceder si volvían a venir para intentar apresarlo. No se imaginaba que fuera a darse el caso. Pero allí estaba él. De todos modos Ashur no erraba con su exposición. A pesar de su exasperante verborrea y aquel tono de payaso que exhibía. No se equivocaba en absoluto. Tenía que zanjar aquel asunto de una vez por todas, luego tendría tiempo para decidir cómo proceder después, se dijo mientras proseguía con el itinerario previsto en un primer momento.
―Voy a hacerte caso a por esta vez ―rezongó. ―No puedo dejar a la sabandija esa rondando a su libre albedrio haciendo lo que le venga en gana en esta ciudad. A pesar de que me importen un bledo sus gentes. ―Añadió masticando las últimas palabras. Tampoco podía dejar que el muchacho cayese en sus garras bajo ningún precepto. No obstante aquello no lo expresó en voz alta.
‹‹No era ninguna sugerencia, sino más bien una observación. Aunque sí, supongo que será mejor si no encuentran al muchacho››
Algunas veces olvidaba que para él se había acabado el concepto de intimidad. Ashur formaba parte de su ser, compartiendo cuerpo y mente. Lo enfermaba sobremanera. No podía pensar en nada sin que este lo supiese o particípese de él, al igual que sucedía a la inversa. No podía reflexionar sin que este se entrometiera con alguna observación. Resopló sin aminorar el paso mientras la avenida por la que transitaba se convertía en una pendiente pronunciada, mucho mejor iluminada que en las zonas más bajas de la ciudad. Un lugar poco transitado, comprobó. Aunque seguía siendo poco acorde para alguien con su aspecto rondando por las inmediaciones en solitario.
Las casas eran suntuosas y excéntricamente heterogéneas, más dispersas que en los barrios más bajos de Ciudad Alta. Más parecidas a haciendas rurales pero con mayor clase. Juntas pero no mezcladas. En esta ocasión no había nadie asomado en sus balconadas ni en ninguno de sus ventanales. Para su tranquilidad, al menos por el momentoasí era. Los verdes jardines repletos de bancos de piedra, que se asentaban bajo los altos árboles con sus frondosas copas los cuales les daban amparo, parecía ser la norma. Cruzó enormes plazoletas con fuentes y esfinges dedicadas a gobernantes que la había palmado demasiado tiempo atrás como para recordar. Pasó por delante de algunos pocos almacenes repartidos por aquí y por allá, sin tener una disposición determinada que él pudiese apreciar. Vio una enorme explanada salpicada de templos dedicados a sus dioses. Destacaban los consagrados Sansemar y Amerantú, pero también los había empleados para reverenciar a otras muchas deidades que adoraban los Pieles Blancas durante sus oraciones. La escena la complementaba palacio, el cual despuntaba majestuoso recortado al fondo.
Entonces de pronto los escuchó. Sus oídos captaron el inconfundible repicar de los cascos de los caballos contra el empedrado, seguidos por el tintinear delas corazas y el de las grebas de los soldados, junto ritmo acompasado que marcaban los pasos de los hombres que marchaban a pie. Comprendió que se trataba de otra patrulla guarnición que venía por ese mismo sendero, dirigiéndose directamente a él. Maldijo entre dientes mientras buscaba con denuedo una salida para el aprieto. Tampoco es que perdiese demasiado tiempo entre lamentaciones. Logró trepar hasta una de las ramas más altas de uno de los frondosos árboles que tenía a su alrededor, mas luego esperó paciente. Al rato una partida de soldados apareció en su campo de visión, como había supuesto no eran uno pocos. Algunos iban a caballo y otros lo hacían a pie, pasando muy cerca del árbol al que se había subido. Dirigiéndose prestos hacia la Puerta Norte que desembocaba en los Distritos. No se movió mientras observaba como poco a poco se los fue tragando la noche. Al transcurrir un rato, cuando estuvo completamente seguro de que no iban a volver sobre sus pasos, suspiró y bajó mientras se permitía un respiro. Había ido de bien poco que reparasen en él. Decidió que lo mejor sería abandonar la arteria principal y buscarse una ruta alternativa por donde continuar. Por donde fuera menos probable tropezar con alguna otra patrulla que se dirigiese a la Puerta Norte a unirse con sus compañeros para ayudarlos a establecer el orden. Sería lo más juicioso a partir de allí sin lugar a dudas. Además, tampoco sabría cómo reaccionar si se daba el caso, y no estaba precisamente de buen humor para contestar en aquellos instantes a ninguna incomoda pregunta más. Por lo que continuó por su paralela mientras reflexionaba como cumplir con lo que se había propuesto sin temer, que media ciudad acabara reparando en él. Que alguien lo reconociera. En cualquier caso, faltaba bien poco para llegar a palacio donde probablemente concluyó, hallaría al maldito Merekai haciendo de las suyas. ¿Que se estaría proponiendo hacer con todo aquel pandemónium? Creía que el objetivo era hacerse con el chaval en el mejor de los casos, sino matarlo. ¿Por qué hacer que ardiera la ciudad?
Mucho había llovido desde que se enfrentó al último espécimen escupido por la Brecha, se dijo un tanto inquieto. Y a pesar de todo seguía recordándolo con absoluta nitidez. Fue en una época en la que aún disfrutaba de la profesión a la que había consagrado su vida. Cuando aún no lo asaltaban acres recuerdos que hacían que se retorciese en la oscuridad de su celda durante gran parte del día. Demasiado tiempo consumiéndose en el lodazal de sus propios remordimientos, comprendió. Demasiado sin querer saber nada de los sucesos que estuviesen aconteciendo más allá del agujero donde se había confinado. Muerto pero aún en vida. En este lado del velo, pero habiendo sospesando en más de una ocasión cruzarlo para así terminar con todo. Pero paradójicamente, mira donde se encontraba ahora, intentando salvar sus culos blancos de nuevo. Absurdamente había pensando que algún día dejarían de acosarlo los fantasmas del pasado. Que algún día dejarían de atormentarlo con sus miradas carentes de vida mientras le hacían compañía, con aquellos gestos preñados de compasión. Sabía que Autodestruirse no iba a ser la solución, pero que dulce que le parecía la idea por aquel entonces. Finalmente perseveró. Aferrándose a la incertidumbre de que algún día, las muertes que había causado en el pasado, el daño que sufrieron los que habían luchado a su lado, serían redimidos por el paso del tiempo y la abnegación. Pensando que quizás lograría dejar atrás su amargo recuerdo y lograría sentirse por una vez en paz. Que estúpido le hacía sentirse pensar en ello ahora. Creyó que algún día se libraría del cruel destino que le fue impuesto al nacer, como una pústula que se pudiese arrancar de la piel con solo desearlo. Estaba claro que nada de todo ello había resultado como imaginaba. Nunca lo solía hacer. No olvidaría su último fracaso en las ciudades libres de Mayram. Tampoco el terrible error que cometió. Jamás podría descansar en paz mientras fuese conocedor del peso que cargaban sus hombros desde aquel entonces. ¿Podrían resarcirse de sus pecados algún día? ¿podría alguien como él?
‹‹No dudo que estas deben de haber sido un par de décadas considerablemente pedagógicas para ti y tu introspección, Medar, incluso pienso que esa es una buena pregunta para ser respuesta algún día, pero quizás debieras preocuparte más del presente que del pasado en estos instantes››. Irrumpió Ashur, sacándolo así de su ensimismamiento. ‹‹A no ser claro, que quieras volver a cagarla de nuevo››
―No sabes cómo me animan tus palabras. Pero para que lo sepas, tengo muy claro lo que tengo que hacer.―replicó
‹‹A sí, pues a mí me da que andas algo abstraído lamentándote como un perro apaleado a cada paso que me das ›› le respondió con tranquilidad. ‹‹Sería mejor si te centres en el Astral, el muchacho o el Merekai, o en cualquiera de los idiotas que están montando la escabechina en los Distritos en estos mismos instantes. Ya sabes. Todas esas menudencias que pueden causar la muerte››
―Quizás sí dejarás de tocarme las pelotas a cada pocos minutos con...
No llegó a terminar la frase mientras se pegaba a la pared de uno de los almacenes mientras cerraba el pico y aguantaba el aire.
Varias calles más abajo, cruzando por una de las intercesiones, advirtió la figura de un chaval desgarbado de pelo rubio, el cual caminaba absorto en sus propias reflexiones mientras contemplaba el empedrado murmurando para sí. No llegó a percatarse de su presencia mientras proseguía con su camino sin perder el ritmo, demasiado concentrado en sus propios pies. Algo en su aspecto izo que se lo quedara contemplando durante unos pocos segundos confundido. Su apariencia era la de un chico típico de la región; con su pelo rubio y los ojos claros, blanco como harina de costal, aunque bien sabía que las cosas no siempre eran lo que parecían. Y este caso no era la excepción. Desapareció por la siguiente bocacalle dejándolo allí perplejo, mientras una extraña sensación reconocimiento le comenzaba a invadir, muy a pesar de saber con toda seguridad que no había visto en la vida aquel muchacho. Aunque su vestimenta sí que era lo suficiente peculiar como reconocible para que no la olvidara aunque así lo pretendiera. Sabía lo que representaba su aparición, y no le gustaba un pelo. ‹‹¡Tenía que ser una puñetera broma!›› se dijo aturdido mientras negaba con la cabeza. Aunque ya eran demasiadas en una sola noche si se lo paraba a pensar con tranquilidad, concluyó finalmente. Nada resultaba fortuito. Llevaba dos décadas recluido intentando olvidar el pasado, no obstante en tan solo una hora, había logrado volver a su antiguo modo de vida sin pretenderlo. Sacudió la cabeza intentando desprenderse de la sensación de dejá vu que lo embriagó, mientras apretaba la quijada con resolución.
‹‹Míralo por el lado bueno. Al final no te va a hacer falta salir de la ciudad para encontrar ayuda, he Medar. Eres un tipo suertudo››
Era bastante difícil pensar que todo aquello tuviese nada que ver con la diosa fortuna, aunque se abstuvo de replicar. Sus planes acababan de cambiar de repente. Meditó unos segundos hasta que finalmente se decidió. Lo mejor sería alcanzar primero al chaval, pues estaba seguro de que este podría responderle a más de una de sus preguntas. Así que se deshizo de la coraza y el tabardo morado con el emblemático halcón, tiró la alabarda a un lado, al igual que aquel ridículo casco picudo que usaban los integrantes de la guardia que más bien parecía el cuscurrón de una bellota, dejándose tan solo puesto lo los pantalones pardos y el sayo del mismo color. Lo indispensable para no volver parecer un degenerado que correteaba en cueros por las avenidas de su ciudad. A pesar de que sabía que tendrían cosas mucho más acuciantes en las que pensar, que el avistamiento de un nudista deambulando por sus vías. Ya no era necesario que siguiera representando el paripé de miembro de la guarnición. Era contraproducente. Inspiró profundamente varias veces mientras contemplaba el callejón por donde había desaparecido el chaval solo hacía unos instantes. Dejó que un poco de la ‹‹Esencia›› de Ashur penetrara en él, solo un poco, llenando sus miembros de un vigor que amenazaba con tensionarlos hasta romperlos.
―Como odio todo esto ―dijo mientras contenía toda esa energía dentro de él.
‹‹Yo también te quiero, compañero››
CONTINUARÁ....
Ven, ven, quienquiera que seas;
Seas infiel, idólatra o pagano, ven
ESTE no es un lugar de desesperación
Incluso si has roto tus votos cientos de veces, aún ven!
(Yalal Ad-Din Muhammad Rumi)