09/02/2017 02:54 PM
Buenassss,
Tras mucho retocar, aquí os dejo la primera parte del siguiente capítulo. Para los que no se acuerden de lo que subí hace seis meses (todo el mundo), resumo que el emperador se llama Akhsan II y que su "primer Ministro" es el Gran Khezel Ybaïn. En realidad sólo se habla de ellos en la introducción, los tenía bastante olvidados...
Tras mucho retocar, aquí os dejo la primera parte del siguiente capítulo. Para los que no se acuerden de lo que subí hace seis meses (todo el mundo), resumo que el emperador se llama Akhsan II y que su "primer Ministro" es el Gran Khezel Ybaïn. En realidad sólo se habla de ellos en la introducción, los tenía bastante olvidados...
CAPÍTULO VII
Los rayos del sol danzaban, juguetones, entre las ramas de los naranjos y los granados de los jardines del Palacio Imperial, lanzando destellos con cada movimiento que provocaba la brisa vespertina.
Akhsan II recorría el sendero enlosado que cruzaba el patio acompañado por su Gran Khezel Ybaïn, disfrutando de una de las pocas tardes agradables que quedaban antes de la inminente llegada del invierno. Varios pasos más atrás les seguían cuatro integrantes de la Shadad, la guardia personal del Emperador, a una distancia prudencial que mantenía la conversación de los dos hombres en privado, pero que les permitía acudir inmediatamente junto a su señor si éste lo requería.
El Príncipe de los Fieles se detuvo frente a uno de los naranjos, cuyas ramas repletas de frutos se curvaban por el peso hasta casi tocar el suelo.
—Los jardineros me han asegurado que las naranjas de este año van a ser excepcionales —comentó, al tiempo que se agachaba y sostenía una de las más grandes con la mano, como si se tratara de una piedra preciosa.
El Gran Khezel se inclinó ligeramente.
—Los huertos del Emperador son famosos por su excelente calidad.
Akhsan lanzó una mirada de reojo al anciano consejero y emitió un quedo suspiro.
—De acuerdo, Ybaïn, decid lo que sea que os tiene tan preocupado.
—Esta mañana he recibido noticias relativas al incidente de los documentos robados, mi Príncipe.
El Emperador dejó los asuntos de jardinería y se enderezó de nuevo con agilidad. Pese a sus cincuenta años recién cumplidos, Akhsan no descuidaba la forma física.
—¡Ah! ¿Hemos apresado ya a esa muchacha norteña que se burla de nosotros desde hace casi un mes? —preguntó con tono cortante—. ¿Cómo se llamaba?
El Gran Khezel aceptó la reprimenda encubierta con una nueva reverencia.
—Irne, mi Príncipe —Akhsan echó a andar de nuevo, y el consejero se vio obligado a seguirle de inmediato. Más atrás, los guardias de la Shadad también se pusieron en movimiento—. Izak la ha localizado en el camino de Puerto de Fares, intentando cruzar el río.
—¿En Puerto de Fares? —se sorprendió el Emperador— ¿Qué estaba haciendo allí? ¿No decíais que se dirigía a Teringya?
—Eso pensábamos todos, mi Príncipe, era la ruta más lógica.
Un pavo real apareció en el camino por delante de ellos, con su majestuosa cola totalmente desplegada, y mirándolos con altanería. Akhsan esperó con paciencia a que el animal se hiciese a un lado y dejara libre el paso.
—¿Y bien? —inquirió cuando reanudaron la marcha—. ¿Hemos capturado a esa joven, además de localizarla?
—Lamento decir que no, mi Príncipe.
Akhsan miró fijamente a su consejero sin decir nada. Éste carraspeó.
—Según el informe del elfo, encontraron la pista de la chica pero antes de que pudieran apresarla se zambulló en el Fares para intentar escapar —explicó el anciano—. En su opinión, es muy probable que se haya ahogado, pero no puede confirmarlo.
—¿No puede confirmarlo?
—Izak vio cómo la chica se golpeaba contra las rocas y su cuerpo flotaba río abajo, pero cuando estaban rastreando la orilla para recuperarlo una nave skânda apareció remontando el río y les atacó.
Akhsan se frenó en seco.
—¿Los skândrin han cruzado la frontera del Fares? ¿Cómo es que el myr no ha informado? —sus ojos echaban chispas—. ¿O es que ni siquiera sabe lo que ocurre en su propia provincia?
Ybaïn asintió varias veces.
—Ya le he exigido una explicación y un informe detallado, mi Príncipe.
—Bien —el Emperador reanudó el paseo, todavía con el ceño fruncido—. ¿Y qué pasó finalmente con la infiel?
—Los akari estaban en clara inferioridad numérica y tuvieron que huir, abandonando la búsqueda. En cualquier caso, suponiendo que la chica hubiera sobrevivido, Izak tiene la certeza de que está en poder de los salvajes. Lo que significa que tarde o temprano morirá igualmente o será vendida como esclava, o algo peor.
El Emperador siguió caminando en silencio durante un trecho, moviendo la cabeza a un lado y a otro lentamente.
—En la reunión del Consejo de esta semana trataremos la cuestión de esos skândrin, Ybaïn —dijo al cabo—. Esos engreídos elfos se lo tienen bien merecido, pero no podemos permitir incursiones de ese tipo dentro de nuestras fronteras. Si esos bárbaros piensan que pueden pasearse a su antojo por el Imperio, están muy equivocados. Y convocad también al myr de la provincia del Bajo Fares, quiero que ese inútil me explique qué está haciendo para vigilar el río.
—Por supuesto, mi Príncipe. ¿Y que hacemos con el asunto de la chica? El elfo solicita instrucciones.
—¿No pueden utilizar esa magia, o como quiera que lo llamen, para averiguar si la chica está viva o muerta?
—Al parecer no es tan sencillo como eso, mi Príncipe.
Akhsan calló de nuevo y se pellizcó el labio inferior con la mano izquierda. Para los que le conocían, signo inequívoco de que estaba reflexionando, concentrado. Después de un silencio aún más prolongado que el anterior, el Príncipe de los Fieles volvió a hablar.
—Que sigan buscando su cuerpo. Puede que se haya ahogado, o puede que no. Quiero estar seguro. En cualquier caso, Izak y sus akari han resultado ser extremadamente eficaces, como siempre. Felicítale de mi parte, Ybaïn.
El Gran Khezel se inclinó de nuevo.
—Su padre solía recurría a mercenarios akari para ocuparse de este tipo de asuntos tan… peculiares. Y siempre con excelentes resultados, he de decir.
—Muy cierto, muy cierto. Pero debemos asegurarnos de que la colaboración de Izak continúa siendo un secreto. Sólo faltaría que Los Hermanos Custodios y todos esos fanáticos que no sacan la nariz del Libro de las Revelaciones se enterasen de este asunto. Ya sabéis lo que opinan esos mojigatos sobre los extranjeros y sobre la magia élfica —Akhsan inspiró profundamente—. Me comienza a resultar extraño todo este asunto de Teringya, Ybaïn. Primero, esa chica nos roba las pruebas de nuestra conspiración —el Emperador se pellizcó de nuevo el labio—, desaparece después durante largo tiempo, y cuando finalmente damos con ella en el sitio que menos esperábamos, vuelve a quedar fuera de nuestro alcance. Y los documentos siguen perdidos.
—¿Adónde queréis llegar, mi Príncipe? —preguntó Ybaïn.
—No lo sé… no lo sé. Los caminos de Naal Zahar son inescrutables… Quizá esto sea una advertencia de que esta empresa no es de su agrado. Debo reflexionar sobre ello —se detuvo, habían llegado al final del camino. Cuatro leones bellamente esculpidos sostenían sobre sus cabezas una fuente de la que brotaban varios chorros—. ¿Qué opináis, Ybaïn?
—No soy digno de interpretar los designios de Naal Zahar —respondió el anciano consejero con exagerada humildad—, pero rezaré para que os ilumine con su sabiduría.
El Emperador esbozó una media sonrisa, esperando seguramente una respuesta de ese tipo, que se esfumó de inmediato cuando se giró y vio por el mismo camino que acababan de recorrer a un hombre, escoltado por dos guardias más de la Shadad, que avanzaba con paso resuelto hacia ellos. Vestía una larga túnica de intenso color rojo, profusamente decorada con ribetes dorados y ceñida mediante un ancho cinturón de cuero. Llevaba las manos entrelazadas y escondidas bajo las amplias mangas del hábito.
—Hablando de mojigatos —murmuró el Príncipe de los Fieles. El Gran Khezel se dio la vuelta, siguiendo su mirada.
—Malekh, el Sumo Custodio de la Fe —susurró el consejero—. Llega puntual.
—Sí —corroboró Akhsan con gesto serio—. No me habéis dicho el motivo de esta entrevista, Ybaïn.
—No lo concretó, mi Príncipe. Dijo que quería hablaros de cierto viaje y que prefería hacerlo en privado.
—Bien. No os vayáis, luego terminaremos esta conversación —contestó el Emperador.
fin de la primera parte del capítulo...Akhsan II recorría el sendero enlosado que cruzaba el patio acompañado por su Gran Khezel Ybaïn, disfrutando de una de las pocas tardes agradables que quedaban antes de la inminente llegada del invierno. Varios pasos más atrás les seguían cuatro integrantes de la Shadad, la guardia personal del Emperador, a una distancia prudencial que mantenía la conversación de los dos hombres en privado, pero que les permitía acudir inmediatamente junto a su señor si éste lo requería.
El Príncipe de los Fieles se detuvo frente a uno de los naranjos, cuyas ramas repletas de frutos se curvaban por el peso hasta casi tocar el suelo.
—Los jardineros me han asegurado que las naranjas de este año van a ser excepcionales —comentó, al tiempo que se agachaba y sostenía una de las más grandes con la mano, como si se tratara de una piedra preciosa.
El Gran Khezel se inclinó ligeramente.
—Los huertos del Emperador son famosos por su excelente calidad.
Akhsan lanzó una mirada de reojo al anciano consejero y emitió un quedo suspiro.
—De acuerdo, Ybaïn, decid lo que sea que os tiene tan preocupado.
—Esta mañana he recibido noticias relativas al incidente de los documentos robados, mi Príncipe.
El Emperador dejó los asuntos de jardinería y se enderezó de nuevo con agilidad. Pese a sus cincuenta años recién cumplidos, Akhsan no descuidaba la forma física.
—¡Ah! ¿Hemos apresado ya a esa muchacha norteña que se burla de nosotros desde hace casi un mes? —preguntó con tono cortante—. ¿Cómo se llamaba?
El Gran Khezel aceptó la reprimenda encubierta con una nueva reverencia.
—Irne, mi Príncipe —Akhsan echó a andar de nuevo, y el consejero se vio obligado a seguirle de inmediato. Más atrás, los guardias de la Shadad también se pusieron en movimiento—. Izak la ha localizado en el camino de Puerto de Fares, intentando cruzar el río.
—¿En Puerto de Fares? —se sorprendió el Emperador— ¿Qué estaba haciendo allí? ¿No decíais que se dirigía a Teringya?
—Eso pensábamos todos, mi Príncipe, era la ruta más lógica.
Un pavo real apareció en el camino por delante de ellos, con su majestuosa cola totalmente desplegada, y mirándolos con altanería. Akhsan esperó con paciencia a que el animal se hiciese a un lado y dejara libre el paso.
—¿Y bien? —inquirió cuando reanudaron la marcha—. ¿Hemos capturado a esa joven, además de localizarla?
—Lamento decir que no, mi Príncipe.
Akhsan miró fijamente a su consejero sin decir nada. Éste carraspeó.
—Según el informe del elfo, encontraron la pista de la chica pero antes de que pudieran apresarla se zambulló en el Fares para intentar escapar —explicó el anciano—. En su opinión, es muy probable que se haya ahogado, pero no puede confirmarlo.
—¿No puede confirmarlo?
—Izak vio cómo la chica se golpeaba contra las rocas y su cuerpo flotaba río abajo, pero cuando estaban rastreando la orilla para recuperarlo una nave skânda apareció remontando el río y les atacó.
Akhsan se frenó en seco.
—¿Los skândrin han cruzado la frontera del Fares? ¿Cómo es que el myr no ha informado? —sus ojos echaban chispas—. ¿O es que ni siquiera sabe lo que ocurre en su propia provincia?
Ybaïn asintió varias veces.
—Ya le he exigido una explicación y un informe detallado, mi Príncipe.
—Bien —el Emperador reanudó el paseo, todavía con el ceño fruncido—. ¿Y qué pasó finalmente con la infiel?
—Los akari estaban en clara inferioridad numérica y tuvieron que huir, abandonando la búsqueda. En cualquier caso, suponiendo que la chica hubiera sobrevivido, Izak tiene la certeza de que está en poder de los salvajes. Lo que significa que tarde o temprano morirá igualmente o será vendida como esclava, o algo peor.
El Emperador siguió caminando en silencio durante un trecho, moviendo la cabeza a un lado y a otro lentamente.
—En la reunión del Consejo de esta semana trataremos la cuestión de esos skândrin, Ybaïn —dijo al cabo—. Esos engreídos elfos se lo tienen bien merecido, pero no podemos permitir incursiones de ese tipo dentro de nuestras fronteras. Si esos bárbaros piensan que pueden pasearse a su antojo por el Imperio, están muy equivocados. Y convocad también al myr de la provincia del Bajo Fares, quiero que ese inútil me explique qué está haciendo para vigilar el río.
—Por supuesto, mi Príncipe. ¿Y que hacemos con el asunto de la chica? El elfo solicita instrucciones.
—¿No pueden utilizar esa magia, o como quiera que lo llamen, para averiguar si la chica está viva o muerta?
—Al parecer no es tan sencillo como eso, mi Príncipe.
Akhsan calló de nuevo y se pellizcó el labio inferior con la mano izquierda. Para los que le conocían, signo inequívoco de que estaba reflexionando, concentrado. Después de un silencio aún más prolongado que el anterior, el Príncipe de los Fieles volvió a hablar.
—Que sigan buscando su cuerpo. Puede que se haya ahogado, o puede que no. Quiero estar seguro. En cualquier caso, Izak y sus akari han resultado ser extremadamente eficaces, como siempre. Felicítale de mi parte, Ybaïn.
El Gran Khezel se inclinó de nuevo.
—Su padre solía recurría a mercenarios akari para ocuparse de este tipo de asuntos tan… peculiares. Y siempre con excelentes resultados, he de decir.
—Muy cierto, muy cierto. Pero debemos asegurarnos de que la colaboración de Izak continúa siendo un secreto. Sólo faltaría que Los Hermanos Custodios y todos esos fanáticos que no sacan la nariz del Libro de las Revelaciones se enterasen de este asunto. Ya sabéis lo que opinan esos mojigatos sobre los extranjeros y sobre la magia élfica —Akhsan inspiró profundamente—. Me comienza a resultar extraño todo este asunto de Teringya, Ybaïn. Primero, esa chica nos roba las pruebas de nuestra conspiración —el Emperador se pellizcó de nuevo el labio—, desaparece después durante largo tiempo, y cuando finalmente damos con ella en el sitio que menos esperábamos, vuelve a quedar fuera de nuestro alcance. Y los documentos siguen perdidos.
—¿Adónde queréis llegar, mi Príncipe? —preguntó Ybaïn.
—No lo sé… no lo sé. Los caminos de Naal Zahar son inescrutables… Quizá esto sea una advertencia de que esta empresa no es de su agrado. Debo reflexionar sobre ello —se detuvo, habían llegado al final del camino. Cuatro leones bellamente esculpidos sostenían sobre sus cabezas una fuente de la que brotaban varios chorros—. ¿Qué opináis, Ybaïn?
—No soy digno de interpretar los designios de Naal Zahar —respondió el anciano consejero con exagerada humildad—, pero rezaré para que os ilumine con su sabiduría.
El Emperador esbozó una media sonrisa, esperando seguramente una respuesta de ese tipo, que se esfumó de inmediato cuando se giró y vio por el mismo camino que acababan de recorrer a un hombre, escoltado por dos guardias más de la Shadad, que avanzaba con paso resuelto hacia ellos. Vestía una larga túnica de intenso color rojo, profusamente decorada con ribetes dorados y ceñida mediante un ancho cinturón de cuero. Llevaba las manos entrelazadas y escondidas bajo las amplias mangas del hábito.
—Hablando de mojigatos —murmuró el Príncipe de los Fieles. El Gran Khezel se dio la vuelta, siguiendo su mirada.
—Malekh, el Sumo Custodio de la Fe —susurró el consejero—. Llega puntual.
—Sí —corroboró Akhsan con gesto serio—. No me habéis dicho el motivo de esta entrevista, Ybaïn.
—No lo concretó, mi Príncipe. Dijo que quería hablaros de cierto viaje y que prefería hacerlo en privado.
—Bien. No os vayáis, luego terminaremos esta conversación —contestó el Emperador.
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